Comentario – Domingo V de Tiempo Ordinario

Hoy la palabra de Dios nos propone diversas experiencias vocacionales. Todas ellas pasan por una llamadaaudición, una conciencia de indignidad y una repuesta generosa que supera incertidumbres, miedos y cobardías.

Isaías, el profeta, se siente perdido ante la presencia de Dios, que se le manifiesta, porque se sabe hombre de labios impuros (como impuro es el pueblo en el que habita). Su sensación de impureza, su conciencia de culpa, le hacen temblar al percibir la cercanía del Dios puro. La presencia de la pureza hace que la impureza se aprecie con más virulencia o se sienta con más viveza.

Pero alguien toca sus labios con fuego purificador y le hace sentir que su culpa ha desaparecido, que le han perdonado su pecado. Y, puesto que ha dejado se ser hombre de labios impuros, ya puede hablar de la pureza que han contemplado sus ojos y que ha purificado sus labios; ya está en condiciones de ser enviado. Por eso, a la voz de Dios que pide un apóstol (¿a quién mandaré?) y un representante (¿quién irá por mí?), el hombre de labios impuros ya purificado responde: Aquí estoy, mándame: respuesta confiada, valiente, generosa. Aquí estoy, y no simplemente «aquí tienes», sino «aquí me tienes». Mándame: donde quieras, cuando quieras, a quienes quieras, para lo que quieras. Esta es su disponibilidad a la llamada del Señor. Así pasó a ser profeta en medio de un pueblo de labios impuros.

La experiencia de Simón Pedro fue similar: está en presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. A la propuesta o mandato de Jesús: Echad las redes, Simón se remite a una constatación empírica: Hemos estado trabajando toda la noche y no hemos cogido nada. La experiencia reciente desaconsejaba, por tanto, esta acción. Pero, en atención a su maestro, echa las redes, aunque no parece que con demasiada convicción. Entonces sucede lo inesperado: las redes se llenan de peces hasta reventar.

En ese preciso instante, Simón Pedro experimenta una fuerte sensación de indignidad: apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Pedro se siente pecador porque ha desconfiado de la palabra, de la competencia y del poder de su Maestro y Señor. Lo grandioso de la acción de Jesús le ha hecho sentir más vivamente su pequeñez y su pecado. Por eso se siente indigno de estar junto a él, de ser su discípulo, de tenerle por amigo. Y mucho más indigno se sentiría ante la idea de tener que representarle. Es precisamente éste el momento en que Jesús le dice: No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Y le ofrece la oportunidad de sumarse a su misión con un nuevo oficio que será prolongación del suyo: el oficio de predicar, de rescatar, de salvar: el oficio sacerdotal. Y a la oferta, Pedro respondió con prontitud, decisión y radicalidad; pues dejándolo todo, lo siguieron. Ese todo implicaba posesiones, pero también lazos familiares afectivos.

El caso de Pablo es distinto; pero también el de un vocacionado en el que ha actuado con fuerza transformante la gracia de Dios. Él habla ya desde su condición de apóstol (o enviado) que ha proclamado un evangelio que ha encontrado aceptación en muchos; no por eso deja de sentirse el menor de los apóstoles, hasta el punto –dice- de no merecer llamarse apóstol.

Y tenía sus razones: no ha compartido con Jesús experiencias vitales como otros; se ha incorporado al apostolado en un segundo momento; ha sido incluso adversario de ese Evangelio que ahora proclama y de ese Credo que ahora profeta y transmite… Tenía, pues, motivos para sentirse indigno apóstol de Cristo. Pero eso no le hace renunciar a su misión. Sabe que si ahora es apóstol es porque Dios lo ha llamado desde su propia indignidad, haciéndole ver dónde está la verdad que debe ser anunciada, y él ha sabido responder trabajando más que nadie –dice con orgullo-, aunque en esta tarea no ha estado solo. Siempre le ha acompañado la gracia (=fuerza) de Dios. Por eso puede decir que es lo que es por la gracia de Dios.

Todos, como cristianos, hemos sido llamados a realizar una tarea determinada en la vida. Sea la que sea, siempre hemos de ejecutarla como llamados por Dios para eso. Tengamos presente esta llamada y la gracia que la acompaña.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo V de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Como una ofrenda de la tarde,
elevamos nuestra oración;
con el alzar de nuestras manos,
levantamos el corazón.

Al declinar la luz del día,
que recibimos como don,
con las alas de la plegaria,
levantamos el corazón.

Haz que la senda de la vida
la recorramos con amor
y, a cada paso del camino,
levantemos el corazón.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Rom 11, 33-36

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A Él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ Y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios.

PRECES
Glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Padre todopoderoso, haz que florezca en la tierra la justicia
— y que tu pueblo se alegre en la paz.

Que todos los pueblos entren a formar parte en tu reino,
— y obtengan así la salvación.

Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia
— y sean siempre fieles a su mutuo amor.

Recompensa, Señor, a nuestros bienhechores
— y concédeles la vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge con amor a los que han muerto víctimas del odio, de la violencia o de la guerra
— y dales el descanso eterno.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado IV de Tiempo Ordinario

¡VENID A DESCANSAR UN POCO!

