El plan al revés

Tienes un plan, una hoja de ruta que requiere, como punto básico, ponerse a la escucha. “A vosotros que me escucháis os digo…”.

Con tantas distracciones alrededor es posible que ni siquiera lleguemos al punto básico. Pero no nos pongamos negativos, vamos a pensar que sí, que llegamos a escuchar desde dentro: “Amad a vuestros enemigos”.

Suena contra natura. El individualismo reinante nos pone en guardia: cualquiera puede ser el enemigo. Bajar la guardia es complicado. ¿Qué significa este mensaje?… y hay más: “Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian”. Algunos ya tuvieron bastante, se retiran.

“Haced el bien… sed misericordiosos… no juzguéis… perdonad… dad…”. “Amad a vuestros enemigos”, escuchan de nuevo quienes quedaron expectantes.

Es muy posible que interpretemos este evangelio mirando siempre hacia fuera, a los otros. Habría revisar, humildemente, lo que sucede dentro de cada uno.

Empecemos por un poderoso enemigo interno: el ego. Campa a sus anchas tomando decisiones sobre quien es amigo, quien enemigo. Sus prácticas son sibilinas, egoístas, discriminatorias, selectivas, abusivas… y va tejiendo una red que es la envidia de la araña más ingeniosa. El miedo es su principal arma, disimulada con síntomas de prepotencia, ambición y exigencia. Quien se sienta libre de esto “que tire la primera piedra” (Jn 8,7)

Ahora miremos hacia fuera, al complicado entramado mundial: guerras, abusos, leyes injustas, discriminación por color de piel, por ser pobre, por ser mujer; alambradas y muros que señalan a los que llegan como enemigos; usos y abusos financieros delictivos amparados en marcos legales envueltos en oscuridades difíciles de detectar; muertes y detenciones de personas activas en la denuncia y en la ayuda a los más desfavorecidos… y volvemos a escuchar: “Amad a vuestros enemigos”.

Existe otra posibilidad. Mirémonos a un espejo, compartamos una pregunta con nuestra imagen: ¿Alguien piensa en mí como un enemigo, alguien concreto con intención desea causarme algún mal? Es duro.

En este choque de trenes vive el homo sapiens (en sentido masculino y femenino) sin reconocer que la humanidad es una y que, aunque camine orgullosamente erguido, no llegará a ser quien está llamado a ser hasta que cambie las herramientas que empuña desde hace millones de años por otras que mucho más sutiles: la bondad, la misericordia, el perdón, la generosidad, el cuidado, la ayuda desinteresada, oración, la bendición…

Propones un plan al revés que nos deja confusos, aturdidos. Nos propones conversión. Nos empujas hacia el precipicio para ver si reaccionamos y aprendemos a vivir desde el Amor, con una única inscripción en la hoja de ruta que recibimos al llegar a este mundo: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34-35). Así no habrá enemigos sino hermanos.

Demos gracias por tantos hombres y mujeres que hicieron y hacen de su vida una obra de arte de Amor.

Mari Paz López Santos

Anuncio publicitario

Lectio Divina – Jueves VI de Tiempo Ordinario

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy vengo a rezar como a Ti te gusta: con la Biblia en la mano. Necesito que en este momento me envíes tu Santo Espíritu para perforar la corteza de la letra y saborear el significado profundo de tus palabras. Necesito que tu palabra me toque por dentro y me haga cambiar. Señor, quiero parecerme cada día un poquito más a ti.  

2.- Lectura reposada del evangelio. Mc. 8,27-33)

Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas» Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo» Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó a parte y trataba de disuadirlo. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

3.- Qué dice la Palabra de Dios.

Meditación-reflexión.

