Hoy celebramos la fiesta de Santa Catalina de Siena.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 25-30):
En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Hoy, la Iglesia celebra con gozo y gratitud a santa Catalina de Siena (1347-1380). Con gozo porque en ella se hicieron realidad las palabras de Cristo: «Porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). Impresiona el grado de madurez interior i de unión amorosa —hasta los místicos desposorios— en Jesucristo de una chica tan joven como Catalina.
Dios mismo lleva en su “ADN” la sencillez, la discreción. Así actuó el Mesías: nació en un establo y resucitó sin triunfalismos. Él era el Rey anunciado y esperado desde David, pero su corona real está hecha de espinas y su trono es la Cruz. En una de sus visiones místicas, Catalina vio que Jesús le presentaba dos coronas, una de oro i otra de espinas. Ella, respondiendo que su reposo era el dolor del Señor, escogió la de espinas… «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28): Catalina reposa en el sufrimiento de Cristo; Jesús reposa en la sencillez de la joven santa.
Catalina, buena conocedora de su Amado, tenía viva conciencia de la grandeza del hombre porque Dios mismo es un enamorado de cada uno de nosotros: «¿Qué cosa fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno».
Finalmente, la gratitud de la Iglesia hacia Catalina por su tarea conciliadora. En aquel tiempo, la Iglesia vivió un triste periodo de divisiones, internas y externas. Lo más lamentable fue el “exilio de Aviñón”. Desde el 1305, un total de siete papas residieron en Aviñón. Las oraciones y las gestiones de santa Catalina —también de otras personalidades, como santa Brígida— consiguieron que en 1367 el Papa Urbano V retornara a la Ciudad Eterna. ¡Gracias sean dadas eternamente a las santas mujeres que tanto han hecho —frecuentemente más de lo que sabemos— por la Iglesia!
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench