Comentario – Domingo II de Tiempo Ordinario

La escena evangélica narrada por san Juan ha tenido múltiples representaciones pictóricas. Es fácil imaginarla. Jesús y su madre están invitados a una boda en Caná de Galilea. Jesús acude con sus discípulos. Tiene ya, por tanto, seguidores que le consideran su maestro y conforman una especie de comunidad de vida. Y estando en esta situación festiva, surge un imprevisto: empieza a escasear el vino.

Y no es que el vino fuera absolutamente imprescindible para la fiesta, pero sin vino se perdía un elemento muy importante para mantener el clima festivo, la alegría celebrativa, el brindis por la vida. Alguien se lo hace saber a María: ¡No les queda vino! Y ella recurre a su hijo pensando que él podía aportar alguna solución.

La respuesta de Jesús resulta, cuanto menos, displicente, como si reprochase a su madre entrometerse en asuntos que no eran de su incumbencia, como si le estuviese forzando a actuar. Mujer –le dice- (no utiliza el término «madre»), como queriendo mantener las distancias del profeta que ha dejado a su familia para entregarse de lleno a su misión, déjame, todavía no ha llegado mi hora.

Es la hora de su manifestación mesiánica; por tanto, de los signos-milagros que acompañan a la misión. Así lo aprecia san Juan cuando dice: en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos. Su hora no había llegado, y sin embargo, y a requerimiento de su madre, que fuerza las cosas: haced lo que él os diga, comienza con este primer milagro la hora de sus signos mesiánicos.

María no parece acusar la displicencia de Jesús (al fin y al cabo es su madre y lo conoce bien), y da por hecho que su hijo hará algo. Con este propósito se dirige a los sirvientes: Haced lo que él os diga. Y Jesús se deja arrancar de su madre el primer milagro: la conversión del agua de aquellas tinajas preparadas para las abluciones en vino. Era el vino que mantenía viva la fiesta. Era el vino que los novios ofrecían a sus invitados para hacerles partícipes de su alegría.

Jesús se hacía así cómplice de la alegría de aquellos comensales y benefactor de aquellos novios que se habían quedado sin el vino necesario para obsequiar a sus invitados. El agua convertida en vino supuso para aquellos novios un verdadero regalo y un signo de la amistad y del afecto que Jesús les profesaba.

San Juan presenta este hecho milagroso como el primero de sus signos mesiánicos; después, vendrán otros: curaciones, resurrecciones de muertos, multiplicación de panes, apaciguamiento de tempestades, pescas milagrosas… Pero ¿de qué era signo aquel hecho? Seguramente que de diferentes cosas.

En primer lugar, de su estar entre los hombres, compartiendo su vida; pero también de su bondad y compasión para remediar los males o carencias de sus amigos o demandantes; y signo de su condición mesiánica, pues estaba anunciado que el Mesías, el ungido del Señor, habría de realizar prodigios de este tipo; y de su poder divino, es decir, de su soberanía sobre los mismos elementos naturales, algo que sólo al Creador le está permitido. Era también signo de su condescendencia con María, a cuya intercesión había dado cabal respuesta, y de su amor a esa humanidad a la que había venido a servir. Podía ser incluso signo de su intención de santificar el amor entre un hombre y una mujer, el amor conyugal.

Y al tiempo que realizó el signo, se manifestó su gloria, esto es, su divinidad, y creció la fe de sus discípulos. Es la consecuencia de esa manifestación de poder. Al verle obrar así, crece la admiración y la confianza de sus discípulos en él. Más tarde, esa confianza se verá turbada por otros signos (cruz y muerte difamantes) que ellos entendieron como antisignos de su gloria, porque eran signos de fracaso. Sólo tras la resurrección del Maestro supieron entender estos signos de muerte como signos de gloria, porque lograron ver en la figura sufriente del Mesías entregado y humillado en la cruz la figura del Salvador del mundo, enaltecido y glorificado por Dios Padre.

También nosotros necesitamos signos para creer, porque nuestra fe es débil. Y pretender que nuestra fe es suficientemente fuerte para prescindir de todo signo, resulta demasiado presuntuoso. Claro que necesitamos signos. Hasta los grandes santos le han pedido a Dios una señal en momentos de oscuridad y de desánimo, en momentos de prueba. Y la incredulidad reinante en nuestra sociedad occidental es sin duda una prueba para la fe de los creyentes, para nuestra fe.

Estamos urgidos a sostener personal y comunitariamente la fe contra la actitud incrédula de los que nos rodean, y nos increpan, y nos desafían: «muéstranos a tu Dios». El desafío alcanza al mismo Dios: «muéstrate a ti mismo como Dios, muéstranos tu poder, haz un signo tan grande que no podamos sino creer en ti.

