Comentario – Domingo VII de Tiempo Ordinario

Hoy la palabra de Dios nos invita a la imitación de aquel a cuya imagen hemos sido conformados, especialmente en nuestro bautismo: Cristo Jesús. Toda imagen reproduce los rasgos de su modelo; y el hijo es también reproducción, al menos aproximada, de su progenitor. Sólo así tienen sentido frases como: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. En el comparativo (el como) radica la semejanza que hace posible la imitación. Es más, lo propio de los hijos es asemejarse a su padre. Por eso se dice: Amad a vuestros enemigos… y seréis hijos del Altísimo. ¿Por qué? Porque estaréis reproduciendo en vuestras vidas el amor del mismo Dios, que es bueno no solo con los que son buenos y agradecidos con él, sino con los malvados y desagradecidos.

Esta es la cualidad específica del amor de Dios y ésta es la cualidad que debe resplandecer en sus hijos, que no pueden limitarse a amar como aman los pecadores, es decir, los que no son sus hijos. Se está dando por supuesto que los pecadores también aman y hacen el bien; pero su modo de amar no es sin más el de los hijos de este Dios que es bueno con los malvados y desagradecidos.

Los pecadores aman a los que los aman y hacen el bien a quienes les hacen el bien y prestan a aquellos de quienes esperan cobrar. Amar a quienes nos aman es tan natural que hasta los pecadores pueden hacerlo. Lo inconcebible, lo antinatural es, por ejemplo, que un hijo desprecie a su padre, ese padre de quien sólo ha recibido bienes, o que una madre odie a su hijo y desee su desgracia. Lo natural es que besemos las manos en señal de gratitud de nuestros bienhechores, protectores o sanadores.

Pero lo natural en un cristiano no es que se comporte simplemente de modo natural, como cualquier no-cristiano. La naturaleza de un cristiano ya no es simple naturaleza, sino naturaleza elevada a la dignidad de hijo de Dios, naturaleza capacitada por el Espíritu recibido para reproducir en su vida los rasgos de Aquel de quien es hijo.

Luego lo natural en un cristiano es que se comporte como lo que es, como hijo de Dios, imitando (=reproduciendo) a su Padre, que es compasivo y misericordioso, amando a los enemigoshaciendo el bien a los que le odianbendiciendo a los que le maldicenorando por los que le injurianpresentando la otra mejilla al que le abofeteadando al que le pideno reclamando lo que le sustraen. Este es el rasgo distintivo de la conducta cristiana, porque ésta es la nota peculiar del amor de nuestro Dios y porque esto fue lo que caracterizó la conducta de Jesús –el Hijo por excelencia- desde el principio hasta el final de sus días. Así murió, orando por quienes lo injuriaban: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.

El amor a los enemigos, en sus diferentes formas y formulaciones, es por tanto el rasgo de nuestra conducta que debe distinguirnos como cristianos, es decir, como seguidores de Jesús y como hijos de Dios. Este ha sido quizá el rasgo más sobresaliente y llamativo en la vida de los santos, que son los que mejor han reproducido la imagen del Hijo. Todos ellos han tenido enemigos (el mismo Cristo los tuvo; por eso murió en la cruz), y los han tenido sin estar en situación de guerra, sin haber tomado las armas, sin haber militado en un partido político, sin haberse enemistado con nadie.

Y es que a la bondad, y al que la refleja, siempre le salen enemigos: esos malvados con quienes el Padre se muestra compasivo. Por tanto, no digamos con tanta ligereza que nosotros no tenemos enemigos o que quiénes son esos enemigos a quienes hemos de amar. Puede suceder que no seamos suficientemente buenos para tener enemigos: ¡Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros; eso es lo que hicieron con los falsos profetas! Para tener enemigos basta muchas veces con ser y sobre todo con ser buenos; porque la bondad plasmada en obras suele resultar de ordinario molesta, incómoda para muchos que no la soportan porque pone al descubierto, por contraste, su maldad o mezquindad. Y la maldad es enemiga irreconciliable de la bondad.