En este evangelio hay que distinguir entre la opinión de la gente y la opinión de los discípulos. La gente puede opinar de Jesús lo que quiera. A Jesucristo le interesa mucho más la opinión de sus discípulos. Y quiere que le manifiesten no sólo lo que es Jesús sino el significado de Jesús para ellos. Jesús no puede ser una doctrina o una teoría. Jesús es aquel que es capaz que dar pleno sentido a nuestras vidas. Aparentemente San Pedro da una respuesta correcta: Tú eres el Mesías. Es lo que pretende probar San Marcos desde el principio del Evangelio: “Jesús-Mesías-Hijo de Dios”. Justamente, en la mitad del Evangelio, Pedro, en nombre del grupo, afirma que Jesús es el Mesías. Y, al final, el Centurión, después de ver morir a Jesús, dirá que es “el Hijo de Dios”. Con todo, la respuesta de Pedro es insuficiente porque la noción que tiene del Mesías no coincide con la de Jesús. De hecho, San Pedro no acepta un Mesías que termine en una Cruz. Jesús le llega a decir a Pedro: ¡Satanás!  porque le quiere desviar del camino señalado por el Padre. Tú, Pedro, ponte detrás de mí. El camino lo marco yo y no tú. Se equivocaba Pedro y nos equivocamos también nosotros, los cristianos que queremos un cristianismo sin Cruz. Es importante descubrir hoy a Jesús en mi vida. “Yo digo, Jesús, que tú eres el crucificado que da vida, el pobre que a todos enriquece, el último que a todos enaltece. Tú eres el maestro que regala palabras llenas de vida eterna a los que creen. Tú eres el hombre que estamos llamados a ser. Tú, imagen de Dios invisible, eres mi Señor y mi Dios” (S.Agrelo).

Palabra del Papa.                                                                                                                                                            

 “En el evangelio que hemos escuchado, vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad”. (Benedicto XVI, 21 de agosto de 2011).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Aceptaré la cruz de este día, todo aquello que me desagrada, y se lo ofreceré a Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Te doy gracias, Señor, porque hoy he aprendido a valorar mi cristianismo, a ser discípulo tuyo, no de palabra, sino de verdad. Yo no puedo pedirte que me quites los sufrimientos, los malos ratos, las incomprensiones y todo lo que esta vida lleva de carga y de peso. Lo que te pido es que no me dejes solo, que me eches una mano, que me des tu gracia para que yo pueda cargar con la cruz de cada día.

Comentario – Jueves VI de Tiempo Ordinario

Mc 8, 27-33

Llegamos hoy a un viraje en el evangelio de san Marcos -y de los otros-: Después de largas vacilaciones e incomprensiones, Pedro, en nombre del grupo de los Doce, «reconoce» a Jesús por lo que El es. Son ya varias las semanas y los meses que le observan, que están «con El»… para ellos, como para el ciego de Betsaida, sus ojos se han abierto progresivamente.

Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo…

Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos.

Caminando les hizo esta pregunta «¿Quién dicen las gentes que soy yo».

¡No es que quiera saber lo que dicen de El! Debe saberlo ya. Le consideran un gran hombre: Juan Bautista, Elías, un profeta… un «portavoz de Dios»… es también lo que siguen diciendo, de modo equivalente muchos hombres de hoy: hoy se reconoce habitualmente que Jesús es un hombre excepcional.

¿Y vosotros? ¿Quién decís que soy?

-Pedro, tomando la palabra, responde «¡Tú eres el Mesías!» -Cristo, en griego-.

Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. El título de «Xristos» que Pedro otorga a Jesús, es el que Marcos había puesto delante de su evangelio (Mc 1, 1). Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente «uno de los profetas», por los cuales Dios conducía la historia a su término… El es el término, el fin mismo, «aquel que los profetas anunciaban», el Mesías, el Ungido, el «Xristos».

y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El.

El «secreto mesiánico». No es una desaprobación de este título, pero sí un evitar su divulgación prematura. Nos encontramos siempre ante el mismo problema que el de aquellos fariseos que pedían una «señal del cielo». La espera mesiánica es tan ambigua en los medios judíos -y en los nuestros también hoy- que será necesario que Jesús pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada.

Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días.

Jesús decía todo esto claramente.

Hasta la «pasión» de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la «muerte y resurrección»: fue el primer «credo primitivo» de las comunidades cristianas. Estos tres anuncios forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles…. esto sucederá «en Jerusalén», será «entregado a los paganos», «le escupirán» y «le flagelarán»… (/Mc/10/33). En fin, cada anuncio de la cruz va seguido de una instrucción a los discípulos.

Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: «Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.

¡La consigna del secreto no es pues inútil! Por de pronto Pedro no ha comprendido nada, a pesar del hermoso título que acaba de dar a Jesús. El también espera un mesías glorioso.

Y Jesús acaba de anunciar «un mesías que va a morir». Sí, el Mesías que los discípulos esperan es un mesías humano, visto con ojos de hombre, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia?

Noel Quesson
Evangelios 1

Comentario – Jueves VI de Tiempo Ordinario

(Mc 8, 27-33)

Este es un texto clave. Podemos decir que es el centro del evangelio de Marcos, el eje donde gira toda la obra y marca el paso a la segunda parte del evangelio. Así como al comienzo del evangelio aparecía Juan el Bautista anunciando al que iba a venir, aquí es Pedro el que presenta a Cristo como el Mesías, y así da pie a Jesús para explicar que él iba a realizar su obra salvadora a través de la muerte.

Hasta aquí Jesús se nos iba mostrando a través de sus gestos, y poco a poco nos ha ido manifestando su maravillosa persona; pero a partir de ahora Jesús se nos muestra encaminándose a la Muerte y a la Resurrección, y por eso anuncia repetidamente la Pasión.

Así se entiende también el duro reproche que Jesús hace a Pedro. Pedro sólo deseaba la gloria para su maestro, y se negaba a aceptar que lo rechazaran y lo mataran. Pero Jesús quiere destacar que su obra debe pasar por la Pasión.

A través de este texto, Jesús nos mira a los ojos y se dirige a cada uno de nosotros para preguntarnos: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?». Cada uno de nosotros debería sentirse interpelado por esta interrogación y preguntarse a sí mismo cuál es el lugar real que Jesús está ocupando en su vida, si sigue siendo el rey y el Señor, si todavía es fuente de alegría y de paz, si todavía nos está impulsando a entregar nuestras vidas, a amar, a servir con generosidad.

Oración:

«Jesús, dame la gracia de no reconocerte sólo en la gloria, sino también en la pasión, y de compartir contigo lo que haya de pasión en mi propia vida. Y hoy que me preguntas quién eres para mí, quiero decirte una vez más que eres mi salvador y que me redimiste en la cruz».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Las palabras del monte

1.- «Bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre» (Sal 102, 1) «Bendice, alma mía, al Señor -sigue diciendo el salmista- y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y ternura”. Por medio de este diálogo consigo mismo, el salmista nos invita a cada uno de nosotros a repetirlo en nuestro interior, en el silencio sonoro de la oración personal.

Ante todo vamos a recordar los beneficios que el Señor nos ha ido concediendo a lo largo de nuestra vida. Como somos torpes y desagradecidos vamos a pedirle luces a Dios, para ver con claridad la serie ingente de dones que nos ha otorgado desde que comenzamos a existir, pues la vida, ya de por sí, es un don de valor incalculable.

Y luego todo lo demás. Si somos conscientes y tenemos un mínimo de gratitud, es como para echarse a llorar por haber recibido tanto y haberlo olvidado con esta facilidad. Es para sentirse avergonzado y, al mismo tiempo, lleno de gozo al saberse tan querido por Dios, obsequiado incesantemente por él. Y decirnos a nosotros mismos: bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

«El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad» (Sal 102, 8) De entre todos los dones que el Señor nos entrega, hay uno que destaca de modo particular. Un don que ciertamente es comparable con la vida, tanto la natural como la sobrenatural, la Vida de la gracia. Y ese don tan maravilloso es el perdón de Dios, su infinita capacidad de compasión.

