Lectio Divina – Miércoles de Ceniza

Miércoles de Ceniza

“Acuérdate de que eres polvo”

1.- Oración introductoria.

Señor, en este miércoles de ceniza, quiero pedirte que me purifiques el corazón de todo aquello que me ata, me esclaviza o me nubla la mente para no ver con claridad cuál es tu plan, tu proyecto, tu programa de vida cristiana para mí. Haz, Señor, que tu proyecto sea mi proyecto, tu programa mi programa; haz que mi voluntad coincida con la tuya.

2.-Lectura reposada de la Palabra. Mateo: 6, 1-6 16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tenga cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te lo recompensará. Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vaya a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te compensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, si no tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará»

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Este evangelio forma parte del Sermón del Monte donde las exigencias que se nos pide a los cristianos no son condiciones para entrar en el Reino maravilloso que nos trae Jesús sino consecuencia de haber entrado en él de una manera gratuita por parte de Dios. Las tres obras tradicionales de piedad: la oración, la limosna y el ayuno se daban entre los judíos y también en otras religiones. Las tres responden a las tres dimensiones del hombre: a) con relación a Dios. b) con relación a los hombres en su aspecto social y c) con relación a uno mismo, especialmente en su aspecto físico. Jesús no puede ir en contra de estas tres prácticas en sí, pero las quiere “purificar” y “profundizar”.  No es suficiente hacer cosas buenas, sino que hay que tener en cuenta “desde donde las hacemos”. Las obras han de despojarse de todo egoísmo, de todo orgullo, de toda vanidad. Hay que orar, hay que dar limosnas, hay que ayunar, pero “no para que nos vea la gente” sino el Padre del cielo que “ve en lo secreto” y está dentro de nuestro propio corazón. Por lo demás, cuando uno ora ya no está rezando a un Dios impersonal, sino a un Dios personal y que además es mi Padre. Cuando hago limosnas no me sitúo ante gente extraña que me solicita una ayuda, sino ante unos hermanos con quienes yo debo compartir. Y esto lo debo hacer “sin que sepa la mano izquierda lo que hace la derecha”. Y cuando ayuno y paso hambre, caigo en la cuenta de la cantidad de hermanos míos que pasan hambre todos los días, incluso que mueren de hambre.  Hay también otras clases de ayuno que debo asumir como “parte de la Cruz de cada día”. Pero no me lleno de tristeza, ni dejo que se marquen en mis mejillas las huellas del sufrimiento, sino que perfumo mi cuerpo para que nadie lo note, excepto mi Padre que ve en lo escondido. El dar gusto a ese Padre, el parecerme a ese Padre y “marcar sus huellas en mí alma” ésa será mi recompensa.

Palabra del Papa.

“La oración es un crisol en el que nuestras expectativas y aspiraciones son expuestas a la luz de la palabra de Dios, se sumergen en el diálogo con Aquél que es la verdad y salen purificadas de mentiras ocultas y componendas con diversas formas de egoísmo (cf. Spe Salvi n.33) Por eso, la oración es garantía de apertura a los demás. Quien se abre a Dios y a sus exigencias, al mismo tiempo se abre a los demás, a los hermanos que llaman a la puerta de su corazón y piden escucha, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre con caridad fraterna. La verdadera oración es el motor del mundo, porque lo tiene abierto a Dios. Por eso, sin oración no hay esperanza, sino sólo espejismos. En efecto, no es la presencia de Dios lo que aliena al hombre, sino su ausencia: sin el verdadero Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, las esperanzas se transforman en espejismos, que llevan a evadirse de la realidad. En cambio, hablar con Dios, permanecer en su presencia, dejarse iluminar y purificar por su palabra, nos introduce en el corazón de la realidad, en el íntimo Motor del devenir cósmico; por decirlo así, nos introduce en el corazón palpitante del universo”. (Benedicto XVI, Homilía miércoles 6 de febrero 2008)

4.- Qué me dice hoy a mí esta Palabra. (Guardo silencio).

