Comentario – Sábado II de Tiempo Ordinario

Mc 3, 20-21

Jesús entra en una casa, y allí, de nuevo, acude la muchedumbre… 

Al principio de su vida pública, ya hemos visto a Jesús suscitar el entusiasmo de las gentes sencillas. ¡Marcos presenta a menudo a Jesús acosado por la muchedumbre! ¡La muchedumbre! ¡La multitud! Es una de las características del evangelio. Jesús, ni únicamente, ni principalmente, no se puso en contacto con personas individuales: son muchedumbres numerosas las que le rodean, al principio. Estas irán disminuyendo a medida que Jesús vaya presentando exigencias más precisas, y misterios más difíciles de admitir.

Las muchedumbres de hoy… ¿qué hacen?, ¿qué desean? ¿Estamos atentos a los grandes movimientos colectivos que levantan a masas enteras?

Tanto que no podían ni comer. 

Jesús, totalmente entregado a su tarea.

Jesús, absorbido por su trabajo misionero.

Jesús, no tiene tiempo ni para comer.

Jesús, «hombre comido» por las gentes.

Jesús no tiene tiempo ni de pensar en Sí mismo.

Contemplo detenidamente todas esas cosas.

Nos quejamos a menudo de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX.

Pues bien, Jesús vivió todo esto, esta sobrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones.

Gracias, Señor, por haber vivido esta experiencia de nuestra condición humana.

Ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas.

Ayúdanos a guardar el equilibrio.

Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial.

Ayúdanos a saber encontrar tiempo… para la oración, por ejemplo.

Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: «¡Está fuera de Sí!» 

He aquí lo que se decía en familia. «¡Está loco!» Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros…

Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo.

Los «adversarios» de Jesús son de dos tipos:

—en primer lugar su parentela (Marcos 3, 20-21) que quiere recuperarle, tenerle.

—y luego los escribas (Marcos 3, 22-30) que le acusan de estar «poseído del demonio».

Inmediatamente, Jesús pondrá las cosas en su punto: su verdadera parentela, su verdadera familia, no es la de la sangre, sino la de la Fe (Mc 3, 31-35).

¿Cómo reaccionamos, cuando vemos que ciertos miembros de nuestras comunidades toman actitudes más comprometidas, más arriesgadas? También nosotros, ¿consideramos «poco razonables», ciertas decisiones proféticas de la Iglesia de hoy? En la gran mutación del mundo, ¿no es conveniente, conservar fría la cabeza… y hacer a la vez algunas locuras?

Noel Quesson
Evangelios 1