La paz del Señor

1.-Los curas a la sacristía… Oliendo a lejía, naftalina, y en el mejor de los casos a “Polytus”, ese producto para barnizar la madera. Y que no se salgan de ahí hablando de corrupción o de inmoralidad pública.

Y ahí tenemos a los primeros curas, hacinados en una habitación, cerradas las puertas y ventanas por miedo a los judíos. Aquello es un verdadero velatorio: velan a un muerto que en realidad está vivo.

Y llega Jesús y es el primero que les dice: “yo os envío”. Salid de aquí, abrid puertas y ventanas. Ventilad la naftalina porque el mensaje que lleváis a los demás es de total novedad y de inmensa alegría. Mensaje de vida, de perdón, de paz.

Pero se pregunta uno si todos nosotros no llevamos dentro un cristianismo de sacristía, un cristianismo que dejamos colgados en las muchas perchas que suele haber en ellas y lo volvemos a descolgar el domingo siguiente.

Porque no pocas veces tenemos hechos compartimentos estancos entre religión y vida ordinaria como los compartimentos estancos que llevan agua del Ebro a las playas de Mallorca por si falta el nivel.

2.- ¿Nos sentimos nosotros portadores de una gran noticia que comunicar a los demás? Qué Jesucristo ha resucitado, que es el Primero y el Último. Es decir. Dios. Que en todo el evangelio el único que llama Dios a Jesús es Tomás, cuando cae en la cuenta de que tiene algo inmenso que comunicar a los demás. Que ese ser de carne y hueso que él ha palpado con sus manos es Dios. Y que por eso tiene en Si toda Vida y aunque muera no puede morir.

Y que en Él todos hemos resucitado, que llevamos en nosotros la semilla de la inmortalidad que va germinando día a día, que vivir no es ir muriendo poco a poco, sino ir naciendo a lo eterno, al infinito.

Que vivir es responder al soplo de Dios que llama y que va quitándonos de encima toda esa ceniza que en el camino hemos acumulado para dejar brillante y nueva la brasa de la vida que recibimos un día de Dios al nacer y que ya no se apagará jamás.

3.- El notición de que no hay malicia ni pecado que Dios no perdone y olvide, porque para el perdón de Dios nunca hay una última vez –no aguanto más, de aquí no paso—porque siempre perdona y por entero.

Y que por eso la vida del cristiano tiene que ser vida llena de paz, no paz de cipreses de cementerio. No paz bobalicona. No paz pordiosera. Paz anclada con el peso del amor infinito de Dios que nos ama a cada uno personal e intransferiblemente.

4.- Hay una paz que no es nuestra, sino que depende de los demás, cuando nos sentimos queridos, apreciados, necesarios, con buena salud, una paz de bonanza exterior. Pero esa paz nos la pueden quitar de un plumazo. Es como nuestra pretendida paz europea, como la paz augusta. Todos muy felices cuando nos permiten sentarnos en un extremo de una gran mesa, nos prestan la presidencia por seis meses, nos dan la limosna de la cenicienta –y ahora la tenemos que dar nosotros—y entonces nos sentimos miembros de la paz europea.

Paz bien efímera, que se acaba con los millones de hectolitros de vino que nos prohíben producir, del ganado que hay que matar, de los cultivos que han que abandonar, de la pesca que hay que ceder a países más estimados que nosotros por nuestros mismos miembros y colegas de la paz europea. Y perdemos la paz, porque nos la prestaban. Era paz pordiosera, de cenicienta.

No era la paz del señorío, del respeto a si mismo, de saberse una nación no rica en materias primas, pero si en potencial humano, que un día supo trabajar y hoy lo hemos pordioseado. Una paz fundada en nuestros valores morales, culturales y religiosos.

Una paz prestada nunca es paz. Por eso la paz de que nos habla el Señor es paz por dentro. Es paz nuestra o aún mejor la paz que Dios da. La Paz de Dios. “Mi paz os doy…”

Paz en la seguridad de un amor de Dios a mi, tan personal que ha dado su vida por mi, una paz inconmovible como es el mismo Dios que la da. Una paz que sólo depende de Dios, paz que sin bonanza externa puede existir.

Paz que se acaba con el vino que nos prohíben producir, el ganado que hay que matar, el pescado que hay que no pescar. Y perdemos la paz, porque nos la prestaban. Era paz pordiosera.

José María Maruri, SJ

Anuncio publicitario