Lectio Divina – Lunes V de Tiempo Ordinario

“Y cuantos la tocaron quedaban salvado”

1.- Oración introductoria

         Señor, hoy vengo a Ti porque necesito tocar al menos “la orla de tu manto”. Más aún, necesito que me toques por dentro y sanes mi orgullo, mi soberbia, mi vanidad, mi afán de suficiencia. Si sólo pienso en mí, trabajo para mí, me preocupo sólo de mí, me vivo a mí mismo, ya no vivo como Tú quieres que viva. Y yo quiero “ser vivido por Ti”.  Necesito experimentar lo grande y hermoso de esta vida cuando Tú estás metido dentro de mí.  Cuanto más metido me siento dentro de Ti, más necesidad tengo de salir a compartir mi fe con los hermanos. 

2.- Lectura reposada del evangelio Marcos 6, 53-56

En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron enseguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

3.- Lo que dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión.

A Jesús siempre se le ve, en la vida pública, rodeado de gente. A Jesús le encanta vivir “en medio del pueblo”. Sabe comer con el pueblo el pan duro de sus sufrimientos y, cuando llega el caso, el pan tierno de sus alegrías. Por eso la gente le sigue, porque es “uno de ellos”. La gente quiere estar con Jesús, escuchar a Jesús, “tocar a Jesús”. Es un Dios cercano, sencillo, alegre, amigo de la vida. Con Jesús se aprende a vivir. Una cosa destaca: su sensibilidad con los que sufren. Hay en Jesús fibras íntimas que sintonizan con los pobres y con la gente que lo pasa mal. No puede ver sufrir sin compadecerse, sin acercarse a sanar las heridas del pecado. ¡Qué lejos queda esta vida real y concreta que vivimos, con aquellos sueños tan bonitos de su Padre Dios al crear este mundo! Y a Jesús le parece estupendo dedicar su vida a reconstruir la nuestra: tan dañada, tan herida, tan desdibujada, tan  malograda.

Es verdad que nosotros no podemos hacer milagros físicos, pero sí milagros morales: podemos dar una palabra de ánimo a los que han perdido la ilusión; una palabra de esperanza para aquellos que están bajo los efectos de la tormenta. Pasará la tormenta y brillará un precioso Arco Iris de colores.

Palabra del Papa 

“La palabra que nos ayudará a entrar en el misterio de Cristo es cercanía. Un hombre pecó y un hombre nos salvó. ¡Es el Dios que está cerca! Cerca de nosotros, de nuestra historia. Desde el primer momento, cuando eligió a nuestro padre Abraham, caminó con su pueblo. Y esto también se ve con Jesús que hace un trabajo de artesano, de trabajador.

A mí, la imagen que me viene es aquella de la enfermera en un hospital: cura las heridas, una por una, pero con sus manos. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida entregada, por nosotros”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 22 de octubre de 2013, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Pondré el corazón en mis manos y así, en este día, saludaré a las personas con la ternura que lo hacía Jesús.

6.- Dios me ha hablado Dios a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor-Jesús, te doy gracias porque nos has acercado al Padre a través de tu cercanía; porque nos has acercado a la ternura infinita de su amor a través de tu cariño. ¿Qué idea tendríamos ahora de Dios si no te hubieras encarnado? Sin ti, ¡qué lejos nos queda Dios! Contigo lo sentimos muy cerca; tan cerca que hasta lo podemos tocar. ¡Gracias, Señor!

Anuncio publicitario

«Dichosos vosotros…»

La Primera Lectura (Jer 17,5-8) es una expresión del antiguo método sapiencial que para enseñar gustaba de contraponer conceptos, situaciones, actitudes y así mostrar las dos caras de la realidad. Por ello la antítesis de la confianza en lo humano y de la confianza en Dios enfrenta el sentido de la bendición y de la maldición. En el Salmo Responsorial imágenes del mundo vegetal nos intentan mostrar qué es lo uno y lo otro.

Mientras Mateo (5,1-12) trata de presentar a Jesús como “nuevo Moisés” que proclama la nueva Ley, Lucas nos ha mostrado a Jesús junto a la gente, dando cumplimiento a la profecía de Isaías que él mismo había proclamado al inicio de su ministerio en Nazaret.