A veces uno tiene la impresión, al leer ciertos pasajes de la Sagrada Escritura, que Dios es tan bueno que jamás condenará a nadie, y menos a las penas eternas del infierno. Sin embargo, la sombra de su terrible amenaza se cierne también en esos pasajes. Aquí, por ejemplo, se habla de su ira, aun cuando se diga que es lenta en desatarse.

De todos modos, Dios es Amor y, aunque ese amor le lleva a castigar como castiga el amante fiel traicionado, el corazón de Dios se resiste a condenar, aguanta hasta lo indecible. No nos trata -dice el salmo- como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles…

2.- «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo» (1 Co 15, 45) El libro del Génesis nos narra cómo el poder creador de Dios fue sacando de la nada cuanto existe. Con un lenguaje sencillo, al alcance de las mentes más elementales y primitivas, el autor sagrado va explicando cómo el Señor hace nacer la luz y las aguas, la tierra y los árboles, las fieras y los peces. Y que al final, como quien cierra con broche de oro, Dios creó al hombre. Entonces no es sólo la palabra la que dice y hace; en el caso del hombre son las manos mismas de Dios las que hacen surgir espléndida la figura humana. Creado a su imagen y semejanza, el hombre es el amigo que acompaña a Dios en el atardecer, el dueño y señor de cuanto existe.

Pero aquella grandeza y majestad se derrumba pronto y deja tras de sí un montón de escombros, de dolor y de lágrimas. Y el que era fiel reflejo de Dios, luz suave que precede al sol, quedó transformado en algo opaco y sin brillo, abocado a la muerte tras una triste vida de amargo sudor y de duro trabajo… Pobre Adán y pobre Eva, pobre pareja humana que descubre de improviso su propia desnudez. Un presagio de penas sin límites se cierne sobre ellos. La palabra divina cae fulminante, con una maldición que endurece la tierra, fácil sólo para abrojos, cardos y ortigas.

«Nosotros que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial » (1 Co 15, 49) La misericordia de Dios prevalece sobre la miseria del hombre. En medio de aquella maldición resuenan palabras de esperanza iluminada. Llegará el día en que caiga el muro de separación que el hombre ha levantado con su rebeldía. Es cierto que pasarían muchos años, siglos y siglos de expectación y de anhelo. Pero al fin llegó el que tenía que venir. El otro Adán, el hombre nuevo que con su obediencia repararía con creces los daños que ocasionó la desobediencia del viejo Adán.

Otra vez Dios se acercó al hombre, de nuevo le acarició, con sus divinas manos, le habló con tonos de paterno amor. Nunca estuvo el Señor tan cerca, nunca fue tan fácil acudir a él, nunca se mostró su cariño de forma tan sorprendente. Y si las consecuencias del pecado de Adán fueron nefastas, las de la muerte de Cristo fueron maravillosas: hombre redimido, hombre elevado hasta la categoría de hijo de Dios, hombre destinado a la gloria inmarcesible de una dicha sin fin. En verdad que el poder y el amor de Dios fue mayor al redimir que al crear, en verdad que el perdón rebasó con mucho al castigo. Ojalá seamos conscientes de nuestra propia dignidad, esa que Cristo nos ha conseguido al precio de su sangre.

3.- «Amad a vuestros enemigos…» (Lc 6, 27) El premio que Dios promete a quienes sean fieles a sus preceptos rebasa con mucho a cuanto el hombre puede desear. Una vida eterna sin sombra de dolor o de tristeza, una felicidad inefable y siempre duradera. Por eso también sus exigencias rebasan en ocasiones las inclinaciones naturales y congénitas del hombre. Lo cual no quiere decir que pida cosas imposibles. Si así fuera, ningún hombre podría cumplir con la ley divina, por muy grandes y ciertas que fueran las promesas. El Evangelio es arduo de cumplir, pero no imposible. Jesús no ha disimulado jamás las dificultades que lleva consigo el seguirle; al contrario, casi podríamos decir que las ha exagerado en cierto modo. Por otra parte, Él nos ha prometido su ayuda a la hora de la dificultad. De hecho muchos han conseguido la victoria definitiva, a pesar de su debilidad y de sus miserias, tan patentes y graves como las de cualquier hombre.

