Jesús resucitado, nuestra fiesta

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

«Ésta es la fiesta de las fiestas». ¡Congratulémonos! Cristo resucitado enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. La fe viva y experiencial en Jesús resucitado convierte toda la vida del cristiano en una auténtica fiesta.

La luz de la resurrección ilumina la vida entera y le da sentido. «Sin la fe en la resurrección de Jesús, testifica Pablo, lo nuestro es todo un cuento» (1Co 15,12-19). La resurrección de Jesús es como el mástil central de la tienda de la fe, de la vida de la Iglesia; si se quiebra, toda la tienda se viene abajo. No se trata de una mera noticia informativa que atañe únicamente a Jesús, sino que ilumina y da sentido a nuestra existencia personal y a la historia de la humanidad entera. Ella es la Palabra última y definitiva de Dios hecha acontecimiento en la persona de Jesús de Nazaret, cabeza de la humanidad.

Los relatos de los evangelistas sobre la resurrección están llenos de afirmaciones simbólicas que ponen de manifiesto que, a partir de la resurrección de Jesús, nace la era definitiva, acontece el final de los tiempos, se produce la plena revelación del proyecto de Dios. En esta afirmación: «el primer día de la semana…» (Mt 28,1) hay una referencia a la creación, a la nueva creación que supone la resurrección de Jesús. Por eso, sus discípulos pasan la celebración festiva semanal del sábado al domingo. «Al amanecer, cuando aún estaba oscuro…». Jesús trajo el día a la humanidad.

En los primeros tiempos los cristianos se reunían en vigilia toda la noche, en espera de la resurrección del Señor. Recordaban la muerte de Jesús, y al despuntar el alba celebraban su victoria sobre ella. La vigilia pascual lo era todo. Más tarde, desglosada y con el añadido de otros elementos, se constituyó poco a poco nuestra Semana Santa. Tan importante era la «Pascua» (el paso de la muerte a la vida) que así se llamó no sólo a la Resurrección, sino también a la Navidad, a la fiesta de Reyes e incluso a Pentecostés. Y de la misma manera que los judíos, en la celebración del sábado, evocaban y celebraban la liberación de la esclavitud de Egipto como la acción liberadora primordial de Dios, los cristianos celebraban (celebramos) la liberación de Jesús de la muerte y del sufrimiento como garantía de nuestra propia liberación definitiva. Pero el misterio pascual (por la muerte a la vida) no se reducía simplemente a la celebración, sino que inspiraba e impulsaba toda la espiritualidad personal y comunitaria, una espiritualidad jubilosa, esperanzada y martirial.

Desgraciadamente esto no tiene mucho que ver con la vivencia religiosa de la gran mayoría de los «cristianos» de hoy, para los que la resurrección de Jesús es un misterio más, entre quince o veinte, según el rosario ampliado. A nivel celebrativo, lo vemos en cada Semana Santa que despliega todas sus expresiones religiosas en torno a la pasión; la celebración de la resurrección no es nada más que un pobre apéndice en la Semana Santa, y la Vigilia Pascual una celebración litúrgica de minorías comprometidas en la vida de nuestras comunidades parroquiales.

Hay, sí, comunidades muy sensibilizadas que viven extensa e intensamente la vigilia pascual, que han recuperado el espíritu pascual de la Iglesia naciente, pero, con todo, la Pascua no significa ni mucho menos lo que debería significar. No es el espíritu pascual la tónica que domina entre los cristianos. Muchos están encarnados en los discípulos del cenáculo bajo cerrojos. Están de luto y con indecible miedo a la persecución de los judíos; viven como si no creyeran en la resurrección, como sí Jesús siguiera muerto. Nos falta recuperar el espíritu de los discípulos después de haberse encontrado con el Señor. En este sentido, hay que decir: El tiempo pascual dura unas semanas; el espíritu pascual ha de reinar todo el año.

Es preciso poner de relieve el doble aspecto del misterio pascual: la muerte y la resurrección. El resucitado es el crucificado. No hay resurrección sin muerte martirial, sin la inmolación del «hombre viejo», el hombre instintivo.

 

JESÚS RESUCITADO, LA RAZÓN DE NUESTRA ESPERANZA

Pablo apostrofa duramente a quienes, en la comunidad de Corinto, siembran dudas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra. Sin ella, el Evangelio pierde credibilidad y se convierte en un descomunal embuste.

¿Por qué esta transcendencia de la resurrección? Porque la resurrección de Jesús no es un mero triunfo personal, sino que marca el destino de cada uno y de toda la humanidad. El destino de los miembros del cuerpo es el mismo destino de la cabeza. «Él, el primero; luego cada uno de nosotros hasta que sea aplastada la muerte» (1Co 15, 23-26). Jesús resucitado es la utopía realizada y la garantía absoluta de nuestra glorificación. Dios Padre da enteramente la razón a Jesús de Nazaret.

Las bienaventuranzas vividas y predicadas por él son un camino garantizado. Ellas encarnan toda la verdad. Ahora sabemos bien a dónde llevan. Merece la pena arrimar el hombro a la causa de Jesús, a la construcción del Reino. Pablo afirma categóricamente: «Si morimos con él, viviremos con él» (2Tm 2,11). «Si la esperanza que tenemos en Cristo es sólo para esta vida, somos los más desgraciados de los hombres» (1Co 15,19).

La fe en Jesús resucitado hace diferente al cristianismo. No somos discípulos de un muerto. Jesús no es simplemente un gran personaje que ha pasado a la historia; está en la historia, hace historia. Él no es como los demás maestros: deja una doctrina, marca un camino, y se va… Él está con nosotros en la construcción del Reino, acompaña a cada persona, a cada familia, a cada grupo y comunidad.

Por estar resucitado ha roto las categorías de tiempo y espacio, y nos es cercano a todos, contemporáneo de todos. Los discípulos, decenios después de su resurrección, lo sienten cercano y experimentan la luz y la fuerza que irradia su presencia: «Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes y el Señor cooperaba confirmando el mensaje con las señales que los acompañaban» (Me 16,20). Sus formas de presencia son diversas.

El Señor nos invita a tener la experiencia de su cercanía: «Vete y dile a mis discípulos que los espero en Galilea, que los espero en la escucha de la Palabra, en la reunión, en la Eucaristía. Desde esta cercanía nos dice como a sus contemporáneos: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Porque de poco nos serviría que hubiera resucitado y estuviera vivo si pareciera ausente; y de nada nos serviría que estuviera cercano si no tenemos experiencia de su cercanía.

LA RESURRECCIÓN, EXPLOSIÓN GLORIOSA DEL AMOR

«Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. No amar es quedarse en la muerte» (Un 3,14-15). He aquí una afirmación teológica genial y pregnante. El amor es la vida y la ausencia de amor es la muerte. La resurrección, la vida gloriosa, es la explosión del amor que uno lleva dentro. El amor es la semilla de la resurrección. Seremos transformados, glorificados, según la medida de nuestro amor. Porque Jesús fue «el-hombre-para-los-demás», por eso Dios le encumbró y le dio un título sobre todo título» (Flp 2,9).

Celebrar la resurrección de Cristo no es lo mismo que celebrar la exaltación de alguien a quien admiramos y queremos entrañablemente, sino que es celebrar que, gracias a su resurrección, está entre nosotros, actúa en nosotros, nos libera. Es celebrar anticipadamente nuestra propia plenitud gloriosa. Por eso, como dice acertadamente el eslogan de Taizé: Cristo resucitado enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. La resurrección de Jesús infunde dinamismo y alegría en el vivir y en el quehacer, porque, en verdad, más vale morir por algo, como Jesús, que vivir para nada. Como él, por la muerte, llegaremos a la vida en plenitud.

Atilano Alaiz

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Vísperas – Domingo de Resurrección

VÍSPERAS

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó por los hombres, y ahora intercede por nosotros, y digámosle:

Cristo, Rey victorioso, escucha nuestra oración.

Cristo, luz y salvación de todos los pueblos,
— derrama el fuego del Espíritu Santo sobre los que has querido fueran testigos de tu resurrección en el mundo.

Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza
— y la tierra toda se llene del conocimiento de tu gloria.

Consérvanos, Señor, en la comunión de tu Iglesia
— y haz que esta Iglesia progrese cada día hacia la plenitud que tú le preparas.

