Hoy es Jueves I de Cuaresma.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 7-12):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».
Hay un esquema de oración en el que nos formamos la mayoría de los cristianos: pedirle a Dios que está “arriba”, en el cielo, algo que yo necesito en la tierra. Y Dios,si es su voluntad, me lo puede conceder. Y así muchos de nosotros aprendimos a rezar. Pedirle a Dios algo y Él nos lo daba o no, de acuerdo a su voluntad. Esto se comprueba fácilmente. El otro día les preguntaba a un grupo de adolescentes: “Tenemos dos personas enfermas de cáncer, A y B. Supongamos que nosotros rezamos con igual fuerza y constancia para que los dos se salven de su enfermedad y solamente se salva A, Dios… ¿a quién escuchó?” La respuesta fue unánime: “A los que rezaron por A”. Me permito decir que no es así. Dios escucha atodos. Dios no quiso la muerte de B. Dios no quiere la muerte de nadie. Dios quiereque “todos los hombres se salven y lleguen el conocimiento de la verdad” en palabras de Pablo. El problema es que nosotros muchas veces rezamos para pediralgo que nos va a beneficiar a nosotros. Claro que lo que muchas veces es beneficio para algunos es miseria para otros. Más en este sistema capitalista neoliberal en su vertiente más salvaje, condenado por la Iglesia. Pero en el caso dela enfermedad, no le podemos pedir a Dios resultados exitosos. Lo que podemos pedir es que sepamos afrontar la enfermedad, el dolor y aún la muerte desde la única perspectiva creyente, que es la de Jesús: unirse a él. Muchas veces cuando rezamos, ya le estamos diciendo a Dios lo que tiene que hacer, decir o arreglar. Y la cosa es al revés. En la oración, Dios es el que nos pide. Nos llama. Nos busca. Y porque hace esto, nosotros podemos hacerlo con nuestros hermanos. La oración es para pedirle a Dios que nos ensanche el corazón para poder escuchar cada vez más a mí mismo, a mis hermanos, a Dios. Rezamos para que el corazón se nos haga cada vez más grande, no para exigirle a Dios resultados conforme a lo que nosotros pensamos es lo mejor, lo correcto y mucho menos lo exitoso. Pedirle a Dios cosas y enojarnos con Él porque no nos lo da en tiempo y forma, es de chiquitos. Nosotros apuntamos más alto. No le pedimos a Dios cosas. Le pedimos lo bueno. Lo que necesitamos para convertirnos. Lo que precisamos para ser mejores discípulos. Para poder salir al encuentro de aquellos que sienten la vida y la fe más amenazada. Rezamos para hacernos más humanos en un sistema que expulsa a la humanidad. Recemos hermanos y hermanas, para ser cada vez más aquello que Dios nos llama a ser: nosotros mismos. Un abrazo enorme en el Corazón de Jesús.
P. Sebastián García