Comentario – Viernes I de Tiempo Ordinario

Mc 2, 1-12

Entrando de nuevo en Cafarnaúm, se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que ni aun en el patio cabían.

Por más que Jesús se esfuerza en restablecer la calma y recomendar la discreción, la muchedumbre le acosa. No hay nada que hacer. Esto subraya toda la ambigüedad de la espera mesiánica. No olvidemos que de vez en cuando surgían iluminados que decían ser el Mesías esperado y que unían a algunos partidarios. Esto nos ayuda a comprender mejor el por qué Jesús no quería que se hablase de El antes de tiempo. Se hubiera buscado presentarle como un libertador temporal.

Contemplo a Jesús empujado, apretado, en una casa de Cafarnaúm.

Jesús les predicaba la palabra de Dios.

Esto era lo esencial, para Él. Incluso si las gentes iban a Él para ver «el milagro», «lo sensacional», «lo sorprendente»… Jesús permanece imperturbable en su papel, que es ante todo religioso: proclamar ¡la Palabra de Dios!

Vinieron y le trajeron a un paralítico que llevaban entre cuatro. No pudiendo presentárselo a causa de la muchedumbre, descubrieron el terrado por donde Él estaba, y hecha una abertura, descolgaron la camilla en que yacía el paralítico.

Los tres evangelistas, Marco, Mateo, Lucas relatan esta escena. Es de las que no se olvidan. Esto, por lo menos, pone de manifiesto, ¡que las gentes se empeñaban en acercarse a Jesús por cualquier medio! ¿Tengo yo este empeño y tenacidad? O bien, ¿lo abandono todo ante el primer obstáculo?

Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»

De nuevo, lo que es esencial para Jesús.

En lugar de dejarse llevar por el papel del Mesías taumaturgo, del ‘ Mesías-milagrero», Jesús valora la Fe y realiza una obra mesiánica completamente interna: perdona. ¿Qué pido yo, en primer lugar a Cristo? ¿A la Iglesia? Quiero contemplar lo que pasa en el corazón de Jesús: —Ve la Fe… admira a esos hombres que se han afanado tanto. Jesús, un hombre que sabe maravillarse, un hombre que descubre lo esencial en un alma, más allá de las apariencias ambiguas. Iban a Él en busca de una curación material y Jesús, en el corazón de esos hombres contempla su Fe.

—Perdona… es bueno. Jesús es este Dios que ve el pecado, pero que no condena, podría decirse que no juzga… pero que perdona.

Nos encontramos tan sólo en el segundo capítulo de la «Buena nueva», según san Marcos, pero todo lo esencial ha sido dicho ya.

Estaban allí algunos escribas que pensaban entre sí: ¿Cómo habla así, éste? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?

Es la Pasión que se está perfilando desde el comienzo del evangelio: Jesús será condenado por esos mismos escribas, especialistas de la religión, y por la misma razón de «blasfemo» (Marcos, 14, 64). A Jesús le rodean los adversarios desde el principio: el contexto de su vida cotidiana será dramática, cada día. Una razón de más para mostrarse lo más discreto posible.

Para que sepáis que el «Hijo del hombre» tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, Yo te lo ordeno: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Es la primera vez que Marcos utiliza ese título de «Hijo del hombre». Jesús usará a menudo esta expresión, sacada de Daniel (7, 13-14).

Noel Quesson
Evangelios 1

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