El único examen es sobre el amor

“Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”, proclamaba Juan de la Cruz. Se trata, en realidad, del único examen. Y si estamos atentos, seguramente advertiremos que somos examinados en él de manera constante, día a día. A no ser que, como «malos estudiantes», prefiramos “pasar” de esta cuestión, porque no queremos “complicarnos” la existencia o, simplemente, evitamos ver todo lo que nos falta para poder vivirlo.

Que ese sea el único examen no es debido a ningún azar caprichoso ni a ningún dios moralista. Es el único examen porque en él se resume y se ventila la verdad -o no- de lo que somos. Así que ser examinados en el amor es exactamente lo mismo que ser examinados en la verdad.

La verdad de lo que somos se manifiesta en amar. Más allá de que se vea acompañado o no de sentimientos o emociones, amor significa certeza de no separación. Y tal certeza no es sino consecuencia y expresión de aquello que realmente somos: unidad.

La unidad que somos -manifestada y desplegada en una admirable infinidad de diferencias- se concreta en la comprensión y la vivencia de que todo otro es no-otro de mí. Comprensión que han reconocido todas las tradiciones espirituales y sapienciales, y que ha quedado recogida en la universal “regla de oro”: “Trata a los demás de la misma manera como te gustaría ser tratado por ellos”, o “No hagas a los otros lo que no desearías que ellos te hicieran a ti”.

Por eso, cuando constatamos la pobreza de nuestro amor -a nivel individual y colectivo-, con tanta carencia y tanto dolor infligido a otros, nos hacemos conscientes de la ignorancia en la que nos movemos y de lo alejados que nos hallamos de la verdad.

Ignorancia, oscuridad, confusión, mentira…, son la fuente última de nuestro egocentrismo que, encerrándonos, nos hace vivirnos en actitudes defensivas y hostiles hacia los otros. Solo la verdad -la comprensión de lo que somos- aporta la luz y la fuerza necesarias para vivir en amor, aunque esto implique un trabajo psicológico que nos permita ir sanando bloqueos (miedos) que lo dificultan o, por el momento, lo hacen imposible.

¿Vivo en amor?

Enrique Martínez Lozano

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Perspectiva eco-feminista del Evangelio

Me siento invitada por dentro a ofrecer una perspectiva eco-feminista del Evangelio de hoy, ya que otros autores ofrecen una exégesis detallada del texto.

Escribo estas líneas en estos días en que celebramos el Día de la Tierra que el papa Francisco nos invita a que se prolongue en una semana dedicada a recordar y a revivir nuestro compromiso de cuidado del Planeta.

Una primera lectura del texto de hoy me introduce en un marco completamente nuevo: no es en el templo, ni en salones parroquiales ni en una casa donde se hace presente Jesús, como tantas otras veces se hace presente en plena naturaleza.

Recientemente le hemos visto orando en el huerto, reclinado en una roca, con olivos como sus amigos y estrellas como las compañeras de sus horas más duras de sinsentido y abandono de los suyos. Es en la serenidad del huerto y en su noche que refleja la noche real, donde encuentra consuelo y libertad para dialogar abiertamente con su Abba, acogido, confortado por madre Tierra.

En otro huerto/jardín tiene lugar el encuentro con María, en plena confusión entre el hortelano y el resucitado. ¡Interesante!

Hoy le vemos a la orilla del Lago o Mar de Tiberíades en un ir y venir del mar a la playa. Habla de la noche y del amanecer, habla de redes, barcas y peces. Entendemos que cada palabra tiene un significado simbólico, pero os invito a contemplar el texto imaginando esa playa donde hay unas brasas y un almuerzo de pan y pescado preparado.

Estamos presenciando el encuentro del ego agarrado a lo suyo: la pesca de antes, con la propuesta en diálogo del maestro al discípulo. El maestro está en otra dimensión, pero se esfuerza en acercarse a sus amigos y discípulos, desde su lenguaje, desde donde ellos están. Pero, he aquí la fuerza del texto, para no dejarles donde están, sino implicarles en su misma tarea, la cual ha cambiado la historia de muchísimas vidas, la nuestra inclusive.

El marco es la naturaleza, un relajado desayuno en la playa, después de trabajar mientras era de noche, dialogando sobre la necesidad de cambiar de actitud si queremos llegar a las personas de hoy.

