(Mc 8, 34 – 9, 1)
Jesús pasa ahora de su persona a la vida de los discípulos. Como siempre, el evangelio de Marcos presenta un juego misterioso entre la vida de Jesús y la nuestra; al mismo tiempo que nos dice quién es Jesús, nos dice también quién es o debe ser el discípulo.
Por eso, una vez que ha mostrado claramente que él debe pasar por la pasión, indica a los discípulos que ellos deben aceptar su parte de pasión, también ellos deben cargar la cruz. Pretendiendo una vida sin problemas en realidad se pierde la vida, pero aceptando perder la vida, en realidad se la está salvando, ya que son los valores más profundos los que le dan sentido, valores que a veces hay que defender con sangre y lágrimas.
Pero al invitar a no avergonzarse de él, Jesús da a entender precisamente a qué sufrimientos, a qué cruz se refiere: la incomprensión, los rechazos, las burlas, los desprecios sociales. Identificarse con Cristo implica también aceptar esa incomprensión.
En 9, 1 Jesús anuncia una inminente venida del Reino con poder. Es lo que presenciaron y vivieron los discípulos a partir de la Resurrección de Jesús. Pero digamos también que los primeros discípulos habían interpretado este anuncio como la llegada inminente de la Parusía. Luego, con el paso de los años, esa espera se fue atenuando, y se convirtió en el empeño por vivir a pleno cada día como si fuera el último.
Oración:
«Jesús, dame la gracia de no avergonzarme de ti y de tu evangelio cuando llegue la incomprensión o el desprecio del mundo. Quiero unirme a tu pasión y cargar contigo mi cruz, viviendo cada día como si fuera el último de mi vida».
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día