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy te pido que sepa liberarme de todos los ruidos, de todos los quehaceres, de todas preocupaciones, y sienta la alegría de tus discípulos   cuando les invitaste a descansar. No dudo que el paisaje era bonito, que desde ese lugar se respiraba el olor a campo; pero lo que realmente hacía precioso el lugar era que “estaban contigo”. Tú eres para mí  el verdadero descanso. Dame,  la dicha de descansar hoy un rato a tu lado. .

2.- Lectura reposada del texto evangélico. Marcos 6, 30-34

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

3.-Lo que dice el texto evangélico.

Meditación-Reflexión

Jesús invita a sus discípulos a descansar un poco. El descanso lo hacen con Él. “Yo seré vuestro descanso”. En realidad descansamos cuando estamos con las personas que amamos: descansa el niño en los brazos de su madre y el amigo con el amigo y el esposo con su esposa. Y el hombre-varón y mujer- descansa con su Dios.  “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (San Agustín). Pero descansar en Dios no significa desentenderse de aquellos que no tienen descanso, de aquellos que sufren, que lo pasan mal. En el evangelio de hoy vemos que Jesús, al ver a la gente como ovejas sin pastor, “se le removían las entrañas”. No basta  que se muevan nuestras manos, nuestros pies, si no se nos mueve antes el corazón. Decía a sus  monjas San Vicente Paúl: “hermanas, más corazón en las manos”. Más corazón en las manos y en los pies, y en la cabeza y, sobre todo, más corazón en el corazón. Que el corazón más que un músculo del cuerpo sea un vehículo de amor.

Palabra del Papa.

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva aparte, a un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. «Muchos entretanto los vieron partir y entendieron… y los anticiparon». Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, ‘fotografiando’ por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”. Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los «verbos del Pastor». El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre «con los ojos de corazón». Estos dos verbos: «ver» y «tener compasión», configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Qué bello es esto!  (S.S. Francisco, Angelus del19 de julio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Iré hoy a la oración a descansar un rato con mi amigo Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra y yo ahora le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, quiero darte gracias porque eres muy humano. Invitas a tus discípulos a descansar. Pero tú sabes bien que no es lo mismo descansar contigo o descansar sin  ti. Si no estoy en paz contigo, me rinde el sueño, pero no descanso. Tú eres para mí mi mejor almohada. Contigo, puedo dormir a pierna suelta. Incluso, contigo puedo también  soñar.

¡Venid a descansar un poco!

¡VENID A DESCANSAR UN POCO!

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy te pido que sepa liberarme de todos los ruidos, de todos los quehaceres, de todas preocupaciones, y sienta la alegría de tus discípulos   cuando les invitaste a descansar. No dudo que el paisaje era bonito, que desde ese lugar se respiraba el olor a campo; pero lo que realmente hacía precioso el lugar era que “estaban contigo”. Tú eres para mí  el verdadero descanso. Dame,  la dicha de descansar hoy un rato a tu lado. .

2.- Lectura reposada del texto evangélico. Marcos 6, 30-34

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

3.-Lo que dice el texto evangélico.

Meditación-Reflexión

Jesús invita a sus discípulos a descansar un poco. El descanso lo hacen con Él. “Yo seré vuestro descanso”. En realidad descansamos cuando estamos con las personas que amamos: descansa el niño en los brazos de su madre y el amigo con el amigo y el esposo con su esposa. Y el hombre-varón y mujer- descansa con su Dios.  “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (San Agustín). Pero descansar en Dios no significa desentenderse de aquellos que no tienen descanso, de aquellos que sufren, que lo pasan mal. En el evangelio de hoy vemos que Jesús, al ver a la gente como ovejas sin pastor, “se le removían las entrañas”. No basta  que se muevan nuestras manos, nuestros pies, si no se nos mueve antes el corazón. Decía a sus  monjas San Vicente Paúl: “hermanas, más corazón en las manos”. Más corazón en las manos y en los pies, y en la cabeza y, sobre todo, más corazón en el corazón. Que el corazón más que un músculo del cuerpo sea un vehículo de amor.

Palabra del Papa.

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva aparte, a un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. «Muchos entretanto los vieron partir y entendieron… y los anticiparon». Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, ‘fotografiando’ por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”. Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los «verbos del Pastor». El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre «con los ojos de corazón». Estos dos verbos: «ver» y «tener compasión», configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Qué bello es esto!  (S.S. Francisco, Angelus del19 de julio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Iré hoy a la oración a descansar un rato con mi amigo Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra y yo ahora le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, quiero darte gracias porque eres muy humano. Invitas a tus discípulos a descansar. Pero tú sabes bien que no es lo mismo descansar contigo o descansar sin  ti. Si no estoy en paz contigo, me rinde el sueño, pero no descanso. Tú eres para mí mi mejor almohada. Contigo, puedo dormir a pierna suelta. Incluso, contigo puedo también  soñar.

Echad las redes

1.- «Él año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo» (Is 6, 1) Isaías contempla, entre extasiado y atónito, el grandioso espectáculo que se despliega ante sus ojos. Los cielos se han abierto, todo ha desaparecido de su vista, la opacidad de las cosas terrenas ha quedado bañada por la brillante policromía del mundo de la luz. Y allá, en lo alto, en lo más excelso, está sentado el Señor, llenando con su esplendor el recinto del templo.

Un canto nunca oído, una melodía jamás escuchada, una sinfonía inefable suena. La letra de esa música es tan sencilla como sublime: ¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria…! Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de sus voces, y el templo estaba lleno de humo. Una visión rutilante y terrible, una mezcla de paz y de horror. El profeta exclama asustado: ¡Ay de mí, estoy perdido!

Quizás por eso, Dios mío, té escondes. Quizás por no asustarnos te ocultas tras este mundo que has hecho de la nada. Sí, eso es más asequible para nosotros. Pero tenemos el peligro de no descubrirte, de quedar insensibles ante una flor abierta al rocío irisado, ante el espectáculo radiante de una alborada, ante el río que sigue su trote entre las piedras y los árboles. Tenemos el peligro de no pensar en ti cuando la noche llega, cuando nace la mañana, cuando la muerte pasa, cuando la vida empieza. No te pido que aparezcas ante nuestros ojos como apareciste ante el profeta Isaías. Pero sí te pido que sepamos descubrirte, y adorarte, tras el bello y sencillo transcurrir de todos los días.

«Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos» (Is 6, 5) Está temblando el profeta. Lo había dicho el Señor a Moisés: No puede verme hombre alguno y vivir. Por eso Isaías espera, de un momento a otro, rodar por tierra sin vida. Es el terror ante Dios, ese sentimiento que tiene el hombre cuando siente la grandeza y el poder divinos. Sentimiento tan lejano de esa apatía y frialdad del hombre sin sensibilidad religiosa, incapaz de percibir, ni de lejos, el mundo de lo sobrenatural.

Danos fe, Señor. Abre nuestros ojos, te lo pedimos otra vez, para que podamos reconocerte, sentirte presente en el fondo de nuestra alma. Y haz que temamos con el temor santo que es el principio de la sabiduría. Danos un respeto hacia ti, tan profundo que nos haga temblar ante la sola posibilidad de ofenderte.

Entonces podremos responder a la llamada del Señor y, con los mismos acentos que el profeta Isaías, decirle: Aquí me tienes, envíame a donde tú quieras. Apoyado en tu poder y confiando en tu amor seré capaz de las más grandes hazañas… Sin darnos cuenta, el temor se habrá cambiado en esperanza, el miedo en la intrepidez de la fe.

2.- «Te doy gracias, Señor, de todo corazón…» (Sal 137, 1) A menudo, dar las gracias no es más que un gesto de cortesía, un detalle de buena educación que sale de forma espontánea, cuando no rutinaria. Dar las gracias es un hábito que el hombre adquiere desde pequeño, a fuerza de responder a la pregunta de: niño, ¿qué se dice? Y así, después de una y otra vez, el niño que se hace hombre acaba por decir gracias, sin que nadie le haga ninguna indicación.

Es muy significativo este fenómeno de aprender a decir gracias. Ese aprendizaje es un síntoma más de nuestro egoísmo, ya que lo lógico sería que después de cada beneficio, por pequeño que fuera, sintiéramos la necesidad de agradecer inmediatamente el favor recibido. Pero somos así, desagradecidos por naturaleza. Sin embargo, hay que luchar contra ese egoísmo, hay que aprender a decir gracias siempre. Y más aún en el caso de Dios, puesto que más grandes son los beneficios que de Él recibimos. En este caso nunca la acción de gracias puede quedar en una mera fórmula de cortesía, antes al contrario, nuestra gratitud ha de brotar de lo más hondo del corazón.

«Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y por tu lealtad» (Sal 137, 2) Sí, Señor, gracias por ser tan bueno, por tener esas entrañas de compasión. Gracias por tu misericordia, por tu inmensa capacidad de comprensión y de cariño. Gracias por tu profunda ternura, por tu desinterés personal; por tu gran preocupación por nosotros, que tan pocos títulos tenemos para interesar a quien nada necesita. Gracias por fijarte en nuestra pequeñez, tú que tan grande eres, gracias por tu incompresible amor, por esa tu locura divina que te llevó hasta la muerte en una cruz.

Y gracias también por tu lealtad, por tu irrompible fidelidad, por tu firmeza. Gracias, Dios mío, por ser siempre fiel a tu palabra. Gracias, Señor, sobre todo porque nuestros pecados no enfriaron tu amor, sino que tu compasión lo han encendido todavía más… Dios mío, cómo es posible, Amor mío, que queriéndonos tanto como nos quieres, te queramos tan poco como te queremos.

3.- «Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis…» (1 Co 15, 1)En muchas ocasiones repite el Apóstol su mensaje de salvación. Él es consciente de esta insistencia casi machacona, de este recordar una y otra vez cuáles son las promesas de Jesús, cuál es el camino a recorrer, cuáles son las obligaciones que cumplir. Y no le importa repetirse, y los fieles vuelven a escuchar sus palabras y tratan de ponerlas en práctica.

