Las tentaciones

1. – El seguimiento activo de Cristo con su análisis objetivo de situaciones nos da conocimiento de que existe la tentación y que viene de fuera. Hemos dicho alguna vez que una de las sorpresas más notables que se lleva el recién convertido es que la vida religiosa no es una fantasía, un ensueño o un engaño. La búsqueda continuada de un análisis certero de nuestro comportamiento nos da objetividad.

Cuando pensamos en la naturaleza exacta de algo que hemos hecho, no vamos a engañarnos a nosotros mismos con agravamiento o atenuación de dichos comportamientos. Llamaremos al pan, pan; y al vino, vino; y eso continuamente. Entonces se vive en un régimen de objetividad que antes no era así cuando no analizábamos a la luz del camino de Cristo nuestros acontecimientos. Sobre esta base, se detecta la tentación como un engaño continuado. La base de la tentación está habitualmente en la cercanía de alguno de nuestros anhelos o en las zonas de nuestra voluntad que son más débiles. No es extraño que el sexo, el dinero, o la supervivencia ocupen lugares importantes en el repertorio de nuestras tentaciones. Son instintos y realidades muy metidos dentro de nosotros y, por ello, somos vulnerables. Pero la forma de la tentación siempre será un engaño, un camino de confusión o una realidad modificada sutilmente.

2. – El texto de Lucas nos señala que Cristo, como hombre, fue tentado. Algunos tratadistas señalan que, tal vez, el diablo no supiera con exactitud quien era Jesús. No es probable, pero se puede pensar que Jesús en su condición humana era proclive a la recepción de la tentación, como cualquiera de nosotros. Y ahí es donde el Malo jugó su carta. La sutileza en las «propuestas» es muy significativa: paliar el hambre, obtener el poder, demostrar su condición divina. Pero la perversidad de las mismas está en la posibilidad de acometerlas dentro de un engaño generalizado. Ni hacia falta tirarse desde lo alto del templo, ni tampoco era necesario para Jesús el dominio temporal de todos los reinos de la tierra y, por supuesto, la solución al problema del apetito tras el ayuno tenía otra solución menos truculenta que la conversión de piedras en pan. Todo estaba lleno de engaño. Y la tentación es eso: un engaño que te conduce a un acto pecaminoso. Pero el principio de ella es solo un engaño.

3. – Pero tampoco debe atemorizarnos demasiado la posibilidad de que llegue la tentación, porque el mismo Cristo la tuvo. La cuestión es no caer en el engaño. Se trata de no tropezar ante unas sugestiones que casi siempre están muy alejadas de la realidad. Es, probablemente, San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales quien mejor ha reflejado este camino de engaños o de turbaciones. Pero lo importante es saber detectar el engaño que, a veces, con un aspecto aparentemente adecuado lleva al tropiezo. No es mal ejercicio de meditación para este tiempo de Cuaresma discernir sobre nuestra actuación y sobre los influjos que nos vienen de fuera.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Domingo I de Cuaresma

En esta primera etapa de nuestro recorrido cuaresmal hacia la Pascua, se nos habla de las tentaciones como «dificultades», y al mismo tiempo «pruebas», puesto que en tales dificultades se prueba la calidad de nuestra fe, o de nuestra fortaleza, o de nuestra paciencia, pero dificultades vencibles.

Nuestro modelo a imitar en el modo de afrontar la tentación –y la tentación es «inevitable», puesto que todos pasamos por ella: fue tentado Adán en régimen paradisíaco y sin que precediera pecado alguno; lo fue el pueblo de Israel en situación de desierto y de carencia, pero también en situación de abundancia; y lo fue el mismo Jesús en situación de hambre y de indigencia humana- es el mismo Jesucristo que, tras haber sido ungido por el Espíritu en el Jordán, es conducido al desierto y allí, en ese lugar de soledad, ayuno y penitencia, es tentado por otro espíritu, por el diablo.

Luego ni siquiera Jesús, el Inocente, el que quita el pecado del mundo, el Hijo de Dios en forma humana, escapa a la tentación, una tentación sentida realmente como tal, porque sólo así, realmente tentado, podía ser para nosotros modelo de cómo afrontar la tentación. No lo sería, si en él la tentación hubiese sido algo irreal ficticio cuando en nosotros es tremendamente real.

Jesucristo fue, por tanto, realmente tentado: En todo semejante a nosotros menos en el pecado; pero también en la tentación. Porque la tentación no es pecado, ni siquiera supone el pecado; la tentación es sólo la sugerencia o sugestión que persigue hacer caer en el pecado.

Jesucristo pudo ser tentado por el diablo, porque a los ojos del Tentador se presentaba con porte humano. Jamás se hubiera atrevido el diablo, a no ser que hubiese perdido temporalmente de vista su condición de criatura, a tentar al mismo Dios o a sugerirle un modo de actuación. Esto es inconcebible.

Pero tratándose de Jesús, sí se atreve a sugerirle formas de actuación. Y aunque se dirige a él como Hijo de Dios, lo hace en modo condicional, como poniendo en duda su condición divina: Si eres Hijo de Dios –le dice-… demuéstralo, convirtiendo esta piedra en pan o tirándote abajo, desde el alero del templo. Esta misma tentación se repetirá a lo largo de su vida: Si eres Hijo de Dios –le dicen los fariseos-, haz un gran signo para que creamos en ti; si eres Hijo de Dios –le dicen los miembros del Sanedrín en tono retador estando al pie de la cruz-, baja de la cruz y creeremos en ti.