Es el desafío de los incrédulos, ante el cual Dios no parece reaccionar, ante el cual Dios guarda silencio, como hizo el mismo Jesús ante reclamos de este tipo. No hizo el signo que le pedían, pero sí hizo otros muchos signos en los que sus seguidores podían ver la manifestación de su gloria y creer en él.

Al parecer siempre habrá incrédulos que exijan más signos y creyentes a quienes les basten los signos realizados. También en la iglesia de san Pablo había signos: aquellos que el Espíritu obraba en los miembros de la Iglesia: milagros, profecías, discernimiento de buenos y malos espíritus, etc. Y en la historia personal y comunitaria de cada uno de nosotros sigue habiendo signos.

Para que tales signos acrecienten nuestra fe, tienen que ser percibidos como signos de la presencia de Dios, de su poder, bondad y misericordia. Se requiere, por tanto, interpretar ciertos hechos con una visión de fe: esa fe que nos permite ver en la creación y en la historia la mano de Dios. Sólo desde esta fe elemental se pueden percibir los signos que remiten a Dios. La incredulidad radical es como una ceguera que incapacita para ver tales signos. Que el Señor nos abra los ojos para ver en los hechos, incluso desgraciados, de nuestra vida signos de su amor. Disfrutar de esta visión es vivir de otra manera.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo II de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO II DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Había una boda en Caná de Galilea, y Jesús estaba allí, junto con María, su madre.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Había una boda en Caná de Galilea, y Jesús estaba allí, junto con María, su madre.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado I de Tiempo Ordinario

«Sígueme». Él se levantó y le siguió

1.-Introducción.

Señor, tu llamada, el hecho tan sencillo e inmenso de que te hayas fijado en mí y me hayas elegido, ha sido lo más bonito que ha ocurrido en mi vida. Hoy necesito encontrarme contigo para darte gracias. No sólo acepto tu llamada, la agradezco y la celebro cada día. Y con el salmista, te digo: “Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta tu heredad”. (Salmo 16) En este nuevo año no sólo quiero escuchar tu Palabra sino hacerla vidaen mí.  Para eso necesito tu gracia.

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 2, 13-17

Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión.

El caso de Mateo es especial. Él era un pecador, un  hombre de negocios y de “negocios sucios”. Se dedicaba al cobro de los impuestos que Roma les imponía a los judíos y sabemos que los encargados, cobraban al pueblo más de lo que Roma les exigía. A éstos se les denominaba “publicanos” es decir, “pecadores públicos”. Pero, a Jesús no le importa nunca el pasado de las personas sino el futuro. No le interesa lo que uno ha sido, sino lo que puede ser. “Vio a Levi” Los demás veían al pecador, al ladrón, al corrupto. Pero Jesús miró al hombre, a la persona. Y lo miró con amor. Desde ese momento todo ya es posible. Hasta es posible convertir a un “corrupto” en  “apóstol”. Mateo, agradecido, quiere celebrar este acontecimiento y le invita a comer en su casa. La vocación no sólo se acepta sino que se agradece y se celebra. Los de mirada corta, aquellos que creen que son más importantes las leyes que el amor, se escandalizan. A Jesús le importan poco los escándalos de los fariseos. A Jesús le interesa recalcar que, cuando se obra con amor, se cumplen todas las leyes y, sin amor, no se puede cumplir ninguna ley cristiana.,

Palabra del Papa.

Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien Él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto. Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con una pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos. Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a mirar como Él nos mira.» (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya comentada. (Silencio)

5.-Propósito: Todo lo que haga en este día lo haré por amor.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Mateo al ser llamado por ti, no tenía en su haber más que una vida rota y pecadora. Tú no sólo te limitaste a cambiar su vida para que fuera un  buen cristiano, sino que lo elegiste para ser tu apóstol. Gracias, Señor, porque no tienes prejuicios, gracias porque no haces caso de las habladurías de la gente, gracias porque a todos ofreces oportunidades. Gracias por ser como eres.

El agua no es suficiente

1.- Comenzamos, con el tiempo ordinario del año litúrgico, de lleno el recorrido por las grandes enseñanzas de Jesús. Este tiempo se abre de una manera por demás hermosa, grandiosa y muy profunda. Es como cuando se encuentra uno ante la fachada de una obra arquitectónica singular; o cuando de pronto nos encontráramos oyendo la obertura de una de esas sinfonías más bellas, en la que se nos ofrece un avance de todos los temas musicales de los cuales somos invitados disfrutar en el concierto.

