Lectio Divina – Viernes después de Ceniza

¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?

1.- Oración introductoria.

Dame, Señor, la gracia de acercarme hoy a ti con un corazón limpio, sin prejuicios ni complejos. Quiero beber tu evangelio no en las aguas del río sino en el mismo manantial. Haz que deje atrás las distintas interpretaciones de los hombres y descubra tu evangelio con toda su frescura, con toda su pureza.

2.- Lectura reposada de la Palabra de Dios.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-15

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercaron a Jesús, preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?” Jesús les dijo: “¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán”.

3.-Qué dice la Palabra de Dios.                                            

Meditación-Reflexión

Jesús, que admira mucho a Juan y se ha entristecido enormemente con su muerte, no quiere que el cristiano sea un seguidor de Juan sino seguidor suyo.  “Juan ni comía ni bebía, pero el hijo del Hombre “come y bebe” (Mt. 11,19). Diríamos que si Juan Bautista es un asceta que vive en el desierto, el Hijo del Hombre es “un místico” que convive con la gente. Cristo no quiere llenar su evangelio de “rigor” sino de “amor”. Y aquel que ama y se deja amar está siempre en fiesta. Los cristianos del siglo XXI tenemos una asignatura pendiente: Estamos acostumbrados a estudiar a Jesús, a trabajar por Jesús, incluso a sufrir por Jesús…Pero no estamos acostumbrados a disfrutar con Jesús. A Jesús nunca se le ocurrió comenzar una parábola en estos términos: “Se parece el Reino de los Cielos a unas plañideras que vienen de enterrar a un muerto…”. En cambio, en sus parábolas, resuena constantemente las palabras “boda” “asombro” “gran cosecha” “vino en abundancia” “banquete”.  Las bodas de Caná, al comienzo de su vida pública, nos están diciendo que “Jesús es la alegría de la vida”

Palabra del Papa.                                     

“En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los cuarenta días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre” (cfr. Jn 4,34). (Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre para la cuaresma 2009).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio. (Guardo silencio).

5.- Propósito: Procurar llenar todo el día con la alegría del evangelio.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí por medio del evangelio. Ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al acabar mi rato de oración contigo, he sentido que mi corazón se ensanchaba, sentía de cerca tu amor, me llenaba por dentro de una inmensa alegría. Con esta actitud, el mundo, la vida, el trabajo, tienen otro color. Señor, convénceme del todo de esta gran verdad: contigo se vive mucho mejor.

Anuncio publicitario

Comentario – Viernes después de Ceniza

Mt 9, 14-15

Sea primero el amor y la alegría, la primera

Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús y le dijeron.

Eso es lo que deberíamos hacer a menudo.

Acercarnos a Jesús… preguntarle ¿qué piensas, sobre tal y cuál asunto? Antes de seguir adelante, me pregunto: ¿por qué no voy a hacerlo?

«¿Cómo es que, ayunando nosotros y los fariseos, tus discípulos no ayunan?

Los discípulos de Juan Bautista están extrañados. Ellos, y los fariseos ayunaban, hacían sacrificios austeros, se privaban de varias cosas, por generosidad iban más allá de las observancias judías legales.

Jesús, y el grupo de sus discípulos se presentaban como gentes abiertas y felices «que no ayunaban».

Ya recordamos haber oído decir a Jesús que era preciso «perfumarse la cabeza, cuando uno ayunaba, para no tener un aspecto macilento (Mateo, 6, 16) ¿Cuál es mi aspecto? ¿Con qué cara me presento?

Jesús respondió: «Los compañeros del Esposo ¿pueden por ventura llorar, mientras está el Esposo con ellos?»

La imagen del esposo era bien conocida por los judíos. En la Biblia este símbolo es usado muchas veces. Dios ama a su pueblo. Dios es el esposo (Is 54 4-8; 61, 1O) «No te llamarán ya más la «despreciada», la «abandonada, «Sino que te llamarán «Mi complacencia», mi «desposada»… «Como la esposa hace las delicias del esposo, así harás tú las delicias de tu Dios… (Is, 62, 4-5).

«Así habla Yahvé: Me acuerdo de tu fidelidad al tiempo de tu adolescencia, de tu amor hacia mí cuando te desposé conmigo; de cuando tú me seguías a través del desierto…» (Jr 2, 2).

