Miedo y paz

Como los niños, los humanos hemos tendido a pensar que nuestra “salvación” -como la paz, el gozo, la plenitud…- se hallaban “fuera”. Se trataba, por tanto, de conquistarla por la fuerza o esperar a recibirla de un dios gracias a nuestra sumisión a él.

Tal creencia se puede sostener durante un tiempo…, exactamente el mismo que dura nuestra adhesión a ella. Pero no ofrece ninguna base segura, más allá de nuestra propia idea. Por lo tanto, nos hace vivir “encerrados” y “con miedo”.

Creencias, encierro, miedo… hablan, sencillamente, de nuestra ignorancia radical, de aquella falta de comprensión básica que nos hace tomarnos por lo que no somos -la apariencia o la mera “personalidad”-, olvidando nuestra verdadera “identidad”, en cuanto plenitud de consciencia y de vida…, aun experimentándose en una forma sumamente frágil y vulnerable.

Así como el miedo nace de la ignorancia, la paz es fruto de la comprensión. Comprensión que, cuando es tal, nos permite vivirnos en conexión con lo que realmente somos o, al menos, volver a conectar con ello en cuanto cualquier señal de malestar nos muestra que nos hemos perdido una vez más en la ignorancia.

La comprensión hace ver que lo que realmente somos se halla siempre a salvo, al mismo tiempo que nos permite crecer en desidentificación del yo. Porque no cabe avanzar en aquella dirección sin hacerlo en esta. El motivo de la ignorancia -y, por tanto, del sufrimiento mental- es la identificación con el yo. La comprensión, al liberarnos de tal identificación, nos ayuda a no tomarnos las cosas tan “personalmente” y, sobre todo, a anclarnos en ese Fondo consciente que constituye nuestra verdadera identidad.

¿Dónde busco la paz?

Enrique Martínez Lozano

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A los ocho días llegó Jesús

Cristo ha resucitado. Pero este acontecimiento histórico solamente ha sucedido ante Dios. Ningún ser humano ha sido testigo directo del momento en que Cristo resucitó. Sin embargo, podemos percibir este suceso por otros caminos y ser testigos veraces de este hecho singular. El Resucitado se hace presente, “se aparece” y los discípulos/as le pueden “ver”. Con esto los evangelios nos sugieren que hay unos signos por los que el Resucitado se hace presente.

Para llegar a percibir estos signos es necesaria la fe. El Resucitado pertenece a una esfera del mundo totalmente nueva, nos remite a la situación definitiva que nos espera. No hay ningún hecho conocido en la historia comparable a la resurrección de Jesús. Es algo nuevo y, además, pertenece al futuro, no al pasado; por eso sólo se puede creer y esperar.

La liturgia pascual insiste machaconamente en la gratuidad de la fe. La resurrección es el objeto fundamental de la fe. Ante ella solo podemos creer. Es más, los que sin haber visto han creído son llamados bienaventurados: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Solo en la comunidad que se reúne podemos descubrir a Jesús vivo: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,15-20) y les comunica el Espíritu, el Aliento que da la verdadera Vida.

Uno de los signos más reveladores del Resucitado es el estilo de vida de la comunidad: ésta surge cuando se establecen relaciones fraternas hasta llegar a poner todo en común. Se manifiesta también en el perdón de nuestras faltas, unos a otros, sin rencores ni culpabilidades absurdas, así como en la capacidad de superación que Dios nos concede para caminar hacia la consecución de la promesa, ya cumplida en Cristo.

El simbolismo del número ocho es específicamente cristiano; los evangelistas lo usan como símbolo del mundo definitivo, más allá de la primera creación (el siete). Juan  nos dice que a los ocho días acontece la segunda aparición de Jesús resucitado a los discípulos/as e indica el carácter pleno del tiempo mesiánico, la presencia en la historia de la realidad futura; completa así el carácter de novedad del “primer día de la semana” (el domingo).

Pero los signos del resucitado no se agotan en este mundo desgarrado en el que vivimos. Hay incontables señales que nos indican cómo el poder de Dios va dirigiendo la historia hacia su plenitud. ¿Percibimos algunos de estos signos en nuestro tiempo? ¿Cómo se va manifestando el Espíritu en tu vida?

En la comunidad cristiana actual ¿comprendemos el gesto de la vida misma de Jesús y de sus actitudes? Él no guardó nada para sí sino que todo lo puso en común, como el pan que se parte y se reparte en la mesa para que todos coman. Porque esa es la esencia y el significado de la vida cristiana que celebramos en la Eucaristía: no aferrarse a nada, ponerlo todo en común: capacidades, carismas, bienes materiales y espirituales, la escucha interpelante de la Palabra, transmitir la experiencia de fe a los adultos, jóvenes, niños, el compromiso social irrenunciable. Quien no ha descubierto a Cristo en su vida, ¿cómo podrá llegar a descubrirlo en los signos del pan y el vino? No entramos en comunión con un mero recuerdo del pasado sino con aquel que estaba muerto y vive hoy.

Una fe adulta, comprometida, profética, que anuncia la Buena Noticia de Jesús entre nosotros/as y denuncia lo que es obstáculo para el Reino de Dios; una fe que nos  impulsa, como a los discípulos/as de aquella casa, a hacer signos y “prodigios” en lo cotidiano, sabedores de nuestras limitaciones pero también de nuestros dones. De lo contrario, ¿cómo va a crecer el número de los creyentes que se adhieren al Señor, es decir, que se solidarizan con su causa, con la misión a la que estamos llamados?

El éxito de las primeras comunidades cristianas se debió precisamente a la actitud práctica de no monopolizar la posesión de los bienes, “ninguno pasaba necesidad”, la superación de todo aquello que discriminaba y excluía y a la acogida prioritaria a los “descartados” y “diferentes” de aquella sociedad. Eso fue posible entonces y también hoy. El itinerario espiritual de una fe encarnada, principalmente en los pequeños y vulnerables, se materializa en el compromiso personal y social de cada día. ¿Cómo nos implicamos?

Los que sin haber visto han creído, hacen posible esos prodigios y signos en el ámbito de la comunidad cristiana. Jesús reprocha a Tomás, todos lo somos, que estar separado de la comunidad nos impide llegar a la experiencia de un Jesús vivo y, además, se pone en riesgo de perderse. Sólo cuando estamos unidos es posible ver a Jesús porque él se manifiesta en el amor a los demás y nos invita a que lo hagamos en memoria suya. El amor trasciende fronteras, rompe barreras, prejuicios y esquemas morales rígidos que causan dolor y rechazo. Sólo el amor nos desinstala de la comodidad, de la rutina o del conformismo paralizante. No somos cristianos que vamos por libre sino hijos e hijas de un Dios que nos hizo hermanos y hermanas unos de otros. Ese es el único argumento de credibilidad para los seguidores de Jesús, para la misma Iglesia. ¿Qué experiencias tenemos de una Iglesia que camina hacia la sinodalidad?

Termina Juan el evangelio con la frase “Muchos otros signos hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que… creyendo tengáis vida en su nombre”. El Espíritu que nos habita lo hace posible cada día. ¿Crisis de fe o indiferencia cómplice? ¡Tú eliges!

Shalom!

Mª Luisa Paret

II Vísperas – Domingo II de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO II DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Porque me has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto. Aleluya.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Porque me has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que resucitó a su Hijo Jesucristo y lo exaltó a su derecha, y digámosle:

Guarda, Señor, a tu pueblo, por la gloria de Cristo.

Padre justo, que por la victoria de la cruz elevaste a Cristo sobre la tierra,
— atrae hacia él a todos los hombres.

Por tu Hijo glorificado, envía, Señor, sobre tu Iglesia el Espíritu Santo,
— a fin de que tu pueblo sea, en medio del mundo, signo de la unidad de los hombres.

A la nueva prole renacida del agua y del Espíritu Santo consérvala en la fe de su bautismo,
— para que alcance la vida eterna.

Por tu Hijo glorificado, ayuda, Señor, a los que sufren, da libertad a los presos, salud a los enfermos
— y la abundancia de tus bienes a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A nuestros hermanos difuntos, a quienes mientras vivían en este mundo diste el cuerpo y la sangre de Cristo glorioso,
— concédeles la gloria de la resurrección en el último día.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

A Jesus Resucitado no le vieron en frente sino dentro de ellos

Lo que los textos pascuales quieren expresar con la palabra resurrección es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es algo mucho más profundo que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. El relato fue la manera trasmitir la vivencia pascual después de la experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren comunicar a los demás es la experiencia pascual de que seguía vivo y, además, les estaba comunicando a ellos esa misma Vida. Éste es el mensaje de Pascua.

