La vida como aprendizaje

Desde nuestra perspectiva particular, podemos afirmar que todo lo que nos ocurre es una oportunidad de aprendizaje. Y que la actitud sabia ante las diferentes circunstancias que nos toca atravesar no es otra que la de vivirlas como oportunidades.

Y lo que tenemos que aprender es solo una cosa: ¿qué somos realmente? Todo lo que nos sucede es una oportunidad para comprender que, en nuestra identidad profunda, no somos el yo separado con el que nuestra mente nos había identificado, sino la misma vida -consciencia o totalidad- desplegándose en cada forma (persona) particular.

En esa tarea de aprendizaje, hay un criterio que nos permite atisbar si vamos en la dirección adecuada. Y ese criterio no es otro que la liberación del sufrimiento mental. Veámoslo más despacio.

El dolor forma parte del lote de nuestra existencia, como característica de todo lo que es impermanente. Impermanencia es sinónimo de cambio y de dolor. Sin embargo, con frecuencia transformamos ese dolor inevitable en sufrimiento inútil. Eso ocurre cuando resistimos el dolor inevitable, cuando le colocamos alguna “etiqueta” mental -en la línea de decir: “esto no debería pasarme”, “esto es insoportable”, etc…- y, sobre todo, cuando partimos de la primera creencia errónea que nos identifica con nuestro yo particular.

Toda creencia errónea habrá de generar necesariamente confusión y sufrimiento. De ahí que el sufrimiento mental sea siempre un indicio de que estamos sosteniendo un pensamiento equivocado. De manera que, al quitar ese pensamiento, puede seguir habiendo dolor, pero se irá diluyendo el sufrimiento. En realidad, hablando con rigor, como puede experimentar cualquier persona que sienta la motivación para hacerlo, el sufrimiento lo pone nuestra mente.

Pues bien, todos los pensamientos que puedan estar sustentando el sufrimiento se asientan en aquella primera creencia errónea: “soy un yo separado de la vida”. Esta creencia es la fuente de todo sufrimiento, porque nos posiciona en contra de la propia vida, resistiendo lo que en cada instante nos trae el momento presente.

Visto desde el otro ángulo, ese sufrimiento es una alarma que nos está indicando el error de aquella creencia y, en consecuencia, invitándonos a abrirnos a la comprensión de que somos vida.

Cuando te sucede algo, observa: ¿qué experimentas cuando lo vives desde la creencia de ser un yo separado?; ¿y cuando lo vives desde la certeza de que, en tu verdadera identidad, eres vida?

Todo lo que nos ocurre es una oportunidad de aprendizaje…, hasta llegar a la comprensión de que somos vida, uno con todo lo que es. Esta comprensión nos transforma y nos libera del sufrimiento mental. El aprendizaje ha concluido.

¿Cómo vivo lo que me ocurre?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo III de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

LECTURA: 1Co 9, 24-25

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración», dice el Señor.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
— y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
— y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
— y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
— haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
— y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que le mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Tiempo de paciencia y confianza

Un Domingo más, el mensaje del evangelio sale a nuestro encuentro para despertarnos de nuestros letargos y hacer un poco más profundo el viaje hacia el encuentro con el sentido profundo de la vida.

El texto que hoy nos ocupa, narrado por Lucas, forma parte del viaje de Jesús a Jerusalén en el que muestra todo su programa socio-religioso: enseñando, sanando, predicando, viviendo el impacto de una vida conectada a Dios. Este relato podría parecerse a una parada en el camino para tratar dos asuntos muy controvertidos que vuelven a mostrar la discontinuidad de Jesús con el judaísmo institucional: el pecado y la posición de Dios frente a él.

La escena comienza con un grupo de personas, no se sabe muy bien su procedencia, que fueron a encontrarse con Jesús e iniciar una conversación que revela la mentalidad de aquella época: cualquier desgracia, condena, enfermedad, era una clara consecuencia del pecado. El pecado era el centro de la vida judía y toda la vida consistía en evitar pecar y pagar por los pegados. Una posición muy endeble, limitante y, tal vez, también elegida por algunos creyentes de hoy.

Jesús va cerrando el diálogo con unas palabras que, leídas al pie de la letra, podrían sonar radicales e incomprensibles: “Si no os convertís, todos perecéis de forma semejante”. Sin embargo, lo que ha hecho es cambiar de plano para ahondar en el significado de la conversión que poco tiene que ver con un esfuerzo sobrehumano para cambiar actos malos por actos buenos.

Para hacer comprender un poco mejor lo que es la conversión, como solía hacer Jesús, narra la parábola de la higuera estéril, una higuera que no da fruto, pero a la que no se arranca en la confianza de que lo dará. Con esta parábola, el sentido de pecado del judaísmo rabínico comienza a desvanecerse al proponer Jesús que la conversión es un proceso que acompaña de manera vital a la persona. Podría tratarse, más bien, de un proceso de crecimiento que consiste en ir ahondando hacia la profundidad de la verdadera naturaleza humana. Nuestra mente egoíca quizá rechaza esta visión, en principio, porque necesita inmediatez y recompensa casi de una manera instantánea.