El hombre es olvidadizo por naturaleza; el paso del tiempo va borrando sus ideas, deformándolas, sustituyéndolas por otras distintas a las anteriores, incluso contrarias quizás. Por eso es preciso que se nos digan las cosas muchas veces. Por otra parte, tenemos malas entendederas, y también malas «explicaderas». Oímos las cosas desde nuestro punto de vista, determinado irremediablemente por nuestros propios prejuicios. Y sólo después de oírlas en muchas ocasiones vamos comprendiendo el verdadero sentido de lo que se nos dice.

Y no se trata sólo de entender, sino sobre todo de hacer. Y entonces se necesita todavía más la repetición de las ideas. Al fin y al cabo es la psicología del anuncio, la técnica elemental de una buena propaganda. Con una diferencia decisiva. Que en cualquier otra cosa, si no hacemos caso, no nos jugamos la salvación eterna, y en esto de aceptar o no el Evangelio sí que nos la jugamos.

«Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido…» (1 Co 15, 3) Los cristianos de Corinto aceptaron el Evangelio, fundaron sus vidas en él. Y gracias a eso estaban en vías de salvación, vivían libres de la esclavitud del pecado, libres de la angustia, del miedo, de la tristeza. Y como ellos, también nosotros hemos de conservar en nuestras vidas el Evangelio que se nos han anunciado.

Aquí hay un detalle que hemos de subrayar. Pablo dice que él ha transmitido el mensaje evangélico tal como lo recibió, ni más ni menos. Él no ha inventado nada. No ha paliado las dificultades. No ha plegado la doctrina de Cristo a las circunstancias de sus oyentes, sino que por el contrario, ha intentado que esas circunstancias se plegasen a la doctrina del Señor, se amoldaran a sus exigencias.

No hay otro camino de salvación. O somos fieles a Cristo presente en su Iglesia, o viviremos en continua zozobra, caminando por caminos peligrosos e intransitables. Hemos de vivir lo que hemos recibido y tal como lo hemos recibido. Pretender otra cosa es «salirse de madre», desbordar nuestras propias vidas, dejarlas encharcadas y podridas, sin permitir que las aguas corran limpias por sus verdaderos cauces.

4.- «Subió a una de las barcas, la de Simón…» (Lc 5, 3) A orillas del lago de Genesaret tuvieron lugar muchos encuentros de Jesús con la muchedumbre. Paisaje sencillo de barcas y pescadores, de montañas y de aguas claras y azules. También allí llamó el Maestro a los primeros apóstoles que eran pescadores y siguieron siéndolo después. Aquellos momentos han quedado en la vida cristiana como ejemplo y modelo de esos otros encuentros que, a lo largo de la historia, se han ido repitiendo. Entregas generosas y decididas a este Señor y Dios nuestro que sigue cerca de nosotros, para llamamos a colaborar con él en esta tarea de salvar a todos los hombres que existen y que existirán.

Hoy se nos narra una de las pescas milagrosas que aquellos pescadores lograron gracias a la fe que tenían en Jesús. Con la sinceridad de siempre, Pedro dice al Maestro que están cansados de lanzar la red durante toda la noche, sin conseguir nada. Pero por darle gusto, por obedecerle harán otra tentativa. Lección meridiana de confianza total en el poder de Dios, ejemplo de audacia en acometer las más difíciles y arriesgadas empresas, incluso las que nos parecen imposibles. Hay que decir como Pedro: Señor, porque tú lo quieres, volveré a lanzar mi red. Estemos seguros de que nuestro intento y nuestro esfuerzo no quedará sin fruto abundante, más del que nosotros pensamos.

Después del prodigio, Pedro se siente anonadado, indigno de ser amigo de Jesús de Nazaret. Apártate de mí, le dice, que soy un pecador. Es una reacción lógica y hasta buena. Todo el que comprenda la grandeza de Dios y piense en su propia miseria, ha de sentirse indigno de ser amigo del Señor, incapaz de hacer nada bueno y, mucho menos, de entregarse a su servicio y consagrar la propia vida a su inmenso amor. Al mirar nuestra condición de pecadores, nos asustamos de la cercanía de Dios, nos sentimos manchados en su presencia. Uno quisiera huir y contemplar de lejos, casi a escondidas, la magnificencia y bondad del Señor.

Y sin embargo, Jesús elige a ese pobre pecador que era san Pedro. No temas, le dice, desde ahora serás pescador de hombres. Entonces aquel hombre rudo, avezado sólo en barcas y peces, se olvida de sí mismo y, como hizo antes, obedece a la voz de Cristo y se fía plenamente de él. Cuando llegue el momento, echará otra vez sus redes, ahora tejidas de palabras y oraciones, de gozosas renuncias, y de nuevo se repetirá el milagro de una pesca milagrosa. El primer momento de Pentecostés se repetirá mil veces en la persona de otros que, como Pedro y a pesar de su propia condición, confíen plenamente en la palabra de Jesucristo y echen, animosos e incansables, sus redes en todas las aguas y los vientos del mundo.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado IV de Tiempo Ordinario

Mc 6, 30-34

Después de su primera «misión» volvieron los apóstoles a reunirse con Jesús… 

Es la hora del «informe» a los demás… Se actúa y luego se «revisa» la acción para mejor comprenderla en la Fe, y mejorar las próximas intervenciones apostólicas.

