(Mc 8, 22-26)
Otra vez nos encontramos con una narración donde se muestra el estilo propio de Jesús para tratar a las personas y liberarlas de sus males.
A diferencia de los relatos griegos que narraban milagros llenos de detalles extraordinarios y llamativos, donde el sanador aparecía majestuoso y deslumbrante, vemos aquí a Jesús curando poco a poco, llevando al ciego fuera de la aldea, a la intimidad; lo vemos dialogando con él, tomándolo de la mano, tocando sus ojos, untándolos con su propia saliva.
Nada en este texto muestra la intención de se quiere mostrar a Jesús haciendo el bien con toda la ternura y el cálido respeto de su amor.
Jesús va creando lentamente un clima de confianza y cercanía para mostrar que el prodigio procede de su amor, que el amor sana.
Quizás el ciego en el fondo no quería recuperar la vista, porque tenía miedo de encontrarse con la hostilidad del mundo; por eso Jesús respeta sus tiempos, y con su amor le va haciendo descubrir poco a poco que vale la pena abrir los ojos, porque hay otros ojos que vale la pena mirar.
Oración:
«Señor, quiero darte gracias por tu modo de tratarnos. En un mundo de prisas, competencia y descontrol, donde no nos reconocemos fácilmente como hermanos, tú nos muestras otra manera de tratarnos. Dame la gracia de imitar tus gestos».
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día