Convertirnos no tiene mucho que ver actos buenos puntuales, ayunos, mortificaciones vacías, golpes de pecho para mostrar nuestra condición pecadora; quizá esta postura tiene más que ver con una soberbia escondida que utiliza la propia debilidad para mostrar a un Dios encantado con el pecador(a) y al que se le promete la salvación. Cuantos más pecados, más perdón de Dios. Y así nos vamos enfangando en una vida raquítica y sesgada que nos deja en la misma posición durante años y años. Tal vez existen personas que ansían la Cuaresma para ver si por fin, quiera Dios, que su vida sea mejor. Esta sí que es la esterilidad de la higuera, toda la vida plantada en el mismo sitio e inútil para la viña.

El proceso de conversión, al que tal vez se refiere Jesús, es un camino existencial, un viaje hacia el centro de la Fuente que nos nutre y nos lanza a la vida, donde está toda nuestra potencialidad como reflejo del acto creador de Dios en la misma entraña humana. Por tanto, la con-versión es ir descubriendo una nueva conciencia hasta conectar con nuestra versión original; un camino que requiere de paciencia, de lucidez, de confianza, de desear vincularnos con el dinamismo profundo que nos impulsa a ser. No es un camino de búsqueda de la salvación-plenitud como recompensa sino de la encarnación de esa salvación-plenitud que ya forma parte de lo que somos y que requiere enlazarse con el tiempo de Dios, tiempo de paciencia y confianza en lo mejor del ser humano.

Somos higueras llamadas a dar fruto, un fruto en formato de respeto a la dignidad, libertad y valor de cada ser humano, de una nueva mirada a cada rincón del planeta que hoy necesita mucha solidaridad, generosidad y compromiso. En este escenario hacemos presentes a cada una de las víctimas de esta atrocidad humana que estamos viviendo estos días. Ojalá el fruto de la higuera que somos sea la PAZ con toda la fuerza liberadora que esta palabra entraña.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

Rosario Ramos

Dios no castiga, pero tampoco premia

El mensaje de hoy es muy sencillo de formular, pero muy difícil de asimilar. Con demasiada frecuencia seguimos oyendo la fatídica expresión: ¡Castigo de Dios! El domingo pasado decíamos que no teníamos que esperar ningún premio de Dios. Hoy se nos aclara que no tenemos que temer ningún castigo. Premio y castigo son dos realidades correlativas, si se da una, se da la otra. Si Dios es el que manda la lluvia, la sequía es necesariamente un castigo. Es difícil superar la idea de “el Dios que premia a los buenos y castiga a los malos”. Esta dinámica aplicada a Dios es un callejón sin salida, para Él y para nosotros.

La gran teofanía de Yahvé a Moisés indica el principio de la liberación. Debemos tener mucho cuidado al leer estos textos. No son relatos históricos tal como entendemos hoy la historia. Hacen referencia a acontecimientos del s. XIII a. de C. y se escribieron entre el VII y el IV. Los primeros relatos fueron orales. La última fijación de la Biblia se produjo en el siglo V a. de C. en tiempos de Esdras y Nehemías. Su objetivo era afianzar la fe del pueblo.

Dios salva a su pueblo y en esa salvación, se reconoce como elegido por Dios. Fíjate bien, Dios responde a las quejas del pueblo. No es un Dios impasible trascendente que le importa muy poco la suerte de los seres humanos. Es un Dios que interviene en la historia a favor del pueblo oprimido. Así lo creían ellos, desde una visión mítica de la historia. Dios se sirve de los seres humanos para llevar a cabo la obra de salvación. Esto es muy importante a la hora de pensar la liberación. Somos nosotros los responsables de que la humanidad camine hacia una liberación o que siga hundiendo en la miseria a la mayoría de los seres humanos.

“Yo soy el que soy”. Estamos ante la intuición más sublime de toda la Biblia y seguramente de todo el pensamiento religioso: Dios no tiene nombre, simplemente, ES. El nombre de Dios es una expresión verbal: “El que es y será”. En aquella cultura, conocer el nombre de alguien era dominarlo. Pero Dios es inabarcable y nadie puede conocerle ni manipularle. Es una pena que hayamos intentado durante dos mil años, meterlo en conceptos y explicarlo. Todos sabemos que el discurso sobre Dios es siempre analógico, es decir: sencillamente inadecuado y solo “sequndum quid” acertado. Pero a la hora de la verdad, lo olvidamos y defendemos esos conceptos como si fueran la realidad de Dios.