Como todos los años leemos este mismo evangelio y lo explicamos el año pasado. Vamos a referirnos hoy al aspecto general de la experiencia pascual. Los exégetas han rastreado los primeros escritos del NT y han llegado a la conclusión de que la cristología pascual no fue ni la primera ni la única forma de expresar la experiencia de Jesús vivo que tuvieron los discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se dieron entre los primeros cristianos, antes o al mismo tiempo de hablar de la resurrec­ción de Jesús.

En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatoló­gico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitiva­mente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús, el Cristo (Ungido), como dador de salvación (Vida) última y definitiva sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección.

Otra cristología que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la compren­sión de Jesús. Esta cristolo­gía es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez.

Una tercera cristología, que tampoco se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que, conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios envía a los seres humanos para que encuentren su salvación.

Todas estas maneras de explicar su experiencia fueron concentrándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para comunicar la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte. Sin embargo, la cristología pascual más primitiva tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada en una primera instancia, como exaltación y glorificación del humillado, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente.

La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar, con imágenes muy vivas y que entraran por los ojos, la experiencia pascual. Esa vivencia fue fruto de un proceso interior en el que tuvieron mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida.

En ninguna parte se narra el hecho de la resurrección porque no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno verificable por los sentidos estarán abocados al fracaso. Toda discusión científica sobre la resurrección es una estupidez. Cuando decimos que no es un hecho “histórico”, no queremos decir que no fue “Real”. El concepto de real es más amplio que lo sensible o histórico.

En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar la manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante el descubrir como llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuenta que en el momento de la detención, todos lo abandonaron y huyeron. Ese proceso de “iluminación” de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque es ese mismo proceso el que tiene que realizarse en nosotros mismos.

La resurrección quiere expresar la idea de que la muerte no fue el final. Su meta fue la Vida, no la muerte. La misma Vida de Dios, como dice el mismo Jn: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”.  Vaciándose del «ego», queda en él lo que había de Dios. No cabe mayor glorificación. “Aquilatar” el oro es ir quitando las impurezas: 12, 18, 22… hasta llegar a 24 quilates que es oro puro; ya no se puede ir más allá. Este vaciamiento no supone la anulación de la “persona”, sino su máxima potenciación. Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El hombre es un todo monolítico, desde la carne al espíritu.

La base de todo el mensaje y la credibilidad que quieren darle está en las apariciones a los doce, para trasmitir la idea de que no se trata de una alucinación personal. Todos los relatos responden a un esquema teológico que nos dan la clave de interpretación:

a) Una situación de la vida real. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos. En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Jesús. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte.

b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o expectativas. La experiencia se les impone desde fuera, desde una instancia superior a ellos mismos.

c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que sigue tratando de llevarles a la plenitud de Vida.

d) Hay un reconocimiento que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás era más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptar la nueva realidad que les desbordaba.

e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunidad, no es ocurren­cia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo si quieren ser fieles al Maestro.

Fray Marcos

Dichosos los que creen a pesar de lo que ven

[NOTA PREVIA: Este domingo se conoce como de la Divina Misericordia, devoción promovida a partir de 1930 por una religiosa polaca, Sor María Faustina, e instituida como fiesta por Juan Pablo II. Ya que el tema de la misericordia divina ha sido central en la Semana Santa, me limito a comentar los textos bíblicos, centrados especialmente en la fe.]

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan 20,19-31).

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Alguno podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”

En este pasaje del evangelio se da un importante cambio con respecto a los destinatarios. En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz, a ellos los envía en misión. En la segunda se dirige a Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.

Podríamos añadir: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Basta pensar en las desgracias que ocurren a menudo en nuestro mundo, en los grandes fallos de la Iglesia, en las luchas más o menos ocultas por el poder dentro de ella, en otros detalles contrarios al evangelio. Para muchos, estos motivos son suficientes para abandonar la Iglesia o incluso la fe. Conviene escuchar a Jesús, que nos dice: “Bienaventurados los que creen a pesar de lo que ven”.

