Comentario – Domingo III de Cuaresma

Hemos proclamado que el Señor es compasivo y misericordioso. Y llegamos a la conclusión de que lo es porque ha dado muestras de serlo. Al menos el salmista que así lo proclama tiene conciencia de ello, a saber, de los muchos beneficios recibidos de Dios (algo que no conviene olvidar para no ser desagradecidos): del perdón que borra las culpas y cura enfermedades (perdón medicinal); de las acciones liberadoras a favor de los oprimidos de este mundo.

En esta situación de esclavitud y opresión se encontraba el pueblo judío en Egipto. Para sacarle de esta situación suscitará un caudillo como Moisés. Él llevará a cabo esta empresa liberadora. Así se lo hace saber en el monte Horeb, cuando éste se hallaba ocupado en tareas más intrascendentes como la conducción de un rebaño trashumante: He visto la opresión de mi pueblo –le dice-, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a liberarlos.

Dios ve, Dios oye las quejas de los miserables; Dios se fija en sus sufrimientos: Dios se compadece y procura el remedio. Y se compadece porque es compasivo; y porque se compadece, procura el remedio, ya que dispone de él. El que es, el que tiene el ser en propiedad y en esencia, el Dios todopoderoso, es también misericordioso, no es indiferente a los sufrimientos de los miserables; al contrario, se fija en ellos para dispensarles el remedio. Fue esta experiencia liberadora –aunque no carente de sufrimientos, estrecheces, sobresaltos, luchas- la que les hizo ver que su Dios era un Dios compasivo y misericordioso, capaz de acudir en auxilio de los oprimidos de este mundo.

Conviene que no olvidemos esto ante sucesos tan sangrantes y dolorosos como los narrados por el evangelio o los que nos llegan a diario a través de los noticiarios de los medios de comunicación: una matanza de personas llevada a cabo por unos terroristas, un incendio de grandes proporciones, un huracán acompañado de inundaciones, un accidente aéreo nunca visto… Y conviene que no lo olvidemos para no culpabilizar a Dios de algo que él no ha hecho, aunque haya hecho o haya dejado hacer a los causantes o responsables del suceso luctuoso o desgraciado.

Lo que sí hace es invitar a un examen general a todos los que formamos parte de esta sociedad tantas veces intemperante, egoísta y desenfrenada que desoye la voz de Dios, es decir, que hace oídos sordos a sus advertencias, avisos y correcciones. Es lo que el evangelio llama conversiónSi no os convertís, todos pereceréis lo mismo.

Los judíos (como nosotros a veces también) pensaban que toda desgracia era el castigo merecido por una culpa. Luego detrás de toda desgracia había una culpa. Como cuando a uno, de repente, le sobreviene una enfermedad incurable y se pregunta: ¿por qué a mí? ¿Qué mal he hecho yo para merecer esta maldición? También nosotros tendemos a atribuir la desgracia a una culpa. Según esto, todos los desgraciados de este mundo serían culpables de su situación.

Pero, a juicio de Jesús, los galileos, cuya sangre había vertido Pilato con la de los sacrificios que ofrecían, no eran por eso más pecadores que los demás galileosni los aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén. Ambas eran desgracias, pero la primera tenía un causante muy definido.

El responsable de aquellas ejecuciones sumarias era el gobernador romano de esa provincia. Se trataba de un acto de represión sangrienta por parte de una autoridad impuesta por un gobierno extranjero. La segunda era un accidente casual, el desplome de un edificio que aplastó a los que por allí pasaban en ese momento. También esta desgracia podía tener sus responsables, aunque sólo fuera por negligencia; pero resultaba más difícil delimitar responsabilidades.

En cualquier caso, los damnificados de tales sucesos no eran más pecadores o culpables que los demás. A juicio de Jesús no se podía sacar esta conclusión. Los daños ocasionados eran el resultado de ciertas acciones humanas, unas, criminales y abusivas, propias de un poder arbitrario o inmoderado, y otras, negligentes o defectuosas, propias de un poder imperfecto (un edificio mal construido o simplemente en mal estado de conservación).

Son las consecuencias de lo que el hombre da de sí: de su abuso de poder, de su negligencia, de su incompetencia o ignorancia. Y en todo esto siempre hay culpabilidad. De ahí la llamada a la conversión que es llamada a la reflexión, al examen, a la consideración sobre el modo de vida que nos hemos impuesto, al retorno a Dios y al camino que él nos señala; una llamada que va acompañada de una advertenciasi no os convertís, todos pereceréis lo mismo: con un perecer mucho más tenebroso y sin posible salida.

Olvidarse de Dios no es algo inocuo y que carezca de consecuencias; no porque Dios estalle en un arrebato de ira y provoque incendios, huracanes e inundaciones, o violentos enfrentamientos humanos, sino porque acabamos perdiendo el juicio y la visión real de las cosas y precipitándonos en abismos infernales, víctimas de nuestras cegueras y obstinaciones erradas.

No someter nuestra vida (y planteamientos) al juicio de Dios es deslizarnos por una pendiente de final incierto o catastrófico. Perder el sentido del pecado es perder cosas muy valiosas; es perder el sentido del respeto, de la justicia, de la honestidad, del sacrificio, del amor generoso u oblativo, de la solidaridad y de la compasión. No somos autosuficientes, no carecemos de dueño. Somos como esa higuera plantada en el mundo para dar fruto. Jesús lo dice de muchas maneras: estamos aquí para dar fruto.

Pero algún día nos arrancarán del suelo vital. Y esta decisión depende del Dueño de la vida, que puede dar orden de cortarla o de mantenerla. Y aquí los juicios de Dios son inescrutables. A unos los mantiene porque espera de ellos, pacientemente, un fruto que no han dado, o porque quiere que sigan dando fruto incluso en la vejez; a otros los corta en una edad temprana porque ya han dado el fruto de santidad que cabría esperar de ellos o, porque sin tiempo para darlo, tendrán ocasión de fructificar en la eternidad.

A otros les siega la mano criminal, pero Dios los recoge como oblación de suave olor o como fruto maduro de vida inmolada por el bien del mundo. Lo cierto es que a todos nos llegará ese momento en el que tengamos que responder de nuestro fruto. Y si éste es un fruto colmado de misericordia, tendremos mucho ganado, porque podremos compartir vida con el que es misericordioso.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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El que no está conmigo…

Hace un par de domingos una cosa nos pareció evidente: que los que quieren vivir en cristiano han de disponerse a sufrir —y a vencer con la gracia del Señor— los ataques del enemigo de las almas. De ahí que Cristo, nuestra Cabeza, nos precediera sufriendo la tentación en el desierto.

Hoy el Evangelio nos muestra la misericordia de Cristo en todo su dramatismo: “Estaba Jesús lanzando un demonio…”. Aquella absurda calumnia de los fariseos, que siguió al milagro, sirvió para que el Señor, al rebatirla, nos diera una clara doctrina: “Si con el dedo de Dios lanzo a los demonios, ciertamente el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros”.

“Pervenit in vos Regnum Dei”. Ya está entre vosotros esa potencia sobrenatural que es el Reino de Dios. Es decir, ya está con nosotros Jesucristo: Él es la potencia que ha vencido al demonio. La victoria de Cristo —que culminará dentro de unos días en su Muerte y Resurrección— nos la describe Él mismo en el Evangelio de hoy: Jesús es, en efecto, ese otro “más fuerte” que arrebatará al demonio todas las armas en que confiaba y repartirá sus despojos. La gran batalla que Cristo ha librado por nosotros es la batalla definitiva: Él, con su victoria, nos ha dado la capacidad de vivir y ganar nuestra batalla personal, que no es sino una sencilla extensión a cada alma de la victoria única de Cristo.

“El que no está conmigo está contra mí”, dice Jesús. Si reconocemos por la fe el alcance de la vida de Cristo para cada hombre que viene a este mundo, comprendemos mejor aún estas palabras célebres, que señalan el punto álgido del Evangelio de hoy. Somos tan indigentes delante del Señor Jesús, estamos tan necesitados de su victoria, que no cabe un tibio “no estar contra Cristo”, sino que nos exige un radical y positivo “estar con Él”. Por eso, el que no vive decididamente del lado de Cristo, aun cuando crea recoger, de hecho desparrama. No hay más victoria que la de Dios hecho Hombre….

“El que no está conmigo está contra mí”. Unas palabras del Evangelio que son como una flecha que señala a la Epístola de la Misa. Porque en ese pasaje de la carta a los efesios San Pablo describe el estilo de vida de un hombre que está del lado del Señor: “Andad como hijos de la luz: pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad…” (Eph 5, 8-9). Estar del lado de Cristo, decíamos: es decir, seguirle, imitarle, reproducir sus rasgos, vivir las virtudes humanas junto con las sobrenaturales. ¡Señor, que seamos hijos de la luz!

Pedro Rodríguez

No estemos en la higuera

1.- Cada vez que llega el otoño, los que vivimos todavía cerca del campo, tenemos la suerte de asistir a uno de esos ritos obligados por parte de los agricultores: la poda

Con este evangelio cuaresmal, me venía a la memoria, el desazón de un conocido mío porque había plantado un gran número de frutales pero, no todos, cumplían sus expectativas. ¡No hacen más que ocupar sitio! Y, sin pensárselo dos veces, los arrancó.

Todos nosotros somos ese inmenso huerto de frutales, de viñas o higueras, dispersos por los cinco continentes que, Dios, plantó hace mucho tiempo con un doble objetivo: estar unidos a El y recoger algo de las yemas de nuestra vida.

Los hay que ocupan sitio de balde. Les trae sin cuidado, si dan o no dan, el 10 o el 20 por ciento. Les es indiferente; su vida es lo primero y….los demás ya no existen.

Otros más, crecen a la sombra de aquellos que dan fruto. Podrían, pero es más cómodo beber agua de la fuente del vecino, que esforzarse en ser maná.

Algunos más se sienten tan humildes, al lado de aquellos que ofrecen tanto, que hace tiempo, dejaron de cuidarse y de robustecerse, de podarse y de abonarse a sí mismos. Total ¡ya están los demás!

Otros, en cambio, intentan por todos los medios estar en plena producción. Son conscientes de que la vida, es una primavera que se prolonga unos años, pero que dura poco más que dos telediarios; miran hacia lo alto para dirigir su vida según el sol del evangelio. Despliegan las hojas de su existencia para que el Espíritu Santo las cubra de esplendor y de belleza. Dejan que, la Palabra de Dios, corra por dentro de sus venas para que sea la savia del amor, de la generosidad, del perdón o de la alegría

Lo peor que nos puede ocurrir es “quedarnos o estar en la higuera”. Permanecer en un estado vegetativo, de resistencias y no despuntar en lo mejor de nosotros mismos

Lo mejor que nos puede ocurrir es dejar que Dios riegue, abone y labre oportunamente esa tierra, de los que nos resistimos a quedarnos en simple arbusto para dar lo que haya que dar y ser lo que tengamos que ser.

Siempre podrá más la paciencia de Dios que las ventoleras de absentismo y del efecto invernadero que a veces nos esteriliza.

2.- La Cuaresma es una oportunidad para acudir a esa gran lección de horticultura, magistral y oportuna, que nos ofrece Dios:

— lo que hay que podar se poda (para que la Iglesia no se quede en árbol seco)

— lo que hay que regar se riega (donde no llegan los recursos humanos, acude la mano de Dios)

— lo que hay que trasplantar, se trasplanta (todos tenemos un lugar donde dar algo de nosotros mismos)

— lo que necesita conversión, se convierte (para que no se confundan los frutos del reino con los caprichos de turno)

— lo que es urgente guardar, se guarda (para que el enemigo del mal no extermine lo que es esencial para que germine y fructifique nuestra vida cristiana)

— lo que nos urge cavar, se cava (para que, las raíces evangélicas, sean más profundas, sólidas y verdaderas)

3.- ¡Qué impresionante la paciencia de este Dios, propietario de esa gran plantación humana de la que formamos parte! Nosotros, inclinados a devastar todo, cortar y rasgar (cuando no es de nuestro gusto, por determinada orientación eclesial o ideológica)…..tenemos una buena palabra que aprender, recordar y ejercitar: el triunfo de la misericordia se adquiere con la paciencia. Dios siempre…da otra oportunidad.

CONVIÉRTEME, SEÑOR

Si alguien necesita libertad, y puedo ayudar:
conviérteme en un pequeño libertador
Si me creo mejor que nadie y pienso que mi vida es perfecta:
impregna mi corazón de humildad
Si pienso que, tu llamada, es para otros:
convierte, mis oídos sordos, en escucha atenta a tus Palabras

Si caigo en el error de pensar que el pecado es cosa de viejos:
dame una conciencia clara para diferenciar lo bueno de lo malo
Si me canso de caminar y me detengo en la búsqueda de tu rostro:
convierte mi cansancio en fuerzas redobladas de inquietud apostólica
Si, en el camino hacia la Pascua, no me alimento de tu Eucaristía:
convierte mi debilidad en aprecio por tu Cuerpo y tu Sangre

Si este tiempo de gracia no tiene relevancia en mi vida:
haz, Señor, que lo convierta en un momento de reflexión
Si me creo libre de todo, cuando en realidad vivo esclavo de mucho:
convierte mis sensaciones en gusto por conocer la libertad de estar junto a Ti
Si me siento sólo y abatido, deprimido o angustiado:
convierte mi soledad en seguridad de saber que Tú siempre me buscas

Si pregunto demasiado sobre Ti o exijo otro tanto de tu mano:
convierte mis caprichos en comprender y entender tu voluntad
Si, como la higuera, no doy frutos porque me aprisiona la seducción:
convierte mi seca vida en algo fructífero
Si siento que, Tú estás cerca, pero no vivo según tus designios:
conviérteme en un instrumento para tu alabanza
Si me dejo llevar por la falsa apariencia:
convierte mis impulsos en pensamientos rectos
Si acepto las ofertas paganas que surgen en la vida cotidiana:
conviérteme a Ti y haz que valore lo que en verdad merece la pena

Javier Leoz

I Vísperas – Domingo III de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des coronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. «Convertíos y creed en el Evangelio», dice el Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Convertíos y creed en el Evangelio», dice el Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente y tengo poder para recuperarla.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente y tengo poder para recuperarla.

LECTURA: 2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vino en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cantemos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cantemos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios.

PRECES
Glorifiquemos a Cristo, el Señor, que ha querido ser nuestro maestro, nuestro ejemplo y nuestro hermano, y supliquémosle, diciendo:

Renueva, Señor, a tu pueblo

Cristo, hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que nos alegremos con los que se alegran y sepamos llorar con los que están tristes,
— para que nuestro amor crezca y sea verdadero.

Concédenos saciar tu hambre en los hambrientos,
— y tu sed en los sedientos.

Tú que resucitaste a Lázaro de la muerte,
— haz que, por la fe y la penitencia, los pecadores vuelvan a la vida cristiana.

Haz que todos, según el ejemplo de la Virgen María y de los santos,
— sigan con más diligencia y perfección tus enseñanzas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos, Señor, que nuestros hermanos difuntos sean admitidos a la gloria de la resurrección,
— y gocen eternamente de tu amor.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – San José

Fiesta de San José

Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia

1.- Oración introductoria.

Oh Dios, Padre bueno, no dejes que me desanime ante los problemas y angustias de la vida. Haz que aprenda de la Sagrada Familia a peregrinar en el claro-oscuro de la fe. Que la fe sea la que me ilumine en los momentos de dificultad y la que me fortalezca en los momentos de dolor. Como fortaleció a María y a José.

