Hoy la palabra de Dios nos propone diversas experiencias vocacionales. Todas ellas pasan por una llamada–audición, una conciencia de indignidad y una repuesta generosa que supera incertidumbres, miedos y cobardías.
Isaías, el profeta, se siente perdido ante la presencia de Dios, que se le manifiesta, porque se sabe hombre de labios impuros (como impuro es el pueblo en el que habita). Su sensación de impureza, su conciencia de culpa, le hacen temblar al percibir la cercanía del Dios puro. La presencia de la pureza hace que la impureza se aprecie con más virulencia o se sienta con más viveza.
Pero alguien toca sus labios con fuego purificador y le hace sentir que su culpa ha desaparecido, que le han perdonado su pecado. Y, puesto que ha dejado se ser hombre de labios impuros, ya puede hablar de la pureza que han contemplado sus ojos y que ha purificado sus labios; ya está en condiciones de ser enviado. Por eso, a la voz de Dios que pide un apóstol (¿a quién mandaré?) y un representante (¿quién irá por mí?), el hombre de labios impuros ya purificado responde: Aquí estoy, mándame: respuesta confiada, valiente, generosa. Aquí estoy, y no simplemente «aquí tienes», sino «aquí me tienes». Mándame: donde quieras, cuando quieras, a quienes quieras, para lo que quieras. Esta es su disponibilidad a la llamada del Señor. Así pasó a ser profeta en medio de un pueblo de labios impuros.
La experiencia de Simón Pedro fue similar: está en presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. A la propuesta o mandato de Jesús: Echad las redes, Simón se remite a una constatación empírica: Hemos estado trabajando toda la noche y no hemos cogido nada. La experiencia reciente desaconsejaba, por tanto, esta acción. Pero, en atención a su maestro, echa las redes, aunque no parece que con demasiada convicción. Entonces sucede lo inesperado: las redes se llenan de peces hasta reventar.
En ese preciso instante, Simón Pedro experimenta una fuerte sensación de indignidad: apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Pedro se siente pecador porque ha desconfiado de la palabra, de la competencia y del poder de su Maestro y Señor. Lo grandioso de la acción de Jesús le ha hecho sentir más vivamente su pequeñez y su pecado. Por eso se siente indigno de estar junto a él, de ser su discípulo, de tenerle por amigo. Y mucho más indigno se sentiría ante la idea de tener que representarle. Es precisamente éste el momento en que Jesús le dice: No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Y le ofrece la oportunidad de sumarse a su misión con un nuevo oficio que será prolongación del suyo: el oficio de predicar, de rescatar, de salvar: el oficio sacerdotal. Y a la oferta, Pedro respondió con prontitud, decisión y radicalidad; pues dejándolo todo, lo siguieron. Ese todo implicaba posesiones, pero también lazos familiares y afectivos.
El caso de Pablo es distinto; pero también el de un vocacionado en el que ha actuado con fuerza transformante la gracia de Dios. Él habla ya desde su condición de apóstol (o enviado) que ha proclamado un evangelio que ha encontrado aceptación en muchos; no por eso deja de sentirse el menor de los apóstoles, hasta el punto –dice- de no merecer llamarse apóstol.
Y tenía sus razones: no ha compartido con Jesús experiencias vitales como otros; se ha incorporado al apostolado en un segundo momento; ha sido incluso adversario de ese Evangelio que ahora proclama y de ese Credo que ahora profeta y transmite… Tenía, pues, motivos para sentirse indigno apóstol de Cristo. Pero eso no le hace renunciar a su misión. Sabe que si ahora es apóstol es porque Dios lo ha llamado desde su propia indignidad, haciéndole ver dónde está la verdad que debe ser anunciada, y él ha sabido responder trabajando más que nadie –dice con orgullo-, aunque en esta tarea no ha estado solo. Siempre le ha acompañado la gracia (=fuerza) de Dios. Por eso puede decir que es lo que es por la gracia de Dios.
Todos, como cristianos, hemos sido llamados a realizar una tarea determinada en la vida. Sea la que sea, siempre hemos de ejecutarla como llamados por Dios para eso. Tengamos presente esta llamada y la gracia que la acompaña.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística