Lectio Divina – Lunes de la Octava de Pascua

“Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”

1.- Introducción

Señor, debo reconocer con humildad, el papel tan importante que jugaron las mujeres en la Resurrección. Y también debemos reconocer el       papel fundamental en el momento de la crucifixión. Ellas fueron las que te acompañaron en el Calvario; ellas te lloraron y envolvieron tu cuerpo muerto con el perfume de su cariño. Haz, Señor, que las mujeres ocupen en la Iglesia el lugar que tú, Jesús, les quisiste dar.

2.- Lectura sosegada del evangelio Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: «Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos.» Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

         Es notorio el papel que las mujeres desempeñan en la Resurrección de Jesús. A ellas se les apareció en primer lugar y fueron las primeras que dieron al mundo esta gran noticia (Jn. 20,11; Mt 28,9; Mc. 16,9). Como era natural, los discípulos no les dieron crédito puesto que, por ley judía, el testimonio femenino carecía de valor. Jesús busca deliberadamente el conflicto: la mujer, considerada como un ser de segunda clase, es incorporada por Jesús a dar ellas las primeras, el mensaje más nuclear del evangelio: La Resurrección. “Mujer” fue la primera palabra que pronunció Jesús–Resucitado. (Jn. 20,15). Y el primer nombre que brotó de sus labios fue también un nombre de mujer: María. Fueron unos ojos de mujer quienes recogieron la primera imagen del Cristo nuevo y fueron unas manos de mujer quienes primero tocaron la carne resucitada del nuevo Adán: “Ellas se acercaron a abrazar sus pies” (Mt. 28,9).

Palabra del Papa

“En este lunes después de Pascua, el Evangelio nos presenta el pasaje de las mujeres que, al ir al sepulcro de Jesús, lo encuentran vacío y ven a un ángel que les anuncia que Jesús ha resucitado. Y mientras ellas corren para dar la noticia a los discípulos, se encuentran con el mismo Jesús que les dice: “Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán”. Galilea es la “periferia” donde Jesús inició su predicación, y desde allí partirá de nuevo el Evangelio de la Resurrección, para que sea anunciado a todos, y cada uno pueda encontrarse con Él, el Resucitado, presente y operante en la historia. También hoy Él está con nosotros, aquí en la plaza…Esta es la buena noticia que estamos llamados a llevar a los otros en cualquier lugar, animados por el Espíritu Santo. La fe en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha llevado es el don más bello que el cristiano puede y debe ofrecer a los hermanos. A todos y cada uno, por tanto, no nos cansemos de repetir: ¡Cristo ha resucitado! Repitamos las palabras, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida. La feliz noticia de la Resurrección debería manifestarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actitudes, en la forma en la que tratamos a los otros”. (Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito. Un intento por descubrir en cada mujer a la Virgen María.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y yo ahora le respondo con mi oración.

Señor, quiero terminar mi oración dándote gracias por la cercanía que has tenido con las mujeres, especialmente después de Pascua. Ellas tuvieron un comportamiento exquisito contigo en los momentos de dolor y Tú quieres agradecerlo con tu presencia especial con ellas después de la Resurrección. Y te agradezco de una manera especial esa presencia envolvente de tu madre en la Iglesia naciente. Ella no necesitó apariciones para creer. Le bastó la fe desnuda.

ORACIÓN POR LA PAZ.

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar» (Parolín, Secretario del Estado Vaticano).

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Paz a vosotros

Tiempos de incertidumbre

Aunque hoy celebramos un acontecimiento de esperanza y alegría que renueva e impulsa la vida, no podemos cerrar nuestros ojos al paisaje en el que se desarrolla la pascua. Si nos ponemos en lugar de los primeros discípulos, el panorama no podía ser más oscuro: su mesías, su señor, el que les había llenado de esperanza y mostrado a Dios «abba» lleno de misericordia y compasión con sus hijos, había sido crucificado, había muerto, había desaparecido… ¿Desesperanza? ¿Incertidumbre? ¿Miedo? ¿Rabia?