Tú que has vencido la muerte, nuestro enemigo, destruye en nosotros el poder del mal, tu enemigo,
— para que vivamos siempre para ti, vencedor inmortal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo Salvador, tú que te sometiste incluso a la muerte y has sido levantado a la derecha del Padre,
— recibe en tu reino glorioso a nuestros hermanos difuntos.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

He visto al Señor y me ha dicho esto

Es ya un lugar común identificar a María de Magdala con el domingo de resurrección pues cada año leemos el relato, que preservó el evangelio de Juan, sobre su encuentro con Jesús resucitado la mañana de Pascua. Pero lo curioso es que el Domingo de Pascua no se suele leer la parte más significativa de su experiencia sino el primer momento en el que ella se encuentra el sepulcro vacío y se lo cuenta a Pedro y Juan y ambos se acercan a constatar el hecho. El relato se cierra con la profesión de fe del “discípulo amado” y se renuncia a recordar el encuentro que Magdalena tienen a continuación con Jesús y el mandato que recibe.

Hoy, la invitación es a encontrarnos con esta mujer cuyo testimonio fue central para impulsar de nuevo a la misión a la comunidad de Jesús. Ella supo atravesar el dolor y la impotencia que suponía la cruz de Jesús y abrirse a la Vida que Dios le regalaba en su encuentro con el Maestro. Ella tuvo la audacia de confiar en lo que no parecía posible. A través de su fe pudo buscar sentido a lo acontecido e inviar a su comunidad a hacer lo mismo.

Magdalena en la memoria del evangelio según Juan[1]

La aparición a María Magdalena en el evangelio de Juan está enmarcada en la construcción literario-teológica que define el capítulo 20 de este evangelio. El capítulo se construye a través de cuatro episodios que describen como fue creciendo y ahondándose la fe en Jesús en la primera comunidad a partir de los acontecimientos pascuales. Más allá de los rasgos personales de los protagonistas, lo que se resalta es el carácter prototípico de la experiencia vivida por la comunidad en su conjunto (Jn 20, 1-18). Este proceso encarnado en los primeros seguidores y seguidoras de Jesús es propuesto como referente para las generaciones futuras (Jn 20, 30-31).

La figura de María Magdalena aparece en los dos primeros episodios. En ellos va a encarnar un itinerario hacia la fe desarrollado en varias secuencias narrativas. Los dos primeros versículos la muestran perpleja ante lo que ve. Sola llega al sepulcro y lo encuentra vacío (Jn 20, 1). En este momento no es capaz de ver más que la ausencia de Jesús en él y sale corriendo a contárselo a Pedro y al discípulo amado (Jn 20,2). Los tres regresan al sepulcro y contemplan los signos que permanecen tras la desaparición del cuerpo: las vendas de lino y el paño de la cabeza que había recubierto el cuerpo de Jesús. El texto dice que el discípulo amado vio y creyó, es decir interpreto los signos a la luz de los recuerdos de Jesús. Pero esto no parece suficiente y los discípulos regresan a casa y guardan silencio.

Los versículos siguientes describen un segundo paso en la fe (Jn 20, 3-18). María Magdalena se encuentra ante el sepulcro llorando la pérdida del maestro. En su dolor vuelve a interrogar a los hechos, buscando comprender lo que ha pasado. El encuentro con los ángeles primero y con Jesús después, la encaminan a comprender la hondura que lo que está viendo y a verbalizar su confesión de fe.

El camino que recorre desde que ve la piedra rodada del sepulcro al comienzo del relato hasta su confesión de su fe al final, es la síntesis de su itinerario como creyente. Su diálogo con el resucitado irá mostrando el proceso de ese itinerario. Al comienzo la presencia de Jesús es extraña y desconocida, lo confunde con un jardinero (Jn 20, 15). Pero Jesús toma la iniciativa y la llama por su nombre y ella entonces lo reconoce (Jn 20, 16). El reconocimiento viene acompañado por una revelación y un envío a la comunidad (Jn 20, 17). María regresa a la comunidad y proclama su fe: he visto al Señor y narra su encuentro con él (Jn 20, 18).

María Magdalena, en su encuentro con Jesús, lo llama maestro, reconociéndose, así como discípula y capacitándose para recibir una enseñanza nueva, ahora a la luz de la experiencia pascual (Jn 2016-17). En las palabras que Jesús le dirige se cumple lo que él les había anunciado en los discursos de despedida: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 20). Ahora María comprende y corre a anunciar a los demás discípulos/as: “He visto al Señor y que le había dicho estas palabras” (Jn 20, 28). Ella en la perspectiva joánica se hace portadora de la auténtica revelación. Ella entra a formar parte de aquellos o aquellas por los/as que otros/as llegaran a creer (Jn 17,20).

María de Magdala, modelo de fe

Los relatos que evocan el encuentro de Magdalena con Jesús resucitado la proponen como paradigma de fe para todo/a creyente. Su testimonio encarna para nosotros/as ese camino que va de la incertidumbre y la oscuridad de la cruz, a la luz y las certezas hondas que emergen en el encuentro personal con el Resucitado.

Ella es modelo de actuación para todo aquel o aquella que quiera hacer el camino de encuentro con Jesús, el Cristo y se quiera configurar con él, viviendo su fe en una comunidad construida desde los valores del reino.

Ella fue enviada por el Resucitado a anunciar lo que había visto y experimentado. Sus palabras apenas vislumbradas en los textos evangélicos iluminaron, sin duda, el corazón de la primera comunidad. Hoy, su figura, su fe sigue siendo provocadora de experiencia e indicador que oriente el caminar de todos aquellos o aquellas, que se arriesguen a ser discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret.

Carme Soto Varela

Desarrollar nuestra capacidad de ver

En el relato, se dice que los dos discípulos vieron lo mismo y, sin embargo, únicamente Juan “vio” (en el lenguaje del cuarto evangelio: “creyó”).

Hay un “ver” asociado a la vista y a la mente que, incapaz de trascenderlas, se queda en las apariencias o en las formas. Pero hay otro “ver” que, naciendo de la atención, provoca asombro, amplía la mirada y hace posible la comprensión.

En el primer caso, hemos quedado encerrados en el “pensar”; en el segundo, nos situamos en el “atender” y el silencio de la mente. Si aquel va asociado a la rutina, este es siempre novedad. Porque pensar es volver una y otra vez sobre la ya sabido (o mentalmente elaborado), mientras que atender implica dejarse sorprender por lo nuevo (que nos había quedado oculto).

La mente nos ayuda a entender; la atención, a comprender. Y no es lo mismo. Como dice la filósofa Teresa Gaztelu, “al entender, nuestra mente se representa una realidad: hace un dibujo o un `mapaʼ que refleje lo más fielmente posible lo dibujado; al comprender, no nos re-presentamos una realidad, sino que la presenciamos de forma directa y con todas las dimensiones de nuestro ser (cuerpo, mente, espíritu)”.

La teología, siguiendo la huella de Aristóteles y Tomás de Aquino, define la verdad como “adaequatio rei et intellectus”, es decir, como “correspondencia” entre la realidad y la idea que nuestra mente se hace de ella. Sin embargo, con los datos que hoy nos aportan las ciencias, sabemos que la trampa radica en el hecho de que nuestra mente no ve la realidad, sino solo una interpretación mental de la misma; con frecuencia sin ser consciente de ello, lo que la mente ve es una imagen que ella misma ha elaborado.

“Si comprender es ver algo en sí mismo -sigue diciendo Teresa Gaztelu-, para comprender necesitamos mirar las cosas con desapego, sin pretensión personal -de que las cosas sean de una determinada manera-, evitando colarse uno mismo en escena”.

Pues bien, esto solo es posible gracias a la atención, capacidad que se halla en todos nosotros y que podemos educar o entrenar hasta llegar a ser diestros en ella. Atendiendo lo que hacemos en cada momento, observando la mente, practicando el silencio… Silenciada la mente pensante, juzgadora y etiquetadora, se abrirá paso la comprensión: habremos pasado del “entender” al “comprender”, habremos empezado a “ver”, más allá de las apariencias y más allá de nuestras ideas previas.

