Lectio Divina – Viernes I de Cuaresma

“Jesús nos enseña a hilar con hilo fino”

1.- Oración introductoria.

Señor, quiero escuchar bien tu Palabra. Y la quiero escuchar no sólo con el oído externo sino con el oído interior, con el oído del corazón. Y quiero que esas tus palabras se ahonden dentro de mí,  me penetren y se hagan norma de mi vida. Son palabras  recias,  exigentes. Sé que yo solo  no las puedo cumplir;  por eso te pido que me envíes al Espíritu Santo con sus dones. Con Él todo será fácil, sencillo, incluso placentero.

2.- Lectura reposada de Palabra del Señor. Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos. Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: «No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal.» Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo. Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

3.- Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión

El Señor nos dice en este evangelio que debemos ser seguidores de Jesús, discípulos de Jesús. Y el discípulo auténtico tiene siempre a Jesús como norma y modelo. Por eso nos invita “a ser mejores que los demás”. Y los demás tal vez crean que es suficiente evitar las obras externas. Es común decir entre la gente: “Yo ni robo ni mato”. Y no caen en la cuenta de que no sólo es pecado robar la cartera, es pecado robar la fama, robar la inocencia,  robar la esperanza, robar la alegría de nuestros hermanos. Se puede robar de muchas maneras. Lo mismo se puede decir del matar. No sólo se mata con una pistola o un cuchillo. Se puede matar “con la lengua” que es como una espada de doble filo. Hay palabras que son puñales. Podemos despellejar a las personas aunque no clavemos ni un alfiler en su piel. Lo que nos pide el evangelio es que descubramos la raíz del mal y lo evitemos desde el principio. Si yo tengo un pensamiento de ira o venganza contra una persona y después fomento el deseo y lo avivo siempre que me encuentro con esa persona, al final aquello que al principio era una pequeña llama fácil de apagar, poco a poco ha crecido y ha provocado un incendio en mi corazón de modo que  ya no lo puedo sofocar.  Respecto al cuidado que debemos tener a la hora de presentarnos a celebrar la Eucaristía, el Evangelio no dice: “Si tú tienes algo contra tu hermano” sino “si tu hermano tiene algo contra ti”. Aunque la culpa esté en  tu hermano, debes acortar el camino y adelantarte. ¿Por qué? Porque Dios siempre nos toma a nosotros la delantera.

Palabra del Papa

“En las tablas de la ley está la ley hacia Dios y la ley hacia el prójimo y las dos van juntas. Yo no puedo decir: ‘Pero, no, yo cumplo los tres primeros mandamientos… y los otros más o menos’. No, si tú no haces estos, esos no puedes hacerlos y si tú haces eso, debes hacer esto. Están unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si tú quieres hacer penitencia, real no formal, debes hacerla delante de Dios y también con tu hermano, con el prójimo.Y como dice el apóstol Santiago, puedes tener mucha fe pero si no haces obras, no sirve de nada. Uno puede ir a misa todos los domingos y comulgar, y se puede preguntar: ¿cómo es tu relación con tus trabajadores? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿También pagas la contribución para la pensión? ¿Para asegurar la salud?Esos hombres y mujeres de fe que dividen las tablas de la ley: ‘sí, sí, yo hago esto’ – ‘¿pero tú das limosna?’ – ‘sí, sí, siempre envío el cheque a la Iglesia’ – ‘Ah, muy bien. Pero a tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti -ya sean hijos, abuelos, trabajadores- ¿eres generoso, eres justo?’ Tú no puedes hacer ofrendas a la Iglesia sobre los hombros de la injusticia que haces con tus trabajadores. Esto es un pecado gravísimo: es usar a Dios para cubrir la injusticia”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 20 de febrero de 2015, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito Si estoy distanciado de alguna persona, daré yo el primer paso para la reconciliación.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de sus  palabras. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, veo que hilas demasiado fino. No sólo miras las obras externas sino lo interior, aquello que se esconde dentro del corazón. Reconozco que soy tosco, burdo, pintor de brocha gorda. Dame finura, delicadeza, elegancia, en el trato con mis hermanos. Que no me limite a pasar por la vida “sin hacer mal a  nadie” sino “haciendo siempre el  bien a todos”.

