Lectio Divina – Lunes III de Pascua

“Vosotros me buscáis porque os habéis saciado”

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy mi oración va a deslizarse por un nuevo camino. No voy a pedirte cosas: salud, bienestar, bienes de aquí abajo. Voy a despojar mi alma de todo egoísmo, de todo interés material. Quiero buscarte a Ti por el gozo de buscarte y, una vez encontrado, te quiero seguir buscando. Sé que todo lo que encuentro contigo sólo puede ser una meta parcial para seguir buscándote. Tú siempre serás para nosotros “un Dios escondido”. Y también “un Dios novedad”.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Juan 6, 22-29

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado».

3.- Qué dice la Palabra de Dios.

Meditación-reflexión

Hoy las palabras de tu evangelio son un “aviso para caminantes”. El evangelio nos invita a revisar nuestra religiosidad. Hay un proverbio que dice:”cuando el sabio señala la luna con el dedo, sólo el necio se queda mirando el dedo”. Aquellos que habían llenado sus estómagos con el pan de la multiplicación, buscaban a Jesús para seguir llenando sus estómagos sin trabajar. Esos son los que le querían hacer rey. ¿Un rey de holgazanes? ¿Un rey que les liberara del trabajo y del esfuerzo? ¿Ese era el Mesías que esperaban? Jesús les recrimina su comportamiento tan rastrero y les ofrece un alimento espiritual, el alimento de la fe.

Es verdad que somos “buscadores de Dios”. Pero, ¿a qué Dios buscamos? ¿Un Dios hecho a nuestra medida? ¿Un Dios tapa-agujeros? ¿O ese Dios Inmenso, Trascendente, que siempre va por delante de nosotros, ¿y nunca lo podemos alcanzar? Ese es el Dios-Misterio al que buscaban los místicos. ¿Adónde te escondiste, Amado, ¿y me dejaste con gemido? … “Salí tras Ti clamando y ya eras ido” (San Juan de la Cruz)

Palabra Papa

“El buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen de incertidumbre. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Esto es una clave importante que, si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Recordemos a los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, que siempre han dado espacio a la duda. Les invito a ser humildes, tenemos que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas. Recomiendo buscar a Dios para hallarlo, y hallarlo para buscarle siempre. Es la experiencia de los grandes Padres de la fe. Les invito a releer el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos. Abrahán, por la fe, partió sin saber a dónde iba. Todos nuestros antepasados en la fe murieron teniendo ante los ojos los bienes prometidos, pero muy a lo lejos… No se nos ha entregado la vida como un guion en el que ya todo está escrito, sino que consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver… Hay que embarcarse en la aventura de la búsqueda del encuentro y del dejarse buscar y dejarse encontrar por Dios”. (Cf Comentario de S.S. Francisco, en entrevista de Antonio Spadaro, el 27 de septiembre de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Me comprometo a llevar a cabo hoy un acto totalmente desinteresado.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, quiero darte gracias “con todo mi corazón”, porque me has enseñado a orar a fondo perdido, sin esperar nada de Ti excepto el gozo de encontrarte. Quiero decirte: Señor, en este momento, sólo me interesas Tú. Me interesa tu alabanza, tu reconocimiento, tu voluntad, tu reino, tu proyecto personal sobre mí. Tú sabes mejor que yo lo que necesito, lo que a mí me va a hacer feliz. Me fío plenamente de Ti.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

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Resistencia de los judíos vs. alegría y Espíritu Santo para los gentiles

Pablo y Bernabé inician sus primeros pasos en la misión evangelizadora. Son enviados por la comunidad de Antioquía de Siria, donde por primera vez se les llamó “cristianos” a los seguidores del Nazareno. Lucas nos indica que Pablo y Bernabé exhortaban a ser fieles a la gracia de Dios. Ellos entendían que esta fidelidad a la gracia implicaba nada más y nada menos que aceptar a Jesús de Nazareth como el Mesías y el enviado de Dios para salvar al género humano. Contrariamente a lo que cabría esperar, no son los judíos los que acogen con alegría el mensaje sino los paganos, es decir, los no judíos de Antioquía. A la semana siguiente se juntó más gente entusiasmada para escuchar a Pablo y Bernabé, pero los dirigentes judíos ya no podían soportar la situación. Los misioneros encararon sin miramientos a sus paisanos citando textos del profeta Isaías para justificar lo que estaban haciendo. Ese día, decidieron Pablo y Bernabé, dedicarse a los gentiles ante la persistente negativa de sus cohermanos judíos.