La tentación es siempre una «sugerencia», aparentemente inocua y hasta «religiosa», fundada en la mentira o en la astucia, a hacer algo que contradice los planes de Dios, que se opone abiertamente a la voluntad de Dios o que pretende servirse de Dios más que servir a Dios. Pero esto es impiedad. Entre las tentaciones figura incluso la sugerencia a hacer milagros en provecho propio.

Hay tentaciones en este sentido que nos pueden parecer aceptables. ¿Qué hay de malo en transformar, si se puede, las piedras en panes para comer después de un largo período de ayuno? ¿Y qué tiene de malo tirarse desde el alero del templo si con semejante espectáculo consigue vencer la incredulidad de quienes no lo aceptan como enviado del cielo, como Mesías? ¿No hubiese sido una buena manera de vencer la incredulidad de los testigos bajar de la cruz como le sugieren los judíos?

Pues bien, Jesús rechaza todas estas «sugerencias» como tentaciones que llevan al pecado, porque esconden incredulidad desconfianza: la misma incredulidad de los que ponen a prueba a Jesús, a pesar de haberles dado ya éste múltiples signos de lo que era; la incredulidad de quienes se dirigen a Dios en tono desafiante: si realmente existes y eres poderoso, haz un acto de poder que nadie pueda rebatir, ni contradecir. Pero esto es «tentar al Señor»: pretender que satisfaga nuestras exigencias, pretender que actúe como nosotros queremos, pretender que se someta a nuestra voluntad; en definitiva, servirnos de Dios y no servir a Dios.

Esto es lo que se le sugiere al mismo Jesús: servirse de su poder divino en provecho propio; más aún, servirse del poder diabólico que domina el mundo (tal vez, servirse de la magia, de la violencia o del engaño) para hacerse con el poder del mundo a cambio de rendir culto al demonio o de servirse de sus métodos. Pero eso significaría llevar a cabo su mesianismo con otros medios distintos a los previstos por Dios, subordinando su voluntad no a la del Padre, sino a la del tentador, tal como le viene sugerida en la tentación.

Jesús, según el relato evangélico, rechazó las tentaciones con prontitud, sin dejar demasiado espacio al diálogo con el tentador. Y lo hizo recurriendo a la palabra de Dios, que es la mejor manera de responder a una sugerencia que, aun sirviéndose de la misma palabra de Dios (como sucede en la tercera tentación: Te sostendrán en tus manos para que tu pie no tropiece con las piedras), nos está invitando a abandonar los caminos trazados por Dios como si éstos fueran inadecuados o poco dignos de confianza.

Pero la confianza de Jesús en su Padre y en los designios de su Padre es inamovible. No necesita ponerle a prueba; no necesita pruebas: ni la prueba de la transformación de las piedras en panes, ni la del vuelo sin daño desde lo alto del templo. La tentación que se describe aquí no es la del placer, sino la del uso inmoderado de poder: el poder de transformar las cosas (piedras, hombres) a base de actos tan imponentes que no dejen posibilidad de resistirlos. Pero los medios para obtener el fin, en este caso la salvación, han de ser adecuados a ese fin.

La respuesta de Jesús a las tentaciones se resume en esta frase: No tentarás al Señor tu Dios. Y es que todas las tentaciones en las que se pone a prueba la confianza de Jesucristo en su Padre vienen a ser un tentar (=un poner a prueba) al mismo Dios que nace de la desconfianza.

El demonio se marchó hasta otra ocasión. Porque en la vida de Jesús, como ya hemos indicado, hubo otras ocasiones para el tentador o para sus intermediarios. Jesús se vio tentado por sus amigos (Pedro) y por sus enemigos (los fariseos). Todos ellos le sugieren abandonar su misión en el modo en que Dios quiere que la realice.

También nosotros tenemos tentaciones que nos salen al paso en nuestro camino: unas, sugeridas por el mismo demonio; otras, por nuestro estado de flaqueza (nuestra carne débil); otras, por el mundo en que vivimos (mundo, demonio y carne). Son tentaciones que nos sugieren abandonar compromisos, dejar la lucha, desertar de esa fe que tantos han dejado y que tanto nos cuesta mantener, o de la castidad sostenida contra viento y marea, o de la honradez en el trabajo, o de la honestidad en medio de un mundo en el que se extiende la corrupción como una mancha de aceite…

Tentaciones innumerables que podemos vencer si, como Jesús, recurrimos a la palabra de Dios, a la oración, a la penitencia, a la eucaristía; si mantenemos nuestra confianza en Dios, nuestro Padre y en Jesucristo, su Hijo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Domingo I de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO I DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des coronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias 
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Acepta, Señor, nuestro corazón contrito, y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que te sea agradable, Señor, Dios nuestro.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Acepta, Señor, nuestro corazón contrito, y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que te sea agradable, Señor, Dios nuestro.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Cristo murió por los pecados, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelvo a la vida.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo murió por los pecados, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelvo a la vida.

LECTURA: 2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine a tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

PRECES
Glorifiquemos a Cristo, el Señor, que ha querido ser nuestro Maestro, nuestro ejemplo y nuestro hermano, y supliquémosle, diciendo:

Renueva, Señor, a tu pueblo

Cristo, hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que nos alegremos con los que se alegran y sepamos llorar con los que están tristes,
— para que nuestro amor crezca y sea verdadero.