Jesús se dirige a sus discípulos, pero también a un gran grupo que ha llegado de distintos lugares. Con un género literario que expresa la felicidad que viene de Dios, Jesús nos presenta el Reino de Dios que ya ha llegado y puede transformar nuestras personas. Jesús contrapone las Bienaventuranzas con los “ayes” o maldiciones. 

Y es que las Bienaventuranzas por una parte son la meta a alcanzar para el seguidor de Jesús y por otra, la actitud para recorrer el camino para lograrlo. Si las Bienaventuranzas son «el navegador para nuestra vida cristiana», según el Papa Francisco -¡qué sugerentes los números 67 al 94 de su Gaudete in Domino!-, están también las anti-Bienaventuranzas que nos harán seguir un camino equivocado, aunque muy vigente en nuestra sociedad.

En efecto, las Bienaventuranzas son la guía de ruta, de itinerario, son los na­vegadores de la vida cristiana. No se trata de alegrarse por ser pobre, o por estar hambriento, o por llorar. Tampoco se trata de resignarse. ¡Dios no lo quiere! La dicha que brota de estas Bienaventuranzas tiene su base en que Dios está al lado de esas personas que se despojan de lo que les impide y adoptan esas actitudes, y del convencimiento de que su Reino les pertenece aquí y ahora. Por el contrario, los posteriores “ayes” nos ponen en guardia para que no nos dejemos seducir por las riquezas, el odio, la violencia, etc., y para que no olvidemos a los más necesitados.

Leemos y escuchamos con frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la actual crisis y la recuperación progresiva de la economía. Se nos dice que estamos después de estos catastróficos tiempos pandémicos asistiendo a un crecimiento. Pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién?

La recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso, perpetuando la denominada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres, individuos y países.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» ya denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros». Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que fue su Sollicitudo rei socialis -tan poco escuchada como el resto de enseñanzas de los posteriores Papas en materia social, incluso por los que los vitorean constantemente- el Papa descubría en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado personal y estructural.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia. En sus Bienaventuranzas, Jesús advierte que un día no serán así las cosas. Es fácil que también hoy sean bastantes los que piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y de la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios. Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión profunda de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Pero que para ello cuenta con nuestro personal y comunitario compromiso solidario y justo -este fin de semana se celebra la Campaña contra el Hambre en el Mundo- en nuestro quehacer personal y social cotidianos según los criterios de lo que se denomina “moral social cristiana”. Sin olvidar nunca que ella, por más bella y emocionante que sea, se fundamenta en Cristo resucitado, sin lo cual nada tiene sentido (segunda lectura: 1ª Cor 15,12.16-20). Los cristianos no somos unos puros románticos masoquistas, actuamos movi­dos por la firme esperanza de que Cristo ha resucitado, que nosotros resucitaremos con El y que todo lo hecho alcanzará su plenitud.

Fray Alfonso Esponera Cerdán O.P.

Comentario – Lunes V de Tiempo Ordinario

Mc 6, 53-56

Desde el retorno de la misión de los Doce (Mc 6, 30) hasta la profesión de fe de Pedro (Mc 8, 29) el evangelio según san Marcos nos presenta dos secuencias paralelas, cuyo tema podría ser «La mesa abierta a todos»:

6, 30 Primera multiplicación DE LOS PANES 8, 1 Segunda multiplicación de de LOS PANES
6, 45 Travesía del lago 8, 10 Travesía del lago. y marcha sobre la aguas.
7, 1 Discusión con los fariseos sobre las prohibiciones alimentarias 8, 11 Discusión con los fariseos sobre las prohibiciones que piden un «signo del cielo».
7, 24 Salida hacia Tiro y Sidón: 8, 13 Salida hacia la ribera del lago:
y en territorio pagano, Jesús hace una aclaración sobre el «pan»: ¿está reservado a los judíos o bien la mesa está abierta a todos y Jesús, porque los discípulos habían olvidado proveerse de pan, les habla sobre «la levadura de los fariseos», la importancia de los residuos. Hay pan para todos
7, 31 Curación de un sordomudo.   8, 22 Curación de un ciego.