Es de una inteligencia y sensibilidad extraordinaria por parte de Jesús, algo difícil de encontrar entre sus ministros que se refugian bajo vestimentas anacrónicas, con la excusa de que es vestimenta litúrgica, inspirada en la vestimenta de los jerarcas romanos y en sus muebles y su arquitectura…haciéndose extrañamente diferentes e importantes, colocándose en lugares y sillas especiales, cuando el resto estamos en duros bancos con vestidos de hoy.

No así el Maestro, descalzo en la playa, con la túnica de su tiempo, pescando con los pescadores y amando, eso sí, amando sin descanso. Esa calidad de amor que cuanto más se ejerce más se energiza y aumenta.

Su trono fue la cruz, y su desnudez indicativa de un amor incondicional hasta el extremo, tanto que todo ser humano, puede siempre, desde cualquier situación de pobreza, dolor, tortura, abandono, hambre, sed, calumnia, miedo… encontrar en el Crucificado al amigo y compañero, al amor que le entiende desde la experiencia.

Jesús, con los pies en la arena, prepara unas brasas y unos peces para acercarse a ellos, donde ellos están emocionalmente y existencialmente, compartiendo sobre lo que no funciona, para despejarlo. Así hacen muchas familias alrededor de la mesa, se acercan entre ellos para despejar y aclarar situaciones y resolver problemas y tensiones.

Jesús no se sitúa en un altar, alejado de la gente y hablando un lenguaje aburrido y anacrónico, cargado de palabras y más palabras, repetidas, sin un acercamiento a la realidad de hoy, con lenguaje de hoy.

Jesús está en la arena, en la playa, en el desayuno y ahí, entre risas y miradas, saca su lado más femenino, el más tierno y cercano.

Es ese un diálogo íntimo e intimidante para los que buscan respuestas filosóficas y se esfuerzan en demostrar cuanto saben. Jesús, como hombre enamorado de la Vida y del Reino, busca esa intimidad con sus amigos. Sabe cómo se sienten después de la estampida del jueves y viernes. Pero, en lugar de sacar ese tema, saca otro: en plena intimidad con la naturaleza, valorando la pesca y al pescador, le dirige la palabra a Pedro, no para hablar del pasado…sino para devolver la intimidad que Jesús siempre quiso tener y quiere tener con lxs discípulxs.

Para que se dé el Reino, para que haya igualdad y respeto, pan y sanidad para todos, tiene que haber intimidad con Dios y con el Planeta, pues así estamos diseñados los humanos.

Saliendo al encuentro de sus amigos, Jesús recoloca su posición de amigo y maestro, que ellos han traicionado. Jesús, como una madre y amiga o amigo, devuelve su lugar en el corazón del que le dio un zarpazo al suyo.

Y en ese marco de amor y creatividad, enfrenta el lado más tierno del rudo pescador, o de la fría analítica de mí lado oscuro, no pasado por la tumba purificadora: ¿me amas?…

Esto es resurrección. Descubrir que esta relación de amistad íntima y personal con el Planeta y con Dios, es lo que devuelve la Vida a todo.

Podemos reciclar… podemos teologizar… pero mientras no intimemos con ambos, nuestra pesca será muy pobre. Por eso el Maestro nos dice mira al otro lado, echa la red donde él te dice, y parece que lo que dice es: quiero tener una relación personal de amistad contigo, y desde ahí seguir la misión, en comunidad de personas que tienen una relación de amistad entre ellas porque cuando esto se da, la pesca está asegurada.

Te invito a salir al campo o a la playa, y a tener una eucaristía allí con tus amigos e hijos, pero primero es bueno que nos demos un garbeo por la playa o campo, a solas, con el resucitado. Si es así, tendremos algo que compartir, más allá de lo de siempre, porque el fuego pascual se irá apoderando de nuestro corazón medio frío.

Feliz Tiempo de Pascua.

Magda Bennásar Oliver, SFCC (Sister for Christian Community)

II Vísperas – Domingo III de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO III DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Aleluya. Reina nuestro Dios, gocemos y démosle gracias. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. Reina nuestro Dios, gocemos y démosle gracias. Aleluya..

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

R/ Y se ha aparecido a Simón.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas». Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas». Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó y ahora intercede por nosotros, y digámosle:

Cristo, Rey victorioso, escucha nuestra oración.

Cristo, luz y salvación de todos los pueblos,
— derrama el fuego del espíritu santo sobre los que has querido fueran testigos de tu resurrección en el mundo.

Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza
— y la tierra toda se llene del conocimiento de tu gloria.

Consérvanos, Señor, en la comunión de tu Iglesia
— y haz que esta Iglesia progrese cada día hacia la plenitud que tú le preparas.

