Hoy celebramos la memoria de santa Águeda.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 9, 23-26):
En aquel tiempo, Jesús decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles».
Hoy celebramos la memoria de santa Águeda, virgen martirizada probablemente durante la persecución de Decio. Tenemos un instinto natural que nos empuja a protegernos, a huir del dolor y de la muerte. Salvo casos extraños, todos nos aferramos a esta vida. Y por querer salvarla equivocadamente, muchas veces la perdemos. Para salvar de verdad esta vida, hay que -aparentemente- perderla. Muchos han muerto en la lucha por defender al otro. Muchos misioneros y voluntarios han dado su vida trabajando por defender la justicia y anunciar el mensaje de Jesús. No han perdido la vida; ¡la han ganado!
Ésa es la ley del cristiano. Ésa es la consecuencia de ser discípulo de Jesús. Si queremos ser discípulos suyos, Él lo dejó muy claro: «Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,23). No es posible ser al mismo tiempo «cristiano» y cómodo y egoísta. El buen padre, la buena madre, saben que su responsabilidad es «dar la vida» por el hijo: noches sin dormir, sacrificios, esfuerzos, trabajo, paciencia… Eso es ser cristiano. Se debe estar dispuesto a dar la vida en cada momento.
Así lo entendió santa Águeda, la santa nacida en Sicilia en el siglo III. No era posible compaginar su decidido seguimiento a Jesús y, al mismo tiempo, hacer caso a las pretensiones del gobernador, que intentaba obligarla a quebrantar su promesa de virginidad. Águeda, jovencita cristiana, recibió duras y crueles amenazas de muerte. Pero ella había bebido ya de la fuente del Evangelio: «Quien quiera salvar su vida, la perderá» (Lc 9,24). Y pidió la fuerza del Señor para no desfallecer.
No es fácil hoy resistir a las llamadas de la sociedad a una vida fácil, cómoda y sin compromisos. Nos prometen una «salvación» que nunca nos va a llegar. Nos engañan. Como santa Águeda, también hoy nosotros hemos de rezar con el Salmo: «Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas de esos impíos que me acosan, enemigos ensañados que me cercan» (Sal 17,8-9).
Rev. D. Jesús VEGA Mesa