Una primera lectura que hay que leer con atención (Hechos 5,12-16)

El evangelio ha proclamado dichosos a quienes creen sin ver. La primera lectura habla de la dicha de ver milagros y beneficiarse de ellos. Comienza diciendo que “los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Y termina subrayando el papel principal de Pedro; en opinión de la gente, incluso su sombra basta para curar a alguno. Por eso le traen enfermos hasta de los alrededores de Jerusalén.

En una lectura rápida, parece que son estos milagros los que favorecen la expansión de la comunidad cristiana (“crecía el número de los que se adherían al Señor”). Sin embargo, lo que cuenta Lucas es más sutil.

Además de los apóstoles, juega un papel capital la comunidad (“los fieles se reunían en común en el pórtico de Salomón”). Y es a ella a la que se adhieren los nuevos creyentes.

Los milagros de los apóstoles y de Pedro continúan la labor de Jesús, que “pasó haciendo el bien”. Esos enfermos se benefician pero no entran en la comunidad cristiana. Los que pasan a formar parte de ella son los que ven la forma de vida de la comunidad.

Lectura del libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19

Durante los domingos de Pascua, la segunda lectura se toma del libro del Apocalipsis, recogiendo pasajes sueltos, sin conexión especial entre ellos. Pero el Apocalipsis de Juan es una obra muy adecuada para la época de Pascua, porque alienta la esperanza en medio de las persecuciones y asegura que el triunfo ya conseguido por Jesús repercutirá en toda la Iglesia. El fragmento de hoy constituye el comienzo (mutilado, naturalmente) de la obra.

José Luis Sicre

Domingo in Albis

Mi paz os dejo

Ya han pasado ocho días después de la Resurrección. Ha terminado la gran semana de Pascua. Los que fueron bautizados en el día del Señor deponen hoy sus blancas vestiduras, símbolo de la luz que se ha encendido en sus almas. Así se hacía en la primera Cristiandad: de ahí el nombre de este domingo: Domingo “in albis”.

El evangelio de la Misa relata dos apariciones del Resucitado. La primera sucedió el mismo domingo, al caer la tarde: entonces no estaba Tomás. La segunda, estando ya presente el discípulo incrédulo, tuvo lugar “al cabo de los ocho días”, es decir, hoy.

Hay un algo de común en ambas que orienta nuestra reflexión sobre el Evangelio “al cabo de los ocho días”. Si los textos litúrgicos del pasado domingo apenas si nos dejaban ocasión para pensar en otra cosa que no fuera la alegría de Cristo resucitado, la liturgia de hoy serena nuestros pensamientos y hace reposar nuestro espíritu en la paz del Señor Jesús. La alegría desemboca no en la trepidación sino en la paz. En efecto, la paz que el Señor mete en las almas es el común denominador de las dos visitas de Cristo. “Pax vobis”: la paz sea con vosotros. Este es el saludo de Jesús resucitado, repetido una y otra vez. “Pax, pax vobis”….

También ahora está Cristo en medio de vosotros, y al hombre que quiere escucharle le dice: “Pax”, la paz sea contigo. Basta avivar el ánimo y aguzar el oído.

Paz de Cristo. Paz en el alma. “¿Y qué es la paz? La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es una consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz” (Camino, 308). No es, pues, la paz de Cristo inercia en el espíritu o pasividad en el vivir. Es la paz, por el contrario, un poso que deja en el alma la refriega diaria de la vida cristiana: la lucha con nosotros mismos por hacer coincidir nuestro caminar con el caminar de Cristo resucitado. Esa es la paz que la Iglesia nos desea hoy en la oración de la Misa, cuando pide a Dios Padre: “que continuemos, con la gracia de Dios, realizando el ideal de la Pascua de Cristo en nuestra vida y costumbres”.

Realizar el ideal de Cristo. Lucha y gracia de Dios se necesitan. Consecuencia: paz. Una paz que no es sinónimo de placer, porque es compatible con el dolor. Está en otro orden de cosas: es “una paz que sobrepuja a todo entendimiento” (Filipenses 4,7).