«La seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y allí me responderá y cantará como en los días de su juventud… (Oseas, 2, 16)

Jesús se presenta pues como el esposo mesiánico. Para justificar la «alegría» -la ausencia de «ayuno»- de sus discípulos, Jesús los presenta como «compañeros del esposo».

Sí, ¡ha llegado el Esposo de la humanidad! No hay que estar triste. Primero es el amor. Quizá tenga yo tendencia, como los fariseos, a hacer de la Cuaresma un tiempo de luto, de rigidez, de austeridad…

Para Jesús es ante todo un tiempo de amor.

«El esposo está con ellos». Dios está con ellos.

¿Cuál es el tiempo de intimidad con Dios que he decidido reservarle cada día de esta cuaresma? Vivir «con El» todo el día, en medio de mis ocupaciones, pero también procurar algún tiempo fuerte de presencia, de encuentro.

Días vendrán en que les será arrebatado el Esposo, y entonces ayunarán.

Jesús, de manera velada, anuncia su muerte. Pronto va a ser «arrebatado» a sus amigos. Durante el tiempo que pasa entre este «arrebatamiento» y su «retorno» al final de los tiempos, el ayuno adquiere un valor nuevo: ¡es el tiempo de la espera! Un día el esposo les será devuelto.

¿Espero yo este Reencuentro?

Noel Quesson
Evan17lios 1

El ayuno de Jesús en el desierto

Desde el miércoles último —miércoles de ceniza— estamos recorriendo un nuevo tiempo litúrgico: Cuaresma. La Iglesia, que sabe que Cristo va a morir en la Cruz, sabe también que va a morir por nuestros pecados. De ahí que la Cuaresma sea una llamada constante a la penitencia, al desagravio. (La penitencia, bueno es recordarlo, no es una virtud triste: una “virtud triste” es siempre una “triste virtud”. Es una virtud alegre, como todas las virtudes auténticas. La alegría penetra toda la vida cristiana, también por tanto el espíritu de penitencia, como la Iglesia nos ha recordado en el pórtico de la Cuaresma con palabras de Jesús: “Cuando ayunéis, no os pongáis tristes…”).

El evangelio de este domingo significa un salto atrás en el tiempo: nos traslada al comienzo de la vida pública de Jesús, cuando el Señor, después de recibir el bautismo de Juan y a impulsos del Espíritu Santo, se dirige al desierto para ser tentado por el demonio. Aquel ayuno de cuarenta días, preparación para la vida pública, es el modelo divino de los días que ahora empiezan a transcurrir: Cuaresma.

“Para ser tentado por el demonio”. A eso fue Jesús al desierto, según nos dice San Mateo: ut tentaretur a diabolo. Jesucristo, que no podía —porque era Hombre Perfecto— sufrir los ataques interiores de la concupiscencia, estuvo sin embargo sometido a los ataques exteriores del enemigo de las almas. Y así, luchando contra esas tentaciones, nos demostró cosas muy importantes para nuestra vida.

Primera, que Él, Dios hecho Hombre, nos ha amado tanto y ha “simpatizado” tanto con nosotros que ha querido vivir personalmente la experiencia humana de la tentación. Quiso Jesús que pudiéramos decir en medio de nuestras dificultades: ¡también el Señor fue tentado! Hasta ese punto llegó el anonadamiento de Cristo, “en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado”.

Pero la gran lección del texto evangélico va más allá: no se puede servir al Señor, no se puede cumplir la voluntad de Dios sin sufrir las embestidas del Maligno. Es lógico: desde que el Hijo de Dios vino a la tierra se está librando una gran batalla en el mundo de los hombres, en cada hombre. El demonio, el enemigo de Dios, está empeñado en esterilizar esa gran efusión de Amor que es la Redención en la historia. Lo dijo Jesús: “No es el discípulo mayor que el maestro, si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros”. Por eso somos tentados por el Maligno, bien directamente, bien —lo que es más ordinario— a través del “mundo” y de la “carne”, los otros dos “enemigos del alma”, como decía el viejo Catecismo.