De todos modos, hay que reconocer que las exigencias del Evangelio suponen esfuerzo y lucha, esa violencia contra uno mismo de la que habla el Señor cuando afirma que sólo los «violentos» entrarán en ese Reino, el de Dios, que padece violencia. En efecto, lo que nos enseña el pasaje evangélico de hoy, supone violentarse a sí mismo. El hombre tiende a querer a los que le quieren y a odiar a los que le odian. Sin embargo, Jesús nos dice que hemos de amar a nuestros enemigos, hacer bien a los que incluso nos odian, hablar bien de los que nos maldicen y orar por los que nos desprecian o injurian. Es más, si es preciso, hay que poner la mejilla izquierda cuando te han pegado en la derecha, y dar la túnica a quien se ha llevado el manto.

Sin duda que son palabras hiperbólicas que encierran un espíritu, más que una casuística detallada. De hecho cuando Jesús en la Pasión recibe una bofetada, no sólo no pone la otra mejilla sino que protesta, serenamente, eso sí, de aquel atropello injusto. Sin embargo, en esa ocasión el Señor no se resiste, se entrega a sus enemigos y les deja hacer con él lo que les parece: una parodia infame y cruel, tejida de espinas y golpes, de insultos y vejaciones. Antes de ese momento, Jesús había huido de sus enemigos, o los había vencido sólo con la majestad de su porte. Cuando llega la hora de entregarse, según la voluntad del Padre, él suplica y llora, suda sangre ante el peligro que se avecina, pero finalmente se entrega con decisión y generosidad. Así nos redime y, al mismo tiempo, nos explica con su ejemplo cuál es el sentido profundo de sus palabras.

Antonio García Moreno

Que no se me endurezca el corazón, Señor

Que no se me acostumbre, Señor, el corazón,
a ver hombres y mujeres sufriendo
en situación injusta.
Que no me acostumbre a un mundo
como el que hemos montado,
en el que unos tenemos de todo
y a otros les falta todo.
Que no se me acostumbre, Señor,
el corazón a la mirada triste y perdida,
al olor denigrante del alcohol,
a las pocas ganas de vivir
y a cualquier deterioro del hermano,
que son sus gritos desde la cuneta de la vida.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre,
a ver como normal la situación del recién llegado
que cruza el mar para buscar trabajo,
o al que se ha quedado sin familia,
sin trabajo, o sin hogar.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre,
a volver a mi casa y tener la nevera yo bien llena,
los armarios en que no cabe una prenda
y los míos esperándome con cariño para cenar

en una casa confortable
y al teléfono llamándome un montón de gente,
mientras mañana me espera mi trabajo seguro.
Pon ternura, Señor, en mi mirada
y caricia en mi mano que saluda.
Pon misericordia en mi mente que hace juicios.
Pon escucha en mis oídos al recibirlos
y sabiduría en mi hablar.
Que no se me acostumbre el corazón,
Señor, al dolor del hermano.
Que yo sepa oír con claridad
tu voz que me grita dolorida desde él,
y comprenda con ternura su historia y su situación.
Que el encuentro con él sea el encuentro de dos hijos tuyos.

(P. Morales)

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Lc 6, 27-30: texto central de este discurso. Aquellos que aparecen como dichosos en las Bienaventuranzas, se encuentran en una nueva relación con Dios (son sus hijos, Lc 6, 36).

• Jesús propone una manera de responder a la situación injusta «de persecución», «de odio», «de exclusión», «de ofensa», de degradación «del nombre»: se trata de responder de forma activa, no pasiva.

