Lectio Divina – Jueves I de Cuaresma

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”

1.-Oración preparatoria.

Señor, gracias porque eres Tú quien nos mandas que recemos, que estemos en diálogo contigo. Muy pocas personas pueden presumir de tener un teléfono con línea directa con el Papa. Lo consideraríamos como un privilegiado. Aun así, tendría las horas muy limitadas. Y Tú nos dices que podemos dialogar contigo siempre que queramos, sin pasar por secretarios y en la hora que a nosotros nos venga bien.   ¿Por qué no consideramos la oración como un privilegio que Tú, Señor, ¿nos haces?

2.- Lectura reposada del Evangelio:  Mateo 7, 7-12

En aquel tiempo dijo Jesús: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y a la llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; ¿o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

El Señor, nos manda “pedir”, “llamar”. “buscar”. San Mateo nos dice que debemos pedir cosas buenas, pero el evangelista Lucas matiza más y nos dice que debemos pedir lo mejor de todo: El Espíritu Santo. Sólo el E. Santo puede convertir “la piedra en pan” y “la culebra en pescado”. Nos dice que llamemos, pero ¿en qué puerta? Sólo podemos llamar en la puerta de Aquel que nos ha dicho: “Yo soy la puerta”. Las puertas humanas se nos cierran muchas veces y nos dan con la puerta en las narices. Tu puerta está siempre abierta y detrás de esa puerta “estás tú”. Tú que nos abres, nos acoges, nos sientas a tu mesa y nos invitas a cenar contigo. Nos dices que “busquemos”, pero ¿cómo debemos buscar?  “Como busca la cierva corriente de agua”. Una cierva, con sus crías, atormentada por la sed, busca desesperadamente el agua. Para ella “beber es vivir” y “Dejar de beber es morir”. Sed ardiente, apasionada, visceral, “existencial” es lo que nuestro mundo necesita. Y, lamentablemente, ocurre lo contrario. “La acequia de Dios va llena de agua”. Pero el hombre moderno ha perdido la sed. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos “pedir”, “llamar”, “buscar”.

Palabra del Papa

¿Quién es el Dios a quien rezo?

«¿A quién rezo? ¿Al Dios omnipotente? Está demasiado lejos. Esto yo no lo siento, Jesús tampoco lo sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Un poco común en estos días, ¿no? Rezar al Dios cósmico. Esta modalidad politeísta que llega con una cultura superficial. Es necesario, en cambio, «orar al Padre», a Aquél que nos ha genera­do. Pero no sólo: es necesario rezar al Padre «nuestro», es decir, no al Padre de un genérico o demasiado anónimo «todos», sino a Aquél que te ha generado, que te ha dado la vida, a ti, a mí, como persona indi­vidual… Es el Padre que te acompaña en tu camino, quien conoce toda tu vida, toda; quien sabe lo que es bueno y lo que no es tan bueno. Conoce todo. Pero, esto no basta: si no comenzamos la oración con esta palabra no pronunciada por los labios, sino dicha por el corazón, no podemos rezar como cristianos (Homilía del Papa Francisco. 20-6-13).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio ya meditado. (Silencio).

5.- Propósito: Hoy me comprometo a rezar por los que no rezan, por los que no sienten necesidad de rezar.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, he comenzado dándote gracias por el privilegio de la oración, de poder dialogar contigo siempre que yo quiera, sin demoras ni interferencias. Al acabar quiero pedirte algo muy urgente: que despiertes entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo el deseo de estar contigo, de hablarte, de escucharte, de conocerte, de descubrirte como el Dios de la vida, de la libertad, de la alegría, del amor.

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Comentario – Jueves I de Cuaresma

Mt 7, 7-12

De nuevo la oración. El Padre quiere dar
cosas buenas a sus hijos

Pedid, y se os dará.

Buscad y hallaréis.

Llamad y se os abrirá.

Concepción resueltamente optimista.

Jesús está en perfecta familiaridad con Dios. Encuentra muy natural el ser escuchado. Y es también normal ver abrirse la puerta cuando se ha llamado a alguien.

Porque quien pide recibe.

Quien busca halla.

A quien llama se le abre.

Y Jesús repite las promesas.

Aquí, Señor, has hecho promesas muy precisas. Quiero escucharte, quiero creerte. Sin embargo…, ¡hay tantas plegarias aparentemente no atendidas! Quizá rezamos mal, quizá nos falta confianza y verdadera familiaridad con Dios. Quizá nos atiendes pero no en lo que te pedimos exactamente.

