Comentario – Martes VII de Tiempo Ordinario

(Mc 9, 30-37)

Jesús había advertido a sus discípulos que se cuidaran de la levadura de los fariseos y de Herodes, celosos de su poder a costa de todo.

Sin embargo, la tentación del poder y la gloria se cierne también sobre la comunidad de los discípulos, y Jesús le sale al paso. De la misma manera que él renunció a un poder terreno y a una gloria mundana, los discípulos deben desprenderse de pretensiones de dominio.

Todo deseo de alguna autoridad sobre los demás debe transformarse en un deseo de servir a todos desde el último lugar.

Resulta grosero que, luego que Jesús anunciara una vez más su muerte y su resurrección, los discípulos, que no lograban entrar en esa lógica de entrega, se pusieran a discutir quién de ellos era el más grande.

Pero Jesús les muestra que en la lógica del Reino el más grande es el que se hace el último, el que sirve. Por eso el niño representa a los preferidos, a los primeros.

El discípulo, si realmente quiere ser agradable a los ojos de Jesús, deberá hacerse pequeño y humilde como un niño y aparecer ante los demás con la sencillez de un pequeño, porque no tendría sentido que él defendiera permanentemente su imagen cuando su Maestro renunció a la fama y al poder terreno.

Oración:

«Cambia mi corazón Señor; sólo tú puedes liberarlo de sus deseos de gloria y de poder, sólo tú puedes sanar su orgullo y hacerlo simple y desprendido como el tuyo. Dame la gracia de amar el último lugar, ese que nadie desearía quitarme».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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