No deja de ser llamativa e interpelante la cerrazón de los judíos de Antioquía al mensaje del Evangelio. Parece ser que cuesta demasiado aceptar la novedad del Evangelio. Esto mismo nos puede pasar hoy a nosotros. Cuando el Evangelio anunciado nos incomoda, porque nos invita a renovar las estructuras eclesiales, a ser iglesia en salida, a practicar la sinodalidad… a ser más hermanos derribando barreras de cualquier tipo. Las resistencia y negativas siguen.

Es importante que nos preguntemos: ¿cómo recibo la novedad del Evangelio? ¿cómo reacciono a las constantes invitaciones del Papa sobre la sinodalidad?

Pero es muy importante el detalle que nos brinda Lucas: cuando se marcharon Pablo y Bernabé: los discípulos quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.

¿Me considero una persona que tiene la alegría del Espíritu Santo?

El pastor que da vida eterna

Es importante leer todo el capítulo 10 del Evangelio de Juan para comprender mejor el contexto literario y la situación vital que enmarcan los pocos versículos que hemos leído y escuchado hoy en la liturgia. Jesús declara abiertamente que Él es el Pastor que da vida eterna. Jesús, pastor, conoce a sus ovejas y a su vez, las ovejas conocen a su Pastor. Parece un simple juego de palabras, pero no lo es. La profunda relación que se describe es fundamental. Si las relaciones nos definen -como diría un venerable hermano- la relación oveja-pastor es una de ellas.

No solamente el Pastor conoce a sus ovejas, sino que también esas ovejas conocen a su pastor, porque conocen su voz; le escuchan, y le siguen. Las ovejas están seguras bajo el cuidado del Pastor bueno y bello. La seguridad no está en ninguna fuerza humana, sino en las manos del Padre; el Padre de todos. Jesús revela así la profunda comunión que existe entre El y el Padre, y es más, nos hace partícipes de esa comunión porque nos comunica la vida verdadera.

Podemos preguntarnos si la vida que estamos viviendo es VIDA de verdad, o simplemente estamos sobreviviendo, cada uno y cada una como mejor puede. Pero, ¿es esta la vida verdadera que me ofrece Jesús, el pastor bueno? ¿Cómo estoy siguiendo a Jesús, pastor? ¿Cómo experimento en mí la vida eterna que Jesús da?

La antífona del salmo que hemos repetido una y otra vez viene a ser como un “bajo continuo” que nos invita a tomar conciencia de lo que somos como Iglesia, como comunidad eclesial: somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Responder honestamente a las preguntas antes planteadas nos lleva a tomar una decisión. Decidir u optar por escuchar a Jesús o escuchar las “otras voces” -que son demasiadas-. No es un tarea fácil, pero debes hacerla si queremos vivir auténticamente como discípulos y discípulas de Jesús.

Si optamos por escuchar a Jesús, y seguirlo, entonces, El será nuestro Pastor y recibiremos la vida eterna, por lo tanto, es el motivo de nuestra alegría, la verdadera alegría que sostiene toda nuestra vida y que supera todo entendimiento. Entonces podremos estar confiados de que algún día estaremos con aquella muchedumbre de toda raza, lengua y nación que alaba al Cordero, que es su pastor.

De manera particular, hoy rezamos por nuestros obispos, quienes son y deben continuar siendo, a ejemplo de Jesús, pastores que dan vida verdadera porque no nos conformamos con menos.