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Comentario – Viernes I de Cuaresma

Mt 5, 20-26

Ser “bueno” hasta el fondo del ser.
Amar hasta a nuestros enemigos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás»… Pero yo os digo: «No os irritéis contra vuestro hermano …

¡Qué diferencia, en efecto!

Jesús viene a completar la Ley. Moisés había prohibido matar. Esto era ya encaminar la humanidad hacia la no violencia, hacia el amor fraterno. Pero todo quedaba muy elemental muy negativo.

Jesús va hasta el fondo del problema. Interioriza la ley: no es sólo el gesto exterior lo malo, lo es ya la «cólera» que puede inducir a ello… y las injurias verbales, las disputas que envenenan las relaciones humanas. Llamar a alguien «imbécil» o «descreído» es ya ser culpable de no-amar.

A la luz de estas palabras, examino mis relaciones humanas. En este tiempo de cuaresma, es bueno proyectar esa luz exigente sobre mis relaciones cotidianas. ¿Me dejo llevar por mi temperamento? ¿Soy despreciativo? ¿Soy duro en mis palabras?

Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar…

Una vez más Dios toma partido.

Si hay discordia entre los hombres, la relación con Dios también se rompe. ¡Dios rehúsa la muestra de amor que pretendemos darle, cuando no amamos también a sus hermanos!

Y la pobre «ofrenda» queda allí, en ‘pana’ ante el altar… Dios se hace fiador de nuestras relaciones humanas. Nos dice: Antes de tener relaciones correctas conmigo, tenedlas primero entre vosotros. La caridad fraterna pasa delante del culto.

Vé primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda.

No se trata aquí de un sentimentalismo fácil que evite las verdaderas cuestiones. Ha habido una fisura. Se han disputado y ya no se hablan.

No se trata tampoco de que el otro dé el primer paso, como suele decirse. «Estoy dispuesto… cuando él quiera, por mi parte estoy a punto. ‘Jesús afirma, precisamente, la postura inversa: Es suficiente que yo me de cuenta de que el otro tiene algo contra mí… debo, yo ir a su encuentro, dar el primer paso.

¡Solamente entonces mi ofrenda será agradable a Dios! Quizá no me detengo suficientemente sobre esta frase, creyendo que no se aplica a mi caso exactamente. ¿Estoy seguro de que no debo a nadie ninguna explicación?

Muéstrate conciliador con tu adversario…

Pero, ¡si no tengo adversario, Señor! ¡Tú hablas para los otros! ¿Es cierto esto?
¿Me enervan los que no piensan como yo? ¿Por qué su temperamento es tan diferente al mío? ¿Por qué tiene gustos culturales, políticos, litúrgicos, etc. opuestos a los míos? ¿Por qué me hace a veces, unas observaciones desagradables que me hieren?

Reconciliarme… ponerme de acuerdo con…

Señor, ¿qué es lo que nos pides con ello?

Sencillamente: ¡la cualidad de nuestras relaciones humanas! No resignarse a los meros rompimientos. Construir una sociedad en la que reine el amor, en la que se recomponga sin cesar lo que sin cesar se descompone. Apreciemos esto. Comprometerse en la reconciliación. Es un principio esencial de supervivencia, para las personas, las familias, las profesiones, las razas, los grandes bloques, y simplemente… de una generación a otra.

Noel Quesson
Evangelios 1

Misa del domingo

San Lucas, al introducir el relato del episodio de la transfiguración en su Evangelio, establece un vínculo con otro episodio ocurrido previamente: «Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar» (Lc 9, 28). Esta referencia se ha omitido en la lectura del Evangelio de este Domingo, siendo sustituidas con las palabras “en aquel tiempo”.

