Las pulsiones del ego

El ego busca autoafirmarse porque únicamente de ese modo puede sentirse “existente”. Entre los modos de autoafirmación destacan las que podemos considerar tres pulsiones básicas: tener, poder y aparentar. Ya que le resulta imposible hacer pie en sí mismo, de una manera desapropiada, debido a su naturaleza vacua -el ego es vacío que solo tiene una ilusoria sensación de existir porque se cree en él-, tiene que “robar energía” para alimentarse. Se trata, por tanto, de un parásito que vive “de prestado”.

La energía que le alimenta es el afán de tener, de poder y de aparentar. Pero esas pulsiones no son inocuas, sino que conllevan un elevado “coste”, para uno mismo, para los otros y para el planeta entero.

El afán de tener fácilmente toma la forma de insaciabilidad y voracidad acaparadora. La contracara es la injusticia, en forma de desigualdad extrema que arroja cifras escandalosas, como el hecho de que unas cuantas fortunas posean más riquezas que los habitantes de todo un continente; o que, para que toda la humanidad disfrutara del modo de vida de las sociedades noroccidentales, serían necesarios más de tres planetas como la tierra.

La contracara del afán de poder es el sometimiento y la dominación, que puede llegar hasta la esclavitud, pasando por abusos y maltratos de todo tipo.

La contracara del afán por aparentar es el cultivo de la superficialidad y, en último término, la mentira y la falsedad. Para la llamada “cultura de la imagen” parece que todo vale, con tal de que la imagen personal salga beneficiada.

El resultado de todo ese proceso, en la medida en que nos dejamos atrapar por él, es un ego esclavo de esa triple pulsión. Esclavitud que corre pareja con la ignorancia acerca de lo que realmente somos. Y no hay forma de que una persona o una sociedad puedan construirse sobre la base de la ignorancia, es decir, de la mentira.

De ahí que las tradiciones sapienciales insistan en el cultivo de las actitudes alternativas, tal como queda subrayado con fuerza, en el mensaje del propio Jesús. Frente a esa triple pulsión, el evangelio propone el cuidado de esta triple actitud: frente al afán de tener y la idolización de la riqueza, compartir; frente al afán de poder y la idolización de la fuerza, servir; frente al afán de aparentar y la idolización de la imagen, ser. Este es el camino de la sabiduría y de la liberación del sufrimiento. Y solo el crecimiento en esta consciencia hará posible la transformación personal y colectiva, así como el cuidado del planeta.

¿Qué peso real tienen en mí esas tres pulsiones?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo I de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO I DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y se va a cumplir todo lo que está escrito acerca del Hijo del hombre.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y se va a cumplir todo lo que está escrito acerca del Hijo del hombre.

LECTURA: 1Co 9, 24-25

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vela sobre nosotros, Salvador eterno, sé tú nuestro protector; que no nos sorprenda el tentador astuto.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vela sobre nosotros, Salvador eterno, sé tú nuestro protector; que no nos sorprenda el tentador astuto.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo.

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
— y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
— y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
— y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
— haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
— y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Al celebrar un año más la santa Cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

El seguimiento no es un camino fácil

experiencia de Bautismo, de saberse y experimentarse hijo de Dios, envuelto en su Espíritu de tal manera, que su vida es conducida por esa relación que le lleva a vivir como Él vivió.

Los evangelios, dirigidos a los primeros cristianos, que experimentaban las dificultades de seguir el Camino, tanto en su fuero interno como por parte de la sociedad en la que vivían, a través de la narrativa de las tentaciones de Jesús, intentaron darles a entender que el camino de seguimiento no era un camino fácil.

Hay que “renacer del agua y del Espíritu”, le dijo Jesús a Nicodemo; vivir desde la experiencia personal de saberme y sentirme hijx de Dios con todas las consecuencias.

Lo primero que surge después de una experiencia fundante es la pregunta: ¿Y qué hago yo ahora? ¿Qué se me invita a vivir? ¿Qué tengo que hacer?

La mayoría de los que leemos estos comentarios ya hemos pasado por esa experiencia y quizá por muchas otras que nos han ido cribando, que nos han ayudado a quedarnos con lo esencial y a soltar todo aquello que no nos conduce a nada. Pero si todavía estamos en camino y “no hemos llegado” las tentaciones nos siguen acuciando por todos lados.

Y ¿qué tentaciones experimento hoy?

Jesús, después de haber estado sin comer durante cuarenta días sintió hambre… ¡y quién no! Habría tanto que decir de esta primera tentación –“Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en un pan”. Jesús sintió la tentación como cada unx de nosotrxs de utilizar su poder para su beneficio propio, dedicar su existencia a calmar las necesidades primarias de la gente más necesitada, más oprimida… Qué diferente habría sido todo si se hubiera dedicado a los necesitados, sin esa dimensión profética que le impulsaba a denunciar, al igual que anunciar, que Dios no estaba de acuerdo con la injusticia promulgada tanto por el poder romano como el religioso.

Nuestra tentación es traducir las acciones de Jesús a lo que nos parece que es lo más necesario, pasándolo todo por nuestro propio criterio. En otras palabras, hacernos un Dios a nuestra medida que justifique nuestras acciones y aplauda nuestras decisiones.

Jesús, para contestar a Satanás, se refiere al pasaje Dt 8:3 “No sólo de pan vivirá el hombre sino de todo lo que salga de la boca del Señor”. Por supuesto que sin las necesidades imperantes cubiertas la persona no se puede plantear nada más, pero es que nuestras necesidades van más allá de lo material y negármelo o negárselo a los demás es atentar contra nuestra propia identidad.

