Paradoja y felicidad

La sabiduría se expresa en paradojas, no por capricho, sino porque las cosas no son lo que parecen. La mente se queda atascada fácilmente en la apariencia y en la contradicción. Para ella, todo es “lineal”. Y etiqueta como “verdadero” aquello que se ajusta a lo que ella misma percibe. Con el añadido de que, mientras permanecemos en el estado mental, es imposible verlo de otro modo.

Sin embargo, la mente es solo un modo de conocer, no el único ni el definitivo. Hay otro modo de conocer que se abre camino en nosotros, justamente cuando aprendemos a silenciar el pensamiento. El silencio de la mente nos permite trascenderla, viniendo a constatar que, en efecto, las cosas no son lo que parecen.

La tradición mística cristiana había hablado de “los tres ojos del conocimiento”: el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo del espíritu. Cada uno de ellos opera en su propio campo. Y de la misma manera que no se puede pedir al “ojo de la carne” que vea los pensamientos, tampoco es posible que el “ojo de la razón” alcance a ver la profundidad de lo real.

En nuestro caso, el ojo de la carne nos ve como un cuerpo; el de la mente, como un “yo” separado; solo el del espíritu percibe nuestra verdadera identidad, el “fondo lúcido” o “presencia consciente” que, en el silencio de la mente, podemos experimentar.

La paradoja se halla presente en todas las dimensiones de nuestra existencia. Y así queda recogida en quienes llamamos maestros y maestras de sabiduría. En el evangelio, es central aquella que habla de “perder” y “ganar”: salva la vida, quien la pierde, mientras que la pierde quien pretende guardarla.

El texto que comentamos hoy advierte de la paradoja que se da en nuestra búsqueda de ser felices: la felicidad que ansiamos no gira en torno al yo, sus intereses y apetencias, sino que nace de la comprensión y de la conexión consciente con lo que realmente somos.

¿Hacia dónde oriento la búsqueda de la felicidad?

Enrique Martínez Lozano

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Una felicidad subversiva y paradójica

La Buena noticia de Jesús es siempre contracultural y subversiva. Subvertir significa literalmente: dar la vuelta, alterar el orden de valores establecido transformándolo desde abajo. Así es la propuesta de felicidad que nos hace Jesús. Frente la seducción del mercado y su lógica: consumo luego existo, tanto tienes tantos vales, la propuesta del Evangelio da un giro radical a la comprensión de lo que significa una vida felicitante. En definitiva, que es aquello que nos hace plenamente dichosos y dichosas frente a lo que nos conduce a la insatisfacción y al vacío existencial.

La felicidad propuesta por el Evangelio no nace de fuera a adentro, sino que su dinamismo es justo al revés; de dentro a afuera. Esta inversión se nos hace difícil de entender porque la lógica neoliberal y la sociedad de consumo manipulan nuestros deseos más íntimos y nos van inoculando un veneno: el de una felicidad descafeinada y light. Como si esta se pudiera adquirir al comprar el coche de moda, un perfume, una crema antiarrugas, la marca de unas deportivas o ejerciendo el poder sobre otras personas o la naturaleza como si fuésemos sus propietarios. Esta felicidad tramposa y sucedánea termina teniendo como frutos la insatisfacción profunda y el vacío desesperante y existencial.