En fin, un pórtico arquitectónico o una obertura musical son dos imágenes que nos pueden ayudar a situarnos no sólo con gratitud y gozo ante la vida y el misterio de Cristo, sino a aprovechar al máximo el recorrido que haremos en el año litúrgico.

2.- La palabra de Dios se nos da en un hermoso y rico lenguaje simbólico. Sabemos que una buena lectura de la Escritura, para que produzca los frutos que le son propios, ha de leerse sí literalmente pero no “literalistamente”, o sea al pie de la letra. Sabemos que una lectura mal hecha es la que toma los textos de una manera material. Es lo que hacen quienes adoptan una actitud fundamentalista ante la religión. Y sabemos cuánto mal hacen actitudes cerradas que llevan al fanatismo tan peligroso como estéril y agresivo.

Hoy la palabra de Dios, echa mano de imágenes propias de la literatura y la cultura del pueblo de Israel de hace más de veinte siglos.

La primera lectura está tomada de la tercera parte de Isaías un profeta que, lleno de optimismo, alienta al pueblo a vivir la alegría del regreso de un exilio de cincuenta años que está por concluir. Compara la alegría de Dios por el pueblo de Dios convertido y purificado con la alegría que experimenta el marido con su mujer. “Como un joven se casa con su novia” así hace Dios con su pueblo.

Jerusalén, la ciudad capital, representa a ese pueblo que, a través de la salvación, vivirá una experiencia tan profunda y tan duradera como la alianza matrimonial: Por amor y para siempre. Cuando la obra salvadora de Dios se haga realidad, Jerusalén hasta tendrá otro nombre, pues como corona de gloria y diadema real en la palma de la mano de Dios, verá su suerte tan diferente que aquel nombre ya no corresponderá a su realidad. En fin, este reencuentro del pueblo elegido con su Dios será muy semejante a un matrimonio celebrado en la fidelidad y en la alegría perpetua. En efecto, en lugar de vivir en abandono y desolación, será la complacencia del esposo.

3.- La imagen de un Dios que se desposa con su pueblo es muy común en la Sagrada Escritura, especialmente en el mensaje de los profetas, para indicar la estabilidad y la profundidad del amor de Dios para con su pueblo —y a partir de Cristo, con toda la humanidad redimida—, de manera que quedó bien establecido, desde la antigüedad de la revelación, que la fidelidad de Dios está a prueba de la infidelidad del hombre. También se quiere significar, con estas imágenes nupciales, que la alegría de la salvación de toda la vida humana sólo encuentra algún parecido con el gozo que puede proporcionar el amor y la intimidad del matrimonio.

Esta certeza llega a su colmo a través de Jesucristo que ha venido a establecer una nueva y definitiva relación, en el amor, entre Dios y la humanidad. Esta es la clave de interpretación del evangelio de hoy.

4.- No tiene mucho sentido fijarnos demasiado en el hecho del “milagro” ni en su realidad histórica. Todos los milagros son señales. De manera que detenernos en tratar de ver el milagro y quedarnos maravillados por él, o por la intervención de la Madre de Jesús, la Virgen María, nos privaría de recibir el mensaje con toda su riqueza.

La Iglesia nos presenta, por medio de estas lecturas, el misterio de un Dios-hombre, objeto directo de nuestra fe. Tal vez más que en cualquier otro libro de la Escritura san Juan utiliza un lenguaje simbólico para enseñarnos tanto el mensaje acerca de Cristo como su mismo mensaje. Si en los otros tres evangelios, Jesús emplea un lenguaje a base de parábolas que es necesario interpretar, en el evangelio de Juan todo su lenguaje, las palabras, las expresiones, tienen que ser interpretadas a la luz de la tradición bíblica.

5.- Los comentaristas modernos del evangelio de san Juan, en sintonía con varios padres de la Iglesia primitiva, coinciden, en resumidas cuentas, en que este episodio de la vida de Jesús, transmitido sólo por san Juan, es antes que nada, una catequesis sobre el misterio de Jesús que viene, con su vida, pasión, muerte y resurrección a establecer una y definitiva alianza de amor de parte de Dios con todos aquellos que lo esperan, lo buscan y lo encuentran, es decir, están abiertos al amor fiel y perfecto de Dios. De todos estos, es símbolo la madre, pues ella está atenta al problema de una carencia fundamental de la fiesta: La falta del vino como factor de la alegría. Sin este elemento, la fiesta, la boda, como celebración no tiene consistencia. El agua no es suficiente, no hace más que mantener en la vida, pero sin alegría. Ésta representa a la ley que, por más que se observe, deja mucho que desear. Sólo el Espíritu, que Jesús da y del cual es símbolo el vino, puede hacer posible una verdadera relación de alegría en el amor con Dios, simbolizado por el novio.