Jesús y sus discípulos atravesaron el lago; llegaron a la playa en Genesaret y atracaron.

En cuanto salieron de la barca las gentes le reconocieron y corrieron de toda aquella región; y comenzaron a traer en camillas a los enfermos donde se enteraban de que El estaba.

El milagro de la multiplicación de los panes, que acaba de producirse ha suscitado el entusiasmo popular. Da la impresión de que «Jesús y sus discípulos» están jugando al escondite con la muchedumbre: tratan de huir atravesando el lago, en un sentido o en otro.

Pero cada vez la muchedumbre les encuentra. Jesús y sus discípulos no pueden escapar de las gentes. Es necesario ocuparse de ellas: el descanso será para más tarde.

Repensemos el hecho: vienen de la misión, necesitan de un lugar tranquilo, atraviesan el lago: la muchedumbre está ahí. Se las arreglan para salir desapercibidos (Mc 6, 45). ¡Es inútil! la gente los ha alcanzado de nuevo. Señor, danos tu disponibilidad.

Adonde quiera que llegaba, en las aldeas, ciudades o granjas, colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido. Y cuantos le tocaban quedaban sanos.

La «enfermedad»… En nuestros días la curación de las enfermedades corresponde a la ciencia médica. Pero los antiguos, en todas las civilizaciones del mundo, dieron a la enfermedad y a la curación una significación religiosa. Se recurría a Dios para ser curado… mientras que hoy la primera reacción es llamar al médico. Y esto esta bien. El hombre con la inteligencia que Dios le ha dado, debe combatir el mal: ayudar, cuidar, sanar, sigue siendo un «don de Dios», si bien pasa por las manos, la inteligencia y el corazón de los hombres. Médicos y enfermeras… maravillosa vocación al servicio de la humanidad.

Sí, la enfermedad y los sufrimientos que la acompañan, sitúan al hombre en una terrible inseguridad: simbolizan la fragilidad de la condición humana, sometida a riesgos inesperados e imprevisibles. La enfermedad contradice el deseo de absoluto y de solidez, que todos tenemos: y es por ello que la enfermedad guarda siempre una significación religiosa, aun para el hombre moderno.

De esta inseguridad radical, los médicos no pueden curarnos. Sólo Jesús puede hacerlo, por la fe, en cuanto esperamos la curación definitiva en el más allá.

Noel Quesson
Evangelios 1

Homilía – Domingo VI de Tiempo Ordinario

UNA FELICIDAD COMO DIOS MANDA

LA FELICIDAD, UN IMPERATIVO VITAL

Aunque no siempre ni todos los cristianos lo hayan entendido con claridad, lo cierto es que estamos hechos para la dicha. Si hemos sido llamados a la vida, hemos sido llamados a la felicidad aquí y ahora. Lo contrario sería un absurdo. La dicha tiene sentido en sí misma. Señala el gran creyente y sabio Teilhard de Chardin: «Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte la paz… Recuerda: Cuanto te reprima o inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios».

Las bienaventuranzas afrontan precisamente este tema, un tema vital, porque estamos ante la clave con la que hemos de interpretar toda la vida. Para muchos «cristianos», todavía la fe es algo que tiene que ver con la salvación eterna después de la muerte, pero no con la felicidad concreta de cada día, que es la que ahora mismo interesa a las personas. Parece que lo cristiano no es preocuparse de la felicidad, sino saber vivir sacrificadamente. El grado de gloria estaría en proporción directa con los sufrimientos de esta vida. Las alegrías del cielo estarían, según ellos, en proporción con la cantidad de lágrimas acumuladas. «Aquí cruz y en el más allá felicidad», afirma un dicho conocido. Las bienaventuranzas, según ellos, pueden ser un camino para alcanzar la vida eterna, pero no tienen ninguna influencia para la felicidad que pueden experimentar ahora las personas. Jesús ofrece la felicidad eterna, pero, ¿qué puede aportar su mensaje para una vida dichosa ahora? Me cuentan muchos amigos que, cuando en su trabajo sacan el tema religioso, la mayoría de los compañeros les ataja: «Mira, no me saques ese tema que yo quiero ser feliz»…

Ante una lectura tan fúnebre que, tal vez, nosotros mismos hemos hecho y que muchos hacen, uno se pregunta: ¿Qué evangelio se lee o cómo se lee el Evangelio para sacar una conclusión tan contraria a él? Evangelio, etimológicamente, significa «buena noticia», también para este peregrinar terreno. El mensaje central es una invitación a la alegría. Porque el que ha descubierto el Reino, ha descubierto un tesoro, y por eso se desprende de todo lo demás loco de contento (Mt 13,44).