Tú que has vencido a la muerte, nuestro enemigo, destruye en nosotros el poder del mal, tu enemigo,
— para que vivamos siempre para ti, vencedor inmortal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo Salvador, tú que te sometiste incluso a la muerte y has sido elevado a la derecha del padre,
— recibe en tu reino glorioso a nuestros hermanos difuntos.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

El relato es fantástico: maravilloso y simbólico

Nuestro problema sigue siendo la falta de experiencia pascual. Se trata de una vivencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos en los que poder meter la vivencia, por eso los textos acuden a los relatos simbólicos.

El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera.

La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es prácticamente inexistente. Pero es lógico, que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo que pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad que está deseando que otros seres humanos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso.

«Se manifestó» (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver, ni oír, ni tocar. Seguimos el esquema en todas las apariciones, de que hablábamos el domingo pasado.

Situación dada.- Habían vuelto a su tarea habitual. Lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, forman comunidad. No se hace alusión a los doce sino los siete, signo de plenitud, (todas las naciones paganas). Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la misión es estéril. El relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace de noche, no de día, pero aquella a la que se refiere el relato, se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús.

Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; ahora su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos» (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar.

Lo reconocen.- La dificultad de reconocerle se manifiesta en que solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor, sabe leer las señales. El éxito es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente.

Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro se refleja en el verbo «se ató». La misma que utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en la última cena. Se tira al agua después, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde.

No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que les da él se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos.

El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de Vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones.

La misión.– Hoy se personaliza la misión en Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” = amar. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad.

Apacentar. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar Vida. Solo puede hacerse en unión con Jesús. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes. Debe renunciar a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión, Jesús es modelo de pastor, que se entrega por las ovejas. Para la comunidad, es el único pastor.

Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô” me quieres, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que se había forjado. Jesús no pretende ser servido sino que sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición.

Fray Marcos

La aparición más extraña en el sitio más inesperado

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy (Jn 21,1-19). El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

Un comienzo sorprendente

Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.

Dos reacciones: el impulsivo y el creyente

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta. El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

[La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse. Según Plinio el Viejo, existían ciento cincuenta y tres variedades de peces. El evangelista habría querido decir que la pesca se extendió al mundo entero, abarcando a toda clase de personas. “Se non è vero, è ben trovato”.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Durante la comida, nadie dice nada, ni siquiera Jesús. En ese silencio resalta uno de los mensajes más importantes del relato: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

¿Un final eucarístico?

Jesús no dice nada, pero hace mucho. Los gestos de dar el pan y el pescado recuerdan a la multiplicación de los panes y los peces, con su claro mensaje eucarístico. La escena también recuerda a la de los discípulos de Emaús, que no reconocen a Jesús, pero lo descubren al partir el pan, aunque aquí no se habla de reconocimiento. Lo esencial es que Jesús alimenta a sus apóstoles, dándoles de comer uno a uno.

Pedro de nuevo: humildad y misión

La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

La alegría en la persecución (Hechos 5,27b-32.40b-41)

[Nota previa muy importante: La traducción litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”].

En la lectura podemos distinguir tres secciones: 1) el sumo sacerdote interroga a los apóstoles y los acusa de seguir hablando de Jesús, haciendo responsables a las autoridades judías de su muerte. 2) Pedro responde que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, e insiste en que Dios resucitó a Jesús. 3) Final: los azotan, les prohíben nuevamente hablar de Jesús y ellos salen contentos de haber merecido ese ultraje.

Dos detalles llaman la atención: a) la necesidad que tienen los apóstoles de hablar de Jesús, aunque se lo prohíban y los castiguen; así se explica la difusión del cristianismo en el ámbito del siglo I por las regiones más distintas. b) La alegría en medio de las persecuciones, que no tiene nada que ver con el masoquismo, sino como forma de revivir el destino de Jesús.

Jesús exaltado (Apocalipsis 5,11-14)

Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”.  El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos. «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» 

Reflexión final

Las lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza.

Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos delante. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo III de Pascua

Los discípulos vuelven a tomar las redes. Si recordamos que muchos de ellos habían sido pescadores y habían dejado las redes para seguir a Cristo, esta vuelta a las redes es volver atrás.

Ya no vivían la presencia de Cristo en sus vidas, aunque sabían que estaba resucitado; al tirar las redes no lo invocan, y no son capaces todavía de reconocerlo.