La meditación de este pasaje evangélico debe darnos una enorme confianza en la lucha por servir a Dios. Porque, según la Escritura, hemos de concebir nuestra historia personal y la historia toda como una gran guerra, una guerra mundial, en la cual —estoy glosando el Apocalipsis— el ejército de Dios ha ganado ya la batalla decisiva. Es la batalla que nos ha ganado Cristo venciendo con su vida a la muerte. El ejército del mal hizo entonces un “crac” definitivo y, aunque no lo parezca, ahora se bate en retirada, está desbaratado y roto. La victoria final es cuestión de tiempo y de fidelidad. Si soy fiel a la gracia que Cristo nos ha conseguido, el panorama de mi historia personal —después que Cristo entró en mi vida— es ir desalojando al enemigo de las posiciones que aún ocupa. Por eso, cada tentación —no lo olvidemos: reacción violenta de un enemigo vencido— lleva consigo las armas para vencerla: anclarse en la Voluntad de Dios y en la Palabra de Cristo, ante las cuales es impotente el Maldito, como vemos en el texto sagrado.

Pedro Rodríguez

Destrucción

La política sin principios,
las leyes sin espíritu,
el progreso sin compasión,
el trabajo sin beneficio,
la riqueza sin esfuerzo,
la pobreza sin compromiso,
la erudición sin silencio,
el derecho sin justicia,
la verdad sin diálogo,
la religión sin riesgo,
la razón sin dudas,
el culto sin consistencia,
los medios de comunicación social sin ética,
los mitos sin hondura,
los roles sin ternura
y la vida sin responsabilidad…:
¡Destrucción del mundo,
de tu obra y buena noticia,
de nuestras esperanzas y utopías
y de tu reino entre nosotros!

Y, sin embargo, son tentaciones de cada día.

Florentino Ulibarri

La misa del domingo

Luego de ser bautizado por Juan en las aguas del Jordán, el Señor fue llevado al desierto por el Espíritu Santo. Allí permanecería cuarenta días en soledad, oración y estricto ayuno. De este modo quiso el Señor prepararse para dar inicio a su vida pública, para anunciar el Evangelio a todos los hombres, para fundar Su Iglesia y llevar a cabo la reconciliación de la humanidad mediante su muerte en cruz y resurrección.

Hacia el final de esta cuarentena de días el Señor «sintió hambre». Es sabido que el hambre desaparece al poco tiempo de empezar un ayuno, para retornar con una fuerza feroz aproximadamente a los cuarenta días. Se trata de un fenómeno que los médicos llaman gastrokenosis. Que el Señor Jesús haya “sentido hambre” luego de cuarenta días quiere decir que sintió volver el hambre de una manera brutal.

Es en esta situación de tremenda necesidad física, así como de fragilidad y debilidad por el largo ayuno, que el Señor es tentado por Satanás. Precisamente el hambre intenso que experimenta el Señor será ocasión para proponer su primera tentación: «Si Tú eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4, 3). Quien hizo que el agua se convirtiese en vino, tenía ciertamente el poder de convertir una piedra en pan. Sin embargo, no está dispuesto a hacer milagro alguno para responder a una provocación del adversario de Dios. No es al demonio a quien el Señor presta oídos aún en una situación tan extrema, sino sólo a su Padre. Es Su voz la que Él escucha y obedece. Son Sus enseñanzas las que Él hace su criterio de acción, es por ello que a ésta y a las siguientes tentaciones el Señor responderá no argumentando, no arguyendo o dialogando con el tentador, sino cortando radicalmente toda posibilidad de diálogo al oponer una sentencia divina a cada sugestión del Maligno. En respuesta a la primera tentación dirá: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”» (Lc 4, 4), «sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Para el Señor Jesús la palabra divina debidamente acogida, meditada, interiorizada y apropiada, es criterio de conducta acertada frente a toda sugestión o tentación del Maligno, quien es padre de la mentira, maestro del engaño y de la ilusión, “pésimo consejero” (San Cirilo de Jerusalén). Oponer una sentencia divina a la tentación es el método inteligente que el Señor Jesús aplica para derrotar a Satanás.

