Empatía, comprensión y no-juicio

La persona sabia es capaz de comprender todo -aunque, obviamente, no lo apruebe ni justifique-, porque sabe que cada persona hace en todo momento lo mejor que sabe y puede, teniendo en cuenta su “mapa” mental.

De hecho, la incapacidad para comprender al otro cuando piensa o actúa en modo diferente a uno mismo, no se debe a lo que piensa o hace, sino al propio narcisismo, que imposibilita tomar distancia del “mapa” personal, considerado como el único válido.

El juicio y la condena del otro puede nacer también de otros dos lugares, que guardan estrecha relación con el narcisismo: la proyección de la propia sombra -por la que condeno en el otro algo que está en mí oculto, reprimido y condenado- y la búsqueda de algún interés -quizás inadvertido- de autoafirmación personal, al creerme “mejor” que el otro. Quien condena, se sitúa automáticamente en un pedestal elevado desde el que “imparte sentencia”, sobre la creencia arrogante en su propia superioridad moral.

Frente a tal engaño, sostenido en las trampas mencionadas -incapacidad narcisista de comprender al otro, proyección de la propia sombra y búsqueda cuasi patológica de autoafirmación y superioridad moral-, el sabio Jesús apunta en la indicación más adecuada y eficaz: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.

Es la misma sabiduría que recoge aquel otro dicho de Jesús: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Mt 7,3).

Uno de los signos más claros de la genuina espiritualidad es la ausencia de juicio. En uno de los “Dichos” (Apotegmas) de los Padres del desierto, se cuenta que un joven le planteó a uno de aquellos ancianos cómo haría para no errar en el camino espiritual. A lo que el padre le contestó con firmeza: “Sabrás que no te equivocas en el camino espiritual porque no juzgas a nadie”.

¿Cómo me sitúo entre la comprensión y el juicio?

Enrique Martínez Lozano

II Vísperas – Domingo V de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO V DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Lo mismo que fue elevada la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lo mismo que fue elevada la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. El Señor de los ejércitos es protección liberadora, rescate salvador.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor de los ejércitos es protección liberadora, rescate salvador.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, sus cicatrices nos curaron.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, sus cicatrices nos curaron.

LECTURA: Hch 13, 26-30a

Hermanos, a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando yo se elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando yo se elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo.

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
— y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
— y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
— y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
— haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
— y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

¡Suelta la piedra que tienes en tu mano!

En este último domingo de cuaresma nos encontramos con un evangelio que, a pesar de ser muy conocido, nos puede volver a sorprender, por ser tan concreto, directo y desestabilizador.

Es un texto que os invito a acoger, sin entrar a analizar su procedencia o su entrada tardía en el canon, (datos exegéticos que podemos encontrar en muchos libros) lo que nos situaría como buenos estudiosos. Os invito a acoger como quien se deja empapar por uno de esos chaparrones de primavera, sin abrir el paraguas aunque el agua esté fría. Nos empapará una ducha de realismo y concreción tal, que no nos permitirá espiritualizar ni escaparnos.

Es como si nos dijese: Al final de la cuaresma tú, ¿en qué andas? ¿Cómo reaccionas ante tu propio pecado y el de los demás? ¿Dónde te sitúas? Donde te colocas en una situación que de entrada parece “habitual y conocida” pero que se resuelve de una forma totalmente impensada.

Es tan rico el texto en su sencillez, que podríamos dejar que nos calase desde muchos ángulos, todos interesantes. Desde la situación de la mujer en la Iglesia primitiva y en la actual, una reflexión y conversión necesaria y urgente. Desde esa tensión de las primeras comunidades, y quizá también las actuales, entre la tradición de Jesús y la disciplina o rigorismo moral frente al divorcio, el adulterio y los pecados de impureza…

Pero, a pocos días de la Semana Santa podríamos intentar abrirnos a lo que el texto nos dice de forma más personal, abrirnos a lo que dice de ti y de mí, contemplando a cada uno de los personajes, sus gestos y palabras.

