Comentario – Domingo V de Cuaresma

La actuación de Jesús en una sociedad tan rigorista e hipócrita como aquella que apedreaba a las adúlteras, significó la realización del algo nuevo: eso que anunciaba Isaías y que veía ya brotando como río en el yermo o un camino en el desierto. Es el camino de la salvación para quienes ya estaban irremisiblemente condenados, como esa mujer sorprendida en adulterio.

Eso significó Jesús para la adúltera, un camino de salida en su desierto existencial, un agua capaz de calmar su sed de felicidad. No olvidemos que se trataba de una persona condenada y en trance de muerte; y condenada no por cualquiera, sino por la ley de Moisés (una institución sagrada).

El pasaje evangélico resulta comprometedor, tanto que llegó a desaparecer de los manuscritos más antiguos. En una época de rigorismo penitencial, en la que el adulterio era uno de los pecados más graves –comparable a la apostasía y al homicidio-, uno de esos pecados por los que había que someterse a la penitencia pública, este pasaje podía favorecer una interpretación demasiado indulgente del mismo pecado.

Pero no debemos confundir las cosas. Jesús no absuelve el adulterio; a quien absuelve es a la adúltera. Jesús no autoriza el adulterio, aunque desautoriza a quienes pretenden condenar a la adúltera con la ley de Moisés en la mano. Jesús no dice que el adulterio no sea pecado; al contrario, aunque no condena a la adúltera, le dice: en adelante no peques más, precisamente porque ha pecado, y gravemente. Condena el pecado, pero no al pecador. Al pecador le salva, tanto de sus acusadores, como de su pecado.

Pero aquello era ante todo una trampa urdida contra Jesús. Los acusadores de aquella mujer sorprendida –algo que parece suponer el acecho- en adulterio, buscaban motivos para acusar y desacreditar a Jesús. Si éste se ponía de parte de la acusada, haciendo gala de su conducta misericordiosa para con los pecadores, quedaba enfrentado a la ley de Moisés –una ley que no entendía de compasión-, que mandaba apedrear a las adúlteras. Si, por evitar el enfrentamiento con la ley, aprobaba la condena de aquella mujer, podía perder ante sus seguidores el prestigio que se había ganado de hombre misericordioso, libre e independiente.

Los fariseos, enfrentándole a la Ley, quieren poner de manifiesto que es un heterodoxo o un maldito, como los que no entienden de la ley. La encerrona era patente y la situación complicada; pero Jesús sale de ella con una maestría admirable. Primero adopta una actitud de indiferencia, como si el caso no fuera con él: inclinándose, escribía con el dedo en el suelo; pero, ante la insistencia de los acusadores que buscan su pronunciamiento público, Jesús se incorpora y les dice: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra; y siguió escribiendo en el suelo, atento al efecto de sus resueltas palabras; porque el efecto fue progresivo, pero fulminante.

Ellos, al oír esto, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos (quizá por más experimentados, o por más conscientes de sus pecados, o por más temerosos del desenlace final), hasta el último.

Al fin quedan solos. Jesús había logrado su propósito: que nadie de sus ahuyentados acusadores condenara a aquella mujer. A ellos les había incapacitado para la ejecución de la condena y para el juicio, y a la ley, de la que ellos eran custodios, le privaba también de autoridad para este tipo de condena. Y él, que sí podía condenar, tampoco lo hace; porque no ha venido al mundo para condenarlo, sino para salvarlo, no solamente de los acusadores que surgen por doquier, sino del propio extravío, del propio pecado.

Cuando Jesús se incorpora y ve frente a sí a aquella mujer petrificada por el miedo, le pregunta: ¿Ninguno te ha condenado? Pues yo tampoco te condeno; anda y en adelante no peques más. Aquella mujer tuvo que sentirse revivir. Jesús le había devuelto la vida. En su interior había entrado algo nuevo e inusitado, recreándola, transformándola. Había quedado marcada por la mirada y la voz de su salvador, que no le permitiría volver a su antigua vida de pecado.

El episodio narrado tiene que hacernos pensar. Tendría que desaparecer de nuestra boca toda palabra o gesto de condena, y sin embargo somos muy dados al «linchamiento», sobre todo cuando los ánimos están enardecidos contra alguien, y en tales circunstancias nos vale cualquier chivo expiatorio, sin necesidad de muchas pruebas. En realidad, sólo Dios puede condenar, al menos de modo definitivo, porque sólo él conoce la entera verdad de las cosas y el grado de implicación de las personas en los hechos. Pero el único que puede condenar, no lo hace; salva al pecador siempre que ello es posible.

Lo que Dios condena es el pecado, que es lo que daña no sólo al ofendido, sino al mismo ofensor. Nuestro pecado consiste muchas veces en constituirnos en jueces y acusadores de los demás, cuando tendríamos que enjuiciarnos antes a nosotros mismo, puesto que no estamos libres de pecado. Pero Jesús nos dice: no condenéis y no seréis condenados; con la misma medida con que midiereis, seréis medidos. Es verdad que solemos abstenernos de lanzar piedras contra nuestros semejantes, pero no por eso dejamos de lanzar fango, el fango de nuestros resentimientos, odios, antipatías, malos humores; y cuando uno maneja fango, se ensucia. En realidad ya está sucio, porque el fango que lanza lo saca de su propio corazón.