¿Cuáles son aquellas “palabras” a las que hace referencia San Lucas, pronunciadas ocho días antes del acontecimiento de la transfiguración del Señor en el monte? Se trata del diálogo que el Señor sostuvo con sus discípulos sobre su identidad y misión (ver Lc 9, 18-26). En aquella ocasión había preguntado a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Luego el Señor les preguntó sobre lo que ellos pensaban: «y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro tomó entonces la palabra y dijo: «El Ungido de Dios» (Lc 9, 20), esto quiere decir, el Mesías prometido por Dios a Israel, el descendiente de David, el caudillo que habría de liberar a Israel del poder de sus enemigos (ver Lc 1, 71) e instaurar definitivamente el Reino de Dios en la tierra.

En aquella misma ocasión el Señor revelaba a sus Apóstoles que Él, el Ungido de Dios, el Mesías esperado de Israel, distaba lejos de ser el Mesías político que ellos se imaginaban. Él, en vez de imponerse triunfante sobre sus enemigos, debía «sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día» (Lc 9, 22). Asimismo les advertía que si querían ser sus discípulos y seguidores, debían estar dispuestos a participar de su destino ignominioso: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9, 23). Quedaba claro que Él no prometía la gloria humana a quienes querían seguirlo. Quien quería ser su discípulo debía renunciar a buscar tal gloria y seguir al Señor como aquellos reos condenados a la crucifixión: cargando con su propio instrumento de escarnio y ejecución.

«Unos ocho días después de estas palabras» el Señor Jesús manifestará a Pedro, Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su humanidad. La luminosidad de sus vestidos manifiesta su divinidad. ¿No está Dios «vestido de esplendor y majestad, revestido de luz como de un manto» (Sal 104, 1-2)? El Mesías no es tan sólo un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho hombre.

En el momento de su transfiguración aparecieron dos hombres, Elías y Moisés, conversando con Jesús: Moisés representa “la Ley” y Elías “los Profetas”, el conjunto de las enseñanzas divinas ofrecidas por Dios a su Pueblo hasta entonces. Toda la escena tiene al Señor Jesús como centro. Él está muy por encima de sus dos importantes acompañantes.

En cuanto al contenido del diálogo San Lucas especifica que «hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén» (Lc 9, 31).

El momento que viven los tres apóstoles es muy intenso, por ello Pedro ofrece al Señor construir «tres carpas»: una para Jesús, otra para Moisés, otra para Elías. Se consideraba que una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en carpas o tiendas. La manifestación de la gloria de Jesucristo en su transfiguración sería interpretada por Pedro como el signo palpable de que ha llegado el tiempo mesiánico, su manifestación.

Mas en el momento en que Pedro se hallaba aún hablando «llegó una nube que los cubrió». La nube «es el signo de la presencia de Dios mismo, la shekiná. La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora “con su sombra” también a los demás.» (S.S. Benedicto XVI)

De esta nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo, mi elegido; escúchenlo». Es la voz de Dios, la voz del Padre que proclama a Jesucristo como Hijo suyo y manda escucharlo. El Señor Jesús es más que Moisés y Elías, está por encima de quienes hasta entonces habían hablado al Pueblo en nombre de Dios, Él ha venido a dar cumplimiento a la Ley y los Profetas (ver Mt 5, 17), Él es la plenitud de la revelación: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos. El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Heb 1, 1-3). Así, pues, al Hijo es a quien en adelante hay que escuchar: hay que prestar oídos a sus enseñanzas y hacer lo que Él diga (ver Jn 2, 5).

La Transfiguración del Señor en el monte Tabor, más allá de ser una manifestación momentánea de la gloria de su divinidad, quiso ser como un anticipo de su propia Resurrección así como también una pregustación de la gloria de la que participarán aquellos que tomando su propia cruz sigan al Señor (ver Lc 9, 23). El Señor enseñaba a sus discípulos que si bien no hay cristianismo sin Cruz, ni tampoco hay Pascua de Resurrección sin Viernes de Pasión, no todo queda en el Viernes de Pasión, sino que éste es camino a la Pascua de Resurrección y a la Ascensión. Para quien sigue al Señor, la Cruz es y será siempre el camino que conduce a la Luz, a la gloriosa transfiguración de su propia existencia. La Transfiguración es, por tanto, «el sacramento de la segunda regeneración», signo visible y esperanzador de nuestra futura resurrección (ver la segunda lectura; también el Catecismo de la Iglesia Católica, 556).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Recordemos las tentaciones a las que el Señor Jesús fue sometido por Satanás en el desierto. En una de ellas el Demonio le prometía la gloria del mundo entero, con una sola condición: «Te daré el poder y la gloria de todo eso… si tú te arrodillas delante de mí» (Lc 4, 6-7). Sin mucho esfuerzo, tan sólo adorándolo, tendrá en un instante: poder, riqueza, fama.

Como al Señor Jesús, también a nosotros el Diablo nos ofrece “la gloria del mundo” con sólo adorarlo: fama, reconocimiento, poder, dominio, riquezas, placer sin límites morales. ¡Cuántos buscan esa gloria cada día! Mas la gloria que ofrece el Príncipe de este mundo es engañosa, no sacia el anhelo de infinito, de felicidad y plenitud del ser humano. La gloria que ofrece a quien se arrodille ante él es vana. Hoy son muchos los que inconsciente o conscientemente, de una o de otra manera, “venden su alma” al Demonio para gozar un tiempo fugaz de “gloria”. Son los que hincan sus rodillas ante los ídolos del poder, del placer, del tener, ofreciéndoles como sacrificio su propia vida. Procediendo de este modo, ciertamente ganan «el mundo entero», pero ellos mismos se pierden y arruinan (ver Lc 9, 25).

El Señor ha venido a salvar al ser humano, a reconciliarlo. No quiere que nadie se pierda. Él conoce los más profundos anhelos del corazón humano y sabe cómo saciar verdaderamente sus anhelos de gloria, de grandeza. A diferencia del padre de la mentira que ofrece una gloria vana, pasajera, el Señor ofrece a todo el que crea en Él la gloria auténtica, la que verdaderamente realiza al ser humano. Un destello de esa gloria es la que muestra cuando en el monte Tabor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan. Es ésa la gloria de la que Dios ha querido y quiere hacer partícipe a su criatura humana.

Como vemos por el testimonio de Pedro, la participación de esa gloria llena de gozo el corazón humano: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Haremos tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Lc 9, 33). Es como si dijera: “¡Quedémonos aquí! ¡Que esto no pase nunca! ¡Lo que ahora experimentamos nos llena de una felicidad total!”. Estaba totalmente sobrepasado por la intensidad de aquella experiencia.

La de Pedro, Santiago y Juan es una experiencia anticipada de la gloria que Dios ofrece a todo ser humano, para que también nosotros la deseemos intensamente. ¿No quiero yo también esa felicidad para mí? Sin embargo, para alcanzar aquella felicidad plena en la participación de la gloria divina, todavía —y mientras dure nuestra peregrinación en esta vida— hemos de “bajar del monte” como aquellos apóstoles, hemos de volver a lo rutinario de cada día, hemos de volver a la lucha continua contra el mal, hemos de “cargar con nuestra cruz cada día” y “ser crucificados con Cristo”, hasta que por fin, terminada nuestra peregrinación en esta tierra, podamos alcanzar la corona prometida a quienes perseveren en la lucha hasta el fin.