¿Vivo más en el pensar o en el atender?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo de Resurrección

(Jn 20, 1-9)

(El Sábado Santo no tiene otra celebración litúrgica fuera de la Vigilia pascual. Por eso, no hay textos litúrgicos sobre el misterio de Jesús reposando en el sepulcro, sino sobre Jesús ya resucitado. La mañana del sábado ya está anunciando la resurrección. La tormenta ya ha pasado, Jesús ha muerto confiado en los brazos del Padre, y el Padre está por cumplir sus promesas).

Los relatos de la Resurrección son bastante sobrios. El misterio glorioso trasciende todas las palabras que puedan contarlo. De hecho, el momento y la manera de la resurrección no aparecen en ninguno de los relatos evangélicos; nadie lo vio, nadie es testigo de ese instante glorioso. Jesús resucitado se va manifestando poco a poco y con distintos signos, para que puedan reconocerlo vivo.

Lo importante es que la muerte no ha sido la última palabra y que su triunfo y su vida nueva le dan sentido a nuestra vida y a nuestra esperanza: «Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes» (1 Cor 15, 17). Porque nuestra fe cristiana no depende tanto de una doctrina, de un código moral, de unas costumbres, sino de una Persona que nos comunica su vida.

Se destaca la fe del primer discípulo que cree en la resurrección. Pedro vio que no estaba el cadáver, vio los lienzos y el sudario, pero no le bastó para creer. El otro discípulo, en cambio, dejó que esa escena fuera iluminada por la Palabra de Dios, por los anuncios que decían que el Redentor iba a triunfar (Is 52, 13; 53, 11) y por los anuncios de Jesús que hablaban de su resurrección. Por eso reconoció que el Señor había resucitado.

Esto nos ayuda a descubrir que también los hechos aparentemente oscuros de nuestra vida, si los iluminamos con la Palabra del Señor, adquieren un significado de vida nueva, de resurrección, de esperanza; así como el sepulcro vacío, iluminado por la Palabra de Dios, anunciaba a gritos que Cristo venció a la muerte.

Oración:

«Te adoro a ti, mi Señor resucitado, lleno de vida y de hermosura, vestido de luz y de gloria infinita. Derrama en todo mi ser esa vida resucitada, ese poder y esa luz de tu resurrección para que toda mi existencia se transfigure con tu presencia».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron la verdadera vida

En este día de Pascua, debemos recordar a Pablo: si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Su Vida era la misma de Dios. Por lo tanto la posibilidad de que no resucitara es absurda. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Seré seguidor de Jesús solo en la medida que viva la misma Vida de Dios como él.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec­ción no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esto es clave para salir del callejón en que nos encontramos por interpretar los textos de una manera literal.

La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación con el ser que estuvo vivo. Pero la muerte devuelve el cuerpo al mundo de la materia de manera irreversible.

¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que no hay tiempo. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.

Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, sin antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedar a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús que a la vida biológica tan apreciada.

No debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida.

Fray Marcos

Lectio Divina – Domingo de Resurrección

“Vio y creyó”

INTRODUCCIÓN

En los relatos de Resurrección aparecen exclamaciones. ¡Es verdad! También se cantan himnos al Resucitado. Y el himno canta lo que las palabras son incapaces de expresar. Y se condensa la fe en un credo sencillo: “Si profesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Ro. 10,9).  Debajo de la corteza de estos viejos textos, debemos escuchar el gozo y la admiración de una Comunidad que ha quedado asombrada por este acontecimiento y ha vibrado de emoción y de entusiasmo.

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Hechos, 10,34.37-43;      2ª lectura: Col. 3,1-.4.

EVANGELIO

Jn. 20,1-9.

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

REFLEXIÓN

En la Primitiva Comunidad fue necesaria la fe en la Resurrección. Sin experiencia pascual no se podía concebir un cristiano.  Y ahora tampoco. Pero los caminos pueden ser distintos. Y en este relato se nos manifiesta que hay tres personajes: La Magdalena, Pedro y Juan y, sin embargo, cada uno va a tener acceso al encuentro con Cristo Resucitado de una manera diferente.

1.– María Magdalena se encuentra con Jesús a través de “su corazón apasionado”.   María busca el cadáver de Jesús. Ya que no puede verle, ni oírle, ni besar sus pies, se conforma con tener su cadáver para perfumarle. Esa precaria y fugaz presencia le servirá para paliar ese gran dolor que le produce el vacío de una “sentida y contumaz ausencia”. María Magdalena derrocha amor a Jesús por todos los poros de su ser, pero le falta fe. Está desfasada. Se ha quedado con el Cristo histórico y no ha dado el paso al Cristo de la fe. La aparición de “aquel hortelano” en el jardín no le basta. Aquellos interrogantes ¿A quién buscas? ¿Por qué lloras? todavía le ahondan más su dolor. Sólo cuando la llama por su nombre y en una exclamación le dice ¡MARIA! cae en la cuenta de que es Jesús el que la llama. Cuando una persona está enamorada, sólo el nombrar a la persona amada, le emociona, le estremece y no le deja hablar. Y, como no tiene palabras, la respuesta es otra exclamación: ¡RABONI!  Notemos que este texto está escrito en un contexto de “Cantar de los Cantares”. Allí se describe el amor de dos esposos perdidamente enamorados. El Resucitado, que ha muerto en la Cruz por puro amor, por exceso de amor, necesita de la Iglesia, representada por María Magdalena, una respuesta de amor apasionado.  A una “locura de amor” sólo se responde con “un amor con locura”.

2.– Pedro necesita apariciones para llegar a la fe.  El texto nos dice que “entró en el sepulcro, vio las vendas y el sudario, pero no dice que “creyera”. De hecho, Jesús tuvo la delicadeza de aparecerse a él solo en el lago de Tiberiades.  Era normal que, para superar el impacto de haber visto a Cristo muerto en una Cruz, fuera necesario que Cristo se les hiciera presente a través de las Apariciones.  Nos lo recuerda el mismo Pablo: “Se apareció a Jacobo, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí. (1Cor. 15-7-8).

3.– Juan se encuentra con Jesús sin necesidad de apariciones. Nos lo dice el texto de hoy: «Entró, vio, y creyó”. Se puede llegar a la fe sin necesidad de apariciones. Y ésta es, a mi juicio, la manera que llegó María, la Madre de Jesús, al encuentro con su Hijo Resucitado. El evangelio no nos dice que Jesús se le apareció a su madre. Tampoco vemos a la madre de Jesús acompañar a las mujeres al sepulcro a embalsamar el cadáver de su Hijo. Cristo resucita el primero en el corazón de su madre. No tiene apariciones porque no las necesita. María, “la creyente” fue la única que esperaba la Resurrección. Y en aquel apagón de la fe al morir Jesús, la única lámpara encendida fue la de María, su Madre. A través de la Palabra de Dios, profundizada por el Espíritu Santo, tenemos un acceso a la fe del Resucitado. Sin necesidad de apariciones, con la Palabra de Dios, en la fe desnuda, nos podemos encontrar con el Resucitado. Y podemos hacer nuestra la bienaventuranza de Jesús a Tomás “Dichosos los que sin ver, creyeren” (Jn.20,29).

PREGUNTAS

1.- ¿He tenido alguna vez en mi llamada vida espiritual, algún encuentro vivo e intenso con Jesús, hasta el punto de dejarme sin palabras?

2.- ¿Soy de las personas que necesitan ver para creer?

3.- ¿He tenido momentos en la vida en que no he dudado de que Jesús estaba dentro de mí?  ¿En la lectura de la Palabra? ¿En la Eucaristía?  ¿En el encuentro con los hermanos?

Este evangelio, en verso, suena así:

A la salida del sol,
la mañana del Domingo,
Jesús nos da la sorpresa:
su sepulcro está “vacío”.
El Ángel, a las mujeres,
les regala los oídos:
No busquéis entre los muertos
al Señor, porque está “VIVO”.
En el surco de la cruz
se enterró el GRANO DE TRIGO
y, ahora crece lozano,
en espiga florecido.
Consigue sobre la muerte
el triunfo definitivo.
Le da la razón el Padre:
Su vida tiene “SENTIDO”.
En Jesús Resucitado
encontramos el estilo
de vivir con esperanza,
siendo siempre sus TESTIGOS.
Comulgamos con Jesús
al recibir el BAUTISMO
Morimos al “hombre viejo”
Eres, Jesús, “AGUA VIVA”
y “LUZ PASCUAL EN EL CIRIO”.
Amigo Resucitado,
queremos vivir contigo.