También en nuestras vidas puede suceder esto. Hemos experimentado la presencia de Cristo, lleno de poder y de amor, hemos visto su gloria, pero pasa el tiempo, se debilita el entusiasmo, y se nos hace rutinario y pesado eso de creer sin ver. Entonces poco a poco empezamos a apoyarnos en otras seguridades, retomamos lentamente las cosas que habíamos abandonado para seguir a Cristo. Ya no soportamos vivir de lo invisible, y nos convertimos en esos tibios que Dios prefiere vomitar de su boca (Apoc 3, 16), o en esos que han perdido «su primer amor» (Apoc 2, 4). Pero él está presente en nuestra vida; aunque no advirtamos su presencia él está contemplándonos con amor y bendiciendo nuestra existencia.

Pero después de haberle mostrado a Pedro que con sus solas capacidades humanas, sin invocarlo a él, ya no puede ni siquiera pescar, Jesús deja a Pedro la suprema misión de guiar a la Iglesia, de apacentar sus corderos.

La triple pregunta recuerda la triple negación (13, 38), y eso explica la tristeza de Pedro luego de la tercera pregunta. Pero Pedro aprendió la lección y no hace alarde; sólo se somete a lo que Jesús conoce de su corazón. Después Jesús, a un Pedro ya purificado, le repite su primer «sígueme».

Oración:

«Señor Jesús, te doy gracias por tu presencia en la Iglesia, porque tú la guiasen su debilidad, tú actúas a través de los hombres frágiles que la componen, tu mismo cuidas a tus ovejas por medio de los pastores limitados que quisiste elegir».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

El buen pastor y los mercenarios

¡Cristo ha resucitado! “Mors illi ultra non dominabitur”. A Cristo ya no le domina la muerte. Vive para siempre. Aleluya. ¡La resurrección de Nuestro Señor! Esta realidad increíble en la que creemos penetra todo este tiempo que ahora transcurre en la liturgia. También nosotros hemos resucitado con Cristo a una vida nueva, llena de fe, de amor y de pureza. Si no en el cuerpo, sí en el alma hemos llevado aquellas vestiduras blancas que los recién bautizados en la antigua cristiandad portaban en la semana de Pascua. “Saboread las cosas de Dios”, nos ha repetido, insistente, la Santa Madre Iglesia, que el domingo pasado elevaba al Señor en nuestro nombre esta espléndida plegaria: “Haz, te rogamos, oh Dios omnipotente, que habiendo celebrado las fiestas de Pascua, continuemos, con tu gracia, realizando su ideal en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo Nuestro Señor”.

Es en este contexto litúrgico como deben entenderse los textos de la misa de hoy, especialmente el Evangelio. Parece como si la Iglesia –que es nuestra Madre, no lo olvidemos– nos dijera: Habéis resucitado con Cristo, queréis seguirle, queréis “realizar su ideal en vuestra vida y costumbres”. Pues bien, no olvidéis que para perseverar en ese ideal –que es capaz de llenar las ansias del corazón–, para apartar todos los obstáculos, para superar todas las dificultades, hay que tener muy dentro lo que Jesús dice hoy de sí mismo: “Yo soy el buen Pastor”.

Este domingo es, en efecto, el domingo del Buen Pastor. En la epístola, San Pedro hace una emotiva evocación de los padecimientos de Cristo y de su fruto inmenso en las almas. Termina diciendo: “Andabais como ovejas descarriadas, pero ahora os habéis convertido al Pastor de vuestras almas”. En el Evangelio Jesús lo dice directamente: “Yo soy el Buen Pastor, y conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”.

La idea de Cristo-Pastor penetró de tal forma el corazón de los primeros cristianos que la imagen del Buen Pastor está unida al brote inicial del arte cristiano. En las Catacumbas de Domitila –siglo I– aparece ya la figura del Buen Pastor. Desde entonces es un motivo, un modelo constante de iconografía cristiana. La plasticidad de esta imagen ha sido incorporada por la Iglesia a su liturgia y hoy la tenemos por delante. ¿Qué mensaje nos trae en este domingo segundo que sigue a la Pascua?

Entre la multitud de ideas y sugerencias que solicitan nuestra atención al mirar a Cristo, pastor bueno de las almas, hay una que, me parece está en el centro de la liturgia pascual: Cristo, que ha resucitado y nos ha abierto el camino de una vida nueva es también el único que puede conducirnos hasta llegar a la meta.