La felicidad propuesta de Jesús es de otro tipo. Las Bienaventuranzas nacen de un corazón reconciliado, de la pacificación interior, de la armonía en la relación con nosotros mismo, con los demás y con el cosmos porque somos un todo interrelacionado que al quebrarlo nos rompe también a nosotras y nosotros mismos. Somos felices cuando vivimos sencillamente siendo fieles a lo que en conciencia creemos, aunque ello conlleve contradicciones y más preguntas que certezas. Cuando descubrimos que la vida tiene un sentido y canalizamos la nuestra en ello. Cuando vivimos a la altura de la realidad, no por debajo ni por encima de ella. Porque cuando vivimos por debajo de la realidad los acontecimientos nos hacen sus esclavos, nos encogen, se convierten en nosotros como en una losa que tenemos encima, nos frustran y nos ahogan haciéndonos sus víctimas. Pero también cuando nos situamos porencima de la realidad, lo hacemos como si pudiéramos con todo, como si fuéramos super hombres o super mujeres, por encima del bien y del mal, del éxito y de los fracasos. Sin embargo, estar a la altura de la realidad significa situarnos en ella desde la humildad de lo real, la sabiduría del realismo de lo posible, sin idealizarla, pero también sin vejarla, sin dramatizarla, sin exagerar sus aspectos dolorosos, y desagradables, viviendo en clave de agradecimiento encarando en común las dificultades. Porque la felicidad no depende de lo que nos pasa, sino de lo que hacemos con lo que nos pasa y en solidaridad con quienes lo vivimos.

El proyecto de felicidad que nos propone el Evangelio son las Bienaventuranzas, que son a la vez anuncio y denuncia. Anuncian la predilección de Dios por los últimos y últimas de la historia, por los pacíficos, por los que ponen su seguridad en la misericordia y la solidaridad y no en el dinero o en el poder, por quienes tienen hambre y sed de un mundo nuevo donde la fraternidad y la sororidad humana sean posibles. A ellos y ellas Jesús les reconoce dichosos y dichosas porque han entrado en la lógica del Reino y su felicidad paradójica. Pero las Bienaventuranzas son también denuncia de quienes viven instalados e instaladas en su propia autocomplacencia, blindándose al grito de sus hermanos y hermanas más empobrecidas y sus anhelos de justicia e inclusión. Su felicidad es vana e ilusoria porque está construida sobre la indiferencia y el sufrimiento de aquellos a quienes dan la espalda. Por eso su falsa alegría se tornará en llanto y vacío.

¿Y nosotras por donde van nuestros proyectos y aspiraciones de búsqueda de felicidad en esta etapa de nuestra vida y de la de nuestras comunidades? ¿Como son de paradójicos y subversivos?

Pepa Torres Pérez

II Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosos vosotros, cuando proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos vosotros, cuando proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres;
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Abatidos de viento

Si yo fuera epíscopa, haría leer hoy el texto que sigue en todas las parroquias en lugar de la homilía. Lo ha escrito Erri de Luca, uno de mis autores favoritos, y traduce así la primera bienaventuranza.

“Se hizo un silencio denso y sin viento una vez que todos se sentaron para escucharlo. Para que pudieran oírlo y verlo, subió a un altozano. Se puso sobre la última piedra, allí donde la tierra culmina su ascensión y comienza el cielo. El viento amainó cuando él se puso en pie. La acústica, perfecta; el sol, tibio: Galilea era un surco abierto para acoger la semilla del discurso. Ningún escriba tomaba apuntes. Era un tiempo en el que las palabras se grababan a fuego en la membrana del recuerdo, en el fondo de los oídos.

«Bienaventurados» fue su primera palabra, según la tradición. Correspondía a la hora y a los sentimientos de la multitud, a la que le gusta verse reunida, apretujada y completamente segura. «Feliz, dichoso»: así traducimos la palabra ashré con la que comienza el libro Tehillim, los Salmos, como los llamamos nosotros. Comenzó con la primera palabra de los Salmos, muchos de los cuales llevan la firma del antepasado David. Él, su descendiente, continuaba la obra siempre agradable a la divinidad, que con frecuencia solicitaba de David un cántico nuevo.