En la vida con frecuencia nos sorprendemos señalando y condenando a ciertas personas sorprendidas en su delito. Es una operación que casi nos dan hecha los medios de comunicación social, que ya han dictado sentencia antes de que intervengan los jueces oficiales. Se trata de ese alcalde (o político) sobre el que recaen acusaciones de corrupción o de cohecho, o del obispo que ha encubierto casos de pederastia, o de esos padres que han entregado a su hija a la prostitución, o del señor honorable denunciado por acoso sexual, o del terrorista que ha cometido un buen número de atentados.

Los medios los señalan –del mismo modo que los fariseos a la adúltera- como lo más execrable de nuestra sociedad, y nosotros los condenamos antes de que medie cualquier sentencia.

Pero ¿qué pasaría si Jesús, que conoce nuestra vida y nuestra conciencia, nos dijese: el que de vosotros esté libre de pecado, que le tire la primera piedra? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿No hay en nuestra vida pecados similares, aunque quizá menos notorios, y a otra escala, que los denunciados por los medios? Queremos tener políticos, o sacerdotes, o profesores modélicos, cuando nosotros no lo somos. Exigimos lo que nosotros no damos.

En cierta ocasión preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta: «¿Qué mejoraría usted en la Iglesia?» A mí misma, respondió ella al instante. Esa es la actitud correcta. Y cuando uno es consciente de sus propios pecados, sólo queda acercarse al que puede perdonarlos, esperando escuchar esas palabras sanadoras que escuchó la adúltera: Yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo V de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO V DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des coronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias 
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Meteré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Meteré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.

LECTURA: 1P 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto.

PRECES
Glorifiquemos a Cristo, el Señor, que ha querido ser nuestro Maestro, nuestro ejemplo y nuestro hermano, y supliquémosle, diciendo:

Renueva, Señor, a tu pueblo

Cristo, hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que nos alegremos con los que se alegran y sepamos llorar con los que están tristes,
— para que nuestro amor crezca y sea verdadero.

Concédenos saciar tu hambre en los hambrientos
— y tu sed en los sedientos.

Tú que resucitaste a Lázaro de la muerte,
— haz que, por la fe y la penitencia, los pecadores vuelvan a la vida cristiana.

Haz que todos, según el ejemplo de la Virgen María y de los santos,
— sigan con más diligencia y perfección tus enseñanzas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos, Señor, que nuestros hermanos difuntos sean admitidos a la gloria de la resurrección,
— y gocen eternamente de tu amor.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado IV de Cuaresma

¿Vosotros también os habéis dejado embaucar?

1.- Oración introductoria.

Señor, Tú no pasas por la vida de una manera indiferente. Unos te aman y otros te odian. Unos desean matarte y otros dan la vida por Ti. Yo tampoco quiero que seas indiferente para mí. Déjame que te diga una vez más aquello que ya sabes y te lo he dicho mil veces: Sabes que te quiero, que sin ti mi vida no tiene sentido, que eres todo para mí. Pero no sólo lo quiero decir con mis palabras sino también con mi vida. Por eso vengo a pedirte que me ayudes a ser un buen cristiano.

2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 7, 40-53

En aquel tiempo la gente que oyó estos discursos de Jesús, unos decían: Este es verdaderamente el profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Pero otros replicaban: ¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David? Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Respondieron los guardias: Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre. Los fariseos les respondieron: ¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos. Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús: ¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace? Aquellos le respondieron: ¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta. Y se volvieron cada uno a su casa.

3.- Qué dice el texto.

Meditación, reflexión.

Me impresiona la terquedad de los dirigentes religiosos en tiempos de Jesús: -escribas, saduceos, fariseos- hombres que se han pasado la vida con las Escrituras en las manos.  Tienen una grave enfermedad. Podríamos llamar “cardio-esclerosis” (endurecimiento del corazón). Están viviendo a costa de la explicación de las Escrituras. Ellos se creen los maestros de Israel. Pero no aceptan a Jesús. Ni aceptaron las palabras de los mismos guardas enviados por ellos: “Jamás ha hablado un hombre como este hombre”. Les dicen que se han dejado “embaucar”. Me encanta este título que los mismos enemigos han dado de Jesús: “Embaucador”. Y es que Jesús cautiva, Jesús seduce, Jesús fascina, Jesús arrastra, Jesús embauca. Y nosotros los cristianos de todos los tiempos nos debemos dejar seducir y cautivar por Jesús.  Los que ponen la mano en el arado y miran atrás, no sirven para el reino. Después de haber visto a Cristo por delante, ¿qué pueden ya ver por detrás? Lo dijo muy bien Fray Luis de León: ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la hermosura, que no les sea enojos? quien oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Palabra del Papa