Dos puntos tenemos que considerar aquí. El primero es esa exclusividad de Cristo –con pleno derecho: derecho de conquista, decían los antiguos– para conducirnos al triunfo. Los demás, dice el Señor, son mercenarios. Yo soy el Buen Pastor. Por medio de su doctrina, de sus sacramentos y de la jerarquía por El establecida, Jesús es el único que puede guiarnos. A veces, el hombre –es una constante histórica– cree escuchar por otras partes mensajes de salvación, doctrinas o personajes que se presentan con carácter mesiánico. No nos engañemos: son mercenarios, no aman al hombre de carne y hueso. Por eso, al venir el lobo, dejan las ovejas y huyen, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas. Cristo es el Buen Pastor porque da su vida por las ovejas. Ha entregado su vida por nosotros y la ha recobrado triunfante como primicias de nuestro personal triunfo. Cristo dice de sí mismo cosas impresionantes. Hay que meditarlas despacio: Yo soy la Verdad. Yo soy el Camino. Yo soy la Vida. Yo soy la Puerta. Yo soy el Buen Pastor… No se nos ha dado otro Nombre, dirá poco después San Pedro (Hechos 4, 12), en el que podamos ser salvos, que el Nombre de Jesús.

Pero si Cristo es el único que puede conducirnos a la Vida, a nosotros toca el no poner obstáculos. Este es el segundo punto. Dice Jesús que cuando llega el Buen Pastor, “las ovejas oyen su voz y llama a las ovejas a cada uno por su nombre… y va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz”. La vida cristiana es un dejarse llevar por Jesucristo. De ahí, que una característica fundamental del cristiano sea su docilidad a la gracia, a la acción de Dios en el alma. Lo cual –quede bien claro– no significa en lo más mínimo pasividad: ser dócil a la gracia –a las indicaciones del Buen Pastor– es faena sobrenatural de altos vuelos, que exige en el hombre acopio de energía y mucha generosidad. Seguir a Cristo, dejarse conducir por Él, exige al hombre cristiano día a día, hora a hora, una batalla campal contra los enemigos del alma, que tiran hacia abajo, hacia el barro. Lo que sucede –y aquí está el secreto de la vida cristiana– es que esa batalla no es una lucha negativa, agria y seca, sino la lucha victoriosa, alegre, comprometida de los hombres que en el seguimiento de Cristo encuentran su felicidad y su triunfo.

Cristo es el Buen Pastor. Es el Único: los demás son mercenarios. A cada uno nos llama por nuestro nombre. Que sepamos seguirle. Este es el ideal de la Pascua.

Pedro Rodríguez

Lectio Divina – Domingo III de Pascua

«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»

«Sígueme»

INTRODUCCIÓN

Este bello relato de la pesca, está escrito tan al vivo que, al leerlo, da la impresión de que la tinta está todavía sin secarse. El Evangelista Juan, testigo de los hechos, nos presenta una aparición distinta. Aquí no se trata de encontrarse con Jesús en situaciones límite o extraordinarias como puede ser la de una mujer llorando al borde de una tumba, o la de unos discípulos decepcionados, de vuelta de todo, o la del Cenáculo con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Aquí todo es fácil, sencillo, normal. Dice Pedro: “Voy a pescar”. Es lo normal en un pescador de oficio. Lo mismo que cada mañana el labrador dice: voy a sembrar, y la ama de casa: voy a comprar; y el hombre de negocios: voy a la oficina.  Lo importante en esta aparición es que el Resucitado se hace presente en la vida ordinaria, en la sencillez de lo cotidiano.

TEXTOS DE ESTE DÍA

1ª lectura: Hechos 5,27-32.40-41;          2ª lectura: Apo. 5, 11-14

EVANGELIO

Juan 21,1-19.

Después de esto Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

REFLEXIÓN

1.– VOY A PESCAR.  Los discípulos quieren volver a su oficio, a la vida de antes de conocer a Jesús. No tienen otro horizonte que la pesca. Aquellos bonitos años con Jesús, aquellas ilusiones, aquellas esperanzas, deben quedar sepultados en el olvido. Como buenos conocedores de su oficio, van de noche, el tiempo propicio para la pesca. No obstante, aquella noche no pescaron nada. Ante la pregunta irónica de Jesús: muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestan con un no rotundo. Y palpan el fracaso, la desilusión. Al amanecer, justo cuando ya se ha agotado el tiempo oportuno para pescar, un desconocido les manda que echen de nuevo las redes. ¿Es una tomadura de pelo? Pero ellos, antes de volver a casa sin un pez, le hacen caso. ¡Y las redes revientan! Y caen en la cuenta de que es el Señor. Y llega el gozo desbordante, el entusiasmo, la alegría de la vida. Un Jesús maravilloso que les invita a almorzar el pescado que él mismo ha preparado. ¡El almuerzo más sabroso de su vida! Con Jesús, las cosas más sencillas y ordinarias de la vida se pueden convertir en fiesta.  Con Jesús, nuestra vida estéril, vacía, triste, se puede llenar de plenitud. Sólo hace falta una cosa: creer en Él. Notemos que antes de este encuentro, los discípulos “no conocían que era Jesús”.  Y después del encuentro, “nadie duda porque “sabían que era Jesús”. La fe consiste en un encuentro “vivencial” con Jesús.

2.– SIMÓN ¿ME AMAS?  Jesús sabe que Pedro le ha negado tres veces, pero no le pide cuentas de nada. Le ha prometido hacerle el “primer papa” y está dispuesto a cumplir su promesa. Pero antes Pedro debe hacer su profesión de fe en Jesús. Pedro, ¿me amas? Sí, Señor, sabes que te amo. Al preguntarle por tercera vez, Pedro se pone triste. Recuerda su triple negación. Por eso le exige que el vacío de una infidelidad al Señor la cubra con la abundancia de su amor.  Para ser el primer Papa no le exige Jesús que antes obtenga título de doctorado en Biblia por la Universidad de Jerusalén. Le exige que sea Doctor en la “Escuela del amor”.  Que cumpla y haga cumplir a los cristianos su testamento: «Amaos unos a otros como Yo os he amado”.  La Iglesia se equivoca siempre que se sale de la esfera del amor y se ensucia en los charcos del poder, del tener, del dominar. El gran escándalo de la Iglesia, como dijo el Papa San Juan XXIII, es que, a dos mil años de distancia, el mandamiento nuevo sobre el amor, lo tengamos los cristianos sin estrenar.

3.– SIGUEME. Es la última palabra que aparece en el relato. Es la primera palabra que escuchó Pedro cuando Jesús le llamó. “Le miró y le dijo: Desde ahora te llamarás Cefas” (Jn. 1,42).  Aquella mirada de Jesús le marcó para siempre. Esa mirada se la recordó el Maestro después de su caída (Lc. 22,61). Pedro no pudo más. “Salió fuera y lloró amargamente” (63). Como dice San Juan de la Cruz: «el mirar de Dios es amar”. El Pedro pecador no pudo resistir el peso del amor. Jesús no le pasó factura por su pecado. Pero el amor al Maestro fue el incentivo de toda su vida hasta dar su sangre por Él. Lo que a Pedro lo hace grande, es el amor apasionado por el Maestro. Sólo desde el amor se puede ejercer el oficio de Pastor. Y esto es lo que hizo Pedro. Por eso exhortaba a los dirigentes de las Comunidades: «Gobernad no como dictadores de quienes están a vuestro cargo, sino como modelos del rebaño” (1Ped. 5,3).   

PREGUNTAS

1.- ¿Intento descubrir la presencia viva del Resucitado en mi vida diaria, en mi trabajo, en el encuentro normal con mis hermanos?  ¿Vivo con alegría?

2.- ¿Le doy al mandamiento nuevo de Jesús el lugar que se merece?  ¿Estoy preparado para ser un verdadero especialista en el amor? ¿Estoy dispuesto a crear escuela?

3.- ¿Cómo estoy siguiendo a Jesús? ¿Con tristeza, con cara larga? ¿O me siento orgulloso y feliz? ¿Es realmente Jesús lo mejor que ha ocurrido en mi vida? ¿Cómo lo demuestro?

Este evangelio, en verso, suena así:

Si salimos a pescar

“sin el Señor” en la barca,

bregamos toda la noche

y “nunca pescamos nada”.

Pero, si llenos de fe,

escuchamos su Palabra,

“revienta la red de peces”,

al arribar a la playa.

Sin Jesús, todo es fatiga,

bravo mar, noche cerrada.

Con Jesús, comemos “pan

y peces sobre las brasas”.

Es el Señor el que cambia

Los negros lutos “en danzas”

el que siembra en nuestro huerto

las bellas flores de Pascua.

Es el Señor quien convierte

en arados las espadas,

en abrazos de perdón

nuestras ansias de venganza.

Es el Señor el que pone

paz y amor en nuestra casa,

el que logra que vivamos

en Comunidad Cristiana.

Quédate junto a nosotros,

Señor, nuestra fe se apaga

Tú enciendes en nuestra vida

mil estrellas de esperanza.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN POR LA PAZ

«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)

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1.- Podría comentaros de otra manera el evangelio de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, pero me fijaré en unos detalles que, sin ser los mas importantes, me parece que para vosotros sí que os resultarán interesantes y útiles en gran manera. Seguramente otros pondrán el acento en diferentes ideas, más dogmáticas probablemente, y yo no lo ignoro.

Hay que imaginar la situación por la que pasaban los antiguos amigos del Señor. No dudaban de su existencia, pero tampoco entendían como trascurría esta. Se encontraban con Él sin tener previsto ni el momento ni el lugar. Su mensaje tampoco era esperado, siempre sorprendente. Gozaba su cuerpo, aquel que vieron herido, muerto en la cruz y enterrado en el sepulcro, de unas particularidades que nunca habían sospechado. Atravesaba paredes, se hacia visible en un sitio o en otro, sin deber desplazarse y no era esclavo de las necesidades biológicas que a ellos les parecían indispensables. A pesar de estos intríngulis, era preciso vivir, se decían, y trabajar, si querían conseguir el sustento necesario. La profesión de casi todos ellos era la de pescador y a ella se entregaron unos cuantos, aquella noche. Si uno sale a segar, cortará cereal, con más o menos maña, pero volverá con gavillas. Si uno busca leña, podrá, con seguridad, traerse a casa troncos más o menos grandes. Si uno quiere hacerse una herramienta, y es forjador, lo conseguirá. Pero si uno es pescador, sabe muy bien que una serie de imponderables que condicionarán el resultado y que tal vez vuelva a casa sin nada en el zurrón. Con caña o con red, el éxito de la pesca siempre es un misterio y no hay cosa que más le fastidie a un pescador, que el que alguien le pregunte si pican los peces y quiera, además, darle consejos de cómo conseguirlo. Pues eso precisamente es lo que imprudentemente hizo el Señor, aunque ellos no supieran que era Él. ¡Vamos! ¡Que después de una noche de probarlo, sin conseguir un solo pez, venga un extraño a darles lecciones, es lo más inaudito que uno pueda imaginar!. Les sugiere que calen las redes a la derecha y ellos lo hacen. Se hinchan de peces como algunas otras veces, pero no precisamente como habían estado deseando ellos aquella noche. Era asombroso aquello, aunque no imposible. El asombro no demuestra nada, pero pequeña es la estatura espiritual del que no es capaz de asombrarse. Su vida trascurrirá pobremente, sin gozosos logros. En el júbilo del asombro es cuando se dan cuenta ellos de que es Él. Se tira Juan decidido al encuentro del Maestro y los demás le siguen. Está asando pescado. Se han acercado prudentemente con sus redes cargadas de peces. Y a Él, el que los multiplica cuando conviene, no se le ocurre otra cosa que pedirles que aporten algo de lo conseguido, para juntarlo a lo suyo y compartirlo. ¡Qué ocurrencias!

2.- De entre todo el perímetro del Lago, que he recorrido varias veces en vehículo y muchos de los tramos hecho a pie, el lugar que mas aprecio es el que recuerda este acontecimiento. Probablemente, el lugar, señalado por una desgastada escalinata que desciende hasta la superficie del agua, sea auténtico. Se trataría de un sencillo puerto del que nos habla, pues lo visitó, la peregrina Egeria, en el siglo IV. Le contaron que era el lugar del encuentro con aquellos pescadores, fracasados primero, afortunados después. Estando en el lugar, uno piensa que seguramente se ha acertado al señalarlo y mira por si baja el Maestro por aquellos toscos escalones.

Si aprecio tanto el lugar no es ni por el prodigio de la pesca, ni por la confirmación que del primado de Pedro se describe más tarde hizo allí. Lo que a mi me gusta, es el gesto de Jesús con sus amigos. Al amanecer tiene preparado el pescado asado, no sabemos de donde lo habría sacado, pero era suyo y no lo quiere solo para sí mismo, ni quiere repartirlo alegremente a sus discípulos. Desea que estos aporten de los suyos, de los que con su esfuerzo han conseguido. Quiere compartir. Tendemos nosotros al individualismo, el Señor prefiere el trabajo en equipo. No hay duda de que la escena nos sugiere una situación eucarística y acordaos que, cuando comulgamos, es preciso que primero aportemos nosotros pan y vino, para que la acción sagrada se realice. Nunca quiere actuar solo. Todo lo bueno quiere compartirlo, únicamente el dolor de la pasión y muerte, lo sufrió en solitario.