Es verdad que alguna vez he hecho esta experiencia: yo te pedía “una” cosa precisa, y no la recibí… pero recibí de ti y de mi propia oración, una gran paz, una inmensa aceptación interior. He sido yo el que he cambiado por mi oración. ¿Es así como acoges nuestras súplicas, Señor?

¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra o si le pide un pez, le da una serpiente?

De nuevo una imagen muy natural y familiar.

Cuando un niñito pide pan a su padre, no se le ocurrirá darle una piedra, o una serpiente.
Si soy padre o soy madre, mi oración puede ser muy concreta a partir de esta experiencia, con mis propios hijos. El mismo Jesús me lo sugiere. Y esta experiencia de amor paterno o materno puede hacerme comprender que ciertas plegarias no sean atendidas, aparentemente. Yo no doy siempre… no doy todo… lo que mis hijos piden. No para rehusárselo, ni para que sufran, sino por su mayor bien y porque les quiero.

Sí, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!

En este pasaje, toda la eficacia de la plegaria no procede de la testarudez, de la insistencia, del que pide… sino ¡de la bondad y del amor del que otorga! Aquí Jesús no carga el acento sobre la perseverancia en la oración, como lo hará en otros pasajes, sino en la benevolencia de Dios.

Dios es bueno, Dios ama. Dios es padre. Dios es madre. Dios quiere dar cosas buenas.
Necesito, quizá, llegar a descubrir que «lo que me sienta mal» aquello de lo que deseo estar libre, mis pruebas y contrariedades… contienen una gracia, y son, de tu mano una «cosa buena» a recibir. Misterio del sufrimiento que agranda a un ser. Misterio de la enfermedad, de la soledad, de la vejez.

Aquí abajo, no siempre sé lo que es un bien para mí. Tú lo sabes, Señor.

Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos.

He aquí lo que evitaría muchos contratiempos. Que sepa yo encontrar en ello mi alegría.

Noel Quesson
Evangelios 1

Saltitos de rana verde

1.- Creo que nos falta profundidad espiritual para entender este evangelio. Nosotros que vamos dando saltos cortos de rana verde de lo material a algo un poco más sobrenatural, si llega porque las más de las veces nos quedamos en lo puramente intelectual. Entendemos mejor esos evangelios en que vemos a Jesús por campos galileos hablando o curando a la gente sencilla.

Este evangelio de hoy nos puede parecer un montaje complicado del que los intérpretes sacan arcanas consecuencias. ¿Se pregunta uno qué es lo importante aquí: Moisés y Elías refrendando la actitud de Jesús? Eso no parece que impresionó demasiado a Pedro, que al ver que se le marchaban dio un grito tratando de impedir su desaparición… “Si no tenéis donde ir yo os haré tres tiendas de campaña.

Al ver las grandes figuras del Antiguo Testamento no pensó Pedro que allí se preparaba una sonada inauguración del Reino y que tal vez los planes de Jesús era ser presentado por esas grandes figuras del pueblo israelita ante una multitud como el verdadero Mesías… Y ahora se le van. Y cuando se marchaban dio el grito Pedro haciendo el ridículo porque no sabía lo que decía.

Tampoco se había dado cuenta Pedro de que Jesús había huido de la multitud y aun de la mayoría de sus apóstoles, y que allí estaban solos con Él, ellos tres, Pedro, Santiago y Juan. El Señor no preparaba una manifestación pública ante el pueblo, buscaba otra cosa más importante, que tenía que suceder en lo íntimo del corazón.

2.- ¿Qué fue lo importante de lo que sucedió allí? La luminosa transformación del Señor Jesús, la nube que los cubre, la majestad y gloría de Jesús. El postrarse de los tres apóstoles de que habla san Mateo, idéntica expresión que usa al describir a la multitud de discípulos que vieron a Jesús en el monte tras la resurrección, cuando reconocían a Jesús como Señor mío y Dios mío, todo está hablando de la cercanía de la divinidad.

Lo importante es que aquellos privilegiados discípulos tuvieron la experiencia de Dios en ese Jesús de carne y hueso, en la oscuridad luminosa de la nube, como un rayo de luz iluminó sus corazones y el amigo y compañero de cada día vislumbraron al ser infinito, lejano e íntimo, inmenso y pequeño, como a través del ventanal en la oscuridad de la noche se cree adivinar ese mar que se pierde en el horizonte a sabiendas de que aún allí no se acaba.