“Esta clase dirigente eran pecadores, como todos, pero estos eran más que pecadores: el corazón de esta gente, de este grupo, con el tiempo se había endurecido tanto, tanto que era imposible escuchar la voz del Señor. Y de pecadores, han resbalado, se han convertido en corruptos. Es tan difícil que un corrupto consiga volver atrás. El pecador sí, porque el Señor es misericordioso y nos acepta a todos. Pero el corrupto está obsesionado con sus cosas, y estos eran corruptos. Y por esto se justificaban porque Jesús, con su sencillez, pero con la fuerza de Dios, les molestaba. Y paso a paso, terminan por convencerse que debían matar a Jesús, y uno de ellos dijo: ‘Es mejor que un hombre muera por su pueblo’. Éstos han hecho resistencia a la salvación de amor del Señor y así ha resbalado de la fe, de una teología de fe a una teología del deber: ‘tenéis que hacer esto, esto, esto…’ Y en la dialéctica de la libertad está el Señor bueno, que nos ama, ¡nos ama mucho! Sin embargo, en la lógica de la necesidad no hay sitio para Dios: se debe hacer, se debe hacer, se debe hacer… Se han convertido en comportamentales. Hombres de buenas maneras, pero de malas costumbres. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 27 de marzo de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra. (Guardo silencio)

5.-Propósito Hoy me dejaré cautivar por Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, por este rato tan agradable que he pasado contigo. Es para mí lo mejor del día. Te agradezco tu fuerza para conquistar los corazones. También un día a mí me cautivaste y sigo cautivado por Ti. No te cambiaría por nadie. Siempre que intento disfrutar de la vida sin contar contigo, siempre me queda un dejo de tristeza y soledad. En cambio, cuando yo disfruto contigo me siento más libre para disfrutar de todo. Gracias, Señor.

Oración por la paz

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)

Jesús escribe en el suelo

1. – No se puede obviar la capacidad descriptiva de San Juan en este fragmento de este Evangelio. Jesús escribe en el suelo con el dedo. Enfrente un grupo vociferante arrastra a una mujer hasta Él para acusarla de adulterio. Jesús los ignora. Sigue trazando signos en la tierra. Continúa escribiendo ante el estupor de los que gritan. No se esperaban esa aparente pasividad. Está claro que no buscan ninguna clase de justicia y menos alguna suerte de perdón para la mujer que traen. Sólo pretenden atrapar al Señor al algún juicio no adecuado a la Ley oficial. Podían prever que la misericordia de Jesús buscaría argumentos exculpatorios divergentes con la mencionada Ley. Pero Jesús expresa lo único que se puede decir un grupo de hombres cuando intentar culpar o ejecutar a uno de sus prójimos. «El que esté sin pecado que le tire la primera piedra…»

¿Quien de nosotros puede juzgar como pecador a sus semejantes? Pues, nadie, porque todos somos pecadores. Y pobre de aquel que no repare en su condición de pecador. Jesús, a su vez, no minimiza, ni por un momento, el pecado, porque le dirá a la mujer: «Tampoco yo te condeno. Y en adelante, no peques más». Jesús no tiene pecado, pero tampoco condena. Y le pide que no vuelva a pecar.

2. – Es muy hermosa la escena y es muy notable la posición general de Jesús. Desde su pretendido ensimismamiento hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer. Hemos expuesto en nuestra Carta del Editor de primera página unas consideraciones sobre pecados y decretos que pueden ser útiles para la formación de nuestra «conciencia civil» como ciudadanos. Y también como elemento de reflexión para estos días de cuaresma. No obstante tiene más interés –mucho más interés espiritual– este Jesús que escribe en la arena y sabe que la maldad es muy superior en los que desean equivocarle que dentro de una mujer que traen como pecadora.

3. – El tiempo de cuaresma –ya estamos al final– debe producir reflexión sobre nuestras faltas y ausencias de amor. Hace unos días oíamos a un santo sacerdote decir que la conversión era un camino para acrecentar nuestro amor hacia Dios y hacia el prójimo. El amor cada vez más grande nos alejará de esos planteamientos erróneos y desordenados que producen nuestras faltas. Y es que el camino final de esta cuaresma –la Pasión de Jesús– es una impresionante Sinfonía de Amor que nos traerá un Jueves el testamento de la Eucaristía, un Viernes la muerte por todos en terrible soledad telúrica y cósmica, un Domingo, antes de amanecer, con el Triunfo definitivo de la Vida y del Amor. Y, sinceramente, nada de esto son eufemismos. Son realidades palpables. Nuestra conversión estará en amar más, y mejor a Dios, y a nuestros prójimos.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado IV de Cuaresma

Jn 7, 40-53

Tomar partido por Cristo

De la muchedumbre, a propósito de Jesús, unos decían… otros decían…

Jesús sigue siendo un misterio para sus contemporáneos.

¿Quién es? ¿De dónde viene? Las discusiones simplemente humanas no alcanzan a dar una respuesta.

Y se originó un desacuerdo en la multitud por su causa.

Y yo, ¿qué digo de Jesús? ¿Tomo partido, claramente?

¿No dice la Escritura que…?