Hoy también se hacen muchas «reuniones». Se trabaja mucho en grupo, en la vida escolar, profesional, en la investigación. Las Asociaciones y Sindicatos de todas clases convocan a sus miembros para «poner en común» ideas y proyectos.

Me agrada, Señor, descubrir, una vez más cómo sus métodos de trabajo corresponden en profundidad a la naturaleza del hombre, que es un ser de relación y de participación.

Muchos cristianos han comprendido hoy que su Fe se robustecería si decidieran «reunirse» con otros hermanos para dialogar sobre ella. Señor, ayuda a otros muchos a descubrir, a comprender esto a su vez.

Este es ya el sentido de la Asamblea eucarística del domingo: después de su misión durante la semana, los cristianos se reúnen junto a Jesús…

¿Considero yo así mi participación en la misa? Pero es preciso que muchos cristianos se decidan a hacer más, aceptando otras «reuniones» donde participen con otros en una reflexión y una acción colectiva… en la que la Fe sea el fermento de la reflexión y de la acción.

Le contaron cuanto habían hecho y enseñado…

Una gracia a pedir al Señor: la revisión de vida apostólica.

Esta revisión de nuestra vida con Jesús, es una de las formas mas útiles de oración.

Cada noche debería darnos ocasión para «relatar» a Jesús «lo que hemos hecho». Si así lo hiciéramos cada día, podríamos dar un contenido mucho más rico a la «ofrenda» de nuestras misas y a nuestras puestas en común de equipos apostólicos. Ayúdanos, Señor, a revisar contigo nuestras vidas.

El les dijo: «Venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco.» Pues eran muchos los que iban y venían y ni espacio les dejaban para comer. Fuéronse en la barca a un lugar desierto…

Hay un grado de sobrecarga, de tensión nerviosa, que resulta nefasto para el apostolado como para todo equilibrio simplemente humano.

¡Gracias, Señor, por recordárnoslo! Y por ocuparte del «descanso» y de la distensión de tus apóstoles, después de un pesado período de misión.

Necesidad de silencio, de recogimiento, de soledad.

Esencial al hombre de todas las épocas… pero especialmente indispensable al hombre moderno, en la agitación de la vida de hoy.

¿Qué parte de mis jornadas o de mis semanas dedico voluntariamente al «desierto»?

Las gentes ven alejarse a Jesús y a sus discípulos… De todas partes corren hacia allá y ¡llegan antes que ellos! Al desembarcar, Jesús ve una gran muchedumbre. Se compadece de ellos porque son como «ovejas sin pastor». Y se pone a enseñarles detenidamente. 

Este será un problema permanente de la Iglesia: la tensión entre «el pequeño rebaño» de los fieles… y el inmenso redil de la muchedumbre que espera…

Jesús hubiera querido consagrarse a la formación más a fondo de su «pequeño grupo» … pero cede a la llamada de la multitud. Se deja acaparar. Es su debilidad. El también se ha encontrado ante algunas urgencias. El también ha permitido que estorbasen sus planes y sus proyectos… por amor, «compadecido».

Señor, consérvanos disponibles, aun en el seno mismo de nuestros planes muy bien previstos.

Noel Quesson
Evangelios 1

¡Que no decaiga el ánimo!

1.-Seguir a Jesús es relativamente fácil. Llevar a cabo todo su programa evangélico es poco menos que imposible. Isaías, en su propio oficio, recibió la llamada del Señor. Pedro y Juan también. Y ¿Nosotros? ¿Hemos sentido en algún momento ese aldabonazo que ha conseguido marcar y orientar nuestra existencia? ¿Nos hacemos mar adentro dejando, detrás de nosotros, los pequeños horizontes que nos impiden contemplar la grandeza de la salvación de Dios?

Hasta ahora, nuestros ojos y nuestras dudas, estaban en el Señor. Sus Palabras nos dejaron boquiabiertos, su afán universal, por el contrario, a punto estuvo de costarle el bajar por un desfiladero.

El Señor, no quiere ir en solitario. El Señor, si algo quiere, es un buen equipo. Su reino lo quiere llevara cabo con hombres y mujeres de carne y hueso. Pero, eso sí, conscientes de que el poder y la respuesta a cada situación no está tanto en los medios y en las horas que invertimos, sino en la firme promesa de que El nos acompañará.

2.- ¿Qué las iglesias en algunos lugares están casi desiertas? Por la Palabra del Señor, tendremos que seguir insistiendo en que, la fe, llena de esperanza y de ilusión a aquellos que frecuentan los lugares sagrados

–¿Que las familias han dejado de ser cadenas transmisoras del evangelio? Por la Palabra del Señor tendremos que utilizar nuestro ingenio para involucrar más todavía a unos padres que, se preocupan de comprar “la barca” del Bautismo para sus hijos, pero a continuación la dejan olvidada en la orilla.