Se sintieron perdidos en eso que llamamos Dios, sin apenas saber lo que decimos.

En aquel “este es mi Hijo” oyeron el eco del Salmo 104 envolviendo a Jesús en su ritmo:

Arropado de luz cual regio manto

Su tienda de campaña la bóveda del cielo

Su carroza nube que vuela sobre el viento

El aire impetuoso su mensajero.

Vislumbraron quizás el misterio del mar inmenso absorbido en el hombrecillo sentado en la playa, paladearon en un segundo que su Jesús no era un hombre de Dios, un enviado de Dios, sino el mismo Dios, que su Dios y nuestro Dios es hombre.

Y tal vez comprendieron un poco de aquella resurrección de que Jesús hablaba tras su muerte. No era un milagro desde fuera, sino un poder desde dentro, que no era volver a esta vida, sino la posesión de una supervida.

Y esa experiencia –eso era lo importante– interna era lo que Jesús pretendía. Tres hombres que fueran testigos de corazón de que Jesús era el Señor de toda vida y que eso les diese esperanza segura tras su pasión y muerte.

3.- Esa experiencia de Dios, no conocimiento ni ciencia, porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir internamente de las cosas de Dios, la necesitamos todos, si queremos dejar de dar saltitos de rana verde y llegar al vuelo majestuoso del águila que se arranca de lo sucio y material de este mundo.

José María Maruri, SJ

Crecer en la escucha

Jesús, mi maestro y mi Señor,
yo quiero acercarme a Ti y a tu Evangelio
con un corazón de niño,
con ganas de ser enseñado por Ti.

Quiero acercarme a Ti
y quiero acercarme a la gente
con un corazón de niño
(por eso necesito lupas para ver-acoger):
sin arrogancias,
dispuesto a ver, a aprender,
dispuesto a compartir.

Jesús, mi Maestro y mi Señor,
quiero ser todo ojos
para verte y admirarte;
quiero ser todo oídos
para escuchar tus voz
y tus insinuaciones silenciosas;
quiero ser todo manos y todo pies
para seguirte cuando me llamas
y me invitas a la tarea-decisión;
quiero ser todo corazón
amando ciegamente a la gente que me das
como muestra tuya en la vida.

Jesús, quiero verte, escucharte a Ti,
quiero ver y escuchar a la gente,
quiero ver y escucharme a mí mismo,
quiero ver y escuchar a Dios.

Pplu-10

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Pedro, Juan y Santiago (28), estos tres Apóstoles son testigos de los principales hechos del ministerio de Jesús, y son los mismos que le acompañarán en su peor momento de sufrimiento en el Getsemaní (Mc14,33; Mt 26,37).

• La “montaña” (28), como símbolo, es lugar de la revelación de Dios (Ex 19,2-3) y, por esto mismo, lugar de oración (28). La “nube” (34-35) es signo de la presencia misteriosa de Dios (Ex 40,35). Lucas señala que Jesús se puso a orar, como lo ha hecho anteriormente, antes de realizar en el anuncio de su Pasión. La oración (dialogo con Dios) es la experiencia que subyace en los grandes y decisivos momentos de la vida de Jesús.

• La descripción del evangelista sobre el aspecto de Jesús, tiene resonancias en el libro del Éxodo cuando Moisés recibía la Ley: “Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos piedras que contenían el documento de la alianza. No se daba cuenta que le resplandecía toda la cara por el hecho de haber hablado con el Señor. Aarón y todos los israelitas vieron como le resplandecía la cara y no osaban acercársele” (Ex 34,29-30).

• Lo que ven los Discípulos, pese al sueño (32), tiene dos aspectos: la transfiguración de Jesús (29) y la aparición de Moisés y Elías (30-31). Moisés y Elías son dos personajes que habían hablado con Dios en la montaña del Sinaí. Y los dos acaban la vida de manera extraordinaria (Dt 34,6; 2Re 2,11).

• Moisés representa la Ley y Elías los Profetas. Por lo tanto, la Antigua Alianza. Ley y Profetas es lo que tenía el pueblo de Israel para escuchar Dios. Es como Dios se había manifestado anteriormente. Una tradición inspirada en el último anuncio del último de los profetas (Mal 3,23) aseguraba que Elías vendría a preparar el pueblo para que recibiera al Mesías. Ahora se manifiesta en Jesús, el “Hijo” (35). Él es el ápice –epifanía- de la manifestación histórica de Dios.