“Pax vobis”. La paz sea con vosotros. Yo no sé si San Pablo pensaba en el saludo de Cristo resucitado cuando escribía a los Efesios (2,14), hablándoles de Jesús: “Ipse est pax nostra”. ¡Cristo es nuestra paz! Pero ésta es en última instancia esa paz pascual, de la que hablamos. No una situación o una cualidad, sino Cristo mismo en el alma. Él es la paz.

Pedro Rodríguez

Comentario – Domingo II de Pascua

(Jn 20, 19-31) 

A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Porque todavía debían recibir la fuerza del Espíritu Santo. No significa esto que el Espíritu Santo no estuviera presente, ya que según el evangelio de Juan, Jesús derrama el Espíritu cuando muere en la cruz. Pero Jesús tenía reservada para el día de Pentecostés una efusión más plena y liberadora que produciría la explosión evangelizadora de la Iglesia naciente. Sólo con la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés la evangelización se convertiría en una necesidad de los discípulos, en un fuego imposible de ahogar o reprimir. Por eso, todo el que diga haber recibido el Espíritu Santo debería poder exclamar como San Pablo: «Es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no anunciara el evangelio!» (1 Cor 9, 16).

Pero en este párrafo se destaca la incredulidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: «Felices los que crean sin haber visto». Sin embargo, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprocharle al incrédulo Tomás.

Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de la vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente.

Finalmente, este texto nos dice que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; hay «otras muchas señales» que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ido transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: «Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta».

Oración:

«Dame Señor, la gracia de vencer mi desconfianza, de reconocer que permanentemente te haces presente en la vida de los demás, en el mundo, en la historia, aunque yo no lo vea con mis propios ojos. Ayúdame a confiar en el testimonio de los hermanos».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Generosidad e inquietud científica

1.- Cercano a uno de los sitios donde celebro misa, existe una institución dedicada a la curación de alcohólicos y cocainómanos. Integrarse en este organismo supone pagar una elevada suma de dinero. Según dicen, logran éxitos. Se vacían de la adicción, me cuentan. Practican intensas terapias personales y grupales, en las que cuentan analizan y comentan con detalle, sus experiencias e inclinaciones individuales. Se vacían de sí mismos, comparten recuerdos enojosos, que tal vez lograrán olvidarlos. Con algunos pacientes, en actitud casi furtiva, he tenido ocasión de hablar. Les he dicho: cuando acabe tu estancia y salgas, creyéndote recuperado, a cualquier sitio que vayas, en cualquier ocasión en la que te encuentres, tendrás a tu lado a Jesús, que te estará pidiendo que obres rectamente, que te estará ayudando, pero que si no le hicieses caso, tampoco te abandonará, sin cobrarte nada. Es más, aunque le seas infiel, e incluso cuando lo estés siendo, el no te despreciará, no te abandonará, mucho más aún, te seguirá amando y te perdonará. Los organismos terapéuticos tal vez borren tus hábitos, pero ninguno será capaz de perdonarte el mal que te has hecho a ti mismo, el que has causado a tu familia, el perpetrado a la sociedad en la que has vivido. Jesús, presente en su Iglesia, te otorgará, si se lo pides, el perdón y, libre de culpa, te sentirás un hombre nuevo, llamado a ser un santo. Me dicen: ¿usted cree que esto es verdad, que yo puedo ser un santo? Mis queridos jóvenes lectores, os he explicado estas situaciones para que entendáis el asombroso que debéis sentir, al pensar en el contenido de la primera escena del evangelio de este domingo.

2.- Para un semita, el aliento representa algo muy íntimo que se puede trasmitir, un vehículo benéfico de la personalidad, que se puede otorgar gratuitamente a otro. Jesús resucitado, alienta a sus apóstoles, que habían caído en un pecado mucho más terrible que la drogadicción. Ellos le habían traicionado, se habían alejado, arrastrando una vida sin sentido. Les da su aliento, que es perdón, y les anima a trasmitirlo. Les invita a salir, pregonando y regalando, su perdón. De mucha más utilidad que saciar el hambre de una multitud, que podían encontrar sustento en aldeas vecinas. De inmenso mayor valor que curar enfermedades o adicciones, es la facultad de perdonar, que ha depositado en los apóstoles y sus sucesores. Y todo ello sin tener que pagar nada, por conseguir la curación de la culpa.

3.- La segunda escena del evangelio de este domingo a mí me gusta llamarla la del discípulo científico, mis queridos jóvenes lectores. El episodio en que Tomas, con su duda, no perversa, únicamente precavida, y Jesús, que no lo expulsa de su pandilla, nos trasmiten una nueva bienaventuranza: dichosos los que creen sin haber visto todavía. Implícitamente, no lo olvidéis, está diciéndonos que si dudamos, no por ello somos malos. El mismo Cristo, en Getsemaní, sufrió la duda y no por ello dejo de ejercer de Redentor. No podemos estar seguros de nada, sin verificarlo. Ni de la existencia de Dios, ya que si tuviéramos de ello evidencia, careceríamos de Fe, que es una virtud teologal indispensable. Pero a todos se nos ha dado la posibilidad, la oportunidad, de comprobar la bondad de Jesús. La experiencia, el encuentro con el Maestro, fue el supremo criterio que tuvieron los Apóstoles, para creer en Él y salir corriendo a proclamarlo. Oído el anuncio, a nosotros nos toca ahora estar alerta y reconocer la proximidad a nosotros del Señor.

4.- Mis queridos jóvenes lectores, estoy escribiéndoos henchido de la felicidad que me han otorgado las celebraciones pascuales, pero rendido, alegremente agotado, por el esfuerzo adicional de estos días. Quisiera trasmitiros este gozo y aseguraros que el tal cansancio satisface, como supongo el esfuerzo que supone a un atleta vencedor elevar a lo alto el trofeo que ha conseguido en una prueba. Os lo explico invitándoos a que emprendáis un semejante camino, gozaréis del júbilo pascual que para todos hoy os deseo.

Pedrojosé Ynaraja

Lectio Divina – Domingo II de Pascua

«Paz a vosotros»

INTRODUCCIÓN

 “Ese hombre de larga túnica es el “primero y el último”, el Alfa y la Omega, el que estuvo muerto y ahora vive, el que parecía derrotado, pero ahora tiene las llaves de la muerte y del más allá: el que vive. El Viviente se hace ahora presente en nuestras habitaciones cerradas por el miedo; el Viviente se hace presente en nuestras comunidades frágiles y pecadoras; el Viviente se hace también presente entre los que dudan. El Viviente se hizo presente entre los discípulos y está también presente en nuestras comunidades de todos los tiempos. Sus palabras son siempre de paz: ¡No tengáis miedo! Su presencia nos llena de alegría. ¡Su misión es nuestra misión y su Espíritu es ahora nuestro Espíritu! (Sergio César Espinosa).

LECTURAS DEL DÍA

1ª lectura: Hechos 5,12-16;        2ª lectura: Apo. 1,9-19.

EVANGELIO

Jn. 20,19-31.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; 23a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

REFLEXIÓN

Lo que pretende el evangelista San Juan en esta bella narración, es describirnos la situación concreta en que se halla una Comunidad que todavía no ha hecho experiencia de la Resurrección y esa misma comunidad cuando ya se ha encontrado con Él. Esta experiencia es “fundante” y sirve para todos los tiempos.

ESTA ES LA SITUACIÓN DE LA COMUNIDAD ANTES DEL ENCUENTRO CON EL RESUCITADO.

  • Al atardecer de aquel día. Al atardecer se va la luz y viene la noche, es decir, el tiempo de la desorientación, del no saber dónde está uno, (Pensemos en aquellas noches sin luz eléctrica) y simbólicamente, de la pérdida del sentido de la vida.  Lamentablemente hay muchas personas de nuestro tiempo en esta situación. Están convencidos de que con la muerte todo se acaba.
  • Las puertas cerradas. Esta frase está dicha especialmente para los cristianos que no creen en la Resurrección. No hay salida, no hay horizonte, no hay perspectivas. Tampoco hay nada que ofrecer. La fe se vacía de contenido. Lo decía San Pablo:” Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe y somos los más desgraciados de todos los hombres” (1Cor. 15,13-14).
  • Por miedo a los judíos. Después de la muerte de Jesús, todo había terminado para los discípulos. La causa de Jesús había que olvidarla poco a poco como si se tratara de un mal sueño. Ya no tenían la persona que siempre los defendía. El miedo se había apoderado de sus corazones. En esta situación es imposible la evangelización. Para dar malas noticias ya tenemos los medios de comunicación.

SITUACION DE UNA COMUNIDAD QUE SE HA ENCONTRADO CON JESUS.

  • Los discípulos se alegran.  Pero no con una alegría normal, epidérmica, que dura muy poco. Se trata de una alegría profunda que “nadie ya puede arrebatar”. Alegría de cuerpo y alma, alegría que durará para siempre. Alegría que ya no pueden contener y sienten necesidad de comunicar. Ha nacido el testigo, el apóstol.
  • Puertas abiertas.   Aquellos que han estado encerrados, salen a dar esta maravillosa noticia a todo el mundo. Nadie los puede detener. Si tratan de acallarlos, dirán que “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5,29).
  • Pierden el miedo. El encuentro con el Resucitado les hace perder el miedo a morir. Van a la muerte cantando. “Y cuando los meten en la cárcel se sienten felices de haber padecido por el nombre de Jesús” (Hch. 5,41).

         Me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si Jesús no se hubiera aparecido a Tomás? Se hubiera ido del grupo. No hubiera podido soportar la presión de unos compañeros felices y contentos y él lleno de tristeza. Se sentiría totalmente desfasado. Sin el encuentro con Jesús Resucitado, sin experiencia de Pascua, es imposible llevar una auténtica vida cristiana. La Iglesia no necesita cristianos con caras de Viernes Santo sino cristianos con caras de Pascua de Resurrección.

PREGUNTAS

1.– Soy cristiano por la gracia de Dios. Pero ¿Siento la presencia del Resucitado dentro de mí como Alguien que me hace feliz y me empuja a hacer felices a otras personas?

2.– Después de la Resurrección de Jesús, ¿Vivo la fe de una manera aislada, o siento una imperiosa necesidad de vivirla en grupo, en comunidad?

3.- Cuándo termina la Semana Santa para mí: ¿el Viernes Santo o el Domingo de Pascua?

Este evangelio, en verso, suena así

Con las puertas y ventanas,
cerradas a cal y canto,
se encontraban los discípulos,
“llenos de miedo y espanto”.
Había muerto Jesús
y lloraban su fracaso,
pero “como estaban juntos”,
contemplaron un milagro.
Con un “saludo de paz”
Jesús rompió su letargo
y les enseñó gozoso,
Después “soplando sobre ellos”
les dio el “Espíritu Santo”,
enviándolos al mundo
a perdonar los pecados.
Tomás andaba “por libre”
con poca fe, solitario…
También nosotros, con dudas,
seguimos sus mismos pasos.
Vuelto a la Comunidad,
Tomás se sintió “tocado”,
cuando Jesús le mostró
sus llagas de pies y manos

(Compuso estos versos José Javier Përez Benedí)

ORACIÓN POR LA PAZ.

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar» (Parolín, Secretario del Estado Vaticano).

La alegría ante Jesús resucitado

1.- Nuestra alegría viene –como no podía ser de otra manera– de Jesús el Resucitado. Los que hemos tenido la suerte de vivir minuciosamente la liturgia de la Semana Santa y en la vigilia de la Resurrección nos estalló el gozo de saber que el triunfo había sido de Él y nuestro. La tristeza desapareció y resultó que habíamos enterrado todas las tristezas de nuestra vida. Hay épocas en la vida de muchos en las que esa tristeza se adosa a las almas. Suele ser una manera de molestar por parte del Maligno. Si en el poso final de toda nuestra vida y en el «resto» que deja la actividad espiritual emerge dicha tristeza habrá que maliciarse –y nunca mejor dicho– que el tentador anda tras nosotros. Solo la alegría le expulsa y la sensación de gozo luminoso que trae la Pascua es una de las mejores armas contra sus maquinaciones.

Hay situaciones tristes. Vivimos en un mundo difícil y con demasiados ejemplos de lejanía a la verdad. El ánimo se turba y hasta el miedo se apodera de nuestros pensamientos ante lo duro y difícil de todo lo que nos circunda. Se puede ser solidarios con la tristeza de los demás y «llorar con los que lloran», pero del fondo de nuestro ser debe salir, como un torrente de agua pura y fresca, el convencimiento de que la cercanía a Cristo produce paz y alegría. A pesar de cualquier cosa, ya que nuestro destino final será –sea cuando sea– la luz que no se apaga, la paz que no cesa y la alegría que no termina. Y todos estos valores de paz, amor y alegría están presentes en la Resurrección gloriosa de Cristo el Señor. Lo hemos vivido y vibramos de felicidad.