Jesús deja que la Palabra le hable a su vida, no acomoda la Palabra a lo que a Él le conviene. Y vuelvo con esto a la necesidad de una experiencia personal pero acompañada.

No nos damos cuenta y caemos en aquello que criticamos de los demás. ¿Qué tal una experiencia de dejarnos guiar por el Espíritu que nos habla y nos alimenta a través de la Palabra, acompañados de la comunidad? Necesitamos un silencio activo que nos transforme por dentro, donde no entre el razonamiento y los argumentos sino el dejarnos transformar.

El ayuno de información, de crítica, de activismo, de hacer las cosas a mi manera para dejarme dirigir, me acercará a esa experiencia de Jesús de Nazaret de escuchar desde dentro el plan de Dios y vivir, no según me parece a mí, sino como corresponde a un hijo-a de Dios.

Satanás, que me tienta, que justifica mis posturas y acciones, que me anima a seguir como hasta ahora, no es un personaje que me habla desde fuera, es mi propio ego.

Tenemos hambre de una auténtica espiritualidad. Está claro que toda la formación, todo el saber intelectual es esencial, pero sin una vida guiada por el Espíritu puede ser contraproducente. Al ser algo que “está de moda”, ese hablar de espiritualidad en lugar de religión, debemos cuidar de no caer en una superficialidad que nos deje todavía más hambrientos.

Somos propensos a seguir a gurús, a escuchar lo que “los maestros” nos dicen y a mezclar los alimentos según nos apetezca. La espiritualidad es nuestra esencia, no es algo exterior a mí que consumo según mi necesidad sino la respuesta con un estilo de vida que me llama desde dentro.

La espiritualidad auténtica se nutre del silencio y del diálogo y también de la acción. Cada uno de estos aspectos nos propulsa al otro. Nos hace más humildes, conocedores de nuestra realidad y nos ayuda a aceptarnos a la vez que aceptamos la complementariedad de los otrxs.

Nos regala nuevos ojos con los que ver la realidad y nos mantiene viva la esperanza en medio de las contradicciones. Es la única manera de mantenernos a flote en un momento de tantísima turbulencia. No nos viene dada, salimos a buscarla y nos sale al encuentro.

No toca un aspecto de nuestra realidad sino todos ellos, lo envuelve todo, lo transforma todo, en nosotros y en conexión con todo y con todxs. Es la mejor compañera de camino, mejor dicho, ella misma es el camino.

Carmen Notario, SFCC

Retírate al desierto

Debemos superar el enfoque maniqueo de la cuaresma que hemos arrastrado durante demasiado tiempo. Sin embargo, el sentido profundo de la cuaresma debemos mantenerlo e incluso potenciarlo. En efecto, en ninguna época de la historia el ser humano se había dejado llevar tan masivamente por el hedonismo. A escala mundial el hombre se ha convertido en productor-consumidor. El grito de guerra de las revueltas estudiantiles del 68 en Francia, era: “No queremos vivir peor que nuestros padres”. No querían ganar menos y consumir menos; para nada hacían alusión a la posibilidad de ser más humanos.

La crisis económica del coronavirus nos puede ayudar a superar la trampa. ¿Queremos consumir más o nos interesa ser cada día más humanos? En teoría no hay problema para responder, pero en la práctica, nos dejamos llevar por el hedonismo, aún a costa de menor humanidad. Aquí está la razón de la cuaresma. Todos tenemos la obligación de pararnos a pensar hacia dónde nos dirigimos. Alcanzar plenitud de humanidad exige el esfuerzo de no instalarnos en la comodidad. Para crecer en humanidad debemos ir más allá de la satisfacción de los instintos. Este es el planteamiento de una cuaresma para la reflexión.

No debemos escandalizarnos cuando los exégetas nos dicen que los relatos de las tentaciones no son historia sino teología. Marcos, que fue el primero que escribió, reduce el relato a menos de tres líneas. No son crónicas de sucesos, pero son descarnadamente reales. Empleando símbolos conocidos por todos, nos quieren hacer ver una verdad teológica fundamental: La vida humana se presenta siempre como una lucha a muerte entre los dos aspectos de nuestro ser; por una parte lo instintivo o biológico y por otra lo espiritual o trascendente. Esa lucha no hay que plantearla en el orden del obrar sino en el del conocer.

El mito del mal personificado (diablo) ha atravesado todas las culturas y religiones hasta nuestros días. No necesitamos ningún enemigo que nos tiente desde fuera. El diablo nace como necesidad de explicar el mal, que no puede venir de Dios. Lo que llamamos mal no tiene ningún misterio; es inherente a nuestra condición de criaturas. La voluntad solo es atraída por el bien, pero como nuestro conocimiento es limitado, la razón puede presentar a la voluntad un objeto como bueno, siendo en realidad malo. Todos buscamos el bien, pero nos encontramos con lo malo entre las manos, no porque lo busquemos sino por ignorancia.

El mal es consecuencia de una inteligencia limitada. Sin conocimiento, la capacidad de elección sería imposible y no podría haber mal moral. Si el conocimiento fuera perfecto, también sería imposible el mal, porque sabríamos lo que es malo, y no nos atraería. Si la voluntad va tras el mal, es siempre consecuencia de una ignorancia. Es decir, creemos que es bueno para nosotros lo que en realidad es malo. La libertad de elección solo se puede dar entre dos bienes. Plantear una lucha entre el bien y el mal es puro maniqueísmo. La lucha se da entre el bien aparente (mal) y el bien real para mí. Esto es muy importante.