5.- Propósito. Procuro hacer una obra buena destacada sin que nadie se entere.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy día de la ceniza, quiero caer en la cuenta no de lo que tengo, ni de lo que valgo, ni de lo que puedo. Quiero caer en la cuenta de lo que “soy”. Y la esencia de lo que soy es “que no soy nada”. Un poco de ceniza. Eso es lo que nos entregan después de la incineración de un ser querido. Ésa es nuestra pequeñez. Pero esa poca cosa que yo soy “está hecha a imagen y semejanza de Dios”.  Yo, con lo poco que soy, soy amado de Dios. Y ésa es nuestra grandeza. Como diría Teresa de Jesús: ¡Engrandecéis nuestra nada!

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La mirada cálida y entrañable de Dios

1.- «Que el Señor sienta celos por su tierra y perdone a su pueblo» (Jl 2, 18) Perdona, Señor, perdona a tu pueblo. Colores de penitencia, el morado de la cuaresma, el clamor y los gemidos implorando piedad y compasión para este pueblo, que hace poco danzaba y retozaba en la impiedad y la burla del carnaval, entre risas y borracheras, y ahora calla y llora, abatido y hambriento, vacío y dolorido… Dios mío, Tú ya nos conoces, incluso sabías al crearnos que te traicionaríamos, que te olvidaríamos, que te despreciaríamos.

Si, Señor, Tú sabías del barro que estamos hecho. Y, sin embargo, nos amaste, nos diste la vida, nos llamaste y nos perdonaste tantas veces… Gracias, Padre mío, por ser tan pródigo en tu perdón, tan derrochador de amores y misericordia. Bendito seas, Señor, bendito seas. Y sigue así, sigue enamorado de este pobre hombre que quiere y no puede, o que puede pero no quiere. Yo mismo no me comprendo. Sólo estoy seguro de una cosa, de que me amas hasta los celos… Quién te amara así, quién jamás te hubiera ofendido…

2.- «Misericordia, Dios mío, por tu bondad…» (Sal 50, 3) Comienza la Cuaresma, el tiempo que la Iglesia dedica a la penitencia, a la expiación y a la purificación. A lo largo de estas cinco semanas que preceden al Domingo de Ramos se nos invita con insistencia a que consideremos nuestras faltas y pecados para que hagamos penitencia por haber ofendido al Señor, nosotros que somos la nada, a Él que es el todo. Hacer penitencia, mortificar nuestros sentidos para expiar, junto con Él en la cruz, las muchas veces que le olvidamos, traicionando su grande y profundo amor.

Y con la penitencia, la oración fervorosa, la súplica incesante, pidiendo a Dios que tenga misericordia de nosotros y lave todos nuestros delitos. El salmista nos invita a que reconozcamos nuestra culpa, pues hemos pecado contra Él, sólo contra Él hemos cometido la maldad aborrecida.

Seamos humildes y comprendamos que esas palabras bien las podemos hacer propias. Lo contrario, el sentirse libre de culpa, sin necesidad de purificarse, sería indicio de estar manchado con la culpa que más nos degrada y más ofende al Señor, el pecado de soberbia. A esos, a los orgullosos, a los «puros», Dios los rechaza, los derriba de ese pedestal en que se han subido.

«… por tu inmensa compasión borra mi culpa» (Sal 50, 3) Junto a la expiación está, decíamos, la purificación, el limpiar el alma de todo pecado, y al mismo tiempo enriquecerse con las mejores joyas, las de nuestras buenas obras. Engalanar nuestra alma con un profundo amor, que nos lleve a ser mejores cada día, a ser santos de cuerpo entero. Seamos conscientes de que eso es lo que Dios quiere, nuestra santificación.

Un corazón puro, un corazón limpio y sano, sin tanta podredumbre y malicia como a menudo mancha el interior del hombre. Cuando el pecado salta a la luz pública con desvergüenza y osadía, cuando la inmoralidad se respira por doquier, polucionando nuestra vida, en estos momentos es preciso pedir a Dios con toda el alma que nos dé un corazón puro.

No me arrojes lejos de tu rostro, sigue diciendo el salmo «Miserere», no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría y proclamaré tu alabanza. Sí, Dios mío, queremos alabarte de nuevo, y levantar un grito de protesta contra el pecado, rebelarnos contra el ambiente de corrupción que nos asfixia. Haz que con nuestra conducta limpia y honrada seamos bandera que ondee al viento tu grandeza y tu amor.

