1.- «Cuando la casa de Israel habitaba en su tierra, la profanó con su conducta…» (Ez 36,16) El profeta Ezequiel, desde el exilio, recuerda con amargura la torpe conducta de su pueblo, sus pecados cuando habitaba en la tierra que Dios le había prometido. En lugar de agradecer cuanto el Señor les había dado, adoptaron una actitud de orgullo y autosuficiencia, dieron culto a otros dioses y olvidaron al Dios de sus padres. Por eso la cólera divina se desencadenó sobre ellos y fueron echados violentamente de sus casas, deportados a tierra extraña de nuevo.
Pero el Señor es un Dios compasivo que no olvida su alianza. Y al ver la triste situación en que estaban, siente pena y les promete la restauración del pueblo, la vuelta a sus hogares, a su añorada tierra. Serán recogidos de las naciones donde malvivían dispersos, serán purificados de todas sus inmundicias, les dará un corazón nuevo e infundirá sobre ellos su espíritu. Promesas que recordamos para comprobar que la historia se repite y también de nosotros tiene compasión el Señor.
2.- «Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado…» (Rm 6,11) En la Vigilia pascual puede parecer extraño hablar de muerte. Y sin embargo, en varias ocasiones su oscura sombra atraviesa la escena, la brisa húmeda y fría de la tumba se hace sentir. En realidad es elemento tenebroso que pone de relieve y da contraste a la fuerte y clara luz de la Pascua incipiente. Y junto a la muerte, el pecado, esa terrible realidad de la que proviene no sólo la muerte, sino también cuantos males padece el hombre.
Pero el frío y la tiniebla se disipan en la liturgia del fuego que calienta y que da luz, esa luz que comienza tímidamente y que, al clamor del anuncio de la Luz de Cristo, va creciendo hasta inundar de fulgor la negrura de la noche, llenado de claridad las naves de la iglesia… Son símbolos que nos interpelan, que nos animan a morir de una vez al pecado, a resucitar para siempre a la vida de la Gracia, a la vida de Dios.
3.- «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24,5) De nuevo el séquito de la muerte aparece en la liturgia de la vida. Ahora es el sepulcro nuevo donde habían depositado el cuerpo muerto del Señor. Era un huerto, un jardín podemos decir, dentro de esa costumbre tan humana de depositar los cadáveres en zonas ajardinadas, de poner flores frescas en la tumba de los seres queridos, como si quisiéramos espantar los murmullos tristes que suscita la muerte, suplir el fétido olor de la carne podrida con la fragancia suave de unos jazmines o de unas rosas.
Las mujeres fueron las primeras en saber que Cristo había resucitado, como si recibieran el premio por haber sido las últimas en abandonar al Señor en su Pasión y Muerte. También serán las primeras en ver a Jesús resucitado y ser los heraldos aguerridos que, contra la dureza de corazón de los hombres, proclamaron con entusiasmo y convicción de Cristo. Ellas prendieron el fuego del cirio pascual, del primer chispazo del fuego y la luz de la Pascua, que hoy nos anima e ilumina a todos.
Antonio García Moreno