Pero tener enemigos no significa siempre tener personas que son objeto de nuestro odio o de nuestro desprecio, personas a quienes deseamos el mal o nos resultan antipáticas; tener enemigos significa simplemente tener opositores, bien porque se oponen a nuestras acciones o porque nos odian u odian lo que representamos, nos maldicen o injurian, nos persiguen, desean nuestro daño o ejercen violencia contra nosotros. Esos son los enemigos que tuvo Jesús; esos son los que tuvieron los santos de todas las épocas. Y a esos es a quienes debemos amar respondiendo al mal con que nos obsequian con el bien, y a su maldición con la bendición, y a su injuria con la oración.

Alguno puede pensar que esto es tremendamente difícil; pero más difícil aún, difícil e ingrato, es soportar una vida en el odio, vivir injuriando, maldiciendo, agrediendo, robando, matando. Y poner la otra mejilla no es necesariamente más difícil que responder con otra bofetada, sobre todo si se tiene el espíritu de mansedumbre de los hijos de Dios o del Hijo de Dios, que es manso y humilde de corazón. Esto tendría que ser lo natural entre cristianos, es decir, lo que surge espontáneamente de los que son tales porque poseen el Espíritu de Cristo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo VII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO VII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A los que me escucháis os digo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian».

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A los que me escucháis os digo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian».

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado VI de Tiempo Ordinario

Este es mi Hijo amado; escuchadlo

1.- Ambientación.

Este relato de la transfiguración está puesto después del anuncio de la Pasión. Los apóstoles han quedado desconcertados con el anuncio de un Mesías sufriente. Y sienten miedo a seguirte. Como todos nosotros. Yo también siento miedo ante el sufrimiento. Pero Tú, Señor, con la transfiguración quitas todos los miedos. Adelantas la Resurrección. Quiero darte gracias por tu condescendencia.

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Notemos que Jesús se lleva a Pedro, Santiago y Juan. No porque sean sus predilectos sino porque tienen que cambiar de postura. Santiago y Juan, ante los samaritanos que no han querido recibir a Jesús, han pedido que cayera sobre ellos “fuego del cielo”. Son violentos. Tampoco han estado tan finos cuando seguían a Jesús por el Camino hacia Jerusalén y pensaban en los primeros puestos. Pedro rechaza abiertamente a un Mesías sufriente. Y cuando están en el Monte quiere permanecer allí. Ya no quiere bajar. Han de subir a la montaña de Dios para cambiar de actitudes. La oración nos hace ver las cosas de distinta manera. La oración nos permite no confundir al Mesías con uno más de los personajes famosos del antiguo testamento, aunque sean Moisés (ley) o Elías (profetas). El resultado de este encuentro fue que, al final, ya no vieron a nadie más que “sólo a Jesús”.No podemos tener a Jesús como un hombre, por famoso que sea, sino como EL HOMBRE DIOS.

Tampoco subimos a la montaña de Dios para quedarnos ahí. Transfigurados por el amor, hay que bajar a pisar la tierra de los hombres, a mezclarse con los problemas de la gente. El cristiano no huye del mundo, pero sí sabe levantar este mundo hasta Dios.

Palabra del Papa

Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria. La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: ‘Escuchadlo’. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a ‘perder la propia vida’, donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.  (S.S. Francisco, Ángelus 1 de marzo de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Ir hoy a la oración con la idea de subir al monte a respirar el aire puro de Dios. Y cambiar mi vida.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, por este rato de oración. También yo he dicho con Pedro: ¡Qué bien se está aquí!    Pero hay que bajar de la montaña a la vida, al trabajo, al esfuerzo y, en ocasiones, al sufrimiento. Que la luz de la transfiguración ilumine la silueta de la Cruz.

Para domesticar la venganza

1.- “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os injurian”. San Lucas, Cáp. 6.

Luego del Sermón de la Montaña, había necesidad de explicar a los discípulos cómo emprender la ruta de la utopía cristiana. Por lo cual el Maestro sigue adelante, al ofrecer un valioso manual de relaciones humanas. El contexto social en que vivió el Maestro, invitaba día y noche a la violencia: La ley del Talión, herencia de Egipto y de Babilonia, que exigía “tanta venganza, tanta ofensa” regía el trato ordinario entre los judíos. Los valores de la generosidad y la compasión, presentados por los Libros Sapienciales, no habían sido asimilados por el pueblo.