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP

Comentario – Lunes III de Pascua

Jn 6, 22-29

Durante toda la semana leeremos el Capítulo 6 de san Juan: «Discurso sobre el Pan de Vida». Esta larga discusión con sus oyentes, Jesús la desarrolló al «día siguiente» de los dos milagros de:

— la multiplicación de los panes…

— la marcha sobre las aguas…

Cuatro interpretaciones principales fueron propuestas para este «Pan de Vida»:

1— Algunos autores antiguos han pensado en un sentido puramente espiritual: «el pan de vida», es «la persona de Jesús y su Palabra», que se asimila por la Fe…

2— Un gran número de exégetas modernos, por el contrario, consideran este discurso propiamente eucarístico, del principio al fin: el «pan de vida», es la eucaristía, una comida real.

3— Varios comentaristas profesan una opinión intermedia: la primera parte del discurso apunta a la Fe… que hace que Jesús, por la comunión a su pensamiento y a su Palabra, sea alimentado para nosotros. La segunda parte del discurso apunta a la Eucaristía… nos hace alimentar de su «carne y de su sangre».

4— En fin, para ciertos autores contemporáneos, el discurso entero apunta igualmente a la Fe y a la Eucaristía.

Retengamos de todo esto que hay una unión muy íntima entre estos dos temas: la Fe total en Cristo implica la Fe en su «presencia» en la Eucaristía… La Eucaristía es el misterio de la Fe por excelencia… meditar la Palabra de Jesús por la Fe y comulgar a su Cuerpo se siguen el uno al otro… no se cree de verdad en Jesús, Hijo de Dios encarnado, si no se está dispuesto a comulgar su Cuerpo. Era muy normal que Jesús hablara de la Fe antes de la Eucaristía, pues el misterio de Su Presencia no alimenta realmente si no al que tiene Fe. Y se ve así toda la importancia de la primera parte de la Misa: hay que haberse alimentado con la Palabra de Dios en la «liturgia de la Palabra», para poder alimentarse realmente de la Eucaristía.

Sí, vosotros me buscáis no porque habéis visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado.

Jesús se dirige a campesinos galileos que se afanan para ganarse la vida. Saben lo que es el hambre, y también la saciedad cuando se ha trabajado mucho y la cosecha ha sido buena. Como hizo con la Samaritana junto al pozo, Jesús toma como punto de partida una necesidad material de sus oyentes: son símbolos muy simples… el hambre, la sed, el pan, el agua…

Procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre.

Jesús se sirve de la comparación del alimento para hacer comprender lo que El aporta a la humanidad. Hay dos clases de vida y dos clases de alimentos: el alimento corporal, que da una «vida perecedera» y el alimento venido del cielo que ¡da la «vida eterna»! Creado por Dios y para Dios, el hombre tiene hambre y sed de Dios. Nada, fuera de Dios, puede satisfacerle enteramente. Todos los alimentos terrestres perecederos dejan al ser humano insatisfecho.

«¿Qué hay que hacer para «ejercitarnos en obras del agrado de Dios?» Jesús respondió: «La obra agradable a Dios, es que creáis en Aquél que Él os ha enviado.»

Éste alimento esencial del cual el hombre tiene hambre es El mismo, Jesús, enviado por el Padre, y que tomamos ya por la Fe «creyendo en El».

Obrar, afanarse, trabajar… esforzarse, para nuestra vida espiritual… es tanto más necesario que «ganarse el pan».

Noel Quesson
Evangelios 1

Homilía – Domingo IV de Pascua

EL PASTOR Y LA COMUNIDAD

LA COMUNIDAD, PROYECTO DE JESÚS

Jesús asume la alegoría del pastor y el rebaño, con la que expresan los profetas la relación de Dios con su pueblo, para significar su relación con la comunidad. Él es el Pastor encarnado, en todo semejante a sus ovejas menos en el pecado (Hb 4,15). «Padre santo, protege a los que me has confiado» (Jn 17,11). Con esta alegoría, Jesús quiere comunicarnos el mensaje de que su proyecto es la comunidad. Y quiere poner de manifiesto cuales son sus relaciones con cada miembro y cuales han de ser nuestros comportamientos dentro de ella. En este tiempo de Pascua, la palabra de Dios pone de relieve que Jesús es el pastor que vive, que sigue estando en medio de los suyos, siendo vínculo de unidad, creando comunión en ella.