3.- “… y tu Padre que ve en lo escondido…” (Mt 6, 6) En el pasaje evangélico de hoy se no actuar de cara a los hombres, sino de obrar siempre pensando en que Dios nos ve, más aún que nos mira… Cuando uno se sabe bajo la mirada de un ser querido, uno se siente feliz. Esos ojos amables sobre nuestra persona son como una caricia suave que nos envuelve. Especialmente si esa mirada cálida y entrañable es la del mismo Dios… Pues sepamos, de una vez por todas, que el Señor de los cielos y de la tierra nos mira lo mismo que un padre mira con emoción y entusiasmo a su hijo. Sí, Dios nos mira siempre, sobre todo cuando luchamos por serle fieles. Entonces, además de mirarnos, nos sonríe.

Ojalá ahondemos en cuanto esto significa para nosotros y nos esforcemos por alegrar el corazón de Dios con nuestra buena conducta. Ojalá vivamos convencidos de estar bajo la serena mirada de Dios y nos esforcemos por hacer, siempre y en todo, cuanto sabemos que es del agrado del Señor. Para conseguirlo, volvamos también nosotros la mirada hacia Él, pongamos nuestros ojos en los suyos, allá en lo más recóndito de nuestro espíritu. Podemos estar seguros de que si nuestra mirada se cruza con la suya, una dicha infinita embargará nuestra alma.

Antonio García Moreno

Comentario – Miércoles de Ceniza

Mt 6, 1-6. 16-18

40 días que no deben perderse.

Hoy empieza un período privilegiado de 40 días, la Cuaresma. La palabra «cuaresma», «cuadragésima», significa «cuarenta». No hay que perder ni uno sólo de estos días.
Durante este tiempo de preparación a la Pascua, los pasajes del evangelio, abandonando el principio de la lectura continua, han sido escogidos por sí mismos, porque expresan aspectos esenciales de la «vida espiritual».

Los tres pilares de toda vida religiosa: el compartir, la oración y la renuncia… en la alegría y sólo por Dios.

Cuando dais limosna…
Cuando oráis…
Cuando ayunáis…

Son las tres formas tradicionales de la penitencia, en todas las religiones. Su orden no depende precisamente del azar: — primero «compartir», dar, pensar en los demás…

— después «orar pasar un poco más de tiempo con Dios…

— en fin, por último, «sacrificarse» imponerse alguna privación…

Sobre estos tres puntos, ¿qué he previsto para los 40 días de la Cuaresma?

Tomo mi tiempo en prever… en precisar lo que estoy dispuesto y decidido a hacer.

Guardaos bien de hacer vuestras obras buenas en presencia de los hombres, con el fin de que os vean.

De otra manera no recibiréis su galardón de vuestro Padre. … No vayas tocando la trompeta delante de ti para ser alabado por los hombres.

Tanto en lo que se refiere a la limosna, a la oración o al ayuno, Jesús insiste ante todo en tener discreción.
Jesús nos denuncia la muy frecuente hipocresía de los que actúan para «llamar la atención» de los demás.

Ceniza 9 9 La búsqueda de sí mismo, el egoísmo, el amor propio pue

den infiltrarse en los mejores gestos religiosos.

Que tu izquierda no sepa lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta y el Padre que ve lo oculto te premiará.

Obrar, actuar, sólo por Dios.

¡Lo oculto, lo invisible! ¡es ahí donde está Dios, nuestro Padre!

Es a este nivel, a esta profundidad de intimidad que Jesús nos invita a vivir, en todo tiempo, pero especialmente durante la Cuaresma.

Habitualmente y demasiado a menudo vivimos en lo superficial, lo aparente, lo exterior.
Buscar la profundidad. Buscar la mirada de Dios. ¡Padre! ¡Estás aquí en este momento y me estás viendo! Y esto es lo que cuenta. Y Tú esperas que yo «dé», que yo «ore», que yo «renuncie a».

Tú, cuando ores, entra en tu cuarto y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está ahí, invisible…
«Tu Padre está allí, invisible.» Estás palabras me revelan el alma profunda de Jesús, y su hábito constante de comunicarse con lo invisible.

Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lava tu cara…

Uno no esperaba este consejo: «¡perfumaros!» Según Tú, Señor, la Cuaresma no tiene nada que ver con la tristeza. Evidentemente esta fórmula quiere decirnos que hay que mostrar a los demás una cara agradable y alegre.

Noel Quesson
Evangelios 1

Miércoles de Ceniza: cabeza de la Cuaresma

1. El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. En atención a esto, la tradición religiosa de Israel había consagrado la Cuaresma, el desierto para la oración y la penitencia, y qué mayor penitencia que la soledad, observada por hombres creados para vivir en sociedad: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18), que ya había vivido el pueblo de Israel al salir de Egipto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra prometida, por el trayecto más largo. El camino más corto y normal era subir desde Egipto hasta la tierra prometida, Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar Rojo. Pero Dios quiso preservarle, probarle y educarle, para demostrarle su cariño y hablarle al corazón. ¿Qué hubiera sido del pueblo si entra en seguida en Palestina, y se junta con los amorreos, cananeos, hititas, los jebuseos, amonitas, filisteos, pueblos todos paganos e idólatras? ¿En qué habría quedado la promesa? El designio de Dios era crear su pueblo, germen de vida, donde pudiera él, llegada la plenitud de los tiempos, culminar la obra de la redención por Jesucristo, nacido de ese pueblo.

2. Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad. Cuando el Señor hace dar rodeos incomprensibles a una persona, o a una familia, o a una institución, hay que saber leer en clave de fe y de predilección, el rodeo, el obstáculo, la persecución del Faraón, o de los varios faraones al servicio del amor.

3. «La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes… Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros» (San Bernardo). Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso. El valor de las palabras no lo da el sonido, el grito, sino el contenido… ¡Cuántas palabras insustanciales al final de una vida moderna! Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, aislémonos de las compañías de frivolidad y de pasatiempo, busquemos amigos que nos hagan mejores, cercenemos diversiones, seamos más personas, más hombres y menos masa. Al menos, en la Cuaresma.

4. Lo esencial de la Cuaresma es que el pueblo cristiano, se disponga a escuchar la Palabra, para convertirse. Convertirse es volverse a Dios. «Dejaos reconciliar con Dios» 2 Corintios, 5,20. San Pablo emplea el verbo griego «katallasso», «reconciliarse», característico del derecho matrimonial, que designa la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima conyugal que habían roto. El Apóstol, por tanto, está exhortando a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y a recuperar la intimidad del que «prepara para todos los pueblos el banquete nupcial de manjares exquisitos» (Is 25,6). «Convertíos a mí de todo corazón». Es el corazón lo que nos pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en él. Eso es lo único que le agrada a Dios. Los gestos y los sacrificios sólo le gustan si proceden del amor, porque sólo quiere el amor de los hombres, pues, quiere hacer tan grandes como El es, y tan dichosos y perfectos, y eso sólo lo hace el amor que iguala entre sí a los amantes. Bien motiva San Pablo la petición de la reconciliación por el amor de Jesucristo: «Pues Dios por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser santidad de Dios». La gratitud a tanto amor es lo que nos tiene que mover al encuentro del Padre.

5. Convertirse es también volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos, todas y cada una de las veces que experimentamos la derrota del pecado, para que volvamos a casa como el hijo pródigo, y podernos abrazar, vestirnos de nuevo y ofrecernos el banquete de su perdón y de su eucaristía. «Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme… Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes» (Santa Teresa).

6. Para acoger un mensaje hay que elevar los ojos al mensajero. Una mirada de fe es la que puede salvar al pecador. Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios, que «se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan» Sabiduría 11, 24.