El ser humano es un proyecto que está toda su vida desarrollándose. Para que el desarrollo humano concluya con éxito, cada etapa tiene que integrar la anterior y unificarse en una personalidad, solo que más cerca del objetivo final. Que las tentaciones sean tres no es casual. Se trata de un resumen perfecto de las relaciones que puede desarrollar un ser humano. La tentación consiste en entrar en una relación equivocada con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Una auténtica relación humana con los demás depende, querámoslo o no, de una adecuada relación con nosotros mismos y con Dios.

1ª tentación: poner la parte superior de nuestro ser al servicio de la inferior. Si eres Hijo de Dios… No se debe entender desde los conceptos dogmáticos acuñados en el s. IV. No hace referencia a la segunda persona de la Trinidad. Significa hijo en el sentido semita. Si tú has hecho en todo momento la voluntad de Dios, también Él hará lo que tú quieres. Fíjate bien que la tentación de hacer la voluntad de Dios para que después Él haga lo que yo quiero, no tiene que venir ningún diablo a sugerírnosla; es lo que estamos haciendo todos, todos los días. Jesús no es fiel a Dios porque es Hijo, sino que es Hijo porque es fiel.

Di que esta piedra se convierta en pan. La tentación permanente es dejarse llevar por el placer que dan los instintos, sentidos, apetitos. Es decir hacer en todo momento lo que te pide el cuerpo. Es negarse a seguir evolucionando y superarse a sí mismo, porque eso exige esfuerzo. Los instintos nos ayudan a garantizar nuestro ser animal. Si ese fuera nuestro objetivo, no habría nada de malo en seguirlos, como hacen los animales. En ellos los instintos nunca son malos. Pero si nuestro objetivo es ser más humanos, solo a través del esfuerzo lo podremos conseguir, porque debemos ir más allá de lo puramente biológico. El fallo está en utilizar la inteligencia para potenciar nuestro ser animal.

No solo de pan vive el hombre. El pan es necesario, pero, ni es lo único necesario ni es lo más importante. Para el animal sí es suficiente. Nuestro hedonismo cotidiano demuestra que aún no hemos aceptado estas palabras de Jesús. El dar al cuerpo lo que me pide es para muchos lo primero y esencial, descuidando la preocupación por todo aquello que podría elevar nuestra humanidad. El antídoto de esta tentación es el ayuno. Privarnos voluntariamente de aquello que es bueno para el cuerpo es la mejor manera de entrenarnos para no ceder, en un momento dado, a lo que es malo aunque sea apetitoso.

2ª tentación: Si me adoras, todo será tuyo. El poder es la idolatría suprema. El poder lleva siempre consigo la opresión, que es el único pecado. Adorar no es dar incienso a un dios exterior. Se trata de descubrir que nuestro verdadero ser es Dios en nosotros. Nuestro auténtico ser no está en el ego aparente sino más a lo hondo. Si descubro mi ser profundo, no me importará desprenderme de mi falso yo y, en vez de buscar el dominio, buscaré el servicio. El antídoto es la limosna. Para superar la tentación de dominar a todos, debemos hacer ejercicios de donación voluntaria de lo que tenemos y de lo que somos.

3ª tentación: Tírate de aquí abajo. Realiza un acto verdaderamente espectacular, que todo el mundo vea lo grande que eres. Todos te ensalzarán y tu vana-gloria llegará al límite. La respuesta: deja a Dios ser Dios. Acepta tu condición de criatura y desde esa condición alcanza la verdadera plenitud. Dios no tiene que darte nada. Ya se lo ha dado todo a todos. Eres tú el que debes descubrir las posibilidades de ser que tienes sin dejar de ser criatura. Ya es hora de que dejemos de acusar a Dios de haber hecho mal su obra y exigirle que rectifique. El antídoto es la oración. Al decir oración no queremos decir “rezos” sino meditación profunda. Descubrir al verdadero Dios me librará de utilizar al dios ídolo.

Para llegar a tu verdadero ser, hay que atravesar tu propio desierto. Libérate de todo lo que crees ser para llegar a lo que eres de verdad. Mantente en el silencio, hasta que se derrumbe el muro que te separa de ti mismo. No confíes en milagros; nadie desde fuera de ti podrá llevarte hasta el fondo de tu ser y suplir el propio esfuerzo de encontrarte.

Fray Marcos

Comentario – Domingo I de Cuaresma

(Lc 4, 1-13)

Es el mismo texto que el año A. Jesús muestra otro aspecto de su humanidad. Si bien Jesús no podía caer en la tentación, sin embargo experimentó lo que experimentamos nosotros cuando somos tentados, y por eso sabe bien lo que nos sucede por dentro cuando sufrimos la tentación.

La primera tentación, de convertir las piedras en pan, expresa nuestra inclinación a querer liberarnos de todo límite y de pretender vivir el paraíso en la tierra. Las piedras convertidas en pan nos brindan una imagen paradisíaca, donde tenemos a disposición inmediata lo que necesitamos y donde nada nos frena en el camino. La actitud contraria es la de aceptar y soportar serenamente los límites propios de nuestra existencia terrena y enfrentar los desafíos de la vida sorteando los obstáculos y asumiendo que siempre hay dificultades y carencias.

La segunda tentación consiste en el fideísmo: pretender exigir a Dios un milagro permanente, que él solucione los problemas sin nuestro esfuerzo y cooperación. Eso se llama “tentar a Dios”, ya que él puso en nosotros las capacidades que nos permiten encontrar soluciones, y él respeta esa capacidad que nos dio; por eso no interviene milagrosamente cuando somos nosotros los que podemos hallar una salida, aunque eso suponga a veces un camino duro y sacrificado. La tercera consiste en la búsqueda del poder y la gloria a costa de lo que sea. Y Jesús responde que hay un límite, porque sólo Dios puede ser adorado.