Primero a la “mujer” sorprendida en adulterio, acusada y conducida con violencia, públicamente… En el contexto del evangelio un pecado muy grave castigado con la muerte inmediata. Recordemos que en los textos proféticos, la relación de Dios con su pueblo en el AT es descrita muchas veces como una relación matrimonial, en la que el pueblo es infiel y, dejando al Señor, se prostituye yendo tras otros dioses (Os 4, 12).

Ampliando así la mirada, ¿quién de nosotros, mujeres o varones, no ha sido sorprendido en una infidelidad? Una infidelidad a Dios, a los hermanos, a nosotros mismos… Y no es solo que hayamos sido infieles en el fondo de nuestro corazón, el texto nos sitúa en la experiencia de ser sorprendidos/as, de ser acusados públicamente… ¿podemos identificarnos con esta mujer? ¿Sentir su miedo y su soledad? ¿Comprobar que no se nos da palabra, como a ella, que no puede justificar, explicar, disculpar…?

Es posible que alguna vez nos hayamos experimentado como “mujer” desvalorizada, juzgada, condenada… Hayamos sentido que “muchos” nos miran con la piedra en la mano. A veces incluso que también Jesús calla y está distraído haciendo no sabemos muy bien qué.

En segundo lugar miramos al otro grupo, el de los que tienen la piedra en la mano y tienen muy claro quién es merecedora de que se la arrojen. Son de los que no solo cumplen la ley, sino de los que “velan” para que todos la cumplan. ¿Nos recuerda alguna actitud propia? ¿Cuántas piedras guardo en mi mano? ¿Cuántas he arrojado o tengo reservadas para arrojar? ¿Contra quién estoy dispuesto/a a arrojarla? ¿Qué situaciones o actuaciones de los demás creo que merecen e incluso requieren que yo les apedree?

Piedras son mis juicios y pre-juicios, las palabras y “frases o miradas asesinas” que a veces lanzamos con mucha puntería y oportunidad… A veces lo hago solo, sola, pero que fácil es “hacer grupo” con otros que guardan piedras como yo, que fácil sentirnos apoyados cuando señalamos a alguien con el dedo acusador.

Y miramos a Jesús, él está en medio de unos y otros. Ese Jesús impresionante, libre, misericordioso, que parece que no puede hacer nada para no caer en la trampa que los escribas y fariseos le han tendido: tomar partido por la mujer saltándose la ley o apoyar la ley y renunciar a su ser más hondo, lo que constituye su Buena Noticia.

Pero Jesús, una vez más nos sorprende y, cuando todos podrían pensar que saben el final, que no hay más caminos, su misericordia abre caminos nuevos y nos abre la mirada a realidades más hondas y esenciales. La misericordia siempre encuentra caminos para hacer triunfar una justicia mayor. Y entonces, desde nuestra propia realidad y situación, escuchamos una de las frases más emblemáticas del evangelio: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Algo en lo que sin duda ninguno estaba pensando.

¡Es tan fácil mirar las infidelidades de los demás sin ver las nuestras! ¿Qué debieron sentir por dentro estos “maestros de la ley”? Es sorprendente que nadie responde, cuando antes habían argumentado tan bien su condena. No hay palabras para justificarse, para defender la ley. No hay lugar para hablar de la mujer porque cada uno, ellos y nosotros, hemos sido situados en el foco, en el centro. Y algo se remueve por dentro y les hace moverse por fuera. Dejan de ser el grupo de acusadores y se van “escabullendo” traduce alguna versión con una imagen tan sugerente. Desaparecen como quien no quiere la cosa, como intentando que nadie se dé cuenta… empezando por los más viejos. Viejos, no ancianos. Con muchos años pero con poca sabiduría…

Dejemos que resuene esta palabra de Jesús en nosotros. ¿Cuántas veces nos la tendrá que repetir?

Y escuchamos también la otra palabra, la que dirige a la mujer una vez que los dos comprueban que nadie la ha condenado. Cuando los dos se quedan solos. Cuando cada uno de nosotros/as nos quedamos a solas con él. “Vete en paz y en adelante no peques más” Esta palabra que nos abre a la esperanza, que nos da nuevas posibilidades. Hay un perdón, un regalo de paz y un proyecto de futuro. Pero solo lo escucha la mujer, la que se sabe “infiel” ante Jesús, la que no se ha ido a pesar de su pecado…

Quizá hoy el evangelio nos dice lo mismo a cada uno de nosotros que estamos ante el señor al final de esta Cuaresma: “No te condeno, vete en paz, pero suelta la piedra que tienes en tu mano, vacía tu corazón y tu mente de todas esas piedras que guardas, esperando la ocasión de tirarlas. Y que el amor llene ese espacio vacío que has recuperado y te impulse a trabajar por quienes están al borde del camino, recibiendo pedradas”

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Dios no juzga, Jesús no condena

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado.