Después, y con la luz y la fuerza que emana de la Palabra, poder desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: «A mí, cautivo, me atormentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia» (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: «¿Nos dejas? ¿Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!» (VIII, 11, 26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. «Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé… Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz» (X, 27, 38). Por muchos esfuerzos que haga el hombre, si Dios no le rinde con su Belleza, no cae de bruces su alma. Por eso es necesario que con David, le grite al Señor: «Misericordia, Señor, hemos pecado. Tengo siempre presente mi pecado. Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro don espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación. No me arrojes lejos de tu rostro. Lávame más y más de mi iniquidad». Salmo 50. Pero reconozcamos que estas voces no nacen desde la rutina, la pasividad y el culto vacío. Interiorizados estos actos individuales y personales, hay que confesar los pecados, haciendo de ese momento un encuentro con Dios Padre por el Espíritu y la Sangre de su Hijo, que obra en nosotros la salvación. Es verdad que el confesionario hoy ha sido sustituido por el diván del psicoanalista o del psiquiatra, o, lo que es más novedoso y curioso, por el plató de la televisión, lo que demuestra la necesidad que tiene la persona de comunicar sus pecados, frustraciones, y depresiones, y que al debilitarse o perderse la fe, se agarra a estos medios científicos, laicos y hasta públicos, como medio de liberación, lo que los cristianos encontramos por la fe en el sacramento de la reconciliación.

7.- «No vayas tocando la trompeta por delante para ser considerado por los hombres» Mateo 6,1. El que hace las buenas obras, comunicación de bienes, oración, penitencia, o sacrificio, por miras humanas, ya ha recibido su recompensa. Quien las hace por Dios, con sinceridad y desinterés, como expresión de la fe y del amor, recibirá la paga de Dios. No encaja tampoco mucho hoy esta prohibición de Cristo, cuando de lo que alardea es de todo lo contrario, según las revistas del corazón y determinados espacios televisivos airean: profesión de agnosticismo, y cambios de parejas seguidos. Ahora las recompensas humanas se ofrecen al vicio y no a la virtud y los hay que no viven de otras rentas. «Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia» Baruc 3, 2.

8. «Con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa» Prefacio. Y si Dios nos prepara el banquete escatológico, cuya esperanza nos da fuerza para superar las carencias y tribulaciones de este destierro, los cristianos, «, debemos practicar la caridad, concretada en las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, sobre todo en favor de aquellos hermanos nuestros que viven extrarradio del banquete de la vida. «Hay muchos Lázaros que están llamando a las puertas de la sociedad, que viven excluidos de los beneficios de la prosperidad y del progreso» (Juan Pablo II). Hagamos entre todos que todos puedan participar del banquete preparado por el Señor para todos los pueblos en esta tierra y en el cielo. Sólo así podremos todos escuchar confiados y esperanzados en la Misa de la Cena del Señor y en la Noche de la Pascua, las palabras del Apocalipsis: «Dichosos los llamados al banquete de las bodas del Cordero» (19,9). A la vez que habremos ofrecido al mundo el testimonio de que nos amamos porque el Señor ha Resucitado.

Jesús Martí Ballester

Cuaresma feliz

1.- Hoy comenzamos la Cuaresma. Un camino hacia la Resurrección. Un camino al encuentro del Señor, que el Jueves Santo nos deja “su Mandamiento”: amaros como yo os he amado. Y el Viernes Santo nos enseña su propia muerte “cómo Él nos ha amado hasta dar la vida. Y es el Padre Dios, quien resucitando al Señor Jesús, nos dice que Él refrenda ese mandamiento y esa muerte por amor.

2.- Hoy al recibir la ceniza nos van a decir: “conviértete y cree en el Evangelio”. Conviértete al amor y cree en esa doctrina de amor que Jesús nos enseñó y el Padre refrenda.

–Vamos a reencaminar nuestras vidas por el camino de la frugalidad, austeridad, recortar gastos inútiles. Pero con un fin: podemos ayudar más a los demás.

–Vamos a recortar nuestro tiempo para tener más tiempo a los demás.

–Vamos a dar y darnos: dar cariño, alegría, oídos, compasión, compañía, ayuda económica al que la necesita.

3.- Este es nuestro ayuno, que según Isaías, Dios quiere de nosotros. Y así nuestra Cuaresma será feliz, porque es más feliz el que da que el que recibe.