2. – Pero creo que a Juan le pasó lo mismo que a nosotros ante la Resurrección. Entre ese «primer final» de su Evangelio, y el «segundo principio» de su libro del Apocalipsis, el Apóstol San Juan marca un periodo ya muy importante dentro de la vida de la Iglesia. Juan, ya anciano, escribe en Patmos el libro profético de una Iglesia que lucha y triunfa. Y así, la escena de la aparición del Señor en medio del lugar cerrado «por miedo a los judíos», con el episodio de la «conversión fuerte» de Tomás, es principio de un periplo prodigioso y, si se quiere, muy rápido de la Iglesia de Cristo. Tomás, a su vez, va a dejar a la Iglesia un legado importante: la oración eucarística más expresiva: «¡Señor mío y Dios mío!» y de ancestral uso. El párrafo del Apocalipsis incluye testimonios de la Resurrección y las apariciones de Jesús a los Apóstoles –narradas en el Evangelio con el protagonismo obligado y táctil de Tomás– centran el relato de este Segundo Domingo del Tiempo Pascual, pero también añaden ese arco histórico de ya muchos años en la primitiva vida de la Iglesia. Del cenáculo lleno de hombres temerosos iba a salir, gracias a Espíritu, el fermento, fuerte e ilustrado, de una Iglesia pujante, eficaz y perseguida.

3. – La mejor clave para adorar y meditar la Resurrección de Jesús está en el efecto de ese prodigio en los Apóstoles. Primero –ya, de una vez– creyeron que Él era Dios; y, entonces, ellos se convirtieron en seguidores conscientes de una actitud y de un camino de indudable trascendencia: de la divinidad y humanidad de Cristo y del camino por Él marcado. Antes de la Cruz y de la Resurrección, los Doce y sus acompañantes no eran otra cosa que una banda irregular de seguidores llenos de dudas. Para que no existan lagunas en el «discurso litúrgico» de esa transformación, bien claro está el contenido del Libro de los Hechos de los Apóstoles y de la velocidad en el crecimiento del número de fieles. Pedro ya está constituido como primado de esa naciente Iglesia y no sólo lo establece su autoridad humana, porque la autoridad divina le llega en su capacidad -y en la de su sombra- para curar a los enfermos y a los poseídos.

4. – Como decía anteriormente, cuando Juan escribe en la Isla de Patmos, la Iglesia ya está establecida en todo el mundo conocido de entonces. Tiene problemas de heterodoxia y persecuciones durísimas, con la fuerza terrible del Estado –el romano– más poderoso de la tierra. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Y el episodio –muy importante, muy notable– que completa el citado «discurso litúrgico», va desde la alegría por la Aparición del cenáculo hasta el testimonio singular y maravilloso de un anciano que nos dice que sigue disfrutando de la misma juventud interior que en los días –ya lejanos– de la Resurrección gloriosa de Jesús, el Maestro.

5. – Y de esa evolución de los hombres de la primitiva Iglesia es autor el Espíritu Santo. Por tanto no hay duda de la excelencia intelectual de los antiguos pescadores de Galilea. Es el Espíritu quien les ha enseñado. Algunos tratadistas, por ello, suelen dudar de la autenticidad de las autorías de los libros de San Juan o de las Cartas de Pedro. No admiten esa evolución. Es posible que existan razones lógicas para pensar eso. Sin embargo, no se cuenta con la acción del Espíritu. Y es lo que nosotros ahora esperamos, en el camino de Pentecostés. Tenemos que pedir y esperar que el Espíritu Santo nos cambie. Y si le dejamos entrar en nosotros, nuestra sabiduría servirá para ayudar y convertir a los hermanos, y lógicamente, sin apenas mérito nuestro, crecerá de manera insospechada. Hemos sentido la alegría, profunda, cósmica de la Resurrección salvadora de Cristo. Ahora necesitamos la sabiduría que nos dará el Espíritu Santo, sabiduría que necesitamos para fundamentar la fuerza interior que nos lleve a convertir a nuestros hermanos.

Ángel Gómez Escorial