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con los evangelios, incluido el de Juan. Tal vez la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como lasitud o permisividad.

En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los acusadores que se creían intachables. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta.

No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema, que nos ha traumatizado a todos.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para Dios, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que sigue estando ahí a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, estará más allá pero siempre alcanzable.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: «no tengáis miedo». El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado la conciencia del hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde la perspectiva del  hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el hermano menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar. Esa es la causa de que sigamos en nuestros errores.

Fray Marcos

Comentario – Domingo V de Cuaresma

(Jn 8, 1-11)

Aparece ante nuestros ojos una mujer que tuvo la desgracia de ser sorprendida por los religiosos recalcitrantes cuando estaba cometiendo adulterio.

Los escribas y fariseos, fanáticos del cumplimiento de las leyes, tenían bien presente que la Ley de Moisés ordenaba que se le quitara la vida (Lev 20, 10); pero como conocían la compasión de Jesús, quisieron aprovechar la ocasión para hacerle decir algo en contra de la Ley: «Lo decían para tentarlo, para tener de qué acusarlo» (v. 6).

Sin embargo, podemos ver que no tenían la conciencia totalmente oscurecida, porque eran capaces de reconocer que ellos mismos, aunque no hubieran cometido ese pecado, no podían ser totalmente fieles a Dios.

Por eso, comenzando por los más viejos, todos reconocieron que no habían sido capaces de cumplir totalmente esa ley que tanto defendían. Nadie tiró la primera piedra. Todos se fueron con la cabeza gacha.

Finalmente, en una preciosa escena, quedan los dos solos. Jesús y la pecadora frente a frente. La miseria y la misericordia mirándose a los ojos. Solos, como si todo el mundo hubiera desaparecido para no interrumpir aquella intimidad sobrecogedora.

Es el momento secreto en que cada corazón humano deja de poner obstáculos y permite que Dios lo descubra tal cual es, con toda su miseria humillante, con todo su dolor y su fracaso. Es el momento en que no tenemos nada a qué aferramos, y entonces bajamos los brazos, dejamos de defendernos del amor de Dios, renunciamos a seguir escapando, y nos dejamos mirar por él tal como somos.

Y Jesús, que salvó a la mujer de la muerte y de una humillación peor, le muestra sus entrañas de misericordia; pero por ese mismo amor la invita a cambiar de vida, a vivir con mayor dignidad: «No peques más».

Oración:

Señor, libérame de controlar la vida ajena, deseando el castigo y la humillación para los que pecan y se equivocan, olvidando mi propia miseria. Transforma la dureza de mi corazón para comprender la debilidad ajena, que es también la mía»  

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Dos conversiones distintas y parecidas

Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.

¿Qué hacemos con la adúltera?

El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.

La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)

Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.

La apedreamos (los escribas y fariseos)

Es lo que proponen escribas y fariseos invocando la Ley de Moisés. Es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica, ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos.

1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha.

2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una joven…y se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt 22,20-21).

¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan?

La perdonamos (Jesús)

Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía. Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Una imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más”.

A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.

El buen ejemplo de los escribas y fariseos

A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima.

Nota: Un texto escandaloso

Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir, y otros no sabían dónde meterla.

No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” podrían verse libres desde los terroristas hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, “no peques más”, dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere.

La conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14))

La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!*), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás.

La adúltera y el fariseo

A pesar de las diferencias, hay algo común a la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.

El éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21)

La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante”.

José Luis Sicre


(*) “Ocho apellidos vascos” es el nombre de una película del género comedia muy conocida en España.