En la siguiente tentación el Diablo le hace vislumbrar al Señor todos los reinos del mundo y le ofrece: «Te daré el poder y la gloria de todo eso… si tú te arrodillas delante de mí» (Lc 4, 67). La insidiosa tentación corresponde a la vocación propia del Mesías: a Él le está reservado el poder y la gloria, todo será sometido bajo su dominio. El tentador usa la misma estrategia que utilizó para seducir a Eva: «seréis como dioses» (Gén 3, 5). Y es que en realidad Dios ha invitado a su criatura humana a “ser como Dios”, pero no separado de Él, sino participando de su misma naturaleza divina (ver 2 Pe 1, 4), en la eterna comunión con Él. Es con Dios como el ser humano está llamado a “ser como Dios”. Y ese deseo está puesto por Dios mismo en el corazón del hombre para que aspire a ello. Ahora bien, el Diablo propone al ser humano responder a ese anhelo y vocación de un modo inmediato, sin mucho esfuerzo, tan sólo con rechazar a Dios y su consejo y haciendo en cambio lo que él propone.

Siguiendo esta misma estrategia el Diablo le promete al Señor Jesús el dominio total sobre el mundo entero, el poder y la gloria, en ese mismo instante, con tan arrodillarse ante él y adorarlo. La tentación de la gloria y del poder siempre es grande, sobre todo para quien tiene capacidades y dones para ello, para quien está llamado a ejercer la autoridad servicial sobre los demás. El Señor Jesús rechaza la tentación del poder y la gloria del modo como Satanás la propone recurriendo nuevamente a las palabras inspiradas por Dios: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto”» (Lc 4, 8). Es del Padre de quien Él espera recibir el poder y la gloria para someterlo todo (ver Flp 3, 21; 1Cor 15, 27-28; Ef 1, 22; Heb 2, 8-9), no del diablo.

Para someterlo a una tercera tentación Satanás lleva al Señor Jesús a Jerusalén y lo pone en el alero del templo, proponiéndole: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”» (Lc 4, 911). Para inducir al Señor Jesús a caer en esta nueva tentación, el Diablo echa mano de toda su astucia y cita tendenciosamente las palabras de la Escritura, tomadas del Salmo 90. A su tentación le da un “fundamento bíblico”, usando la misma técnica que el Señor ha utilizado hasta entonces para rechazar sus tentaciones: el recurso a la enseñanza divina. Satanás intenta servirse de la Escritura para confundir y engañar al Señor y así apartarlo de la obediencia a Dios. La réplica del Señor es nuevamente lapidaria, contundente: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”» (Lc 4, 12).

El Señor Jesús en ninguno de los casos ha presentado a Satanás su propia opinión o razonamiento, por más inteligente que sea. En medio de la tentación, de la debilidad, de la prueba, el Señor sabe bien que no debe entablar diálogo alguno, que la única manera de vencer la tentación y responder al tentador es con la enseñanza divina, con el criterio objetivo que Dios da al ser humano para que no equivoque el camino, para que alcance su verdadera realización haciendo un recto uso de su libertad.

El Maestro, que se dejó tentar en el desierto, enseña con la fuerza de su ejemplo que la tentación sólo se derrota confiando en Dios y adhiriéndose mental y cordialmente a sus enseñanzas, a los criterios objetivos que Él da al ser humano para que pueda, y abriéndose a la gracia divina, seguir el camino que conduce a su verdadera realización.

Dios, quien ha creado al ser humano, quiere su realización, no su destrucción. Obedecer a la tentación y seducción del Maligno (ver Gén 3, 1ss) trajo el mal y la muerte al mundo, trae la destrucción sobre uno mismo. El pecado es por eso mismo un acto suicida. Dios, como vemos en la primera lectura y en el salmo, es quien libera y salva a su criatura humana de la muerte que es consecuencia del pecado del hombre. Lo hace finalmente por medio de su Hijo Jesucristo. Él trae la salvación y reconciliación al mundo entero, liberando al hombre del dominio del pecado y de la muerte, del dominio de Satanás. Quien cree que Cristo es el Hijo de Dios, quien cree que Él es el Salvador y Reconciliador del mundo, quien cree que Dios le resucitó verdaderamente, como afirma San Pablo en la segunda lectura, ese «se salvará».