José María Maruri, SJ

Arrepentimiento, penitencia y conversión

1. “Volved a mí de todo corazón: Con ayuno, con llanto, con luto”… Convertíos al Señor Dios vuestro». Con las palabras del profeta Joel, esta liturgia de la ceniza nos introduce en la Cuaresma, tiempo de gracia y regeneración espiritual. «Volved, convertíos…». Al comienzo de los cuarenta días, esta exhortación urgente tiene como finalidad establecer un diálogo singular entre Dios y el hombre. En presencia del Señor, que lo invita a la conversión, el hombre hace suya la oración de David, confesando humildemente sus pecados: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.”

David no se limita a confesar sus culpas y a pedir perdón por ellas; espera que la bondad del Señor lo renueve, sobre todo interiormente: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». Iluminado por el Espíritu sobre el poder devastador del pecado, pide transformarse en una criatura nueva; en cierto sentido, pide ser creado nuevamente.

Se trata de la gracia de la redención. Frente al pecado que desfigura el corazón del hombre, el Señor se inclina hacia su criatura para reanudar el diálogo salvífico y abrirle nuevas perspectivas de vida y esperanza. Especialmente durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia profundiza este misterio de salvación.

Al pecador que se interroga sobre su situación y sobre la posibilidad de obtener aún la misericordia de Dios, la liturgia responde hoy con las palabras del Apóstol, tomadas de la segunda carta a los Corintios: «Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios». En Cristo se proclama y se ofrece a los creyentes el amor ilimitado del Padre celestial a todo hombre.

2. A la luz de la Palabra de Dios que escucharemos durante este tiempo, iremos descubriendo la dimensión auténtica de tres palabras que están estrechamente unidas a la cuaresma: Arrepentimiento, penitencia y conversión que pueden entenderse como sinónimos y que a su modo cada una expresa un aspecto de la actitud fundamental de este tiempo, como etapa pedagógica del año litúrgico.

Y es en su finalidad pedagógica del año litúrgico como hemos de situarnos en esta etapa. En realidad cada una de las etapas del año sólo pretende enfatizar por separado cada uno de los aspectos de la vida del creyente. Porque no debemos olvidar que el principal misterio que inunda con su luz la vida del cristiano es precisamente la Pascua del Señor, es decir el misterio de su pasión, muerte y resurrección. De manera que cada año, celebramos en la esperanza y en la fe la venida del Verbo en la carne mediante la celebración del adviento y la navidad; así mismo, celebramos el misterio pascual como culminación de la obra salvadora de Dios en Cristo, precedido del tiempo de cuaresma y prolongado durante los cincuenta días de la Pascua, tiempo que culmina con la fiesta de Pentecostés que es la irrupción del Espíritu en el nacimiento de la Iglesia.

Pero la vida toda del cristiano transcurre en el espíritu del adviento (en la esperanza), de la cuaresma (en conversión permanente), de la Pascua (en la vida nueva) y de Pentecostés (en el amor y la santidad). De manera que celebrar la cuaresma en este periodo de tiempo, para después olvidarnos de la necesidad de conversión no tiene sentido; tampoco sería sensato pensar que podemos olvidarnos de la esperanza y la vigilancia ante la venida del Señor fuera de Adviento.

Entonces, la cuaresma es un tiempo, a manera de recordatorio, de la necesidad de vivir y responder constantemente a la llamada a la conversión interior para acoger en la alegría y el gozo el don de la Palabra que se hizo carne y murió para darnos la vida eterna. Sin embargo, si vivimos cada año a profundidad e intensamente cada cuaresma tenemos la posibilidad de irnos cada vez mis compenetrando del misterio pascual en el que vivimos, nos movemos, y somos.

3. La conversión no es un momento puntual de nuestra vida cristiana. Somos cristianos si vivimos en estado de conversión continua. La vida cristiana es un paso del egoísmo a la generosidad, de la injusticia a la rectitud, de la mentira a la verdad, del abatimiento a la esperanza, de la turbación a la paz, de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del olvido de Dios a la oración.