Lectio Divina – Domingo V de Cuaresma

El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra

INTRODUCCIÓN

“Algo está brotando. ¿No lo notáis? Dios es el Dios de las sorpresas. El Dios de las mañanas nuevas y de las tardes inéditas, y de las noches por estrenar. El Dios de la belleza de cada una de las criaturas, aun las más pequeñas e insignificantes que enriquecen nuestra flora y nuestra fauna. El Dios de las nuevas sonrisas de los niños, de las fuerzas nuevas de los jóvenes, de las nuevas caricias de los novios y los jóvenes esposos; de la nueva vida que se está gestando, de nuestro debut como padres o como abuelos; del detalle cariñoso, siempre nuevo y bienvenido aun después de cuarenta, cincuenta o más años de casados… ¡No recordéis el pasado! No es que sea malo recordar, pero no podemos dejar la mente estancada en el pasado. Lo antiguo puede ser maravilloso, pero solo cuando no nos impide ver lo maravilloso que puede haber también en lo nuevo que la vida nos presenta. Porque Dios no se repite. Somos los seres humanos los que tenemos el monopolio de la rutina, la monotonía y el aburrimiento, pero Dios es siempre nuevo, y nuevo es todo lo que hace” (Sergio César Espinosa).

LECTURAS DEL DÍA

1ª lectura: Is. 43,16.21;           2ª lectura: Fil. 3,8-14.

EVANGELIO

Jn.8,1-11.

Por su parte, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

REFLEXIÓN

Esta preciosa escena que nos presenta el evangelio de San Juan la podemos dividir en tres cuadros:

PRIMER CUADRO:  LOS FARISEOS, LA MUJER Y JESÚS.

LOS FARISEOS. Felices de haber sorprendido a una mujer en pecado. Lo único que ven en esa mujer es su pecado. Esta mujer ha sido sorprendida en pecado. Se crecen humillando a la mujer. Se gozan recogiendo entre sus manos la basura para echársela en la cara. Me indigna su hipocresía. Porque si la han sorprendido en “fragrante adulterio”, ahí tenía que haber un hombre… El adulterio no lo cometió ella sola.  ¿O es que las leyes están hechas sólo para que las cumplan las mujeres?  Porque la Ley de Moisés hablaba de adúlteros, no sólo de adúltera (Lev. 20,10).

LA MUJER está en medio humillada, esperando la muerte. Sin levantar cabeza, sin poder hablar. Al menos para poder decir que el cómplice adúltero está ahí en el corro, entre los acusadores…

JESÚS está viendo la mujer: con sus pecados, pero también con sus virtudes. Con su miseria y también con su grandeza, Con todo lo malo y con todo lo bueno que ha hecho en la vida. Y, sobre todo, la está viendo con sus grandes posibilidades de cara al futuro. A Jesús no le interesa el pasado. Le interesa el futuro. No lo que ha sido sino lo que aún puede llegar a ser. Si la presencia de los fariseos la hunden, la presencia de Jesús le anima, le hace levantar la cabeza y esperar…

SEGUNDO CUADRO: LOS FARISEOS CON LA LEY EN LA MANO, LA MUJER Y JESÚS.

Con la ley en la mano quieren apedrear a esa mujer. Es la ley de Moisés, la suprema autoridad. ¿Se atreverá Jesús a conculcarla? Y Jesús ¿qué hace? Escribe en el suelo. Y todo lo que se escribe en el suelo es para que desaparezca enseguida.  O tal vez lo que escribía eran garabatos, como nosotros hemos hecho “barquitos” en clase cuando no nos interesaba lo que decía el profesor. Pero ellos estaban esperando una respuesta. Y Jesús la va a dar: El que entre vosotros esté sin pecado que le tire la primera piedra. Y fueron desfilando… por los más viejos…esos viejos verdes…que se habrían acostado con otras o incluso con ella misma. “Con la ley en la mano se pueden cometer muchos atropellos… Con la ley de “inmunidad parlamentaria” se cometen muchos robos y se genera mucha corrupción. Y con la ley del aborto en la mano, las madres tienen el derecho de matar impunemente a sus hijos en el vientre…Y con la ley en la mano, se fomenta el fariseísmo más absurdo. Ten cuidado de no arrancar una planta en el campo, de no matar al lobo que se ha comido tus ovejas…Puedes ir a la cárcel. Por lo demás, tirando piedras no se soluciona nada.  Jesús cambia las piedras por amor, por comprensión, por diálogo, por perdón.