Las tres son una inclinación a rechazar los límites de nuestra vida pequeña y pretender ser divinos, capaces de realizar lo que queremos con solo desearlo. Jesús, siendo verdadero hombre, aceptó humildemente los límites y compartió las incomodidades y contrariedades que debe sufrir todo hombre en este mundo. Aquí Lucas agrega el detalle de que el Diablo se alejó de él hasta otra ocasión, refiriéndose seguramente a la gran tentación que Jesús sufrirá en la pasión.

Oración:

“Señor Jesús, que experimentaste lo que yo mismo siento cuando soy tentado, hazte presente en mi vida cuando me acosa la tentación y hazme fuerte con tu presencia, para que pueda mantenerme firme en tu camino”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Las tentaciones de Jesús

El primer domingo de Cuaresma se dedica siempre a recordar las tentaciones de Jesús. También los evangelios sinópticos abren su vida pública con ese famoso episodio. Es un relato programático, para que el lector del evangelio sepa desde el primer momento cómo orienta Jesús su actividad y los peligros que corre en ella. Para eso, lo enfrentan con Satanás, que encarna las fuerzas de oposición al plan de Dios, y que intentará apartarlo de su camino.

Marcos habla de ellas de forma escueta y misteriosa: “En seguida el Espíritu lo empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, y Satanás lo ponía a prueba; estaba con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13). Tenemos los datos básicos que recogerán todos los evangelios (menos Juan, que no habla de las tentaciones): lugar (desierto), duración (40 días), la prueba. Pero Mc no habla del ayuno ni concreta en qué consistían las tentaciones; y el servicio de los ángeles es continuo durante esos días.

Mateo y Lucas, utilizando una tradición paralela, han completado el relato de Marcos con las tres famosas tentaciones que todos conocemos; al mismo tiempo, presentan a Jesús ayunando durante esos cuarenta días (igual que Moisés en el Sinaí) y relegan el servicio de los ángeles al último momento.

Las tentaciones empalman directamente con el episodio del bautis­mo y explican cómo entiende Jesús lo que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y maravillosa como la de un príncipe?

1ª tentación: utilizar el poder en beneficio propio

Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. El pueblo de Israel, durante su marcha por el desierto, se quejó de hambre, murmuró, acudió a Moisés para que resolviese el problema. Jesús no necesita nada de eso. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús, el nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.

En realidad, la enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es esa visión amplia y profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de Dios.

2ª tentación: Tener, aunque haya que arrastrarse

La segunda tentación no es la tentación provocada por la necesidad urgente, sino por el deseo de tener todo el poder y la gloria del mundo. ¿Es esto malo, tratándose del Mesías? Los textos proféticos y algunos Salmos hablaban de su dominio cada vez mayor, universal, concedido por Dios. Pero Satanás parte de un punto de vista muy distinto, propio de la mentalidad apocalíptica: el mundo presente es malo, no está en manos de Dios, sino en las suyas; es él quien lo domina y entrega su poder a quien quiere. Solo pone como condición que se postren ante él, que lo reconozcan como dios. Jesús se niega a ello, citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto”.

El relato es tan fantástico que cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El ansia de poder y de gloria lo percibimos continuamente (mucho más en España en tiempos de elecciones y de formación de gobierno), y también queda clara la necesidad de arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo de políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo pequeños ídolos ante los que nos postramos y damos culto.

3ª tentación: pedir pruebas que corroboren la misión encomendada.

En 1972, cuando todavía estaba permitido llegar hasta el pináculo del Templo de Jerusalén, tuve ocasión de contemplar la impresionante vista de las murallas de Herodes prolongándose en la caída del torrente Cedrón. Una de las pocas veces en mi vida en las que he sentido vértigo. En ese escenario coloca Satanás a Jesús para invitarlo a que se tire, confiando en que los ángeles vendrán a salvarlo.

Esta tentación se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante: el tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.

Considero más exacto decir que la tentación consiste en pedir pruebas que corroboren la misión encomendada. Es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam 10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre, espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la tarea.

Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la piedra”), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios.

Sin embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del Deuteronomio es más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro de los Números en el c.17,1-7: el pueblo, durante la marcha por el desierto, se queja por falta de agua para beber. Y en esta queja se esconde un problema mucho más grave que el de la sed: la auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no quiere signos ni los pide. Su postura supera con mucho incluso la de Moisés.

Cuando termina el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta otro momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté crucificado.

Nuestras tentaciones

Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y apetencias y nuestro grado de interés por Dios.

1) La necesidad primaria: afecto, comprensión.

2) ¿Está Dios en medio de nosotros?

3) La tentación de tener.

4) La tentación del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.

1ª lectura: recordar nuestra historia con gratitud (Deuteronomio 26, 4-10)

El texto del Deuteronomio recoge la oración que pronuncia el israelita cuando, después de la cosecha, ofrece a Dios las primicias de los frutos. Va recordando la historia del pueblo, desde Jacob (“mi padre era un arameo errante”), la opresión de Egipto, la liberación y el don de la tierra. En el contexto de la cuaresma, esta lectura nos invita a pensar en los beneficios recibidos de Dios y a ser generosos con él. El agradecimiento a Dios es más importante incluso que la mortificación cuaresmal.

2ª lectura: confesar al Señor e invocarlo (Romanos 10, 8-13)

En este breve pasaje Pablo comenta dos frases de la Escritura, aplicándolas al tema de la salvación personal (1ª cita) y de toda la humanidad (2ª cita). ¿Cómo se alcanza la salvación? Confesando que Jesús es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos. Algo que estamos tan acostumbrados a repetir que no valoramos rectamente. A mediados del siglo I, confesar a Jesús como Señor (Kyrios), cuando el Emperador romano era considerado el único Kyrios (César), suponía mucho valor. Y confesar que Dios lo había resucitado podía provocar más sonrisas y escepticismo del que podemos imaginar.

