Lectio Divina – Santos Cirilo y Metodio

“La mies es mucha”

1.- Oración introductoria

Señor, reconozco que la mies es mucha. Son millones de personas que no te conocen, que viven a la sombra de tu gran amor. Tú necesitas urgentemente obreros para la mies. Pero no te sirve cualquiera. Los miles de fariseos, saduceos y sacerdotes con quienes Tú te enfrentaste, no te sirven. Te sirven los que te siguen, los que te aman, los que quieren vivir como Tú viviste y quieren llevar adelante tu programa. De éstos, danos muchos obreros para tu viña.

2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 10,1-9

Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir. Y les dijo: La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa.’ Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros.’

3) Qué dice la Palabra de Dios.

Meditación- Reflexión

+ Sujeto de la misión.

“Designó 72”. La Buena Noticia no está reservada sólo a los “doce” apóstoles. Al nombrar 72 está hablando de gente laica. Todo cristiano que haya experimentado el gozo de pertenecer a Jesús, se convierte en apóstol, en predicador. Pero, leyendo bien el texto, el verdadero sujeto de evangelización es JESÚS. “Los envió por delante a todos los lugares donde Él debía de ir”. El apóstol va por delante, pero por detrás va siempre Jesús. El apóstol muchas veces sólo hace chapuzas. Después todo lo arregla Jesús.

Condiciones:

a) No llevar nada. Ligeros de equipaje. Lo único que debe llevar el apóstol es a Jesús y nada más.

b) “No saludéis a nadie”. No se trata de no saludar sino de no coger capazos porque no hay tiempo que perder.

c) Poneos en camino. Uno que no anda, que está sentado, nunca tropieza. Sólo tropieza el que camina. Y el Papa Francisco nos dice que “prefiere una Iglesia accidentada, que encerrada”. Lo encerrado huele a enfermo. Cuando no salimos a evangelizar nos estamos cargando la Iglesia nosotros, porque nos autodestruimos.

+ Destinatarios de la misión. Al hablar de 72 ciudades, según dicen los estudiosos, se trata de las ciudades conocidas entonces. Son todas. Jesús ha venido para todos. Donde haya una persona que no conoce a Jesús siempre será necesario un evangelizador. La tarea es inmensa. Realmente, la mies es mucha.

+ El mensaje. El mensaje es fabuloso: “El Reino de Dios está cerca” Dios está mucho más cerca de lo que pensamos. Y no está cerca porque nosotros nos hayamos acercado a Él con nuestros sacrificios, limosnas, oraciones, sino porque Él nos ha tomado la delantera. Nos primerea. Nos coge por sorpresa. Nos seduce con su amor.

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra. (Silencio).

5.- Propósito: Hoy viviré el espíritu de las Bienaventuranzas.

6.- Dios me ha hablado a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, gracias por haberme llamado a ser tu discípulo. No quiero ser discípulo de los fariseos, de los saduceos, de los escribas, de los sacerdotes del A.T. Quiero ser discípulo tuyo y poner mis pies en las huellas que dejaron los tuyos. Tú me has mirado y yo me dejé mirar. Tú me has seducido y yo me deje seducir. Gracias por tantas gracias y delicadezas que has tenido conmigo.

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Sed compasivos…

Empiezo reconociendo mi propia dificultad para comprender el texto evangélico de hoy. Cada vez que lo leo o la liturgia me lo presenta siento una mezcla compleja de sentimientos: imperativo, palabra de Dios, extrañeza, imposibilidad, absurdo…

Pero el mensaje sigue ahí, no cambia y no lo puedo “reinterpretar”. Dice lo que dice y lo expresa con claridad: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, sed compasivos…, perdonad… “

Me temo que, a la luz de este evangelio de hoy, muchos tenemos de cristianos sólo el nombre. Amamos a los que nos aman, hacemos el bien a quien nos lo hace, prestamos cuando esperamos sacar alguna ganancia. A lo largo de los siglos y de la vida de cada uno hemos desarrollado la capacidad de reducir el evangelio a unas cuantas -pocas- normas éticas razonables, es decir, escogidas a la propia medida, “el evangelio a la carta”. Sin embargo, Cristo quiere llevarnos a lo infinito: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, no juzguéis, no condenéis…». Quizá nuestro fallo es precisamente no contemplar al Padre misericordioso.

Vivimos en sociedades que tienden a la violencia física y psicológica, donde el respeto, el perdón, la compasión o el compartir no son valores de moda. Solo leer el periódico o ver las noticias cada día nos pone al tanto de cuantos asaltos, accidentes, hechos de corrupción, homicidios y feminicidios suceden cada jornada. Además, en nuestra vida más cotidiana, el “ojo por ojo y diente por diente”, “el que me la hace me la paga”, el “yo perdono, pero no olvido…”  están a la orden del día.

Pero Jesús nos llama a amar y no a condenar, su clamor recorre la historia y llega hasta nosotros aquí y ahora: “Amad a vuestros enemigos”, nos dice, y, ante nuestra extrañeza, nos pide abrirnos de corazón al prójimo y a no ponerle límites legales o doctrinales a nuestra disposición de comprenderlo y aceptarlo tal como es y tal como nos necesita.

 Creo que sólo desde la relación cercana con Dios es inteligible el mandato de Cristo de amar a los enemigos o de ser compasivos… No sólo de perdonar, sino de amar positivamente, hasta dar la vida por los mismos enemigos como ha hecho Cristo.

Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo extraño y absurdo o imposible e irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas. siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos

Si lo que Jesús nos pide nos parece imposible o demasiado, estamos comenzando a entender que nuestra respuesta dependerá no solo de nosotros mismos, sino de la gracia que viene de Dios. Solo si recibimos el espíritu que Dios nos promete seremos capaces de ser testigos del amor, perdón y paz a los que Jesús nos llama.

Creo también que la clave para la comprensión del evangelio hoy la encontramos en el evangelio del domingo anterior: las bienaventuranzas. El perdón y misericordia son actitudes fundamentales del cristiano porque son de Dios.

El perdón brota siempre de una experiencia religiosa. El cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios. Toda otra motivación es secundaria. Perdona quien sabe que vive del perdón de Dios. Ésa es la fuente última. «Perdonaos mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo» (Ef 4, 32). Olvidar esto es hablar de otra cosa muy diferente del perdón evangélico.

Así, el perdón cristiano no es un acto de justicia. No se le puede reclamar ni exigir a nadie como un deber social. Jurídicamente, el perdón no existe. El código penal ignora el verbo «perdonar. Hablar de requisitos para perdonar es introducir el planteamiento de otra cosa.

 Para concluir, otra vez Jesús nos advierte: “Con la misma medida con que medís, os volverán a medir” ¿En verdad creemos esto? Porque con lo mezquinos y negativos que somos para juzgar, para dar, para amar… si nos van a dar como nosotros damos, nos van a medir y a juzgar de la misma forma que medimos y juzgamos… estamos en problemas. Esto no se nos advierte únicamente para nuestro bien. Porque nuestros odios, desprecios y prejuicios no son solo cosa nuestra. Son contagiosos. Son una peste que propagamos de muchos modos. Son esa oscuridad que se inculca a los hijos desde pequeños, a los amigos con comentarios y humoradas cargados de prejuicios, a los hermanos y las hermanas de reunión o parroquia con interpretaciones fanáticas e inmisericordes del texto bíblico.

En efecto, la vara con la que medimos nos mide y afecta nuestro entorno. Es una vara que, las más de las veces, es de un hierro forjado por décadas y siglos. Y por mucho tiempo, forjada de cualquier cosa menos de “amar al enemigo,” “no juzgar” y “no condenar.”

Termino invitando a que, si no podemos imitar la misericordia, el amor y el perdón de Dios, seamos al menos un canal para que ese amor y perdón lleguen a quienes más los necesitan.

Fray José Hernando, O.P.

Comentario – Lunes VI de Tiempo Ordinario

Mc 8, 11-13

Los fariseos permanecen allí: se diría que cuantos más milagros hace Jesús, ¡menos aceptan creer7

Los fariseos se pusieron a discutir con Jesús… para probarle…

Se han bloqueado a priori. No vienen para aclarar las cosas, para discutir noblemente… sino para «tender un lazo», para «tentar». La palabra griega usada por Marcos es la misma de la tentación en el desierto: «fue tentado por Satanás» (Mc 1, 13) «Los fariseos le interrogan para tentarle.» Jesús pues conoció esto… Estar rodeados de gentes que quieren perdernos, que buscan hacernos dar un paso en falso, que espían nuestros errores o imperfecciones naturales para ponerlos en evidencia.

Recientemente, queriendo exaltar la perfección divina de Jesús, se han minimizado las tentaciones de Jesús, reduciéndolas a algunos pocos momentos de su vida y sobre todo considerándolas como muy exteriores a su conciencia íntima.

Ahora bien, constatamos que la «tentación» fue constante en su vida. Jesús ha tenido que estar a menudo en estado de alerta, de combate, de debate interior.

Le pedían una «señal del cielo»…

¡Ahí está! Es la misma tentación grave del desierto: «haz que estas piedras se conviertan en panes… échate abajo desde lo alto del Templo…» La misma tentación renace en la conciencia de Jesús: «¡Muestra quién eres! ¡Haz milagros! ¡Pon en obra tu poder divino! ¡Fuerza a las gentes a creer en ti!» Esta tentación, toda proporción guardada, acerca Jesús a nosotros: gracias, Señor, de haber conocido esto.

San Pablo, en la epístola a los Filipenses, 2, 5, aclara este debate interior de Cristo. «El, que siendo de condición divina no conservó codiciosamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres…» Y es también la misma tentación en la agonía de Getsemaní: «que se aleje de mí este cáliz»… es la tentación de rechazar la vía de la cruz como medio de Salvación, es la tentación de salvar el mundo por medios más fáciles y menos costosos: «Vamos, danos una señal del cielo».

Cada vez que quisiéramos en nuestras vidas suprimir las dificultades, nos encontramos con esta misma tentación.

Jesús suspiró profundamente y dijo…

Ya hemos encontrado este «suspiro» en la curación del «sordo tartamudo» (Mc 7, 34). Hay que procurar imaginar este «gemido», esta queja expresada como en el desaliento: «¡No llegarán nunca a comprender!»

¿Por qué pide señales esta generación? Jesús acaba de hacer unos «signos», acaba de alimentar a 4.000 hombres con 7 panes ¡y con los restos se llenaron 7 canastas!

Confesemos que un tal endurecimiento del corazón, una ceguera semejante es descorazonante.

«Esta generación», esta expresión, en la boca de Jesús es un término de condenación, que hace alusión a la «generación del desierto» que contestó a Dios, que puso a Dios a prueba reclamando siempre nuevas muestras de poder divino.

«Cuarenta años me asqueó aquella generación… cuando me tentaron vuestros padres, a pesar de haber visto mis obras…» (Sal 95, 9-10).

«En verdad os digo que no se le dará ninguna otra señal a esta generación.» Y dejándolos, se embarcó de nuevo hacia la otra ribera del lago.

Gesto de decepción. Vayamos más lejos. Jesús sufre. Tiene delante de Él, unos corazones cerrados. Ni siquiera se puede discutir. Por lo tant,o huyamos. Pasemos a la otra ribera.

Noel Quesson
Evangelios 1

Homilía – Domingo VII de Tiempo Ordinario

A FONDO PERDIDO

SIN ESPERAR NADA A CAMBIO

Jesús insiste, una vez más, en su «manía»: el amor. Todo se resuelve en el amor. Con su palabra nos ha recordado hoy las condiciones esenciales del amor: la gratuidad y la generosidad. Sólo el amor nos hace semejantes a Dios (Gn 1,26) y nos convierte en hijos de quien se define esencialmente como Amor. Pero sólo el amor a fondo perdido y generoso es amor. Lo demás, por más que parezca amor y servicio, no pasa de ser un intercambio comercial. La gratuidad y generosidad encuentran su máxima expresión en el amor a los enemigos.

Continuamente estamos experimentando que vivimos en una sociedad donde es difícil aprender a amar gratuitamente. En casi todo nos preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «pagando» y así corremos el riesgo de convertir nuestras relaciones en puro intercambio de servicios. Pero el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior… no se obtienen con dinero. Son algo gratuito que se ofrece sin esperar nada a cambio.

Frente al amor adulterado que muchas veces percibimos en nuestro entorno, Jesús nos presenta como modelo de referencia el de nuestro Padre celestial: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Le 6,35-36). Los discípulos de Jesús, por su parte, nos ofrecen como modelo de referencia el amor de Jesús, reflejo cabal del Padre. Él se desvivió por los miserables, por los que no tenían con qué pagar; y amó hasta dar la última gota de su sangre. Amó hondamente a sus enemigos y respondió a sus sarcasmos y carcajadas, mientras se retorcía de dolor en la cruz en la que le habían clavado, con aquella oración llena de ternura: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). ¡Qué forma tan humanísima de disculpar! Sólo amando así seremos hijos del Altísimo» (Lc 6,35-36) y discípulos de Jesús.

La universalidad del amor que Jesús vivió y que nos recomendó implica amar a los que provocan en nosotros rechazo, a los que no son de los «nuestros», a los que hacen todo lo posible para que les odiemos, a los que nos han propinado o propinan bofetones, nos han puesto o nos ponen la zancadilla, a los que han destrozado o destrozan nuestra vida con intrigas, calumnias, atentando contra nosotros y los nuestros, a los que nos han robado el puesto de trabajo, el marido o la mujer… Ya sé que todo esto se dice pronto, pero es durísimo. Esto sólo es posible con la fuerza del Espíritu.

Todo prójimo, aun el más degradado, tiene razones suficientes para ser amado. Razón suprema: le ama Dios, le ama Cristo. Y Dios y Cristo siempre tienen razón. Jesús ama con amor afectivo y efectivo (Mt 5,45), con el amor del Padre y con amor de Hermano.

En su grandeza infinita Dios encuentra a todo prójimo digno de ser amado. ¿Vamos a dejar de amarle nosotros en nuestra pequeñez de pecadores? ¿Quién soy yo para negar el amor a quien Dios se lo da? ¿No es para nosotros una dicha y un honor indecibles compartir los sentimientos de Dios hacia los demás? Cualquier persona, por el mero hecho de serlo, por ser hijo de Dios y hermano nuestro, tiene razones más que suficientes para ser amada.

Incluso, hay que evitar o curar los odios y rencores por simple conveniencia propia, por pura higiene psicológica. Los odios y rencores son úlceras que dañan, esclavizan y atormentan a los que los sufren. El que los consiente, amarga insensatamente la vida.

 

CAMINOS DE LIBERTAD Y DE FELICIDAD

Jesús, al proponernos estas consignas tan exigentes, ¿pretende ponernos pruebas de fidelidad para ver hasta dónde llega nuestra fortaleza, para curtirnos, para convertirnos en grandes alpinistas del espíritu? De ninguna manera. Lo que nos propone es un camino de libertad y de felicidad que él mismo anduvo resueltamente.

Jesús razona divinamente: «Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen» (Lc 6,32-34). Por tanto, no hay alternativa posible: o se ama a todos o no se ama a nadie. De otro modo, podrá parecer que se ama. Pero, en realidad, lo que se hace es amarse a sí mismo en los demás. Hacia quienes nos perjudican y nos odian lo que hay que tener es una gran comprensión, compasión y perdón. Con frecuencia son víctimas de sí mismos, cuando no son enfermos psíquicos, aunque parezcan muy cuerdos. El mártir Martín Luther King interpelaba a sus enemigos incendiarios: «Ya podéis meternos en las cárceles, que no lograréis que os odiemos; ya podéis secuestrar a nuestras mujeres e hijos, que no lograréis que os odiemos; ya podéis incendiar o destruir nuestros hogares con bombas, que no lograréis que os odiemos. Pero tampoco os hagáis ilusiones: nosotros seguiremos en la lucha por nuestros derechos de igualdad como hijos del mismo Padre». ¿Qué pueden significar nuestros «perdones» ante este «Perdón» con mayúscula de tanta saña sufrida por este mártir?

Otra de las expresiones de amor gratuito y generoso es no responder a la violencia con violencia, no pagar con la misma moneda: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra», afirma Jesús. La frase ha suscitado muchas veces risas y bromas. Se trata de una expresión oriental, un modo exagerado de hablar para expresar más gráficamente el mensaje. El mismo Jesús, cuando el esbirro, en el juicio del sanedrín, le propina un bofetón, no pone la otra mejilla sino que le interpela severamente: «Si he hablado mal, dime en qué, y si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

El amor a los enemigos e incordiantes no significa que hayamos de dejarnos pisar dando facilidades a los que pasan por la vida arrasando. Perdonar y amar no significa renunciar a que se haga justicia, incluso como freno y correctivo a quien conculca los derechos de los demás.

Jesús, con esta frase tan repetida, no nos invita a la pasividad ni a renunciar a nuestros derechos, sino a la no violencia activa, a no entrar en la espiral de la violencia. Esto viene urgido a veces por el simple sentido común. Ya sabemos lo que sucede cuando se responde al insulto con el insulto y a la agresión con la agresión. La violencia engendra violencia. Saber perder en la vida es mucha sabiduría y significa, a menudo, mucha ganancia. Lo difícil, también aquí, es saber cuándo es más oportuno ceder y perder de los derechos propios. El Señor nos lo revelará oportunamente, si discernimos y le invocamos preguntándole qué hemos de hacer. Lo cierto es que Jesús llama bienaventurados a los que luchan por la justicia (Mt 5,10).

 

DAR A FONDO PERDIDO

La tercera expresión de amor gratuito y generoso es dar a fondo perdido. Señala Jesús: «Si prestáis cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo». El razonamiento de Jesús es contundente. Prestar con intención de recuperar con intereses, eso no es ni amor ni servicio, sino comercio. Jesús invita a dar a fondo perdido: «Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14).

No hemos de hacer el bien a cambio de recompensas: ni el pago en la misma moneda («favor con favor se paga»), ni en moneda de beneficios temporales, ni en gratificación afectiva ni en popularidad. De éste modo, corremos el riesgo de que se nos diga: «Recibisteis ya la paga» (Mt 6,1-6). ¡Qué paga tan menguada!

Resulta conmovedor y estimulante escuchar a personas que confiesan con toda naturalidad: «Me encanta ayudar a la gente»… Éstos experimentan la verdad de lo que dicen los psicólogos: «El amor es su propia recompensa». Tenemos una tendencia natural a extender la mano para recibir; sin embargo, lo que de verdad hace feliz es extenderla para dar. Quien da y se da gratuita y generosamente experimenta la verdad de aquella sentencia impagable del Señor, una sentencia que había de ser una consigna para toda nuestra vida: Hay más dicha en dar que en recibir (Hch 20,35).

Atilano Alaiz

Lc 6, 27-38 (Evangelio Domingo VII de Tiempo Ordinario)

Evangelio frente a violencia

Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha dicho que la «regla de oro» es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el «sed misericordiosos como Dios es misericordioso». Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.

Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una planta; que recoge el «humus de la tierra». Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.

Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero ¿cómo es posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.

El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone «ser perfectos» (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de «llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios».

Fray Miguel de Burgos Núñez

1Cor 15, 45-49 (2ª lectura Domingo VII de Tiempo Ordinario)

Cristo vivificador

Esta lectura es la unidad penúltima de la disertación paulina sobre este misterio de la vida (1Cor 15): no hemos nacido para quedarnos en la tierra, sino para ser seres espirituales, donde la muerte no nos lleve a la nada. Es eso lo que se propone bajo la imagen de los dos Adanes: el de la tierra y el del cielo. Pablo ha querido recurrir al Gn 2,7 para sacar unas consecuencias entre el hombre natural, biológico, genético si cabe, y el hombre espiritual (el de la resurrección). No podríamos aplicar aquí, con rigor, unos esquemas científicos. Porque el hombre natural, la especie humana, creado a imagen de Dios, es y debe ser también espiritual. ¡De esto no debe caber la menor duda! No existe un hombre natural, aunque muchos hagan depender este texto de la expresión anterior: «si hay un cuerpo natural, lo hay también espiritual» (y. 44).

¿Cómo resolver este dilema? El hombre espiritual es el de la resurrección, que en 1Cor 15 es precisamente Cristo. Por tanto, se impone una consecuencia: de Gn 2,7 sale el hombre (Adam) para esta vida, con toda su dignidad, con toda su creaturalidad que no es simplemente la vida biológica de los seres vivientes. Pero no se ha acabado ahí el misterio de ser «imagen de Dios». No llegaremos a ser la imagen plena de Dios sino en la resurrección, como lo Cristo ya resucitado según este texto de 1Cor 15. Dios no habrá acabado su proyecto creador sino por la «recreación» del hombre que superando lo biológico, psíquico y espiritual de este mundo, llega a la plenitud de lo espiritual por la resurrección. Cristo, pues, es la imagen, el modelo y al paradigma de lo que nos espera todos. Hemos sido creados, pues, para la vida eterna y no para la muerte. Cristo es el Adam vivificado por la resurrección y vivificante en cuanto en él seremos todos vivificados. Dios hará nosotros lo que ha hecho en El.

Fray Miguel de Burgos Núñez

1Sam 26, 2.7-9. 12-13.22-23 (1ª lectura Domingo VII de Tiempo Ordionario)

El valor de la fidelidad

En esta primera lectura se narra un episodio muy importante de la vida de David, el gran rey de Israel y Judá, quien en su carrera hacia el reinado quiere respetar al ungido de Dios, hasta entonces, Saúl, y no quiere matarlo en una ocasión propicia cuando mía en el desierto. Es una lectura, con rasgos de leyenda, quiere hablarnos de lo importante que es la magnanimidad y generosidad en la vida; mensaje que de alguna manera nos prepara a escuchar el evangelio de día. No sabemos cómo estas escenas entre Saúl y David han circulado en las tradiciones previas. Es manifiesto que los redactores «deuteronomistas» han querido exaltar la fidelidad de David al ungido de Dios, porque él lo sería un día.

Probablemente hay un cierto «fingimiento» en la actitud de Saúl con respecto a David; en realidad eran más enemigos de lo que podemos pensar. Cada uno tenía su parcela, sus intereses familiares y de tribu y sus hombres de confianza. Pero también podríamos pensar que se quiere «canonizar» al «santo» rey David, quien sería el hombre que les dio una identidad y un futuro a las tribus que hasta entonces no habían tenido unidad. La historia se construye así muchas veces. Pero eso no quiere decir que David no hubiera respetado a Saúl como rey, hasta el momento en que cae en la batalla ante los filisteos (1 Sm 31). No obstante la lección debe ser para nosotros lo importante: hay que ser magnánimos y respetar la vida de todos los hombres

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Santos Cirilo y Metodio

Hoy celebramos en la liturgia la fiesta de los santos Patronos de Europa Cirilo y Metodio, y a estos grandes evangelizadores se refieren las lecturas y el salmo. Ellos evangelizaron los pueblos eslavos de las regiones orientales de Europa. E hicieron realidad las palabras de Pablo y Bernabé al ser rechazados por los judíos en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, actual Turquía: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.»»

El resto de la población de aquella ciudad se sientieron emocionados: “se alegraron y alababan la palabra del Señor”, dice el texto, porque también ellos eran importantes para Dios y elegidos para heredar su reino.

El texto del evangelio nos recuerda cómo es el Señor el que elige y el que envía a los predicadores. En la cifra 72 se resalta la universalidad de los mensajeros y del mensaje que debe llegar a las 72 naciones entonces conocidas. Los envía de dos en dos para que su testimonio tenga todo su valor, como pedía la ley judía.

Así como no hay fronteras para el mensaje de la salvación tampoco las debe haber para las personas que se van a comprometer a llevar esta palabra hasta los confines de la tierra, como dice el salmo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.

El Señor designa y el Señor envía. Y es la fuerza de la Palabra que transmiten sus enviados la que transforma los corazones y suscita nuevas comunidades.

Pablo y Bernabé experimentaron el rechazo, como lo experimentaron también Cirilo y Metodio ochocientos años después. La persecución y el martirio dan mucho más vigor y autenticidad al mensaje. El rechazo de Jesús y de sus enviados tendrá consecuencias irreparables, para quienes se cierran a su palabra, mientras que será motivo de alegría y bendición para quienes la acojan.

Cada vez que leo estos relatos me admiro de la rapidez con que el mensaje de Jesús se extendió por todas las naciones entonces conocidas. ¡Qué hubiera sido en esta época de la globalización!

¡Que estos santos patronos de Europa nos ayuden a todos los que en estos tiempos anunciamos la Palabra de Dios!

Ciudad Redonda

Meditación – Santos Cirilo y Metodio

Hoy celebramos la fiesta de los santos Cirilo y Metodio.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 10, 1-9):

En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde Él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’».

Hoy es la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, hermanos de sangre y Patronos de Europa. Fueron misioneros y evangelizadores en una gran parte de la geografía europea. Prepararon textos litúrgicos en lengua eslava, escritos en caracteres que después se denominaron “cirílicos”.

El Evangelio conecta con estos grandes misioneros —ya que Jesús, enviado por el Padre y por el Espíritu— formó misioneros a su alrededor y los envió. Envió a los doce apóstoles y a los setenta y dos discípulos. Los primeros podrían representar a los sacerdotes y a los consagrados a Dios por los votos religiosos. ¿Quiénes serían los setenta y dos discípulos? Todos los cristianos. Jesús nos envía a todos. Cada uno de nosotros es un enviado, un misionero suyo.

Quizá nos deberíamos repetir con mayor frecuencia que Jesús nos envía (tanto si somos de los doce como de los setenta y dos). Cada uno en la parcela y en la tarea concreta de la misión que nos encomienda.

¿Cuál es nuestra misión y el mensaje que llevamos de parte de Jesús? Hemos de anunciar el Reino y proclamar la paz: «Decid primero: ‘Paz a esta casa’; (…) decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’» (Lc 10,5.9). San Francisco lo resumía en dos palabras: «¡Paz y Bien!». Y, ¿cuándo somos misioneros? Cuando nuestra vida en el hogar, en el trabajo y en todas partes, rezuma la paz y la bondad de un corazón reconciliado. Es un testimonio que hemos de dar, algunas veces con palabras, y siempre con nuestra conducta de cristianos.

Los santos Cirilo y Metodio reconocieron que esta vocación y misión son un regalo de Dios. Cirilo lo expresó rezando: «Tuyo es el don por el cual nos has destinado a predicar el Evangelio de tu Cristo, y a promover aquellas buenas obras que te son complacientes».

¡Ojalá que, por intercesión de los santos Patronos de Europa, seamos fieles misioneros de Cristo!

+ Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

Liturgia – Santos Cirilo y Metodio

SANTOS CIRILO, monje, y METODIO, obispo, patronos de Europa, fiesta

Misa de la feria (blanco)

Misal: antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio de los santos. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • Hch 13, 46-49. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.
  • Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
  • Lc 10, 1-9. La mies es abundante y los obreros pocos.

Antífona de entrada
Estos son los hombres santos, amigos de Dios, insignes en la predicación de la verdad divina.

Monición de entrada y acto penitencial
Hoy es la fiesta de los santos hermanos Cirilo, monje, y Metodio, obispo, misioneros oriundos de la Iglesia bizantina. En el siglo IX, en los tiempos difíciles del gran cisma del Oriente cristiano, evangelizaron a los pueblos eslavos: Bulgaria, Rumanía, los Balcanes, Polonia y Rusia. Para predicar la fe cristiana, crearon signos propios para traducir los libros sagrados del griego a la lengua eslava.

En un viaje a Roma, Cirilo enfermó y, habiendo profesado como monje, descansó en el Señor tal día como hoy en el año 869. Metodio muró en Moravia, actual Chequia, el día 6 de abril del año 885.

            Yo confieso…

Gloria

Oración colecta
OH, Dios,
que iluminaste a los pueblos eslavos
por medio de los santos hermanos Cirilo y Metodio,
concédenos acoger en nuestros corazones
las palabras de tu enseñanza,
y haz de nosotros un pueblo concorde en la fe verdadera
y en su recta confesión.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
En esta fiesta de los santos Cirilo y Metodio, oremos al Señor nuestro Dios.

1.- Por la unión de las Iglesias de Oriente y Occidente, que en su día reconocieron y alentaron el esfuerzo de los dos misioneros. Roguemos al señor.

2.- Por la libertad y la fe de los pueblos eslavos, que agradecen a Dios el gran legado que dejaron los dos hermanos misioneros. Roguemos al Señor.

3.- Por cuantos en el mundo carecen de acceso a la educación y, por lo tanto, no tienen posibilidades de un desarrollo humano pleno. Roguemos al Señor.

4.- Por nosotros y por todos los que se esfuerzan por adaptar el mensaje evangélico a las diversas culturas, en el espíritu de Cristo y de la Iglesia. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, que los santos Cirilo y Metodio te recomiendan. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
MIRA, Señor,
los dones que presentamos a tu majestad
en la conmemoración de los santos Cirilo y Metodio,
y haz que se conviertan en signo de la humanidad nueva,
reconciliada contigo en ferviente caridad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión       Cf. Mc 16, 20
Los discípulos se fueron a predicar el Evangelio, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Oración después de la comunión
OH, Dios, Padre de todos los pueblos,
que nos haces partícipes de un mismo pan y un mismo Espíritu,
y herederos del convite eterno,
concédenos con bondad, en la fiesta de los santos Cirilo y Metodio,
que la multitud de tus hijos, perseverando en la misma fe,
construya unánime el reino de la justicia y de la paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
VUELVE, Señor,
hacia ti el corazón de tu pueblo;
y tú que le concedes tan grandes intercesores
no dejes de orientarle con tu continua protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.