Miremos a nuestro alrededor, miremos a nuestro mundo… Tal vez en nosotros estén las mismas emociones y sentimientos. O tal vez tengamos la misma tentación que aquellos discípulos: cerrar puertas y ventanas para protegernos, dejar fuera aquello que nos asusta, o no entendemos, o no compartimos…

«Paz a vosotros»

«Paz a vosotros» (Jn 20,19.21.26) es siempre el saludo de Jesús resucitado. No parece ser solo un saludo o un buen deseo para sus vidas, más bien se constituye en el núcleo de la experiencia pascual. Una experiencia de encuentro con Jesús vivo, que libera del desencanto y el temor, que llena de alegría y, sobre todo, que impulsa a vivir.

Esta es la primera consecuencia del encuentro con el resucitado, la transformación personal, no en otra persona, sino en la misma, pero con un impulso nuevo, el del Espíritu que nos saca de nuestro pequeño mundo y nos envía a los demás, a un mundo que necesita oír y vivir «paz a vosotros».

Enviados con la fuerza del Espíritu Santo

Dice el texto del evangelio que «sopló sobre ellos» (Jn 20,22) para transmitirles el Espíritu Santo. El verbo «sopló» es el mismo que se utiliza en el Génesis (2,7) para el aliento de vida que Dios insufla al hombre. Con aquel aliento el hombre se convirtió en un ser viviente y con este nuevo soplo de Jesús el hombre es re-creado, re-animado para realizar su fe y su vida.

Tras la resurrección de Jesús, la nueva vida del discípulo tiene una misión específica: «como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). La misma misión que realizó Jesús en su vida es la que encomienda a los primeros discípulos: sanar, perdonar, anunciar el triunfo de la vida, llevar paz… Hoy nosotros somos enviados para realizar nuestra fe y nuestra vida en esta misma misión.

Enviados como comunidad

¿Cómo voy yo a realizar la misma misión de Jesús? Escuchamos en el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo era la vida y misión de las primeras comunidades, animadas por el Espíritu Santo. La vida transformada de cada uno de los discípulos se muestra plenamente en la vida compartida, en la fe vivida, en la misión realizada en comunidad. «Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo» (Hch 5,12).

Hoy como comunidad de creyentes, aunque nos encantaría hacer prodigios, nuestra tarea es ser signo de la presencia de Jesús vivo y resucitado en nuestro mundo. «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25) y por eso somos una comunidad abierta a quienes buscan, acogedora con quienes dudan, tierna con quienes lloran, sanadora con quienes sufren heridas, paciente con los temerosos, generosa con los que buscan la paz. Tal vez esto sea un sueño, pero «¡hemos visto al Señor

Creyentes ¿sin haber visto?

Pero ¿qué pasa si yo no puedo decir que «he visto al Señor»? Ninguno de nosotros conoció directamente al Señor. Otros nos hablaron, nos contaron su experiencia de encuentro, nos dijeron que Jesús estaba vivo y presente, que le vieron y tocaron, que compartió la mesa… No es suficiente que nos lo cuenten, también nosotros, como Tomás, necesitamos vivir esa experiencia: hemos de palpar sus heridas y sentirlas como las nuestras, es preciso que me siente a la mesa con Él, que escuche su Palabra, que sienta su presencia, que llene mi vida con su fuerza.

Cada domingo, cada eucaristía… es el día primero de la semana. Es el momento privilegiado para que cada uno de nosotros, y toda la comunidad, se encuentre con Jesús Resucitado. Él nos regala su paz, pone sobre la mesa su cuerpo vivo, nos llena de su Espíritu y no nos envía a su misión.

Felices los que sin ver hemos creído. Pero más felices aun, los que creyendo transparentan en su vida a Jesús Resucitado.

Fr. Óscar Jesús Fernández Navarro O.P.

Comentario – Lunes de la Octava de Pascua

Mt 28, 8-15

Durante la primera semana después de la Pascua, leemos algunos relatos que nos hablan de la resurrección. Sobre ella, en estos últimos años, se han hecho múltiples estudios exegéticos y teológicos. Un sencillo resumen de ellos se encuentra en el n.° 3 de «Cahiers de l’Evangile», con el título Christ est ressuscité». (E. Charpentier), sobre todo en las páginas 48 a 69.

Al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María…

Son amigas de Jesús.

Han vuelto a la tumba de Jesús por amistad, como entre nosotros, después del sepelio de un ser querido suele hacerse una visita al cementerio.

Son las mismas, precisamente que en la tarde del viernes asistieron al amortajamiento. (Mateo, 27-55.56). No hay pues error posible sobre esta tumba. ¡Danos, Señor tu amor! Sólo se ve bien con el corazón. Sólo el amor introduce en el conocimiento profundo de los seres con los que vivimos.

Después de haber visto al ángel del Señor —que les había dicho: «No temáis. Buscáis a Jesús, no está aquí, ha resucitado como había dicho»—

Se alejaron rápidamente del sepulcro… llenas de temor…

¡Dios está ahí! Hay dos signos claros para todo el que conoce el lenguaje bíblico:

— «el ángel», mensajero de Dios.

— «el temor», sentimiento constante en presencia de lo divino. Yo también quisiera dejarme aprehender por esta Presencia.

Y con gran gozo corrieron a comunicarlo a los discípulos.

Temor y gozo, a la vez.

Primera reacción: correr… ir a llevar la noticia… Son muchos los que «corren» la mañana de Pascua. Pedro y Juan pronto también correrán para ir a ver. (Juan, 20-4) ¿Tengo yo ese gozo? ¿Anuncio la «gozosa nueva» de Pascua?

Jesús les salió al encuentro diciéndoles: Dios os salve. Ellas, acercándose, le abrazaron los pies y se postraron ante El. Es Jesús el que toma la iniciativa. Es Él quien se presenta, quien les da los «buenos días». Es siempre tan «humano como antes. Probablemente les sonríe.

Pero ellas, manifiestamente ¡están ante la majestad divina! Como derrumbadas, el rostro en tierra. Su gesto es de adoración.

Entonces Jesús les dice: «No temáis».

Es lo que Dios dice siempre. El temor es un sentimiento natural ante Dios. Pero Dios nos dice: «No temáis».

«Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán.

Jesús, netamente, envía a la misión. Si se da a conocer a algunos, no es para que nos regocijemos de ello… sino para que nos pongamos en camino hacia nuestros hermanos. «Id a avisar a mis hermanos.»

Después de esta meditación, ¿qué voy a hacer?

Estoy entre los «amigos» de Jesús si participo en la evangelización.

Mientras iban ellas, algunos de los guardias vinieron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos éstos en consejo tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados diciéndoles: «Decid que, viniendo los discípulos de noche, le robaron mientras nosotros dormíamos…» Esta leyenda se difundió entre los judíos hasta ahora.

Esta es la solución que los «enemigos» han encontrado para explicar la tumba vacía… que les estorbaba. Los jefes judíos no desmienten el «hecho»: le buscan otra explicación… inverosímil.

Noel Quesson
Evangelios 1

Homilía – Domingo II de Pascua

JESÚS RESUCITADO, CENTRO DE LA COMUNIDAD

UNIDOS Y REUNIDOS EN NOMBRE DE JESÚS

Pablo VI, en su luminosa encíclica Ecclesiam suam, afirma: «La Iglesia se renovará de verdad cuando vuelva de verdad su mirada a Cristo». Entonces, y sólo entonces, se rejuvenecerá. En realidad, los cristianos y los grupos rutinarios se convierten, cambian radicalmente, pasan de un cristianismo cumplimentero a un cristianismo entusiasmado cuando se encuentran personalmente con Jesucristo resucitado.

En este sentido resulta conmovedor el testimonio del gran teólogo Yves Congar: «He tardado bastante en dar a Jesucristo el lugar central que ocupa hoy en mi pensamiento y en mi vida. Para mí Jesucristo lo es todo; es él quien me da el calor y la luz. Su Espíritu es el que me da movimiento, vitalidad. Cada día me interpela, me impide detenerme; el evangelio y su ejemplo me arrancan de la tendencia instintiva que me ata a mí mismo, a mis hábitos, a mi egoísmo».