2.- Lectura reposada de la Palabra del Señor. Lucas 2, 41-51

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia». Él les respondió: «¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Las palabras de María a Jesús suenan como un reproche cariñoso: ¿Por qué has hecho esto con nosotros? Nosotros que sólo pensamos en Ti y vivimos para Ti. Nosotros que no tenemos otra ocupación ni preocupación que la de atenderte, cuidarte, mimarte, estar siempre pendiente de Ti. ¿Tan mal lo estamos haciendo? Aquí descubrimos a María muy mujer y muy madre. “Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos”. Tu padre y yo, yo lo pondría en admiración. ¡TU PADRE Y YO! A través de estas palabras de María se asoma uno al misterio de ternura que envolvió la vida de María y José. Cuando alguien se acercaba al taller de José y preguntaba por su esposa, ¿qué respondería José? María es un encanto de mujer, María es un cielo para mí. Es una mujer tan maravillosa que yo no la merezco. Es demasiado para mí. Pero cuando alguna vecina se asomaba a casa de María y preguntaba por José ¿Qué diría María? José es un esposo tan bueno, tan dulce, tan servicial, tan trabajador, y tan delicado y atento conmigo que, con sólo pronunciar su nombre, me lleno de emoción. Él es callado, silencioso. Es como si llevara dentro un jardín interior.  Sólo es feliz viéndonos felices a Jesús y a mí. ¡Tu padre y yo!… Es verdad que la figura de José apenas aparece en los evangelios. Y aquí María tiene interés en meterlo. Y lo pone delante de ella. Normalmente, ante un descuido sobre un hijo la tendencia es de echarse la culpa el uno al otro. Aquí, todo lo contrario. Son como un solo corazón y una sola alma. Angustiados. Si para unos padres perder un hijo es como enfermar, para José y María, perder a este Hijo era morir. Los dos se mueren a chorros y no comen, ni beben, ni descansan hasta que lo encuentran. ¿Buscamos así nosotros a Jesús cuando lo perdemos?

Palabra autorizada del Papa

Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía “sujeto a sus padres”. Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su “aventura”, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos aquí con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia. También forman parte de la peregrinación de la familia. No perdamos la confianza en la familia. (Homilía de S.S. Francisco, 27 de diciembre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. Silencio.

5.- Propósito. Pedir hoy, en una oración especial, la intercesión de san José para imitar su sencillez y humildad para cumplir la voluntad de Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Tú que viviste treinta años ocultos en Nazaret, viviendo bajo la custodia de María y de José, ayúdame a imitar a José en su obediencia pronta y alegre. Que san José, a quien celebramos hoy como patrono de la Iglesia universal, de la familia y de la buena muerte, interceda por todos nosotros para que sepamos imitarle en el respeto, el cariño, el apoyo y el servicio que él vivió con Jesús y con María en Nazaret.

¡No perdamos más el tiempo!

1.- Nos encontramos a la mitad de la Cuaresma. Este Tercer Domingo así nos lo indica. Lo importante es que, todos, evaluemos si estamos aprovechando este tiempo tan importante. Jesús nos los va a recordar especialmente hoy. Bien podría ser que en el ya, un poco lejano, Miércoles de Ceniza tuviéramos en nuestro corazón unos propósitos, de cambio y mejora, de conversión en definitiva, que la urgencia de lo cotidiano o la inercia de nuestras propias costumbres nos hubieran impedido aplicar. Eso pasa. No siempre los propósitos se incumplen por grave desidia o abandono. Muchas veces existe una imposibilidad que parece razonable… pero lo sea o no, nuestra obligación es dar el salto y ponemos a trabajar de acuerdo con esos buenos propósitos. Y bueno será que no agotemos el tiempo de conversión…

Jesús de Nazaret nos relata, según el Evangelio de San Lucas, la parábola de la higuera estéril que acabamos de escuchar. El propietario del terreno está harto de la que higuera no de frutos y que, además, ocupe un terreno que plantado con otra cosa, podría ser rentable. Su planteamiento de desplantar el arbusto tan perezoso e inútil es más que razonable. Pero el viñador, el empleado, el trabajador, que ha empleado muchas horas y mucho cariño en cultivar y mantener viva la higuera pide más tiempo. Ciertamente, no es un subterfugio por parte del viñador, ni tampoco una excusa. Hay plantas que tardan en dar fruto, por razones diversas. El mismo viñador admite que se le dé un plazo de un año más y que, si no llega el fruto, pues que sea arrancada. ¿No ocurre un poco algo parecido con nosotros? ¿No tiene un límite nuestra pereza o desidia? Pues es así; pero, en realidad, el ejemplo que Jesús quiere dar a los discípulos es otro: es avisarles de que todavía queda tiempo para el cambio y la conversión. Y, obviamente, parece que el trasfondo de la parábola enlaza perfectamente con lo que decíamos al principio: estamos a la mitad de un camino y todavía tenemos plazo para mejorar nuestra trayectoria. Es el mejor momento para incidir en el necesario cambio. ¿Qué nos está diciendo Jesús de Nazaret? Pues que ha llegado el momento de rectificar, de arrepentirnos de los errores anteriores y de comenzar una nueva vida.