A la fiesta eterna a la que somos invitados todos, no entramos sólo con nuestros esfuerzos, proyectos, medios o búsquedas. Era necesario que Jesús, el Hijo del Padre, nos diera su Espíritu, mediante su muerte y resurrección.

Solo así podemos estar ya desde ahora en fiesta. En esa fiesta que comenzó el día de nuestro bautismo y en la que nos mantenemos, no sólo en la observancia de ritos y leyes, sino sobre todo, dejándonos amar, es decir salvar, por un Dios que como un esposo enamorado nos busca para hacernos suyos.

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – Sábado I de Tiempo Ordinario

Mc 2, 13-17

Jesús salió de nuevo a las orillas del mar; toda la muchedumbre se llegó a El y les enseñaba 

Marcos no busca ser original. Sus relatos son como unos clichés.

Esta repetición constante del papel de Jesús es sorprendente: Jesús enseña.

Al pasar, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en el telonio (oficina de la Aduana) y le dijo: «Sígueme.» 

Será el quinto discípulo a quien Jesús llama. Va completando su grupo; y ahora escoge a un «aduanero».

Roma había organizado sistemáticamente la recaudación de impuestos y tarifas. Un procedimiento ordinario era apostar a un recaudador con una escuadra de soldados; a la entrada de las ciudades, para cobrar las tarifas de las mercancías que entraban o salían de la ciudad.

Es uno de esos «publicanos», mal vistos de la población a quien Jesús llama. Leví no es otro que Mateo, el que más tarde escribirá un evangelio: estaba habituado a las «escrituras», era un hombre «sentado a la mesa» de la recaudación pública de Cafarnaúm.

Este hombre se levantó y siguió a Jesús. Jesús se sentó a la mesa en casa de éste. 

Muchos publicanos y pecadores estaban recostados con «El y sus discípulos».

He aquí una revelación de Dios que merece señalarse.

Jesús no juzga a los que se acercan; no hace diferencias entre los hombres. No entra en las clasificaciones habituales de la opinión de su tiempo; es un hombre de ideas amplias, un hombre tolerante y comprensivo.

Yo soy también un pecador.

Gracias, Señor, por no juzgarme, y sentarte a mi mesa, e invitarme a la tuya. Pienso concretamente en mis pecados… Sé que tú me conoces, Señor, y que tú no me desprecias. Gracias.

Los escribas del partido de los fariseos, viendo que Jesús comía con pecadores y publicanos… 

El «partido de los fariseos» era una especie de cofradía, o de movimiento religioso, que se dedicaba al conocimiento de la Ley y de la Tradición para promover su estricta aplicación.

En particular, pedían, siguiendo a Moisés, no frecuentar ciertas personas para no comprometer su pureza legal: tenían empeño en ser unos separados, unas gentes íntegras y puras… Señor, ayúdanos a evitar cualquier clase de orgullo.

Dijeron a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?» 

Ellos apuntan a Jesús; pero dirigen la pregunta a sus discípulos.

Así empezamos a ver un grupo solidario: «Jesús y sus discípulos» frente a los adversarios. Durante toda la fase siguiente del evangelio según san Marcos observaremos ese triángulo que se ha formado: 1) Jesús y sus discípulos. 2) La muchedumbre. 3) Los adversarios: escribas y fariseos ¿Me mantengo al lado de Jesús? ¿Solidario con El para lo mejor y para lo peor?

Y, oyéndolo Jesús, les dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los «justos», sino a los «pecadores». 

La pregunta se hizo a los discípulos; pero es Jesús quien contesta. La solidaridad se da en ambos sentidos. Jesús defiende a su grupo.

¿Cuál es mi actitud frente a los pecadores? Me repito a mí mismo la palabra de Jesús.

Noel Quesson
Evangelios 1

El sacramento de la amistad

1.- “En aquel tiempo había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”. San Juan, Cáp. 2. Para Calvino, uno de los reformadores protestantes del siglo XVI, aquella advertencia de María ante el Señor: “No tienen vino”, durante las bodas de Caná, quiso decir que los comensales se habían excedido en la bebida. Aguardaba entonces Nuestra Señora una reprensión moralista de parte de Jesús. Pero el análisis serio de los hechos contradice al amargo predicador. El Maestro celebraba en Caná de Galilea, “dando a conocer su gloria” como advierte san Juan, el sacramento de la amistad. Estrenaba su ministerio en la fiesta de una familia, el hábitat propio del amor.