La segunda cita «Nadie que cree en él quedará defraudado» la interpreta Pablo de forma revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo podrían aplicarse a los judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no quedar defraudados. En cambio Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y griegos. Cualquiera que invoca el nombre del Señor alcanzará la salvación.

José Luis Sicre

Lectio Divina – Domingo I de Cuaresma

“No tentarás al Señor, tu Dios

INTRODUCCIÓN

Lo primero que nos llama la atención en este relato es lo que nos dice el mismo texto: “Jesús, lleno del Espíritu Santo fue llevado al desierto”. Jesús está lleno del Espíritu, lleno de Dios.  Con la fuerza del Espíritu Jesús va a vencer las tentaciones allá donde su pueblo había sucumbido (Num. 14,32).  Jesús nos va a decir que las tentaciones no son malas, lo malo es creer que vamos a poder vencer las tentaciones   con una vida vacía de Espíritu, vacía de Dios. El Tentador es fuerte, ejerce un gran poder de seducción. Sólo lo puede vencer otro más fuerte que él. Jesús es más fuerte que el fuerte. San Pablo lo experimentó cuando dijo: “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil. 4,13).

LECTURAS DEL DÍA

1ª Lectura: Dt. 26,4-10;                2ª lectura: Ro. 10,8-13.

EVANGELIO

Lc. 4, 1-13.

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

REFLEXIÓN

No cabe duda de que las tentaciones son un atentado contra la auténtica libertad del hombre. No somos libres del consumismo, ni del afán de triunfar, ni menos de la obsesión por el poder. Sólo Jesús, venciendo estas tentaciones, nos abre el camino de la libertad y, por consiguiente, de la verdadera felicidad, aunque nos resistamos a aceptarla. Lo decía muy bien Dostoievski en el gran Inquisidor: «Quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando una libertad que los hombres…no pueden soportar; una libertad que atemoriza, pues no hay ni ha habido jamás nada más intolerable para el hombre y la sociedad que el ser libres”.

PRIMERA TENTACIÓN:  La del hombre que se resiste a ser el hombre que Dios quiso que fuera.  El hombre de todos los tiempos quiere vivir de pan, de pan solo y nada más. Se conforma con tener satisfechas todas sus necesidades materiales, la de sus instintos, como los animales. Es la sociedad de consumo, la del culto al cuerpo, la sociedad del bienestar. No le interesa el bien-ser. Está a gusto en la inmanencia, en el más acá, en el pasarlo bien sin preocuparse de más. Jesús, venciendo esta tentación, le dice que hay en el hombre algo que supera al hombre. Le dice que existe otro tipo de “pan”.  Jesús no se conforma con que el hombre recorte sus capacidades, estreche sus horizontes, se corte las alas que Dios le dio para volar por la inmensidad de los cielos, en vuelo vertical. En el salmo 8, el hombre contempla las maravillas de la creación y, tal vez en una noche serena, llena de estrellas, él mismo se hace esta pregunta: ¿Qué es el hombre? Ya por el hecho de preguntar está dando la respuesta. Los seres inanimados no pueden hacer preguntas. Los animales, tampoco. Sólo el hombre puede preguntar por tanta belleza, por tanta grandeza, y quedar anonadado y sin respuesta. La pregunta quedó abierta. La respuesta la dio Pilato cuando dijo: “He ahí el hombre”.  El hombre auténtico, el hombre perfecto, el hombre libre, el modelo y paradigma del hombre.  Sólo el hombre que siga a Jesús podrá llegar a una vida en plenitud.

SEGUNDA TENTACIÓN.  La del hombre que busca el poder por encima de todo. En las otras dos tentaciones el demonio usa la lógica y se apoya en la Palabra de Dios, aunque mal interpretada. En esta pierde la lógica. ¿Quién es él para ofrecer los reinos del mundo? ¿Dónde ha adquirido el derecho de propiedad? Sin embargo, conoce bien el corazón humano y sabe la fuerza que ejerce el poder sobre las personas.  Lo vemos en los políticos que, cuando tocan poder, hacen lo posible e imposible para mantenerse. El pueblo puede sufrir, puede pasar hambre, puede emigrar a otros pueblos. ¡No importa! Lo que importa es gastar el presupuesto en defenderse y mantenerse en el poder.  En nuestro mundo todos desean tener más, llegar más alto, acumular más influencia y poder, nadar en el éxito y alcanzar mayores cotas de popularidad. También la Iglesia debe pedir perdón por el abuso de poder. El Papa Francisco habla constantemente contra los “carreristas”, los que buscan medrar y hacer carrera con lo religioso. No sea así entre vosotros. Quienes hemos decidido seguir a Jesús hemos de aprender a poner los pies allí donde el Maestro ha pisado primero. Y su huella es la del servicio, la disponibilidad, la acogida incondicional. El que vino a servir y no a ser servido nos ha mostrado el camino para darle la vuelta a la realidad. También para hacer emerger un nuevo modelo de Iglesia que ofrezca esperanza al mundo porque propone, con toda verdad, un modo alternativo de vivir. Más auténtico, más creíble, más audaz.