Los testimonios de personas dé toda clase y condición son interminables. Milagro palpable y palpitante de la presencia dinamizadora de Jesús son muchas comunidades cristianas surgidas como hogueras en la noche del mundo. «Nos parece un milagro cuando miramos siete años atrás y vemos cómo de personas egoístas, acurrucadas en nuestras madrigueras, hemos podido llegar a formar esta gran familia, en la que nos amamos, nos ayudamos y procuramos juntarnos para hacer bien a nuestros vecinos; la verdad es que hemos cambiado todos un montón», comentan los miembros de una comunidad cristiana de Vigo formada por 45 miembros. Y yo les acoto: «No ‘parece’ un milagro; es un milagro del Señor resucitado y presente entre nosotros». Aunque con distintas circunstancias y apariencias externas, se trata del mismo milagro verificado en aquel puñado de seguidores de Jesús que formarían la comunidad modélica de Jerusalén. ¿Cómo resucita el grupo de los amigos de Jesús? ¿Qué hizo posible que, después del «fracaso rotundo» del Maestro, resurgieran con increíble vigor?

 

BUSCAR JUNTOS

Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento («heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» -Mt 26,31-), impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el «fracaso» de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos. Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), y le reconocen con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia. Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.

La situación de incontables «cristianos», aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.

El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe, como advierten reiteradamente los obispos vascos en diversas pastorales conjuntas: «Estamos persuadidos de que sólo unas comunidades fuertes, de vida intensa e incluso exigente, podrán ser para la gran mayoría de los creyentes hogar que los alimente para la ardua tarea de vivir diariamente la fe en condiciones difíciles. Sólo una participación activa en estas comunidades sostendrá una adhesión eclesial sometida al riesgo de la erosión continua. Sólo un alimento místico compartido podrá afirmar a Dios como Dios en una época propicia a las idolatrías, a Jesús como a Señor en una sociedad poblada de tantos ‘señores’. Sólo un impulso misionero refrescado en comunidad mantendrá en los creyentes la viva conciencia de haber recibido una ‘buena noticia’ y la encendida pasión por testificarla sin orgullo y sin complejos. Construir esas comunidades vivas de fe ha de ser un objetivo irrenunciable en estos tiempos de increencia».

Ésta es la razón por la que muchos «cristianos» solitarios (una rotunda contradicción) nos confiesan: «Estoy perdiendo la fe», «ya no sé si creo o no creo». Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás. Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro.

Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian: «Este cristianismo sí que merece la pena», «ahora sí que me he encontrado con Jesucristo», «a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva». Este encuentro con el Señor en medio de la comunidad llena a sus miembros de alegría, convierte los encuentros en una verdadera fiesta y genera en los cristianos un tono de paz: «¡Paz a vosotros!».

Afirma monseñor Casaldáliga: «¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios».

EL DÍA PRIMERO DE LA SEMANA

Juan afirma que esto sucedió «el primer día de la semana»; con ello hace referencia a la semana de la creación. A partir de la resurrección de Jesús empieza la nueva creación; el grupo de discípulos a los que se manifiesta Jesús es la «nueva humanidad», el nuevo y definitivo pueblo de Dios. «El que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado y ha aparecido lo nuevo» (2Co 5,17). Donde hay una comunidad viva hay una «humanidad nueva». Éste es el milagro que Jesús nos invita a hacer para que seamos sacramento de salvación para los mismos que la formamos, para la Iglesia y para el mundo. ¿Contribuyo a realizar este milagro? ¿Participo en la vida de algún grupo o comunidad cristiana? ¿Debería, tal vez, hacerlo con más entrega? ¿Me esfuerzo por avivar la mirada de fe para reconocer en mi grupo o comunidad la presencia del Señor resucitado? ¿Qué me pide el Espíritu?

«Estando los discípulos reunidos en una casa… entró Jesús y se puso en medio de ellos»… Jesús ha prometido categóricamente: «Siempre que nos reunimos en su nombre, aunque no seamos más que dos, allí estoy en medio de vosotros» (Mt 18,20). Está, pero no como un espectador pasivo, sino como estuvo en la manifestación de la que nos ha hablado Juan: para darnos paz, entusiasmo y los dones de su Espíritu. Lo que hace falta es que lo reconozcamos con los ojos de la fe. El relato evangélico patentiza lo que afirma monseñor Casaldáliga y lo que hemos experimentado cuantos participamos en la vida de la comunidad: «Quien busca la comunidad, encuentra al Señor» porque ella es el lugar de encuentro en que nos cita (Mt 18,20).

Atilano Alaiz

Jn 20, 19-31 (Evangelio Domingo II de Pascua)

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba

El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Ap 1, 9-19 (2ª lectura Domingo II de Cuaresma)

El fragmento recoge la primera visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar: a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación, intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al Evangelio movidos por una gran esperanza.

Fray Miguel del Burgos Núñez

Hch 5, 12-16 (1ª lectura Domingo II de Pascua)

Pertenece al conjunto llamado de los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo presenciaban.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes de la Octava de Pascua

El acontecimiento de la resurrección de Jesús crucificado es inagotable. Constituye la gran buena noticia de nuestra historia. El descubrimiento del sepulcro vacío de Jesús  pone en  movimiento a los personajes protagonistas. Suscita la búsqueda; hace preguntarse por la presencia de crucificado. Se da a conocer en contra de las dudas y el escepticismo. Y Jesús mismo les sale al encuentro y les saluda: alegraos. Jesús les dice también: no tengáis miedo. El resucitado Mesías se hace encontradizo con las mujeres que han ido a visitar el sepulcro. El  resucitado sigue presente y se hace visible; se da a conocer con una invitación a la alegría. Ha vencido a la muerte y está plenamente vivo.

El anuncio de la  resurrección se hace mediante la contraposición entre la acción de los líderes judíos por manos de los paganos y la acción de Dios mismo. “Vosotros lo entregasteis, por manos de los paganos, lo matasteis en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” (Hech 2, 23-24). Este texto constituye el corazón del discurso que resume el kérigma primitivo trasmitido por Lucas. La resurrección de Jesús es obra de Dios mismo. Obra significativa y decisiva; está en continuidad con la historia de la salvación de Dios.

La resurrección de crucificado es la gran noticia. Hay que celebrarla. Hay que hacer fiesta larga. Una octava para paladear y disfrutar la gran noticia: está vivo, resucitó…!Amén! ¡Aleluya! Y una cuarentena pascual para hacerse cargo del significado del acontecimiento.

Y nosotros hoy, ¿tenemos ganas de resurrección? ¿En qué situación personal me llega la gran noticia de la resurrección de Jesús de entre los muertos por obra de Dios? ¿Estoy envuelto en la suspicacia con respecto al después de la muerte.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes de la Octava de Pascua

Hoy es lunes de la octava de Pascua.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 28, 8-15):

En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

Hoy, más que nunca, se hace necesaria la adoración. Adorar es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios. Sólo la verdadera humildad puede reconocer la verdadera grandeza, y reconoce también lo pequeño que pretende presentarse como grande.

Una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que se nos propone adorar lo humano dejando de lado lo divino. “Sólo al Señor adorarás” es el gran desafío ante tantas propuestas de nada y vacío. No adorar a los ídolos contemporáneos —con sus cantos de sirena— es el gran desafío de nuestro presente. Ídolos que causan muerte no merecen adoración alguna, sólo el Dios de la vida merece adoración y gloria.