Quizás los novios eran parientes de Pedro y Andrés, originarios de aquella población. O tal vez allegados a María, pues el texto indica: “La Madre de Jesús estaba allí”.

2.- Una fiesta de bodas, bien lo sabemos, es ocasión propicia de compartir un buen menú, demostrando a la vez generosidad. Pero allí la presencia de Jesús con su grupo, aumentó de improviso el número de comensales, hasta agotar el vino. La emergencia es advertida de inmediato por el ojo maternal de María, quien procura enseguida remediarla. Con delicada prudencia se acerca entonces a su Hijo y le susurra: “No tienen vino”. ¿Pero cuál sería su intención? Porque el Maestro no se había manifestado aún como hacedor de milagros. Talvez Nuestra Señora sugería que algunos discípulos fueran a buscar más bebida en los sitios cercanos. Aquí ciertos predicadores echan al vuelo su imaginación, interpretando las palabras de la Virgen de muy variadas formas. Algunas tan hermosas como irreales. Preferimos nosotros preferimos entender la petición de Nuestra Señora como una ejemplar oración de súplica: Breve, concreta, comedida, llena de confianza.

3.- El Maestro responde que todavía no ha llegado su hora. Pero se deja llevar por la actitud de su madre y quizás la incómoda situación de los novios, que ya empezaba a traducirse a los presentes. Entonces, con insistencia femenina, la Señora ordena a los criados: “Haced cuanto él os diga”. El evangelista señala que allí había, además de los recipientes para el vino, seis tinajas de piedra, usadas por los judíos para sus purificaciones rituales. Ya no estaban llenas, pues con su contenido se habían cumplido los lavatorios previos al banquete. El Señor se siente presionado y, quizás con cierta sonrisa reprimida, ordena a los criados que llenen las tinajas hasta el borde. Luego les dice que lleven de esa agua al mayordomo. No sabemos en qué momento del breve recorrido, desde la entrada de la casa al lugar donde el mayordomo daba órdenes, aquella agua se cambió en vino de excelente calidad. “Todo el mundo, le comentan entonces al novio, sirve primero el vino bueno y cuando la gente está bebida el de menos calidad. Tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora”.

Celebraba entonces el Maestro el sacramento de la amistad. Un signo generoso: Muchos litros de buen vino, que significaron para los presentes, realismo de Dios ante nuestros problemas. Humanidad de Cristo que nos ofrece su salvación, encarnada en visibles circunstancias. Providencia del Señor que sale al paso, cada día, a nuestras continuas crisis.

Gustavo Vélez, mxy

Bodas en Caná

1.- «Ya no me llamarán «abandonada»…» (Is 62, 4) Abandonada, devastada. Tanto, de tal modo, que esa situación calamitosa viene a dar nombre propio a la tierra de Israel. Era el estado doloroso en que quedó el pueblo sumido, después de haberse olvidado de Dios. Momentos de angustia, momentos de tristeza infinita. Los hombres se alejan por el pecado de su Creador, y al estar lejos se sumergen en un mar de lágrimas, en un mundo oscuro y gris.

Esa historia colectiva es figura y paradigma de muchas historias individuales, de todas las historias de cada uno de los pecadores, y de una forma u otra todos los somos. Cuando el hombre peca, en efecto, el alma se queda como tierra baldía, tierra abandonada y devastada. Aflora el miedo, la sensación de vacío, la tristeza. Es cierto que en ocasiones el hombre llega a encallecerse y a no sentir nada ante el pecado, a vivir «tranquilo» sin Dios. Pero en el fondo late el temor ante lo desconocido, el miedo ante lo que pueda ocurrir, la incertidumbre ante el más allá de la muerte, la duda que atormenta.

Pero todo eso tiene fin para los que vuelven, arrepentidos y pesarosos, sus ojos a Dios, que como un buen padre está siempre dispuesto al perdón, a la espera del retorno del hijo pródigo, para correr a su encuentro tan pronto lo vea llegar. Entonces se iluminarán nuestros sombríos horizontes y un nuevo capítulo gozoso se iniciará en nuestra historia personal.

“Como un joven se casa con su novia…» (Is 62, 5) Amor de juventud, primer amor. El despertar de los sentidos al amor, ese sentimiento tan hondo, tan humano y tan divino. Las palabras quedan inexpresivas para describir el amor, son un torpe balbuceo que trata inútilmente de expresarse. Es una realidad que sólo cuando se siente, se comprende. Podemos decir que es lo que más se asemeja al ser de Dios.