 

JERARQUÍA DE VALORES

Ortega y Gasset decía muy atinadamente que hemos de tener mucha «seriedad»; pero seriedad no tiene nada que ver con la tristeza. «Seriedad» proviene de «serie». Y, por lo tanto, «ser serio» significa saber poner las cosas en serie, por su justo orden. La cuestión decisiva está en saber jerarquizar los valores y optar según esa jerarquización cuando hay conflicto entre ellos. Esto es lo que determina la verdadera y la falsa felicidad. La falsa felicidad, el autoengaño, se produce cuando se opta primordialmente por valores secundarios, superponiéndolos a los primarios. Entonces se genera la insatisfacción de las ansias más profundas del hombre. Es lo que le ocurría a la Samaritana: tenía una sed aguda, pero la quería saciar con agua salada. Eso mismo le ocurría a Agustín; por eso confesaba después de su conversión: «Nos hiciste, Señor, para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti». Es el vacío que experimentaba el famoso editor Mondadori dando testimonio de su conversión: «Yo me decía: Soy un hombre de éxito; no me falta nada. En cambio, me falta todo». Es la felicidad barata, bullanguera y superficial del que vive con el lema, quizás inconsciente, al que hace referencia Pablo: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1Co 15,32). Las bienaventuranzas son una alerta contra el culto a los ídolos, que inexorablemente producen dolor y muerte.

Está claro que estamos ante un tema clave que determina el sentido de la vida. Por eso es imprescindible tener ideas muy claras. Si para mí la fuente de la verdadera felicidad está en poseer bienes económicos, me entregaré apasionadamente a acumular. Si para mí la fuente de la felicidad está en el éxito social, me agotaré en mi esfuerzo por triunfar. Si pongo la fuente de mi felicidad en vivir cómodamente, sin preocupaciones, y consumir con abundancia, organizaré mi vida para gozar lo más posible. Si lo que más me llena es convivir con una familia unida, gozar de la amistad, me entregaré a ello. Si estoy convencido de que la felicidad está en sentirme útil, en hacer felices a los demás, mi pasión será servir, ayudar, alegrar a los demás. Por eso es imprescindible clarificarse. Equivocarse en esto es equivocar la vida. La suerte que gozamos los cristianos es que tenemos un Maestro infalible que nos ofrece una jerarquía de valores garantizada por su propio éxito. Pablo daba gracias al Señor Jesús con profundo júbilo porque «sé de quién me he fiado y sé que no me defraudará» (2Tm 1,12).

Exclama Jesús: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios… Dichosos los que ahora tenéis hambre… Dichosos los que lloráis… Con ello, deja bien claro que la verdadera felicidad no está en «tener» éxito, poder, dinero, influencia, medios… sino en «ser» sano, en llevar hábitos generosos en la psicología. La felicidad, según Jesús, está en «ser» misericordioso, comprensivo, pacífico, abierto, libre… un buen amigo. Apostar por las bienaventuranzas es apostar por el ser antes que por el tener, por la verdadera sabiduría de la vida, por las experiencias más humanas, profundas y sabrosas: el amor, la libertad, la honradez, el perdón, la comunión con Dios y con los hombres, la esperanza, la gratuidad… las grandes experiencias que llenaron la vida de Jesús. Se trata de «otra» felicidad, la verdadera.

 

LA PUERTA DE LA FELICIDAD SE ABRE HACIA FUERA

¿No afirma Jesús que su única consigna es el amor: «Amaos como yo os he amado?» (Jn 13,34). Entonces, ¿cómo proclama ahora estas otras consignas como condiciones de pertenencia al pueblo de la nueva Alianza?

Jesús no se contradice. Las bienaventuranzas no son más que formas de vivir su gran consigna del amor. Jesús viene a decir: Bienaventurado el que es capaz de amar en serio a los demás como hermanos. Bienaventurado el que hace suyos los sufrimientos y las alegrías de los demás, «el que ríe con los que ríen y llora con los que lloran» (Rm 12,15). No es éste el estilo del mundo. El refrán dice: «Ríe y reirán todos contigo; llora y te dejarán solo». Bienaventurados los que tienen un corazón comprensivo y compasivo. Bienaventurados aquéllos a los que les queman las injusticias y la opresión de sus hermanos. Bienaventurados los que luchan, hacen algo para que se haga justicia, aunque reciban bofetones de los aprovechados y explotadores. Bienaventurado todo el que hace algo para «dejar la sociedad un poco mejor que la encontró», como decía Robert Badén Powell. Pero, ¡ay! del que se encierra en su paraíso particular, con la mesa bien abastecida, con todas las necesidades cubiertas y con una vida cómoda y satisfecha, desinteresándose de los Lázaros que están a la puerta de su casa llenos de frío y miseria; ¡ay! de los que dicen: «ése es su problema», «que cada uno se las arregle como pueda», «que luchen como yo he luchado».

San Francisco en su conocida oración interpreta de modo magistral el pensamiento de Jesús: «Es dando como se recibe; es muriendo como se resucita a la vida verdadera». Dentro de esta serie de paradojas, hay que decir: La felicidad se tiene cuando se regala. La felicidad que proclama Jesús es una felicidad cara. Para apostar por ella se necesita fe y esperanza. Está claro que en una tarde soleada atrae más un paseo por el campo que unas horas de retiro y oración, atrae mucho más una tertulia con los amigos que velar al pie de la cama de un enfermo o recluirse para una reunión de trabajo. Esta felicidad exige renuncia. Es la felicidad de la madre que sufre los dolores de parto del hijo soñado (Jn 16,21). Es la alegría y la paz que tiene lugar en el mismo sufrimiento. Es la que experimentaron Pedro y Juan al recibir el castigo de los azotes (Hch 5,41). Es la que experimentaba Pablo que confesaba: «Desbordo de gozo en toda tribulación» (2Co 7,4). Estoy hablando, naturalmente, de la felicidad para hoy, no sólo para el más allá. Lo que nos hará felices en el más allá nos hace felices en el más acá. S. Kierkegaard resume expresivamente el mensaje de las bienaventuranzas de Jesús: La puerta de la felicidad se abre hacia fuera; y es inútil lanzarse contra ella para forzarla.

Atilano Alaiz

Lc 6, 20-26 (Evangelio Domingo VI de Tiempo Ordinario)

Las opciones del Reino

Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.

Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.

La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿cómo podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.

La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.

1Cor 15, 12. 16-20 (2ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario

Sin resurrección no hay futuro

La carta de Pablo a los Corintios, segunda lectura de este domingo, continúa después el “credo” de la resurrección (vv. 1-11) con sus consecuencias para todos los hombres. Si no hay resurrección de Jesucristo no hay perdón de los pecados y no habrá vida eterna. Entonces ¿qué nos espera?, ¿la nada?, ¿el caos? Algunos niegan la resurrección de los muertos, no la ven necesaria. Por lo tanto tampoco sería la de Cristo (v.12). Con eso el cristianismo pierde su sentido y Pablo lo hace ver con claridad meridiana. Porque la lógica se impone: si los muertos no resucitan, tampoco  Cristo debía haber resucitado.

Pero si Cristo no ha resucitado la fe de los cristianos no tiene sentido; la lógica sigue imponiéndose frente a los que se permiten esas afirmaciones. Y si ponemos en Cristo nuestra esperanza únicamente para esta vida, somos los más tontos de todos los hombres. Estamos en el centro del debate: si no hay resurrección ¿para qué ser cristianos? ¿Para vivir con un sentido ético en esta vida? No sería totalmente negativo, pero se empobrecería sobremanera el sentido de la fe y de la vida cristiana. Y se arruinaría una dimensión fundamental del cristianismo: ofrecer vida verdadera, vida eterna a los hombres. La resurrección de Jesucristo es el paradigma de la oferta verdadera de Dios a los hombres.

Cristo no ha venido a otra cosa sino a “resucitarnos” en el mejor sentido de la palabra. No solamente a resucitarnos moralmente (que así ha sido), sino para que resucitemos como Él. Es verdad que la acción de la resurrección recae directamente en Dios. Pero de alguna manera, como apunta Sto. Tomas, la resurrección de Jesús es la causa de nuestra resurrección (S. T. q. 56). Habría que precisar algunos aspectos de las afirmaciones teológicas de Tomás de Aquino, porque la antropología actual y la hermenéutica lo requieren. Su resurrección, poder de Dios, es la fuerza transformadora de nuestra historia de pecado y de muerte. Pero si no hay resurrección de los muertos tampoco podríamos hablar del valor eficiente de la resurrección de Jesús para todos los hombres ¡no habría futuro para nadie! ¡ni siquiera para Dios!, porque nadie lo buscaría y nadie diría su nombre. Pero la resurrección de Jesucristo nos ha revelado que sí hay futuro para todos, para Dios y para nosotros.

Jer 17, 5-8 (1ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario)

Feliz quien se fía de Dios

Con ese texto tan bello, del hombre que confía en el Señor, el texto de Jeremías nos prepara para abrir el alma al texto evangélico. Un contraste entre makarismo y lamentación construyen este texto profético, que tiene mucho de radical y de sapiencial. El simbolismo del desierto como ámbito de muerte, de sequedad, es una lección que debe aplicarse a la vida del creyente, en este caso del israelita.  Una serie de términos hebreos describen el mundo del desierto (el hombre –adam-, carne  -bashar- y corazón leb); en la otra parte está Dios. Es en Yahvé en quien hay que tener confianza (ybth), porque en él está la experiencia del agua en el desierto de la vida.

Poner la confianza (el corazón) en el mundo de la carne, del hombre y sus intereses es un desafío moral y antropológico. El mensaje no tiene dobleces; es simple y directo, de escuela elemental: es el mundo del Dios y el mundo de los hombres lo que está en la palestra del profeta que aquí se vale de la experiencia sapiencial para comunicar su mensaje de confianza. Es tan sencillo como lo que podemos aprender en la escuela de la vida de cada día. ¿No es así? El dualismo entre el mundo de Dios y el mundo del hombre es un desafío. Si queremos tener vida hay que estar junto a la corriente, de lo contrario seremos como el tamarisco de la Arabá (que es un desierto inmenso).

Comentario – Lunes V de Tiempo Ordinario

Durante esta semana meditaremos el Primer libro de los Reyes que nos cuenta las andanzas del rey Salomón que destacó por construir el gran Templo de Jerusalén, destruido por Nabucodonosor cuatrocientos años más tarde, reconstruido y vuelto a destruir por los ejércitos de Tito en torno al año 70 d. C. El pasaje de hoy nos muestra el orgullo del pueblo por la inauguración de este templo con el traslado del Arca de la Alianza, un lugar sagrado donde encontrar a Dios. Son necesarios los lugares de culto para encontrarse con el Señor, pero no solo.

El bello pasaje del evangelio de hoy nos muestra a un Jesús que busca a la gente de pueblo en pueblo y a gente que, con su fe y sus dudas, busca acercarse a Jesús. Jesús busca a la gente y la gente busca a Jesús. Hoy Jesús sigue buscando, tratando de abrirse un hueco cada vez más cerrado a su presencia. La pena, la pérdida, la torpeza es que, en nuestra cultura, no se busca a Jesús. ¿Para qué? ¿Qué me aporta? Mientras paradójicamente, lo que sí se buscan son sustitutivos de la religión que ofrecen ilusiones, sentido de vida…, porque en el fondo hay sed, hay dolencias, hay vacíos, hay heridas que curar, no hay satisfacción verdadera…

Precisamente Aquel que lo llena todo, a quién se debería buscar como el tesoro más preciado, no está en el punto de mira, ni en las expectativas, ni en el horizonte, ni en los objetivos de muchos, al menos públicamente, ya que es complicado escrutar el interior del corazón.

Y tú, ¿a quién buscas? ¿Te dejas encontrar y tocar por Jesús? Afortunado si lo has encontrado. No lo pierdas, disfrútalo y haz lo posible para que otros puedan encontrarse con Él. Jesús no dejará de buscar, de buscarte. No perdamos el tiempo, que no se nos pase la vida sin descubrirle.

Juan Lozano, cmf

Meditación – Lunes V de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes V de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 6, 53-56):

En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.

Hoy contemplamos a Jesús sanando toda clase de enfermos, toda clase de dolencias. Me enamora ver cómo Jesús, no solamente dedica su vida y Ministerio a anunciar el Reino, sino que, en medio de su anuncio, se ocupa de ir ya mismo construyendo Reino. Jesús no sólo dice que el Reino está cerca, sino que hace patente al Reino con este signo tan elocuente de devolverle al hombre su salud, de hacerse cargo de todas y cada una de sus dolencias. En el fondo, el Reino será eso. Será el lugar donde Dios sanará todas nuestras heridas y dolencias, será el sitio donde ya no habrá lugar para el dolor y el sufrimiento. Junto con la salud, el Señor devuelve algo mucho más preciado para los hombres y mujeres de su tiempo: devuelve la dignidad perdida, devuelve la conciencia de ser queridos, amados por Dios. No olvidemos que, en tiempos de Jesús, el enfermo era alguien que estaba castigado por Dios, era alguien a quien Dios, por sus muchos pecados, le había soltado la mano. De ahí, se creía, la razón de su enfermedad. Jesús, entonces, sanando a sus contemporáneos, viene a decirnos que Dios jamás le suelta la manos al hombres, que no importa cuan pecadores seamos: Dios siempre estará de nuestro lado, a favor de nuestra salud física y espiritual.Por eso la sanación que opera Cristo es siempre doble, porque supone una curación física y supone, a la vez, un bálsamo espiritual. Y, muy importante es, también, una sanación, una curación a nivel social, una restitución de la comunión, una vuelta a la comunidad. El hombre enfermo era, en aquel tiempo, un excluido. Por ello, el hombre sanado será, entonces, alguien que vuelva a experimentar la inclusión, la cercanía y el aprecio de sus hermanos. Todo eso esta en juego cuando Cristo viene a sanar. Por eso se dedicara Cristo a lo largo y ancho de su vida pública, con tantas energías y con tanto tiempo, a sanar a todo enfermo que se le ponga adelante. Porque aquí hay algo urgente, algo que no puede ser retrasado, algo que no puede esperar. Aquí en la enfermedad, Jesucristo ve a la humanidad clamando a Dios atención, misericordia, perdón, comunión, inclusión, salvación. Por ello es tan central entonces este verdadero Ministerio de Sanación al que Cristo se dedica. Porque sanando esta anunciando a los cuatro vientos que su Padre, que su Dios, nuestro Padre, nuestro Dios, es, antes que todo, un Dios de los que sufren, Dios de los que padecen, Dios de los excluidos.Cuando Dios sana los ciegos, a los sordomudos, a los paralíticos, a los leprosos, no sólo esta realizando un gesto biológico, sino que, mucho mas allá, les esta devolviendo a todos y cada uno ese “algo mas” humano, espiritual que han perdido con su enfermedad. Así, por ejemplo, el ciego, al ciego, lo esta devolviendo a la luz, lo esta volviendo al contacto con la realidad. Al sordomudo lo esta reintegrando a la comunidad, restituyéndole su capacidad para comunicarse. Al paralítico le esta devolviendo la posibilidad de hacer, de actuar, de valerse por sus propios medios. Le esta devolviendo la libertad de ir y venir, de ser independiente. Al leproso, que era considerado como un ser repulsivo, que era, literalmente, excluído de los lugares habitados, lo esta salvando del ostracismo, lo esta devolviendo a la vida pública, lo está, también, reintegrando a la comunidad. Repito, los enfermos eran considerados como seres abandonados por Dios y, en consecuencia, sufrían, además de su enfermedad, el abandono de los hombres. Así los enfermos se constituían en uno de los grupos mas marginales dentro de la cultura de Jesús. Ni siquiera al templo podían entrar los enfermos. Por eso, el Señor se ocupa especialmente de ellos antes que de nadie más. Por eso el Señor siempre tendrá tiempo y energía para atender enfermos, porque el Señor tiene y tendrá siempre entre sus prioridades a los marginales, a los abandonados. Una ultima nota que merece especial mención en la sanación es que el grito realiza es su gratuidad, ¿lo han notado? Jesucristo jamás pide nada a cambio de la sanación física y espiritual, ni siquiera lo vemos invitando al seguimiento después de una sanación. La mayoría de las veces, él mismo se adelanta y despide al enfermo: “Puedes ir en Paz”. Que corazón el Corazón de Cristo, ¿no?, que es todo misericordia y, por ello, es todo gratuidad. Pidamos hoy una doble gracia. Primero: la gracia de ser también nosotros sanados por Cristo de tantas y tantas enfermedades físicas y, sobretodo, espirituales, que vamos cargando por la vida. Pero, segundo, sobre todo, la gracia de ser también nosotros sanadores de nuestros hermanos, por lo pronto, evitando cualquier tipo de exclusión o marginalidad, acercándonos especialmente a los leprosos de nuestro tiempo, intercediendo a favor de los ciegos, sordomudos y paralíticos de nuestra cultura. Ojala la llegada definitiva del Reino nos encuentre también a nosotros haciendo Reino, entregados de cuerpo y alma a la salud física y espiritual de nuestros hermanos. Ojala, por lo demás, nos encuentre el Reino haciendo esto gratuitamente. Recordemos aquello que el mismo Cristo dijo: ”Ven gratuitamente porque gratuitamente han recibido.” Que así sea.

P. Germán Lechini SJ

Liturgia – Lunes V de Tiempo Ordinario

LUNES DE LA V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-par

  • 1Re 8, 1-7. 9-13. Acarrearon el Arca de la Alianza al Santo de los Santos, y la nube llenó el templo del Señor.
  • Sal 131.¡Levántate, Señor, ven a tu mansión!
  • Mc 6, 53-56.Lo que lo tocaban se curaban

Antífona de entrada             Jn 3, 16
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Monición de entrada y acto penitencial
La Iglesia siempre ha mantenido una gran veneración por los difuntos, orando por ellos, especialmente en la eucaristía, donde rogamos al Señor de la Vida que tenga misericordia de ellos y los admita en el banquete del reino de los cielos. Por eso, en esta eucaristía, imploramos humildemente a Dios, que mire benignamente a nuestros hermanos, para que gocen eternamente de la compañía del Señor.

Yo confieso…

Oración colecta
DIOS todopoderoso y eterno,
vida de los mortales y gozo de los santos,
escucha nuestra oración en favor de tus siervos,
para que, libres de las cadenas de la muerte,
formen parte de tu reino en la gloria eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Presentemos a Dios nuestras plegarias.

1.- Por la santa Iglesia de Dios, para que el poder de la cruz salvadora y la fuerza de la resurrección de Jesucristo la purifique de todas sus faltas y le conceda el don de la unidad y la alegría de la fe. Roguemos al Señor.

2.- Por los hombres y mujeres que se han consagrado a Dios en la vida monástica, para que el Señor los bendiga y los llene con su gracia. Roguemos al Señor.

3.- Por los gobernantes y los políticos de todos los países, para que Dios mueva sus corazones y les inspire sentimientos de fraternidad y todo lo que se gasta en armas e instrumentos de destrucción pueda emplearse en combatir el hambre y la pobreza. Roguemos al Señor.

4.- Por nuestro país, para que mejore la situación económica y tengamos prosperidad en la agricultura, la industria y los demás trabajos. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nuestros hermanos difuntos, para que el Señor les conceda la bienaventuranza eterna. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre, las oraciones que te dirigimos, míranos bondadoso, y no rechaces a los que en ti confían. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
RECIBE, Señor,
en tu bondad, la ofrenda que te presentamos por tus siervos
y por todos los que descansan en Cristo, para que,
rotos los lazos de la muerte por este sacrificio singular,
merezcan alcanzar la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Flp 3, 20-21
Aguardamos un Salvador: nuestro Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Dios todopoderoso,
que la participación en los divinos misterios
nos sirva a nosotros de salvación y a las almas de tus siervos,
por las que imploramos tu clemencia,
les alcance tu perdón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.