2.- El imperio romano dominaba toda la Palestina y para financiar su presencia, exigía cuantiosos tributos. Se violaban impunemente las leyes en favor de las viudas y los huérfanos. Las autoridades nacionales, como Herodes, eran figuras decorativas de muy baja moral. El culto del templo no pretendía liberar al pueblo, sino presentar continuamente a un Dios exigente y vengador. Y en Galilea, la provincia del norte no escaseaban los celotes, grupos armados cuyos desmanes eran ahogados en sangre por las tropas invasoras.

Entre las páginas del Nuevo Testamento, tal vez no haya ninguna más en contravía de la realidad social de entonces, como esta colección de sentencias que nos trae san Lucas: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os injurian”.

Y más adelante: “Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También lo hacen los pecadores”. Así de simple: Amar únicamente a los amigos y hacer el bien solamente a los benefactores, nos sitúa, según el lenguaje de Jesús, por debajo de las prostitutas y los publicanos. Eran estos los más pecadores de entonces.

3.- Enseguida el Maestro señala ejemplos prácticos, según las costumbres judías, para desmontar nuestros mecanismos de venganza: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica”. Sin embargo, este programa no apunta únicamente a una estética personal, a un comportamiento social. Está de por medio, nada menos que nuestra condición de hijos de Dios: “Así seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos”. San Mateo lo dice de forma más poética: “El Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos y derrama la lluvia sobre justos e injustos”.

4.- Aquí también el Señor nos promete una recompensa que podríamos llamar temporal: Si perdonamos y somos desprendidos, “os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. Lo sabía el ojo observador de Jesús. En sus tiempos de niño, allá en Nazaret, empinado quizás sobre la punta de los pies, había mirado al vendedor de trigo, o de cebada, que remecía la vasija para medir los granos, intercambiando con el comprador un comentario amistoso.

Así el Señor y mucho más, será generoso con nosotros, cuando pacificamos la violencia. Cuando domesticamos la venganza que a todos nos abrasa el corazón.

Gustavo Vélez mxy

Comentario – Sábado VI de Tiempo Ordinario

Mc 9, 2-13

Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los conduce solos a un monte alto y apartado.

Los tres son los que habían asistido a la «resurrección» de la hijita de Jairo, por expresa elección de Jesús (Marcos 5, 37).

Y serán también los tres que asistirán a la agonía de Jesús (Mc 14, 33). Los tres pasajes del evangelio se corresponden pues. Pero ya sabíamos que Marcos no explica cualquier cosa ni de cualquier modo: bajo las apariencias de una simplicidad ingenua, nos introduce poco a poco al gran misterio.

Sí, no se va a la gloria más que por el don de la propia vida.

Se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes… muy blancos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, hablando con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Maestro, bueno es estar aquí, vamos a hacer tres tiendas.»

Se trata, en efecto, de una anticipación de la gloria de la resurrección; pero es una manifestación fugitiva, corta. Pedro lo subraya queriendo hacer durar esa dicha: ¡construyamos tres tiendas!». Cree que ya está, que es definitivo. Pero no lo es, será necesario descender de nuevo a la llanura y a las dificultades de la condición humana: será necesario reemprender el camino hacia la cruz, en la noche, siguiendo a Jesús.

Se formó una nube y desde la nube se dejó oír una «voz»: «Este es mi Hijo amado. ¡Escuchadle!»

La misma voz del bautismo en el Jordán (Marcos 1, 11).

Pero hay una diferencia: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo… ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario «¡escuchadle!». La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando El os dice que va a sufrir, y morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharle.

Jesús de Nazaret, con Dios, es como un Hijo con su Padre.

San Juan. explicitará más este misterio de relación.

Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.

Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande. Jesús nos pone en guardia: si decimos muy a prisa «Jesús es Dios», no decimos nada. Hay que esperar y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchos cristianos de hoy se imaginan que, si hubiesen sido contemporáneos de Jesús le hubieran «reconocido». Ahora bien, Jesús era de tal modo hombre que no podía verse que era Dios, desde el primer momento.

