Comentario – Domingo VI de Tiempo Ordinario

El deseo de felicidad es quizá la aspiración más honda y persistente del ser humano. Ningún hombre se sustrae a él. Todos nuestros pensamientos, deseos y acciones están impregnados de este anhelo. Por eso encentran resonancia en nuestro corazón palabras como las que hemos escuchado: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor o dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre… cuando os excluyan.

Por eso somos tan fácilmente engañables; porque cualquier oferta (aún aparente o irreal) de felicidad nos atrae y nos seduce. Por eso sufrimos tantas decepciones en la vida. ¡Y cuántas ofertas de felicidad en esta sociedad de consumo! Pero la mayoría de las veces son «ofertas de placer», no de felicidad; porque con frecuencia se confunde la felicidad con el placer. El placer sacia momentáneamente al hombre, pero acrecienta su apetito y provoca una sensación de infelicidad que puede acabar produciendo hastío, el sentimiento del sin-sentido, la náusea de la que hablaron nuestros filósofos existencialistas.

En realidad, tras el apetito sensible (visual, gustativo, táctil) se esconde un apetito de trascendencia (de vida, de amor) que nada de lo que vemos, gustamos, oímos o tocamos puede saciar por sí mismo.

La oferta de felicidad que hace Jesús es de otro género. Es compatible con las carencias que implican la pobreza, el hambre, el llanto y la exclusión. Vive del presente que otorga la confianza en Dios; pero se sustenta en el futuro al que nos abre la promesa del Señor y del que se espera la saciedad, la posesión incomparable del Reino, el consuelo, la recompensa celeste.

Las bienaventuranzas de Jesús (en parte, realidad dichosa; en parte promesa de dicha; porque si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos tan desgraciados como los demás hombres), ya habían sido anticipadas en cierto modo en Jeremías, por ejemplo, cuando dice: Bendito (=dichoso) quien confía en el Señor… será como un árbol plantado junto al agua… en año de sequía no deja de dar fruto; pues la confianza en el Señor le mantendrá fructíferoY su contrario: Maldito quien confía en el hombre… apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa… habitará la aridez del desierto.

Jesús proclamaba: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de DiosDichosos los pobres, dichosos incluso en vuestra carencia de pan, de techo, de vestido, de cultura, de salud, etc., porque el Reino ha comenzado a ser vuestro (vuestros, los dones de Dios en el que habéis puesto vuestra confianza) y un día será enteramente vuestro. Es la gran recompensa del cielo que esperan a los odiados, excluidos, proscritos por causa del Hijo del hombre. Por eso, porque les espera esta recompensa deben alegrarse y saltar de gozo ese día, a saber, el día de la exclusión o de la persecución.

El que espera vive ya, en el presente, un anticipo de la realidad futura, esto es, de la libertad, de la felicidad, de la vida que se espera. Por eso, dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Pero ¡ay de vosotroslos que estáis saciados, o los que ahora reís, porque tendréis hambre y porque lloraréis! Tras esta imprecación se esconde una promesa de infelicidad (o malaventuranza) que tendría que generar alarma si somos sensibles a las palabras de Jesús. A nosotros, los saciados de pan se nos encomienda la tarea de saciar el hambre de muchos hambrientos, anticipando así en el presente la bienaventuranza de Jesús: porque quedaréis saciados. A los pobres les podemos negar el dinero, amparándonos en el mal uso que pudieran hacer de él; lo que no podemos es negarles el pan (la comida) que a nosotros nos sobra.

Hoy se celebra la jornada mundial contra el hambre de Manos Unidas: Contra el hambre, defiende la tierra: esa tierra que Dios ha puesto en nuestras manos para sacar de ella nuestro sustento: fruto de la tierra y del trabajo del hombre. La unión de estos dos elementos, tierra cultivable y trabajo cultivador, hacen posible el milagro de la fructificación y del desarrollo. Ofrecer tierra y medios para el cultivo es un camino más duradero y eficaz para hacer frente al problema del hambre. Por eso, esta opción por ofrecer medios, más que frutos, parece la más adecuada, siempre que la urgencia de la situación no obligue a proporcionar el sustento, sin el cual no es posible el trabajo de la tierra.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO VI DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado V de Tiempo Ordinario

Segunda multiplicación de los panes

1.- Oración introductoria.

Hoy, Jesús, vengo a la oración y me sorprenden tus palabras: “Siento compasión de esta gente”. Señor, tú que te compadecías de los hambrientos, de los pobres, de los enfermos, eres el mismo que entonces: sientes compasión por todos los que sufren. Tu corazón no puede cambiar.  Vengo a que me cambies el mío. Que todo el bien que hoy pueda hacer a mis hermanos salga de mi corazón enternecido.

2.-Lectura reposada del Evangelio según san Marcos 8, 1-10

Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos». Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?» Él les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete». Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos 4 mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá.

3.- Qué dice este texto bíblico.

Meditación-reflexión

Marcos ya nos ha hablado de la multiplicación de los panes en Mc. 6,35-44. Desde la época patrística se ha pensado que esta 2ª multiplicación era para Mc. un signo de la misericordia de Dios para los paganos y la primera (multiplicación) para el pueblo de Israel. En este evangelio Jesús ya ha superado la costumbre de la pureza ritual y así ha eliminado la separación entre judíos y paganos. Con los milagros que acaba de realizar en el territorio pagano está anunciando la admisión de éstos a la salvación. Ahora con el banquete celebrado en la Decápolis, fuera del territorio judío, nos está diciendo algo maravilloso: El plan de Dios es que todos puedan sentarse en una misma Mesa, coman el mismo pan, y celebren el gran banquete de fraternidad universal. La razón es que cuando Jesús se encuentra con las necesidades de los hombres, sean judíos o paganos, se “le conmueven las entrañas” (8,2). Jesús nos está revelando a Dios como Padre y Madre. Amores hay muchos, pero sólo las madres tienen “amor entrañable” porque sólo ellas nos han llevado en las entrañas. “¿Acaso una madre puede olvidarse del niño que lleva en sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara yo no te olvidaré” (Is. 49,15). El hijo puede irse de la madre, pero la madre no se puede separar del hijo. Dios no nos abandona porque no puede abandonarnos. La esperanza de salvarnos no la fundamentamos en nosotros sino en Dios. Lo importante es descubrir el amor que Dios nos tiene y así fiarnos plenamente de Él. No es cuestión de mirar y analizar nuestras miserias sino dejarnos envolver por su Misericordia.

Palabra del Papa.

“El prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía. Se ve en el gesto de Jesús que «recitó la bendición» antes de partir los panes y darlos a la multitud. Es el mismo gesto que Jesús hará en la Última Cena, cuando instituyó el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de la vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Pero nosotros, debemos ir a la eucaristía con esos sentimientos de Jesús que se compadece. Y con ese deseo de Jesús, compartir. Quien va a la eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús. Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque sale de Dios y vuelve a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.» (Ángelus de S.S. Francisco, 3 de agosto de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Hoyvoy a visitar a un enfermo, pero “con entrañas de misericordia”.

6.- Dios nos ha hablado hoy a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero agradecerte el interés que has demostrado por todos tus hijos. Nos has hablado de un Padre maravilloso que manda el sol y la lluvia para todos. Haz que yo sea feliz cuando en este mundo haya pan para todos; escuelas para todos; vivienda para todos y medicinas para todos. Ese día podré rezar a gusto el Padrenuestro.

Apuntes

1.- Supongo que muchos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, o estáis estudiando u os ha tocado durante vuestra vida asistir a clases. Pienso que, en la escuela o en el colegio, o asistiendo a conferencias, os habéis visto obligados a sacar apuntes. Aquellos textos que anotasteis son esquemáticos, que uno los entiende en el contexto de lo que estudia y que a un profano en la materia le resultarían ininteligibles. Cada una de las frases anotadas incorpora un contexto y un contenido, que no se puede, legítimamente, ignorar.

Toda esta perorata viene a cuento de que el contenido del evangelio del presente domingo son las bienaventuranzas. No son frases para aprender de memoria. No puede uno imaginarse a Jesús bajando de una ladera y recitándolas, como los pregoneros antiguos vociferaban el mensaje que el correspondiente ayuntamiento enviaba a sus ciudadanos. Lo pronunciaban y apresuradamente se largaban a otro lugar, para repetirlo monótonamente. No, las bienaventuranzas no son eso. En Tierra Santa, cuando estoy en la iglesia situada maravillosamente sobre el lago, dedicada a lo que hemos venido a llamar el Sermón de la Montaña y veo que un grupo de peregrinos lee el texto y se marcha satisfecho rápidamente, pienso que han errado. Me gusta mucho más, como con frecuencia observo, ver a la gente sentada en el suelo, con el libro entre sus rodillas, cerrados los ojos, meditando, pensando y analizando lo que dice el texto. Descubriéndolo seguramente. Aunque vosotros, mis queridos jóvenes lectores, no estéis allí, os toca, para entenderlo, para saborearlo, para que os resulte provechoso, que en la iglesia, al aire libre, en vuestra casa, o en cualquier otro lugar, vayáis leyendo lentamente, preguntándoos, lo que significa estos apuntes sacados por los apóstoles y trasmitidos a sus discípulos, sucintamente ¿qué vigencia tiene para mí? ¿Qué significado le he de dar? ¿Qué contenidos, si los acepto cambiarán, para mejor, mi vida?

2.- Felices los pobres, dice el Señor. Pero ¿no es preciso luchar contra la pobreza? ¿es que el Maestro nos está diciendo que no nos preocupemos por los indigentes, por los enfermos de caquexia en el Tercer Mundo, por los marginados hambrientos, que ya les premiará Él, con el Cielo? Ciertamente que el Juicio Final será un acto de justicia, en que tal vez nosotros salgamos malparados, pero ¿es esta vida irresponsable, a la que nos invita Dios? ¿No será que luchando contra la pobreza de alimentos, cultura, vestidos y diversión, que muchos de nuestros hermanos sufren, debamos nosotros no ambicionar nada superfluo, no pretender derrochar, para presumir, no destrozar, para poder seguir comprando, y así estar a la moda? ¿No será que Jesús quiere que desnudos de ambiciones, viviendo austeramente, siendo desprendidos de lo que no nos es indispensable, o tal vez hasta de ello, como se desprendió Francisco, el de Asís, lograremos libertad interior y autonomía respecto a tantos compañeros que siempre están pretendiendo descubrir qué de nuevo que se ha inventado, que no necesitan, pero que sufren hasta conseguirlo, no obstante quedar desencantados al poseerlo?…¿De qué deseos, de qué ambiciones, he de desprenderme, para ser pobre en espíritu y librarnos de la esclavitud del vicio del consumo sin motivo?

Felices los que lloran, dice el Señor ¿pretende que seamos masoquistas y cada día nos levantemos buscando qué desgracia, qué mal, qué fracaso, nos acecha y nos oprime o les aflige y les oprime a los que están a nuestra vera y no paramos hasta que hemos conseguido, hacerlo nuestro, sin por otra parte hacer nada positivo para superarlo y corregirlo con serenidad? ¿no pretendemos, a veces, con orgullo, sentirnos redentores, los únicos redentores, de todos los entuertos que por el mundo fluctúan? ¿No será que lo que quiere el Maestro es que descubramos la vaciedad de tantas carcajadas, la inutilidad y limitaciones de tantas chabacanerías? En tantas penas que se sufren hay tanto amor… en tanto dolor hay tanto amor… en tantas limitaciones aceptadas, en tanta enfermedad contraída en la ayuda a los necesitados hay tanto amor…

3.- Felices los perseguidos y marginados, dice Jesús. ¿Pretende que busquemos ser el hazmerreír de los demás, las víctimas por culpa propia, los apartados y excluidos por mal proceder nuestro? o ¿no será acaso que lo que quiere Él, es que al ver a tantos despreciados de los hombres, sepamos descubrir todo lo que de bello, inteligente y bueno hay en ellos y les ayudemos a ser felices?

Miraos al espejo espiritual y preguntaos ¿cómo me veo? Si se pudiera sacar una radiografía de mi alma ¿qué manchas se verían en ella? Mirando con el telescopio de la inteligencia, o con el microscopio del corazón, ¿qué descubro en los demás, que me sirva a mí de enseñanza, que sea acicate para prestarles ayuda?

El texto del evangelio de hoy da para rato, aunque no dispongas de mucho tiempo, Dios seguramente te concederá otras ocasiones para que vuelvas a meditarlo, pero no te olvides esta semana de arrinconarte en ti mismo, allí, en la soledad de la sinceridad, encontrarás al Señor que te dirá ¿lo ves tú, como se vive feliz conmigo, obrando como yo te lo propongo?

Pedrojosé Ynaraja

Comentario – Sábado V de Tiempo Ordinario

Mc 8, 1-10

El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.

Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos…

La escena que se contará es una «segunda multiplicación de los panes». Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la «mesa de Jesús» está abierta a todos, incluidos los paganos.

1ª multiplicación de los panes 2ª multiplicación de los panes
-En territorio judío para judíos. -En pleno territorio de la Decápolis.
-Jesús «bendijo» los panes…:
término familiar a los judíos…
«eu-logein» en griego.
-Jesús «da gracias»:
Término familiar a los paganos… «eu-caristein» en griego
-Quedan «doce cestas»
palabra usada sobre todo por los judíos.

Quedan «siete canastas», palabra usada sobre todo por los griegos.

«Doce» es la cifra de las «doce tribus de Israel»… -La primera comunidad «judeo-cristiana» estaba organizada alrededor de los «doce», como los «doce patriarcas» del primer pueblo de Israel. «Siete» es la cifra de los «siete  diáconos» que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa (Hch 6.)

Marcos tiene pues interés en anticipar la evangelización de los paganos, en el ministerio de Jesús: esto corresponde muy bien a la orientación misionera de su evangelio. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos! ¿Siento yo también estas ansias?

«Tengo compasión de esta muchedumbre… si les despido en ayunas desfallecerá en el camino, porque algunos vienen de lejos.

Todavía el mismo símbolo: los paganos, «los que vienen de lejos», expresión que se encuentra en el libro de Josué 9, 6 y en Isaías 60, 4.

Los primeros lectores de Marcos podían reconocerse: también ellos habían venido de lejos, algo más tarde, para ser introducidos en el festín mesiánico en el pueblo de Dios.

Gracias, Señor.

El rol de los discípulos. El retrato del apóstol.

Asociados a Jesús para alimentar a las muchedumbres.

Lanzados por Jesús a la acción.

Ven muy bien lo que hay que hacer, pero no tienen los medios. Así sucede también hoy.

El misionero, invitado por Jesús, debe hacer lo que pueda con lo que tiene: y ¡Jesús terminará la obra! No quedarse ociosos ante las necesidades de nuestros hermanos.

Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes.

En las dos multiplicaciones de panes hay «residuos». Esto indica que el alimento distribuido es inagotable… es el símbolo de un «acto que tendrá que repetirse constantemente», un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás…

Dando gracias, los partió…

Es una comida «de acción de gracias» -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían… el rito esencial de su comunidad era la «cena del Señor».

¿Qué es la misa para mí, hoy?

Noel Quesson
Evangelios 1

Sentirse necesitados

1. El evangelista Lucas hasta ahora no había hecho más que presentarnos a Jesús. Pero no nos había transmitido todavía ninguna de sus enseñanzas. Asistimos, este domingo, al inicio de estas enseñanzas de una manera muy solemne a la vez que desconcertante para quienes somos todavía ignorantes de los verdaderos proyectos de Dios para con nosotros.

Estas primeras palabras, que nos transmiten, cada uno a su manera, tanto el evangelista Mateo como Lucas, son de alguna manera un resumen muy denso pero muy preciso del mensaje de Jesús, pues toca lo más hondo no sólo del mensaje mismo, sino de las condiciones para recibir el mensaje.

Y para recibirlo, –se nos dice–, es necesario, ante todo, tener una profunda actitud de pobreza a fin poder recibir el don de Dios desde la situación de necesitados. Es probable que pensemos que no necesitamos nada de nadie, pero no podemos decir lo mismo de Dios. Si somos verdaderos creyentes, siempre tendremos necesidad de sus dones. Y por aquí va, me parece, el mensaje que se nos propone hoy a través de las lecturas que acabamos de escuchar.

2. El profeta Jeremías pronuncia unas palabras de parte de Dios en un lenguaje sapiencial con una malaventuranza y una bienaventuranza. Al revés de Jesús, que empezará con cuatro bienaventuranzas y terminará con cuatro malaventuranzas, como contrapartida. Jeremías no condena, de ninguna manera, el que se confíe en general en los demás. Pues la confianza de unos con otros, es necesaria para la convivencia humana. En el contexto político de su tiempo, el profeta reprueba que se acuda a las seguridades que pueden proporcionar las alianzas con potencias políticas de entonces y hacer a un lado a Dios que se ha comprometido en una Alianza de amor con su pueblo. Este es el contexto en que Jeremías pronuncia su palabra profética. Por eso invita a confiar plenamente en Dios, garantizando que el justo que confía principalmente en Él, asegura su vida misma.

San Lucas nos introduce hoy en el contenido de las enseñanzas de Jesús, nos transmite estas palabras del Señor que son, de entrada, desconcertantes y, hasta cierto punto molestas y chocantes tanto para ricos como para pobres por tajantes y contundentes como de entrada parecen. ¿Es que los pobres son dichosos y los ricos son infelices, simplemente por ser pobres o ser ricos? La experiencia inmediata parece contradecir esta afirmación. Todos sabemos lo importante que son los bienes materiales para vivir dignamente. Y, por otro lado, sabemos y tenemos experiencia de las dificultades, angustias y vergüenzas que pasan quienes carecen de ellos. La verdad es que ni riqueza ni pobreza hacen feliz al hombre por sí solas.

3. Lo que Jesús nos muestra con su actitud misma ante los bienes materiales y ante la pobreza es que una y otra tienen ventajas y desventajas. Ambas pueden ser buenas o malas según las integremos en la vida de fe. Ya el Eclesiástico dice: “Buena es la riqueza adquirida sin pecado, mala la pobreza fruto de la impiedad.” Ésta es la clave.

Desde esta perspectiva de fe podemos hacer que la riqueza, como don de Dios, nos lleve a abrir el corazón a los que tienen menos y necesitan, con lo cual nos hace verdaderos testigos del amor de Dios y de su generosidad para todos. Sin fe, por el contrario, la riqueza puede perdernos al metalizar el corazón y endurecerlo frente a los que carecen de todo; y, más aún, puede llevarnos a tal grado de avaricia que nos haga llegar a cometer toda clase de crímenes contra los más indefensos.

Por otro lado la pobreza, desde la fe nos lleva a poner toda nuestra confianza en nuestro buen Padre Dios providente y misericordioso y, por eso a relativizar todo bien de tal manera que nos haga capaces de desprendernos con libertad y alegría para compartir aún lo poco que tenemos. Pero la pobreza, al margen de la fe, también nos hace pecar, veamos simplemente a nuestro alrededor, hermanos, cómo la delincuencia, muchas veces tiene su origen en la necesidad y luego se convierte en una forma de vida.

4. De manera que entonces, para entrar en el número de los bienaventurados, es decir entre los discípulos de Jesús, hemos de esforzarnos por seguir las huellas del que siendo rico se hizo pobre por nosotros. Ni la riqueza ni la pobreza nos hacen felices o desgraciados por sí mismas. Ambas son una oportunidad para obrar bien a partir de una relación de amor con Dios y con nuestros hermanos. Pero si nos quedara todavía alguna necesidad de precisar más esto, no dudemos en escoger la pobreza, pues es claro que es el camino que el Señor eligió para salvarnos.

Hagámonos pobres o aceptemos serlo como una bendición para acercarnos a los preferidos del evangelio, es decir, de Jesús mismo. No olvidemos que, a diferencia de el evangelista Mateo que usa el término “pobre” en su sentido espiritual y más bien religioso al añadirle “de espíritu”, Lucas usa el mismo término en griego, pero sin calificativo alguno, con lo cual, según los estudiosos de la Biblia, se refiere a la pobreza social. Jesús, entonces, se refiere a los pobres materialmente entendidos.

Antonio Díaz Tortajada

Pobres y ricos

1.- «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor» (Jr 17, 5) Hay momentos en los que necesitamos confiar en alguien; momentos en los que todo parece hundirse a nuestro alrededor. Necesitamos entonces un apoyo, un amigo al que recurrir. Es la hora de descubrir dónde está la verdadera amistad. ¡Y cuántos desengaños se sufren! Uno comprende que las palabras que prometían no eran más que palabras hueras, sonidos articulados carentes de sentido.

Por eso es desdichado el que confía en el hombre, el que busca su fuerza en la carne. Y es lógico que sea así. El hombre es frágil por naturaleza, se sostiene en pie con dificultad. No puede dar mucho de sí, no es capaz, aunque quiera, de sostener por mucho tiempo a los demás. No hay que extrañarse ni desalentarse. Y sobre todo no hay que pedir a los hombres lo que no pueden dar, lo que ellos mismos necesitan porque no lo tienen.

De lo contrario, nos dice hoy el profeta, serás como un cardo en la estepa, habitarás la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Serás un pobre desdichado que saborea la amargura de la ingratitud. Un pobre corazón sin ilusión que mira torvamente a cuantos se le cruzan por el camino.

«Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza; será un árbol plantado junto al agua » (Jr 17, 7) Un árbol plantado cerca del agua, con sus raíces metidas en tierra húmeda y blanda. Su hoja estará verde en verano, en los años de sequía seguirá dando fruto abundante y bueno. Así ve Jeremías al hombre que confía en Dios, que pone en el Señor su refugio.

En efecto, Dios no cambia. Él ama de verdad. También cuando las cosas van mal, también cuando el ser querido le traiciona, le falla. Basta con que vuelva arrepentido para que Dios le perdone y se olvide de todo. Y le limpie las lágrimas, le cure las heridas, le llene, una vez más, el corazón de paz y alegría.

Además él es fuerte, recio, es el apoyo firme del mundo entero. Todo lo que existe se apoya en él y él en nada tiene que apoyarse. Si él escurriera el hombro todo se vendría abajo, aun lo que más seguro nos parece. Sí, es cierto. Dichoso el que confía en el Señor y pone en él su confianza. No se verá jamás defraudado. Dios no le falta a nadie. A nadie que cuente con él. Y aunque parezca que el mundo se hunde a nuestro alrededor, el corazón estará sereno, confiado en la fortaleza de Dios, seguro de su amor sin fin.

2.- «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos» (Sal 1, 1) El consejo de los malvados siempre busca el propio interés, la ganancia personal. Poco le importa el bien del prójimo, ni tampoco se le da nada de que alguien pueda sufrir un daño grave… Y el más malvado de todos cuantos existen es el Maligno, como lo llama el Evangelio; es decir, el Demonio, que con apariencia de bien nos ofrece, nos mete por los ojos, lo que en el fondo es un mal. El Demonio que se ríe sarcástico de quien, irónico y escéptico, se burla cuando se habla de su existencia y de su acción. El Demonio que actúa sin cesar a nuestro alrededor, que se vale de mil argucias para engañar a los hombres. Con gran habilidad va encendiendo las pasiones del hombre, las carnales y las espirituales, que son mucho peores aún. El Demonio que anda muy suelto en nuestros días, agazapado detrás de tantas ocasiones e incitaciones, como se repiten -a las claras- por doquier para inclinar y arrastrar al hombre hacia el pecado, a la corrupción más degradante.

«…pero el camino de los impíos, acaba mal» (Sal 1, 6) Sí, muy mal, lo peor que uno se pueda imaginar, pues el fin de todo pecado es la muerte. Pero no la muerte del cuerpo que, por terrible que sea, se pasa. Se trata de la muerte eterna, de la agonía sin fin del alma que jamás se extingue. El tormento del Infierno, que así se llama… No se trata de asustar a nadie -bastante susto tenemos ya-, sino de avisar a todos, pues todos corremos el riesgo de terminar malamente.

Es el Señor quien lo ha dicho, y él no nos engaña. Los condenados, ha dicho, serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde el gusano que corroe nunca muere, ni el fuego jamás se apaga, en una terrible situación en la que al hombre sólo le quedará el llanto y el crujir de dientes… Dios mío, haz que nos demos cuenta ahora que todavía podemos rectificar. Señor, constriñe con tu temor santo nuestras carnes. Mira que somos torpes, ciegos que caminan obstinadamente hacia la perdición.

3.- «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado» (1 Co 15, 13) Y si Cristo ha resucitado también los muertos han de resucitar. Pablo se enfrenta con decisión y claridad contra los que en Corinto no creían en la inmortalidad del alma, aquellos que pensaban que después de la muerte todo habría acabado, aquellos para los que la vida del hombre terminaría como la de un simple animal, aquellos que se daban la gran vida pensando que esta de aquí abajo era la única que el hombre había de vivir, aquellos que temían a la muerte como se teme la destrucción y el aniquilamiento de algo muy querido.

Como tantos hombres de nuestro tiempo, como nosotros mismos los cristianos tantas veces. Y así hay quienes defienden que el hombre termina sus días aquí en la tierra, los que desechan la idea de un más allá y se empeñan en construir un paraíso aquí en la tierra, o quienes se dan por vencidos y se refugian en la angustia o en la náusea, o viven con superficialidad y quieren conseguir todo lo que la vida puede ofrecer, al precio que sea.

Y mucho peor es decir que se cree en la resurrección sin que los hechos de nuestra vida correspondan a esa verdad fundamental. Vivir apegados a la materia, ávidos de dinero, de comodidades y placeres. Como si toda la existencia del hombre se redujera a estos cuatro días de aquí abajo.

«Y si Cristo no ha resucitado, nuestra fe no tiene sentido» (1 Co 15, 14) Toda nuestra fe se viene abajo si desaparece su principal soporte, la resurrección de Cristo. Es la verdad clave, el punto de arranque de todo el cristianismo. Por eso san Pablo y todos los demás apóstoles predicaron con insistencia este tema y demostraron con amplitud que Cristo ha resucitado. Ellos fueron conscientes de que era difícil aceptar ese hecho; por experiencia personal sabían cuánto les había costado rendirse ante la evidencia de aquel Cristo Jesús que se les apareció una y otra vez, hasta que se convencieron de que era verdad lo que veían con sus ojos y lo que tocaban con sus manos. Gracias a ese hondo convencimiento pudieron luego proclamar la gran noticia de que Cristo había realmente resucitado.

Y que en consecuencia también tenemos que resucitar nosotros. Su mensaje está lleno de esperanza en esa vida que comienza después de la muerte, esa vida que Jesús promete al buen ladrón para aquella misma tarde, esa dicha de estar unido con Cristo que hace que Pablo desee en cierto modo morirse pronto… Inmortalidad del alma, vida que sigue independiente del cuerpo que se pudre solo en la tierra. Vida que llegará a su plenitud cuando también ese cuerpo resucite y se una a ese espíritu, el alma humana que, por ser inmortal, nunca murió.

4.- «Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6, 20) Hoy es un monte el lugar donde Jesús se reúne con los suyos. De nuevo su palabra resuena en el aire libre y limpio de los campos de Galilea. Desde aquella cumbre se divisa un panorama extenso, que tiene como fondo la lejanía azulada de las aguas del lago de Genesaret. Está rodeado de sus apóstoles, y también de aquella muchedumbre que le admira y le ama, esa gente sencilla que ha sabido ver en él un refugio para sus penas y una solución para sus problemas. Son hombres y mujeres de pueblo en su mayoría, esos que eran llamados ‘Am ha’ares, «el pueblo de la tierra». Para todos ellos, y también para nosotros, pronuncia uno de sus más bellos discursos, el Sermón de la Montaña.

Sus palabras son llamativas. Comienza proclamando que los pobres son dichosos. Luego explica que no lo son por ser pobres precisamente, sino porque de ellos es el Reino de Dios. San Mateo completa la frase que nos transmite san Lucas, y aclara que esos pobres son los de espíritu, es decir, los que reconocen su indigencia radical, los que se sienten tan débiles y miserables que sólo en Dios tienen puesta su esperanza. Éstos, en medio de su pobreza, incluso podríamos decir que gracias a esa indigencia interior, son dichosos, bienaventurados porque Dios les reserva un puesto de privilegio en su Reino.

También son felices los que tienen hambre y sed de justicia, los que ansían con todas las fuerzas de su ser el cumplimiento de la voluntad de Dios. Esa justicia de la que habla en otra ocasión el Señor, cuando dice al Bautista que es preciso cumplir toda justicia; esto es, realizar los planes de Dios, que en realidad son los únicos realmente justos. Sigue el Maestro proclamando dichosos a los que lloran porque ellos serán consolados, reinarán cuando llegue el momento decisivo del juicio final, cuando cada uno recibirá el premio o el castigo por sus obras.

En contraposición, el Señor exclama: ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! Son aquellos que, como el rico Epulón, se olvidan de los demás y sólo viven para satisfacer su propia ambición. Los que sueñan con ampliar más y más sus graneros, sin pensar que un día cualquiera han de rendir cuenta a Dios de la administración de todos esos bienes, que en realidad les fueron confiados para que contribuyeran no sólo a su propio provecho, sino también al de los demás… Tratemos de sacar propósitos concretos de estas palabras del Señor. Procuremos ser pobres de espíritu, y si somos ricos tratemos de enriquecer a los que tienen menos que nosotros.

Antonio García Moreno

Cristo resucitado

1. – Comentamos aquí solo la epístola de San Pablo ya que las referencias sobre el Evangelio de Lucas ocupan el interés de las otras homilías presentes en ésta página. Y es que la realidad es que nuestro camino va en pos de Cristo resucitado. Cuando tras el desconcierto de los Apóstoles suscitado por la muerte en Cruz de Jesús, la resurrección no era otra cosa que la confirmación de su divinidad. Jesús había cambiado y los discípulos comenzaron a cambiar también.

Hay una reacción humana frecuente que es conseguir aplomo, gravedad y entereza al enfrentarse con hechos grandes y extraordinarios, cuando tales hechos son perfectamente aceptados y comprendidos. Cristo había sido muy claro con sus seguidores. Les había anunciado su persecución y muerte. Había repetido, asimismo, que su reino no era temporal, ni «histórico». No iba a ser el liberador de los romanos, ni tampoco iba a repartir oro igual que hizo con el pan y los peces. La escena de los discípulos de Emaús es notable. Cuando Jesús -transformado y, por tanto, desconocido- les habla todavía no entienden nada. Hablan de él como profeta poderoso y expresan ante un «desconocido» su frustración. Pero cuando comprenden que ha resucitado se lanzan otra vez al camino para anunciar ese hecho extraordinario.

2. – La esperanza de Pablo está en la resurrección de todos los demás. Y la nuestra también. Un día resucitaremos y la gloria de Dios alcanzará nuestros cuerpos. Entre lo principal de nuestra de fe está esa creencia en la resurrección. No es fácil hacerse a la idea. Es más fácil pensar en un más allá espiritual donde las almas –materia espiritual– permanecen. La vuelta a la dimensión corporal nos resulta más difícil de comprender y, sin embargo, nuestro paso a la Eternidad será con el conjunto -alma y cuerpo- que tenemos ahora. La gloria de Jesucristo evitará la corrupción definitiva y el cuerpo glorioso permanecerá para siempre.

Para Pablo la resurrección fue una de las grandes metas. Nadie como él estudió y planteó este tema. Tal vez, en las primeras horas esperaba que la venida del Señor Jesús se produjera antes de morir el propio Pablo. Luego se convenció de que el plazo era más largo. En estos tiempos, la formación científica y la polarización sobre lo más inmediato: paz, justicia, amor aleja la idea de la resurrección y, sin embargo, como muy bien dice San Pablo: «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos». Eso es: el primero de todos. Y después los demás. Esa es nuestra esperanza. Pero esa espera no puede desplazar los problemas y obligaciones actuales. No se debe uno enloquecer esperando el último día y la resurrección, dejando al lado a los hermanos y todo lo demás que también ha dicho Jesús.

Ángel Gómez Escorial

Adorando a «don dinero»

1. – Jesús amaba a los ricos, por eso en su entierro nadie cantó la Internacional, —digo—, ni rezó el rosario. Allí no había un solo pobre de los que Jesús ayudó. Por el contrario, sí había dos burgueses: Nicodemo y José de Arimatea. Bueno, como en el otro entierro había una serie de burgueses de los que no se ha hablado: arquitectos, abogados, empresarios, gracias a los que la obra del Padre fue posible cuando los de la Internacional no conocían el barrio.

También recordáis que Jesús tuvo una familia muy querida que no vivió, precisamente, en Orcasitas, sino en la Florida o Mirasierra (**). Y me refiero a Marta, María y Lázaro que vivían en Betania, una urbanización de ricos. Esto va por delante para que sepamos dar el valor debido de las bienaventuranzas de los pobres y los ¡Ay! contra los ricos. Ni el rico es malo por ser rico, ni el pobre es bueno por ser pobre. Los malos son los idólatras, los que hacen su dios del dinero, o hacen de la pobreza su dios.

Cuando el pobre, o el que presume de ello, presupone que se le debe todo —sin dar golpe—, que tiene todos los derechos, hasta el de conculcar los derechos de los demás, cuando no, de disponer de las vidas de los supuestos opresores. Entonces, adora a su propia pobreza y a esos pobres no les corresponden las bienaventuranzas, sino sus “¡Ays!”.

Y cuando el rico se aferra a lo que posee y lo aumenta a costa de la miseria y hambre de sus semejantes, está adorando a Don Dinero, aunque presuma de amistad con Dios. A esos ricos también les corresponden los “¡Ays!” de Jesús.

Como ha dicho la primera lectura: Maldito el que confía en el hombre, pone en él la confianza que debió poner en Dios y en esto caen pobres y ricos. Durante décadas se ha idolatrado a un hombre ateo que se hizo dios de las masas prometiéndoles un paraíso imposible, porque no hay paraíso sin Dios. Allí se adora también al poderoso Don Dinero y ambas idolatrías son malas.

2. – Desde luego que jamás Jesús quiso engatusar a los pobres con unas bienaventuranzas cantadas en clave de resignación. La pobreza es un mal y Dios no lo quiere. Dios quiere el desarrollo de todos sus hijos, y todos, ricos y pobres, deben unir sus esfuerzos para que ese progreso, esa realización de la personalidad de cada hombre, se lleve a cabo.

3. – Y ¿Quiénes son los pobres felices ante los ojos de Dios?

— Los que saben gozar con alegría lo poco que tienen y hasta saben compartir.

— Los que soportan con paciencia y buen humor la senilidad de padres y abuelos, o la larga enfermedad de una tía soltera.

— Los que sufren la hostilidad o impertinencia de un prepotente jefe de negociado que no aguanta a las personas que no se avergüenzan de ser reconocidas como católicas.

— Los que por defender una causa justa han sido arrollados por una injusta justicia humana.

3.- Todos estos son los bienaventurados de hoy a los ojos de Dios. Pero ¿quiénes son esos ricos de los “Ays” de Jesús?

— Los que, individualmente o en grupo, aparcan sus creencias religiosas o políticas apoyando al que más engorde sus cuentas bancarias, pasando por alto las consecuencias educacionales, sociales o religiosas que ese apoyo traiga a la nación.

— Los que llegan a la trampa y al tapujo por su propio interés aunque arrollen con ello a los demás. Éstos se llaman corruptos.

— Los alpinistas que suben pisando con una bota a los otros.

— Los ejecutivos para los que todo es lícito, en defensa de los intereses propios o de la empresa.

Todos estos son los idólatras, adoradores del Becerro de Oro contra los que ya lanzó su juicio el Señor Jesús hace dos mil años.

José María Maruri

Felicidad amenazada

Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la sociedad. Las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e increíble, incluso para los que nos llamamos cristianos.

Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado incluso a confundir la felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».

Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El camino que tratamos de recorrer para buscar felicidad.

Vivimos en una sociedad que, en el fondo, sabe que algo absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera. Nos gusta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.

Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado solo de bienaventuranzas. Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del amor, disfrutan satisfechos en su propio bienestar. Esta es la amenaza de Jesús: quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya han saboreado.

Quizá estamos viviendo unos tiempos en los que empezamos a intuir mejor la verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».

Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización de la abundancia nos ofrece medios de vida, pero no razones para vivir. La insatisfacción actual de muchos no se debe solo ni principalmente a la crisis económica, sino ante todo a la crisis de auténticos motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar.

Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.

¿Y si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tenemos que buscar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y compartir más?

José Antonio Pagola