–¿Que los jóvenes son injustamente críticos con la iglesia y que no quieren saber nada de ella? Por la Palabra del Señor, lejos de darlos por perdidos, les daremos un margen de confianza e intentaremos revisar los medios que estamos utilizando para que también, hasta ellos, llegue la Buena Noticia.

–¿Que las normas de la Iglesia y su presencia es insignificante en medio del ancho mar de una sociedad hedonista y relajada? Por la Palabra del Señor tendremos que empezar desde el principio. Llamando y despertando conciencias que empiecen, que emprendamos a vivir el evangelio, con autenticidad y coherencia.

3.- No podemos consentir que, el pesimismo, haga brechas en la gran barca de nuestra Iglesia. ¡Peores momentos que el presente ha pasado en su historia!

Sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, estamos llamados – con la profesión que estamos ejerciendo- a remar mar adentro. Y, esto, no es palabrería ni simple poesía. ¡Es la hora de la iglesia! ¡Hoy más que nunca!

Como Pedro y como Juan, muchos de los agentes de pastoral, no dormimos porque nos mueve un afán: pescar para y por el Señor. ¿Qué extraemos, en varias ocasiones, de las redes de nuestras catequesis, cursillos, charlas, planes de formación, reuniones, etc.? Posiblemente pocos frutos a simple vista para el esfuerzo que realizamos. Pero, por el Señor y en su nombre, seguiremos en ese empeño: remaremos y echaremos las redes donde el Espíritu Santo y la Iglesia nos indique. A veces, incluso es bueno un aparente vacío, para saber de qué y cómo tenemos que llenarlo de nuevo.

El miedo, además de crearnos fantasmas, nos paraliza. Una Iglesia que cree y anuncia la Resurrección de Jesús es una iglesia que, entre otras cosas, no tiene miedo ni a la misma muerte. ¿Por qué habría de tener temor a seguir remando contracorriente? ¿Por qué nos ha de temblar el pulso o la mano a la hora de presentar, tal cual, el Evangelio y sus consecuencias? ¿Por miedo a quedarnos solos en la barca? ¿Por miedo a que nos falten relevos? ¿Por recelo a dejar la comodidad de lo que estamos haciendo? ¿Por la tristeza que produce el “ya no somos tantos”? ¡Demasiados comparados con aquel equipo de 12 con los que comenzó Cristo su aventura!

4.- No puede decaer el ánimo. Si Jesús creyó y echó el resto por su reino, nosotros no podemos dejarle en la estacada. No podemos romper los planes que tiene para cada uno de nosotros.

Y, para que no decaiga la moral, nos hace falta a todos una buena dosis de confianza en Dios. Alguien que no se fía no es de fiar. Si, el Señor, siendo como somos –frágiles y pecadores como Pedro- se fía de nosotros, pone el remo de su barca en nuestras manos y cuenta con nosotros para la pesca de cada día…¿cómo no vamos a fiarnos de El y saber que, El, cumple aquello que promete?

Por su nombre, una y otra vez, echaremos las redes. Sabiendo que, al fin y al cabo, donde nosotros no vemos, El ve; donde nosotros fracasamos, El levanta; donde nosotros no sembramos, El cosecha y donde nosotros nos cansamos, el vuelve a enviarnos para hacernos comprender algo muy importante: ¡con Dios todo es posible!

5.- AYÚDAME, SEÑOR

A remar hacia las profundidades de las aguas de la fe
A lanzar, aunque me parezca inútil, las redes de la esperanza
A esperar, aunque me desespere, en lo que hago por tu nombre

AYÚDAME, SEÑOR
A confiar en tu Palabra
A fiarme de tus indicaciones
A orientarme, sin miedo alguno, en la dirección que me marcas

AYÚDAME, SEÑOR
A sentirme aquello que soy: pecador
A ser consciente de lo poco que soy
A ofrecerte lo escaso que tengo
A darme con lo mucho que Tú me das

AYÚDAME, SEÑOR
A no resquebrajarme cuando no hay resultados inmediatos
A no desinflarme cuando surgen dificultades
A no dejar de pescar, en terrenos que me parecen indiferentes

AYÚDAME, SEÑOR
A juzgarme indigno de ser tu asalariado
A sentirme inmerecido de Alguien tan excepcional como Tú
A considerarme limitado, ante Alguien tan magnánimamente perfecto

AYÚDAME, SEÑOR
A deslizarme del “yo” hacia el “nosotros”
A caminar de lo “mío” hacia lo “nuestro”
A pescar, no tanto en aguas tranquilas,
cuanto en aquellas otras que pueden dar, por Ti,
un feliz, soñado y sacrificado fruto.
Amén.

