Homilía – Domingo V de Tiempo Ordinario

DEL ENCUENTRO A LA MISIÓN

CONTEXTO ECLESIAL

Para comprender el sentido y el mensaje de este relato simbólico es necesario situarse en la perspectiva del evangelista Lucas y su intención al ofrecerlo. Cuando escribe este pasaje está pensando, sin lugar a duda, en la gran pesca de la Iglesia primitiva: aceptando el anuncio de Pedro, Pablo y demás mensajeros, son muchos, sobre todo paganos, los que se han integrado en las comunidades eclesiales; son las «redes repletas», las «barcas a punto de hundirse» a que alude el relato. Pero no se rompe la unidad de la Iglesia a pesar del número de miembros que la componen y de la diversidad de sus culturas. Y esto a pesar de que las aguas parecían estériles y de la experiencia negativa de la noche inútil.

Estamos, pues, ante un relato vocacional, escrito a la luz de la Pascua y en cuyo trasfondo están los relatos vocacionales de los profetas, en los cuales siempre se destaca un encuentro deslumbrador con Dios. El encuentro es siempre un envío. Junto con el envío ofrece la garantía de su presencia confortadora durante la misión («no temas»).- Por eso, a pesar de parecer una misión imposible (aguas infecundas), resulta una «pesca milagrosa», porque se han echado las redes «en nombre» del Señor.

En el relato, y por razones literarias, primero está la pesca y después la vocación y el seguimiento; en el orden real, sabemos que fue al revés: primero fue la vocación, el envío, y después la cosecha apostólica. Lucas termina diciendo: «Ellos, dejándolo todo, le siguieron». Es la respuesta fiel a la llamada.

No hemos de olvidar que estamos ante un relato simbólico. Jesús, como buen pedagogo, partió de la realidad humana de los apóstoles galileos, casi todos ellos pescadores o que conocían bien el trabajo de la pesca. Vertió sus ideas y mensajes en los moldes de la cultura popular de su época. Pero

esto no significa que hayamos de apurar el símbolo hasta encontrar en sus mínimos detalles pautas de conducta. El símbolo sólo es válido en la medida en que responde al mensaje que se quiere comunicar con él. ¿Quién no cae en la cuenta de lo peligroso que es llevar a sus últimas consecuencias el paralelismo del rebaño y el pastor? Ni los cristianos somos pescadores ni los no-cristianos son peces; de la misma forma que los sacerdotes no son pastores ni los cristianos ovejas. Como señalé a propósito de la imagen neotestamentaria de Jesús, el Buen Pastor, es preciso tener presentes otras imágenes, símbolos y parábolas para entender en su integridad el Evangelio. Se completan entre sí. Ni siquiera la suma de todas ellas es capaz de contener todo lo que quiso decir Jesús.

 

LA FE ES UN COMPROMISO MISIONERO

Los cristianos, tradicionalmente, entendían este relato como referido a la jerarquía eclesial y a los llamados ministerialmente a la evangelización. Pero no es así. En este caso, Pedro y sus compañeros no encarnan sólo a los guías de la Iglesia sino a todo el pueblo de Dios que asume, por envío de Jesús, la tarea de continuar su misión evangelizadora.

Tenemos, entre otros muchos testimonios conciliares y eclesiales, el de Pablo VI en su valiosa y valorada exhortación apostólica Evangelización del mundo contemporáneo (EN 13). La orden dada a los Doce: «Id y proclamad la Buena Noticia» vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Todo encuentro con el Señor comporta un envío. Lo pone de manifiesto el Señor con sus discípulos, a los que llama para enviarles. Sus encuentros pospascuales son envíos. Es lo que ocurrió con las vocaciones proféticas y con

Pablo. Éste expresa la corresponsabilidad con la atrevida alegoría del cuerpo humano. No se entiende ningún miembro pasivo u ocioso. Cada uno tiene su misión para bien del cuerpo. Lo mismo ocurre con los miembros de la comunidad. Cada uno tiene su carisma para el servicio de la comunidad y para su misión entre los hombres.