La conversión es una fase de nuestra vida en la que maduramos de manera más explícita y más intensa ese movimiento de conversión que es consustancial a toda vida cristiana. Cuando este movimiento se paraliza y se atasca crónicamente empezamos a retroceder, a debilitarnos en la fe, la esperanza y el amor, a secularizarnos por dentro. Nuestro corazón de carne, sensible a Dios y a las necesidades de los demás se convierte en un corazón de piedra. El Evangelio se nos convierte en letra muerta, en algo sabido y aburrido. La Eucaristía se nos convierte en tiempo de aburrimiento y de rutina. La oración se congela. La capacidad de perdonar se nos hace no sólo difícil, sino irracional. La generosidad para dar se adelgaza y nuestras manos abiertas se convierten en puño cerrado. Nuestras pasiones se desbocan y nos nublan la mente y el corazón y nos conducen a cometer excesos. Una tristeza nos agarra como una niebla baja. Insatisfechos con nosotros mismos proyectamos sobre los demás nuestra agresividad. Revueltos por dentro, revolvemos a los demás. La falta de paz con Dios siembra falta de paz en la familia, en el trabajo, en el ocio, en la vida civil. Estamos lejos de Dios. Necesitamos activar y descongelar el movimiento de conversión.

4. Una profunda insatisfacción surca hoy la vida de las personas de fe debilitada desvanecida o inexistente. Muchas veces no saben identificar la causa de esta insatisfacción. Otras veces se confunden al creer haberla encontrado. La insatisfacción radical del ser humano es no tener a Dios y no sentirse tenido por Él. No apagaremos esta insatisfacción acumulando satisfacciones sino descubriendo la fuente capaz de calmar la sed del corazón humano y de crear en él un ser todavía más grande y más profundo que, al mismo tiempo, nos hace gustar lo que buscamos.

La ceniza sobre nuestra frente significa que queremos convertirnos. Significa que no estamos satisfechos de nuestra vida y la queremos más unida a Dios y más cercana a la comunidad cristiana y a las necesidades de la sociedad. La ceniza sobre nuestra frente significa que estamos dispuestos a renunciar a determinadas satisfacciones que esclavizan y empobrecen nuestro corazón. La ceniza sobre nuestra frente significa que estamos dispuestos a practicar en este tiempo de salvación, más intensamente la sobriedad, más generosamente el desprendimiento de nuestros bienes y más abundantemente la oración.

Al comienzo de la Cuaresma, oremos para que, en el tiempo «favorable» de estos cuarenta días, acojamos la invitación de la Iglesia a la conversión. Oremos para que, durante este itinerario hacia la Pascua, se renueve en la Iglesia y en la humanidad el recuerdo del diálogo salvífico entre Dios y el hombre, que nos propone la liturgia del miércoles de Ceniza.

Antonio Díaz Tortajada

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Tentaciones de Jesús – Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: – Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: – Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: – Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: – Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: – Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras» Jesús le contestó: – Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios». Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Explicación

Jesús no quiere saber nada de comportamientos espectaculares, ni de tener que imponerse por medio de la fuerza y de la violencia, ni mucho menos de tener posesión de territorios y propiedades. Jesús elige otro camino bien distinto del que le ofrece este personaje, tan disfrazado, que representa la voz interior que nos sugiere hacer el mal, en vez de hacer el bien. Y como no puede convencerle, dice el evangelio, que por esta vez el diablo se alejó de Jesús. Debemos tener cuidado con creer que las cosas se arreglan por medio de formas violentas, o que podemos ser más, porque tengamos más cosas. Incluso debemos renunciar a conseguir con facilidad, lo que cuesta mucho esfuerzo alcanzar.

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

Niño1: ¡Hola, amigas y amigos! Os invitamos hoy a escuchar una historia muy curiosa sobre Jesús.

Niño2: Claro, ya sabéis por qué decimos que es una historia diferente, porque desde el miércoles de ceniza estamos ya en la Cuaresma.

Niño1: Sí, sí. Recordad que Cuaresma significa cuarenta días, los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto.

Niño2: Sí, Jesús estaba solo en el desierto, pero recibió una visita bastante desagradable.

