Lectio Divina – Lunes II de Tiempo Ordinario

¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?

1.-Oracion introductoria.

Ven, Espíritu Santo y dame tu luz para que yo pueda orar con una absoluta confianza en Jesús que viene a salvar, a liberar, a quitar cargas y pesos de las personas y a dar anchura de miras, anchura de horizontes, de modo que el encuentro con Dios no se realice con tristeza sino con alegría desbordante.

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 2, 18-22

En una ocasión, en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día. Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos; de otro modo, el vino reventaría los odres y se echaría a perder tanto el vino como los odres: sino que el vino nuevo, en odres nuevos.

3.- Lo que dice el texto.


Meditación-Reflexión.

En tiempo de Jesús, los fariseos ayunaban, pero lo hacían con tristeza y para aparentar que eran santos. Jesús no habla de ayunos sino de fiesta; no habla de entierros sino de bodas. Y da la razón: ¿Acaso pueden ayunar los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? El novio es Jesús y donde está Jesús está la alegría y la fiesta. Jesús ama mucho a su primo Juan Bautista, se ha admirado de su humildad y se ha conmovido ante su muerte. Pero no ha seguido su camino de austeridad en el desierto. “Vino Juan que ni comía ni bebía; pero el Hijo del hombre come y bebe” (Mt.11, 18-19). Si Juan es un asceta, Jesús es un místico. En su día incluso aceptará la muerte en Cruz, pero por amor. El seguimiento de Jesús sólo se puede entender en clave de “enamoramiento”. En un momento de la vida una persona es capaz de dejar lo más íntimo: sus padres, sus familiares, sus amigos, incluso su País por estar con una persona que hace poco era una desconocida. La razón de todo es bien sencilla: “me enamoré. Uno comienza a conocer el cristianismo cuando comienza a enamorarse de la persona de Jesús. Sin un amor apasionado por Jesús, el cristianismo no deja de ser un peso, una carga.  La cruz de la vida se hace pesada e insoportable sin amor. Con amor se hace ligera. “Hace tal obra el amor, después que le conocí, que si hay bien o mal en mí todo lo hace de un sabor” (San Juan de la Cruz).

Palabra del Papa.        

Esta es la primera palabra que quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca esta­mos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos! Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e, insidiosamente, nos dice su palabra. No lo escuchéis. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero, sobre todo, sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: “en esto reside nuestra alegría”, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y, por favor, no os dejéis robar la espe­ranza, no dejéis robar la esperanza. Esa que nos da Jesús (Domingo de Ramos, 24-3-13).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya comentada. (Silencio)

5.- Propósito: Cambiar el agua en vino. Cambiar la rutina de cada día, en vino nuevo de amor.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy me invitas a dejar lo viejo, lo desgastado, la rutina. Me propones desprenderme del espíritu deteriorado y débil con el que a veces vivo mi fe. Me llamas a más, a estar en pie de lucha con un amor y un fervor renovado. Para que mi amor sea nuevo cada día, debe alimentarse en la oración y en los sacramentos, por eso pido la intercesión de tu santísima Madre, para que me ayude a renovar hoy mi amor por ti, para que me ayude a buscar continuamente mi renovación interior.

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Me han enviado para dar la Buena Noticia

Situación para acoger hoy y siempre la Palabra: ¡La Comunidad!

¿Desde dónde y con quién acoger, celebrar y fortalecer hoy nuestra fe? La Plaza del templo de Jerusalén, con el pueblo, y la Sinagoga de Nazaret con Jesús y sus paisanos, se convierte en un marco excelente para renovar la Alianza y la fe. Presidiendo la celebración está el Libro de la Ley. Todo el pueblo estaba atento al libro de la Ley. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza. Hoy es un día consagrado a nuestro Dios (Ne 8,2-4. 5-6. 8-10).

 Jesús empieza también su ministerio en una Asamblea popular, en la sinagoga de Nazaret. Pide el Libro sagrado y hace la lectura comprendiendo, explicando, y presentándose a sí mismo con estas palabras: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y todos lo alababan(Lc 4,14-21).

En ambos casos, la Palabra de Dioses un elemento constitutivo de la Asamblea y de la Fiesta, invitándonos a valorar la Comunidad,como sacramento y lugar en que lo encontramos a Él

Por otra parte, en la Liturgia de hoy, se presenta el Proyecto de Jesús al iniciar su vida pública, diciéndonos quien es y a lo que vino. Él es, no sólo el que predica el Evangelio, sino el contenido de ese mismo Evangelio. Él es la verdadera Palabra de Dios, que con su Vida y su Misión,trae alegría y salvación a todos. Este Proyecto, va ser el núcleo del mensaje que inicia en Galilea y se desplegará a lo largo de toda su vida pública, invitando a tenerlo en cuenta para cuantos siguen sus pasos.

Este programa está muy lejos de ser una mera exposición de la Ley. Es un anuncio nuevo, para un tiempo nuevo, de gracia del Señor, fundado en el Amor. Esta Buena noticia va dirigida fundamentalmente a todos aquellos excluidos hasta entonces del mensaje salvífico de Dios, como son los pobres, los ciegos, los marginados los que sufren la opresión del tiempo que sea, a todos ellos quiere liberar Jesús de sus angustias, ofreciéndoles un año de gracia del Señor.

Hoy se cumple esta Escritura: ¡Jesús es la Palabra viva de Dios!

Lucas presenta el Plan y Proyecto de Vida de Jesús de esta manera: Anunciar la Buena Nueva a los pobres, traer Libertad, Luz y Gracia. Un programa, que aunque no ha sido siempre el de los cristianos, el hoy de Jesús, lo convierte en una llamada para que así sea. Si seguimos este programa, nos sentiremos llamados a poner en el mundo lo que El trajo. La Vida y Misión de Jesús, se tiene que ver en la vida y misión del cristiano:

La Vida. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido.Jesús se siente invadido por el Espíritu de Dios, impregnado por su fuerza. Cristo es el Ungido.  Y los cristianos también. Es una contradicción llamarse cristiano y vivir sin ese Espíritu de Jesús.

La Misión.Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista.Jesús se siente enviado y envía a los doce a sanar enfermos, con una palabra de Verdad, un gesto de Paz y de Perdón.

¿En quién y para qué llega esta Palabra, como Vida y Misión? En todo el Cuerpo de Cristo. San Pablo nos lo recuerda hoy en su carta a los Corintios, somos miembros del Cuerpo de Cristo, Sacramento de Salvación en medio del mundo. Cada uno con su carisma, todos alentados por un mismo Espíritu, realizamos el hoy de Cristo. Misión significa continuación de la actividad de Jesús y reproducción de sus mismas características cuando predicaba y cuando realizaba milagros. La misión del cristiano es, por tanto, un compromiso con el Proyecto de Jesús, porque sigue teniendo validez para el mundo de hoy.¡El hoy de Cristo, somos los cristianos!

Al cristiano, ungido por el Espíritu, se le encuentra, como a Jesús, junto a los desvalidos de este mundo. La opción por los pobres no es un invento de unos teólogos, ni una moda del Vaticano II. Es la opción del Espíritu que anima la vida entera de Jesús y que sus seguidores hemos de introducir en la historia. Es un deber de la Iglesia ayudar a que nazca la liberación y hacer que sea total (Pablo VI).

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida (Sal 18).

Todos los hombres y mujeres, estaban atentos y lloraban al escuchar la Palabra y sentir la responsabilidad de ser el pueblo escogido por Dios. Pero Esdras les anima para que lo reciban con gozo y alegría. Su enseñanza mantenía la maldición. Jesús, sin embargo, habla de gracia salvadora.

¿Qué ocurre con esta Palabra de Jesús? ¿Qué interrogantes plantea?  Cristo en su discurso de Nazaret, aclara que su misión y la de los cristianos es de gracia y no de condenación.  En su lectura de Isaías (61,2), omite el versículo en el que se anunciaba el juicio de las naciones. Su misión es una proclamación del Amor gratuito de Dios, que hoy se cumple en su persona, con el que los pobres sonríen, los ciegos ven, los esclavos son liberados: la gracia llega a los hombres que comparten su vida con Él.

Por esto, tenemos que reconocer, para concluir, que el testimonio de los cristianos también son evangelio. No basta anunciar, hay que realizar lo anunciado, como Jesús. Si no, ¿para qué somos portadores del Espíritu?

Y para mejor hacerlo, nos revisamos en oración con este interrogante: ¿Qué alcance tiene hoy en nuestra vida de fe la Palabra de Dios, la Comunidad y los Pobres y excluidos?

Fray José Antonio Segovia O.P.

Comentario – Lunes II de Tiempo Ordinario

Mc 2, 18-22

Siguiendo la «lectura continua» del evangelio, según san Marcos, no olvidemos que estamos ante la predicación de san Pedro, de quien Marcos es como el secretario. Es importante leer este evangelio por sí mismo; olvidando momentáneamente los otros tres evangelios… Como conocemos mejor el evangelio según san Mateo, nos sentimos tentados de «proyectar» sobre una página de Marcos, otros detalles de la misma escena, que Mateo nos ha relatado.

La pasada semana vimos el comienzo de la predicación y de la acción de Jesús. Vimos que había escogido ya cinco discípulos y que impone silencio a los que le reconocen como Hijo de Dios.

Esta semana, en cada página, encontraremos a «Jesús y sus discípulos» que forman un grupo absolutamente solidario, frente a sus adversarios…

En lo que Pedro nos aporta, es capital recordar esto: Jesús como diríamos hoy contesta y es contestado…

Los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban; vienen pues a Jesús y le dicen: ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como los discípulos de Juan y los fariseos?» 

La solidaridad es pues total.

Hemos visto, viernes último, que se hacía a los discípulos una pregunta sobre el comportamiento de Jesús: «¿Por qué habla así este hombre? ¡Blasfema!» Hoy vemos a los mismos adversarios hacer a Jesús una pregunta sobre el comportamiento de sus discípulos: «¿Por qué tus discípulos no ayunan?» Todo el evangelio de san Pedro presentará este conflicto: sólo estamos en el segundo capítulo, pero ya se está preparando el «complot» que conducirá a la Pasión.

«Jesús y sus discípulos»… también es la Iglesia que se prepara.

Jesús y sus discípulos forman un grupo que nos interpela… por su comportamiento no habitual. ¿Es esto verdad hoy?

Jesús contesta: «¿Acaso pueden los invitados a la boda ayunar mientras está con ellos el esposo?» 

El segundo conflicto que provoca el grupo -siendo el primero la «remisión de los pecados»- es pues una especie de alegría inusitada: gentes que no «ayunan», gentes que «comen y beben» normalmente en lugar de ayunar, ¡gentes con aire de fiesta! Hasta aquí, los piadosos, los espirituales, se distinguían siempre por su austeridad, sus sacrificios.

¡Pues, sí! Es realmente la fiesta, responde Jesús. Mis discípulos son «los invitados a una boda»… tienen al «esposo» con ellos… son gentes felices, alegres. Si estos adversarios hubieran estado disponibles, habrían comprendido la alusión: toda la Biblia, que ellos creían conocer tan bien habla de Dios como de un Esposo que había hecho Alianza con la humanidad. He aquí llegado el tiempo de la nueva Alianza, he aquí llegado el tiempo de la Boda de Dios con el hombre, es pues el tiempo de la alegría. ¿Tengo yo el mismo espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre?

Nadie remienda un vestido viejo con una pieza de tela nueva… Nadie echa vino nuevo en odres viejos… A vino «nuevo», odres «nuevos». 

¡Pues, sí! Será preciso escoger.

O bien se queda uno con lo «viejo», los viejos usos, las viejas costumbres.

O bien uno entra en la «novedad», en la renovación, en la juventud. Jesús no teme afirmar, desde el comienzo, la novedad radical de su mensaje. El evangelio no es un «remiendo», ¡es «algo nuevo»! ¿Tengo yo este espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre?

Noel Quesson
Evangelios 1

Semana de oración por la unidad de los cristianos

DÍA 1

“Nosotros hemos visto aparecer su estrella en el Oriente” (Mt 2, 2)

Tú nos alzas y nos atraes hacia la plenitud de tu luz

Lecturas

Zac 4, 1-7: Veo un candelabro de oro macizo
Sal 139, 1-10: Tú me sondeas y me conoces
2Ti 1, 7-10: Un don que ahora se ha hecho manifiesto por la aparición de Cristo Jesús, nuestro Salvador
Jn 16, 7-14: Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará para que podáis entender la verdad completa

Reflexión

En este mundo frágil e incierto, buscamos una luz, un rayo de esperanza que ilumine desde lo alto. En medio del mal, anhelamos la bondad. Buscamos todo lo bueno que hay en nosotros, pero la debilidad nos abruma y la esperanza nos falla. Nuestra confianza descansa en el Dios al que adoramos. Dios, en su sabiduría, puso en nosotros la esperanza de una intervención divina; pero no esperábamos que interviniera a través de una persona, el Señor mismo, que se hizo luz entre nosotros. Dios superó todas nuestras expectativas. El don de Dios es un “espíritu de fortaleza y amor”. No es confiando en nuestras propias fuerzas y en nuestras capacidades como avanzamos hacia la luz plena, sino poniendo nuestra confianza en el Espíritu Santo.

En las tinieblas de la humanidad la estrella de Oriente brilló. La luz de esta estrella penetra la profundidad de la oscuridad que nos separa a unos de otros. No resplandeció solo en un momento concreto de la historia, sino que sigue brillando aún hoy y transformando el curso de la historia. Desde la aparición de la estrella, los cristianos, a lo largo de la historia, han manifestado al mundo con su vida la esperanza que brota del Espíritu Santo. Ellos son testigos de la obra de Dios en la historia y de la presencia permanente del Espíritu Santo. A pesar de las vicisitudes y de los cambios de las circunstancias históricas, la luz del Resucitado sigue brillando, actuando en el curso de la historia como una antorcha que guía a todos hacia la luz perfecta, superando la oscuridad que nos separa a unos de otros.

El afán por vencer las tinieblas que nos separan nos obliga a trabajar y orar por la unidad de los cristianos.

Oración

Señor Dios, ilumina nuestro camino con la luz de Cristo que va delante de nosotros y nos guía. Ilumínanos y habita dentro de nosotros. Guíanos para que podamos descubrir el pequeño pesebre que hay en nuestro corazón, donde aún duerme la luz. Creador de la luz, te damos gracias por el don de esa Estrella perpetua, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Que sea un faro en nuestra peregrinación. Sana nuestras divisiones y haz que nos acerquemos a la Luz de Cristo en quien encontraremos la unidad. Amén.

Homilía – Domingo III de Tiempo Ordinario

LIBERADOS Y LIBERADORES

«PARA DAR LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS»

¡Cuánta expectación suscita el discurso programático de un político, de un dirigente religioso, que asume la dirección de un gran colectivo humano! Hace veinte siglos, un humilde profeta de Nazaret expuso también su programa. No lo hace ante el sanedrín, la autoridad religiosa, sino ante sus convecinos, que inicialmente le escuchan con admiración, pero que, paulatinamente, van cerrando los puños, cargados de ira.

Es un minidiscurso que apenas dura medio minuto: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, para dar la libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia (es decir, una era de jubileo). Esto que dijo el profeta de sí mismo, se cumple hoy en mí».

Sabemos hasta qué punto los evangelistas levantaron acta de que Jesús cumplió íntegramente su programa salvador, cómo liberó del pecado, de la marginación, de la pobreza, del temor al poder de las fuerzas del mal. Pedro resume lapidariamente su vida diciendo: Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo (Hch 10,38). ¡Qué buen lema para todo discípulo suyo!

Jesús anuncia solemnemente: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». A lo largo de los tiempos cualquier evangelizador puede repetir lo mismo: «Hoy Jesús sigue liberando». Pedro, años después, dando razón del milagro de la curación del lisiado, causa del juicio organizado contra él y contra Juan, testifica: «Ha sido por obra de Jesús Mesías, el Nazareno resucitado» (Hch 4,10). En otro sentido Pablo, varios años después, testificará también: «Cristo Jesús me ha otorgado esta libertad de que gozo» (Gá 5,1). Así mismo, Pablo pide a los miembros de sus comunidades que recuerden su antigua situación de esclavitud del pecado, de sus vicios, y la comparen con la experiencia de libertad que Cristo les ha regalado. «¿Qué salíais ganando de aquello de lo que ahora os avergonzáis? El pecado paga con muerte, mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús» (Rm 6,21).

EN PROCESO DE LIBERACIÓN

Tengamos el nivel espiritual que tengamos, todos somos todavía esclavos, porque todavía nos domina el egoísmo, el pecado. Dentro de nosotros se libra la batalla entre el «yo instintual», egoísta, y el yo profundo», el de la conciencia, batalla que tan genialmente, desde su propia experiencia, describe Pablo: «No hago el bien que quiero, sino el mal que repudio» (Rm 7,19). Esto lo vemos hoy en forma de adicción: «Le domina la bebida, la droga, la secta, el juego»… Pero, junto a esas esclavitudes de componente psicosomático, escandalosas, están las otras esclavitudes, que no nos dejan ser nosotros mismos ni gozar de la gran experiencia de una libertad radical. Y así, en una medida o en otra, todos somos esclavos de la ambición, del consumo, del placer, de la opinión ajena, del trabajo, de la comodidad, de las diversas versiones del egoísmo. Por eso, cuando aceptamos esa sumisión, sentimos que nos hemos traicionado a nosotros, al prójimo y a Dios. Y sentimos el reproche de nuestro «yo» auténtico.

Quienes presumen de libres son, con frecuencia, los más esclavos. «¿Nosotros esclavos?» (Jn 9,39), protestan enfurecidos los escribas y fariseos. «Todo el que está bajo el pecado es su esclavo» (Rm 6,16). Unamuno dijo sapiencialmente: No habla de libertad más que el cautivo, el pobre cautivo. El hombre libre canta amor. Leyendo las obras o las biografías de los grandes santos y místicos se observa que la vida creciente del cristiano es como un interminable proceso de liberación a través de muchas noches, muchas pruebas, muchas purificaciones. Creer es caminar hacia esa suspirada tierra de promisión, tierra de libertad.

San Pablo no cesa de repetir que su adhesión incondicional a Jesús le llevó a la profunda libertad interior. «Para que fuéramos libres nos liberó Cristo» (Gá 5,1). El amor es la única experiencia auténtica de libertad. Es más: el amor es el otro nombre de la libertad. La afirmación de san Agustín es asombrosa: Ama y haz lo que quieras.

La fe viva en Jesús de Nazaret comporta experiencia de liberación. El pecado entraña siempre experiencia de esclavitud. Retornar a la casa del Padre, convertirse, es recobrar la libertad.

La palabra del Señor invita a preguntarnos con sinceridad descarada: «¿Cuáles son las esclavitudes que más me oprimen? ¿Qué disgustos, ansias o sometimientos me atormentan? ¿Qué medios pone a mi alcance el Señor, nuestro Liberador, para crecer en la libertad de los hijos de Dios?

ES LIBERANDO COMO UNO SE LIBERA

Ungidos por el Espíritu, el Señor señala a los discípulos la misma misión que el Padre le encomendó a él: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios» (Mt 10,8). Lucas pone bien de manifiesto el cumplimiento de la misión por parte de los discípulos que, como el Maestro, realizan numerosas acciones liberadoras curando paralíticos, resucitando muertos, expulsando los malos espíritus, pero, sobre todo, liberando de la esclavitud del pecado en todas sus versiones. En esto consiste la conversión (Hch 2,38).

Con la experiencia de la libertad, nacida de su comunión con el Maestro, libres de la opresión de la ley (Mt 23,4; Hch 15,10), libres de sus propias ambiciones de poder hasta el punto de gozarse en los humillantes sufrimientos por fidelidad al Maestro (Hch 5,41), libres del servilismo a los hombres (Hch 5,30), anuncian el Evangelio de liberación. Y crean comunidades que, desde la fe en Jesús, viven la libertad.

Por lo demás, hay que tener en cuenta que el amor es la meta y el camino de la verdadera libertad. Si amo, soy libre; en la medida en que me entrego a los demás, voy creciendo en libertad. Nos contaba en una conferencia el escritor Michel Quoist que, en sus años de juventud, vivía atormentado por sus problemas dando vueltas en torno a ellos hasta marearse. Un buen día, se encontró con un compañero, cristiano comprometido, a quien le contó sus penas. El compañero, después de escucharle, le indicó: «Déjate de problemillas ridículos; ven, que te enseño tragedias; anda, échame una mano para solucionarlas, verás cómo desaparecen tus problemillas… Te preocupas por tu acné juvenil y lo que otros tienen es lepra, cáncer, hambre… Me curó de raíz».

Podría enumerar una larga letanía de ejemplos similares: personas esclavizadas por tragedias, obsesiones, frustraciones o traiciones que, al volcarse en los demás, se han visto libres de su propia esclavitud y han recobrado multiplicada la alegría y el dinamismo.

La señal imprescindible e indefectible de que estamos liberados es que somos liberadores. Si el amor es el otro nombre de la libertad, y el amor no nos lleva a liberar a los hermanos de cualquier esclavitud que les tenga oprimidos, es señal de que no amamos y, en consecuencia, de que no somos libres.

No se trata sólo de liberar de las grandes esclavitudes. Toda forma de caridad, toda ayuda, toda tarea de reconciliación en el seno de la familia, de la comunidad de vecinos, de los grupos eclesiales, toda ayuda al deprimido, desesperanzado, acomplejado, es una acción liberadora que nos libera. Y allí donde se libera el hombre, se construye el Reino.

Atilano Alaiz

Lc 1, 1-4; 4, 14-21 (Evangelio Domingo III de Tiempo Ordinario)

La fuerza liberadora del evangelio

La lectura del evangelio se introduce con un prólogo (Lc 1,1-4) en el que el evangelista expone el método que ha seguido para componer su obra: ha usado tradiciones vivas, orales y escritas, e incluso, sabemos hoy, que ha usado el evangelio de Marcos como fuente. No quiere decir que lo siga al pie de la letra aunque, en grandes bloques, le sirve como estructura. Lo que sí está claro es que Lucas, con su mentalidad occidental, cuidadosa, historicista (en lo que cabe en aquella época) se ha informado cuanto ha podido para escribir sobre Jesús de Nazaret. No obstante, su obra no es la “historia de Jesús”, una historia más, sino que, como en el caso de Marcos, es el evangelio, la buena noticia de Jesús lo que importa. Por eso, en realidad, la lectura del evangelio tiene su fuerza en el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 14-21), después de presentarlo como itinerante en la sinagogas de Galilea, donde se comenzó a escuchar esa buena noticia para todos los hombres.

Es ya significativo que el evangelio no se origina, no aparece en Jerusalén, sino en el territorio que, como Galilea, tenía fama de influencias paganas y poco religiosas, de acuerdo con las estrictas normas de Jerusalén. De ahí el dicho popular: “y todo comenzó en Galilea”. Lucas, no obstante, concederá mucha importancia al momento en que Jesús decide ir hacia la capital del judaísmo, (9,51ss) ya que un profeta no puede evitar Jerusalén. Y Lucas es absolutamente consciente que Jesús es el profeta definitivo de la historia de la humanidad. Así nos lo presenta, pues, en ese episodio de la sinagoga del evangelio de hoy: dando la gran noticia de un tiempo nuevo, de un tiempo definitivo en que aquellos que estaban excluidos del mensaje salvífico de Dios, son en realidad los primeros beneficiarios de esa buena nueva.

El relato de la sinagoga de Nazaret, lo que leemos hoy (4,14-21) es una construcción muy particular de Lucas; una de las escenas programáticas del tercer evangelista que quiere marcar pautas bien definidas de quién es Jesús y lo que vino a hacer entre los hombres. Eso no quiere decir que la escena no sea histórica, pero está retocada por activa y por pasiva por nuestro autor para lograr sus objetivos. Es el programa del profeta de Galilea que viene a su pueblo, Nazaret y desde la sinagoga, lugar de la proclamación de la palabra de Dios, lanzar un mensaje nuevo. Por ello, el mensaje que nos propone Lucas sobre lo que Jesús pudo decir en Nazaret y en las otras sinagogas se inspira en textos bien precisos (Is 61,1-2; 58,6) que hablan de la buena nueva para los ciegos, cojos, pobres, excluidos o condenados de cualquier raza o condición.

Resaltemos, pues, que el texto que se lee en la sinagoga,-el que le interesa citar a Lucas-, es un texto profético, aunque también se leía y proclamaba la Ley (había una lectura continua que se conoce como parashâh). El cristianismo, -no olvidemos la primera lectura de hoy-, encuentra su fuente de inspiración más en las palabras de los profetas que en las tradiciones jurídicas del Pentateuco (halaka). Esto no lo podemos ignorar a la hora de entender y actualizar un texto como este que Lucas ha construido sobre la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Jesús era un profeta y el pueblo lo veía como tal. Es eso lo que Lucas quiere subrayar en primer lugar y por eso ha “empalmado dos textos de Isaías para ajustar su mensaje liberador y de gracia.

Incluso se va más allá, ya que Jesús, como profeta definitivo, corrige las mismas experiencias de los profetas del Antiguo Testamento. En esos textos citados por Lucas se hace caso omiso de la ira de Dios contra aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel. Dios, pues, el Dios de Jesús, no ama a un pueblo excluyendo a los otros, sino que su proyecto es un proyecto universal de salvación para todos los hombres. Por eso su mensaje es evangelio, buena nueva. Así concluye el mensaje fundamental del evangelio de este domingo, aunque la escena es mucho más compleja y determinante (no obstante, la continuación de la misma se guarda como lectura evangélica para el próximo domingo). Lo importante está dicho: en Galilea, Jesús profeta, rompiendo el silencio de Nazaret, nos trae la buena nueva a todos los que la anhelamos, aunque seamos pecadores. Nadie está excluido de la salvación de Dios.