2.- La experiencia de muchos creyentes que se han convertido les indica que ello ha sido como una liberación, que han abandonado la esclavitud real que les imponía su proximidad al pecado. Y es que la cercanía de Dios siempre libera. Así lo entiende Moisés y así se lo dice Dios Padre en ese encuentro tan singular que nos narra el libro del Éxodo que hemos escuchado como primera lectura. La esclavitud de Egipto, sufrida por el pueblo de Israel, solo tiene un destino cósmico: una liberación total de un yugo, nunca deseado por Dios y acontecido por los errores colectivos de ese pueblo que un día se considero como elegido del Señor, pero abandonó su camino. Pero la esclavitud había vuelto al ámbito del pueblo elegido. En realidad, ese pueblo, querido y mimado, por el Padre, había caído en una esclavitud mucho más fuerte y dolorosa: la de la mentira. Porque mentira era el entramado de la religión oficial en tiempos de Jesús de Nazaret. Y mentira torpe y durísima iba a ser el argumento principal de la condena a muerte del Hijo del Hombre. Y Jesús se alza con otro acto de liberación para todo el pueblo, de entonces y de ahora, y este ya definitivo. Jesús nos trae la liberación del alma, de la conciencia, del amor, de la justicia: nos hace libres.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado de Cuaresma

Lc 15, 1-32

Dejarse amar por Dios

Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle.

Los fariseos y los escribas murmuraban: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.»

Una revelación esencial de Dios.

La parábola del hijo perdido y encontrado… por su padre.

La parábola del Padre que no desespera jamás de sus hijos.

Habitualmente llamada: la parábola del «hijo pródigo».

Pero es el «padre», y no el hijo, el que constituye el centro de la parábola. Contemplemos a nuestro Dios, que Jesús nos revela aquí.

Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre:

«Dame la parte de hacienda que me corresponde.» El padre les dividió la hacienda.

Un padre amoroso, respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus dos hijos. Con la muerte en el alma deja partir al menor; pero con la esperanza de que será adulto algún día y comprenderá el amor de su padre.

Un hijo disconforme, que quiere vivir su vida, que rehúsa el estar sometido, que cree que será más libre si está totalmente independizado. Es una rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: «el rechazo del padre»… el rechazo de Dios. Característica del mundo moderno. Fenómeno global del ateísmo.

Disipó su hacienda en una vida disoluta… y conoció la miseria.

El pecado siempre se presenta primero como agradable, atrayente, seductor. El Maligno es suficientemente hábil para de momento, disimular su «juego». Vivir su libertad, reivindicar su autonomía… es positivo bajo un cierto aspecto. Eres Tú, Señor, quien nos has dado esta sed de libertad.

Haz que seamos más lúcidos, Señor.

Ayúdanos a detectar lo que es una verdadera dilatación del espíritu, de lo que corre el peligro de acabar en decrepitud.

Se levantó y partió hacia su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.

Danos, Señor, este valor… saber reconocer nuestro mal y tomar la postura eficaz para probar que es verdadera nuestra decisión.

Cuando aún estaba lejos, vióle el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello… mandó que le trajeran la más bella túnica, un anillo, unas sandalias… hizo preparar un festín.

Es así como el padre acoge al hijo «rebelde».

Incansablemente, leo y vuelvo a leer estas palabras. Eres Tú, Jesús, quien ha inventado este relato. Eres Tú quien ha acumulado todos esos detalles del retorno del hijo pródigo.

Escucho tu voz. Trato de imaginar las inflexiones de tu voz cuando decías esto por primera vez. Querías darnos a entender algo muy importante.

¿Cómo reaccionaron tus oyentes? ¿Qué hicieron después de haberlo oído? ¿Vinieron a confiarte sus pecados? ¿Oíste confesiones, Señor? ¿Qué confidencias te hicieron? Los «hijos pródigos» de Dios comprendieron delante de quién se encontraban, y ¡cuán grande era su suerte de tener tal Padre!

Hijo mío, todo lo mío es tuyo.

Fórmula de amor. Y el padre se ve obligado a decirla también al hijo mayor quien, aparentemente, se había quedado «en la casa», ¡pero que tampoco había comprendido gran cosa del amor que su padre le tiene! El menor, precisamente a causa de su pecado, y de su vida lejos del hogar… y a causa también del perdón que acaba de recibir, comprenderá mejor ahora ¡cómo y cuánto es amado! ¡Gracias!