Quizá por eso sea inefable, tan difícil de describirlo, pues el Señor rebasa con mucho nuestra capacidad de entendimiento. Si no fuera porque él mismo se nos ha revelado, poco sabríamos de su grandeza. Aún así hemos de reconocer que sólo de forma analógica podemos comprender algo de él. Pero esa aproximación es suficiente para asombrarnos, para colmarnos de veneración y de ternura hacia él. A través de Isaías, nos dice hoy el Señor que nos ama como un adolescente enamorado ama a su primer amor, y que se alegra al vernos, lo mismo que el esposo cuando ve a su amada. Ojalá que esta declaración divina de amor, tan inaudita y encendida, nos despierte y nos empuje a corresponderle, a quererle con toda nuestra alma.

2.- «Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor» (Sal 95, 3) Danos luz, Señor, para ver tu grandeza, para comprender la hondura de tu infinito amor. El salmo nos exhorta a cantar un cántico nuevo, a bendecir tu nombre. Pero ya ves, a menudo no nos sale la voz de la garganta, nos domina la apatía y nos olvidamos de bendecirte. Como si nada hubieras hecho por nosotros, como si nada significaras en nuestras vidas, como si no nos importaras en absoluto.

Para esos momentos te pedimos, Señor, esa luz de lo alto que nos permita ver de tal modo tu intervención prodigiosa en nuestras vidas que no podamos por menos que bendecirte y cantarte en lo más íntimo de nuestro ser. Cuando uno, en efecto, contempla la bondad y la sabiduría divina, aunque sea a medias, entonces se entienden estas palabras del salmo: Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

«Familias de los pueblos, aclamad al Señor» (Sal 95, 7) Aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, temible es su presencia en toda la tierra. Decid a los pueblos: El Señor es rey, él gobierna a los pueblos con rectitud… Cada uno ha de ser un heraldo de Dios, un juglar a lo divino que cante y cuente a los demás las obras magníficas del Señor. Cada uno ha de ser un portavoz del mensaje de salvación, un difusor del Evangelio, la Buena Noticia que redime.

Tomemos conciencia de nuestra condición de apóstoles -todos lo somos desde el bautismo- y cumplamos con fidelidad y empeño tan sagrado destino. Siempre que podamos, hablemos de Dios sin pudor alguno. Y cuando no podamos hablar, que sea nuestra conducta la que hable; actuemos de tal forma que nuestro silencio sea un clamor que proclame sin palabras, pero con obras, la grandeza de nuestro Dios y Señor.

Voceros que anuncian la paz y el gozo de la salvación. Es preciso convencerse de esa obligación. Lo que el Señor nos ha dicho, quizá en el silencio de la oración, hemos de repetirlo a los cuatro vientos. Lo que os digo al oído -nos repite Jesús-, decidlo sobre los terrados. Hay que llenar la tierra entera con el pregón más formidable que jamás se haya pronunciado.

3.- «Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12, 4) También hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor, y hay diversidad de funciones -sigue diciendo san Pablo-, pero un mismo Dios que obra en todos. Y, efectivamente, es así. Cada uno tiene su propio modo de ser, sus propias cualidades y sus propios defectos. Y todos hemos recibido esos dones de un solo Señor, el que es Dueño absoluto de todo, el Dador generoso de cuanto el hombre posee.

Este principio supremo debe hacer posible la coexistencia armónica de esos diferentes modos de ser y de pensar. Exige el respeto y la consideración, el reconocimiento justo de las cualidades que cada uno tiene. Si proviene de Dios cuanto de bueno hay en el hombre, hemos de adoptar una postura respetuosa ante los demás, aunque sólo sea en consideración al que ha repartido esos dones.

Por otra parte, si queremos que nos respeten, es preciso que nosotros respetemos a los demás. No sería justo, ni tampoco posible, aplicar a nuestra vida la ley del embudo. Por lo tanto, evitemos todo recelo hacia los demás, desechemos cualquier síntoma de envidia, cualquier menosprecio de las cualidades ajenas.

«En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7) Todo cuanto se recibe de Dios ha de estar dirigido al bien común: he aquí la nota que ha de caracterizar la validez divina del don poseído. Tanto es así, que si algo va en contra del bien común de ningún modo se puede considerar como proveniente de Dios. Y por ser algo nocivo no lleva en sí esa causa suprema que ha de motivar el reconocimiento, el respeto y la consideración de los demás.

La cuestión, está, pues, en determinar cuándo un don contribuye al bien común… Pero ¿quién ha de tomar esa determinación, quién ha de decir que eso proviene de Dios? Ciertamente que el menos indicado para determinarlo es el propio interesado. En la vida civil sea cual sea el régimen político, hay siempre una autoridad judicial suprema que juzga y sentencia. Y los demás, quieran o no, han de someterse a ese juicio.

En la vida de la Iglesia, por voluntad expresa de Cristo, hay también una autoridad competente que dictamina lo que es bueno y lo que no lo es. Dios quiso que en material tan grave como lo concerniente a nuestra salvación, no tuviéramos dudas ni vacilaciones. Y así, sólo aquello que contribuye al bien común según lo que enseña la Iglesia, puede estimarse digno de consideración y respeto, apto para formar parte del único pluralismo válido para un creyente.

4.- «Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda» (Jn 2, 2) La grandeza y divinidad de Jesús no le impedía estar cerca de las cosas pequeñas de la vida humana de cada día. Esta actitud sería luego criticada por sus enemigos, le llamarían comilón y bebedor, simplemente porque participaba en fiestas y celebraciones de sus amigos. Hoy nos narra el evangelio las bodas que se celebraron en Caná de Galilea. A ella fueron invitados Jesús con su madre y sus discípulos. De este modo el Señor santificó con su presencia divina ese acontecimiento crucial en la vida del hombre, bendice la unión entre marido y mujer hasta hacer de ella el gran sacramento, el símbolo vivo de su propia unión con la Iglesia, la esposa de Cristo sin defecto ni mancha.

San Juan que vivió con María cuando el Señor se marchó a los cielos; él, que la tomó como madre por encargo de Jesús agonizante en la cruz; él, que fue el discípulo amado, sólo habla dos veces de la Virgen en todo su evangelio; aquí en Caná y luego cuando refiere la crucifixión en el Calvario. Son pocas veces, desde luego, para todo lo que él habría escuchado de labios de Santa María. Sin embargo, cuanto dice es más que suficiente para que podamos conocer la categoría excelsa de Nuestra Señora, la madre de Jesús, como siempre la llama Juan. Ya con este detalle nos está enseñando que María es la madre de Dios, un hecho que es el punto de arranque y la base teológica en donde se apoya toda la grandeza soberana de la Virgen, privilegio singular del que derivan todos los demás.

Con este milagro, realizado gracias a la intervención de María, se pone de manifiesto: Por un lado la ternura de su corazón materno, el desvelo por las necesidades de sus hijos; y por otra parte aparece su poder de intercesión ante su divino Hijo, que se siente incapaz de no atender la súplica de su Madre santísima. Con razón, por tanto, la podemos invocar como Madre de misericordia y como la Omnipotente suplicante.

Cuánto nos ama el Señor. No sólo muere por nosotros en la cruz y derrama toda su sangre para redimirnos. Además nos entrega lo que le era más querido y entrañable, a su propia Madre, para que lo sea también nuestra. Con razón la llamamos «spes nostra», esperanza nuestra, y causa de nuestra alegría. Quien confíe en ella no se verá jamás defraudado, lo mismo que nunca defrauda el amor de una buena madre al hijo de sus entrañas.

Antonio García Moreno

Les falta vino

1. – Un signo, una señal puede ser una flecha en la cuneta del camino que señala una dirección. Puede ser una acción humana. Por la ancha acera de la madrileña calle de Serrano dos hombres se ven, se reconocen, se abalanzan y se palmotean estruendosamente la espalda. Esa acción es signo de la gran amistad que une a los dos hombres. Pero para un hombre, como puede ser un japonés, que no conozca el signo, resulta una extraña manera de lucha amistosa en plena calle.

San Juan nos dice que el milagro del vino de Caná de Galilea fue un signo:

* Qué pensaron los novios, no lo sabemos. Tal vez se quedaron en un gran agradecimiento a un hombre que les evitaba la gran vergüenza de no haber sabido prever el número de invitados.

* Tal vez, algún comerciante judío vio en ello el gran negocio que sería convertir el agua en vino bueno.

* Sí sabemos que los discípulos sintieron crecer su Fe en Jesús no por los seiscientos litros de vino, sino porque el banquete de bodas, el novio y la novia, la abundancia de vino y la alegría de los hombres, eran signos, flechas que señalaban desde los antiguos Profetas, la cercanía del Mesías que ya estaba entre ellos, en su Maestro Jesús.

2. – Jesús bendice con su presencia y su signo el comienzo de un nuevo hogar y nos dice que en la vida familiar es muy importante lo superfluo, lo pequeño y lo insignificante. Jesús no trae al banquete de bodas el pan o los corderos. Trae un buen vino, y eso que al parecer, ya estaban todos bastante bebidos.

+ Al ver tantas muestras de familias, malhumoradas, crispadas o malavenidas, se le viene a uno a los labios, la frase: “les falta el vino”.

+ Han pasado los años y la rutina ha entrado en el hogar. Falta la fantasía, la imaginación de la atención, del regalo, de acordarse de la fecha, de atender los gustos… “les falta el vino”.