Dios está «escondido». Dios es un «incógnito». Dios es misterio.

Sí, Señor, lo decimos demasiado maquinalmente en el «credo»: «Verdadero Dios y verdadero hombre». Leyendo a Marcos, descubrimos el misterio: hubo un hombre ¡que era también Dios! «Dios se hizo hombre», ¡esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callarse.

Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: «cuando resucitase de entre los muertos».

Ellos, los tres que han visto… no se hacen los listos.

Continúan preguntándose. Son muy modestos.

San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.

Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?»

Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello.

Noel Quesson
Evangelios 1

Comentario – Sábado VI de Tiempo Ordinario

(Mc 9, 2-13)

Al comienzo de la primera parte del evangelio de Marcos tenemos el episodio del bautismo de Jesús, donde el Padre lo presenta como su Hijo querido, su predilecto, amado con un amor único y exclusivo (1, 11).

Del mismo modo aquí, al comienzo de la segunda parte del evangelio, tenemos el episodio de la Transfiguración de Jesús, donde el Padre confirma la misión que le ha dado presentándolo como su Hijo querido e invitando a escucharlo.

Por un instante los tres apóstoles alcanzan a vislumbrar el misterio trascendente de Jesús, por un instante se abre el cielo, y se nos recuerda la gloria de la primera alianza en el Sinaí (Éx 24, 9-18). Pero aquí Moisés, junto con el profeta Elías, está simplemente acompañando a Jesús, el Hijo querido, el único.

Los apóstoles quieren prolongar esa maravillosa experiencia, pero deben bajar de la montaña porque todavía falta hacer un camino en la tierra. También a nosotros, muchas veces, nos gustaría quedarnos en la montaña, en un lugar sereno y feliz, pero tenemos que bajar y seguir con las tareas cotidianas, y a veces tenemos que enfrentar momentos difíciles. Cuando bajamos a la fiebre de la ciudad, nos basta recordar que también existe la paz de la cima de los montes.

Pero además, esa rutina cotidiana, y los sufrimientos propios de la vida también pueden ser ofrecidos, entregados con amor, y así se llenan de sentido. El solo hecho de levantarnos por la mañana y ofrecer a Dios con amor todo lo que vamos a vivir, es una manera de hacer que ese día se llene de gloria, aunque no estemos en la montaña.

Oración:

«Te doy gracias Señor por los signos de tu gloria que me regalas en medio de las asperezas de esta vida. Pero no dejes que me evada en las experiencias bellas y dame la fortaleza y la luz para bajar de la montaña con el deseo de entregar mi vida».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Bienaventurados los payasos

1. – Todavía resuena el evangelio de la semana pasada con las bienaventuranzas. Y, tal vez, a mi se olvidó daros una nueva y así la nueva bienaventuranza que se desprende del Evangelio de hoy sería: “Bienaventurados los Payasos de Circo porque serán hijos del Dios bueno que a nadie toma por enemigo”.

Porque ya me diréis qué es amar al que te hace mal. Dar la túnica al que te quita la capa. Prestar dinero al que te tima. Poner la mejilla al que ya te ha dado la primera bofetada.

¿No os recuerda esta manera de proceder a los tontos del circo que ponen la chaqueta en la misma silla donde les desapareció el sombrero, intentan sentarse, repetidas veces, en la misma silla que un listo retira tirando con una cuerda y que recibe toda bofetada que se pierde en escena?

Bienaventurados los Payasos, pero no lo entendemos y buscamos explicaciones. Sin embargo, lo que dice el Señor está ahí y el que tenga oídos para oír, que oiga: que la Iglesia es el único sindicato de los Payasos de Circo y el Secretario General es Jesús y sus siglas, SPC.

2.- No lo entendemos, porque no llegamos a la profundidad de amor de nuestro Dios que es toda bondad, incapaz de tener a nadie por enemigo. No entendemos la necedad de Dios.