• “Hablaban con él de su muerte…” (31), es decir, de su “éxodo”, su Muerte, Resurrección y Ascensión (Lc 9,51). Estos hechos, entendidos a partir del éxodo de Egipto, tie- nen un carácter salvador. “Jerusalén” (31) será el escenario dónde tendrán lugar estos hechos salvadores. Lucas remarca mucho la importancia simbólica de Jerusalén, lugar que, según el Antiguo Testamento, Dios había escogido para residir y desde dónde se revelaría a todos los pueblos de la Tierra.

• La voz que sale de “la nube” (35) es parecida a la que se había sentido, desde el cielo, en el momento del Bautismo de Jesús (Lc 3,22). Entonces se dirigía a Jesús mismo, dándole identidad. Ahora (35), en cambio, se dirige a los Discípulos, para animarles en la fe y que les tiene que permitir reconocer Jesús como Hijo de Dios, y la invitación a escucharlo.

• En la afirmación que Jesús es “el elegido” (35), resuena Is 42,1 y 49,7, textos que se refieren al Siervo del Señor. Y en la invitación a escucharlo resuenan las palabras de Moisés: “El Señor, tu Dios, hará que en medio de ti, entre tus hermanos, se levante un profeta como yo. Escuchadlo” (Dt 18,15).

• Pedro, Santiago y Juan, como en el Getsemaní, “se caen de sueño” (9,32). Pedro propone instalarse en aquella experiencia (la misma tentación a Jesús que en Lc 4,3- 4). Lucas deja claro el contraste de la tentación de Pedro con la opción de vida asumida por Jesús. Por eso, inmediatamente después de bajar del monte, Jesús se ve frente al dolor y sufrimiento del pueblo, personificado en los gritos de un Padre que pide ayuda a Jesús para que libre a su hijo del sufrimiento (9,37-43).

Comentario al evangelio – Jueves I de Cuaresma

Pedir “cosas” a Dios puede ser peligroso, o al menos engañoso. Jesús nos dice que pidamos, pero no dice que nos darán justo lo que pidamos, sino “cosas buenas”. Y buenas a juicio de Dios, claro, no al nuestro.

Nos cuesta poco trabajo reconocer la grandeza de Dios como Aquel que es capaz de concedernos lo que necesitamos. Acudimos a Él para buscar algún “refuerzo” a nuestro esfuerzo humano, o para conseguir algo que no está a nuestro alcance. Él es el Todopoderoso, el único que puede ayudarnos.

Pero esa grandeza así reconocida, ese admitir que está más allá de todo lo terreno, de nuestras fuerzas y posibilidades, habrá que aplicarlo también para pensar que las “cosas buenas” a juicio de Dios no van a coincidir siempre con las “cosas buenas” según nuestro criterio humano. Y eso es lo difícil: aceptar que Dios siempre nos escucha cuando nos dirigimos a Él, pero no para concedernos todo lo que pedimos sin más, sino aquello que Él sabe que nos conviene. ¿No hacen eso los padres con sus hijos pequeños?

Por eso, el mensaje no es: “pedid para que os dé”. El mensaje del Evangelio de hoy es: “soy Padre, siempre estoy a la escucha, sólo quiero lo mejor para vosotros; poneos en actitud de contar conmigo, de recibir todo lo que estoy deseando daros, de aprovechar todas los puertas que os puedo abrir, de aprender cómo os trato para que tratéis así a los demás…”

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves I de Cuaresma

Hoy es Jueves I de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 7-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».