Incluso la ciencia bíblica no basta para descubrir verdaderamente quién es El. No es primero en los libros que se descubre a Cristo. Los escribas y los fariseos eran la más alta autoridad doctrinal, los mejores especialistas en discusiones sobre la Escritura -sus referencias son prueba de ello-.

Según ellos, en Jesús no se cumplen todas las condiciones necesarias: no es el Mesías.

La condición esencial para conocer a Dios es la humildad.

Hay que saber desprenderse de sí mismo, renunciar a sus propios puntos de vista, dejarse conducir.

Más allá de mis dudas y de mis preguntas, Señor, haz que te conozca. Acepto no saber captar todo. Sé que no puedo comprenderlo todo.

Del linaje de David y de la aldea de Belén ha de venir el Mesías.

A menudo es así: los detalles nos bloquean.

Nos quedamos en bagatelas.

No sabemos superar las apariencias.

Y sin embargo, era ciertamente ¡»de Belén» que él venía! Pero también ¡»de mucho más lejos» que Belén! Esa pequeña aldea podía ser causa de ilusión.

Dios permanece escondido detrás de las apariencias humanas.

Los guardias, enviados por los príncipes de los sacerdotes para arrestarle volvieron diciendo: ¡Jamás hombre alguno habló como este! Los alguaciles del Sanedrín no se atrevieron a ponerle la mano encima, como se les había mandado. Quedaron subyugados, seducidos.

Este detalle es importante. Nos muestra que algo debía emanar de Jesús: se adivinaba una personalidad excepcional, fascinante.

Muchos hombres, hoy, se quedan con esta admiración:

Jesús es un gran hombre…, un genio espiritual…, un sabio…

Tú eres, Señor, mucho más que esto: «creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios. Luz de Luz… Por Quien todo fue hecho.

«¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en él?» «Pero esta gentuza que ignora la Ley, son unos malditos».

He aquí lo que dicen los fariseos. ¡Qué aplomo! ¡Qué desprecio a todos los que no piensan como ellos, esas gentes que no conocen la Escritura!

Nicodemo, el que había ido antes a él, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley condena a un hombre antes de oírle?–¿También tú eres Galileo?

No resulta fácil tomar partido por Jesús. Se corre el riesgo de ser mal visto; de ser juzgado con él.

¿Soy capaz de correr ese riesgo? ¿Soy capaz de ser despreciado y juzgado mal, por el hecho de seguir a Jesús? ¿Hasta dónde llega mi fe? ¿Qué compromiso contraigo con ella?

¿Soy cristiano solamente cuando es fácil? ¿O bien lo soy también cuando el serlo requiere comprometerse?

Noel Quesson
Evangelios 1

Cuando señalas… ¡Te señalas!

1.- El que esté si pecado que arroje la primera piedra (Jn 8,1-11) Siempre que llega el momento de proclamar este Evangelio recuerdoaquella conocida sentencia: “cuando señalas con un dedo a alguien…tres dedos, de esamisma mano, te apuntan a ti”. (Os habéis dado cuenta; ¡probadlo!)

¡Qué distintos los parámetros del Señor para tratar los defectos y los fallos de los hombres! No los pasa por alto, pero tampoco los expone en un escaparte para contemplación y escarmiento público. Puede más, en su corazón, los deseos de recuperación que los de destrucción de la persona.

¡Qué interesados los nuestros a la hora de soplar sobre el humo, para evitar encararnos al fuego!

2.- Esta es la misericordia de Dios que es enseñada y presentada por Jesús Maestro: más allá de las leyes, de las normas y de los preceptos está el corazón del hombre. Y, el corazón, es lo que le interesa a Dios. Entre otras cosas, porque sólo El y uno mismo, podemos saber lo que ocurre en nuestras entrañas o las circunstancias que concurren en la situación de cada persona. ¡Poco les importaba la vida de aquella adúltera aquellos que solicitaban una interpretación de Jesús! A ellos lo que les movía era el poner contra las cuerdas a Jesús.

Es fácil tirar la piedra y esconder nuestra vida

-Y refugiara la sombra de la roca, nuestra propia mediocridad. Mientras hablen de otros…no se fijarán en mí

-Y escudarnos en la presunción de lo que decimos ser y tener pero luego, a sabiendas, de que somos y tenemos todo lo contrario

-Y creernos tan, en posesión de la perfección y de la verdad,que nos convertimos en autómatas a la hora de poner en práctica las leyes que atan para los demás, y por el contrario, querer las alas de la libertad para nosotros.

Es fácil arrojar la piedra y esconder nuestras faltas

-Y extraerla de esa gran minería, que todos llevamosen el interior, a golpe de juicios primarios y sin consistencia

-Y buscarla de gran tamaño para castigar las lagunas más diminutas de los demás y la más insignificante para los defectos más gigantes de uno mismo

-Y poner el ventilador salpicando a los otros con lo que en nosotros resulta difícil de eliminar

Es fácil tirar la piedra y ser duros con los que tropiezan y se desploman

-Y no caer en la cuenta que Dios, que tiene mucho de Padre, está muy cerca de aquellos desplomados, por haber sido injustamente tratados

-Y dedicarnos a explotar la cantera de nuestros interesados juicios y olvidar el cultivo de la bondad de nuestro corazón

-Y maniatar con ajustados grilletes a los que nos rodean mientras nosotros vivimos en libertad

3.- En estas vísperas de la Pascua del Señortodavía estamos a tiempo de curarnos primero a nosotros mismos. De mirar con detenimiento a esa película que todos tenemos archivada en el corazón y, a continuación entresacar aquellas escenas en las que, alguien y en algún momento, ha tenido misericordia o delicadeza con ciertas acciones que nos causan vergüenza personal o colectiva.