Jesús no es el hombre-Dios que realizó su aventura y pasó a la historia. Él sigue siendo el «único» Pastor de su comunidad a la que alimenta con su palabra y con su cuerpo. Ha constituido a algunos como servidores de sus hermanos que guían y animan a la comunidad «en su nombre» y siempre en referencia a él. Con su palabra y con los hechos, Jesús deja

bien claro cual es su intención: «Le dio pena porque eran como ovejas dispersas sin pastor» (Me 6,34). «Tengo otras ovejas que no son de este redil; tengo que atraerlas para que escuchen mi voz y haya un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). En el momento culminante de la última cena oró ardientemente: «Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea» (Jn 17,23).

Pero Jesús pone todavía más de manifiesto cual es su proyecto con los hechos. Ya al comienzo de su ministerio de profeta itinerante reúne a sus discípulos para que convivieran como amigos. Con algunos convive como en familia. Marcos escribe: «Llamó a algunos para que convivieran con él» (Me 3,13). Porque los discípulos entendieron bien el mensaje de

Jesús, después de la desbandada de su pasión y muerte, al reencontrarse con él resucitado, se congregan de nuevo para convivir como hermanos. «En el grupo de los creyentes, escribe Lucas, todos tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

Éste es el único cristianismo posible: el cristianismo comunitario. Ch. Peguy lo decía muy gráfica y ardientemente: «Ésta es nuestra religión: aceptar la fraternidad, vivir la fraternidad». Uno no es cristiano por tener tal nivel de virtud o espiritualidad, sino por estar ensamblado en la familia de Dios. El cristiano es el que tiende la mano, el que hace cadena con los demás hermanos. La Iglesia es la «mesa familiar» en la que todos comen de la misma sopera. Y Dios preside la comida paternalmente. Él nos tomó la delantera en el amor.

Ya en el siglo IV se hizo famoso un dicho de san Cipriano. Haciendo un juego de palabras latinas decía: «Ullus christianus, nullus christianus». Traducido significa: «Un solo cristiano no es ningún cristiano». Es decir, un cristiano en solitario es un imposible. Es como una abeja sola; no puede existir; se muere inexorablemente. Afirma rotundamente el Vaticano II: «Dios ha querido salvar a los hombres en comunidad». Más claro, imposible.

TRAICIÓN A LA TRADICIÓN

Es evidente que, con nuestro cristianismo masificado, los cristianos, en una gran mayoría, hemos traicionado la herencia de Jesús. Fijaos qué contradicción. Ora Jesús: «¡Que sean uno para que el mundo crea!» (Jn 17,23). Es decir: Te pido que vivan la amistad, que vivan en comunión, en comunidad, para que los hombres se sientan atraídos por el milagro de su convivencia fraterna. Pues bien, he aquí unos datos que nos hablan de que muchos que están dentro se marchan porque no encuentran la alegría de esa fraternidad que Jesús nos pide. Ya en encuestas de hace quinquenios, las respuestas a porqué tantos cristianos latinoamericanos transmigraban a las sectas era, según el 92% de los encuestados, porque «en los nuevos grupos encontramos amistad», «se preocupan de nosotros», «todos nos queremos como hermanos», «nos ayudamos mucho». Juan Pablo II, en su visita a Tabasco (México), donde tantos han dejado la Iglesia para integrarse en las sectas, vino a decir que comprendía su elección, pero que esperaba su retorno con los brazos abiertos. Un famoso documento vaticano sobre las sectas reconoce: «Mientras los nuevos movimientos religiosos se presentan en comunidades fraternas… nuestra vida cultual es demasiado fría y masificada, en la que los fieles se comportan como simples espectadores de un culto que no les entusiasma».

