Comentario – Sábado VII de Tiempo Ordinario

(Mc 10, 13-16)

Este texto sobre los niños nos indica dos cosas; por un lado la mirada de amor que Dios dirige a los niños.

No olvidemos que en aquella época se decía «tantas personas, sin contar las mujeres y los niños»; parecía como si mujeres y niños no fueran plenamente seres humanos. No era así para Jesús, que no sólo se detenía a acariciarlos y a bendecirlos, sino que además decía que el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.

Pero por otra parte el evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños (Sal 131); el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede, que necesita del poder de Dios, que sin el Señor no tiene fuerza ni seguridad.

Esta actitud de confianza plena, que puede llamarse «infancia espiritual» no es un infantilismo, y tampoco es una añoranza melancólica de la niñez. Es más bien una actitud adulta del que sabe colocarse frente a Dios como corresponde, con las manos vacías, sabiendo que ante su infinita grandeza y ante su amor de Padre sólo cabe una actitud de dependencia humilde y de sincera gratitud. Así lo expresaba Santa Teresa de Lisieux: «En el atardecer de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías Señor, porque no te pido que cuentes mis obras… Quiero recibir de tu amor la posesión eterna de ti».

Oración:

«Señor, ayúdame a depender de ti como un niño, liberado de la soberbia y de las falsas seguridades; ayúdame a descubrir que sólo en ti está mi fortaleza, que sin ti no puedo, que sólo en tu poder mi vida se hace firme». 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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