(Compuso estos versos José Javier Përez Benedí)

ORACIÓN POR LA PAZ.

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)

El extraterrestre

1.- Imaginaos que existiera en otro lugar del universo un ser inteligente y que un día fuera capaz de entablar diálogo con los humanos. Como es de suponer, más que entretenerse en preguntar por masas, fuerzas físicas, formulas matemáticas o contornos corporales de los terráqueos, se interesaría por cosas trascendentes. La ley de la gravitación universal, se cumple en todos los astros, las inercias se suceden, las ondas se propagan etc., etc., y es de suponer que, todo ello y mucho más, es cosa conocida por un ser mismamente inteligente.

El ejemplo que os he puesto, ha sido recordando una inscripción y unos dibujos, que se enviaron en cierta ocasión a los espacios interestelares, por si algún ser capacitado lo encontraba. Genitales o números pi y e, no creo que les interesara demasiado, aunque es de lo que aquella plancha hablaba. Lo genuino, lo fabuloso, lo extraordinario, de la realidad de nuestro planeta, es que Dios se ha fijado en él con cariño y decidió plantarse en él, como en su casa. Él, que no necesitaba domicilio, se hizo una realidad corporal, revestida de alma y espíritu, convivió y se desveló por el bienestar de los que poblaban el planeta.

2.- Cuando el visitante se enterara de esto, sin duda querría saber más detalles. Cómo empezó la cosa, preguntaría, y le dirían que no se sabe exactamente el día, pero que se ha fijado en el 25 de marzo. ¿y qué hacéis esa jornada? Pues cada uno lo que quiere o puede, es un día de labor como otro cualquiera, se le respondería. ¿Y que más? Seguramente que le explicarían alguna cosa del nacimiento en Belén y se asombraría de la cantidad de tonterías que le contaban. Más le extrañaría la forma y las costumbres que en nada reflejaban la sencillez del hecho histórico. ¿y cómo acabó todo? Interrogaría. Alguien le contaría historias cargadas de sensiblerías. Espectáculos o procesiones. Posiblemente se referirían a la muerte y resurrección y cual no sería su pasmo al enterarse de que, los días que mas o menos coinciden anualmente con los que aconteció el más grande prodigio, la gente los aprovecha para viajar y los más afortunados a subir y bajar, una y otra vez, laderas cubiertas de nieve, como los niños se divierten en un tobogán. No os enfadéis, mis queridos jóvenes lectores, la historia que os cuento no es chiste es la realidad narrada con un poco de ironía.

3.- Si el extraterrestre fuera espabilado, con seguridad buscaría y rebuscaría por rincones de entre los valles y montañas, recorrería desiertos o se metería en antros pobres de poblaciones densamente pobladas. Encontraría entonces comunidades humanas ajenas a lo que le habían explicado antes. Ajenas pero no alejadas, valga decir. Monjes, monjas, ermitaños, solitarios un poco locos, personas solidarias y preocupadas, activa y realmente, por las miserias humanas, que se desvivían para conseguir que gracias a sus trabajos, a su ingenio, a su oración, a sus sacrificios, los desafortunados viviesen con un poco de dignidad y los despreocupados adquiriesen un poco de conciencia responsable.

El foráneo, que en algún momento se habría preguntado e inquirido si tenían documentos gráficos, que le mostraran alguna imagen de la Pascua, el misterio más sublime de entre todo lo que le habían explicado y no le habrían sabido responder, observaría que aquellas personas, en su diafanidad, traslucían una asombrosa imagen. Era precisamente la que él buscaba. Se alegraría entonces y decidiría inmediatamente partir en busca de otro cuerpo celeste donde, tal vez, se estuviera realizando el milagro del Nacimiento, Vida, Pasión y Muerte, del Señor, que lo era de todo el Universo existente y de los que pudieran venir.

Mis queridos jóvenes lectores, no seáis vulgares terráqueos, ignorantes de lo que es más importante. Pensáoslo bien y decidid vivir a partir de hoy pascualmente.