Concédenos saciar tu hambre en los hambrientos
— y tu sed en los sedientos.

Tú que resucitaste a Lázaro de la muerte,
— haz que, por la fe y la penitencia, los pecadores vuelvan a la vida cristiana.

Haz que todos, según el ejemplo de la Virgen María y de los santos,
— sigan con más diligencia y perfección tus enseñanzas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos, Señor, que nuestros hermanos difuntos sean admitidos a la gloria de la resurrección,
— y gocen eternamente de tu amor.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Al celebrar un año más la santa Cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado después de Ceniza

Jesús vio a un publicano llamado Leví”…

1.-Oración introductoria.

Hoy, Señor, quiero aprender de Leví a ser desprendido, humilde, generoso. Y, sobre todo, a vivir tu llamada con gozo. Leví debía renunciar al dinero, al puesto de trabajo muy rentable, a la familia y a la posición de sus colegas. Y todo lo hizo con garbo, con presteza, con gozo. Dame la gracia de “servirte a ti, Señor, con alegría.

2.- Palabra reposada del evangelio. Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo salió Jesús y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?» Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Llama poderosamente la atención la rapidez de la respuesta de Leví a una llamada de Jesús tan exigente y comprometida. Porque Leví tiene un trabajo que da mucho dinero, tiene una familia, tiene su vida asegurada… Y Leví renuncia a todo por seguir a Jesús. Y hay algo más asombroso todavía: invita a Jesús a un banquete porque esa llamada de Jesús “hay que celebrarla”. ¿Dónde está la clave de este comportamiento tan ejemplar? Yo creo que lo dice el evangelio al principio: “Jesús vio a un publicanollamado Leví”… Después le dice: “Sígueme”. Jesús se fijó, le miró, le llamó por su nombre… Aquel Leví tenía dinero, pero ese oficio era mal visto por la gente, nadie le saludaba, le despreciaban, le insultaban… Y Jesús le saluda, se fija en él, le mira con cariño, y le invita a ser su discípulo. Hacía mucho tiempo que no era querido por nadie de su pueblo. Tenía mucho dinero en los bolsillos, pero su dignidad (ahora se diría su estima) estaba por los suelos. Y su corazón estaba frío, muy frío. Con Jesús todo cambia. Se siente persona, se siente querido, no le dice nada de su vida, ni de su pecado, ni del escándalo de corrupción. Jesús le ama. Le ama de verdad. Le ama sin exigirle nada a cambio, excepto el dejarse amar. Y llegó el milagro del amor. Y me digo: Si las personas, en cualquier situación que vivamos, nos dejáramos amar por Dios, todo sería distinto. Lo de Dios es siempre maravilloso: médico de los que están enfermos; pastor de ovejas descarriadas, amigo de publicanos y pecadores. 

Palabra del Papa

“El amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas las cosas. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores. Experimentamos su paciencia –¡tiene mucha! –, su ternura, su voluntad de salvar a todos. Y ¿cuál es la señal? La señal es que nos hemos vuelto ‘nuevos’ y hemos sido transformados por el amor de Dios. Es el saberse despojar de las vestiduras desgastadas y viejas de los rencores y de las enemistades, para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre buscando novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos”. (Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2015).

4.- ¿Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar? (Silencio)

5.- Propósito: La vocación no sólo se acepta, sino que se celebra. Voy a celebrar hoy el hecho de haber sido llamado por Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí. Y yo le respondo con mi oración.

Señor, en este espacio de oración he leído tu palabra, la he meditado, me he dejado impresionar por ella. ¡Qué bueno eres para con nosotros! No te importa nuestro pasado, ni la situación que estemos viviendo. Cada uno acudimos a ti tal y como somos: con nuestras limitaciones y pecados. Y Tú nos miras, nos llamas con nuestros nombres, nos rehabilitas, nos regalas tu amor y disfrutas cuando encontramos nuestro verdadero camino de felicidad. GRACIAS POR TODO.

¿Tentación? ¿De qué y para qué?

1.- Comenzamos este tiempo cuaresmal, y, amigos, no lo olvidemos: es un proceso de catequesis bautismales. Es decir ¡repasemos y descubramos nuestro nacimiento a la fe y a la vida nueva! ¿Que por quién? ¡Por Cristo y en Cristo!

El hombre, desde que nace, brota para la vida y para la muerte, para la alegría y para la tristeza, para el éxito y para el fracaso. Y también, el evangelio de hoy nos lo muestra estupendamente, para las tentaciones de cada día.

Pero ¿qué ocurre en aquí y ahora? ¿Tenemos sensación de ser tentados en lo importante o, más bien, rescatados de lo que no es necesario o, según algunos, secundario? ¿Qué es más decisivo, a la hora de elegir caminos, los que conducen hacia el pan de la buena imagen, del poder, del tener o…los que llevan a Dios? La experiencia nos lo remarca una y otra vez: no sólo de pan vive el hombre. O, por lo menos, lo fugaz no nos hace definitivos ni definitivamente felices.

El mundo, los medios de comunicación social y otros entes, puede que –hoy más que nunca- nos estén transmitiendo: ¡si dejas de creer, si renuncias a tus principios cristianos, si te alejas del mundo de Dios…serás famoso, no tendrás problemas, pasarás desapercibido y dejarás de ser señalado!