TERCER CUADRO: JESUS Y LA MUJER SOLOS. 

Y llegó el feliz momento en que la mujer se quedó a solas con Jesús. ¡Qué alivio! Comenzó a respirar y a sentirse persona. Se acabaron las piedras y los gritos y las hipocresías. Se quedó Jesús, su gran defensor, el único que le hace levantar la cabeza, el único que ha visto en ella “la mujer” y no sólo “la pecadora”. El único que, en medio de aquella oscuridad, le ha hecho ver la luz. El único que, en aquella humillante soledad, le ha dirigido palabras de cercanía, de dulzura, de cariño. Y, como dirá San Agustín, allí quedaron solos “la gran miseria” y “la gran Misericordia”. Menos mal que no nos van a juzgar los hombres. Nos va a juzgar Jesús.  ¿Nadie te ha condenado? Nadie. Yo tampoco.  El oficio de Jesús no es ni juzgar ni menos condenar. Es salvar. ¡VETE! vete con la seguridad de un perdón. Vete con la cara alta. Vete como mujer…Vive, sé mujer, tienes muchas cosas buenas por hacer… Disfruta de la vida. Pero ¡No peques más! El pecado te ha puesto al borde del fracaso total.  Has llegado aquí como un trapo, como un guiñapo, ahora sales como mujer. No peques porque por ese camino no puedes ser feliz. Y yo quiero que lo seas…

PREGUNTAS

1.- Cuando miro a las personas, ¿con qué mirada las miro? ¿Con una mirada fría, superficial, o con la mirada profunda del corazón?

2.- ¿Sabes hacer diferencia entre lo “legal” y lo “moral”?  ¿Estás convencido de que con la ley en la mano se cometen muchas injusticias?  ¿Se puede hacer mal solo con la mirada?

3.- De uno a diez, ¿qué notas le pondrías a la actuación de los fariseos con la mujer adúltera?  ¿Y a Jesús? ¿Crees que Jesús tiene futuro?

Este evangelio, en verso, suena así:

A Jesús, los fariseos
le preguntan, si condena
a una mujer, que fue “infiel”
al amor de su pareja.
Jesús misericordioso
les dio precisa respuesta:
“Quien se encuentre sin pecado,
tire la primera piedra.
Perdonando a la mujer,
Jesús rompió sus esquemas:
Al “invierno” de la Ley
sucedió la “primavera”.
Jesús ataca el pecado
y al pecador lo libera
de culpa, remordimientos,
de esclavizantes cadenas.
“Tampoco Yo te condeno”,
dijo a la mujer inquieta.
Dios es Amor y la Ley
sólo es un montón de letras.
Jesús, dulce, compasivo,
sólo firma las “sentencias”
que salvan a las personas
y declaran su inocencia.
Quita, Señor, la violencia
de nuestras manos y lengua.
Que sembremos, con cariño,
flores de paz en la tierra.

(Estos versos los compuso José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN POR LA PAZ

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)

Domingo de Pasión

Comienza ahora la última parte de la Cuaresma. Los postreros quince días de esta expectativa de la Cruz se llaman “tiempo de Pasión”. Hoy es el primer domingo de Pasión. El segundo de Pasión será ya el domingo de Ramos: Semana Santa. Y después el desenlace: han colgado a Cristo de una Cruz de palo.

El pasaje evangélico de hoy aborda un tema que va a ser constante en la liturgia de toda esta semana: la persecución que los escribas y fariseos andan tramando contra Jesús. El odio de esos hombres contra la Persona adorable de Cristo se va haciendo irremisible. No le perdonan su amor a la verdad desnuda. No quieren reconocer la verdad de su mensaje. Distintas escenas a lo largo de la semana que hoy empieza nos presentan a Jesús en continua discusión con los príncipes del pueblo que tratan de sorprenderle en alguna palabra para denunciarlo y acabar con El.

El texto de San Juan que precede a nuestra meditación es un diálogo de Jesús con “los judíos”. Con esta palabra —“los judíos”— designa San Juan no al pueblo de Israel, sino a aquella parte del pueblo israelita que se enfrentaba a la doctrina del Señor: jefes de los sacerdotes, escribas, fariseos. Merece la pena leer despacio las palabras de Jesús porque en ellas se contiene la verdad fundamental de nuestra fe: la Divinidad de Jesucristo.

Un hombre —Jesús, aquel carpintero de Nazaret— hace en este pasaje las siguientes afirmaciones de sí mismo: primera, no hay en él ni rastro de pecado –“¿quién de vosotros me convencerá de pecado?”–; segunda, “en verdad, en verdad os digo que antes de que Abraham fuera creado, existo yo”. Al oír estas últimas palabras, los judíos tomaron piedras para matarlo, porque aquello era una afrenta… No entendían cómo era posible que Jesús dijera de Abraham —¡el padre de Israel!— “que deseó con Ansia ver mi día, lo vio y se llenó de gozo”. La palabra ¡blasfemia! asoma a los labios. El Patriarca vivió casi 2000 años antes… Tú ¿por quién te tienes? “Aún no tienes cincuenta años y ¿has visto a Abraham? Jesús, que es la misma Verdad, contesta con la verdad desnuda: Yo existo antes de la creación de Abraham. “Yo soy”… Los célebres “Yo soy” de Jesús en el Evangelio de San Juan.

Jesucristo se confiesa Hijo de Dios, Dios como el Padre. “Mi Padre y yo somos una misma cosa”, dirá a los discípulos la víspera de su Pasión. Y la Iglesia de Cristo, reunida en Nicea trescientos años después —era el primer Concilio Ecuménico—, proclamó solemnemente (para excluir la herejía de Arrio: el arrianismo) lo que está detrás de lo que acabamos de leer en el evangelio de San Juan: que el Verbo de Dios, que el Hijo de Dios es “consustancial al Padre”; que no es una criatura, como decía Arrio, que es Dios como el Padre. Jesucristo —éste es el misterio de nuestra fe— no solamente es un hombre, sino un hombre que es Dios: Dios, que sin dejar de ser Dios, se hace hombre por nosotros. La fe de la Iglesia en Jesucristo quedó después grabada en la fórmula, magnífica y lapidaria, de un Símbolo anónimo del siglo V, que se conoce con el nombre de “Símbolo Atanasiano”: Jesucristo es “perfectus Deus et perfectus homo”, perfecto Dios y hombre perfecto.

La divinidad de Jesucristo. Esto es lo que Jesús nos dice de sí mismo: que Él es Dios. Y esto, que escandalizaba a los judíos hasta el extremo de querer apedrear a Cristo; esto es lo que a los cristianos hoy nos llena de esperanza.

Nosotros, cristianos de este tiempo indigente, debemos afirmarnos en el pilar de nuestra fe, para afrontar así nuestra misión en el mundo. Y ese pilar, fundamento y piedra angular al mismo tiempo, es un galileo de Nazaret, que se llama Jesús y que amó mucho a los hombres, que les dio la vida a jirones y al final la entregó toda entera: “se hizo por nosotros obediente hasta la muerte”, dirá san Pablo (Filip 2, 8); pero, como es el Hijo de Dios, resucitó glorioso y vive ahora para hacernos partícipes de su gloria. “Y ya no muere más” (Rom 6, 9) porque Dios permanece para siempre.

No adelantemos acontecimientos, pues para llegar a la Pascua hay que pasar a través de la Cruz. Pero la fe en el misterio de Jesús —perfecto Dios y hombre perfecto— no puede esperar. La necesitamos ya, Señor, pues sólo con la mirada puesta en Ti, el “Jefe de nuestra Fe”, como dice San Pablo (Heb 3, 1), podremos adentrarnos, a pesar de nuestras miserias, en el tiempo de Pasión.

Pedro Rodríguez

Ni blanco ni negro, sino todo lo contrario

1.- Quisiera recordaros, mis queridos jóvenes lectores, que el Templo de Jerusalén consistía en una enorme explanada, donde se permitía la entrada a todo tipo de personas, de cualquier lugar y ocupación. Hacia el centro se levantaba el santuario, conjunto de edificios reservado a los fieles israelitas, que iban a ofrecer sacrificios, a reconocerse los leprosos, a depositar limosnas o a almacenar aceite y leña, para los numerosos menesteres litúrgicos. El gran espacio abierto, se asemejaría a un campus universitario o al Hyde Park londinense. Ocupaban este lugar los cambistas de monedas, los vendedores de reses y aves etc. En lugares un poco protegidos de la intemperie, bajo los soportales que rodeaban el recinto, los rabinos, se sentaban en una simple piedra y sus discípulos, que lo hacían en el suelo y a su alrededor, le preguntaban y escuchaban. Era tan inmensa esta explanada que, lo que ocurría en un rincón, era desconocido para el conjunto. Aquel que a los doce años había dejado a su familia y se había quedado escuchando y preguntando, ahora, reconocido maestro en Israel, ejercía de ello, rodeado de gente interesada en escuchar su doctrina.

2.- He recorrido la explanada en varias ocasiones, me he cansado mucho al hacerlo, pero también, podéis estar seguros, que cuando busca a alguien se le encuentra sin dificultad, debido a que el lugar es llano y en aquel tiempo estaba carente de cualquier edificación que no fuera la del Santuario. No es de extrañar, pues, que aquellos que le acechaban dieran fácilmente con Él y pudieran emplazarle a emitir un juicio que, aparentemente, no tenía posibilidad de veredicto satisfactorio. Si a aquella adultera, Él, maestro de la Ley, decía que debía dejársela libre, traicionaba las enseñanzas antiguas, soberanas y sagradas, que les había legado Moisés. Por tanto se trataría de un mal juez, al que se le debía condenar. Si, por el contrario, sentenciaba que merecía la lapidación, como estaba establecido, pero que, dicho sea de paso, en aquellos tiempos no se era riguroso en aplicarla, se le podía tachar de falto de sensibilidad, de carencia de compasión, de ausencia de bondad, en una palabra se hubiera comportado como un hombre cruel, digno de desprecio.

3.- Había caído en la trampa, pensaban con regocijo ellos. Lo que no tenía solución para sus taimadas mentalidades, la tenía para la soberana inteligencia del Maestro divino. Ya lo sabéis, les dijo tan campante: quien esté libre de pecado, que sea el primer verdugo que lapide a la mujer. El deseo de venganza hacia Jesús, era grande, pero debían ser precavidos ¿quién se atrevería a proclamarse justo, ante sus compinches? Cada uno, como ocurre entre vecinos, se sabía muy bien los trapicheos, enredos y artimañas de los demás, mejor que los de uno mismo. Ni podían permitirse el lujo de caer en el ridículo, ni que se descubrieran sus trapos sucios. Más valía eludir la cuestión y huir discretamente. Y así lo hicieron, pues, eran prudentes.

El final es sublime: ¿nadie te condena?, dice Jesús ¿nadie se atreve a hacerlo? continua, pues yo tampoco. Evidentemente, Él había descendido a la Tierra, precisamente, para traer el perdón de Dios, no la ira divina, que patrocinaban los anunciadores de calamidades. Solucionado el problema, el Señor podía haber eludido cualquier riesgo comprometedor, marchándose discretamente a su casa de Betania, pero no, no era cobarde ni amigo de quedar bien con todo el mundo, que es precisamente la manera de era de no comprometerse con el bien y la verdad. Era preciso añadir algo más, así que le dice: puedes irte y, de ahora en adelante, no vuelvas a pecar.

4.- ¿Qué se hizo de aquella mujer? Podéis preguntaros. El texto, acertadamente, no añade nada al respecto. Cuando uno obra bien, no debe investigar qué resultados se derivan de su buena gestión. De cuando en cuando, os lo digo por experiencia, mis queridos jóvenes lectores, quiere Dios que sepamos alguna consecuencia buena, de la semilla de bien que, en algún momento, hayamos podido sembrar. Quiere el Señor que ocurra así, para que nuestra esperanza no peligre, pero desea también que no seamos contables ni auditores jurados, de comportamientos ajenos.