Pedrojosé Ynaraja

Tres protagonistas inesperados

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios Padre, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

José Luis Sicre

Estupor ante la Resurrección

Ayer/El Viernes Santo decíamos que un peligro que corremos, sobre todo en países de antigua tradición cristiana, es acostumbrarnos a todo lo que forma parte de nuestra fe: gestos, signos, símbolos… incluso la Palabra de Dios. Esto hace que, a menudo, nuestras celebraciones las veamos como un momento para recordar algo del pasado, algo que ocurrió hace mucho tiempo, pero que hoy no “nos dice” gran cosa. Y, siguiendo lo que dice el Papa Francisco, para que nuestra fe no sea corroída por la costumbre pedíamos “la gracia del estupor”, del asombro ante el Misterio de la Pasión del Señor.

Por eso, en esta noche/hoy, también pedimos “la gracia del estupor, esta vez ante la Resurrección de Cristo. “Es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo” (Catecismo 639). No es algo que ocurrió en el pasado: la Resurrección de Cristo tuvo lugar en un lugar y tiempo concretos de la historia, pero este hecho se extiende más allá de ese espacio y tiempo, porque Jesús vive ahora en Dios, ya no está sujeto a los límites de este mundo y, por tanto, su Resurrección es algo actual.

Por eso esta noche/hoy, al escuchar de nuevo: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado, deberíamos sentir estupor, como lo sintieron las mujeres que, de madrugada, fueron al sepulcro y quedaron despavoridas (Evangelio de la Vigilia). Un estupor como lo sintió Pedro, que se volvió a su casa admirándose de lo sucedido.

Quizá nos cueste sentir ese estupor porque no contamos con ninguna descripción del hecho mismo de la Resurrección, ni sabemos de nadie que la viera. Puede que, al escuchar el anuncio de la Resurrección de Jesús, nos ocurra como a los discípulos y, ante el anuncio de las mujeres, ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. A fin de cuentas, con lo único constatable que contamos es con el sepulcro vacío: las mujeres no encontraron el cuerpo del Señor Jesús, y Pedro y el otro discípulo sólo ven los lienzos tendidos y el sudario… enrollado en un sitio aparte (Evangelio del día). No hay más y, desde luego, el sepulcro vacío no es una prueba de la Resurrección. De hecho, ya en la época del Nuevo Testamento hubo quienes intentaron explicar el mensaje de la Resurrección y el hecho del sepulcro vacío como una invención de los discípulos, que habían robado el cuerpo de Jesús, o como una alucinación de los discípulos, generando así un engaño que se ha utilizado y mantenido para manipular a las personas y lograr otros intereses y fines.

Pero nos ayudará a sentir estupor ante la Resurrección el hecho de que, poco después del Viernes Santo, los discípulos, que habían huido y abandonado al Señor durante su Pasión, que se mantenían ocultos en una casa por miedo, de pronto se lanzan a anunciar públicamente y con valentía que Jesús vive: Pedro tomó la palabra y dijo: lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día… Hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos (1ª lectura del día). Incluso están dispuestos incluso a morir por este anuncio. Este cambio radical sólo resulta comprensible si los discípulos tuvieron una experiencia y la certeza clara de encuentro con Jesús Resucitado, eliminando así las hipótesis del engaño o de la alucinación.

Y también nos ayudará a sentir estupor ante la Resurrección la profundización en lo que significa este hecho, como indica el Catecismo (651-655): “La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, la verdad de la divinidad de Jesús”. Y sentiremos verdadero estupor si pensamos que “por su Resurrección nos abre el acceso una nueva vida”, Y que “la Resurrección de Cristo -y el propio Cristo resucitado- es principio y fuente de nuestra resurrección futura: ‘Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron… así también todos revivirán en Cristo’” (1 Co 15, 20-22).

Es cierto que la dureza de la realidad, personal, social, mundial… con su carga de mal y de muerte, nos puede hacer dudar de la Resurrección de Jesús. Sintámonos como los primeros discípulos y aprovechemos el tiempo de Pascua para poder tener nuestro propio encuentro personal con el Resucitado por medio de la oración, de su Palabra, de la Eucaristía… Que brote así en nosotros el estupor y haga que también nosotros andemos en una vida nueva (Epístola de la Vigilia), y anunciemos de forma creíble, como ellos, que era verdad, ha resucitado el Señor (Evangelio vespertino del día).