Comentario – Sábado VI de Tiempo Ordinario

Mc 9, 2-13

Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los conduce solos a un monte alto y apartado.

Los tres son los que habían asistido a la «resurrección» de la hijita de Jairo, por expresa elección de Jesús (Marcos 5, 37).

Y serán también los tres que asistirán a la agonía de Jesús (Mc 14, 33). Los tres pasajes del evangelio se corresponden pues. Pero ya sabíamos que Marcos no explica cualquier cosa ni de cualquier modo: bajo las apariencias de una simplicidad ingenua, nos introduce poco a poco al gran misterio.

Sí, no se va a la gloria más que por el don de la propia vida.

Se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes… muy blancos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, hablando con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Maestro, bueno es estar aquí, vamos a hacer tres tiendas.»

Se trata, en efecto, de una anticipación de la gloria de la resurrección; pero es una manifestación fugitiva, corta. Pedro lo subraya queriendo hacer durar esa dicha: ¡construyamos tres tiendas!». Cree que ya está, que es definitivo. Pero no lo es, será necesario descender de nuevo a la llanura y a las dificultades de la condición humana: será necesario reemprender el camino hacia la cruz, en la noche, siguiendo a Jesús.

Se formó una nube y desde la nube se dejó oír una «voz»: «Este es mi Hijo amado. ¡Escuchadle!»

La misma voz del bautismo en el Jordán (Marcos 1, 11).

Pero hay una diferencia: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo… ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario «¡escuchadle!». La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando El os dice que va a sufrir, y morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharle.

Jesús de Nazaret, con Dios, es como un Hijo con su Padre.

San Juan. explicitará más este misterio de relación.

Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.

Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande. Jesús nos pone en guardia: si decimos muy a prisa «Jesús es Dios», no decimos nada. Hay que esperar y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchos cristianos de hoy se imaginan que, si hubiesen sido contemporáneos de Jesús le hubieran «reconocido». Ahora bien, Jesús era de tal modo hombre que no podía verse que era Dios, desde el primer momento.

Dios está «escondido». Dios es un «incógnito». Dios es misterio.

Sí, Señor, lo decimos demasiado maquinalmente en el «credo»: «Verdadero Dios y verdadero hombre». Leyendo a Marcos, descubrimos el misterio: hubo un hombre ¡que era también Dios! «Dios se hizo hombre», ¡esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callarse.

Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: «cuando resucitase de entre los muertos».

Ellos, los tres que han visto… no se hacen los listos.

Continúan preguntándose. Son muy modestos.

San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.

Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?»

Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello.

Noel Quesson
Evangelios 1

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