Si bien estamos invitados a la gloria, no podemos olvidar que el camino para alcanzarla necesariamente pasa por la cruz. Tampoco podemos olvidar, especialmente en los momentos de dura prueba, que «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8, 18). Así, pues, no temas tomar tu cruz cada día y seguir fielmente al Señor Jesús, confiado en la promesa que Él nos hace de hacernos partícipes de su misma gloria si hacemos lo que Él nos dice.

Transfiguración

Batanero,
sumérgeme en tus corrientes;
límpiame,
blanquéame
y dame solidez
para seguirte.

Trabájame,
como sólo tú sabes,
por dentro y fuera,
el cuerpo y el espíritu
para que resplandezca,
en mí, tu gloria.

Hazme ser
lo que soñaste al crearme;
atraviésame
para que no me rompa ni encorsete,
y manifieste la dignidad y grandeza
de ser hijo siempre.

Batanero,
devuélveme el fulgor primero
para que no dude,
en este camino
que he elegido
para ser discípulo tuyo,
aunque todo se ponga en contracorriente.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes I de Cuaresma

Cuando uno se compra un ordenador portátil o una pantalla, le recomiendan comprobar que no hay ningún fallo en ella, que todos los puntos (“píxels”) funcionan correctamente. Para ello hay que poner la pantalla en negro por si se ve algún punto blanco, que sería el erróneo; de otra manera, a simple vista, es imposible detectar el fallo de un solo píxel.

Nuestra vida se puede ver como un entramado de relaciones que contribuyen a configurar lo que somos (como una pantalla, con multitud de puntos que configuran la imagen). Si alguno de esas relaciones (puntos) está mal, el resultado final no es bueno, la imagen no es buena, hay que arreglar la pantalla.

Y el culto, la ofrenda a Dios, el presentarle a Él lo que somos y lo que aspiramos a ser, es la ocasión en que se aprecian esos pequeños fallos de imagen. Acercarnos al altar es como poner la pantalla en negro: se ven a primera vista los puntos erróneos. Y entonces no podemos disimular, no podemos pretender que con algún píxel deteriorado, con alguna relación alterada, las cosas van bien. Y si en vez de uno son varios….

Este texto evangélico nos invita a poner de vez en cuando nuestra pantalla de relaciones en negro y detectar (si es que no lo sabemos ya de antemano) qué puntos no funcionan, qué relaciones humanas no son correctas, evangélicas, para arreglarlas mientras sea posible.

Y arreglarlas supone también que el otro repara al mismo tiempo el punto correspondiente en su propia pantalla. Aunque el pasaje de hoy parece referirse más bien a las actitudes de uno mismo, sabemos que no hay nada que hagamos o digamos que no tenga su repercusión en la comunidad, en el grupo, en el ambiente,… Y precisamente de cara al grupo tenemos la responsabilidad evangélica de ser creadores de armonía, de paz, y no de tensión o relaciones deterioradas.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes I de Cuaresma

Hoy es viernes I de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 20-26):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas yfariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