Hay una parábola que pone ante nuestros ojos esa sublime necesidad de Dios. El dueño de la vida envía a sus criados para cobrar lo estipulado con los colonos y éstos los apalean y echan de la viña y vuelve el dueño a enviar nuevos criados y vuelven los colonos a apalear y matar a los criados, y, el dueño de la viña en lugar de llamar a la Policía Nacional —como nos hubiera dictado a nosotros nuestra sabiduría humana—, movido por la necedad de Dios, envía a su hijo, a sabiendas de que lo matarán, y lo matan. Eso no cabe en la cabeza humana, pero sí cabe en el corazón de un Dios tan bueno que es incapaz de admitir como enemigos a los mismos que se declaran como enemigos suyos.

Sabe Jesús que Judas viene a entregarle y se deja besar y le llama amigo: “Amigo ¿a qué has venido?” Y en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Para Jesús, los que lo crucifican, no son enemigos, son gente equivocada. No saben lo que hacen. No en vano, hemos nombrado a Jesús Secretario General del Sindicato de los Payasos de Circo, y, no lo entendemos.

3. – No lo entendemos por lo que nos dice hoy San Pablo: “Que el primer hombre hecho de la tierra era terreno, y, que el segundo, Jesús, es del cielo. Y nosotros somos terrenos y el hombre terreno ama a los que aman, presta a los que saben que le pueden devolver, hace bien a los que le hacen bien.

Así somos los hombres terrenos: muy lejanos al Dios Bueno, que da sin esperar; que llueve sobre justos y pecadores; que a nadie tiene como enemigo y que vive convencido y trata de convencernos de que el amor llegará a vencer al odio.

Jesús, víctima de la enemistad, nos pide que no añadamos más enemistad, que tratemos de poner amor donde haya odio.

¿Qué hacer para no admitir como enemigo al que se porta conmigo como enemigo? David no atravesó a Saúl con su lanza porque fuese un ungido de Dios, pues el peor enemigo está ungido con el amor que Dios le tiene y con la sangre que Dios derramó por él, ¿me atreveré a atravesarle con la lanza de mi enemistad?

Uno empieza a ser mi enemigo cuando yo me dejo contagiar del odio que anida en su corazón. Entonces, empiezo a odiar como él, por eso Dios —que es incapaz de contagiarse con el odio— no puede tener enemigos.

Bienaventurados los Payasos de Circo, hijos de un Dios incapaz de odio y enemistad.

José Maria Maruri, SJ

Comentario – Sábado VI de Tiempo Ordinario

El evangelio de Marcos nos ofrece hoy el relato de la transfiguración del Señor. Jesús –cuenta el evangelista- se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. He aquí el escenario del «hecho» que tiene por testigos presenciales a sólo tres de sus discípulos, aquellos que Jesús eligió para la ocasión. Lo que esos testigos vieron no es del todo definible, ni expresable, pero lo presentan como una transfiguración (cambio de figura) sensible y esplendorosa (sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador).

El fenómeno deslumbrante va acompañado de la aparición de personajes de la Antigua Alianza como Elías y Moisés, que conversan con Jesús, y de una profunda sensación de bienestar que se apodera de los testigos: Maestro –le dijo Pedro a Jesús-, ¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres chozas… la nube que les cubre les hace sentirse en presencia de la divinidad, y una voz que sale de la nube declara la identidad del Transfigurado y les invita a la escucha: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, el escenario celeste se esfumó y volvieron de nuevo a la realidad terrestre y pedestre. Aunque la descripción del hecho está cargada de elementos simbólicos, no deja de aludirse a un hecho testificable. Y para ello contó con testigos que podían contar o narrar lo que habían visto. Precisamente porque pueden contarlo, Jesús les manda que no lo cuenten hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Antes sería inoportuno.

Lo cierto es que aquel suceso dejó una profunda huella en los testigos. Pedro, en una de sus cartas, dirá en un lenguaje más sobrio que el empleado por el evangelio que allí pudieron ver la grandeza del que se había hecho como un hombre cualquiera y pudieron oír la voz del Padre que le proclamaba su Hijo amado, aquel en el que había puesto toda su complacencia. Era la voz que confirmaba las voces de los profetas que conversaban con Jesús y que habían quedado plasmadas en las Escrituras Sagradas.