Comprobamos, viva réplica de los tiempos de Jesús, cómo algunos nos quieren poner altos, peligrosamente elevados con una condición: que dejemos de adorar a Dios y nos sometamos al dictado de la sociedad caprichosa, injusta y, a veces, endemoniada.

2.-Tenemos que apoyarnos en la Palabra del Señor. Para ello, y si podemos, qué bueno sería realizar lo que la Iglesia nos sugiere con tanta insistencia: retirarnos a un pequeño desierto. La eucaristía de cada domingo, el ejercicio del vía crucis, una oración ante el sagrario o la contemplación de la cruz, son reales desiertos que nos alejan de esa fábrica de ruidos y de traiciones, de prisas y de preocupaciones que es el entorno donde nos movemos.

¿Dónde buscamos hoy a Dios? ¿Te has molestado alguna vez en buscarlo? Corremos el riesgo de pensar que, bueno, ya estamos bautizados, ya nos hemos confirmado, ya somos sacerdotes o, ¡contento se puede ver el Señor o la misma Iglesia, de que nos hayamos casado delante del altar! Pero el Señor quiere algo más. Y nuestra fe, necesita algo más. Por eso mismo, la Eucaristía, la Palabra de Dios bien proclamada y atentamente escuchada, son lugares privilegiados donde buscar y poder encontrar al Señor. ¡Cuántos cristianos que no se dan cuenta que, en la Palabra de Dios, es donde el hombre encuentra el secreto de su felicidad!

Al iniciar esta santa cuaresma, no vemos las cosas fáciles para el camino de la fe. Tampoco fue un camino de rosas para Jesús: ¡fue tentado! Nosotros, al igual que El, somos tentados al abandono. A dejar en un segundo o en un tercer plano, nuestra pertenencia a la gran familia de Dios. Tenemos la tentación de convertir a los falsos ídolos (los dominantes de nuestro mundo) en los dueños de nuestras conciencias, de la educación de nuestros niños y jóvenes o en los gestores o fabricantes de leyes que van en contra de la dignidad de la persona o de la misma vida. ¿Quién ha dicho que las tentaciones no existen?

3.- Hoy es más moderno ir de “guay” y de “progre” por las calles de nuestras ciudades. Hoy, es más fácil no ser cristiano que dar testimonio de nuestra fe. Hoy, es más fácil escuchar, seguir el continuo y falso canto de las sirenas de la felicidad que secundar, la dulce y humilde Palabra del Señor.

Hoy, cuando somos tentados, preferimos dejarnos seducir por el efímero dulce del paladar que resistirnos y preguntarnos si, lo que dejamos a cambio, es a la larga más ventajo o beneficioso.

¿Tentación? ¿De qué? ¿De quién? Busca un poco en tu vida y, pronto, la encontrarás. La Pascua del Señor, en el horizonte, nos invita a ello.

4.- QUIERO UN DESIERTO

Un desierto para vivir, por un momento, en feliz silencio
Un desierto donde encontrarme cara a cara con Dios
Un desierto en el que poder escuchar la voz del Señor
Un desierto en el que probar mi fe
Un desierto en el que tensar mi fe
Un desierto donde comprobar la fortaleza de mis ideales

QUIERO UN DESIERTO
Donde empezar a gustar y valorar más la Palabra de Dios
Con el oasis de la eucaristía esperándome para fortalecerme
Con las palmeras de la mano de Dios cobijándome ante los peligros
Con la aridez del sol que evapore de mí lo que me aleja de Jesús

QUIERO UN DESIERTO
Para sentir hambre de Dios
Para robustecer el cuerpo y el espíritu de mi corazón
Para decidir entre Dios y el maligno
Para postrarme, definitivamente, ante el Creador

QUIERO UN DESIERTO
Para salir victorioso frente al mal
Para combatir frente al enemigo de Dios
Para dar gloria y culto al que se lo merece: el Señor
¿Dónde encontrar ese desierto, mi Señor?
¡Sólo Tú eres capaz de indicarme la ruta para encontrarlo!
¡Sólo Tú eres el único que puede enseñarme el camino!
Tu Palabra, Señor, es un desierto donde podré escucharte
La oración, Señor, es un desierto donde podré sentirte
La austeridad, Señor, es un desierto con la que podré acercarme
La caridad, Señor, es un desierto donde podré recordar que tú vives en el otro.
Amén

Javier Leoz

Comentario – Sábado después de Ceniza

Lc 5, 27-32

Conversión y alegría: hay que cambiar de vida y
celebrar ese cambio festivamente.

Conversión y alegría: hay que cambiar de vida y celebrar ese cambio festivamente.

Jesús, saliendo de una casa, en Cafarnaúm, vio a un publicano, cuyo nombre era Leví, sentado al telonio…

Recaudaba los impuestos a cuenta del ejército de ocupación.

Habitualmente el evangelio junta las dos palabras «publicanos y pecadores»: que son casi equivalentes a la frase actual: «explotador público». Leví sería un hombre rico: sus bolsillos se llenaban a expensas del pueblo humilde, antes de llenar las arcas del Estado.

Y le dijo: «Sígueme.»

Jesús no se ajusta a las clasificaciones hechas de una sola pieza. Se atreve a elegir para apóstol a uno de esos pecadores mal vistos. Le llama, le invita a cambiar de vida.

Y, ¿yo creo que todo hombre puede cambiar? ¿Doy oportunidades a todos? ¿Creo en mi propia posibilidad de conversión?

Leví, dejándolo todo, se levantó y le siguió.

