Comentario – Martes I de Cuaresma

Mt 6, 7-15

Después del amor —el servicio concreto a los
demás—… la segunda consigna es: orar.

Después de la página evangélica de ayer, encarada toda ella hacia la «vida» concreta y a la «acción» práctica, Jesús nos recuerda hoy una dimensión esencial de toda vida profunda: la oración.

Para esta cuaresma, ¿he previsto dedicar más tiempo a la oración… más tiempo de lo acostumbrado?

Cuando oréis, no chachareéis…

Primera consigna: no charlotear, no chacharear, no acumular palabras… Jesús nos invita a la simplicidad, a la interioridad, al silencio. Uno puede orar sin decir palabras, simplemente saboreando la presencia de Dios, permaneciendo «ante El» así, sin más. ¡Tú estás ahí! Yo estoy contigo.

Como hacen los gentiles, que se imaginan que serán oídos a fuerza de palabras.

Evidentemente los paganos tienen también auténticas plegarias.

Pero la tendencia del paganismo, que es también la nuestra es tratar de «tener a Dios en la mano» de «forzar su decisión»: por la abundancia de ritos mágicos, por su insistencia, piensan tener derecho a obtener lo pedido… «dando, dando» … Piensan: yo he hecho todo lo necesario, Tú debes atender mi súplica.

No queráis imitarlos, pues bien sabe vuestro Padre de lo que habéis menester.

La imagen del verdadero Dios, tan opuesta a la de los «falsos dioses», es simple y emocionante: es «¡vuestro Padre!» Antes de abrir vuestra boca, sabe todo lo que vais a pedirle.

No son necesarias muchas palabras, cuando se es amado: se adivina con medias palabras… Cuando empiezo una plegaria, Dios, mi Padre, ya está allí. Me esperaba, sus oídos atentos, su mirada de amor… como un padre amoroso, como una madre amorosa…

Ved cómo habéis de orar: Padre nuestro…

Hay que repetirlo porque es verdad: Jesús ha usado aquí la palabra hebrea «abba». Es la palabra más familiar de la lengua hebrea, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como «¡papaíto querido!» Siempre tenemos tendencia a volver a las concepciones filosóficas, o «religiosas» sobre Dios: el ¡Ser supremo! aquel con quien debemos congraciarnos.

Que estás en los cielos… santificado sea tu nombre…

La proximidad natural del niño con su padre no le quita una cierta reverencia, un cierto respeto. Este Padre, tan cercano y tan amoroso, es también el «muy santo’, el «perfecto»: permanecemos admirados delante de El, es tan grande. Y deseamos que nuestro Padre sea admirado, que su Nombre de Padre sea reconocido y «santificado».

Venga a nosotros Tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…

La «vida» de este Padre, su «santidad», ha sido comunicada, y nuestra plegaria esencial es ésta: que los hombres, sobre la tierra, reconozcan al Padre… que su proyecto de amor se realice. Lo que Dios quiere, lo que el Padre quiere, ¿qué es?

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal

El pan… el perdón de nuestros pecados… la victoria sobre el mal… Hay que volver a considerar a menudo cada una de estas fórmulas.

¿A quién he de perdonar para realizar el «reino» de Dios, su proyecto? ¿Qué forma concreta toma, para mí, la lucha contra el mal?

Noel Quesson
Evangelios 1

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