Más que «bienaventurados, dichosos, felices», la palabra ashré significa «alegrías, albricias». La alegría es un gozo más físico y concreto que la bienaventuranza espiritual. Alegre como el recién curado que saborea el retomo de sus fuerzas. Alegre el «pobre de espíritu». También aquí hay diferencia con el hebreo shefal ruaj, «abatido de viento». Una expresión de Isaías. Alude a alguien que está completamente postrado, tendido en la tierra, y al que comienza a faltarle el aliento. «Abatido de viento», boqueando con el esternón pegado al suelo, los labios a la altura de las sandalias de los otros. “Alto y santo habitaré y estoy con el oprimido y abatido de viento para hacer vivir viento de abatidos y hacer vivir corazón de oprimidos “(Is 57, 15).

Un escalofrío repentino penetró en los oyentes. Aquel hombre estaba de pie en el punto más alto del horizonte, tal y como el «alto y santo habitaré» del versículo de Isaías, en el que quien habla es la divinidad. El hombre rozaba la usurpación, se había colocado en el nivel de aquellas palabras. Un escalofrío cruzó veloz por entre quienes estaban en condiciones de entender, pero enseguida fue superado por el anuncio: Estoy con el oprimido y abatido de viento. Alegre el abatido de viento, lo mismo que el oprimido de corazón: ¿cómo podían estar alegres? Alegres porque el versículo de Isaías les asegura que la divinidad está con ellos. Nombraba viento y corazón, es decir, aliento y sangre, aquello que él venía a sanar. Rescataba de las llamas los cuerpos y las almas de los más afligidos del mundo.

Había ganado crédito entre la multitud de los curados, pero aquello era solo una prenda de la enfermedad que había venido a curar. El hombre de pie en lo alto había tomado partido, estaba con el abatido de viento, con el shefal ruah. La traducción habitual «pobres en el espíritu» pierde por el camino la carga preciosa de Isaías, profeta especialmente querido por el hombre que estaba en lo alto. Los que se apretaban a su alrededor, sentados en las piedras de aquel grandioso teatro al aire libre, agarraron al vuelo el sentido que encerraba aquel anuncio.

Era la subversión más novedosa, daba la precedencia a los oprimidos, los elevaba al rango de los elegidos. Proclamaba quiénes eran los vencedores, relegaba a los otros. El reino pertenecía a los vencidos, a los desposeídos. Nada más insidioso había llegado nunca a oídos de quien tenía poco o nada que perder. Abatía el orgullo de la supremacía terrena que se consideraba favor divino. Ninguna revuelta había llegado a este grado de anulación de los rangos. Así se ponía patas arriba eso que se suele dar por descontado en la tierra, el poder de unos pocos sobre multitudes inmensas. Quedaban abolidas las prerrogativas de autoridad y de honor. Cuando los «abatidos de viento» se convierten en los primeros, se esfuman el poder y sus prerrogativas.

Era un anuncio que enardecía el corazón sin incitarlo a la ira o a la revuelta. No valía ya la pena, no tenía ya sentido oponerse al poder que se pavonea, sin fundamento en el cielo, parásito en la tierra. Dad al césar todos sus símbolos de grandeza, son solo chucherías para niños. La multitud abrió los ojos al escucharlo: un mundo distinto se superponía al existente. Los miserables sonrieron, los grupos de clase media suspiraron, temblaron los pocos señores ante el alivio de los siervos. El mundo divisado por aquel hombre subido en la cima del monte estaba al alcance de los sentidos. No era un más allá, sino un aquí y ahora ya presente, diseñado por palabras antiguas, sagradas, que se apresuraban a cumplirse. (…) Desde la cima de un monte se está solo distante de la tierra, subido en su último escalón. Desde ese lugar distante del barullo y de la confusión de la llanura era posible escrutar la lejanía y acoger el anuncio de las alegrías nuevas. Pero después había que bajar, incorporarse otra vez al orden existente; la hora de aire puro había terminado. Allá abajo, en el fondo del valle, el poder continuaría imponiéndose. Entonces ¿iba a seguir todo igual?

No, en absoluto; desde aquel momento cualquier multitud y cualquier persona sabían que habían escuchado el discurso del monte y podían volverse hacia aquella cima con la respiración abatida de viento, el corazón oprimido. En mayor o menor medida, pero podrán curarse o reponerse al amor de aquellas palabras que no darán tregua al mundo hasta que se cumplan”.

(Erri de Luca, Penúltimas noticias acerca de Yeshua/Jesús, Salamanca 2016 p 15-25)

Dolores Aleixandre

Dichoso el pobre, no por serlo sino por no causar pobreza

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente: “pase de mí este cáliz”. La verdad es que ni me entienden los pobres ni los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas racionalmente y las bienaventuranzas sobrepasan toda lógica. Cualquier intento de aclararlas racionalmente está abocado al fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.

Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Intentaré llevarte lo más lejos posible en su comprensión, sabiendo que no tienen explicación posible. El primer problema lo encontramos en los mismos evangelios. Lucas propone solo tres o cuatro y de la manera más breve posible: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que pasan hambre. Mateo narra ocho o nueve pero además, añade un matiz que trata de explicar ya la dificultad para entenderlas. Dice: pobre de espíritu, hambre y sed de justicia. Es también muy significativo que Marcos y Juan ni siquiera las mencionan.

No tenemos ni idea de cómo las formuló Jesús, con toda seguridad en arameo. Tampoco podemos saber el sentido que le dieron al traducirlas al griego. Hoy estamos en condiciones de afirmar que la interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con creces en el más allá. Si para mantener la esperanza tenemos que echar mano de un más allá, malo.

No se puede separar el primer término de cada propuesta del segundo. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería dar a entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Pero tampoco se pueden unir automáticamente. El hecho de ser pobre no garantiza por sí mismo otra riqueza. Ni el hecho de ser rico determina una condenación automática. Lo que determina un mayor o menor plenitud humana es la actitud vital de cada uno.

Pero es que el nexo de unión entre las dos partes de cada propuesta también es problemático. El “porque” no tiene ninguna connotación causal. El pobre es dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque, a pesar de todo, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. De la misma manera el rico no es maldecido por ser rico sino por poner su confianza en la riqueza y desentenderse de lo humano que hay en él.

Descubiertas todas estas dificultades, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza, no al rico. Tanto la pobreza como la riqueza son malas si nos impiden ser.

Tampoco quiere decir el evangelio que tengamos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.

Las bienaventuranzas invierten radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando que un día Dios cambie las tornas.

Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo absoluto, estamos equivocándonos y en vez de felicidad encontramos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.

Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no da valor a la pobreza en sí, sino a no ser causa de la pobreza de otro.

Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús nos dice que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar en primer lugar mis seguridades y si me sobra, dar a los demás, no es suficiente.

Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú no puedes hacerlo todo; no se te pide que elimines la injusticia en el mundo sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacer un favor a otro, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de toda inhumanidad. Los “ricos” somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad, que es más importante.

Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material, ni preconizan una revancha futura de los oprimidos, ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al individualismo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

Fray Marcos

Comentario – Domingo VI de Tiempo Ordinario

(Lc 6, 17. 20-26)

A diferencia de Mateo, Lucas coloca este discurso en una llanura. Pero sabemos que Mateo habla de la montaña por el valor simbólico que tiene como lugar de encuentro con Dios.

Lucas nos insiste en la gran cantidad de discípulos y en la multitud del pueblo que venía de todas partes buscando a Jesús, no sólo judíos, sino también los paganos de la zona de Tiro y Sidón (ver 10, 13-14).

Las bienaventuranzas que nos presenta Lucas no se caracterizan tanto por actitudes interiores, como la mansedumbre, la pobreza de espíritu o la pureza de corazón, como en Mateo 5. Lucas se dirige más bien a los pobres a secas, los que pasan hambre y lloran en su miseria y su angustia, los desterrados y despreciados por la sociedad. A ellos se les promete un premio celestial abundante, se les ofrece una esperanza que puede darles alegría en medio de la angustia y los desprecios, porque pueden saberse especialmente amados.

Al mismo tiempo, para que no queden dudas sobre esta preferencia de Dios por los pobres, Lucas menciona también los reproches a los ricos, satisfechos y aplaudidos por la sociedad, y se les dice que no pueden poner esperanza alguna en ese poder mundano, porque esas glorias humanas no valen nada a los ojos de Dios.

De hecho todo el evangelio de Lucas insiste en esta predilección de Dios por los que no tienen dónde apoyarse y por los que tan sólo pueden recostarse en él.

Oración:

“Ayúdame Señor, para que pueda mirar con tus ojos a los pobres, hambrientos y despreciados. No permitas que mi corazón se endurezca ante el dolor ajeno, no me dejes caer en la mediocridad del egoísmo, de la vanidad y la indiferencia”. 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Pobres y odiados – ricos y estimados

El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)

Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa: la de la sinagoga de Nazaret. En ella se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo.

En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.

La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).

Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).

¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).

En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.

Bienaventuranzas y ayes (domingo 6º)

El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.

¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:

Dichosos los pobres,

los que ahora tenéis hambre

los que ahora lloráis

¡Ay de vosotros, los ricos!,

los que ahora estáis saciados

los que ahora reís

No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa.

Pero las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.

En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.

Pobres y odiados

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.

Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.

¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.

Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).

Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.

Ricos y alabados

Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones (Cristiano Ronaldo). Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.

¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.

Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).

Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).

El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro

A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.

María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»

¿Está condenado el rico?

La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una reflexión

¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.

Una advertencia

Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.

1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)

Se ha elegido por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.

2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)

Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.

José Luis Sicre

Lectio Divina – Domingo VI de Tiempo Ordinario

Bienaventurados los pobres…

INTRODUCCIÓN

En el Antiguo Testamento se consideraba la salud, la larga vida y la riqueza como signos de la bendición de Dios: y se daba gracias por esas cosas. Jesús no es tan ingenuo; Jesús ve todos los días que los ricos crean la desgracia de los pobres, que muchos pobres son mucho mejores personas que la mayoría de los ricos…. Bendita pobreza, que hace personas; maldita riqueza, que destruye a la humanidad. En el Sermón del Monte: no hay preceptos para salvarse, mandamientos de la nueva ley, ascéticas del sufrimiento por la vida eterna… Hay simplemente, una   manera mejor de vivir, que se reduce a tomar la humanidad en serio, trabajar por ella, hacer de la vida personal un servicio útil… y sentirse muy bien así, muchísimo mejor que atendiendo a otras metas como ganar mucho dinero, estar muy instalado, salir de compras a diario, tener influencias y contactos…Para Jesús está muy claro que «humanidad» es mucho más que darse gustos, comprarse cosas, figurar… Humanidad es una cosa muy seria, que merece la dedicación total. Y proporciona las mayores satisfacciones (José Enrique Galarreta).

LECTURAS DEL DÍA

1ª lectura: Jer. 17, 5-8                  2ª lectura: 1Cor. 15, 12.16-20

EVANGELIO

Lc. 6,17.20-26

Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.  Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.1Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.

EXPLICACIÓN

1.- Jesús, antes de hablar de la pobreza, la ha vivido. Para Jesús, lo absoluto, lo definitivo, lo que le hace plenamente feliz es Dios. Jesús se siente tan entrañablemente abrazado por su Padre que puede decir: “Yo y el Padre somos uno” (Jn. 10,30). Desde ahí ha sabido relativizar todo: el dinero, la fama, el prestigio, incluso la propia vida.  Es verdad que Jesús pudo ser “un buen rico”. Y hubiera podido repartir su riqueza entre los pobres. Pero optó por ser sociológicamente pobre porque así se solidarizaba mejor con ellos. Su vida sobria, austera y libre de las ataduras del dinero, pudo gozar de las cosas bellas y sencillas de la vida, y, con un corazón libre, disfrutar plenamente de una auténtica amistad. Ha visto a cada persona como un “auténtico regalo del Padre”. “Eran tuyos y Tú me los diste” (Jn. 17,6). Y se ha dedicado en cuerpo y alma a liberar a las personas de todo lo que les esclaviza.

2.- La pobreza en el evangelio de Lucas.  La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras bienaventuranzas de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús.  Para Lucas, los pobres son los pobres que Él tiene delante, con sus rostros y sus nombres concretos; los que no tienen cubiertas sus necesidades más elementales. Sería un sarcasmo decirles a éstos: ¡Enhorabuena, qué suerte tenéis!  Cuando les dice: «Dichosos de vosotros” es porque ha llegado para ellos el “reinado de Dios”. Son dichosos porque Jesús les dice: Dios ya no aguanta más vuestra situación y va a actuar. Vosotros tenéis a Dios por rey y propio del rey es ayudaros y defenderos. En el evangelio de Lucas hay unas amenazas para los ricos. Más que maldiciones son avisos para que los ricos cambien de actitud y reaccionen.   Este evangelista, en el discurso programático de Nazaret, ha elegido para su lectura al profeta Isaías donde dice que el Mesías “ha sido enviado a dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4,18-19). Y todos sabemos que el año de gracia alude al Año Jubilar que se celebraba cada 50 años, y donde los pobres podían recuperar las tierras que habían perdido en esos años. Y con esa pérdida, el derecho a ser persona.  En la parábola lucana del “rico sin entrañas” “el mendigo Lázaro quería saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico” (Lc. 16,21). Y las migajas eran los trozos de pan con los que habían limpiado el plato. Se trata de una pobreza humillante que hace añicos la dignidad humana.  Y es lo que Jesús no puede tolerar. La única manera de salir de esa “pobreza-miseria” es combatirla. El mayor dolor de la pobreza es la destrucción de la persona. Dios no puede tolerar que miles de niños en el siglo XXI se mueran de hambre. Jesús, que tenía un corazón compasivo no podía tolerar que la gente del desierto se fuera sin comer porque podían desfallecer en el camino. Por eso hizo la multiplicación de los panes (Lc.9,10-17). Para los pobres, según Lucas el evangelio es una buena noticia porque Dios, que reina ya dentro de sus corazones, va a cambiar su situación. Por eso la Iglesia siempre ha tenido muy en cuenta a estos pobres-sociológicos y ha creado instituciones para atenderlos y ayudarles a ser personas.

3.– Persona-árbol: persona-cardo. (1ª Lectura). Para el profeta Jeremías, el pobre sería la “persona-árbol”. Y el rico la “persona-cardo”. El árbol con sus hojas, da buena sombra. Se refiere a esas personas acogedoras, que dan cobijo y descanso; con sus buenos frutos, saben poner paz, alegría, ilusión, esperanza y mucho amor en la vida.  El árbol no se mueve de sitio, siempre está. Y como está en su sitio, siempre lo encuentras. El cardo no da frutos, ni hojas, ni sombra. Lo único que puedes esperar es algún pinchazo. Alude a las personas negativas, que nunca aportan nada, que lo critican todo, que viven amargadas y amargan la vida de los demás. ¿Cuál es el secreto de este árbol? Crece junto al arroyo de las aguas. Y sabemos que “la acequia de Dios va llena de agua” (Sal. 64). Son personas de oración.

PREGUNTAS

1.- En mi vida suele haber de todo. ¿Cuándo me considero “persona-árbol? ¿Y cuándo me considero “persona cardo?

2.¿Me preocupa la cantidad de gente que se lo pasa mal? ¿Me preocupan que en el siglo XXI haya tantos miles de niños que mueren de hambre?

3.- El evangelista Lucas es muy concreto. ¿Qué estoy dispuesto a hacer para ayudar a solucionar este problema del hambre?

Este evangelio, en verso, suena así

Señor, quien en Ti confía
es «árbol» junto a la acequia
y el que confía en el hombre
es un «cardo» de la estepa.
Tú bendices a los pobres
que se apoyan en tu fuerza
y maldices a los ricos,
llenos de autosuficiencia.
Que sigan con sus placeres,
diversiones y riquezas.
Un día descubrirán
que «su fuente ya está seca».
En cambio, Señor, nosotros
estamos siempre de fiesta.
Como niños, en tu pecho,
reclinamos la cabeza.
Confiados en tu Palabra
elegimos otras metas:
compartir con los hermanos
vida, corazón y mesa.
Qué suerte, Señor, la nuestra:
estar libres de cadenas,
porque Tú eres nuestro Pan,
nuestra risa y nuestra estrella.
Hoy, unimos nuestras «manos»
con los pobres de la tierra.
Son, Señor, nuestros hermanos,
el tesoro de tu Iglesia.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

La revolución de las Bienaventuranzas

1.- La Palabra de Dios de este domingo nos presenta dos caminos: el de la confianza en Dios, que conduce a la bienaventuranza, y el de la confianza en el hombre, que conduce a la malaventuranza. Lo anticipan el profeta Isaías y el Salmo 1: quien confía en el Señor es como un árbol plantado junto a la corriente o junto a la acequia, está frondoso y produce buen fruto. Lucas, mucho más radical que Mateo, ofrece al hombre dos opciones que conducen a la felicidad o a la infelicidad ¿Por cuál optamos? Todos buscamos ser felices, dichosos y bienaventurados, ¿por qué no confiamos en las palabras de Jesús que nos señala el auténtico camino de la felicidad en el «Sermón del Monte»?

2.- Se ha dicho que las bienaventuranzas son la «Carta Magna» del cristiano. Seguir a Jesús es obtener la felicidad plena. Frente a la felicidad artificial y engañosa que ofrece el mundo,

Jesús nos promete y hace realidad en nosotros el Reino de Dios, que nos hace «saltar de gozo».

Las bienaventuranzas proponen un ideal de vida que, como todo ideal, es inalcanzable en su totalidad. En la medida en que seamos capaces de «vivirlas» estaremos más cerca de Dios. Pero no debemos desanimarnos si nunca llegamos a la perfección que este ideal sugiere. Debemos darnos cuenta por experiencia que es más feliz, por ser más libre, el que es pobre y no está apegado a los bienes de la tierra. Notemos que Lucas no habla como Mateo de «pobres de espíritu», sino de pobres a secas, es decir aquellos que están carentes de lo más elemental para vivir dignamente.

En cambio el que acumula bienes injustos, en su interior es un desdichado. Los que tienen hambre de justicia, lloran con el que sufre y son perseguidos por ser consecuentes con sus ideas y su fidelidad a Dios, son también felices porque Dios está con ellos, no porque en sí la miseria, el hambre, el llanto o la incomprensión sean buenos. El cristiano no es un masoquista. Pero las bienaventuranzas de Lucas testimonian que Dios está a favor de los débiles y defiende su causa.

En cambio, los satisfechos y egoístas que sólo piensan en sí mismos, en el fondo son unos infelices porque han puesto su confianza en sí mismos en lugar de ponerla en Dios. A Lucas le da pena su situación, por eso exclama ¡Ay de vosotros!

3.- Jesús invierte el orden de valores de este mundo, lo pone todo al revés. Por eso su mensaje es revolucionario. Muchas veces se ha querido deformar u ocultar la exigencia radical del Evangelio. Pero sus palabras son claras, no hay duda de que el que quiera seguirle tiene que estar dispuesto a vivir de otra manera, pero tiene la seguridad de que va a ser feliz. Le criticarán, se meterán con él, será rechazado….., no importa, peor sería si todo el mundo hablara bien de él, así hubo muchos falsos profetas en Israel que hacían componendas para salir del paso. El cristiano debe ser valiente y afrontar el riesgo que supone seguir a Jesús de Nazaret.

José María Martín OSA

¿Y esto va con nosotros?

1.- “Jesús bajó del monte, se detuvo en un llano y empezó a decir a los discípulos: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los cielos Dichosos los que ahora tenéis hambre”…San Lucas, Cáp.6. Existe una versión más popular de este Sermón del Monte: “El Señor se sentó, rodeado de sus discípulos, y les dijo: Felices los pobres. Felices los que ahora tienen hambre, los que ahora lloran. Felices cuando la gente los odie. Pedro entonces preguntó: ¿Y hay que aprenderlo de memoria? Y Andrés: ¿Es para copiarlo en el cuaderno? Tomás murmuró en voz baja: Yo no alcanzo a entender. Juan y Santiago dijeron: ¿Y esto va con nosotros? Y Judas añadió: No puede ser.

Un fariseo que observaba la escena, se acercó a Jesús: Maestro, le dijo: ¿Qué nivel de comprensión exiges previamente a tus discípulos?”.

Aquel día el Señor nos presentó el más alto ideal de cristianismo, por encima de los diez mandamientos y los consejos evangélicos. Una lección difícil, pues los caminos de la felicidad según el Evangelio, se contraponen a los que ordinariamente transitamos. Las Bienaventuranzas que nos trae san Mateo son diferentes a las de san Lucas. El primero ofrece una enseñanza más general, más espiritualista. El segundo se dirige concretamente a quienes aquel día escuchaban al Señor: Enfermos, vagabundos, hambrientos, oprimidos de muchas maneras. Jesús les habla de pobreza y de dolores. Cosas que conocían por experiencia. Sin embargo, el discurso de Jesús no es masoquista, como el de ciertas religiones de Oriente. No les dice a sus oyentes que son felices mediante esos males, sino a través de ellos. O mejor todavía, a pesar de ellos.

2.- El Maestro quería explicar aquel día que quienes poseen muchas cosas, los perfectamente financiados, quienes ya se consideran felices y siempre cosechan alabanzas, casi siempre están lejos del Reino de Dios. Porque se edificaron una torre blindada donde la confianza en el Señor, la esperanza cristiana y lo que es más grave todavía, la compasión hacia los necesitados ya no pueden entrar. En cambio los aporreados por la vida, quienes nos debatimos entre muchos problemas, los oprimidos por la injusticia, somos candidatos auténticos al Reino de Dios. Ese escenario ideal pero a la vez posible, donde todo lo humano adquiere una distinta dimensión.

Algunos, sin embargo, leemos este mensaje del Maestro con justificado recelo. ¿A dónde nos conduce Jesús? ¿Qué calidad de dicha nos promete? ¿Cuándo se realizarán sus promesas? Este Sermón de la Montaña encierra un mensaje, asequible únicamente para quienes lo asimilamos, encendida la fe en Jesús, el Hijo de Dios.

3.- Y esa dicha, anunciada por Cristo, comienza a sentirse cuando tratamos de equilibrar la balanza del mundo, en favor de los más necesitados. Aunque sea en el pequeño ámbito a donde alcanzan nuestras fuerzas. Esa fuente inicial de alegría crece y avanza cuando descubrimos, más arriba de los bienes materiales, otros valores que nos llenan el alma. Y todo esto culmina el día en que verificamos nuestra pertenencia al Reino de los Cielos. San Lucas no olvidó consignar la promesa de Jesús, luego de aquel solemne discurso: “Alegraos entonces y saltad de gozo”. Aquí se habla de un salto que habrá de situarnos, de una vez para siempre, en la felicidad eterna.

Gustavo Vélez, mxy