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

El pasaje evangélico de este Domingo nos recuerda que tenemos un enemigo invisible, espiritual, que busca apartarnos de Dios, que por envidia busca destruir la obra de Dios que somos cada uno de nosotros. El Papa Pablo VI decía al respecto que «el mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor».

Ante esta realidad, el mayor triunfo del demonio es hacernos pensar que no existe. Quien en la vida cotidiana olvida o desprecia esta presencia activa y actuante, se parece a un soldado que en medio de la batalla “se olvida” que tiene un enemigo: rápidamente será aniquilado. Por ello San Pedro nos invita a estar alertas, pues «vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1Pe 5, 8-9). El olvido, la inconsciencia, el no creer en la existencia del demonio y su acción en nuestras vidas lleva a bajar la guardia en la lucha. Quien se descuida, será sorprendido como lo es el centinela que en su puesto de vigilancia se queda dormido y no advierte la llegada del enemigo que sigiloso se acerca para tomar por asalto la ciudad.

Como lo intentó con el Señor Jesús, el Diablo busca apartarnos también a nosotros de Dios y de nuestra felicidad. Para ello utiliza la tentación, que es una sugerencia a obrar de un modo contrario a lo que Dios enseña. Sólo puede sugerir, nunca podrá obligarnos, o mover nuestra voluntad en contra de nuestra libertad.

Para lograr convencernos de obrar el mal, el Demonio miente y engaña (ver Jn 8, 44). Nunca te va a presentar el mal objetivo como algo que es malo para ti, nunca te va a decir: “esto que te propongo te va a hacer daño, te va a hacer infeliz, te va a llevar a tu ruina”. ¡Todo lo contrario! Te presentará como muy bueno para ti, como algo “excelente para lograr sabiduría” (ver Gén 3, 6), como algo que te traerá la felicidad, lo que objetivamente es un mal y te llevará a la muerte espiritual (ver Gén 3, 3). El Demonio es muy astuto, tiene la habilidad de envolvernos en la confusión y engañarnos de tal manera que terminamos viendo en un poco de agua sucia y envenenada el agua más pura del mundo.

Para que su tentación tenga acogida busca hacerte desconfiar de Dios y de la bondad de su Plan para contigo, pues mientras te aferres a la palabra y consejo divino tal como lo hizo el Señor Jesús en el desierto, no podrá vencerte. ¡Cuántas veces el Demonio te sugiere que Dios en realidad no quiere tu bien (ver Gén 3, 2-5), que es un egoísta, que no te escucha, que seguir su Plan es renunciar a tu propia felicidad, condenarte a una vida oscura, triste e infeliz! Y una vez que siembra en ti esa desconfianza en Dios y en sus amorosos designios para contigo, él mismo se presenta como aquel que es digno de ser creído, y su tentación como “la verdad” que conduce a tu felicidad, a tu realización, a tu vida plena: “¡serás como dios!”

Conscientes de la existencia y acción del Demonio en nuestras vidas lo primero que debemos hacer es estar vigilantes, alertas, atentos, para no dejarnos sorprender por el enemigo, por sus seducciones disfrazadas de miles de formas bellas para atrapar a los incautos. Como dice San Pablo, Satanás incluso se disfraza de «ángel de la luz» (2 Cor 11, 2).

No que todo sea tentación en la vida diaria, pero hay sugestiones, pensamientos, ideas, propuestas abiertas o encubiertas que sí lo son. Por eso es importante adquirir el hábito del “discernimiento de espíritus”. Se trata de un ejercicio espiritual muy antiguo. Ya San Juan recomendaba a los primeros cristianos: «Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios» (1 Jn 4, 1). De eso se trata: de no creerme y hacer lo primero que se me viene a la mente, sino de examinarlo a la luz del Evangelio: esto que pienso, esto que viene a mi mente, ¿viene de Dios, o no? El criterio para discernir es muy sencillo: si me lleva a Dios y a permanecer en comunión con Él, viene de Dios. Entonces debo obrar en ese sentido. Pero si veo que eso no me va a acercar a Dios sino que me va a apartar de Él, no viene de Dios (puede venir del demonio mismo, o del mundo, o de mi propia inclinación al pecado). En ese caso, debo rechazarlo con toda firmeza.