La transfiguración de Jesús se presenta ante todo como una teofanía, esto es, una manifestación de Dios Padre que da honra y gloria a ese hombre que merece y recibe el nombre de Hijo amado, su Hijo, porque lo es. Y por tratarse del Unigénito debe ser escuchado cuando nos trae noticias de parte de Dios, su Padre. No hay persona más autorizada en este mundo para hablarnos de él.

Para aquellos testigos cualificados, la transfiguración fue un momento realmente luminoso, un momento en el que pudieron asomarse al misterio de esa humanidad en la que habitaba la divinidad y se dejaba ver fugazmente en esa figura resplandeciente que tenían ante sí. La transfiguración no era todavía la resurrección, pero sí un anticipo y una prefiguración de la misma. En ella, los testigos cualificados podían ver un anticipo del cuerpo glorioso de su Maestro. A ella podrán acudir también para reforzar su fe en la resurrección.

Mientras tanto, lo que se manda es escuchar al que, por ser Hijo, tiene toda la autoridad para hablarnos del Padre y de sus planes para con nosotros: escuchar con ánimo de entender, pero sobre todo con la disposición de obedecer; escuchar para cumplir; escuchar para vivir en conformidad con lo mandado, o lo prohibido, o lo aconsejado, o lo recomendado; escuchar con ánimo de hijos que desean complacer a su Padre con sus palabras y con sus obras, con su entera vida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Y, sobre todo, ¡el otro!

1.- A punto de iniciar la Santa Cuaresma, en este domingo 7º del Tiempo Ordinario, San Lucas, nos sorprende con una serie de actitudes que, los seguidores de Jesús, hemos de cultivar y no obviar. Esos modos los podemos resumir con una frase: por encima de todo, ¡el bien del otro!

Es el mundo al revés. Es lo contrario a lo que estamos habituados a escuchar en muchos de los círculos donde nos encontramos.

En definitiva, “sobre todo el otro” es la locura y el centro de la predicación de Jesús. ¿Lo es también en nosotros?

Pensar en “el enemigo” no es buscar esa categoría en las luchas fraticidas o en las películas entre buenos y de malos. El enemigo, sin darnos cuenta, se localiza muy cerca de nosotros:

-Las personas a las que, por pensar de diferente forma a la nuestra, las alejamos de la órbita de nuestras amistades

-Las personas que, por pequeñas o grandes decepciones, las hemos dejado marginadas

-Las personas que, por mil excusas o por ninguna, las hemos olvidado o, incluso, humillado.

Todo cristiano tiene dos caminos: uno el que conduce hasta que Jesús y, otro, el que conduce exclusivamente a uno mismo.

-El cristiano que elige el camino hacia Jesús, cae en la cuenta de que –ese camino- tiene una derivación obligatoria: los hermanos que nos rodean.

-El cristiano que, por sistema o con mil excusas, opta por el camino de “uno mismo” corre el riesgo de poner en el centro sus propios intereses. Corremos el peligro de buscarnos a nosotros mismos. De gritar a los cuatro vientos aquello de ¡sálvese quién pueda!

2.- Ante la próxima cuaresma, el evangelio de este día, es casi un anuncio de lo que conllevar el vivir codo a codo o el trabajar mano a mano con el Señor: el bien del otro. Por encima de todo y sobre todo, el bien del otro.

¡Tiempo vamos a tener en la Santa Cuaresma para ajustar y hacer más auténtica nuestra vida de fe!

¡Tiempo vamos a tener en la Santa Cuaresma para intentar, por encima de todo, acompañar a un Jesús que nos invita a la conversión, a la sinceridad y…a tratarnos los unos a los otros con un poco más de cordialidad y de amor!

¡Tiempo vamos a tener, en la Santa Cuaresma, para saber que los juicios los hemos de dejar en las manos de Dios y, en cambio, la comprensión ha de surgir espontáneamente de nuestro corazón!

¡Tiempo vamos a tener, en la Santa Cuaresma, para mirarnos en el gran espejo de Jesús y comprobar si la imagen que refleja, se proyecta en nuestra vida a través del desear el bien a los demás; la paciencia; el buen trato; el amor sin distinción o el perdón por aquellas pequeñas cosas que nos hacen o que forjamos en las luchas de cada día!

