Comentario – Jueves II de Cuaresma

Lc 16, 19-31

La vida de aquí abajo no es el todo del hombre

Un hombre rico… vestido de púrpura y lino finísimo… tenía cada día espléndidos banquetes.

Jesús ha visto esto en su tiempo. Se daban ya muchas desigualdades, injusticias… gentes demasiado ricas y gentes demasiado pobres. Este rico puso toda su confianza en lo humano, solamente: Lo apostó todo a la riqueza, al placer, a lo terrestre. Disfrutar.

Consumir. Sacar provecho.

Un mendigo… yacía a su puerta… cubierto de llagas, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico… Pero los perros venían y le lamían las llagas.

Es Jesús quien usa estas palabras y hace esta descripción. La misma situación existe siempre. Hay siempre grandes fortunas, gentes que gastan de un modo escandaloso… y a la vez pobres que no tienen lo necesario para vivir humanamente.

Esto es hoy terriblemente irritante, entre pueblos ricos y pueblos pobres. ¡Jesús nos señala con el dedo esta situación! Nos pide que no nos habituemos a ella.

Hay que tener los ojos muy abiertos sobre estas desigualdades. La Cuaresma es el momento de una cuestación mundial «contra el hambre y a favor del desarrollo». Se la suele llamar «colecta de cuaresma».

¡Pero no se trata de una limosna! Sólo es una gota de agua en un inmenso problema, y es de estricta justicia.

Murió el mendigo y se lo llevaron los ángeles… Murió también el rico y estaba en los tormentos…

Se cambiaron las situaciones. Al pobre se le promete la felicidad; al rico, el castigo. La vida humana no se «juega» totalmente en la tierra.

Tú recibiste bienes durante tu vida, y Lázaro, al contrario, males. Y así éste es ahora consolado, y tú atormentado.

Jesús expresa aquí la rebelión elemental y muy natural de tantos hombres escarnecidos, aplastados. Esta suerte injusta no durará siempre: Jesús anuncia un día, un porvenir en el que los egoísmos y las opresiones ya no existirán…

No puede decirse que la riqueza sea un mal en sí, para Jesús; pero lleva en sí misma dos riesgos trágicos:

1º La riqueza comporta el riesgo de «cerrar el corazón a Dios». Uno se contenta con la felicidad de esta vida. Se olvida la vida eterna, se olvida de lo que es esencial. 2º La riqueza comporta el riesgo de «cerrar el corazón a los demás». Ya no se ve al pobre tendido delante de nuestra puerta.

Señor, haz que yo vea las cosas que me apartan de ti y que me apartan de mis hermanos.

Aun cuando uno de los muertos resucitara, no quedarían convencidos.

La puesta en escena final, el choque de la parábola a partir del episodio de los cinco hermanos del hombre rico… es en extremo dramático. Queda reforzada la idea ya expresada al comienzo de la parábola: las más firmes advertencias son impotentes para despertar a los «malos ricos» de sus ilusiones.

El egoísmo de muchos ricos, su seguridad, su irreligiosidad, su cerrazón del corazón… acaban por hacerles «incapaces de leer los signos de Dios». La muerte no les dice nada; ni la resurrección de un muerto llegaría a convencerles. Han perdido el hábito de ver los «signos» que Dios les hace en su vida ordinaria. El hecho de reclamar «signos» es un falso pretexto… Que escuchen la «palabra de Dios», la ordinaria, la que los profetas no cesan de repetir.

¿Qué me dices hoy a mí, por medio de esta parábola? Señor, ¡que ninguna riqueza -material, intelectual, espiritual- cierre mi corazón! Consérvame abierto, disponible… pobre.

Noel Quesson
Evangelios 1

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