Cuando habiendo examinado una sugerencia advierto que es una tentación, debo aplicar esta regla del buen combate: “Con la tentación no se dialoga”. Es decir, no acojas la idea, no le des vueltas y vueltas en la mente. Quien consiente “dialogar” con la tentación en su mente, es muy probable que pierda la batalla. Entre el diálogo con la tentación y la caída hay una mínima distancia. Por ello, como nos enseña el Señor en el desierto, a la tentación se la vence con un rotundo ¡No!, oponiéndole un “criterio evangélico”, una enseñanza divina. Supuesta la gracia o fuerza divina, que Dios derrama abundantemente en nuestros corazones y sin la cual nada podemos, en cada uno está el vencer la tentación. Como dice Santiago: «resistid al Diablo y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros» (Stgo 4, 7-8).

Comentario al evangelio – Viernes después de Ceniza

El novio está con nosotros

Y Cristo es el novio. Lo dice él mismo. No sólo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el sanador, el que resucita. ¿Podrían decir los mismo los discípulos del Bautista y los fariseos? Los primeros son discípulos del que en el desierto “llevaba un vestido de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes”; los fariseos se debatían en la rutina de unas prácticas muertas. No hay comparación posible con Jesús, el que se sentaba a los banquetes, se vestía con túnica inconsútil y se solazaba con sus amigos de Betania.

Cristo es el novio, el nuevo, la eterna novedad. Con Jesús llega el tiempo del Reino y enmudece la ley, todo es radicalmente nuevo, pasó lo viejo. Y siguen las imágenes: paño nuevo, y no remiendo viejo; vino nuevo, y no odres viejos. Estamos en el Testamento Nuevo, las cosas son radicalmente nuevas, el tiempo mesiánico ha amanecido. Con vino nuevo alegró Jesús a los novios en Caná de Galilea. A alguno le parecería milagro para algo superfluo: bien está la multiplicación de los panes, pero del vino…Y es que aquel vino de Caná dejaba bien a las claras que las viejas instituciones del templo y de la ley quedaban en el pasado. El paso era radical: del agua al vino.

Si bajamos a la vida donde se actualiza esta Palabra, os propongo tres sugerencias. Sea la primera que los seguidores de Jesús entramos en la novedad de vida que nos trae el novio Jesús. Aquí el Espíritu lleva la delantera a tantas prácticas atrofiadas; la fe en Jesús importa más que las formas y las fórmulas. La rutina, la mediocridad, la inercia, las tradiciones secas no pueden tener cabida. Venga la creatividad, los sueños de futuro, que lo nuevo ha comenzado. Duc in altum.

Hablar de novios y de bodas es hablar de alegría desbordante. Dice San Agustín: “Leed todos los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrid en ellos a Cristo y eso que leéis no sólo se hace sabroso sino embriagador”. Esta alegría no es frívola bullanguería, como el Carnaval que hemos celebrado esta semana, pero no excluye la fiesta, el regocijo, la danza. Estamos en Cuaresma pero no llevamos “cara de Cuaresma”. Aparecen con más frecuencia de lo necesario las imágenes de cristianos de negro, con golpes de pecho, de caras ensombrecidas. Que la Cuaresma es sólo un prólogo, prólogo de la Pascua. Que somos testigos de resurrección.

Y finalmente. Con el novio delante, cambia el signo del ayuno. “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, partir el pan con el hambriento”. Ayunar voluntariamente para que nadie ayune por necesidad. No sé si viene a cuento, pero acabo con una cita que he leído hoy: “Justificar el dolor del prójimo es la mayor fuente de inmoralidad”.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes después de Ceniza

Hoy es viernes después de Ceniza.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 9, 14-15):

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulosno ayunan?». Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».