• Esta nueva relación engendra un nuevo comportamiento con los demás:

— Hacer y desear (bendecid, rezad) el bien (28);
— Desarmar la violencia con la no violencia (29);
— Generosidad sin límites (30);
— Amor desinteresado y no proceder como los descreídos (32-34);
— No se habla de obedecer a Dios, sino de parecerse a Él, de actuar como Él actúa (hijos del altísimo) (35);
— Misericordiosos, compasivos (36);
— No erigirse en censor de los demás, el perdón obtiene perdón (37), la generosidad, generosidad.

• Son aspectos del amor; al ejercerlos con los otros, la persona abre sus puertas al amor de Dios. Por eso la medida del don divino la señala la misma persona (38).

• No se trata, pues, de encajar una maldición (28), o de encajar cualquier otra ofensa (29-30) y aguantarse. Se trata de responder activamente con «la bendición», con la gratuidad (30. 34), con el amor hecho acción. Sólo así haremos añicos la dinámica de la violencia.

• El Antiguo Testamento nos habla de los enemigos de Israel como enemigos de Dios, y del enemigo personal como rechazado por Dios, ya que el justo y el piadoso están bajo la protección de Dios. Sin embargo a veces se pide al israelita que no se alegre con la caída de su enemigo (Prov 24, 17) o se le pide que dé de comer al enemigo hambriento (Prov 25, 21). Normalmente el amor y el perdón del enemigo aparecen limitados a los adversarios israelitas (1Sam 24, 26), a los que son del mismo pueblo y tienen la misma religión. El odio al enemigo aparecen en el Antiguo Testamento como algo natural (Sal 35).

• Para Jesús, sin embargo, todo cambia radicalmente al unir estrechamente el precepto del amor a los enemigos con el del amor al prójimo. Se trata de adoptar el comportamiento misericordioso de Dios (Lc 6, 35-36) para recrear una humanidad nueva. Ningún cálculo humano debe guiar la práctica del amor auténtico. El creyente espera la recompensa sólo de Dios. Su amor a los enemigos es la respuesta agradecida al Dios de la misericordia.

• Pero ese amor del discípulo de Jesús, que siempre es entendido en el Nuevo Testamento no como un sentimiento sino como una acción y una tarea, debe alcanzar incluso a aquellos que aparentemente no lo merecen: los enemigos, los que te odian, los que te golpean y los que te roban.

• La afirmación de Lc 6, 31 suele llamarse «la regla de oro» de la caridad cristiana (tratad como queréis que os traten). Nos indica que el amor no se limita a excluir el mal, sino que implica un compromiso operativo para hacer el bien al prójimo. ¡Cuidado! Lo que se busca siempre es el bien del otro y no la estricta reciprocidad, como aparece en los versículos siguientes (Lc 6, 43-34). Esta interpretación transforma radicalmente un principio de de sentido común, del que ya se hablaba en el Antiguo Testamento (Lv 19, 18; Bob 4, 15). La prudencia de Tobías es sustituida por la iniciativa positiva, el no hacer mal por hacer bien, la justicia por el amor. Acompañada de los vv. 36-38 (ser compasivo, no juzgar, perdonar, ser generoso) adquiere una dimensión singular. Se convierte en un principio luminoso de convivencia humana, que supera toda ley, y aspira a una fraternidad universal. Al final de su vida Cristo nos invitará a amarnos como Él nos ha amado. No es fácil amar a un enemigo de verdad, a alguien que ha destrozado algo muy valioso en nuestra vida. Porque no es cuestión de pura benignidad, ésta no basta. Hace falta amar de otra manera. El mal obliga al amor a hacerse sobrenatural, lo mismo que el misterio exige de la inteligencia que florezca en fe, en virtud sobrenatural… Es menester haber mudado el corazón, tener dentro del pecho en lugar de esta máquina de egoísmo, el corazón de Aquél que, según Pablo, murió por los impíos (Rm 5, 6), pero que, según Él mismo, murió por sus amigos (Jn 15, 13).