Hay un esquema de oración en el que nos formamos la mayoría de los cristianos: pedirle a Dios que está “arriba”, en el cielo, algo que yo necesito en la tierra. Y Dios,si es su voluntad, me lo puede conceder. Y así muchos de nosotros aprendimos a rezar. Pedirle a Dios algo y Él nos lo daba o no, de acuerdo a su voluntad. Esto se comprueba fácilmente. El otro día les preguntaba a un grupo de adolescentes: “Tenemos dos personas enfermas de cáncer, A y B. Supongamos que nosotros rezamos con igual fuerza y constancia para que los dos se salven de su enfermedad y solamente se salva A, Dios… ¿a quién escuchó?” La respuesta fue unánime: “A los que rezaron por A”. Me permito decir que no es así. Dios escucha atodos. Dios no quiso la muerte de B. Dios no quiere la muerte de nadie. Dios quiereque “todos los hombres se salven y lleguen el conocimiento de la verdad” en palabras de Pablo. El problema es que nosotros muchas veces rezamos para pediralgo que nos va a beneficiar a nosotros. Claro que lo que muchas veces es beneficio para algunos es miseria para otros. Más en este sistema capitalista neoliberal en su vertiente más salvaje, condenado por la Iglesia. Pero en el caso dela enfermedad, no le podemos pedir a Dios resultados exitosos. Lo que podemos pedir es que sepamos afrontar la enfermedad, el dolor y aún la muerte desde la única perspectiva creyente, que es la de Jesús: unirse a él. Muchas veces cuando rezamos, ya le estamos diciendo a Dios lo que tiene que hacer, decir o arreglar. Y la cosa es al revés. En la oración, Dios es el que nos pide. Nos llama. Nos busca. Y porque hace esto, nosotros podemos hacerlo con nuestros hermanos. La oración es para pedirle a Dios que nos ensanche el corazón para poder escuchar cada vez más a mí mismo, a mis hermanos, a Dios. Rezamos para que el corazón se nos haga cada vez más grande, no para exigirle a Dios resultados conforme a lo que nosotros pensamos es lo mejor, lo correcto y mucho menos lo exitoso. Pedirle a Dios cosas y enojarnos con Él porque no nos lo da en tiempo y forma, es de chiquitos. Nosotros apuntamos más alto. No le pedimos a Dios cosas. Le pedimos lo bueno. Lo que necesitamos para convertirnos. Lo que precisamos para ser mejores discípulos. Para poder salir al encuentro de aquellos que sienten la vida y la fe más amenazada. Rezamos para hacernos más humanos en un sistema que expulsa a la humanidad. Recemos hermanos y hermanas, para ser cada vez más aquello que Dios nos llama a ser: nosotros mismos. Un abrazo enorme en el Corazón de Jesús.

P. Sebastián García

Liturgia – Jueves I de Cuaresma

JUEVES DE LA I SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

  • Est 4, 17k. l-z. No tengo más defensor que tú.
  • Sal 137. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
  • Mt 7, 7-12. Todo el que pide recibe.

Antífona de entrada          Sal 5. 2-3
Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios mío.

Monición de entrada y acto penitencial
Las lecturas de hoy nos recuerdan el tema de la oración de petición. Un tema nada fácil, que, a veces es motivo de desconcierto. Las palabras de Jesús invitándonos a pedir, a buscar, a llamar, pueden conducirnos a creer que cuanto pedimos a Dios ha de tener respuesta inmediata.

¿Por qué acudir a Dios a pedirle ayuda si Él ya nos lo ha dado todo? Porque nos vemos limitados, con carencias, con necesidades que, con frecuencia, nos desbordan. Es la reacción lógica de quien siente que las cosas no encuentran salida y acude a Dios manifestando esa necesidad. La oración es una forma de expresar que no vivimos perdidos en un absurdo, sino que contamos en nuestra existencia con un Padre que es amor y del que solo hemos de esperar bondad.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
Concédenos, Señor,
la gracia de conocer y practicar siempre el bien,
y, pues sin ti no podemos ni siquiera existir,
haz que vivamos siempre según tu voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios, nuestro Padre del cielo, que da siempre cosas buenas  a los que le piden.

1.- Para que proteja y guíe a toda la Iglesia. Roguemos al Señor.

2.- Para que inspire trabajar acertadamente por la justicia y la paz a los que gobiernan. Roguemos al Señor.

3.- Para que consuele a los que sufren cualquier clase de tribulación. Roguemos al Señor.

4.- Para que escuche la oración de los que le suplicamos. Roguemos al Señor.

Señor, Dios nuestro, te invocamos con fe y confianza; escúchanos, y haz que experimentemos tu poder y tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo,
y, al escuchar nuestras plegarias
y aceptar nuestras ofrendas,
convierte hacia ti nuestros corazones.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Mt 7, 8
Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

Oración después de la comunión
Señor, Dios nuestro,
concédenos que este sacramento,
garantía de nuestra salvación,
sea nuestro auxilio en esta vida
y nos alcance los bienes de la vida futura.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
Te rogamos, Señor,
que la misericordia esperada
descienda sobre los que te suplican
y concédeles la abundancia de los bienes del cielo,
de modo que sepan bien lo que han de pedir
y obtengan lo que han solicitado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.