1Cor 12, 12-30 (2ª lectura Domingo III de Tiempo Ordinario)

La diversidad vivida en comunión

La lectura segunda, vuelve sobre la 1ª Carta a los Corintios como relato continuo que se va a ir desmenuzando estos domingos. Para explicar la distribución de los dones y la necesidad de un buen funcionamiento de los diversos servicios y ministerios, recurre a un símil: la Iglesia, la comunidad, es como el cuerpo (sôma) humano, organismo que no puede subsistir mas que gracias a la diversidad de sus órganos y de sus funciones, y que a pesar de su multiplicidad, es una unidad inquebrantable en razón de sus misma diversidad: ¿quien quisiera estar sin manos, o sin pies, o sin ojos, o sin oído? Pues de la misma manera sucede con el cuerpo de Cristo, con la comunidad cristiana. La fuerza de su argumentación sobre la metáfora del cuerpo no es otra que la unidad y la pluralidad. Pues lo que sucede en el cuerpo, dice Pablo, “así es también en Cristo” para dar a entender la unión entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia debe estar en Cristo y es su “cuerpo”.

Unos valdrán más que otros; unos pueden estar más preparados que otros; algunos gozar de una mayor dignidad; pero todos unidos forman la unidad del cuerpo de Cristo. Eso significa que en la Iglesia no podemos prescindir de nadie. Porque, como en el cuerpo humano, si un miembro sufre, todos sufren y todos nos necesitamos. Ese pluralismo en la unidad –que no uniformidad-, debe ser tenido muy en cuenta a la hora de saber vivir la experiencia cristiana en la Iglesia. El “vosotros sois el cuerpo de Cristo” es una afirmación que tiene su sentido en el contexto en que está hablando Pablo: los distintos carismas, servicios y actuaciones en la Iglesia. Esto, a su vez significa que el papel que cada uno juegue en la comunidad cristiana no es para sentirse superior a otros. La pluralidad se cura en la unidad, sin llegar a ser unificación de vida o de ideas; y la pluralidad se cura, como veremos en otro momento (1Cor 13), con la caridad.

Neh 8, 1-10 – 1ª lectura Domingo III Tiempo Ordinario

La identidad de un pueblo en la Ley

La primera lectura está tomada del libro de Nehemías (8,1ss) y se quiere poner de manifiesto que cinco siglos antes el escriba Esdras había inaugurado la praxis de leer la Palabra de Dios, en esta caso la Torah (el Pentateuco), que es lo que le dio identidad a este pueblo después del destierro de Babilonia. Este es un dato incontrovertible, el pueblo de Israel tiene su identidad en la fidelidad a la Torah y de ahí nacerá el judaísmo como religión que llegará a nuestros días. Es solamente después del destierro de Babilonia cuando se puede hablar de la Torah como elemento determinante. Ni siquiera en tiempos de Josías, con su reforma y el descubrimiento del libro del Deuteronomio en el templo podíamos hablar de que ya existiera.

Es esto lo que ha creado el tópico de la “religión del libro” en el judaísmo que tiene su parte de verdad, aunque requiere sus matices. En el fondo, la descripción de la lectura de hoy es propia de una época que quiere exaltar un momento determinado. De hecho, si los sacrificios y holocaustos fueron muy importantes en la religión de Israel, la lectura y meditación de la Ley va a convertirse en el primer elemento de identidad de un buen judío. Esto sigue siendo hoy determinante. Y debemos decir que es una aportación religioso-cultural del judaísmo que tiene un gran valor. Es la espiritualización de una religión, donde ya no se ven de igual manera los sacrificios de animales, aunque se seguirá practicando hasta la destrucción de templo de Jerusalén por los romanos en el a. 70 de la C. E. Pero la identidad del nuevo pueblo no radica en la Ley, sino en el evangelio de Jesucristo, que es más liberador y más humano. Los cristianos leeremos el evangelio como identidad, no la Torah, porque entre una cosa y otra existe una diferencia profética.

Comentario al evangelio – Lunes II de Tiempo Ordinario

Estamos en el comienzo del tiempo ordinario. Todavía resuenan los ecos de la Navidad, seguimos (quizá) alegrándonos porque el Hijo de Dios se hizo hombre, cuando tenemos que mirar hacia delante. Han vuelto las clases, el trabajo, han regresado los problemas de la vida ordinaria, y el Evangelio nos da cada día, como hace siempre, algún consejo para vivir cómo Dios quiere.

Hoy la cosa va de ayuno. Los discípulos de Juan el Bautista ayunaban mucho, por lo visto. Como los de los fariseos. Los ortodoxos, hasta el día de hoy, ayunan bastante. Nosotros, los católicos, guardamos el ayuno también. No por prescripción facultativa, o para adelgazar, sino para hacer hueco a Dios en nuestro interior.