—Adorar es decir “Dios” y decir “vida”. Adorar es ser testigos alegres de su victoria, es no dejarnos vencer por la gran tribulación y gustar anticipadamente de la fiesta del encuentro con el Cordero, el único digno de adoración y en quien celebramos el triunfo de la vida y del amor sobre la muerte y el desamparo.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Lunes de la Octava de Pascua

LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Misa del lunes de la Octava (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Sin Credo. Prefacio Pascual I «en este día», embolismos propios en las Plegarias Eucarísticas. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV. Despedida con doble «Aleluya».

Leccionario: Vol. II

  • Hch 2, 14. 22-23. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
  • Sal 15.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
  • Secuencia (opcional). Ofrezcan los cristianos.
  • Mt 28, 8-15.Comunicad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.

Antífona de entrada
El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho; alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. Aleluya.

Monición de entrada y acto penitencial
Pedro, en la noche de la Pasión, había rehusado confesar que conocía a Jesús. Ahora no puede parar de proclamar que Jesús ha resucitado. María Magdalena y María, la madre de Santiago,  se apresuran a decirles a los apóstoles que Jesús está vivo y resucitado. — Todas las lecturas de hoy se centran en dar testimonio de la resurrección. Pedro la proclama como la clave de su fe: El Jesús que había sido ejecutado ha resucitado realmente, y ellos, los discípulos, son testigos de este hecho y de esa persona. María Magdalena y su compañera reciben el mensaje de los ángeles en la tumba –que Cristo ha resucitado. Después ellas mismas encuentran a Jesús y de él mismo reciben instrucciones para que comuniquen la Buena Noticia a los demás discípulos, ya que ahora ellas mismas son testigos de que Cristo está vivo y resucitado. — ¡Los testigos de hoy somos nosotros! ¿Lo somos de verdad?

• Tú, que has resucitado, venciendo los dolores de la muerte. Señor, ten piedad.
• Tú, que nos enseñas senderos de vida. Cristo, ten piedad.
• Tú, que nos saciarás de gozo con tu rostro. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria
En este día de gozo y de gloria, recitemos el himno de alabanza, invocando a Jesucristo, nuestro mediador, sentado a la derecha del Padre.

Oración colecta
SEÑOR Dios, que haces crecer a tu Iglesia,
dándole siempre nuevos hijos,
concede a tus siervos
vivir el sacramento que recibieron con fe.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
El Señor Jesús, resucitado, vive para siempre e intercede por nosotros ante el Padre.

1.- Para que el Señor Jesús, que despertó del sueño de la muerte, avive hoy la fe, la esperanza y la caridad de su Iglesia. Roguemos al Señor.

2. – Para que el Señor Jesús, resucitado lleno de vida, levante los ánimos de todos los que sufren y se sienten postrados y abatidos. Roguemos al Señor.

3.- Para que el Señor Jesús confirme la nueva vida de los que han sido bautizados en la noche de Pascua. Roguemos al Señor.

4.- Para que el Señor Jesús, sentado a la derecha del Padre, nos reúna un día a todos nosotros en su reino glorioso. Roguemos al Señor.

Escúchanos, Dios todopoderoso, y atiende las súplicas que por nosotros te presenta tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
RECIBE propicio, Señor,
las ofrendas de tu pueblo,
para que, renovado por la confesión de tu nombre
y por el bautismo,
alcance la eterna bienaventuranza.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual I

Antífona de comunión          Rom 6, 9
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Señor,
que la gracia del Misterio pascual
colme totalmente nuestro espíritu,
para que hagas dignos de tus dones
a quienes concediste entrar
en el camino de la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne
QUE os bendiga Dios todopoderoso

en la solemnidad pascual que hoy celebramos
y, compasivo, os defienda de toda asechanza del pecado.
R/. Amén.

El que os ha renovado para la vida eterna,
en la resurrección de su Unigénito,
os colme con el premio de la inmortalidad.
R/. Amén.

Y quienes, terminados los días de la pasión del Señor,
habéis participado en los gozos de la fiesta de Pascua,
podáis llegar, por su gracia, con espíritu exultante
a aquellas fiestas que se celebran con alegría eterna.
R/. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo † y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R/. Amén.

Despedida
Hermanos, anunciad a todos la alegría del Señor resucitado. Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.