Partiendo de la experiencia de Israel, Pablo advierte a los cristianos de Corinto que no basta pertenecer a una comunidad para estar seguro. Nada podrá suplir la respuesta personal a las exigencias de tu ser. El ampararse en seguridades de grupo puede ser una trampa. Esta recomendación de Pablo está muy de acuerdo con el evangelio. Pablo dice: “El que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.” El evangelio dice por dos veces: “si no cambiáis de mentalidad, todos pereceréis”. La vida humana es camino hacia la plenitud, que necesita de constantes rectificaciones. Si no corregimos el rumbo equivocado, caeremos al abismo.

El evangelio de hoy nos plantea el eterno problema. ¿Es el mal consecuencia del un pecado? Así lo creían los judíos del tiempo de Jesús y así lo siguen creyendo la mayoría de los cristianos de hoy. Desde una visión mágica de Dios, se creía que todo lo que sucedía era fruto de su voluntad. Los males se consideraban castigos y los bienes premios. Incluso la lectura de Pablo que acabamos de leer se pude interpretar en esa dirección. Jesús se declara completamente en contra de esa manera de pensar. Está claro en el evangelio de hoy, pero lo encontramos en otros muchos pasajes; el más claro, el del ciego de nacimiento en el evangelio de Juan, donde preguntan a Jesús, ¿Quién pecó, éste o sus padres?

Debemos dejar de interpretar como actuación de Dios lo que no son más que fuerzas de la naturaleza o consecuencia de atropellos humanos. Ninguna desgracia que nos pueda alcanzar, debemos atribuirla a un castigo de Dios; de la misma manera que no podemos creer que somos buenos porque las cosas nos salen bien. El evangelio de hoy no puede estar más claro, pero como decíamos el domingo pasado, estamos incapacitados para oír lo que nos dice. Solo oímos lo que nos permiten escuchar nuestros prejuicios.

Insisto, debemos salir de esa idea de Dios Señor o patrón soberano que desde fuera nos vigila y exige su tributo. De nada sirve camuflarla con sutilezas. Por ejemplo: Dios, puede que no castigue aquí abajo, pero castiga en la otra vida… O, Dios nos castiga, pero es por amor y para salvarnos… O Dios castiga solo a los malos… O merecemos castigo, pero Cristo, con su muerte, nos libró de él. Pensar que Dios nos trata como tratamos nosotros al asno, que solo funciona a base de palo o zanahoria, es ridiculizar a Dios y al ser humano

Estamos en manos de Dios, pero su acción no tiene nada que ver con la nuestra, es de distinta naturaleza; por eso la acción de Dios, ni se suma ni se resta, ni se interfiere con la acción de las causas segundas. Desde el Paleolítico, se ha creído que todos los acontecimientos eran queridos por un dios todopoderoso. Pero resulta que Dios, por estar haciéndolo todo en todo instante, no puede hacer nada en concreto. No puede empezar a hacer nada, porque una acción es enriquecimiento del ser que actúa, y si Dios pudiera ser más, antes no sería Dios. No puede dejar de hacer nada, porque dejaría de ser Dios.

Si no os convertís, todos pereceréis. La expresión no traduce adecuadamente el griego metanohte, que significa cambiar de mentalidad, ver la realidad desde otra perspectiva. Perecer no es desaparecer sino malograr la existencia. No dice Jesús que los que murieron no eran pecadores, sino que todos somos pecadores y tenemos que cambiar de rumbo. Sin una toma de conciencia de que el camino que llevamos termina en el abismo, nunca estaremos motivados para evitar el desastre. Si soy yo el que voy caminando hacia el abismo, solo yo puedo cambiar de rumbo. Cada uno es responsable de sus actos. No somos marionetas, sino personas autónomas que debemos apechugar con nuestra responsabilidad.

La parábola de la higuera es esclarecedora. La higuera era símbolo del pueblo de Israel. El número tres es símbolo de plenitud. Es como si dijera: Dios me da todo el tiempo del mundo y un año más. Pero el tiempo para dar fruto es limitado. Dios es don incondicional, pero no puede suplir lo que tengo que hacer yo. Soy único, irrepetible. Tengo una tarea asignada; si no la llevo a cabo, esa tarea se quedará sin realizar y la culpa será solo mía. No tiene que venir nadie a premiarme o castigarme. El cumplir la tarea y alcanzar mi plenitud, es el premio, no alcanzarla el castigo. La tarea del ser humano no es hacer cosas sino hacerse, es decir, tomar conciencia de su verdadero ser y vivir esa realidad a tope.

¿Qué significa dar fruto? ¿En qué consistiría la salvación para nosotros aquí y ahora? Tal vez sea esta la cuestión más importante que nos debemos plantear. No se trata de hacer, o dejar de hacer, esto o aquello para alcanzar la salvación. Se trata de alcanzar una liberación interior que me lleve a hacer esto, o dejar de hacer lo otro, porque me lo pide mi auténtico ser. La salvación no es alcanzar nada ni conseguir nada. Es tu verdadero ser, estar identificado con Dios. Descubrir y vivir esa realidad es tu verdadera salvación.

Fray Marcos

Comentario – Domingo III de Cuaresma

(Lc 13, 1-9)

Los hombres asesinados, o muertos en catástrofes, no debieron sufrir esas situaciones terribles a causa de sus pecados, por el hecho de haber sido más pecadores. Y los que se libraron de esos sufrimientos no se salvaron de la muerte porque hayan sido más santos que los demás. Así Jesús quiere explicar que Dios no está controlando los pecados de cada hombre para hacérselos pagar con sufrimientos proporcionados a la gravedad de esos pecados. Jesús niega la idea de un Dios que se dedique a castigar.

Sin embargo, Jesús también dice que el pecado no es inofensivo: «Si no se arrepienten acabarán cómo ellos». El pecado daña nuestra vida y hace que nuestra existencia termine mal, no porque Dios se dedique a castigarnos, sino por la propia fuerza destructiva y venenosa que tiene el pecado. El que odia, por ejemplo, termina enfermándose y arruinando su vida de una forma o de otra, termina siendo víctima de su propio veneno; el que se encierra en la búsqueda del placer termina probando la miseria de su propio egoísmo, arruina su vida no porque Dios le envía castigos, sino porque el mismo pecado debilita su corazón y toda su vida, lo hace vulnerable a todo tipo de males.

Por eso podemos decir que la mejor manera de amar la propia vida es evitar el pecado, y que la mejor manera de atentar contra la propia dignidad es entregarse ingenuamente en las garras del pecado que envenena y enferma. Dejarse llevar por las inclinaciones egoístas, violentas, sensuales, creyendo que de ellas puede surgir la verdadera vida, es una forma de vivir fuera de la realidad; es hacerse esclavo de los propios monstruos interiores y del propio egoísmo, que nunca estará satisfecho mientras busque satisfacción fuera del camino de Dios. Es, en definitiva, dejar de alimentar la verdadera vida, enfermarse poco a poco por dentro, y dejar morir las mejores capacidades que Dios puso en el corazón.

Sin embargo, con el ejemplo de la higuera Jesús indica que Dios ofrece una oportunidad para rehacer la vida enferma por el pecado.

Oración:

Señor, protégeme para que el pecado no me domine, no dejes que caiga en las redes del mal y que mi vida se destruya por la fuerza seductora del pecado. Ayúdame a renacer Señor, con el poder de tu gracia, hazme fuerte frente a las tentaciones».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Tres maneras de morir y una sola de salvarse

El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.

Tres maneras de morir

1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.

Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo[1]. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.

Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, muerte a los romanos) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.

Pero Jesús toma un rumbo completamente distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.

La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.

Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo.

La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Pero esta exhortación no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre, ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.

Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.

Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.

Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más[2].

Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.

En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.

2ª lectura: Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)

En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

1ª lectura: Moisés (Ex 3,1-8.13-15)

Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés. La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: “El Señor es compasivo y misericordioso”.

José Luis Sicre

[1] Flavio Josefo no informa de este hecho, aunque sí de una matanza ordenada para reprimir una revuelta contra el uso del tesoro del templo para construir un acueducto (Guerra de los Judíos, libro II, 175-177). Tampoco tenemos información sobre el derrumbe de la torre de Siloé.

[2] Según el Levítico, cuando se planta un árbol frutal, los tres primeros años no se pueden cortar sus frutos; el cuarto año, se consagran al Señor; al quinto se pueden comer (Lv 19,23-25). El propietario lleva tres años viniendo a buscar fruta en ella, lo cual significa que ha sido improductiva durante siete. Su decisión de cortarla es comprensible, ya que la higuera absorbe mucho alimento y quita las sustancias nutritivas a las cepas que la rodean.

Lectio Divina – Domingo III de Cuaresma

“déjala todavía este año… a ver si da fruto…”

INTRODUCCIÓN

“Desde el callejón sin salida al que ha llegado la sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís todos pereceréis”. Nos salvaremos si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos no siendo más grandes, sino estando más cerca de los pequeños. Seremos felices no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor. No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno sus propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás. No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidaria que nos hemos organizado. Hemos de atrevernos a escuchar con más fidelidad el Evangelio de Jesús” (J.A. Pagola).

LECTURAS DEL DÍA

1ª lectura: Ex.3,1-8.13-15.        2ª lectura: 1Cor. 10,1-6

EVANGELIO

Lc. 13,1-9.

En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”».

REFLEXIÓN

No cabe duda de que el tema de este Domingo es la CONVERSION.  Si buscamos esta palabra en el Diccionario nos dirá que es “hacer que una persona o cosa se trasforme en algo distinto de lo que era”. En el mundo bíblico existe la palabra clásica “metanoia” que significa “cambio de mentalidad”. En concreto significaría: “pasar de nuestro pequeño mundo al mundo de Dios”. En este sentido, la conversión siempre es algo positivo, algo que nos conviene. Y esto lo vamos a comprobar en las tres lecturas de este día.