Nota: Después de las Bienaventuranzas y sus contrarios, Jesús declara que sólo el amor sin medida vence al mal. La conciencia cristiana supera los diez mandamientos (Ex 20, 1-17 y Dt 5, 6-21), código mínimo del judaísmo, excesivamente genérico en la relación del hombre con Dios. Los tres primeros mandamientos, fruto del monoteísmo de Israel, son válidos para cualquier religión. Los otros siete (respeto a los padres, a la vida, a la racionalidad del sexo, a los bienes ajenos, a la verdad y a la honestidad en las intenciones) son exigencias normales para una convivencia humanamente digna.

El amor es para quien puede odiar, maldecir, herir, robar y despojar a la persona de lo que lícitamente es suyo… la motivación de un humanismo tan heroico se puede encontrar en el contagio del ser mismo de Dios. La misericordia capacita com-pasión en su propio corazón; esto es, en lo más íntimo y vital de su ser. Misericordia es la entraña más íntima, casi el útero materno capaz de sentir gozo, dolor, vida, pasión e ilusiones del hijo que ha engendrado. Sólo  quien sienta a Dios así puede iniciar el camino del amor a los enemigos.

Comentario al evangelio – Jueves VI de Tiempo Ordinario

La vida es un camino en el que hasta el último día podemos aprender cosas nuevas.

Así también el discipulado cristiano: seguir al Maestro es un continuo aprendizaje. Es verdad que hay un primer momento de formación más intensa. Pero nunca llegamos a saberlo todo, y siempre hemos de estar abiertos a la sorpresa.

Hoy los discípulos tienen esa experiencia. Jesús les va instruyendo por el camino. Y en esta ocasión utiliza el método de las preguntas. Quiere saber qué dicen de Él. Qué piensan otros, y qué piensan los discípulos. Pedro parece dar la respuesta correcta: en su convivencia con el Maestro comienza a intuir lo que representa… pero no le da el auténtico significado. Jesús lo intuye, y por eso les instruye sobre el tipo de Mesías que Él quiere encarnar: su mesianismo pasa por la cruz, en la esperanza de la resurrección.

Entonces Pedro muestra que no ha entendido nada. Quiere él marcar las pautas, dictar el modo, señalar el camino. Y ante ello, Jesús dice las palabras más duras que encontramos en el Evangelio para uno de los suyos: “¡Quítate de mi vista, Satanás!…”. Es mucho lo que está en juego. Él no quiere ser mal interpretado. Por eso, desde el amor a Pedro, es también capaz de corregirle con firmeza, para que corrija la visión que tenía de su misión.

Hoy es un buen día para reflexionar sobre nuestra imagen de Jesús. Es muy fácil quedarse solamente con una de sus facetas. Jesús, según la Palabra, es el enviado del Padre, el Hijo del hombre -hermano de todos-, el Maestro de vida, el sanador de los necesitados, el cordero entregado y el Señor del mundo. Todo eso, como puente hacia el Padre y como inaugurador del Reino.

Después de 21 siglos, Él quiere seguir instruyendo a sus discípulos, por el camino, para que continuemos su misión en nuestros días.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves VI de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves VI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 8, 27-33):

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo».

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Hoy contemplamos un hito en el camino de Jesucristo: la confesión de Pedro. Jesús pregunta a los discípulos qué dice la gente de Él y qué piensan ellos mismos. Las opiniones de la gente constituyen aproximaciones —desde el pasado— al misterio de Jesucristo y tienen algo en común: sitúan a Jesús en la categoría de los profetas (Elías, Jeremías, Bautista…). Pero no alcanzan a su naturaleza divina. 

Pedro contesta en nombre de los Doce con una declaración que se aleja claramente de la opinión de la «gente»: «Tú eres el Cristo» (o, también, según pasajes paralelos, el «Ungido», «Hijo de Dios»). Inmediatamente después, Jesús anuncia su pasión y resurrección, y añade una enseñanza sobre el camino de los discípulos: consistirá en seguir al «Crucificado» en un «perderse a sí mismos». 