Niño1: Yo he oído decir que esa “visita” la recibimos todos de vez en cuando. Jesús nos enseñó cómo debemos enfrentarnos a ella. ¡Vamos a verlo!

Narrador: En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu le fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo el tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Diablo: Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. ¡Para qué pasar hambre!

Jesús: “No sólo de pan vive el hombre”

Narrador: Después, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo:

Diablo: Te daré el poder y la gloria de todo esto, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.

Jesús: Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo le darás culto”

Narrador: Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:

Diablo: Si eres Hijo de Dios tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”

Jesús: Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios”

Narrador: Terminadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles de Ceniza

Ceniza y Evangelio

“Perfúmate, no desfigures tu cara, no estés cabizbajo”. No sé cuántos predicadores habrán presentado este mensaje, y es Palabra de Dios, que leen, desde siempre, en el Miércoles de Ceniza. 

Es el pórtico de Cuaresma. Como en la obertura de algunas piezas musicales, en la que aparecen todos los motivos que se desarrollarán más tarde, el Miércoles de Ceniza junta todos los matices del camino cuaresmal. Cuaresma es subir al Monte, a Jerusalén, y allí tocar a Cristo muerto y resucitado. Cuaresma es preparación al Misterio Pascual. Históricamente, pedagógicamente y teológicamente todo se cumple en el vivir bien nuestra condición de bautizados. El catecúmeno que vive en tensión para ser bautizado en la Vigilia Pascual o el cristiano viejo que re-vive su morir al pecado y su resurrección a una vida más buena, los dos ponen al Bautismo en el centro de su proyecto cuaresmal.

Muerte y vida, ceniza y agua conviven en la Cuaresma. En el mismo rito de la imposición de la ceniza escuchamos alternativamente “Acuérdate de que eres polvo” y “Cree en la Buena Noticia”. Morimos al pecado. Nos vestimos de morado y enmudece el aleluya. Nos convertimos; no tanto porque abandonamos el pecado sino porque volvemos al Padre, aunque no seamos dignos de llamarnos hijos suyos. De otra manera lo dijo el poeta: “Hay que volver al pan, a Dios y al vino, son ellos mi destino “(Miguel Hernández). Resucitar para Dios porque es tiempo de gracia y hora de salvación. La Cuaresma acaba en la Pascua de primavera, en vida renovada. “Como el sol que se esconde y revive en el alba, resucitó el Señor”. Todo nos convoca a la vida: el agua de la samaritana, la luz que recobra el ciego para sus ojos, la resurrección de Lázaro. 

El Evangelio de hoy nos marca tres caminos cuaresmales: el ayuno, la oración, la limosna. Hay que dejar la rutina de nuestros ayunos. Si ayuno es para poder dar más y mejor. Recuento mis adicciones al consumismo loco, a la bebida, al juego, al internet; buen campo para el ayuno. La oración en Cuaresma es más intensa. Las páginas litúrgicas son particularmente ricas y sugerentes durante este tiempo fuerte. También la religiosidad popular tiene cabida con sus vía crucis, procesiones, misereres y peregrinaciones. La limosna queda actualizada. Propongo cosas como estas: hacerse voluntario en Cáritas, Proclade, etc; negarse a comprar productos que sean fruto de una explotación, no digamos si es infantil; algún día de cada semana de Cuaresma privarme de algo programado para dar a una persona o institución; hacer revisión comprometida de los gastos superfluos. Así, lo que comienza en cenizas desembocará en el agua de vida. Al fondo, siempre la Pascua.

Ciudad Redonda

Meditación – Miércoles de Ceniza

Hoy celebramos el Miércoles de Ceniza.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 6, 1-6. 16-18):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».

Hoy contemplamos la Cuaresma como un tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia. Una de las prácticas cuaresmales recomendadas es la limosna: representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. 

La limosna nos ayuda a vencer la tentación constante de servir a los «dos señores» (Dios y el dinero), y nos educa a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. La limosna evangélica no es simple filantropía, sino expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. 

—La Cuaresma nos impulsa a seguir el ejemplo de la «viuda pobre», cuya limosna no consistió simplemente en dar lo que poseía, sino lo que era: toda su persona.

REDACCIÓN evangeli.net