PRIMERA LECTURA (Ex.3,1-8.13-15). Convertirse es pasar de la soledad del desierto a la abrasadora cercanía con Dios. Moisés es un pastor y está atravesando su rebaño por el desierto para llevarlo a buenos pastos. Y en medio del desierto una imagen bella, evocadora, impactante: Una zarza que arde sin consumirse. Es la imagen de Dios que arde en llamaradas de vida, en llamaradas de amor, en llamaradas de felicidad. Y Moisés dice: VOY A ACERCARME A VER.  ¡Qué decisión tan bonita y tan importante!… En la medida que se acerca…entra en calor, se llena de vida.  En la medida que se aleja…se enfría y muere. Este Moisés perdido en medio del desierto, con muchas preguntas y pocas respuestas, con inseguridad, con miedo, con la boca reseca, con el polvo del camino, no es un hombre sino “el hombre” soy yo y eres tú. El hombre vive en este mundo como “desterrado”. Y en el momento actual, este hombre moderno, de espaldas a Dios, totalmente perdido, aterido de frío, vulnerable tras la pandemia, está necesitando la decisión de Moisés: VOY A ACERCARME A ESTA LLAMA.  Voy a intentar vivir aquello que estoy llamado a ser.

SEGUNDA LECTURA. (1Cor. 10,1-6). Convertirse es pasar de las figuras a la realidad. San Pablo, gran conocedor de las Escrituras, está capacitado más que nadie para enseñarnos el valor del A.T. “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros”.  La nube, el pan del cielo (maná), el agua, eran figuras que anunciaban acontecimientos futuros. Todo el Antiguo Testamento era preparación para el Nuevo. LA ROCA ERA CRISTO.  No podemos dar al A.T. un carácter definitivo. Dice San Pablo: “Hasta el día de hoy un velo vela su mente siempre que leen a Moisés; sólo cuando se conviertan al Señor, desaparecerá el velo” (2Cor. 3,15).  Y San Agustín nos recordará:” Cuando leo los libros del A.T. y no veo a Cristo, su lectura me resulta sosa, insípida; pero si descubro en ellos a Cristo su lectura me resulta sabrosa y embriagadora”. Por fin, hay que decir que el A.T. no da seguridad. Por eso “el que se crea seguro, cuídese de no caer” (2ª lectura). No es que los del Nuevo Testamento estemos seguros por nosotros mismos. Pero sí ponemos nuestra seguridad en Cristo, “nuestra roca”.

TERCERA LECTURA (Lc. 13,1-9). Convertirse es descubrir en Cristo un nuevo rostro de Dios. En tiempo de Jesús era normal considerar los males de este mundo como “castigos de Dios”.  Por eso podían pensar que los que derramaron su sangre en la época de Pilato y los que murieron aplastados por la torre de Siloé, murieron como castigo de Dios. Y de ahí se sacaba la consecuencia de que aquellos a quienes no les ocurría esas desgracias era porque eran buenas personas. Jesús se opone radicalmente a esta manera de concebir la religión. Y nos dice que aquellos que mueren de accidente o de enfermedad contagiosa, o de Corona-virus, no es por castigo de Dios. Todavía Jesús lo dejó más claro cuando le presentan un ciego de nacimiento y le hacen esta pregunta: Maestro, ¿Quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres?   Y Jesús contesta: Ni él ni sus padres”. (Juan 9,2-3). El Dios manifestado en Jesús no es un Dios que castiga, sino que ama y se mete dentro del dolor humano para liberarnos.  Esta idea de que nuestros males son castigos de Dios ha llegado hasta nuestros días. Por eso, incluso entre cristianos, se oye decir: ¿Qué le he hecho yo a Dios para que me castigue?  Decía Santa Teresa de Jesús: “Señor, con grandes favores castigabais mis delitos”.  Esa es la manera que tiene Dios de castigarnos. Incluso cuando nuestra vida se parece a esa “higuera seca que no produce frutos”, no la corta, sino que, con una paciencia increíble, la cava, la abona, la riega, la mima, para que dé fruto. Dios no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Lo que quiere es que volvamos a Él. “A veces nos comportamos como controladores de la gracia, y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una Aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno, con su vida a cuestas”. (Papa Francisco).

PREGUNTAS

1.-¿Soy consciente de la trágica situación del hombre de hoy, al querer alejarse de Dios? ¿Qué puedo hacer para descubrirle a un Dios fantástico, maravilloso?

2.-¿He descubierto el AT como “camino hacia Cristo”?  Y esto ¿a qué me compromete?

3.- ¿He descubierto con gozo el nuevo rostro de Dios revelado por Jesús? ¿Qué hago por difundirlo?