Noel Quesson
Evangelios 1

En la noche oscura

En el momento de preparar la homilía, la guerra en Ucrania duraba ya seis días. Ojalá haya terminado pronto, pero el dolor, la destrucción y la muerte permanecerán mucho tiempo. Aunque en la historia de la humanidad siempre ha habido etapas difíciles, parece que, desde que comenzó el siglo XXI, el mundo se vuelve cada vez más oscuro. Los ataques terroristas en Estados Unidos y la guerra consiguiente, los atentados en Madrid, la gran crisis económica de 2008 y sus consecuencias, el cambio climático y el rápido deterioro del planeta, la pandemia del coronavirus y ahora esta guerra, han echado por tierra muchos proyectos de vida y esperanzas, a todos los niveles: personal, nacional, mundial. Tenemos la impresión de estar en una “noche oscura”, no entendemos nada y no se ve salida, más bien al contrario, cada vez todo se complica más.

Hoy estamos celebrando a san José, esposo de la Virgen María y el padre terrenal de Jesús. El Papa Francisco nos regaló la carta apostólica “Patris corde”, en la que nos invita a profundizar en la vida de san José. Y nos fijamos en esa carta para ver cómo afrontó él sus “noches oscuras”, que fueron varias: el embarazo incomprensible de María, el nacimiento de Jesús en un establo, la huida precipitada a Egipto tras el nacimiento de Jesús, la vuelta a Israel y ocultarse en Galilea por miedo al heredero de Herodes… Fueron periodos de “noche oscura”, de no entender nada, de no ver salida, pero José estuvo abierto a Dios, y Él, en esas “noches”, “le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad”.

Y por esa apertura, confianza y obediencia, “José supo pronunciar su ‘fiat’ [hágase], como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní”, y así pudo descubrir la salida a esas “noches oscuras”.

Como ocurrió a san José, “muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión”, lógicamente; pero si nos quedamos ahí, no encontraremos salida. Mirando a san José, vemos que él, desde su fe y apertura a Dios, “deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones”.

San José nos enseña a vivir nuestra espiritualidad cuando nos vemos inmersos en “noches oscuras”. Si permanecemos con fe abiertos a Dios, ése puede ser el momento propicio para que Él nos indique el camino a seguir. “La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo”.

Una espiritualidad que no es escapar de la realidad: “La fe que Cristo nos enseñó es la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó ‘con los ojos abiertos’ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona”. La fe tampoco supone pasividad: “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”.

“Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas», parece repetirnos también a nosotros: ‘¡No tengáis miedo!’. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí. Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas”. En determinadas circunstancias personales, sociales, económicas, políticas… “se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la ‘buena noticia’ del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia”.

Y, “si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”, como confió en san José.

El Señor es compasivo y misericordioso

1. – El inicio del capítulo 13 de Lucas, que escuchamos este domingo, nos resulta realmente duro: «si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Esta frase desconcertante, al igual que la parábola de la higuera, nos hace ver la urgencia de la conversión. Dios nos ofrece la posibilidad de la conversión y tiene paciencia con nosotros. En ningún momento se deben interpretar estos textos como una amenaza de Dios. Quizá cuando nos ocurre algún mal pensamos en qué hemos ofendido a Dios. Es un error pensar así, pues El no es vengativo ni sádico, sino «compasivo y misericordioso».

2. – Dios ni quiere el mal ni lo provoca, pero lo permite. Es un misterio que como tal no se puede explicar del todo, pero hay algo de lo que estamos seguros: Dios está a favor del hombre y si permite el mal es para salvaguardar nuestra libertad. Jesús luchó contra el mal y, por ende, cura a los enfermos, perdona a los pecadores, resucita a los muertos.

A veces se escuchan frases como «Dios aprieta, pero no ahoga»; craso error es hablar así, pues no es El quien provoca el mal. Es más, incluso nos ayuda a luchar contra el mal. Por eso, hemos podido asumir ciertas circunstancias de nuestra vida, ante las cuales pensábamos que no íbamos a tener fuerzas. Con San Agustín podemos decir que «Dios sólo puede permitir el mal para conseguir un bien mejor». Cada uno de nosotros podría contar cómo en su vida esto se ha hecho realidad.