TERCERA TENTACIÓN.: La del hombre que quiere vivir de privilegios.Jesús pudo aprovecharse del privilegio de ser Hijo de Dios. Se podía tirar del pináculo del Templo sin hacerse daño porque estaba escrito: «te sostendrá en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra” (Salmo 91,12).  Pero Jesús no quiso jugar con ventaja, ni vivir de privilegios. Pasó por la vida “como uno más, como uno de tantos” (Fil.2,7).  La gran tentación humana es pretender ser más, sobresalir, buscar influencias. Esto que aparece en el mundo civil, también se da en el mundo eclesiástico. El Papa Francisco constantemente nos está hablando del pecado de “clericalismo”.  «Solo una Iglesia liberada del poder y del dinero, libre de triunfalismos y clericalismos testimonia de manera creíble que Cristo libera al hombre. Y quien, por su amor, aprende a renunciar a las cosas que pasan, abraza este gran tesoro: la libertad. No se queda enredado en sus apegos, que cada vez le piden algo más, pero nunca dan paz, y siente que el corazón se expande, sin inquietudes, disponible para Dios y para los hermanos». (Discurso del 5 de mayo de 2018). Jesús rechazó con fuerza un mesianismo “triunfalista”.

Precisamente el evangelista Lucas ha cambiado el orden de las tentaciones y ha puesto ésta al final, probablemente para terminar en Jerusalén, según su esquema teológico. Desde un punto de vista práctico, está muy bien que el Mesías auténtico termine en una Cruz. Sólo desde la cima del amor sacrificado y desinteresado, ejercerá su poder. “Cuando yo haya sido elevado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn. 12,32).

Este evangelio, en verso, suena así:

Todos vivimos flotando
en un ambiente muy tenso:
La sociedad de consumo
es un “mar” con alto riesgo.
Nos ofrece rebanadas
de “pan” de placeres bellos:
de banquetes, bailes, drogas,
regalos de culto al cuerpo.
Presenta unos escenarios
donde “el poder” es el dueño:
Éxito, prestigio, fama,
se pagan a cualquier precio.
Hace de la “religión”
un objeto de comercio.
Incita a comprar a Dios
con la magia de los rezos…
También Jesús, Dios y hombre,
fue tentado en el desierto,
pero se mantuvo fiel
a los valores del Reino.
Fue la “Palabra de Dios”
su “pan” fuerte, su alimento.
Su “poder” fue “dar la vida”.
su “religión”, la del “Siervo”.
Señor, que aprendamos todos
las lecciones del Maestro.
Las tentaciones se vencen
con la luz de su Evangelio.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Hablemos de penitencia

A la gente, hoy, no le gusta hablar de penitencia. Parece cosa trasnochada, de épocas medievales o, a lo más propia de hombres que se retiran del mundo para dedicarse en un cenobio a llevar vida penitente. Y eso incluso entre algunos que se consideran militantes. Ven en la penitencia —si no lo dicen, lo piensan al menos— uno de los aspectos molestos del cristianismo de otras épocas, al que hay que echar tierra, si no queremos que la vida cristiana goce hoy de extraordinaria impopularidad. El hombre moderno —parecen indicarnos, mientras hablan con cierto aire de suficiencia— es reacio a todo lo que sea negación de la personalidad. Y la penitencia es algo que violenta a la naturaleza, que impide la expansión del propio yo. “Desengáñese usted, termina diciendo el naturalista, la penitencia no es para el hombre de hoy, que busca en todo la afirmación y el optimismo”.

Estas reflexiones se me han venido a la pluma al leer el Evangelio este primer domingo de Cuaresma, que nos relata la triple tentación que el Tentador hizo a Jesús en el desierto. No voy a hablar ahora de la enorme trascendencia ascética que tienen esas tentaciones de Cristo. A mí los ojos y el alma se me han quedado prendidos de ese versículo que San Mateo coloca al principio del pasaje: “Habiendo ayunado cuarenta días, Jesús al fin tuvo hambre. Cristo en sentido propio no podía hacer penitencia porque la penitencia es virtud imperfecta, que presupone pecado —al menos original— en el que la realiza, y Jesús, como su Madre bendita, está limpio de todo pecado. Pero de tal forma nos amó que, para salvarnos y darnos ejemplo, hizo las “obras” de la penitencia. Cristo ayunó cuarenta días.

Y ahora es cuando yo pienso: si la vida cristiana, hoy como ayer, es imitación de Jesucristo, un cristiano —hoy como ayer— debe cultivar la virtud de la penitencia. Esto no tiene vuelta de hoja. Más aún si tenemos en cuenta que el mismo Jesús quien nos ha dicho: “Haced penitencia, porque se aproxima a vosotros el reino de los cielos”.

Y entonces, al leer despacio el Santo Evangelio, nos damos cuenta de que esos ataques a la virtud de la penitencia provienen en buena parte de la ignorancia. Porque basta saber qué es la penitencia para comprender fácilmente que es virtud de todos los tiempos necesaria para todos los hombres.

Dicen los autores espirituales que la penitencia es una virtud sobrenatural que inclina al hombre a detestar el pecado cometido, a hacer el firme propósito de no cometerlo en adelante, y a extirpar —por decirlo así— las huellas que ha dejado en el alma. Los dos primeros puntos están clarísimos. El tercero —borrar la huella del pecado— es el que debe traducirse en obras de penitencia, es decir, en hacer cosas contrarias a la dirección que señaló el pecado. Todos hombres, por haber nacido con el pecado original (incluso después de haber sido sanado por el bautismo) tenemos un cierto desquiciamiento interior, unas tendencias desordenadas: los sentidos tratan de marcharse por su cuenta —y a veces lo logran— sin someterse a la razón; la razón se erige en norma primera y trata de levantarse contra su Señor. Esta es la huella que el pecado original ha dejado en el alma. Pues bien, la virtud de la penitencia es la encargada de poner coto a todo este desorden. Realizando actos que se oponen al “desorden establecido” con el que nace todo hombre que viene a este mundo. Y la penitencia —que para un hombre corriente radica en negarse una y otra vez en cosas pequeñas, ordinarias— va metiendo orden, serenidad, paz en el alma.