Este evangelio, en verso, suena así:

Todos en nuestro interior,
pensamos que somos “buenos”,
que los culpables son “otros”
y merecen escarmiento.
Jesús nos dice que “TODOS”
tenemos grandes defectos
y nos llama a “conversión”
a los valores del Reino.
Convertirse es aceptar
a Jesús como “modelo”,
descubrir su corazón
y mirarnos en un espejo.
Convertirse es parecerse
al Padre, que está en el cielo.
Él “se fija, escucha y baja”
a liberar a su Pueblo.
Somos “higueras” plantadas
en la viña del Maestro.
Nuestra misión es dar “frutos”
conformes con su Evangelio,
Jesús quiere que seamos
como los árboles bellos
que dan sombra, flores, frutos
y leña para el invierno.
Si una cerilla, Señor,
puede provocar gran fuego,
juntaremos nuestras llamas
y nacerá un “Mundo nuevo”.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Habla un mudo

En el centro de la Cuaresma, a pocas semanas de la pasión y muerte de Jesús, el pasaje evangélico de hoy es todo un símbolo. El Señor Jesús está expulsando a un demonio. “Y así que salió el demonio, dice el evangelista, habló el mudo” (se trataba de un caso de posesión diabólica con ese correlato somático). Una buena obra de Cristo que provoca la calumnia babeante en boca de sus enemigos: “Por arte de Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa éste los demonios”. La respuesta de Jesús ocupa la mayor parte del pasaje. Al final, aquel famoso piropo que una mujer del pueblo dirigió a Jesús y a la Virgen, debidamente rectificado por el Señor: “dichosos más bien los que oyen la palabra del Señor y la ponen en práctica”.

Hasta aquí, el evangelio de hoy, la palabra de Dios que queda escrita al comienzo letra por letra. Dije al principio que me parecía todo un símbolo este episodio. Y me explico. Ese hombre poseído del demonio representa a la Humanidad entera antes de que Dios se hiciera Hombre y derribara el muro de separación. Ese hombre poseído del demonio representa a todo hombre que viene a este mundo antes de que la gracia de Cristo le sane y le eleve a la vida de Dios. Y ese mismo hombre, “así que salió el demonio”, es la Iglesia Santa y es también toda alma en gracia, que “hablan” pregonando la gloria del Señor.

Pero la fuerza de este evangelio, su potencia simbólica le viene de la proximidad de la Redención. Cristo, expulsando al demonio de aquel galileo, es el Cristo Redentor. Esa acción de Jesús, esa obra buena, nos anticipa plásticamente el misterio de la Cruz bajo uno de sus aspectos más determinantes: su eficacia libertadora. Y aquí es donde deseo hacer algunas consideraciones.

Cristo ha expulsado el demonio que tenía la humanidad. Nos ha liberado en sentido propio. Parece como si el Señor, ante la última petición del Padre Nuestro: “mas líbranos de mal” –mejor sería decir: “líbranos del Malo”–, nos respondiera: “concedida de antemano”. Cristo, en efecto, nos ha liberado del Mal de una vez para siempre.

Aquí se encuentra la base del optimismo cristiano, de esa alegría que debe penetrar la lucha y el servicio de los hombres de Dios. La batalla ordinaria vista en esta perspectiva, adquiere su más auténtico sentido. Porque la vida cristiana, que es seguimiento de Cristo, hemos de concebirla —lo dije al empezar la Cuaresma— como una guerra mundial. El reino de la luz lucha contra el reino de las tinieblas. Se trata de una guerra total. Ambas partes luchan con todos sus efectivos. No hay zonas neutrales: todas las criaturas —ángeles y hombres— militan en uno de los dos bandos. Y esa guerra tiene lugar lo mismo en la pequeña historia personal de cada hombre, como en la Historia, con mayúscula.

Pero la gran guerra que cada cristiano está viviendo, no lo olvidemos, tiene esta fundamental característica: la batalla decisiva, la que inclina la suerte de la contienda a uno de los lados, ya se ha librado. La batalla decisiva de mi historia personal la ha combatido Cristo en mi nombre y la ha ganado para mí.

Esto tiene tal importancia que debo repetirlo a propósito del evangelio de este tercer domingo: Cristo muriendo en la Cruz y resucitando glorioso ha asestado el golpe de muerte al enemigo de las almas. Sus fuerzas, maltrechas, combaten en retirada. La victoria definitiva es siempre cuestión de tiempo. Cierto que el enemigo no ha perdido su ferocidad, pero es —no lo olvidemos— un enemigo vencido.

Ese optimismo que debe llenar la vida del cristiano hunde sus raíces en esta eficacia libertadora de la Cruz. Tentaciones, dificultades, contradicción, etc. No pueden faltar en la vida de un cristiano, pero tampoco pueden desanimarnos. Son obstáculos previstos y queridos por Dios. Son las posiciones del enemigo que a cada uno corresponde tomar, nuestra pequeña contribución personal a la pelea. Cristo ha abierto la brecha y va por delante con su fuerza y con su ejemplo. Su fuerza —el Espíritu del Hijo—nos impulsa y nos presenta la figura adorable de Jesús. A mí sólo me toca seguir sus huellas. Lo dijo Él: “el que quiera ser mi discípulo…” (Mc 8, 34), y nos lo recordó Simón Pedro, que sabía de qué hablaba: “Cristo padeció por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas” (1 Petr 2, 21).