En la tradición de la Iglesia católica, el ayuno siempre ha sido una herramienta quenos permite acercarnos más a Dios. Privarnos de algún alimento, de algún bien nos ayuda a crecer, en el seguimiento de Jesús y dispone nuestra alma, a nuestro espíritu para poder rezar con mayor facilidad y poder entrar realmente en contacto con Jesús. En este tiempo de cuaresma, es fundamental el tema del ayuno. Cada vez que hablamos de ayuno, es importante tener en cuenta con que espíritu se hace el ayuno, que es lo que nos mueve a ayunar. Si es buscarnos a nosotros mismos o definitiva buscar realmente ese profundo encuentro con el Señor. Considerar al ayudo, justamente como medio para llegar a Dios, es algo valido, algo importante. Ahora, cuando el ayuno se transforma simplemente en el fin, ayunamos por ayunar o para cumplir, no tiene ningún sentido. El verdadero valor del ayuno es que nos acerque a Dios. Y justamente el texto del evangelio que acabamos de escuchar, queridos jóvenes, de San Mateo, nos hablaba de eso, teniéndolo a Jesús, que lo tenían los discípulos, allí, frente a ellos, que sentido tenía ayunar, ya estaban en la presencia de Dios. Nosotros, que lo tenemos presente sacramentalmente, a través de la Fe a Jesús, Tiene mucho sentido el ayuno que realizamos, porque sin duda nos acerca y en lo profundo de nuestros corazones, se genera esa nostalgia de la presencia de Dios, saber que lo tenemos sacramentalmente pero que, aún todavía no lo podemos ver cara a cara, eso será sin duda en el cielo. Y este ayuno, de algún modo nos recuerda, nos hace presentes nuestra realidad humana, que es estar separados de Dios, no poder estar todavía en su presencia. Lo tenemos, pero todavía no. Ese famoso “Ya, pero todavía no”. Pidamos en este tiempo de cuaresma al Señor, la Gracia de poder valernos de todas las herramientas, que nos regala la Iglesia católica para CRECER en el seguimiento de Jesús, el ayuno es una de ella, pero no olvidemos la caridad, la oración, no olvidemos compartir con los que más necesitan. Pidamos laGracia de poder salir entonces del propio egoísmo, cuando uno ayuna toma conciencia de esto. Que María, nuestra madre nos siga cuidando.

P. Nicolás Retes

Liturgia – Viernes después de Ceniza

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Ayunar mientras se espera al Señor.

  • Is 58, 1-9a. Este es el ayuno que yo quiero.
  • Sal 50. Un corazón quebrantado y humillado, oh, Dios, tú no lo desprecias.
  • Mt 9, 14-15. Cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán.

Antífona de entrada          Sal 29, 11
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme.

Monición de entrada y acto penitencial
En este viernes de Ceniza “Ayuno” es la palabra central de la liturgia de hoy. El ayuno es uno de los medios especiales, junto con la oración y la limosna, que nos pueden ayudar a la conversión del corazón en esta Cuaresma que acabamos de comenzar.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
TE pedimos, Señor, continuar
las obras de penitencia
que hemos comenzado con tu benevolencia,
para que la práctica que observamos externamente,
vaya acompañada de la sinceridad de corazón.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre. Él está cerca de nosotros y nos responde.

1.- Para que la Iglesia muestre a todos con sus obras e instituciones la misericordia con que Dios nos trata. Roguemos al Señor.

2.- Para que los creyentes no caigan en la tentación de guardar sin más las formas externas, sino que hagan de su vida un verdadero culto agradable a Dios. Roguemos al Señor.

3.- Para que cuantos tienen autoridad sobre los demás sientan que están a su servicio, para el bien y la libertad. Roguemos al Señor.

4.- Para que todos nosotros comprendamos el sentido y la exigencia del ayuno cuaresmal y de toda práctica religiosa. Roguemos al Señor.

Dios, Padre misericordioso, a ti clamamos, respóndenos por tu inmensa compasión, borra nuestras culpas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
TE ofrecemos, Señor,
el sacrificio de nuestra observancia cuaresmal,
que vuelva más aceptables a ti nuestros corazones
y nos haga más diligentes en la penitencia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Cf. Sal 24, 4
Señor, enséñanos tus caminos, instrúyenos en tus sendas.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Dios todopoderoso,
que la participación en este sacramento
nos purifique de todo pecado
y nos disponga a recibir los auxilios de tu bondad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
DIOS de misericordia, que tu pueblo
dé continuamente gracias por tus maravillas
y, teniendo presentes, mientras peregrina, los antiguos preceptos,
merezca llegar a contemplarte eternamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.