Muchos de los que hoy se llaman «cristianos», como los contemporáneos de Jesús, andan dispersos «como ovejas sin pastor» (Me 6,34), viven un cristianismo «por libre» (¡un absurdo!), practican una religiosidad individualista (contrapuesta al Evangelio, que es el anuncio de la fraternidad). Son clientes más que miembros vivos de la Iglesia. Lo que Jesús espera de nosotros, por nuestro bien y el de los demás, es que creemos espacios de fraternidad.

Este paso del vivir egoísta al convivir fraterno se hace posible cuando uno se acerca al Maestro y se siente amado personalmente por él. La parábola del buen pastor quiere dejar esto bien claro. Jesús no es el político que nos quiere a bulto, sin conocernos, en medio de una enorme masa anónima. Asegura que nos llama por nuestro nombre (Jn 10,3), nos ama personalmente y ha dado la vida por cada uno de nosotros con un amor explícito, como si cada uno fuera su único hermano. Así lo dijo Pablo y así lo puede decir cada uno de nosotros: «Me amó y se entregó por mí». Negarse a convivir fraternalmente sería hacer fracasar radicalmente el proyecto de Jesús, negarle nuestra respuesta a su amor.

Pero, ¿qué se requiere para formar parte de la comunidad de Jesús? Él lo expresa con toda claridad: «Mis ovejas obedecen mi voz» (Jn 10,27). Pertenecer a la comunidad de Jesús supone participar de su propio espíritu. Y ese espíritu se nos comunica mediante su palabra. «Éstos son mi madre y mis hermanos: los que escuchan mi palabra y la ponen por obra» (Lc 8,20). Podemos decir que discípulos de Jesús son quienes escuchan sus bienaventuranzas, las asimilan y las viven. «No basta decir: ¡Señor, Señor!; es preciso hacer la voluntad del Padre» (Mt 7,21), seguirle como Maestro (Jn 10,4-5).

Los verdaderos cristianos son aquellos que sirven a los hermanos. Esto tiene un nombre: caridad, amor incondicional. «En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

 

TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS

En la comunidad de Jesús no hay lugar para el clasismo, ni niveles de superioridad. En ella nadie es más que nadie. ¡Qué bellamente expresaba san Agustín su relación fraterna con los miembros de su diócesis: «Con vosotros soy cristiano; para vosotros soy obispo. Aquél es el nombre de la dignidad, éste el nombre de la responsabilidad».

El gran drama de la Iglesia no es la escasez de vocaciones sacerdotales, sino la pasividad de los seglares. La Iglesia es un gran cuerpo parapléjico en el que la cabeza lo es todo. Alguien ha dicho certeramente que los seglares han pasado de un pueblo «de» sacerdotes a un pueblo «de los» sacerdotes. No es esto ni mucho menos el proyecto de Jesús ni es tampoco lo que nos quiere decir la alegoría del buen pastor. «En la vida -afirma el filósofo cristiano Gabriel Marcel- no hay sino un dolor: Estar solo». Por eso, la comunidad es, sin duda, el lugar de la alegría.

Atilano Alaiz

Jn 10, 27-30 (Evangelio Domingo IV de Pascua)

Dios da su vida a los hombres en Jesús

Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Ap 7, 9. 14-17 (2ª lectura Domingo IV de Pascua)

Dios enjugará las lágrimas de la muerte

La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Hch 13, 43-52 (1ª lectura Domingo IV de Pascua)

La gracia de Dios es para todos los hombres

La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.

Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes III de Pascua

El pan de vida: el alimento que perdura para la vida eterna

El camino pascual es un proceso mistagógico (una guía de introducción en los misterios cristianos, una profundización de la catequesis prebautismal), que enseña al neófito (y a toda la comunidad que lo acompaña) dónde puede ver al Señor resucitado. Y en esta tercera semana la atención se centra en la Eucaristía: la comunidad cristiana (primer lugar en el que se puede ver al Señor) es una comunidad eucarística. Las experiencias del Señor resucitado narradas por los evangélicos tienen lugar preferentemente en el contexto de la Eucaristía.