Idea clara, la penitencia, como virtud cristiana, es una virtud alegre (una “virtud triste” es siempre una “triste virtud”). Alegría y naturalidad que deben penetrar las obras de penitencia, según mandato expreso de Jesucristo: “Cuando ayunéis, no os pongáis tristes, como los hipócritas…”.

Para los que no comprenden que el Cristianismo es camino de rosas… y espinas, para que se afirmen más en su idea los que sí lo comprenden copio aquí las palabras de un cristiano de nuestro tiempo, hablando de la penitencia: “No tiene por objeto dominar nuestra vitalidad natural. Es, más bien, como la clavija de una cuerda de violín. No se gira para que se rompa la cuerda, sino para que se coloque en el punto exacto que produce unas notas maravillosas para regalo de nuestro Padre Celestial…”.

Pedro Rodríguez

El desierto

1.- De Jerusalén a Jericó hay unos 35 km. Pasa uno en tan poca distancia de 750m sobre el nivel del mar a 400m por debajo. Pero lo impresionante del viaje no resulta ser este desnivel, lo asombrosos es que se atraviesa de oeste a este el desierto de Judá. Si uno viaja libre de las ataduras de agencias de viajes, le es posible aparcar el vehículo al lado de la autovía y adentrarse por la arena, hacia algún rincón de wadi. Es suficiente apartarse muy poco, lo necesario para que desaparezca de la vista todo rastro técnico y ver sólo la absoluta realidad de esta naturaleza. Y sumergirse, como quien bucea en una poza, en el desierto. Y luego forzar la vista, para tratar de ver, en algún repliegue, al Jesús del que nos habla el evangelio de hoy. Lo que más sorprende entonces, es descubrir lo pequeñita que resulta su figura, en la inmensidad absoluta del áspero paisaje. Escoger, como lo hizo Jesús, un paraje así es, ya de entrada, un acto de humildad. La vida histórica de Cristo trascurrió toda ella revestido y empapado de esta virtud.

Lo sabía como cualquier fiel israelita, lo había leído en el relato de Tobías (12, 8-9) Los cimientos de la vida espiritual son la oración, el ayuno y la limosna. Jesús tenía conciencia de que su estancia entre nosotros era, ella misma, una dádiva. Lo demostró después curando y alimentando a multitudes. No era necesario añadir ni un céntimo más. Para completar y consolidar su testimonio, para afianzar los cimientos, le cabía habitar en el desierto y en él orar. Rezar con la absoluta dedicación que solo este ambiente posibilita. Y ayunar, abstenerse de alimento, para la total dedicación a la misión que estaba a punto de inaugurar oficialmente.

3.- Mis queridos jóvenes lectores ¡cuánto desearía poder pasar con vosotros una tal experiencia! Pasar un rato caminando, mientras la arena se mete por los pies, ausente el suelo de cualquier vegetación exuberante, es indecible. En acabando el rato de reflexión, nada hay que contar, ni siquiera sacar fotos. A las pocas y pequeñas hierbas espinosas, les falta espectacularidad. No obstante, la pobreza sensorial resulta una experiencia inolvidable y asombrosa. El desierto es lugar de lo absoluto y paraje contemplativo. Pero es lugar de lucha espiritual, de aventura interior. Jesús lo sabe y de aquí que, antes de iniciarse en una empresa que será toda ella luchar contra dificultades, roturar caminos e iluminar senderos, se entregue a esta experiencia.

Soledad absoluta, silencio total. ¿Buscamos y nos entregamos a una tal situación? Empapados de vaciedad de uno mismo, llega el momento de la prueba. En el caso de Jesús se trata de vencer el hambre biológica, mediante el capricho del milagro improvisado, trasformando piedras en panes. No, el hombre no es siervo de la comida, contestará. Su dependencia es de la Palabra de Dios, que le dará mucho más de lo que ansía. ¿Obramos nosotros de esta manera y sabemos abstenernos de innecesarios gustos?

4.- El deseo del poder y el poseer, de dominar y hasta, si es posible, de esclavizar al prójimo, anida en lo más profundo del corazón humano. Proponer a alguien ser presidente mundial, gerente universal, gobernador general, propietario latifundista, a cambio únicamente de un sencillo gesto de sumisión, de adoración, es un gran reto. Hay que ser grande espiritual y ver la pequeñez de todo ello. Hay que reconocer que sólo a Dios se debe adorar, para salir vencedor del trance. Jesús aquí se encuentra como Eva en el Paraíso, debe escoger, y sabe hacerlo. Cumple con la misión que le encomendó su Padre. No aprecia salvajes autonomías, debe ser fiel servidor. ¿Tenemos la valentía de escoger siempre la fidelidad, aunque a tal opción le falte “salidas profesionales?

La vanidad no es como se cree vulgarmente un defecto femenino. A vuestra satisfacción, mis queridas jóvenes lectoras, por ser admiradas por vuestra belleza o elegancia, corresponde el goce de deslumbrar con proezas deportivas, sean en moto o en espectaculares expresiones de sentirse superiores a los demás, por parte de vuestros compañeros. Son puros ejemplos. A Jesús se le propone algo grande: saltar, dejarse caer desde un lugar emblemático: una de las esquinas de la explanada del Templo. Aterrizar suavemente. (He estado en el lugar, a la altura de la muralla que sustenta la gran superficie, se añade el declive excavado por el torrente Cedrón, de manera que la altura parece inmensa. Aun sin caer en vertical el valle, da vértigo asomarse). Lanzarse y posar los pies sin dañarse, sería una proeza de la que todos hablarían, el éxito inicial que aseguraría el triunfo de cualquier campaña. Pero no, no es esta la opción que ha hecho al salir del seno del Padre y habitar entre nosotros. No se medirá su valer por hazañas pasajeras. ¿No tomamos nosotros decisiones por el puro placer de fardar ante los demás? Si así obramos no va nuestra vida por el camino de Jesús.