La diferencia entre un amigo de Jesús y uno que no lo es ¿sabéis donde estriba? En que el amigo de Jesús, aún siendo conocedor de las faltas de sus hermanos, lejos de condenarles les ayuda a superarlas; lejos de airearlas procura meterlas en cuarentena para que pierdan fuerza; lejos de liquidar de un plumazo a persona y pecados…intenta ver el lado positivo de su vida para el afectado salga de ese estado y pueda vivir con dignidad.

Siempre que leo el pasaje de Jesús y la adúltera me acuerdo de aquel paciente que iba a un médico con la garganta destrozada de tanto fumar. Era tanto el dolor que sentía que un día se atrevió a sugerir al sanitario: “aunque sea quíteme la garganta porque no puedo vivir así”. Y, el médico, le contesto: “no hombre; lo que Vd. tiene que quitarse es de fumar”.

Ahí quedaría el reto de la mujer adúltera. Mucho le perdonó Jesús (era buen médico y conocedor de su interior). Le faltaba lo más importante: no echar más hollín a su pasado oscuro y comenzar de nuevo.

¿Se lo permitirían aquellos que le acusaron? ¿Fueron víctimas de su propio complot en contra de Jesús?

Pidamos al Señor que, a partir de hoy mismo, seamos capaces de admirar a un Jesús que tiene un peculiar estilo de ver y de sentir las cosas: a favor del hombre y lejos de aquello que va contra su dignidad.

Pidamos al Señor que aprendamos la siguiente lección: la corrección del mal comienza con el perdón y no con el reproche.

4.- ¿QUÉ TIENES, JESÚS?

¿Qué tienes, Jesús?
Que perdonas, lo que el hombre no perdona
Que olvidas, lo que el ser humano no olvida
Que vas al fondo de las cosas, cuando nosotros,
nos quedamos satisfechos en lo superficial.

¿Qué tienes, Jesús?
¿Por qué te interesa el rescate del corazón de las personas y, muy poco,
las historias que ocurrieron en ellas?
¿Por qué miras siempre al futuro, a nosotros,
nos gusta siempremirar al pasado?
Tienes, Señor, la fuerza del amor de Dios
Tienes, Señor, la garantía de quien te envía
Tienes, Señor, la Ley del Amor, no la ley humana
Tienes, Señor, compasión por el hombre
Tienes, Señor, ojos que ven lo que nosotros no vemos
Tienes, Señor, ojos que no ven, lo que nosotros, frecuentemente, vemos, aunque no exista.

¿Qué tienes, Jesús?
Tienes la medida de Dios, muy distinta de la humana
Tienes pensamientos divinos,
¡tan contrarios a los humanos!
Aborreces el pecado, y comprendes y amas al pecador
¡Ahí estoy yo, Señor!
Soy pecador, pero muchas veces,
las más de las veces,
me convierto en duro juez, Señor
Haz, que –aun teniendo razones para lanzar la primera piedra- cuente hasta tres y hasta cien
para utilizar lo que es grande en Ti:
la misericordia

Javier Leoz

No juzguemos y no seremos juzgados

1.- «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43, 18-19) Cualquier tiempo pasado fue mejor, dijo el poeta. Y antes que él seguro que muchos lo pensaron. Es como un fenómeno general en la humanidad ese mirar con añoranza el pasado, olvidando lo malo que hubo, recordando sólo lo bueno. Lo contrario que pasa con el mirar el presente. En él se suele ver sólo lo desagradable, lo negativo, sin vislumbrar lo mucho bueno que sin duda tiene el tiempo que nos tocó vivir. Y con esa actitud se fomenta la desilusión, la desesperanza, se impide la objetividad para juzgar, se origina la impotencia para afrontar el futuro.

No es de cristianos vivir de recuerdos, pasarse la vida suspirando por lo que pasó, encerrado en un pasado que ya no existe. Hay que mirar con ilusión nuestra propia época, tratando de mejorarla, luchando para que haya más justicia, más amor, más paz. Es lo que Dios pone en nuestras manos, el talento que ahora tenemos que negociar hasta conseguir el máximo rendimiento.

El pasado no es más que eso, pasado. Lo que realmente nos pertenece es el presente, de esto es de lo que tenemos que responder ante Dios. Lo pasado ya no tiene remedio, mientras que lo que ocurre ahora es susceptible de hacerse bien y de cambio. Es señal de vejez el mirar atrás. De esa vejez caduca y decadente que afecta no sólo al cuerpo, sino también al espíritu. Esa es la peor forma de llegar a viejo, ese vivir del pasado, ese sentirse desfasado en el presente, ese no mirar con esperanza y con serenidad al futuro.

«Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. «(Is 43, 20) Eterna juventud. Si tuviéramos fe y confianza en el poder de Dios seríamos siempre jóvenes, tendríamos el corazón lleno de esperanza, de perenne ilusión. Y aunque el cuerpo esté torpe, inútil casi, la mirada sería clara, iluminada, transida de juventud. Parece una utopía lo que estoy diciendo, pero no lo es. Segurísimo. Es más, a medida que pasan los años tendríamos que estar más llenos de juventud, de alegre confianza. Comprendo que sean palabras absurdas y extrañas para muchos. Para mí mismo, quizás, cuando la juventud se me haya terminado del todo…

Ríos en el yermo, caminos por el desierto, agua para calmar la sed de tu pueblo. Una vida nueva que irrumpe impetuosa en la vieja vida de los hombres. Vida sin fronteras, sin esta continúa amenaza de muerte. Un agua viva, un agua que corre por entre los montes hasta desembocar en la vida eterna, un agua que calma la sed insaciable del corazón del hombre. Es posible el milagro, el prodigio tantas veces intentado por la quiromancia de todos los tiempos. Existe el elixir de la eterna juventud, de la auténtica juventud. Seremos capaces de mantener la juventud a fuerza de irnos transformando en la nueva criatura, la creada según Dios, en justicia y santidad verdaderas.

2.- «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar… » (Sal 125, 1) De nuevo los subidos acentos de emoción religiosa se dejan sentir en los versos del salmo. Sus encendidas palabras resuenan en el alma del creyente y le hacen vibrar de gratitud y de arrepentimiento. Hemos de colocarnos en la misma situación espiritual del cantor inspirado y tratar de hacer nuestros sus sentimientos.

En esta ocasión contempla el salmista cómo Dios ha sido misericordioso con su pueblo, le ha perdonado sus pecados y ha retirado el justo castigo. Además, ha restaurado las ruinas, le ha edificado una sudad nueva y le ha colmado de más bienes que antes de pecar había poseído. Por todo ello, en nombre de su pueblo, el autor inspirado exclama: El Señor ha estado grande con nosotros. De ahí que también nuestro corazón debe exaltar de alegría. Lo contrario sería ingratitud. El estar triste es como si dijéramos al Señor que nada significa su bondad sin límites para con nosotros.

«Que el Señor cambie nuestra suerte…» (Sal 125, 4) Si tenemos un mínimo de sensibilidad, si poseemos un mínimo conocimiento de lo que es amar y ser amado, si medimos aunque sea someramente la hondura del amor divino, entonces comprenderemos la gravedad de nuestras culpas y pecados, sentiremos un dolor profundo de haber ofendido a Dios, de haberle pagado con tan mala moneda tantos favores como nos ha concedido. Por otra parte hemos de comprender que cuando hemos pecado, hemos merecido un castigo eterno, hemos sido objeto de la indignación de Dios, de la ira divina tan terrible y poderosa.

Más de uno tendríamos que estar ya en el infierno, si Dios no nos hubiera perdonado y nos hubiera otorgado otra ocasión y oportunidad de rectificar. Hay que pensar cómo estamos de cara a Dios; hay que descubrir la propia situación interior. Seamos sinceros al menos con nosotros mismos. Volvamos nuestros pasos hacia el Señor y pidámosle que nos perdone, que cambie nuestra suerte, que no nos pague como merecen nuestros delitos, que tenga compasión también de nosotros, nos libre de todo mal y nos conceda sus inefables dones.

3.- «Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo…» (Flp 3, 8) San Pablo nos explica cómo lo perdió todo por seguir a Cristo, cómo considera que todo es basura con tal de ganarse al Señor y vivir unido a Él. Nada hay en el mundo que pueda compararse a la amistad con Dios. Incluso lo más noble, lo más bello, lo más grande es nada en comparación con la posesión del amor divino. Lo mejor que puede conseguir el hombre, lo único realmente bueno, lo único por lo que vale la pena jugárselo todo es conocer a Dios, padecer por Él, morir cada día un poco por Él, plenamente convencidos de que tras esta lucha de siempre nos espera la victoria más grandiosa que jamás hombre alguno pudo soñar, la gloria de Cristo mismo, la vida eterna, la dicha sin medida.

Con la mirada puesta en esta meta fabulosa hemos de coger con denuedo, sin desaliento, sin cansancio posible. Correr, correr siempre. Consiguiendo que cualquier caída -tan posible y tan fácil dada nuestra debilidad-, que cualquier tropiezo no sea más que un momento, un instante que superemos rápidamente con un acto de contrición, con una confesión personal y bien hecha. Y luego, en seguida, a seguir luchando con el corazón puesto en el abrazo final de Dios.

«Yo a mí mismo me considero como si aún no lo hubiera conseguido» (Flp 3, 12) San Pablo nos dice que ya posee el premio porque Cristo se lo ha entregado, pero que sin embargo, piensa y actúa como si no lo tuviera… Quizás tú pienses que ya has conseguido ese premio, quizás sientas la dicha inefable de poseer a Dios, de sentirte amigo íntimo de Cristo. Sin embargo, no te confíes, no te creas seguro, no pienses que ya está todo hecho.