Desgraciadamente, la praxis está muy lejos de esta exigencia de la fe. Sabemos que uno de los grandes males endémicos de la Iglesia en los últimos siglos ha sido precisamente su división en una pequeña clase activa que asumió toda la responsabilidad, la jerarquía, y una inmensa y mayoritaria clase pasiva que se contentó con recibir el bautismo y vivir cumpliendo de alguna manera con una tradición cristiana. Nuestras comunidades todavía se resienten del clericalismo de unos y de la inoperancia de otros. La mayoría de los cristianos se siente Iglesia solamente por referencia a la jerarquía sacerdotal. Baste el detalle de que cuando decimos la palabra «Iglesia», automáticamente pensamos en los obispos y sacerdotes.

Si esto sucede en el plano universal, exactamente lo mismo sucede con las comunidades parroquiales. En ellas, unos son los padres, que piensan y deciden por todos, y otros los hijos pequeños, que maman del pecho de mamá y esperan las órdenes de papá. Unos han pecado de absorbentes y otros de pasivos. Hoy urge salir de este círculo vicioso. Al fin y al cabo, el que dirige la pesca es Jesucristo y actuamos en su nombre.

CONDICIONES PARA LA MISIÓN

«Sois pescadores de hombres», nos dice también el Señor. Nos invita a echar las redes, a anunciar la Buena Noticia, a proponer el Evangelio como camino de vida. Pero, tal vez, nos viene a la boca el reparo desengañado de los apóstoles: «Ya lo he intentado muchas veces; ya les he invitado a incorporarse a nuestro grupo cristiano, a retornar a la práctica religiosa… pero todo inútil». Quizás no hemos sabido dar la Buena Noticia. El primer intento de pesca por parte de los apóstoles les resultó fallido. A veces se encontraron con el fracaso. La razón es que no habían puesto las condiciones necesarias para la eficacia de la misión. Estas condiciones son:

Encuentro fascinante con el Señor. Experiencia de liberación, de plenitud de vida, gracias a la comunión con él.

Amor apasionado al hombre. Compartir el amor ardiente de Jesús por las personas. Si las queremos de verdad, hemos de invitarles a hacer la experiencia de adhesión a Jesucristo, que da sentido a la vida y colma de dicha.

Ir en nombre del Señor. Discernir la voluntad de Dios para saber dónde quiere y cómo quiere que actuemos. Dijo Pedro: «En tu nombre echaremos las redes». Y el éxito fue increíble.

Actuar desde el amor y el espíritu de servicio. Sin buscar protagonismo. Nuestro orgullo, que genera con frecuencia conflictos, echa a perder la obra de Dios. Si el enviado, más que buscar el Reino de Dios, se busca a sí mismo en la tarea, el fracaso está asegurado, aunque deslumbre con éxitos momentáneos.

Derrochar entusiasmo. Los apóstoles hablan con un entusiasmo que enciende (porque están encendidos), hasta el punto de que algunos comentan: «Éstos están bebidos» (Hch 2,13). Sólo el entusiasmo y el calor contagian.

Con optimismo. Por un doble motivo: Porque los manjares del banquete del Reino al que queremos invitar son de primera calidad, preparados a la medida de las exigencias del hombre. Por eso afirmaba Tertuliano: «Todo hombre es naturalmente cristiano». Es, digamos, cristiano de deseo. Optimismo también porque contamos con la presencia del Espíritu del que somos mediación suya en la tarea misionera. «En tu nombre», responde Pedro a la invitación. Marcos deja constancia de que el Señor confirmaba con señales sus mensajes (Me 16,20).

Organizadamente. El pasaje evangélico hace referencia a la colaboración de las barcas que salieron a faenar: «Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían». Con este gesto señala el evangelista que es necesaria la colaboración organizativa en la tarea de la evangelización y en las acciones para mejorar la sociedad.

Con el lenguaje contundente del testimonio. Todo anuncio profético o misionero que no esté avalado por el testimonio personal y comunitario deviene en palabrería fastidiosa e inútil. Pablo VI lo afirma reiteradamente en su exhortación

Atilano Alaiz

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