Dejar «todo».

Para seguir a Jesús.

De hecho, ¿he renunciado yo a algunas cosas para seguir a Cristo? ¿Qué me retiene?

¿Qué debo dejar para seguirte, Señor? ¿Qué me impide seguirte realmente? La cuaresma debería ser un tiempo de purificación, de soltar lastre. Desprenderme de lo que me embaraza. Concentrarme en lo esencial.

Leví le ofreció un gran banquete en su casa, con asistencia de gran multitud de publicanos y otros que estaban recostados, junto a la mesa, con los discípulos.

¡He aquí un ejemplo de renuncia festiva! Lo deja todo para seguir a Jesús. Pero sin ninguna morosidad especial: ofrece un banquete, un gran festín ¡para celebrar su gran renuncia a «todo»! Festeja su conversión y su vocación. ¡Viva la vida! ¡Viva la alegría! Cuando ayunes, perfúmate la cabeza. Cuando tú renuncias a ti mismo quédate contento.

Los fariseos y sus escribas recriminaban…

Pasan el tiempo en eso: … en recriminar, en gemir, en deplorar.

-¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? ¡Ya está! Ya han colocado la etiqueta del menosprecio: «publicanos y pecadores».

Lo esencial de su religión era, precisamente, el preservarse, el separarse, el juzgar desde lejos y desde arriba…

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a penitencia…»

Gracias, Señor. Ten piedad de mí, Señor.

Si yo no tuviera esta tu promesa, creo que me habría desanimado pronto ante lo que descubro ya en esta cuaresma.

Lo que pasa en el fondo es que algunos de mis hábitos me satisfacen y tus invitaciones a «cambiar de vida» ¡me estorban! ¡Esta cuaresma me estorba, Señor! Sí, soy un pecador/a.

Sí, me resisto a tus llamadas. Siento con dolor mis limitaciones. ¿Llegaré a vivir una cuaresma mejor? Cuento contigo, Señor. Mi voluntad tiene necesidad de curación.

Noel Quesson
Evangelios 1

Al conjuro del desierto

1.- “En aquel tiempo Jesús volvió del Jordán y durante cuarenta días el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. San Lucas, Cáp. 4. El desierto del cual nos habla la Biblia, no es siempre una dilatada extensión cubierta de arena. Es ante todo un lugar solitario, lejos del bullicio de las ciudades y la preocupación de los negocios. De otro lado, el desierto bíblico no corresponde exactamente a un lugar físico. Más bien indica un espacio de nuestra geografía interior. Cuando los evangelistas nos cuentan que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, señalan que al comenzar su vida pública, el Señor se encontró consigo mismo. Allí consideró la tarea que tenía delante, desde su vocación de Mesías. Desde su frágil condición humana.

2.- Algunos teólogos pretenden desentrañar los sentimientos del Maestro en aquella coyuntura. No creo sea posible. Pero tal situación, en la cual sus expectativas y temores le conmovieron el alma, los evangelistas la llamaron tentación. En la cual señalan tres concretas atracciones: Un mesianismo egoísta, orientado únicamente a lo material. Un mesianismo sometido a otros poderes distintos a Dios. Un mesianismo de vanagloria y relumbrón. Allí aprendemos que el Señor fue plenamente humano y por lo tanto capaz de ser tentado. También nosotros, en algún momento de la vida, nos hemos sentido impulsados a financiarlo todo con bienes materiales. A dejarnos esclavizar por los ídolos. A fabricarnos una imagen social de poder y apariencia, sin preocuparnos de ser honestos. Pero también hemos padecido otras tentaciones más rastreras, que nos avergüenzan. En general nuestros pecados son de un nivel mezquino.

3.- El texto dice que Jesús pasó cuarenta días, es decir un tiempo considerable en el desierto, durante el cual el diablo, la fuerza del mal, lo puso a prueba: ¿Quién es este profeta? ¿Será en verdad el Mesías esperado? Pero si continuamos leyendo el evangelio descubriremos otros muchos momentos, en los cuales Jesús pudo también desviarse de su programa de obediencia al Padre de los Cielos. Al igual que nosotros. Algunos autores señalan que tales tentaciones sólo ocurrieron en la conciencia de Jesús. Otros enseñan que los evangelistas narran un acontecimiento real, ocurrido al Señor, antes de comenzar su vida pública. Y deseando dar colorido al relato, sitúan el episodio, sobre la montaña rocosa que domina el paisaje de Jericó, donde existía una fortaleza en tiempo de los macabeos. El texto, con un marcado estilo catequístico, motivó a los primeros cristianos, a luchar contra las insinuaciones del Mal, apoyados en Dios, como lo hizo el Maestro.

4.- David Ben Gurión, el líder que declaró la independencia de Israel en 1948, enseñaba que nadie es perfectamente hombre, mientras no se relacione con la soledad. No defendía las inclemencias del yermo. Pretendía, bajo la palabra de los profetas, hacer florecer el desierto. Según la tradición cristiana, el tiempo de Cuaresma es ocasión para profundizar en lo que somos, sumergiéndonos de forma consciente en nuestro interior. Allí todo adquiere su verdadera dimensión. Allí no se aposentan los engaños y Dios puede hablarnos a sus anchas, como lo hizo a Moisés, junto a Horeb, la montaña de Dios. Nos toca entonces a los discípulos de Cristo, vencer las tentaciones del Maligno y buscar el desierto para hacerlo florecer.