Pedro Rodríguez

El desierto; el Sinaí

1.- Moisés se había criado en un buen ambiente, había ido a escuela de pago, diríamos hoy. En este caso se trataba de alguna institución propia de la hija del Faraón, que son palabras mayores. Le esperaba un buen porvenir, salidas profesionales, diríamos ahora. No obstante este futuro trazado por el destino, él quería ser fiel a Dios y, después de unas cuantas trifulcas peligrosas, hubo de huir al desierto y, como era un poco quijote, “desfacedor de entuertos”, entrometido en una riña, encontró esposa y ocupación segura: se hizo el mayoral de los rebaños de su suegro.

Aparentemente el pastor no hace nada. En el desierto donde ejercía hay poca vegetación y muchas montañas. Uno no entiende como los animales pueden encontrar sustento. Lo he recorrido unas cuantas veces y he quedado sorprendido al encontrarme beduinos con camellos y ovejas. Y ni unos ni otros estaban famélicos. El pastor observa, mira al ganado y mira el paisaje. Espera estando siempre preparado para defender a sus animales, calcula donde los irá conduciendo y puedan encontrar agua. Contempla el pastor su entorno, es un meditativo excelente. El desierto, el del Sinaí especialmente, es lo absoluto de las inmensas montañas, en lo absoluto del inmenso cielo transparente. Uno de los lugares de atmósfera mas nítida del mundo. Buena preparación esta para aceptar un encuentro con lo absoluto mas absoluto que pueda uno imaginar: la Divinidad más absoluta: el que lo es por antonomasia, el que existe, sin que nadie lo haya fabricado, ni engendrado. Tierra absoluta, cielo absoluto, no faltaba más que el complemento de la imagen del misterio: el fuego. Y Moisés vio una zarza que ardía, ardía y nunca se apagaba. Topó con el misterio en la naturaleza y quiso descubrir el misterio de lo Trascendente que se escondía en aquella hoguera, no huyó, se acercó. Se dejo interrogar, preguntó también él. Os lo he contado alguna otra vez, mis queridos jóvenes lectores, un guía me decía en una ocasión: yo soy ateo, pero en el desierto creo en Dios.

2.- Moisés además de contemplativo era trabajador y hombre generoso. Solidario con los suyos, defender a uno de su pueblo había sido la causa de que le tocara escaparse de Egipto. Ahora Dios le pedía que volviera y fuera al encuentro del faraón y él no se negó. Decirle que sí a Dios, supuso el inicio de un cambio para la gente israelita. Moisés no se lo imaginaba, tampoco le importaba demasiado, la cosa era hacerle caso. Cuando uno se encuentra con Dios no puede ni sospechar lo que le va a acontecer. Simplemente hay que decir que sí y abandonarse en sus manos.

Mis queridos jóvenes lectores, no os olvidéis de estar atentos a lo que a vuestro lado se mueva. Debéis tener la atención del cazador, preguntaros que ocurre y porque ocurre. No pasar indiferentes y despreocupados, por los caminos de vuestra vida. Una zarza llamó la atención de Moisés e hizo caso a una voz que le hablaba. Este gesto le convirtió en el gran liberador de su pueblo. Otro oirá un grito, otro una súplica, otro una enseñanza, a cualquiera de vosotros le puede acontecer.

3.- La libertad y vida que proporcionó a los suyos Moisés, contrastan con el texto del evangelio del presente domingo. A Jesús no le gustaba entretenerse por Jerusalén, pero tampoco huía de los sucesos que interesaban a las gentes. Y el que una torre que se estaba edificando se cayera, o que a unos delincuentes el gobernador Pilatos les condenara a muerte y mandara que su sangre la mezclasen con la de las víctimas del altar, les tenía muy preocupados. A nosotros nos tendría sin cuidado lo que se hiciera con la sangre, en aquellos tiempos que la mezclara con la de animales creían era animalizar su eternidad. Lo que resultaba la más horrible de las condenas.

Cuando ocurre una desgracia notoria y pública, la gente se pregunta ¿a propósito de qué ha ocurrido? ¿Se lo merecían las víctimas? Son preguntas legítimas, pero superficiales. Lo importante es interrogarse: si a mí me hubiera ocurrido ¿dónde estaría yo ahora? Cuando yo estoy en lo que queda ahora de la piscina de Siloé, me pregunto ¿dónde estaría situada la torre que se hundió? No he visto que quede ningún rastro. Pero lo importante es que siempre me pregunte: Dios, si ahora me muriera ¿me encontraría en buen momento? Convertirse es estar preparado para entrar en la Eternidad con buen pie. Haber dado buenos frutos en la vida, haber sido útiles a los demás.

4.- El ejemplo que Jesús pone era muy a propósito para aquel tiempo. Seguramente que una higuera, si da higos y brevas o no, a vosotros os tendría sin cuidado. Son otras frutas las que os atraen. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos no existía el azúcar y estos frutos, como los dátiles, eran muy apreciados por su dulzura.

Lo que importa es la lección. A vosotros jóvenes, a los adultos o a los viejos, a todos, al encontrarnos con el Señor, nos dice: ¿qué traes en tus manos? ¿qué has hecho de tu vida? Pero no nos rehúsa a las primeras de cambio, espera, Dios dispone de la Eternidad para premiarnos, que es lo que Él quiere. Tiene paciencia, pero no abusemos de ella. Llenar nuestra vida de buenas obras requiere algún esfuerzo, pero satisface, nos interroga al no verle eficacia inmediata, pero siempre la tiene. Nunca se sabe el bien que se hace, cuando se hace el bien, leí hace años y no lo he olvidado. Tampoco quisiera que vosotros, mis queridos jóvenes lectores lo olvidaseis.

Pedrojosé Ynaraja

Asumir responsabilidades

Tanto en el ámbito más cercano como en temas sociales, políticos, etc., cuando surge un problema o se comete un error, especialmente si las consecuencias son graves, solemos pedir responsabilidades, averiguar quién tiene la culpa de eso que ha pasado, buscar una explicación para eso que ha ocurrido. Y somos muy rápidos para echar la culpa a otros, pero no tanto para asumir las propias responsabilidades que podamos tener, al menos en la parte que nos corresponde.

Estamos ya en el tercer domingo de Cuaresma, que marca la mitad de este tiempo. Y, en el Evangelio, hemos escuchado el relato de dos hechos ante los que buscan culpables. El primero es lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Se refiere a una matanza que llevó a cabo Pilato en el templo durante una fiesta de Pascua. La gente quedó horrorizada y buscaba quién tenía la culpa de ello, y algunos llegaban a la conclusión de que esos galileos eran pecadores y por eso habían recibido el castigo que merecían sus pecados. Pero la respuesta de Jesús cambia este enfoque: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no.

El segundo hecho es sobre aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató. Esta vez es Jesús quien saca a la luz lo que también piensan quienes le están cuestionando: ¿Pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no.

Y, en ambos casos, Jesús hace una llamada a asumir la propia responsabilidad: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y, para ilustrar su respuesta, cuenta la parábola de la higuera que no da fruto, a la que se le concede un plazo: déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar.

El tiempo de Cuaresma, como llevamos diciendo desde el Miércoles de Ceniza, es un tiempo favorable para revisar la unidad de nuestra fe, vida y celebración, y, como consecuencia, nuestra situación actual, para avanzar en nuestro proceso de conversión, en este “volvernos hacia el Señor” al que estamos llamados para hacer nuestros sus sentimientos, valores, actitudes, comportamientos.

Y, a estas alturas de la Cuaresma, quizá detectemos que no hemos avanzado mucho, que los buenos propósitos del Miércoles de Ceniza han quedado relegados casi al olvido. Y quizá también echemos la culpa a otros: las obligaciones familiares o laborales, los problemas y agobios que nos afectan, los múltiples compromisos que ya tenemos en la comunidad parroquial… Y luego nos quejamos de lo mal que está todo, de que no progresamos, que estamos siempre igual…

Pero la respuesta de Jesús va también para nosotros: Si no os convertís… Es una llamada a asumir nuestra propia responsabilidad en este proceso de conversión cuaresmal. La mayoría de nosotros, como la higuera de la parábola, hace años que estamos “plantados” en la Iglesia, en la comunidad parroquial. Pero quizá nos hemos quedado así, “plantados”, sin más, sin dar el fruto que el Señor espera. Y recibimos muchos cuidados y “abono”: la Eucaristía y otros sacramentos, tiempos de oración, retiros, Equipos de Vida para crecer y madurar en la fe, charlas… pero no lo aprovechamos. Y no sólo no damos fruto nosotros, sino que perjudicamos el terreno, como ha dicho Jesús.

En mi vida ordinaria, ¿sé asumir mis responsabilidades, o echo la culpa a otros o a las circunstancias? ¿Pienso, como los que preguntaron a Jesús, que hay cosas que ocurren como “castigo de Dios”? A estas alturas de la Cuaresma, ¿cómo evalúo mi proceso de conversión? ¿He tenido presentes los compromisos que me marqué el Miércoles de Ceniza? Como la higuera de la parábola, ¿estoy simplemente “plantado” en la comunidad parroquial, de un modo pasivo, o participo en la misma? ¿Aprovecho los medios que me ofrece para ayudarme en mi conversión?

Las circunstancias personales, familiares, laborales, sociales, políticas… indudablemente nos afectan y dificultan nuestro proceso de conversión, pero esto no nos exime de asumir nuestra responsabilidad si vemos que no avanzamos como deberíamos. Hagámoslo y busquemos caminos para aprovechar lo que queda de Cuaresma y ofrecer al Señor los frutos que Él espera de nosotros.