Pedrojosé Ynaraja

Lectura creyente de la realidad

Como decíamos el día de San José, desde que comenzó el siglo XXI el mundo ha dado un vuelco, a peor. La amenaza del terrorismo, la gran crisis económica, la sequía y el cambio climático, el hambre que va en aumento, la pandemia del coronavirus, la guerra en Ucrania… han echado por tierra muchos proyectos de vida y esperanzas, a todos los niveles: personal, nacional, mundial. Nos sentíamos muy seguros, apoyados en un orden político, económico, social, material… que creíamos firme, pero hemos visto que no es así. En cualquier momento, todo puede cambiar para mal.

Ante estos acontecimientos, unidos a las situaciones personales, podemos quedarnos en el lamento, en el miedo, en añorar tiempos pasados… pero, como cristianos, pueden ser ocasión de realizar una lectura creyente de la realidad, y de nuestra propia vida, porque “para el creyente Dios se ha hecho presente en la Historia y se sigue manifestando hoy. No es un Dios desencarnado, al margen de la propia realidad. Es fundamental leer la presencia de Dios en medio del mundo, hacer una ‘lectura creyente de la realidad’, sabiendo ver a Dios en las personas y en las circunstancias que las envuelven”. (ACGA – Llamados por la gracia de Cristo, T. 15).

La lectura creyente de la realidad nos hace descubrir el rumbo, o falta de él, que hemos estado llevando; nos muestra las causas y consecuencias de lo que ocurre y nos ocurre; y nos ofrece pistas para reorientar nuestra vida en la dirección correcta. Y la Palabra de Dios de este quinto domingo de Cuaresma nos ayuda a realizar esa lectura creyente.

Quizá descubramos que hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo a cosas, actividades, personas… que en realidad no merecen la pena, que son pérdida, incluso basura, como decía san Pablo en la 2ª lectura. Nos hemos dedicado a “apedrear” a otros, como los escribas y fariseos en el Evangelio, sin querer reconocer que el que esté sin pecado, que le tire la primera piedra, sin querer reconocer que nosotros mereceríamos también una pedrada, por tanto tiempo que hemos perdido y tanta “basura” que hemos acumulado en nuestra vida.

Quizá también nos gustaría “volver a lo de antes”, cuando todo nos parecía más seguro, pero no podemos vivir añorando un pasado que nunca volverá. Por eso decía la 1ª lectura: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo algo nuevo está ya brotando, ¿no lo notáis? Esa novedad comenzó a brotar con Cristo y su Pasión, Muerte y Resurrección, y continúa desarrollándose a lo largo de la historia. Pero, si no notamos esa novedad, la lectura creyente de la realidad nos ayuda a descubrir los signos, los brotes de la presencia y acción del Resucitado en nuestra vida y en nuestro mundo.

Y, animados por esos signos, la lectura creyente de la realidad nos moverá a lo que también ha dicho san Pablo: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús. La Semana Santa, con la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, nos muestra la meta a la cual Dios nos llama; la Cuaresma es una llamada a no perder más tiempo en lo que no nos da vida, e incluso nos la quita, y a eliminar la “basura”, todo aquello que nos estorba e impide correr hacia esa meta, empezando por nuestro propio pecado. El Señor hoy nos dice, como a la mujer sorprendida en adulterio: Anda y en adelante no peques más. Desde la lectura creyente de la realidad, la personal y la social, y sin negarla ni suavizarla, el Señor nos abre la puerta hacia el futuro de su novedad.

¿Qué pienso de la realidad social, política, económica… y mi propia realidad? ¿Sé hacer una lectura creyente de la misma? ¿Descubro los “brotes” de la presencia y acción de Dios en todo ello? ¿Jesucristo es para mí una novedad, o me he acostumbrado al Evangelio y ya no me dice nada? ¿Soy de los que se limitan a “apedrear” a otros, verbalmente, en redes sociales, sin reconocer mi parte de responsabilidad? ¿En qué pierdo el tiempo, qué “basura” me impide avanzar mejor hacia la meta que Dios me propone? ¿Cuánto hace que no he recibido el Sacramento del perdón?

Todavía estamos en Cuaresma, aprovechemos este tiempo para hacer una lectura creyente de la realidad, la nuestra y la del mundo, para descubrir la presencia y acción de Dios. Que la Semana Santa sea una novedad para nosotros y que nos impulse a correr hacia la meta a la que Dios Padre nos llama en Cristo, muerto y resucitado por nosotros y nuestra salvación.