Javier Leoz

Otra pesca y otro mar

“Pedro entonces se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Jesús le dijo: No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. San Lucas, Cáp. 5. Desde la actual ciudad de Tiberíades se divisa el lago de Genesaret, al cual el evangelio se refiere continuamente, por haber sido el epicentro de la predicación de Jesús. Además, una de las frases auténticas del Señor, conservada con esmero por la primera comunidad, se refiere a “los pescadores de hombres”. Y los evangelistas nos presentan a Pedro y su hermano Andrés, dueños de un negocio de pesca que poseía barcas y redes. También a Zebedeo, padre de Santiago y de Juan, quien empleaba a varios obreros en su empresa.

2.- Cuando Jesús da de comer a la multitud, junto a los panes multiplicados, se mencionan igualmente los peces. Y al enseñarnos la eficacia de la oración, el Maestro pregunta: “¿Quién de vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente?”. También la última parábola de san Mateo sobre el Reino de los Cielos, habla de unos pescadores que al recoger la red, se sientan a la orilla para separar los pescados buenos de los malos. Descartaban aquellos que, al carecer de aletas y de escamas, eran vetados por la Ley.

Todo el proyecto de Jesús se inicia con el cambio de oficio de unos pescadores de Tiberíades. Cuenta san Juan el encuentro inicial del Señor con algunos discípulos del Bautista. San Lucas narra un llamamiento más explícito, tanto a Simón y Andrés, como a los hermanos Zebedeos.

“Al pasar Jesús vio dos barcas que estaban a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes”. Esto pudo ocurrir hacia las nueve de la mañana. Los hombres del lago regresaban temprano para entregar su mercancía a los revendedores y enseguida se dedicaban a limpiar las redes de algas y de líquenes. También a remendarlas, porque algún tronco sumergido habría roto las mallas. Luego las extendían al sol para recogerlas por la tarde, pensando en la faena del día siguiente.

4.- En aquella ocasión todo el trabajo, hasta el amanecer, de aquellos futuros apóstoles había sido un fracaso. Pero Jesús, versado en la carpintería, aunque no en la pesca, le pide a Simón que eche nuevamente las redes. Pedro replica, pero acepta enseguida: “Señor, por tu palabra”. Y el resultado superó toda expectativa: La red se reventaba. Tuvieron que pedir a otros socios que les dieran la mano y llenaron de pescado dos barcas que casi se hundían. Esta presencia de Alguien demasiado superior remite a Pedro a su condición de hombre débil: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Sin embargo la respuesta de Jesús es reconfortante y promisoria. “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”.

Un arqueólogo imagina haber encontrado, junto al sepulcro de san Pedro, unos apuntes suyos. Sobre un trozo de papiro el apóstol habría escrito en arameo: “Este profeta de Nazaret es del todo desconcertante. Cuando empecé a seguirlo, mi vida se cambió para siempre. Yo sigo siendo el mismo, pero a la vez, alguien totalmente distinto. Y esto de atraer a muchos a ser sus discípulos es para mí un imperioso deber, a todas horas y en todas partes”.

Gustavo Vélez mxy

Proclamar el mensaje de la fe

1. ¿Quien ha de proclamar, cómo ha proclamar, qué ha de proclamar? A esta serie de preguntas responden los textos bíblicos de la liturgia de este domingo.

El primer interrogante se resuelve en una contestación firme y total: Proclamador del mensaje ha de ser todo aquel a quien Dios confiera esta misión. Más en concreto: Todo el que es convocado por Dios a la Iglesia tiene que sentirse enviado por Dios al mundo para dispensar a los demás el mensaje de salvación. Es éste un principio mil veces reiterado en la sagrada escritura. Dios llama para enviar, Dios convoca para desinstalar, Dios congrega para dispersar. Solicita –según el texto del evangelio de Lucas– las “barcas” de los que le aceptan para, a continuación, comprometerles en la faena de echar las redes, constituidos en “pescadores de hombres”. La “barca de la Iglesia” es, sin duda, ámbito de salvación, pero no sólo ni primariamente para los que están en ella, sino para los que todavía están fuera. Resulta por esto inconcebible una vocación cristiana sin dimensión apostólica, sin dinamismo misionero, sin decisión de comunicar a los otros el mensaje que es de salvación para todos.

2.- El “milagro” consiste en que, paras esta pesca de salud, cuentan muy poco las técnicas terrenas. El texto del evangelio de Lucas subraya muy oportunamente como Simón se apresta a la faena a contrapelo de sus habilidades marineras, fiado únicamente en la de Dios. Y se comprende: La fuerza del mensaje no reposa en su fiabilidad, en su sabiduría, en lo muy razonable de sus enunciados. Es un mensaje que solicita la fe, que reclama del hombre el fiarse de Dios, que requiere de todo hombre esa total audacia de avanzar más allá de lo que razón y sentido son capaces de demostrar y experimentar. Mensaje de fe en que Dios, por su poder y su amor, es capaz del “milagro” de procurar al hombre un destino que, aunque intuido y buscado, sólo es accesible porque nos es dado. ¿Y cómo proclamar este mensaje sino a condición de fiarse previamente de la palabra que Dios ha empeñado en Jesús? Solo el auténtico hombre de fe resulta capacitado para proclamar el mensaje de la fe.