Gustavo Vélez, mxy

Oración y mortificación

1.- «Dijo Moisés al pueblo: El sacerdote tomará de tu mano la cesta de las primicias y la pondrá ante el altar…» (Dt 26, 4) Dios no necesita nada, lo tiene todo. Es dueño de los bosques, de las montañas, de los valles, de la llanura y de los mares. Precisamente por ser Señor de cuanto existe, es necesario que el hombre reconozca de algún modo ese señorío. Desde muy antiguo los pueblos ofrecen a Dios las primicias de los campos, los primeros frutos, las primeras crías. Al ofrecer eso que era lo más preciado, reconocían el dominio soberano de Dios, le rendían pleitesía.

Hay que ofrecer lo mejor a Dios. También hoy día, ya que también hoy Dios es dueño absoluto de todo. Ofrecer nuestra juventud, los mejores años de nuestra vida, nuestro más limpio amor, nuestro corazón sin dividir. Ofrecerle nuestro trabajo bien hecho, acabado hasta en los más mínimos detalles.

Ayúdanos, Señor, a ser muy generosos contigo. Que te demos lo mejor que tenemos. Perdona si alguna vez caemos en la tentación de presentarte lo que los hombres no aceptarían. Haznos comprender la necesidad de que nuestra ofrenda sea sin tacha, algo que tiene el mérito de lo que es nuevo, lo que más se cotiza, las primicias.

«Nos introdujo en este lugar y nos dio una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora te traigo las primicias de los frutos del suelo…» (Dt 26, 10) Fue Dios quien con mano segura condujo a su pueblo. Su presencia fortalecía a los suyos, les animaba en la lucha. Él fue quien los libró de la servidumbre de Egipto, el que les alimentó en el desierto. Quien hundió en las aguas a los enemigos y quien derrumbó las murallas inexpugnables de Jericó. Sí, Dios los introdujo en la rica tierra de la leche y de la miel.

En cierto modo, también tú y yo se lo debemos todo a Dios. Nacimos pobres, desnudos y frágiles como todos los hombres. Luego trabajaste porque Dios te sostenía dándote la salud y la vida. Ahora es preciso que lo tengas presente y devuelvas a Dios algo de lo mucho que él te ha dado.

Además, ten en cuenta una cosa: a Dios no hay quien le gane en generosidad. Y por uno que tú le des, él te dará ciento y, además, la vida eterna. ¿Te parece poco? No seamos egoístas y abramos nuestras manos y nuestro corazón, sepamos dar lo mejor a Dios. Él nos dará entonces mucho más de lo que hasta ahora nos ha dado.

2.- «Tú, que habitas al amparo del Altísimo…» (Sal 90, 2) Estamos ante un salmo que, como otros muchos, habla de la confianza en el Señor, de la esperanza como virtud teologal, de la fortaleza y del optimismo. Habitar al amparo del Señor, vivir a su sombra, cobijarse en él como el polluelo bajo las alas tibias y mullidas de su madre. No se te acercará la desgracia -insiste el poema sacro-, ni la plaga llegará hasta tu tienda… A primera vista, da la impresión de que este salmo resulta inadecuado para el tiempo de Cuaresma, período de penitencia y de mortificación. Y, sin embargo, abre el ciclo del tiempo preparatorio a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

La razón principal de su inserción en esta dominica primera de Cuaresma es porque en ella recordamos las tentaciones de Cristo, y en una de ellas el demonio, con cita de algunos versículos de este salmo, incita a Jesús a que se tire desde el alero del templo, para que los ángeles de Dios le reciban antes de estrellarse. El demonio, como harán sus seguidores luego, tergiversa el sentido de las Escrituras y trata de tentar a Dios con un milagro inútil.

«Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra…» (Sal 90, 12) Es cierto que el salmista habla de la protección de los ángeles, que en verdad nos protegen de continuo, aunque quizá muchas veces no nos demos cuenta de ello. Pero también es verdad que esa protección no nos puede llevar a la temeridad de meternos imprudentemente en el peligro y tentar a Dios. En este sentido es lógico que este salmo se recite hoy. Con ello se nos pone en guardia contra una falsa confianza, que nos hiciera olvidar que es necesario luchar, poner los medios que están a nuestro alcance, aunque en último término dependa todo de Dios.

Este esfuerzo, concretado en la mortificación y espíritu de penitencia propias del tiempo cuaresmal, es lo que nuestra Madre la Iglesia nos quiere recordar. Si caminamos con Cristo paciente, le acompañaremos también en su itinerario de gloria. Son cuarenta días de desierto que, si los vivimos como es debido, serán la preparación adecuada para la gran fiesta de la Pascua.

3.- «La palabra está cerca de ti…» (Rm 10, 8) San Pablo cita el libro del Deuteronomio para recordarnos la cercanía entrañable de Dios. Tan cerca está que reside en el fondo de nuestra alma. Desde que las aguas bautismales lavaron nuestro ser del pecado original, la gracia divina nos inundó y convirtió nuestro cuerpo en un templo de la Santísima Trinidad. Luego, cuando el hombre, regenerado por el bautismo, tuvo la desgracia de volver a pecar, perdiendo así la gracia recibida, la recuperó mediante el sacramento del perdón. Entonces, de nuevo habitó Dios en el corazón del hombre como en su propio santuario.

