Comentario al evangelio – Viernes Santo

Hoy escucharemos el relato de la Pasión del Señor según San Juan. Quiero destacar un aspecto: la soledad de Jesús. Le traiciona Judas, le abandonan los apóstoles, Pedro le niega tres veces, desaparece la multitud que días antes lo recibía como rey con cantos y palmas a su entrada en Jerusalén… Solo María, su madre, y Juan permanecen al pie de la cruz con algunas mujeres. En este momento difícil el Señor no pudo contar con la compañía y la amistad de los suyos. Todos sabemos qué mala es la soledad en momentos difíciles y qué mal se pasa. Pues esto es lo que vivió Jesús en su Pasión.

Es difícil entender la muerte de Jesús en la cruz sin la luz de la fe. Por la fe sabemos que nada, por absurdo que parezca, es inútil, pues los caminos de Dios no son nuestros caminos y los planes de Dios son inescrutables para nosotros. Pero en la soledad de la cruz, a la muerte de Jesús se manifestaron su gloria y su comunión total con el Padre. Jesús fue el Hijo obediente hasta la cruz porque esa era la voluntad del Padre y Jesús había venido para cumplir los planes del Padre.

En este día de la Cruz los cristianos de todo el mundo estamos invitados a mirar y escuchar la Pasión de Jesús con los ojos del discípulo/amado. En la cruz Jesús sufre por la violencia que le causan los seres humanos concretos. Jesús en la Cruz es icono del dolor ocasionado por la voluntad del ser humano con su hermano. Una violencia que Jesús toma sobre sí y a la que responde no con más violencia, sino con un amor extremo y total. Su actitud y sus palabras pronunciadas en los momentos de su crucifixión y agonía nos enseñan cómo enfrentar la violencia, el desamor y la soledad de los más cercanos.

Jesús sigue siendo crucificado en los millones de personas que pasan hambre cada día, en los mutilados de todas las guerras y en los que están sujetos a condiciones inhumanas de vida y trabajo. Jesús continúa crucificado en los discriminados por ser negros, indígenas, pobres y de otra opción sexual. Pero ninguno de ellos está solo, Jesús camina, sufre y resucita en todos estos compañeros suyos de tribulación y de esperanza. ¡Oh Cristo, amor crucificado hasta el fin del mundo en los miembros de tu cuerpo, haz que hoy podamos comulgar con tu pasión y muerte para poder gustar tu Gloria de Resucitado!

“Te dejaste clavar en la Cruz para derramar sobre todos la luz de tu perdón, y de tu pecho traspasado fluye hasta nosotros el río de la vida”. Ya dijo Jesús: “si el grano de trigo cae en tierra y muere, da fruto”. Para Dios la muerte de Jesús vivida en soledad no fue estéril e inútil, al contrario fue una fuente de vida que hasta hoy fluye, y fluirá sin parar hasta el fin del mundo. ¡Bendita soledad de Jesús en su pasión y muerte que nos ha traído tales torrentes de vida y bendición!

José Luis Latorre

Liturgia – Vigilia Pascual

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Misa de la Vigilia Pascual (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio I de Pascua «en esta noche» embolismos propios en las Plegarias Eucarísticas. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV. Despedida con doble «Aleluya».

Leccionario: Vol. I (C)

1ª • Gén 1, 1 -2, 2 Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno

  • Sal 103. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

2ª • Gén 22, 1-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

  • Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

3ª • Éx 14, 15 – 15, 1a. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, por lo seco.

  • Salmo Éx 15, 1-18. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

4ª • Is 54, 5-14. Con amor eterno te quiere el Señor, tu libertador.

  • Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

5ª • Is 55, 1-11. Venid a mí y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua.

  • Salmo: Is 12, 2-6. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

6ª • Bar 3, 9-15. 32 – 4, 4.Camina al resplandor del Señor.

  • Sal 18. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

7ª • Ez 36, 16-17a. 18-28. Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo.

  • Rom 6, 3-11. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
  • Sal 117. Aleluya, aleluya, aleluya.
  • Mt 28, 1-10. Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea.

Primera parte
Lucernario en la puerta de la iglesia

Queridos hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la Pascua del Señor, escuchando su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él en Dios.

Bendición del fuego
Oremos.
O
H Dios,
que por medio de tu Hijo
has dado a los fieles la claridad de tu luz,
santifica † este fuego nuevo
y concédenos
que la celebración de estas fiestas de Pascua
encienda en nosotros deseos tan santos
que podamos llegar con corazón limpio
a las fiestas de la eterna luz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

Bendecido el fuego nuevo, un acólito, u otro ministro, lleva el cirio pascual ante el celebrante; este, con un punzón, graba una cruz en el cirio. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega alfa, y debajo de la misma la letra griega omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso. 

Mientras hace estos signos, dice:
1.  Cristo ayer y hoy,
Graba el trazo vertical de la cruz.
2.  principio y fin,
Graba el trazo horizontal.
3.  Alfa
Graba la letra alfa sobre el trazo vertical.
4.  y omega.
Graba la letra omega debajo del trazo vertical.
5.  Suyo es el tiempo
Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz.
6.  y la eternidad.
Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz.
7.  A él la gloria y el poder,
Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz.
8.  por los siglos de los siglos. Amén.
Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz.

Acabada la incisión de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:
1.   Por sus llagas
2.   santas y gloriosas,
3.   nos proteja
4.   y nos guarde
5.   Jesucristo nuestro Señor. Amén.

El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo:
La luz de Cristo, que resucita glorioso,
disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.

Procesión

Encendido el cirio, uno de los ministros toma carbones encendidos del fuego y los pone en el incensario. El sacerdote, según costumbre, impone el incienso. El diácono, o en su ausencia otro ministro idóneo, recibe del ministro el cirio pascual y se organiza la procesión. El turiferario, con el incensario humeante, camina delante del diácono o el ministro que lleva el cirio pascual. Sigue el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando todos en la mano las velas apagadas. A la puerta de la iglesia, el diácono, de pie y levantando el cirio canta:

Luz del Cristo.
Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

El sacerdote enciende su vela del cirio pascual.
Después, el diácono continúa hasta el centro de la iglesia y, de pie y elevando el cirio, canta de nuevo:
Luz de Cristo.

Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

Todos encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y avanzan.

El diácono, al llegar ante el altar, de pie y vuelto al pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez:
Luz de Cristo.

Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

El diácono pone el cirio pascual sobre un candelero solemne colocado junto al ambón o en medio del presbiterio.

Y se encienden las luces de la iglesia, excepto las velas del altar.

Pregón pascual

Segunda parte:
LITURGIA DE LA PALABRA

Apagadas las velas todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote hace una breve monición al pueblo con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo.