A Jesús le preguntan, porque no les parecía bien lo que veían. La pregunta, quizá, tenía buena intención. No como en otras ocasiones, cuando iban “a pillar” al Maestro en alguna contradicción. Nosotros conocemos, quién más, quién menos, la vida y obras de Cristo. Los contemporáneos, no. Para ellos debía de ser difícil saber cómo interpretar todo lo que Jesús hacía y decía con absoluta libertad.

Jesús les recuerda que, con Él, debe siempre estar la alegría. En Navidad invitaba a mis parroquianos a contemplar cómo la alegría se iba expandiendo, desde María y José, a los pastores, y después, con los Magos, a todo el mundo. Si Jesús está presente, hay que alegrarse. Puede que, en algún momento, nos podamos sentir tristes. Nos visita la muerte, la enfermedad, la depresión nos ronda, pero sobre toda esta “tristeza” se encuentra la esperanza de saber que el Maestro está con nosotros. Incluso en esos momentos de tristeza, podemos siempre recordar Quién ha dado sentido a nuestra vida. No hacer mudanza, seguir orando y creer. Creer contra toda esperanza, si hace falta.

Poco sabemos en la Europa occidental de remiendos. No se lleva. En mi Castilla y León natal algo sabemos de vino. Hay muchas bodegas. Son ejemplos de la vida del tiempo de Cristo. Ahora habría que escribir “no se añade una ampliación de memoria muy grande a un ordenador antiguo” o “no se instala una aplicación muy pesada en un teléfono móvil viejito”. Lo que Jesús nos quiere decir con esos consejos es que su nuevo estilo de vida requiere un nuevo enfoque. A su vino nuevo debemos prepararle odres nuevos. Todo lo que los fariseos y los publicanos no pudieron hacer. Para intentar cada día cumplir la voluntad de Dios, debemos ser flexibles, dóciles, y vivir abiertos. Él siempre está con nosotros.

Hoy la Iglesia celebra a san Antonio, abad. Aquí podéis leer algo sobre su vida. Que siempre es útil saber más de los santos. A ver si se nos pega algo.

Alejandro Carbajo, cmf

Meditación – San Antonio Abad

Hoy celebramos la memoria de san Antonio Abad.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 19, 16-26):

En aquel tiempo, un joven se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». «¿Cuáles?», le dice él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?». Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme».

Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».

Hoy —con emoción— celebramos la memoria de san Antonio, abad. Es uno de los Padres de la Iglesia más populares. Nacido en Egipto, vivió entre los siglos III y IV. Fue uno de los primeros monjes del cristianismo y pionero entre los eremitas: después de dar sus bienes a los pobres, se retiró al desierto para llevar una vida de oración y penitencia.

«Ven y sígueme» (Mt 19,21). Sí, nos “emocionamos” porque recordando la vida ejemplar de san Antonio vemos que la Iglesia tuvo muy claro el “método” desde sus orígenes: oración, oración, oración. Podrán cambiar los tiempos y las circunstancias, podrán cambiar las necesidades pastorales o, incluso, las discusiones doctrinales…, pero lo que nunca cambiará es el camino para seguir a Jesús: oración, oración, oración. ¡A Jesucristo se le sigue rezando! ¡A Dios se le conoce y se le alcanza orando!

Y este “método” es común para todos. Los monjes eremitas, como el caso de san Antonio abad, nos dan un testimonio radical que debe ser luz para los demás. No se trata de una actitud exagerada, sino de una opción radical, como radical —firme, decidido, intocable— es cualquier amor auténtico.

«Vende lo que tienes…». Para recorrer el camino de la oración hay que andar ligeros de equipaje. Si uno va excesivamente cargado de cosas no habla ni con Dios ni con nadie: ¡va a la suya! Aprendamos de Cristo: el Hijo del hombre, por no tener, no tuvo lugar confortable ni para nacer, ni para reclinar la cabeza durante su ministerio público, ni para morir.

«Dáselo a los pobres». San Antonio abad no se “refugió” en el desierto para “defenderse” de la gente, sino para darse a Dios y, en Dios, entregarse a los hombres. Precisamente, allí donde estuvo acudieron muchos para compartir su camino o para recibir su consuelo y orientación. «La oración que agrada a Dios es aquella que pasa del encuentro personal con Él a una vida consagrada al servicio de los demás» (Papa Francisco).

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench