Comentario – Martes VI de Tiempo Ordinario

Mc 8, 14-21

La escena que nos propone hoy Marcos es una de las más dolorosas del evangelio.

Jesús acaba de romper voluntariamente el diálogo con los fariseos ante su «ininteligencia» y su «endurecimiento»… ahora bien, en el barco mismo que les aleja, encontramos a Jesús ante la misma «incomprensión» y aquí, de parte de sus amigos más próximos, los Doce elegidos.

Inmensa soledad.

Jesús está rodeado de incredulidad. Nadie comprende en verdad su mensaje.

No, el evangelio no está engalanado, no es un bonito cuento color de rosa inventado por los Doce. Las cosas debieron pasar así para que hayan sido relatadas con esta dureza.

Los discípulos al embarcar se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. Jesús les daba esta consigna: «¡Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes!»

Pero ellos iban discurriendo entre sí porque no habían llevado panes.

Este malentendido revela que ellos no se encuentran en la misma longitud de onda.

Jesús quisiera ponerles en guardia contra el «fermento» -considerado como fuente de impureza y de corrupción. 1Co 5, 68, Ga 5, 9- de los fariseos. Jesús continúa todavía bajo el peso de la tentación anterior. El gran problema es el «fariseísmo»: ¡Estad atentos, desconfiad! ¡Pero los apóstoles están preocupados por problemas materiales: Temen no tener suficiente para comer… ¡sólo se han llevado un pan de la panadería!

Por qué discutís por no tener pan? Todavía no comprendéis? ¿Sois obtusos de entendimiento? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís?

Ellos son también «ciegos» y no entienden en absoluto a Jesús! Notemos que antes de la «profesión de fe» de Pedro (Marcos, 8, 27-3O) Jesús ejercerá su poder iluminador, curando, como con dificultad, a un ciego (Marcos 8, 22-26).

«¡Tenéis ojos y no véis!» Los mismos discípulos tendrán que ser curados de su ceguera espiritual para reconocer quién es Jesús.

Así los Doce reciben el mismo reproche que las multitudes que no comprendían las parábolas (Marcos, 4, 12). Esta ininteligencia de los apóstoles es aquí subrayada fuertemente.

Continuará hasta el final… hasta después de la resurrección: «Jesús se manifestó a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y la dureza de su corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.» (Marcos, 16, 14).

Esta ininteligencia, esa incredulidad, debe interpelarnos hoy también a nosotros. ¿No estamos a veces muy orgullosos de nuestra Fe, muy seguros de nosotros mismos? Y sin embargo ¿no somos también a menudo ininteligentes e incrédulos? Señor, ven en ayuda de nuestra falta de Fe. Haznos humildes.

Guarda nuestras mentes y nuestros corazones abiertos, alertados, siempre atentos, disponibles para nuevos progresos.

Purifícanos, Señor, del «fermento» de la suficiencia, sánanos de nuestras certidumbres orgullosas. Mantén en nosotros, Señor, un espíritu de búsqueda.

Noel Quesson
Evangelios 1

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