Tanto en un caso como en otro, somos regenerados por la Palabra de Dios, según san Pedro, que como semilla incorruptible nos transmite la vida divina. Por eso dice la epístola a los Hebreos que la Palabra de Dios es viva y eficaz, tajante como espada de dos filos, capaz de penetrar hasta las coyunturas más íntimas del alma. En efecto, así es. Las palabras del Señor entran por nuestros oídos pero llegan hasta lo más hondo del corazón, se introducen en nuestra vida y la transforman con su luz y con su fuerza, con su consuelo y con su urgencia, con su paz y con su guerra.

«Nadie que cree en Él quedará defraudado…» (Rm 10, 9) Las palabras de Dios tienen en sí una gran fuerza de arraigue. Por eso su eficacia es siempre una formidable realidad. Incluso cuando el hombre se hace el sordo y no quiere oír y menos responder, incluso cuando el surco se cierra, también entonces la siembra agarra. El efecto llegará, para unos como un fruto dorado de paz y de gozo, para otros como castigo amargo, cuando aunque se quiera, ya no se podrá responder nada a la palabra divina.

No obstante esa terrible posibilidad, lo normal es que el hombre se sienta reanimado al oír y aceptar esas palabras. De ordinario la fuerza y la dulcedumbre del amor divino le inclina a responder de forma positiva. Entonces brota la fe, junto con la esperanza y el amor. Es el momento en el que el corazón se llena hasta desbordarse y verter a su alrededor parte de la riqueza que guarda.

Nadie que cree en él quedará defraudado, sigue diciéndonos el Apóstol, con palabras ahora de Isaías. Así es en verdad: nunca nos pesará haber creído en el Señor, nunca nos arrepentiremos de confiar en él. No nos sentiremos abandonados jamás. Al contrario, descubriremos que aquello que esperábamos es superior a cuanto imaginamos, infinitamente más de cuanto hasta ahora hayamos recibido.

4.- «Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre» (Lc 4, 2) El Hijo de Dios se hizo hombre con todas sus consecuencias, menos en una, en el pecado. Sin embargo, quiso someterse a las asechanzas del peor enemigo del hombre, el Demonio. Aceptó sufrir la tentación, esa situación penosa en la que el hombre se ve envuelto con frecuencia. Situación tan penosa a veces que, si no se tiene la conciencia bien formada, se puede confundir y llenarse de angustiosos escrúpulos, porque en su imaginación o en sus deseos se esconden las peores aberraciones. Por eso, la primera enseñanza que hemos de sacar de este pasaje es que la tentación no es de por sí un pecado, y que si la vencemos, es incluso, un acto meritorio a los ojos del Señor.

El Señor nos enseña, además, que el mejor modo de vencer la tentación del enemigo es la oración y la mortificación. Por muy fuerte que sea la inclinación al mal que podamos sentir, siempre la venceremos con la ayuda de Dios y con nuestro esfuerzo. Si actuamos así, estaremos seguros de la victoria; de lo contrario seremos víctimas fáciles del enemigo. Este tiempo de Cuaresma es propicio para esas dos prácticas que tanto bien hacen a nuestra alma. Orar sin cesar, pensar en Dios y rogarle su ayuda continuamente. Es cierto que hay que buscar un rato para estar a solas con el Señor, pero también es cierto que podemos acudir a Dios y pensar en él en medio de nuestro trabajo de cada día, en la calle o en casa; donde quiera que estemos allí está también Dios, dispuesto a escucharnos y a echarnos una mano en nuestras necesidades. Sobre todo recurramos a él, y a su Madre santísima, cuando sintamos cerca al enemigo que nos tienta al pecado.

Y, además, la mortificación, negar a nuestro cuerpo alguna cosa, ser austeros en nuestras comidas y en nuestro modo de vivir. Luchar contra el afán de confort que reina en nuestra sociedad de consumo, el privarse de alguna cosa que realmente no es necesaria, el suprimir un gasto caprichoso y entregar ese dinero a una obra buena, o para socorrer a un pobre. Estas palabras pueden parecer extrañas e incluso desfasadas para el hombre de hoy. Sin embargo, tienen una actualidad perenne porque perenne es el Evangelio, y perenne es nuestra fragilidad para el mal, la inclinación de nuestra voluntad para lo fácil, aunque esa facilidad nos conduzca a nuestra perdición física o moral. Es preciso robustecer la voluntad mediante una ascesis que la haga fuerte y ágil, para que siga con prontitud y eficacia lo que el entendimiento descubre como mejor. Y, sobre todo, hemos de ser fieles a Jesucristo. Cosa imposible sin oración y mortificación.

Antonio García Moreno

El sentido de la Cuaresma

1. Texto precioso de san León Magno: “De entre todos los días del año que la devoción cristiana honra de varios modos, no hay uno que supere en importancia a la fiesta de Pascua, ya que ésta hace sagradas todas las demás fiestas. Ahora bien, si consideramos lo que el universo ha recibido de la cruz del Señor, reconoceremos que, para celebrar el día de Pascua, es justo prepararnos con un ayuno de cuarenta días, para poder participar dignamente en los divinos misterios… Que todo el cuerpo de la Iglesia y todos los fieles se purifiquen a fin de que el Templo de Dios, que tiene como su base al mismo fundador, esté bello en todas sus piedras y luminoso en todas sus partes…”

Así explica este gigante de la Iglesia el sentido de la santa Cuaresma que empezamos este domingo. De manera que, debemos tener bien claro que este tiempo de penitencia que la Iglesia emprende como un don de Dios, no es un fin en sí mismo, sino que está encaminado a vivir en toda su riqueza y su esplendor el misterio central de nuestra salvación: la Pascua del Señor.