3.- Dios no soporta el mal del mundo, el mal moral consecuencia del pecado, y por eso nos hace hoy esta seria advertencia. No echemos la culpa a Dios de aquello de lo que nosotros somos responsables. En cierta ocasión un hombre, indignado tras contemplar a una niña hambrienta y aterida de frío tendida en la calle, acusaba a Dios de no hacer nada para remediar este dolor. En ese momento se oyó la voz de Dios que le respondió: «Claro que he hecho algo, te he hecho a ti…». Dios no tiene manos, pero cuenta con nuestras manos, no tiene labios, pero cuenta con nuestros labios. Somos nosotros los que debemos luchar contra el mal, como hizo Jesús. Vencer el mal es ponerlo al servicio del bien. Incluso podemos hacer buen uso de aquello doloroso que nos ocurre, pues ello puede ayudarnos a encauzar nuestra vida y a no dormirnos en los laureles, como nos dice Pablo en la primera carta a los Corintios: «el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga».

En la lectura del Éxodo se muestra claramente la sensibilidad de Dios ante el pueblo que sufre. Reconocer la «Tierra Sagrada» es ser consciente de la presencia de Dios y de su llamada y envío. Pidamos especialmente, en el día del Seminario, por aquellos que han sabido escuchar su voz, como Moisés…

José María Martín, OSA

¡Castigo de Dios!

1. – Cuando hace años empezó a airearse en los medios de comunicación la amenaza de la enfermedad del SIDA, se alzaron dedos amenazadores lanzando la ira de un supuesto Dios contra grupos concretos de hombres gritando: ¡Castigo de Dios!

Cuando en 1912, en su primer crucero trasatlántico, se hundía el barco inglés, Titanic, arrastrando al fondo del mar a 1.275 pasajeros también hubo dedos amenazadores con el ¡Castigo de Dios!

Desde Sodoma y Gomorra, los hombres no hemos podido vencer la tentación de buscar un culpable cuya foto clavamos en la tabla de anuncios de cualquier sheriff como en las películas del oeste: ¡Se busca a ese hombre culpable!

Y Jesús en el Evangelio de hoy nos dice que no está por las películas del oeste, ni por esos dedos amenazadores, ni por esos supuestos castigos de Dios. Hipócritas, ¿creéis que esos hombres muertos así son más pecadores que vosotros? Y nos da una pista para buscar al verdadero culpable: la higuera plantada en la viña de Dios, cuidada con cariño y esmero por el viñador, y que no da fruto.

2. – Higuera sin frutos y manos vacías:

—Cuentas corrientes muy llenas y, tal vez, higuera sin frutos. Manos vacías.

—Puestos y cargos con gran poder decisivo y, tal vez, higuera sin frutos. Manos vacías.

—Chicos y chicas centro de fiestas en discotecas y, tal vez, higuera sin frutos. Manos vacías.

—Exactos cumplidores de misas, ayunos y reglas y, tal vez, higuera sin frutos y manos vacías.

Esto es lo que el Señor no puede aguantar. Venir a la higuera mimada y cuidada año tras año y no encontrar en ella fruto. No busquemos más al hombre culpable. No pongamos precio a su cabeza. Mirémonos a nosotros mismos y comencemos a dar fruto. ¿O basta la Fe? Fe sin obras, es Fe muerta.

3. – El cristiano es necesariamente una fotografía de Dios. Lo que el cristiano es, eso es su Dios para el que no cree. Un cristiano estéril muestra al mundo a un Dios estéril. La fecundidad de la higuera da idea de la bondad del suelo.

Abraham en la primera lectura le pide a Dios su documento de identidad. ¿Tú quién eres? Pues la gente nos pide a nosotros el documento de identidad de nuestro Dios. ¿Quién es ese tu Dios? ¿Qué hace? ¿Qué ha hecho por nosotros?

Y es un poco agobiante saber que por nuestros frutos le conocerán a Él. Somos el rostro visible de Dios. Somos las manos visibles de su Providencia. ¿Pueden estar inactivas esas manos de Dios? ¿Pueden estar sus manos vacías?

José María Maruri, SJ