El evangelio de Juan presenta la realidad de le Eucaristía por medio del discurso del pan de vida en el capítulo 6. Después de alimentar a la multitud con cinco panes y dos peces, se da un momento de transición, del pan material a la fe. Jesús se preocupa de nuestras necesidades materiales, da de comer a la multitud hambrienta, pero, acto seguido, invita a dar un paso más allá de estas necesidades inmediatas, a pasar “a la otra orilla”, a renunciar a una relación meramente interesada con Dios, como solución extrema de nuestros problemas, cuando no podemos resolverlos por nosotros mismos, para entablar una relación basada en la fe-confianza, la única posible en el asunto de la salvación. El pan material sirve como “signo”, que remite a otra dimensión, la de la vida eterna, la vida en Dios. Se trata de dimensiones íntimamente conectadas, que no es posible separar. Igual que hace Cristo, el que cree en él se preocupa de las necesidades concretas (materiales, psicológicas, espirituales) de su prójimo, el amor se traduce en acciones de solicitud y ayuda a los necesitados. Por eso, precisamente, el dar de comer a la multitud, remediando su hambre física, es signo de esa vida superior. Estamos llamados a preocuparnos de las necesidades materiales de nuestro prójimo: Cristo mismo les da de comer, pero lo hace por medio de nuestras manos. Y como no somos sólo una organización de beneficencia, una ONG, esos gestos de fraternidad se convierten en signos de una realidad superior que ya está operando entre nosotros. Realizando la obra de solidaridad fraterna, invitamos a ir más allá, a realizar la obra de Dios, el paso a la fe en Jesucristo, el verdadero pan de vida. De hecho, si esa solidaridad es “fraterna”, lo es porque vemos en nuestro prójimo, en cualquier persona, a un hermano, hijo del Padre de Jesucristo. Es por la fe en Cristo por lo que conocemos a Dios como Padre y a nuestros semejantes como hermanos.

Es esencial conectar los gestos (signos) de fraternidad con esa fe explícita en el Dios Padre de Jesucristo. En caso contrario, podemos caer en un buenismo ingenuo, sin verdadera confesión (una fraternidad etérea, sin un Padre que nos hermana), o, por el lado contrario, en una confesión intransigente que no nos permite ver en los demás a nuestros hermanos. Aquí vale la confesión valiente, arriesgada y sin irenismo de Esteban, que nos acompaña en estos días.

José M. Vegas cmf

Meditación – San Atanasio

Hoy celebramos la memoria de San Atanasio.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 10, 22-25a):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre. No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor».

Hoy celebramos a san Atanasio (Alejandría, circa a. 300), uno de los Padres de la Iglesia más importantes. Siendo muy joven ya participó en el Concilio de Nicea (a. 325), el primero de los concilios ecuménicos. De ahí surgió el “Credo” que recitamos en la misa de los días festivos.

En aquel tiempo se había difundido la doctrina del presbítero alejandrino Arrio, según el cual el “Logos”, Cristo, no era verdadero Dios, sino un “Dios creado”, un ser intermedio entre Dios y el hombre. Arrio trataba de resolver racionalmente el misterio de la Encarnación del Hijo Divino. Era un intento suicida y vano. Suicida porque diluyendo este misterio no conseguía más que cortar el camino del hombre hacia Dios, haciéndolo inaccesible para nosotros. Vano porque los misterios divinos no son para “liquidar”, sino para contemplar y, contemplándolos, gozar. 

Frente a la herejía arriana, destacó Atanasio como «el apasionado teólogo de la encarnación del “Logos”, el Verbo de Dios que, como dice el prólogo del cuarto Evangelio, ‘se hizo carne y puso su morada entre nosotros’ (v. 14)» (Benedicto XVI). El Concilio de Nicea declaró que el Hijo, el Logos, es «de la misma substancia» (“homooúsios”, consubstancial) del Padre; es Dios de Dios; plenamente divino.

Pero, «la crisis arriana, que parecía haberse resuelto en Nicea, continuó durante décadas con vicisitudes difíciles y divisiones dolorosas en la Iglesia» (Benedicto XVI). En aquel escenario, Atanasio —obispo de Alejandría desde el 328— tuvo que huir cinco veces de su ciudad. Así, se cumplían en él las palabras del Maestro: «Os odiarán a causa de mi nombre (…). Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra» (Mt 10,22-23). Atanasio, sufriendo por la fe, pasó hasta diecisiete años en el destierro.