3.- Nuestra vida cristiana no puede ser un carnaval. Es decir; un traje bajo el cual nos ocultamos para aparentar lo que no somos o un disfraz que utilizamos de vez en cuando para ser irreconocibles. Entre otras cosas, nuestra vida cristiana, no puede ser un carnaval porque, Dios, siempre sabe quién se esconde detrás.

La gran fiesta que podemos preparar, a partir del próximo miércoles de ceniza, es la gran Pascua del Señor. Pasará el carnaval, enmudecerá la música, caerá el disfraz al rincón más olvidado y aparecerá aquello a lo que ninguno de nosotros podemos renunciar: nuestro auténtico rostro.

Ojala que, ese semblante, lo sepamos alegrar y divinizar con tantas cosas buenas que San Lucas nos ha sugerido en el evangelio de este día. Porque, el perfil de las personas (incluidos los nuestros) no necesitan caretas o máscaras para transmitir una alegría que tal vez no existe. Las fisonomías de las personas que creen en Jesús irradian auténtica alegría y desbordan de entusiasmo cuando…saben que el ¡todo por el otro! es lo máximo a lo que un hombre o mujer de fe puede aspirar. ¡Abajo las máscaras y arriba el rostro de nuestra fe!

4.- ¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!

La de la sordera,
para que pueda escuchar con nitidez tu voz
La del odio,
para que pueda amar sin distinción
La de la maldición,
para que pueda desear siempre el bien
La de la debilidad,
para que presente mi mejilla donde sea necesario
La del egoísmo,
para que nunca mire lo qué doy ni a quién doy
La de la conformidad,
para que no exija lo que no me pertenece
¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!

La de los malos modales,
y sea así delicado con mis hermanos
La de la maldad,
para que disfrute sembrando semillas del bien
La del usurero,
para que no busque más beneficio que el ser feliz dando
La de la dureza,
para que brote en mí la comprensión
La de la severidad,
para que sepa entender y comprender los defectos de los demás
La de la discordia,
para que vea amigos y no adversarios
¡QUITA, MI MÁSCARA, SEÑOR!

Javier Leoz

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten

1.- Amor y perdón, dos palabras claves que se repiten en las lecturas de este domingo. Fáciles de pronunciar, pero difíciles de practicar. Amar a los que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos lo puede devolver, e incluso a aquél que nos odia. Eso hizo David cuando perdonó la vida a su perseguidor, el rey Saúl. Es lo que hizo Jesús en la Cruz cuando perdonó a los que le maltrataban: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

2.- ¿Por qué perdonar a nuestros enemigos? Porque Dios es el primero que nos perdona a nosotros, porque como proclamamos en el salmo “el Señor es compasivo y misericordioso”. El no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama raudales de misericordia con nosotros. A mi mente viene aquella anécdota en la que un niño, intrigado por las palabras de su catequista que le decía que Dios con su providencia infinita está siempre despierto velando por nosotros, le preguntó a Dios si no se aburría teniendo que estar todo el tiempo despierto. Dios le contestó al niño con estas palabras: “no me aburro, me paso el día perdonando”. Contrasta la “ternura” de Dios con esa imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el Evangelio.

3.-La cadena de la violencia sólo se rompe amando. Es la mirada de amor la que puede transformar el corazón de piedra del agresor. No cabe duda de que la violencia engendra violencia y esta rueda sólo se puede parar con la fuerza del amor. Hay un lado “provocador” en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: poned la otra mejilla, bendecid a los que nos maldicen, amad al enemigo, no juzguéis y no seréis juzgados.

El amor puede hacer que el enemigo deje de ser enemigo y se convierta en un hermano, que reconozca su mal y trate de repararlo, que cambie de forma de pensar y de actuar.

4.- Al rezar hoy el Padrenuestro no seamos hipócritas. Seamos sinceros al decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y compasivos como lo es Dios con nosotros. Si nos es difícil vivirlo pidamos, al menos, que nos ayude…. a perdonar como El nos perdona.

José María Martín OSA