Haz como Pablo: olvídate de lo que queda atrás -bueno o malo- y lánzate hacia lo que tienes delante, corre hacia la meta para ganar el premio que Dios nos promete a todos y cada uno de nosotros… Concédeme, Señor, la gracia de amarte siempre con un amor renovado, con un amor más encendido. Para que no me canse de correr a tu encuentro, para que los obstáculos que se interpongan no frenen mi marcha, para que nunca, por hondo que caiga, deje de levantarme y correr con decisión y empeño constante, hasta la posesión definitiva y dichosa de tu inmenso amor.

4.- «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8, 7) Nos dice el texto sagrado que todo el pueblo acudía a Jesús. La gente había intuido en Él algo distinto, de lo cual los otros maestros de Israel carecían. Con razón afirmaban que el Rabí de Nazaret enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos. Y, sin embargo, aquel Nazareno no había realizado estudio alguno. En realidad su ciencia era distinta, no era humana sino divina. La razón última por la que la gente acudía no era otra que la fe. Esa misma razón es la que ha de movernos a nosotros también a la hora de escuchar a Jesús que, también hoy, nos habla por medio de su Iglesia, según lo que había dicho acerca de que quienes escuchaban a sus apóstoles, a Él le escuchaban. Esa es la gran diferencia entre cualquier sabio o teólogo, por muy versado e inteligente que sea, y el Papa. El Sumo Pontífice merece nuestro respeto y acatamiento siempre, el científico sólo cuando sus razones nos convenzan y en cuanto que no diga lo contrario de lo que la Iglesia enseña.

En este pasaje que consideramos, el de la mujer adúltera, son los letrados y los fariseos quienes tratan de comprometer al Señor. Ellos desde su peana de peritos de la Ley tratan con desprecio y crueldad a esa desgraciada. Jesús, en cambio, se inclina en silencio hacia el suelo. Cuando le insisten para que se pronuncie, se incorpora e invita a que quien no tenga pecado tire la primera piedra. Luego vuelve a inclinarse y continúa escribiendo con el dedo en la tierra. No sabemos qué es lo que escribía, lo cierto es que todos se fueron escabullendo, uno a uno, empezando por los más viejos, hasta dejar sola a la adúltera frente a Jesús.

Es una gran lección para cuantos nos erigimos a veces en jueces de los demás. Con qué facilidad sometemos la conducta ajena a nuestro propio juicio. Olvidamos que el Señor nos ha dicho que no juzguemos y no seremos juzgados, y que con la misma medida con que midamos a los demás, seremos nosotros medidos. Nos resulta más fácil ser fiscales que no defensores, tendemos a resaltar las circunstancias agravantes y a olvidar las atenuantes. En el fondo trasladamos a la conducta del prójimo nuestra propia malicia y hacemos realidad aquello de que se cree el ladrón que todos son de su condición. Vamos a rectificar, vamos a ser benévolos a la hora de juzgar; dentro de lo posible abstengámonos de hacerlo, dejemos que sea Dios quien emita su justo juicio y seamos misericordiosos para que el Señor lo sea con nosotros, que falta nos hace.

Antonio García Moreno

¿Y tú qué dices?

1.- “Los letrados y los fariseos le traen a Jesús una mujer, sorprendida en adulterio. Y le preguntan: ¿Tú qué dices? La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras”. San Juan, Cáp. 8. Al salir de Egipto, el pueblo escogido acampó en las cercanías de Sukkot. Un hecho que los judíos conmemoraban cada año, en la fiesta de las Tiendas. Durante siete días, habitantes de Jerusalén y peregrinos, montaban chozas sobre las azoteas y las plazas de la capital, reviviendo el gozo de la liberación. Dentro de aquel clima de jolgorio es explicable que aquella mujer, de la cual nos habla san Juan, se hubiera dejado seducir por algún visitante. Ese día estaba el Señor sentado, en compañía de los suyos, bajo un pórtico del templo. De pronto, le interrumpe un tumulto de letrados y fariseos, que traen a empujones una mujer. Y sin más explicación le preguntan: ¿Tú qué dices?

2.- La ley judía había aprendido de Oriente a apedrear a las adúlteras. Y la ocasión les venía de perlas a los enemigos del Señor: Si Jesús se ponía de parte de la ley, no era tan misericordioso como decían. Si rechazaba lo mandado por Moisés, comprobaba su actitud subversiva. De otro lado, condenar a esta mujer y con el consentimiento del Señor, los beneficiaría a ellos los limpios, los perfectos. Todos guardamos en nuestro interior una espontánea guillotina para los demás, que al ponerla en acción, nos hace sentir purificados. Nos preguntamos dónde andaban estos hombres puros, que encontraron a la mano, a la pobre mujer comprometida. ¿Estarían acaso orando en el templo?