+ Ya no se espera nada nuevo, ni se da nada nuevo. Todos se tienen que contentar con comer la harina, el azúcar y los huevos del pastel, sin que nadie se ocupe de cocinarlo… “les falta el vino”.

+ Los que fuera de sus casas son educados, amables, encantadores, siendo en casa ariscos como cardos, con espinas, y eso aunque guarden las formas del mutuo respeto… “les falta el vino”.

3. – Y es muy importante en la convivencia el amor que lleva a la creatividad, a la sorpresa, a las muestras del mutuo cariño. A todo eso que en nuestra adustez celtíbera, nos parece superfluo, pero que si falta, se agota la alegría de vivir y el hogar se convierte en pensión, en un mal hotel.

El adusto San Pablo nos dice: “sed cariñosos como buenos hermanos”, y en otra parte, “revestíos de bondad entrañable, de humildad, de dulzura, de comprensión”. No abandonemos esos signos, esos detalles que muestran que existe ese amor, que disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, el amor que no pasa nunca.

José María Maruri SJ

Vino bueno

Jesús ha sido conocido siempre como el fundador del cristianismo. Hoy, sin embargo, comienza a abrirse paso otra actitud: Jesús es de todos, no solo de los cristianos. Su vida y su mensaje son patrimonio de la humanidad.

Nadie en Occidente ha tenido un poder tan grande sobre los corazones. Nadie ha expresado mejor que él las inquietudes e interrogantes del ser humano. Nadie ha despertado tanta esperanza. Nadie ha comunicado una experiencia tan sana de Dios sin proyectar sobre él ambiciones, miedos y fantasmas. Nadie se ha acercado al dolor humano de manera tan honda y entrañable. Nadie ha abierto una esperanza tan firme ante el misterio de la muerte y la finitud humana.

Dos mil años nos separan de Jesús, pero su persona y su mensaje siguen atrayendo a muchos. Es verdad que interesa poco en algunos ambientes, pero también es cierto que el paso del tiempo no ha borrado su fuerza seductora ni amortiguado el eco de su palabra.

Hoy, cuando las ideologías y religiones experimentan una crisis profunda, la figura de Jesús escapa de toda doctrina y trasciende toda religión, para invitar directamente a los hombres y mujeres de hoy a una vida más digna, dichosa y esperanzada.

Los primeros cristianos experimentaron a Jesús como fuente de vida nueva. De él recibían un aliento diferente para vivir. Sin él, todo se les volvía de nuevo seco, estéril, apagado. El evangelista Juan redacta el episodio de la boda de Caná para presentar simbólicamente a Jesús como portador de un «vino bueno», capaz de reavivar el espíritu.

Jesús puede ser hoy fermento de nueva humanidad. Su vida, su mensaje y su persona invitan a inventar formas nuevas de vida sana. Él puede inspirar caminos más humanos en una sociedad que busca el bienestar ahogando el espíritu y matando la compasión. Él puede despertar el gusto por una vida más humana en personas vacías de interioridad, pobres de amor y necesitadas de esperanza.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado I de Tiempo Ordinario

He leído que los seres humanos tendemos a simplificar nuestro pensamiento. Entre otras estrategias, “etiquetamos” a los demás. Ello nos ahorra tiempo y esfuerzo, al situar a una persona en un contexto determinado. Pero a la vez puede ser muy injusto con la gente. Según la “etiqueta” que pongamos a alguien –por ejemplo, “inteligente” o “tonto”- así será nuestro trato y nuestras expectativas hacia esa persona.

Ahí está Mateo. Sentado al mostrador de los impuestos. A lo mejor no es del todo consciente, pero la gente le ha puesto una etiqueta: “publicano”. Y ya se sabía, de un publicano no podía salir nada bueno. Colaboraba con Roma, el poder invasor, cobrando los impuestos. Era la deshonra del pueblo judío…

Y llega Jesús y le dice: “Sígueme”.

No sabemos quién se sorprendió más: si Mateo o los que presenciaron la escena. El caso es que luego les oímos murmurar.

¡Qué cosas tiene Jesús! Será que es verdaderamente el Hijo de Aquél que “no se fija en las apariencias, sino que conoce el corazón”, y llama por el nombre, y suscita lo mejor de cada uno –sea cual sea su etiqueta- y anima, y espera… y es capaz de sacar, de unas piedras, hijos de Abraham. O, de un publicano, un apóstol y evangelista. Un testigo de su Reino.

Será porque ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado.

Quien te cree, te crea.

Vete y haz tú lo mismo.

Ciudad Redonda