Sin embargo, aquellos años fueron de gran provecho para la fe cristiana: Atanasio tuvo la oportunidad de difundir en Occidente —en Tréveris y, después, en Roma— la doctrina de Nicea, y también el ideal del monaquismo, fundado y liderado en Egipto por su amigo san Antonio, Abad. Fueron años providenciales: ¡Dios sabe más! Ciertamente, «no está el discípulo por encima del maestro» (Mt 10,24).

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – San Atanasio

SAN ATANASIO, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio de Pascua o de la memoria.

Leccionario: Vol. II

  • Hch 6, 8-15. No lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.
  • Sal 118.Dichoso el que camina en la ley del Señor.
  • Jn 6, 22-29.Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna.

            O bien: Cf. vol. IV.


Antífona de entrada          Cf. Eclo 15, 5
En medio de la asamblea le abrirá la boca, y el Señor lo llenará del espíritu de sabiduría y de inteligencia; lo revestirá con un vestido de gloria. Aleluya.

Monición de entrada y acto penitencial
Hacemos hoy memoria de san Atanasio, obispo de Alejandría en Egipto en el siglo IV y doctor de la Iglesia. Con su palabra y sus escritos defendió tenazmente la naturaleza divina y humana de Jesucristo, contra la doctrina de Arrio, según la cual Cristo no era Dios como el Padre. Por ello tuvo que soportar persecuciones por parte de los arrianos y ser desterrado en varias ocasiones. Finalmente, regresó a la Iglesia que se le había confiado, donde, después de haber luchado y sufrido mucho, murió en el año 373.

Nosotros también estamos llamados, como San Atanasio, a la santidad de vida; sin embargo, fallamos a menudo en nuestro camino hacia ella. Por eso, iniciamos la celebración de los sagrados misterios de la Eucaristía pidiendo perdón a Dios por nuestros pecados.

• Tú, el primogénito de entre los muertos. Señor, ten piedad.
• Tú, el vencedor del pecado y de la muerte. Cristo, ten piedad.
• Tú, la resurrección y la vida. Señor, ten piedad.

Oración colecta
DIOS todopoderoso y eterno,
que hiciste de tu obispo san Atanasio
un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo,
concédenos, en tu bondad,
que, gozando de su enseñanza y protección,
crezcamos sin cesar en tu conocimiento y amor.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Jesucristo es el pan bajado del cielo. Él intercede por nosotros ante el Padre.

1.- Por la Iglesia, para que sus miembros den en todo momento testimonio de su fe. Roguemos al Señor.

2.- Por los diáconos de la Iglesia, para que, como san Esteban, sean colmados de la sabiduría y de la gracia del Espíritu Santo. Roguemos al Señor.

3.- Por los catequistas, que preparan a los niños que recibirán la comunión por vez primera, para que perseveren fielmente en su importante tarea. Roguemos al Señor.

4.- Por los aquí reunidos, para que se fortalezca nuestra fe recibiendo frecuentemente el pan de la eucaristía. Roguemos al Señor.

Concédenos, Padre santo, descubrir y valorar el don de tu Hijo en la eucaristía. Él, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
MIRA Señor, los dones que te presentamos
en la conmemoración de san Atanasio,
y haz que, a cuantos profesamos su fe íntegra,
nos aproveche para la salvación
el testimonio de tu verdad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cor 3, 11
Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Aleluya.

Oración después de la comunión
C
ONCÉDENOS, Dios todopoderoso,
que la verdadera divinidad de tu Unigénito,
que confesamos firmemente con san Atanasio,
por este sacramento nos vivifique y nos defienda siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración después de la comunión
T
E pedimos, Señor,
que guardes a tu familia con bondad incesante,
para que se encuentre libre de toda adversidad
bajo tu protección y viva entregada a ti
con sus buenas obras.
Por Jesucristo, nuestro Señor.