3.- Los sentimientos de Jesús serían entonces de intensa repulsión hacia los hipócritas. Ya en otra ocasión los había señalado como raza de víboras y sepulcros blanqueados. Además, de gran compasión hacia la mujer. Pero el momento era propicio para presentar el amor – y por lo tanto la misericordia- como el fundamento de su programa. En consecuencia la gravedad del fallo sexual ha de medirse en cuanto atente contra el amor.

La estrategia del Señor es magistral. No responde si está a favor, o en contra de ajusticiar a la adúltera. Baja el problema a un terreno práctico, que desata para sus acusadores, peligrosas consecuencias.

Cuenta el evangelista que Jesús permanecía sentado. Y mientras vociferaban sus enemigos, escribía en el suelo. Una forma de esperar que el drama llegara a su cima. Luego les dijo: “El que esté sin pecado que arroje ahora la primera piedra”. El texto apunta que los presentes se fueron escabullendo, comenzando por los mayores. ¿Serían los más culpados? Quién lo sabe. Pero les golpeaba más de frente el veredicto del Señor.

4.- Ahora están solos Jesús y la asustada mujer. ¿Aquel profeta que resucitaba muertos haría bajar sobre ella fuego del cielo? Nos gustaría conocer ese tono de voz, seguro pero suave, con el cual Jesús a quien había pecado, “más por fragilidad que por malicia”, (como reza una oración de la Iglesia), le pregunta. – ¿Nadie te ha condenado? –Ninguno, balbuce ella. Y el Maestro, más bondadoso todavía, añade: “Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”. De parte nuestra, la consabida fragilidad. De parte del Señor, su bondad inconmensurable. Pero se nos exige el necesario esfuerzo para enmendarnos.

Gustavo Vélez, mxy

Mirad que realizo algo nuevo

1.- ¿Cuál es la novedad? La novedad es la gracia que nos transforma y «nos ayuda para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo» (Oración Colecta). Sólo en la medida en que estemos dispuestos a recibir esta gracia será posible olvidarse de lo que queda atrás y lanzarse a lo que está por delante, como nos recuerda San Pablo en la Carta a los Filipenses.

2. – ¡Qué fácil es condenar al otro y disculpar nuestro propio comportamiento! «El que esté sin pecado que tire la primera piedra». Hoy día seguimos condenando, somos jueces implacables de los demás. Los males, decimos, son muchos, pero los culpables son los otros, o las estructuras… No queremos reconocer que todos somos corresponsables, por acción o por omisión, del mal y de la injusticia que sufre nuestro mundo. Esto se llama hipocresía. Hay quien dice que Jesús cuando escribía con el dedo en el suelo (por dos veces) estaba señalando los nombres de los acusadores, que se convertirían de este modo en acusados. Creo que no es éste el estilo de Jesús. Quizá lo único que pretendía era dar tiempo para suscitar la reflexión y hacerles caer en su incongruencia. Tal vez escribía el nombre de los muchos pecados que habían cometido. Jesús les invita al examen personal de conciencia para que reconozcan también la hipocresía social que condena a la mujer. Desenmascarados, van saliendo de uno en uno.

La palabra y la mirada tierna y misericordiosa de Jesús es la que salva y levanta a la mujer pecadora de su postración. Sólo el Señor es capaz de reconstruir a la persona por dentro para convertirla en nueva criatura. Sólo Jesús puede cambiar la orientación de nuestra vida para que podamos cantar que «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres»

José María Martín OSA

No lanzar piedras

En toda sociedad hay modelos de conducta que, explícita o implícitamente, configuran el comportamiento de las personas. Son modelos que determinan en gran parte nuestra manera de pensar, actuar y vivir.

Pensemos en la ordenación jurídica de nuestra sociedad. La convivencia social está regulada por una estructura legal que depende de una determinada concepción del ser humano. Por eso, aunque la ley sea justa, su aplicación puede ser injusta si no se atiende a cada hombre y cada mujer en su situación personal única e irrepetible.

Incluso en nuestra sociedad pluralista es necesario llegar a un consenso que haga posible la convivencia. Por eso se ha ido configurando un ideal jurídico de ciudadano, portador de unos derechos y sujeto de unas obligaciones. Y es este ideal jurídico el que se va imponiendo con fuerza de ley en la sociedad.

Pero esta ordenación legal, necesaria sin duda para la convivencia social, no puede llegar a comprender de manera adecuada la vida concreta de cada persona en toda su complejidad, su fragilidad y su misterio.

La ley tratará de medir con justicia a cada persona, pero difícilmente puede tratarla en cada situación como un ser concreto que vive y padece su propia existencia de una manera única y original.

Qué cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Qué fácil y qué injusto apelar al peso de la ley para condenar a tantas personas marginadas, incapacitadas para vivir integradas en nuestra sociedad, conforme a la «ley del ciudadano ideal»: hijos sin verdadero hogar, jóvenes delincuentes, vagabundos analfabetos, drogadictos sin remedio, ladrones sin posibilidad de trabajo, prostitutas sin amor alguno, esposos fracasados en su amor matrimonial…

Frente a tantas condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás desde la pura objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia conducta personal. Antes de arrojar piedras contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizá descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la ley, sino que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación. Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Jesús la entendió.

José Antonio Pagola