En este contexto de Cuaresma, donde estamos siendo llamados a una profunda conversión del corazón, el Evangelio nos dispara hoy un claro imperativo: “ve primero a reconciliarte con tu hermano”. Es decir, antes de dar más pasos, recordemos que la Cuaresma es un camino, es un tránsito hacia laPascua; bueno, en este camino –dice el Señor- antes de dar un paso más lo primero que tenemos que hacer es ir a reconciliarnos con los hermanos. Notable cómo Jesús en este pequeño texto del Sermón del Monte hace referencia al prójimo como hermano, y lo dice cuatro veces, subrayando así con insistencia que el otro, el prójimo, el vecino, el conocido, el desconocido… cualquier otro ser humano es, antes que nada, mi hermano. En este sentido, los Guaraníes tienen una forma muy especial de llamar a alguien “hermano”, hablo del término: Pehengue que, propiamente, en su acepción primera y literal significa: pedazo, fragmento, parte… Así, cuando llamo al otro, a cualquier otro (sea familiar, amigo o simple conocido) pehengue, lo que estoy diciendo es que lo siento una parte de mí, un fragmento de mi ser, un pedazo de lo que yo mismo soy… Es como decir, sin él, sin ella yo estaría incompleto. Jesús quiere que recuperemos en esta Cuaresma, esta dimensión clave de la fraternidad humana, el sabernos y reconocernos los unos parte de los otros, los unos fragmentos de los otros. La Cuaresma, decíamos al inicio es camino hacia la Pascua, es decir, es camino hacia la Pasión y Resurrección de Jesús que no busca sino la reconciliación de todo el género humano en su persona. Por ser camino de reconciliación, camino de Resurrección, la Cuaresma es también camino de vida y vida en abundancia. Pues bien, en ese camino, es clave el reconciliarnos los unos con los otros, porque no podemos Resucitar completos si nos falta un pedazo, una parte, un trozo de nosotros mismos, es decir, si nos falta la reconciliación con el hermano. Digámoslo claramente, sin reconciliación, sin hermandad, sin fraternidad (en este sentido de complementariedad) es imposible resucitar, es imposible la vida en abundancia. Mientras estemos desencontrados con nuestros hermanos, estaremos siempre incompletos, faltos de algo… Y no podemos vivir así y menos aún, Resucitar así. No lo olvidemos, cuando falta la reconciliación con el hermano no estamos completos, dejamos de ser incluso nosotros mismos. Pidamos para este día, pidamos para esta Cuaresma, pidamos para la vida entera: el reconocernos siempre y en todo hermanos entre nosotros, complementos unos de otros, miembros todos del mismo cuerpo… del Cuerpo de Cristo! Que así sea!

P. Germán Lechini SJ

Liturgia – Viernes I de Cuaresma

VIERNES DE LA I SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Reconciliación con Dios y con los hermanos.

  • Ez 18, 21-28. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado, y no que se convierta de su conducta y viva?
  • Sal 129. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
  • Mt 5, 20-26. Vete primero a reconciliarte con tu hermano.

Antífona de entrada          Sal 24, 17-18
Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados.

Monición de entrada y acto penitencial
La Palabra de Dios siempre toca nuestra realidad y hoy el Evangelio, como espada de doble filo, penetra hasta las profundidades de nuestro interior en nuestras relaciones fraternas. Nos habla de nuestro trato con aquellos que llamamos “hermanos”, es decir, con los que habitualmente tenemos más cerca y, por tanto, con los que más “roces” tenemos.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
SEÑOR,
concede a tus fieles,
prepararse de modo conveniente a las fiestas de Pascua,
para que, aceptada la penitencia corporal según la costumbre,
sea útil a todos para el bien de las almas.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios. De él nos viene la misericordia, la redención copiosa.

1.- Para que la Iglesia sea signo e instrumento de reconciliación de los hombres entre sí y con Dios. Roguemos al Señor.

2.- Para que haya justicia en el mundo y nunca sean injustamente oprimidos los inocentes. Roguemos al Señor.

3.- Para que los cristianos vivamos siempre reconciliados y perdonemos a los demás, como deseamos que el Padre nos perdone a nosotros. Roguemos al Señor.

4.- Para que la eucaristía nos ayude a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos por nuestro pecado y por el pecado del mundo. Roguemos al Señor.

Desde lo hondo te gritamos a ti, Señor, escucha nuestra voz; sálvanos, pues queremos convertirnos a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, estas ofrendas
con las que has querido reconciliarte con los hombres
y por las que nos devuelves,
con amor eficaz, la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Ez 33, 11
Por mi vida -dice el Señor-, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.

Oración después de la comunión
LA comunión de tu sacramentos, Señor,
nos restaure y, purificados del antiguo pecado,
nos conduzca a la unidad del misterio que nos salva.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
Mira, Señor,
con bondad a tu pueblo,
para que se cumpla en su interior
lo que su observancia manifiesta externamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.