3.- Simón y sus compañeros, ante la invitación de poner sus barcas a disposición de Cristo y ante la llamada a ser pescadores de hombres, se desembarazan de todo lo que es posesión e instrumento hábil. El profeta Isaías –así se subraya en la primera de las lecturas– responde con un decidido “Aquí estoy, mándame” a la pregunta del Dios santo que interroga “¿A quien mandare? ¿Quién irá por mi?”. El mensajero del Dios de la salvación ha de ser en todo fiel y sumiso a Dios de quien proviene el mensaje.

No puede “colar” contenidos de su propia cosecha, ni puede ocultar capítulo de lo dado para los hombres, ni puede entrar en ocultas combinaciones entre lo que es carnal y lo que procede de la santidad divina. La más absoluta disponibilidad y fidelidad le son exigidas al creyente a la hora de comunicar a los otros el mensaje de Dios. Cuanto suena a poder, a complacencia con los intereses carnales, a fuerza en los privilegios, a situaciones de excepción y superioridad terrenas…, compromete el vigor y la limpia claridad del mensaje.

4.- El contenido del mensaje se aviene muy mal con todas estas providencias y garantías humanas. Cualquiera de ellas –como lo destaca el apóstol Pablo en su carta a los cristianos de Corinto “malogra nuestra adhesión a la fe” y desvirtúa el mensaje. Este es mensaje de muerte y de resurrección, de aniquilación del pecado que divide y enfrenta a los hombres y de restauración del mundo por los caminos de la justicia y de la fraternidad según el designio de dios. Todo mensaje –todo creyente– puede hacer suyas las palabras de Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mi. He trabajado…, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.

Antonio Díaz Tortajada

Pasemos a la otra orilla

1.- En la oscuridad de la noche las llamas que ya han alcanzado el tejado de la pequeña casa de dos pisos se reflejan en las aguas del río, mientras los vecinos se pasan en cadena cubos de agua en el vano intento de apagar el fuego. En la ribera de enfrente un grupo de personas se amontona comentando y criticando, con indiferencia, la actuación poco eficaz de los improvisados bomberos. “Taigan no kaji”, el incendio de la orilla de enfrente, es el proverbio japonés que plastifica esta actitud indiferente y crítica ante un asunto en el que no nos consideramos implicados.

2.- Dios llama a Isaías, un seglar, para llevar el mensaje a su pueblo. Jesús llama a Pedro, Juan y Santiago para llevar la buena nueva al mundo entero. Hoy se habla mucho de la participación de los seglares en la labor apostólica de la Iglesia y ya, hablando así, estamos manteniendo ese río que separa a los improvisados bomberos de la casa incendiada, de los mirones, como si los seglares no fueran iglesia.

A veces, podemos tener la impresión de que esa llamada al laicado a participar en la labor general del apostolado, es cuando los chicos mayores de la enseñanza primaria, admiten a jugar al fútbol a un niño de primero… y todos se aburren. Y es que, ni los clérigos, ni los seglares, estamos convencidos de lo que está, aún, escrito en el Derecho Canónico: “los laicos en virtud del bautismo y la confirmación están destinados por Dios al Apostolado y tienen la obligación y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido por todo el mundo”.

3.- Nosotros los curas y vosotros los seglares, tenemos una misma vocación. A unos y a otros, nos llama Dios, como llamó a Isaías o a Pedro. Es una llamada personal, cada uno con sus dones o carismas, tiene un quehacer en la Iglesia, un quehacer misional apostólico. ¿Nos sentimos llamados? ¿Consideramos a los que participan más activamente en la labor común eclesial, como niños invitados a jugar? ¿Somos los mirones que sólo sabemos criticar y comentar lo que hace “esa Iglesia” que se quema al otro lado de la orilla del río?

Todos vamos en la misma barca enviados por Jesús a pescar. Todos somos Isaías, y como Pedro, tenemos miedo:

—Miedo porque la barquilla se mueve mucho y es blanco del ataque de muchas olas.

—Miedo a que si nos decantamos católicos, nos van a llegar, tal vez, los espumarajos.

—Miedo a lo desconocido porque no sabemos qué podemos hacer.

—Miedo a sabernos poco formados religiosamente.

—Miedo porque nos empeñamos en poner la fuerza en medios humanos, cuando con Isaías, iremos en lugar de Dios, y como Pedro, echaremos las redes en nombre de Jesús.

4.- Ese mar en el que debemos pescar lo tenemos cerca. Es la familia, es el lugar de trabajo, es el colegio, es el círculo de amistades, es la sociedad en sus campos sociales, económicos o políticos, para quien pueda tirar la red en esos ambientes.

Y el que por enfermedades, o vejez, o cualquier otra causa, crea que no puede hacer nada, siempre habrá una cosa que podrá hacer, y es llevar a los demás la luz de la bondad y de la alegría. Ya en los primeros tiempos cristianos, ese amor entre ellos, hacía decir a los paganos: “mirad como se quieren” y tal vez ese sea el mejor apostolado. Pasemos pues el río y ayudemos con nuestro propio esfuerzo a apagar el incendio de la otra orilla.

José María Maruri SJ