—En su confesión, Pedro utilizó «palabras de promesa» de la Antigua Alianza: fue una confesión «como a tientas». Aquella confesión adquirió su forma completa cuando Tomás tocó las heridas del Resucitado y exclamó conmovido: «¡Señor mío y Dios mío!».

REDACCIÓN evangeli.net

Martirologio 17 de febrero

ELOGIOS DEL 17 DE FEBRERO

Los siete santos Fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María: Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo, todos mercaderes de Florencia, en Italia, que se retiraron de común acuerdo al monte Senario para servir a la Santísima Virgen María, y fundaron para ello una Orden bajo la Regla de san Agustín. Son conmemorados en este día, en el que falleció, ya centenario, el último de ellos, Alejo. (1310)

2. En Amasea, en la región del Helesponto, actual Turquía, pasión de san Teodoro, soldado, que bajo el emperador Maximiano, por confesar que era cristiano, fue terriblemente azotado, recluido en la cárcel y finalmente quemado vivo. San Gregorio de Nisa cantó las alabanzas de este santo, en un célebre elogio. (306)

3*. En Tréveris, en la Galia Bélgica, hoy Alemania, san Bonoso, obispo, que, junto a san Hilario de Poitiers, trabajó con celo y sabiduría para que en las regiones de la Galia se mantuviese la integridad de la fe. (c. 373)

4. En Armenia,san Mesrob, doctor de los armenios, que siendo discípulo de san Narsete y escriba en el palacio real, se hizo monje. Creó los signos del alfabeto para que el pueblo pudiera ser instruido en las Sagradas Escrituras, tradujo al armenio los dos Testamentos y compuso himnos y cánticos. (c. 440)

5. En el monasterio de Clúain Ednech, en Irlanda,san Fintán, abad, fundador de dicho cenobio y prestigioso por su austeridad. (c. 440)

6. Conmemoración de san Flaviano, obispo de Constantinopla, que por defender la fe católica proclamada en Éfeso, fue golpeado y pisoteado por los partidarios del impío Dióscoro y, enviado al exilio, falleció poco después. (449)

7*. En Lindisfarne, población de Northumbria, en el actual Reino Unido, san Fian, obispo y abad, célebre por su doctrina y por su celo en la evangelización. (c. 656)

8. En Auxy-aux-Moines, en la Francia actual, sepultura desan Silvino, obispo. (s. VIII)

9*. En el monasterio de Cava de’ Tirreni, en la región italiana de Campania, san Constable, abad, que por su eximia mansedumbre y caridad hacia todos, mereció ser llamado justamente “protector de los hermanos”. (1124)

10*. En la localidad de Ratzeburg, en el territorio de Alsacia, en Germania, san Evermodo, obispo, el cual, discípulo de san Norberto en la Orden Premonstratense, se dedicó a evangelizar el pueblo de los wendos. (1178)

11*. En Padua, en la región de Venecia, en la actual Italia, beato Lucas Belludi, presbítero de la Orden de los Menores, discípulo y compañero de san Antonio. (1286)

12. En Pyongyang, en Corea,san Pedro Yu Chong-nyul, mártir, padre de familia, que mientras estaba leyendo los textos sagrados a los fieles que durante la noche se congregaban en el domicilio del catequista, fue apresado y, por su condición de cristiano, azotado hasta la muerte. (1866)

13*. En Rzeszow, en Polonia, beato Antonio Lesczewicz, presbítero de la Congregación de la Compañía de María y mártir, que durante la ocupación militar de su patria en tiempo de guerra, fue entregado a las llamas por los perseguidores de la Iglesia a causa de su fe en Cristo. (1943)

– Beata Elisabetta Sanna (1788- Roma 1857). Laica de la Tercera Orden de San Francisco, madre de familia, miembro de la Unión del Apostolado Católico fundado por San Vicente Pallotti.