3.- Os lo vuelvo a repetir, mis queridos jóvenes lectores, paso buenos ratos en el lugar, recuerdo que en una ocasión, nos encontramos con unos cuantos amigos y comimos, con gran emoción por mi parte, exquisito helado y rico melón que Fra Rafael Dorado trajo para obsequiarnos. Sólo faltaba Él, o tal vez estaba muy presente, sin que lo viéramos.

Al lado mismo de este minúsculo puerto, en una pequeña y sencilla iglesita celebro, casi siempre, a continuación la misa. Al acabar, ya al atardecer, como es habitual, aquella superficie que habíamos dejado antes de empezar lisa y llana como el agua de una bañera, empieza a ensayar unas olas, que por la noche se convierten en pequeña o grande tempestad, es otro encanto.

Me han dicho que cuando el lugar fue visitado por el Papa, sugirió que se levantase una gran iglesia y los franciscanos le explicaron que era mejor que continuara siendo una sencilla edificación de piedra negra, humilde, como lo fue aquella reunión.

Os cuento que, en alguna ocasión, me ha gustado salir con chicos a pescar y lo capturado, lo hemos asado y comido como si se tratase de aquel encuentro, o tal vez es que el espíritu que lo animaba era el mismo y atraía la compañía del Maestro. Si os es posible a vosotros hacerlo, no dejéis de disfrutar de una tal experiencia, un tal almuerzo os sabrá a gloria. Viviréis el Evangelio y os podréis fácilmente comprometer a no hacer nada en vuestra vida, sin contar con la colaboración de los demás. Así, de una simple experiencia, aprenderéis a vivir a la manera de Jesús. Y su Espíritu os acompañará.

Pedrojosé Ynaraja

Como una película

1. – Hay una enorme plasticidad en el Evangelio de San Juan de esta tercera semana de Pascua. Es toda una escena bien contada, como en un guión para cine o televisión. Primero, Pedro dice que va a pescar. Luego, sus amigos se unen. Después, Juan ve al Señor. Pedro que esta desnudo se cubre y se lanza a nado. Hay en la playa hay unas brasas. Van a desayunar. El Señor Jesús que aparece ahora es algo distinto. En todos los relatos evangélicos sobre el Resucitado se observa esa diferencia. El cuerpo glorioso de Jesús contiene diferencias.

Los diálogos también están ordenados muy cinematográficamente. Pero ellos van a marcar el contenido profundo de este relato evangélico. Al final, se establece la conversación –sin duda tensa y dolorosa para Pedro– entre Jesús y su futuro vicario. Las tres afirmaciones de amor obtenidas por Jesús de los labios de Pedro sirven para purgar las tres negaciones de la difícil noche del Jueves Santo. Siempre se ha interpretado este pasaje como una «regañina» de Jesús a Pedro y, sin embargo, hay que verlo como una fórmula del Sacramento de la Reconciliación. Jesús ayuda a Pedro a confesarse para que purgue y olvide su antiguo pecado. Probablemente desde ese día, Pedro no tendría escrúpulos interiores y se sintió limpio y perdonado. Y es que uno de los mayores enemigos del alma es el escrúpulo. El acto de confesarse da una vía objetiva de que los pecados han sido perdonados. Otra cosa es que Pedro recordarse con tristeza y sensación de sentirse pecador sus negaciones, pero sabiendo que la culpa había sido borrada.

3. – Pero volviendo al símil cinematográfico este Evangelio de San Juan es como un «flash back», un resumen final de toda la actividad de los Apóstoles. Desde su trabajo primero como pescadores, con el recuerdo de su pesca prodigiosa y abundante, hasta la comida con el maestro con la partición del pan. Ahora el Cenáculo es la bóveda del cielo y sus otros límites la tierra firme y el mar azul. Debemos de pensar, en paz y en sosiego, como fueron esos días de presencia de Jesús Resucitado en los que ya de una forma sobrenatural, el Dios hecho hombre completó la formación a sus Apóstoles. El vigor, la inteligencia, el valor que se va a ir observando en los Hechos de los Apóstoles se entiende mejor analizando ese periodo glorioso de Jesús en la tierra. Ciertamente, que la venida del Espíritu Santo será el «combustible» que impulse definitivamente a esos hombres, antiguamente ignorantes y toscos, a las más altas cotas de inteligencia y de capacidad. La clave de la transformación de los Apóstoles es también un buen argumento para nuestras meditaciones. Jesús Resucitado nos puede transformar a todos.

Ángel Gómez Escorial