Comentario – Miércoles III de Cuaresma

Mt 5, 17-19

Interiorizar la ley, sin formalismos

Valorizar las naderías de la existencia.

No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas: No he venido a «abrogarla»…, sino a «consumarla»…

Y sin embargo, ¡cuántas veces Jesús se ha opuesto a las interpretaciones oficiales de la Ley! ¡Cuántas veces se ha pronunciado contra las interpretaciones estrechas del «sábado» o de las abluciones! Con toda libertad ha hecho frente a las costumbres de su tiempo que prohibían ciertas relaciones con ciertas categorías despreciadas, como: samaritanos, publicanos, extranjeros, leprosos. El evangelio está lleno de controversias de Jesús con los escribas, muy aferrados a la letra de la Ley. Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras. Sin embargo, obrando así, no tenía conciencia de destruir la Ley, sino de salvarla, de mejorarla para que cumpliera su fin.

Jesús no es un destructor, un devastador…, sino un constructor: viene a continuar una obra comenzada; es el seguidor de los grandes profetas y de lo mejor de la Ley de Moisés; acepta la tradición de su pueblo…, ¡pero la hace avanzar! El Nuevo Testamento es, a la vez, una «novedad» radical en la más perfecta fidelidad a lo esencial del Antiguo. Danos, Señor, esta misma actitud, frente a las realidades en las que hoy nos encontramos: no abolir, sino cumplir.

Tal es el espíritu de Cristo.

Tal es la misión de la Iglesia frente a las realidades humanas.

Si alguno violare uno de esos mandamientos mínimos… Ia más pequeña letra… una tilde de ella…

Nada es pequeño delante de Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay «pequeños deberes» sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.

«Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que es quien las hace en nosotros. (Pascal)

Jesús nos invita a no soñar con cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo. Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.

Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que la esperaba fue: barrer los claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.

El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos- será «grande» en el reino de los cielos.

«Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.’ (Santa Teresita) Lo que es «pequeño» a los ojos de los hombres, puede ser «grande» a los ojos de Dios.

Ayúdame, Señor, a saber apreciar cualquier cosa, como Tú.

Modesta actualidad de cada día. Banalidad cotidiana enaltecida.

Una vez más, Jesús insiste en el «hacer»… practicar… poner en práctica… Es fácil el ilusionarse con bellas palabras. Uno se cree bueno porque se siente capaz de hablar bien de «espiritualidad» o incluso de discutir sobre doctrina teológica…

Jesús nos reconduce a la realidad de nuestros actos cotidianos.

Hacer la voluntad de Dios, aun en los mínimos detalles. Esfuerzo de cuaresma.

Noel Quesson
Evangelios 1

Anuncio publicitario