Oraciones después de las lecturas

Después de la primera lectura: (La creación: Gén 1, 1-2, 2 ó 1, 1. 26-31a) y el salmo (103 ó 32).
Oremos.
DIOS todopoderoso y eterno,
admirable en todas tus obras,
que tus redimidos comprendan
cómo la creación del mundo,
en el comienzo de los siglos,
no fue obra de mayor grandeza
que el sacrificio de Cristo,
nuestra Pascua inmolada,
en la plenitud de los tiempos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la segunda lectura (El sacrificio de Abrahán: Gén 22, 1-18; ó 1-2. 9a. 10-13. 15-18) y el salmo (15).
Oremos.
OH, Dios,
Padre supremo de los creyentes,
que multiplicas sobre la tierra
los hijos de tu promesa con la gracia de la adopción
y, por el Misterio pascual,
hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones,
como lo habías prometido,
concede a tu pueblo
responder dignamente a la gracia de tu llamada.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la tercera lectura (El paso del mar Rojo: Ex 14, 15-15, 1) y su cántico (Éx 15).
Oremos.
TAMBIÉN ahora, Señor,
vemos brillar tus antiguas maravillas,
y lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder
al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón,
hoy aseguras la salvación de todas las naciones,
haciéndolas renacer por las aguas del bautismo;
te pedimos
que los hombres del mundo entero
lleguen a ser hijos de Abrahán
y miembros del nuevo Israel.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la cuarta lectura (La nueva Jerusalén: Is 54, 5-14) y el salmo (29).
Oremos.
DIOS todopoderoso y eterno,
multiplica, fiel a tu palabra,
la descendencia que aseguraste a la fe de nuestros padres,
y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa,
para que tu Iglesia vea cómo se ha cumplido ya, en gran medida,
cuanto creyeron y esperaron los patriarcas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la quinta lectura (La salvación que se ofrece gratuitamente a todos: Is 55, 1-11) y el cántico (Is 12).
Oremos.
DIOS todopoderoso y eterno,
esperanza única del mundo,
que anunciaste por la voz de tus profetas
los misterios de los tiempos presentes,
atiende los deseos de tu pueblo,
porque ninguno de tus fieles puede progresar en la virtud
sin la inspiración de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la sexta lectura (La fuente de la sabiduría: Bar 3, 9-15. 31-4, 4) y el salmo (18).
Oremos.
OH, Dios,
que sin cesar haces crecer a tu Iglesia
con la convocatoria de todas las gentes,
defiende con tu constante protección
a cuantos purificas en el agua del bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la séptima lectura (El corazón nuevo y el espíritu nuevo: Ez 36, 16-28) y el salmo (41-42).
Oremos.
OH, Dios, poder inmutable y luz sin ocaso,
mira con bondad el sacramento admirable de la Iglesia entera
y, en cumplimiento de tus eternos designios,
lleva a feliz término la obra de la salvación humana;
y que todo el mundo experimente y vea
cómo lo abatido se levanta,
lo viejo se renueva
y todo vuelve a su integridad original,
por el mismo Jesucristo,
de quien todo procede.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Gloria
Hemos escuchado las lecturas del Antiguo Testamento, esa larga historia que nos preparaba para la vida nueva de Jesucristo. Ahora, antes de escuchar el anuncio de esta vida nueva, cantemos la gloria de Dios, que es nuestra vida, nuestra luz, nuestro gozo; y aclamemos a su Hijo, resucitado de entre los muertos, porque Él es el Cordero de Dios, el único Santo, el único Señor, el único Altísimo.

Oración colecta
Oremos.
O
H, Dios,
que has iluminado esta noche santísima
con la gloria de la resurrección del Señor,
aviva en tu Iglesia el espíritu de la adopción filial,
para que, renovados en cuerpo y alma,
nos entreguemos plenamente a tu servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Tercera parte:
LITURGIA BAUTISMAL

Monición tras la homilía
Esta noche de la Resurrección del Señor, es la Noche de la Vida Nueva; es la Noche en la que (celebramos y) renovamos el Bautismo que, por la fuerza del Espíritu, nos hace hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.

Dispongámonos, pues, a celebrar, en la alegría de la Pascua, el don del agua de la Vida, bendiciendo el agua bautismal y renovando las promesas bautismales, recordando que por el Bautismo, un día morimos al hombre viejo y al pecado, y fuimos incorporados a la Vida Nueva de Cristo.

Si hay bautismos:
Queridos hermanos: acompañemos unánimes con nuestra oración la esperanza de nuestros hermanos que van a la fuente de la regeneración, para que el Padre omnipotente les otorgue todo el auxilio de su misericordia.

Si se bendice la fuente, pero no hay bautismos:
Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que su gracia descienda sobre esta fuente, y cuantos en ella renazcan, sean incorporados a Cristo como hijos de adopción.

Señor, ten piedad.                                          Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.                                         Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.                                          Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios.                        Ruega por nosotros.
San Miguel.                                                   Ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios.                                Rogad por nosotros.
San Juan Bautista.                                         Ruega por nosotros.
San José.                                                        Ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo.                                   Rogad por nosotros.
San Andrés.                                                   Ruega por nosotros.
San Juan.                                                       Ruega por nosotros.
Santa María Magdalena.                               Ruega por nosotros.
San Esteban.                                                  Ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía.                             Ruega por nosotros.
San Lorenzo.                                                 Ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad.                         Rogad por nosotros.
Santa Inés.                                                     Ruega por nosotros.
San Gregorio.                                                Ruega por nosotros.
San Agustín.                                                  Ruega por nosotros.
San Atanasio.                                                Ruega por nosotros.
San Basilio.                                                   Ruega por nosotros.
San Martín.                                                    Ruega por nosotros.
San Benito.                                                    Ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo.                       Rogad por nosotros.
San Juan María [Vianney].                            Ruega por nosotros.
Santa Catalina [de Siena].                             Ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús.                                   Ruega por nosotros.
Santos y Santas de Dios.                               Rogad por nosotros.
Muéstrate propicio.                                       Líbranos, Señor.
De todo mal.                                                  Líbranos, Señor.
De todo pecado.                                             Líbranos, Señor.
De la muerte eterna.                                      Líbranos, Señor.
Por tu encarnación.                                        Líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección.                        Líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo.                     Líbranos, Señor.
Nosotros, que somos pecadores.                   Te rogamos, óyenos

Si hay bautizos:
Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo. Te rogamos, óyenos

Si no hay bautizos:
Para que santifiques esta agua en la que renacerán tus nuevos hijos. Te rogamos, óyenos

Jesús, Hijo de Dios vivo.                               Te rogamos, óyenos
Cristo, óyenos.                                               Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos.                                        Cristo, escúchanos.

Si hay bautismos, el sacerdote dice la siguiente oración con las manos extendidas
DIOS todopoderoso y eterno,
manifiesta tu presencia
en estos sacramentos,
obra de tu amor sin medida,
y envía el espíritu de adopción
para recrear los nuevos pueblos
que alumbrará para ti la fuente bautismal;
así tu poder dará eficacia
a la humilde acción de nuestro ministerio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.

Bendición del agua bautismal
OH, Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables
con tu poder invisible,
y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua
para significar la gracia del bautismo.

Oh, Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo,
se cernía sobre las aguas,
para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar.

Oh, Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nuevo nacimiento,
de modo que una misma agua, misteriosamente,
pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Oh, Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo
a los hijos de Abrahán,
para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón
fuera imagen de la familia de los bautizados.

Oh, Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán,
fue ungido por el Espíritu Santo;
colgado en la cruz
vertió de su costado agua, junto con la sangre;
y después de su resurrección mandó a sus apóstoles:
«Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo»,
mira el rostro de tu Iglesia
y dígnate abrir para ella la fuente del bautismo.

Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo,
la gracia de tu Unigénito,
para que el hombre, creado a tu imagen,
lavado, por el sacramento del bautismo,
de todas las manchas de su vieja condición,
renazca, como niño, a nueva vida
por el agua y el Espíritu.

Y, metiendo, si lo cree oportuno, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue:
Te pedimos, Señor,
que el poder del Espíritu Santo,
por tu Hijo,
descienda hasta el fondo de esta fuente,

Y, teniendo el cirio en el agua, prosigue:
para que todos los sepultados con Cristo en su muerte,
por el bautismo,
resuciten a la vida con él.
Que vive y reina contigo.

Renovación de las promesas del bautismo

Acabado el rito del bautismo (y de la confirmación), o después de la bendición del agua, si no hubo bautismos, todos de pie y con las velas encendidas en sus manos, renuevan las promesas del bautismo, a no ser que se hubiera hecho junto con los que van a ser bautizados. El sacerdote se dirige a los fieles con estas o semejantes palabras:
Queridos hermanos: Por el Misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto, terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir fielmente a Dios en la santa Iglesia católica.

Así pues.
¿Renunciáis al pecado
para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renunciáis a todas las seducciones del mal,
para que no domine en vosotros el pecado?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

Todos:
Sí, renuncio.

Prosigue el sacerdote:
¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra?

Todos:
Sí, creo.

Sacerdote:
¿Creéis en Jesucristo,
su Hijo único, nuestro Señor,
que nació de Santa María Virgen,
murió, fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?

Todos:
Sí, creo.

Sacerdote:
¿Creéis en el Espíritu Santo,
en la santa Iglesia católica,
en la comunión de los santos,
en el perdón de los pecados,
en la resurrección de la carne
y en la vida eterna?

Todos: 
Sí, creo.

Y concluye el sacerdote:
Que Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos regeneró por el agua y el Espíritu Santo
y que nos concedió la remisión de los pecados,
nos guarde en su gracia,
en el mismo Jesucristo nuestro Señor,
para la vida eterna.

Tras la renovación de las promesas bautismales
Ahora, recordando nuestro propio Bautismo, por el que se nos incorporó a la vida de Dios, vamos (a pasar) a recibir el agua bautismal (, signándonos con la señal de la cruz), haciendo así presente la grandeza de Dios y el compromiso de vida que adquirimos en el Bautismo, cuando renacimos a la Vida Nueva de Cristo Resucitado. Considerémonos esta noche, pues, como si fuésemos bautizados de nuevo.

Ahora, todos los fieles pueden pasar por la pila bautismal y, tomando el agua bendita, se santiguan con ella; o bien, pueden ser asperjados por el sacerdote. Tras la aspersión, y ya desde la sede, tiene lugar la oración de los fieles.

Oración de los fieles
Por medio de Jesucristo el Señor, resucitado de la muerte por el poder del Espíritu Santo, dirigimos en esta noche nuestras súplicas al Padre.

1.- Por todos los que, reunidos en asamblea por todo el mundo, renuevan esta noche su adhesión a Cristo Jesús. Roguemos al Señor.

2.- Por los catecúmenos que, iluminados con la luz de Cristo, se incorporan esta noche a la Iglesia por los sacramentos de la iniciación cristiana. Roguemos al Señor.

3.- Por el papa, por nuestro obispo, por todos los obispos, sacerdotes, diáconos y demás ministros de la Iglesia. Roguemos al Señor.

4.- Por el rey, por el gobierno de nuestro país, por los gobernantes de todos los pueblos y naciones. Roguemos al Señor.

5.- Por toda la humanidad que, rescatada en Cristo de la muerte, todavía sufre en la espera de su plena liberación. Roguemos al Señor.

6.- Por nosotros que, renacidos del agua y del Espíritu, nos disponemos a participar en el banquete de la Pascua y queremos vivir en plenitud el Misterio pascual. Roguemos al Señor.

Señor y Dios nuestro, tú, que, por el poder del Espíritu, has resucitado a Jesús del reino de los muertos para tu gloria y para nuestra salvación, escucha la oración que la Iglesia te dirige en esta santa noche, apoyada en la intercesión del mismo Jesucristo tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Cuarta parte:
LITURGIA EUCARÍSTICA

Antes de la presentación de las ofrendas
Llegamos ahora al momento culminante de esta Noche Santa, en el que Jesús Resucitado se va a hacer presente entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Así pues, con alegría y con agradecimiento, dispongámonos a celebrar la Liturgia Eucarística de la Pascua.

Oración sobre las ofrendas

ACEPTA, Señor, con estas ofrendas
la oración de tu pueblo,
para que los sacramentos pascuales que inauguramos
nos hagan llegar, con tu ayuda, a la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual I: en esta noche.

Antífona de comunión          Cf. 1 Cor 5, 7-8
Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya.

Oración después de la comunión
DERRAMA, Señor, en nosotros
tu Espíritu de caridad,
para que hagas vivir concordes en el amor
a quienes has saciado con los sacramentos pascuales.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne
QUE os bendiga Dios todopoderoso
en la solemnidad pascual que hoy celebramos
y, compasivo, os defienda de toda asechanza del pecado.
R/. Amén.

El que os ha renovado para la vida eterna,
en la resurrección de su Unigénito,
os colme con el premio de la inmortalidad.
R/. Amén.

Y quienes, terminados los días de la pasión del Señor,
habéis participado en los gozos de la fiesta de Pascua,
podáis llegar, por su gracia, con espíritu exultante
a aquellas fiestas que se celebran con alegría eterna.
R/. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo † y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R/. Amén.

Despedida
Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

Meditación – Viernes Santo

Hoy es Viernes Santo.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 18,1—19,42):

En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

Hoy, el Monte de los Olivos —el mismo de entonces— es uno de los lugares más venerados del cristianismo. En él encontramos un dramático punto culminante del misterio de nuestro Redentor: ahí Jesús experimentó la «última soledad», toda la tribulación del ser hombre. Ahí, el abismo del pecado y del mal le llegó hasta el fondo del alma. Ahí se estremeció ante la muerte inminente. Ahí le besó el traidor. Ahí todos los discípulos lo abandonaron.

San Juan recoge todas estas experiencias y da una interpretación teológica del lugar: con la palabra «huerto» alude a la narración del Paraíso y del pecado original. Nos quiere decir que ahí se retoma aquella historia. En aquel huerto, en el «jardín» del Edén, se produce una traición, pero el «huerto» es también el lugar de la resurrección.

—En el huerto Jesús ha aceptado hasta el fondo la voluntad del Padre, la ha hecho suya, y así ha dado un vuelco a la historia. Aquí Él ha luchado también por mí.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Viernes Santo

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SÉÑOR

Celebración de la Pasión del Señor (rojo)

Misal: Todo propio. No se dice «Podéis ir en paz»

Leccionario: Vol. I (C)

  • Is 52, 13 – 53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones (Tercer cántico del Siervo del Señor)
  • Sal 30. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
  • Heb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación.
  • Jn 18, 1- 19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo

Monición de entrada (optativa. Se hace antes de que salga el sacerdote de la sacristía, por un laico)
Nos hemos reunido para conmemorar la pasión y muerte del Señor Jesús. Es la hora aproximada en que sucedió el acontecimiento que nos trae la salvación: la Hora del combate supremo y de la victoria definitiva; la Hora de la humillación y de la glorificación; la Hora de pasar de este mundo al Padre. En la celebración de esta tarde, todos los ritos han de ser vividos desde la contemplación y el silencio, porque se trata del misterio santo de la cruz y la pasión.

Toda la celebración pone ante nuestros ojos la pasión del Señor: las lecturas de la Palabra de Dios que llegan a su culmen en la pasión según san Juan, la solemne oración universal que manifiesta la universalidad de la salvación, la Santa cruz a la que hoy adoramos, la sagrada comunión que nos une al Cuerpo entregado y a la Sangre derramada por nosotros.

Salen los ministros, y el que preside, si no está físicamente impedido, se postra rostro en tierra.

Oración
RECUERDA, Señor, tus misericordias,
y santifica a tus siervos con tu eterna protección,
pues Jesucristo, tu Hijo, por medio de su sangre,
instituyó en su favor el Misterio pascual.
Él, que vive y reina contigo.

Oración universal
Vamos a concluir esta primera parte de la celebración litúrgica de hoy dirigiendo nuestras súplicas a Dios Padre por Jesucristo, nuestro Mediador, que oró en la cruz por todos nosotros y muestra en su cuerpo glorioso las llagas de su pasión salvadora.

Él vive para siempre, intercediendo por nosotros; y hace suya nuestra plegaria, que es la oración de toda la Iglesia. Por eso que hoy, nuestra oración toma un tono más solemne, y sobre todo quiere ser una oración que alcance a todos; para que a todos llegue la salvación que nace de la vida entregada por Jesucristo en la cruz.

  1. Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por nuestro santo Padre, el Papa N., para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia como guía del pueblo santo de Dios. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y guarda en tu amor a quien has elegido como Papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti, progrese siempre en la fe bajo el cayado del mismo Pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios. (breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por todos tus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, todos te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por las vocaciones sacerdotales al servicio de toda la Iglesia, y muy especialmente al de nuestra diócesis de N.; para que la voz inconfundible del Maestro resuene apremiante en el corazón de los jóvenes, y con generosidad lo sigan y contribuyan a que no se pierda ni uno solo de los redimidos por Él. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que quisiste dar pastores a tu pueblo, derrama sobre tu Iglesia el Espíritu de piedad y de fortaleza, que suscite dignos ministros de tu altar y los haga testigos valientes y humildes de tu Evangelio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por los que se preparan para ser bautizados, para que Dios nuestro Señor les abra los oídos del espíritu y la puerta de la misericordia, de modo que, recibida la remisión de todos los pecados por el baño de la regeneración, sean incorporados a Jesucristo, nuestro Señor. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que haces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los catecúmenos, para que, al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre tus hijos de adopción. Por Jesucristo nuestro Señor.
  1. Oremos también por todos aquellos hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a cuantos viven de acuerdo con la verdad. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a la grey de tu Hijo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue a los que consagró un solo bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien habló el Señor Dios nuestro, para que acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por los que no creen en Cristo: los musulmanes, los budistas, los hinduistas, los hombres y mujeres de todas las religiones, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren el camino de la salvación. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo encontrar la verdad al caminar en tu presencia con sincero corazón, y a nosotros, deseosos de ahondar en el misterio de tu vida, ser ante el mundo testigos más convincentes de tu amor y crecer en la caridad fraterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por lo que no creen en Dios, por los que no lo conocen y, por los que, conociéndolo, no se sienten atraídos a la fe o la rechazan, para que merezcan llegar a Él por la rectitud y sinceridad de su vida. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que, deseándote siempre, te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles, en medio de sus dificultades, que los signos de tu amor y el testimonio de las buenas obras de los creyentes los lleven al gozo de reconocerte como el único Dios verdadero y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, singular protector en la enfermedad humana, mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, los guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, que tienes en tus manos el destino de todos los hombres y los derechos de los pueblos, asiste a los que nos gobiernan, para que en todas partes se mantengan, por tu misericordia, la prosperidad de los pueblos, la paz estable y la libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
  1. Oremos también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda lasalud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, singular protector en la enfermedad humana, mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
  1. Oremos, finalmente, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado: para que libre al mundo de todos los errores, aleje las enfermedades, destierre el hambre, abra las prisiones injustas, rompa las cadenas, conceda seguridad a los caminantes, el retorno a casa a los peregrinos, emigrantes y desterrados, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos. (Breve oración en silencio)
  • Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que todos sientan en sus adversidades el gozo de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

Adoración de la Cruz
Dispongámonos, hermanos, a recibir ahora la Santa Cruz. En la imagen de Jesús crucificado contemplamos la palabra escuchada; y en ella se cumplen sus palabras proféticas: “cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. Por eso que ahora, poniéndola en el centro de nuestra celebración, y pasando después a adorarla cada uno, expresamos nuestro agradecimiento por ese amor tan grande de Jesucristo por nosotros, que se ha manifestado en su entrega hasta la muerte.

Antes de ir a buscar el Santísimo
Hoy no celebramos la Eucaristía; pero sí que comulgamos, y lo hacemos con el Pan consagrado en la Misa de ayer, y que hasta ahora ha permanecido reservado en el “Monumento”. Hoy, la comunión del Cuerpo de Cristo, entregado por nosotros, nos ayudará a estar más unidos a Él, en espera de la gran Eucaristía de la noche de Pascua.

Oración después de la comunión
DIOS todopoderoso y eterno,
que nos has renovado
con la gloriosa muerte y resurrección de tu Ungido,
continúa realizando en nosotros,
por la participación en este misterio,
la obra de tu misericordia,
para que vivamos siempre entregados a ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Monición final (antes de la oración sobre el pueblo)
Acabamos la celebración y, en unión con toda la Iglesia, hoy y mañana guardaremos silencio y oración velando, junto a la Virgen Dolorosa, el cuerpo sin vida del Maestro. Pero será una espera que pronto dará sus frutos, pues mañana, a las …, celebraremos el acto más importante de todo el año, y al que ninguno deberíamos faltar: la solemne Vigilia Pascual, en la que proclamaremos y celebraremos la resurrección de Jesús y su victoria sobre la muerte.

Oración sobre el pueblo
DESCIENDA, Señor, tu bendición abundante
sobre tu pueblo que ha celebrado la muerte de tu Hijo
con la esperanza de su resurrección;
llegue a él tu perdón,
reciba el consuelo,
crezca su fe
y se afiance en él la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.