5.- De nuevo el demonio muerde la derrota y se retira. Sabrá hacerlo mejor después y a Jesús le resultará más difícil vencer la tentación. Será el día de Getsemaní. Le fue difícil porque aquel día tenía próximos a sí a algunos de sus amigos apóstoles y, en su mente divina, nos tenía presentes a nosotros, con nuestros pecados, de acción, de indiferencia y omisión. No fue hambre como en el desierto, fue sudor de sangre, lo que hubo de padecer. Os hablare otro día de ello, pero no podía silenciar la última y enigmática palabra, de la lectura evangélica de hoy.

Pedrojosé Ynaraja

La tentación vive arriba

Muchos recordamos la película “La tentación vive arriba”. En esta comedia, un hombre de mediana edad, que se ha quedado solo mientras su familia está de vacaciones, empieza a imaginarse una relación con una joven que se ha instalado en el piso de arriba. La película muestra cómo él intenta resistirse a la tentación pero, a la vez, se siente atraído por ella una y otra vez. Por eso, tomando el título de la película, se utiliza la expresión “la tentación vive arriba” cuando nos referimos a lo muy cerca que tenemos la ocasión de caer en la tentación y, por tanto, pecar.

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma nos ofrece siempre el relato de las tentaciones que Jesús sufrió en el desierto. La versión según san Lucas añade un detalle al final: Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión. La tentación no es algo que se venza de una vez para siempre; “la tentación vive arriba”, muy cerca, y nos va a llegar en múltiples ocasiones y maneras, unas veces más claramente, otras de una forma sutil, seductora. Y, como el protagonista de la película, nos encontraremos con el dilema de querer resistirnos pero, a la vez, sentirnos atraídos y querer caer.

Las tres tentaciones de Jesús resumen tres tipos de tentación que “viven arriba”, muy cercanas, y que todos sufrimos en diferentes formas y grados en nuestra vida cotidiana:

Di a esta piedra que se convierta en pan es la tentación de centrar nuestra vida sólo en lo material. Por esta tentación, nuestro mayor esfuerzo e interés lo ponemos en poseer, en consumir aunque no nos haga falta, en pasatiempos y distracciones, y acabamos “no teniendo tiempo” para Dios, ni para la parroquia, ni para asumir un compromiso evangelizador, fruto de la fe que decimos tener.

Te daré el poder y la gloria de todo eso… es la tentación de “endiosarnos”, de sentirnos poderosos, superiores a otros, de querer recibir alabanzas y reconocimientos, y de controlar a los demás, aunque sea en el pequeño círculo de nuestra vida.

Tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles para que te cuiden” es la tentación de pretender justificar desde Dios lo que son nuestras propias ideas, decisiones y actos, que llevamos a cabo sin habernos detenido previamente en la oración a averiguar si es lo que Dios nos pide, o no.

En resumen: la “tentación que vive arriba” de todos nosotros, aunque no lo reconozcamos expresamente, es prescindir de Dios, que Él no sea el centro de nuestra vida, sino serlo nosotros.

La Cuaresma es el tiempo de gracia que la Iglesia nos ofrece para reconocer las tentaciones que nos acechan y, una vez reconocidas, “descentrarnos” y poner a Dios en el centro de nuestra vida y nuestro amor. Y las lecturas de este domingo nos ofrecen varias pistas para ello.

Podemos hacer memoria, “re-cordar”, volver a pasar por el corazón la acción de Dios en nuestra vida, como indicaba la 1ª lectura: Mi padre fue un arameo errante… Los egipcios nos maltrataron… El Señor nos sacó con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar… En Cuaresma podemos pensar en nuestra vida, por dónde hemos ido errando, en qué esclavitudes hemos caído, cómo ha obrado el Señor, qué signos ha realizado para que lleguemos a nuestra situación actual… y reconocer que no se ha debido a nuestros méritos, sino a que Él ha estado en el centro de nuestra vida, presente y activo.

En el Evangelio, Jesús nos indica el mejor modo de “descentrarnos”: Está escrito… La Palabra de Dios es la que nos va a enseñar a identificar nuestras tentaciones y a poner a Dios en el centro.

Y, si “la tentación vive arriba” y nos ronda constantemente, también la Palabra está cerca de ti, como nos recordaba la 2ª lectura. Una Palabra que no sólo debe ser leída (la tienes en los labios…), sino sobre todo orada e interiorizada (…y en el corazón). La Cuaresma nos ofrece un tiempo de gracia para situar la Palabra de Dios en el centro de nuestra espiritualidad, para alimentarnos de ella.

Estamos al comienzo del camino cuaresmal, pero no lo recorremos solos. Igual que el Espíritu fue llevando a Jesús durante cuarenta días por el desierto, también el Espíritu nos va a acompañar a nosotros durante toda la Cuaresma y la Pascua, hasta Pentecostés, para enseñarnos a reconocer la tentación, para ayudarnos a vencerla, para que la Palabra de Dios esté en nuestros labios y en nuestro corazón y así podamos alcanzar la salvación que Jesús nos trajo con su Pasión, muerte y Resurrección.