1.- “A los ocho días, estaban otra vez los discípulos en el cenáculo y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente”. San Juan, Cáp. 20. No toda ambición es presuntuosa. Ni reprochable todo proyecto de superación personal. Sin embargo, antes de prometer algo, o embarcarnos en determinada aventura, conviene medir las propias fuerzas. El sentido común lo recomienda. Y san Pedro lo enseña desde su experiencia. Luego de prometerle a Jesús que lo seguiría a todas partes, termina de forma lastimosa, negándolo ante una criada del Sumo Sacerdote.
En el capítulo 11 de san Juan, encontramos también una actitud precipitada del apóstol Tomás. Ante el acoso de sus enemigos, Jesús se ha ido a la provincia de Perea, más allá del Jordán. Allí le anuncian que Lázaro ha muerto, y el Señor responde dando a entender que hará algo extraordinario por su amigo. Entonces el apóstol se ofrece como héroe en la futura hazaña del Maestro: “Vamos también nosotros a morir con él”. Sin embargo al avanzar en el texto evangélico, encontramos la crisis de Tomás frente a la resurrección del Señor.
2.- Corría la voz de algunas mujeres que habían ido al huerto y no encontraron el cuerpo de Jesús. Aunque otras aseguraban haber visto al Resucitado. Un buen grupo de apóstoles contaban que el Señor los había visitado en el cenáculo. Pero a Tomás la fe de sus colegas le parece ingenua. Quiere creer, pero de una forma más sólida, bajo determinadas condiciones: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto la mano en su costado”.
Sin embargo el planteamiento del apóstol es inválido. Creer a base de pruebas no es creer. Es solamente aceptar una certeza. De otra parte, tocar un cuerpo y comprobar unas heridas no es mucha cosa. Por lo cual, se le abona a Tomás el haber subido, motivado por Jesús, hacia una fe verdadera. La cual nos expresa con otra espontánea exclamación: “Señor mío y Dios mío”. Se nota el contraste de Tomás frente al grupo de discípulos. Estos creyeron con una fe colectiva, quizás auténtica, pero bajo ciertos aspectos poco meritoria.
3.- Ante la pregunta: “¿Sois cristianos?, los alumnos del Padre Astete respondíamos: “Sí, por la gracia de Dios”. Pero muchos hombres y mujeres de hoy podrían afirmar: Somos cristianos por un proceso de ósmosis. Porque nacieron en un ambiente religioso, que a veces no les taladró la epidermis. En cambio algunos de la familia de Tomás, hemos tenido que recorrer un camino colmado de obstáculos. Nuestra conciencia crítica, los golpes de la vida, un Evangelio mal presentado, los ejemplos negativos de algunos hermanos, o los absurdos de la historia nos retrasaban el paso. Hubo necesidad de preguntar, pero también de escuchar. De cuestionar, pero a la vez de aceptar hechos y razones.
Sin embargo como la fe cristiana es una alianza, el Señor sigue preocupado de encontrarse con todos, y de modo especial con aquellos que, entre dudas, le buscan. Por esto, según cuenta san Juan en su relato, regresó hasta el cenáculo ocho días después, cuando Tomás, un discípulo vacilante, deseaba creer.
Gustavo Vélez, mxy