2. La penitencia y la ascesis que implica este tiempo de Cuaresma no son tampoco un fin en sí mismos, como si ellas por sí mismas nos ganaran la salvación. Son, más bien, medios o métodos que nos facilitan el encuentro con nosotros mismos, con el prójimo y con Dios. Por tanto, es muy importante que el ayuno, la oración y las limosnas, que están en el centro de la práctica cuaresmal, sean adecuados a los tiempos y a las circunstancias propias de cada uno de los miembros de la Iglesia de hoy.

Ayuno, oración y limosnas tienen muchas formas concretas de realizarlas. No se trata de dejar de comer sino de dejar de consumir lo que está demás como son el alcohol, el tabaco o, quizá la droga, para tener qué compartir con los que tienen poco o casi nada para vivir; no se trata de orar más sino de buscar la manera de hacerlo con mayor profundidad y huyendo del ruido de la televisión, el radio o del bullicio de la diversión; no se trata de aumentar las limosnas, sino de fomentar la solidaridad de quienes tienen más con quienes no tienen trabajo ni recursos para vivir con dignidad. Cuaresma es ante todo tiempo de fraternidad

3. Y para vivir intensamente todo esto que implica la Cuaresma, es fundamental que nos dediquemos más a la escucha de la Palabra; que nos alimentemos de esa mesa y de ese pan que nutre el espíritu.

Este pan lo encontramos, especialmente en la Eucaristía que nos da vida en abundancia, pues no sólo de pan vive el hombre, afirma Jesús ante la primera tentación del diablo. Al privarnos de algunos alimentos para poder compartirlos con los que menos tienen, tenemos la oportunidad de apreciar que hay otras necesidades humanas, como son las del espíritu, que hemos de atender con mayor interés porque nos ponen en contacto con Dios.

En la Cuaresma, considerada como tiempo especial de escucha, vamos a aprender un poco más el lenguaje de Dios con lo que podremos orar con mayor sentido cristiano y con mayor provecho espiritual pues nos permite conocer con más hondura al Dios en quien creemos y a quien amamos.

En la escucha atenta y asidua de la Palabra también tendremos, como Jesús, los recursos suficientes, como argumentos para salir airosos de las tentaciones que nos ponga el maligno.

4. Hoy hemos escuchado en el evangelio de san Lucas cómo fue tentado Jesús al inicio de su vida pública. Es interesante que el evangelista nos transmite este episodio de la vida de Jesús inmediatamente después de presentarlo, por medio de su genealogía, como un ser humano más al colocarlo como descendiente de Adán, mientras que poco antes había mostrado su carácter divino en el Jordán durante su bautismo.

El diablo pone a prueba, es decir, pretende poner en crisis, al Dios-Hombre precisamente acerca de su identidad y de la manera de cumplir su misión. El desierto, como la cuaresma para nosotros, es signo de la vida, comprendida como soledad, inseguridad, incertidumbre y lucha por la supervivencia espiritual; aunque también puede ser visto, como la oportunidad de encuentro con el poder de Dios que protege, auxilia, consuela y hacer fuerte para salir victoriosos del mal.

Los cuarenta días de la tentación en el desierto, son imagen de toda la vida de Jesús, como de la nuestra. La última batalla la libró Jesús en Jerusalén, como lo indica la tercera tentación y cuando se entregó en sacrificio al Padre para rescatarnos del pecado. Igualmente a nosotros, la tentación estará ahí acechando toda la vida. Pero con la escucha de la Palabra y por fidelidad a ella, al igual que Jesús iremos, al final, al encuentro del Padre.

5. Esa Palabra de Dios es su Hijo mismo. Por eso, si estamos en diálogo permanente con Él, podemos estar seguros de triunfar pues como dice san Agustín: Él nos transformó en sí mismo cuando quiso ser tentado por Satanás… El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la victoria para ti. Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo.

Antonio Díaz Tortajada

«Acompañame, Señor, en la tribulación»

1.- Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba… El exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante.

Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras:

— El hambre, que simboliza todas las “reivindicaciones” del cuerpo.

— La necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.

— La sed de poder. , el temible instinto de dominación.

2.- Dios no quiere exponernos al mal, sino que es cada uno el que es probado por la concupiscencia que le arrastra y le seduce. Dios es el que nos da la fuerza para vencer la tentación y salir victoriosos sobre nuestros instintos. El no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; antes bien, “con la prueba dará también la salida” . La gran tentación es “pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar”. Está bien que pongamos en juego los medios de nuestra inteligencia y voluntad, pero no debemos olvidar que sin Cristo no podemos hacer nada. Así lo pedimos en el Salmo: “Acompáñame, Señor, en la tribulación”.

3.- La oración, la aspiración a la santidad, la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra en nuestro mundo, este es un buen programa cuaresmal. Ahondar en nuestra conversión, entendida como “metanoia” (cambio de mente y de corazón), ahondar en nuestra experiencia de encuentro con Cristo. Esto es llevar a la práctica lo que pedimos en la oración Colecta: “avanzar en la inteligencia de Cristo y vivirla en plenitud”. Creer con la fe del corazón para llegar a la justicia y profesar con los labios para llegar a la salvación. Y, sobre todo, confiar en la gracia del Señor.

José María Martín, OSA