Comentario – Domingo IV de Pascua

El libro de los Hechos nos presenta un relato amplio y pormenorizado de la ‘actividad misionera’ de los apóstoles de la primitiva Iglesia. Porque su actividad fue esencialmente misionera. Y la misión comenzaba con el anuncio o kerigma: Jesús, el desechado (y condenado) por las autoridades judías y paganas, era realmente el Mesías, el Cristo, pues había sido nombrado Juez de vivos y muertos por el mismo Dios que lo había rescatado de la muerte, resucitándolo. Este anuncio se dirigió en primer lugar a los judíos. Ellos eran los primeros destinatarios de las antiguas profecías.

Por eso, el lugar elegido por los apóstoles para esta misión eran sobre todo las sinagogas. Allí se proclamaban las Escrituras sagradas y se leían las profecías referidas al Mesías. Así lo confirman los ‘hechos’ de Pablo y Bernabé, que forman parte de esta magnífica epopeya que constituye el relato de los Hechos de los Apóstoles; pues Pablo y Bernabé, sin ser del grupo de los Doce, eran sin embargo también apóstoles, es decir, enviados para la misión por parte de la Iglesia.

La escena narrada en este pasaje de los Hechos sitúa a Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia (al suroeste de la actual Turquía) procedentes de Antioquía de Siria, que era la iglesia madre de la que habían partido para la misión. Se trata del primer viaje misionero del Apóstol. Y allí, en la sinagoga, centro que reunía a la comunidad judía de la ciudad, Pablo anuncia el evangelio.

Evidentemente los primeros destinatarios de su mensaje eran los judíos. Pablo les recuerda su historia de salvación, deteniéndose en un punto que él considera culminante: el representado por Jesús de Nazaret, que ha resultado ser el Cristo, Aquel en el que encuentran cumplimiento todas las profecías del AT, el que había muerto en el patíbulo de la cruz, pero a quien Dios había resucitado de entre los muertos, haciéndoselo ver a testigos escogidos, entre los cuales se encuentra él mismo como el último de los agraciados. Nada había escapado a los designios de Dios. La gente que le escucha con interés le pide que les siga hablando el próximo sábado. Y llegado el Sábado, casi toda la ciudad acude a oír la palabra de Dios de labios de Pablo.

Los dirigentes judíos (y entre ellos probablemente el rabino jefe de la sinagoga) se asombran de tan gran convocatoria, sienten envidia y se proponen boicotear la reunión, respondiendo con insultos a las palabras del apóstol judeo-cristiano. Esta confrontación con los judíos impulsó a los apóstoles a orientar su campaña misionera a otros espacios más abiertos como el de los gentiles: como rechazáis la palabra de Dios –les dicen- y no os consideráis dignos de la vida eternasabed que a partir de ahora nos dedicaremos a los gentiles.

Es el momento en que la misión, «potencialmente» universal –puesto que Cristo ha venido como salvador del mundo-, se hace universal «en acto». El «hecho» refleja a la perfección el drama que se vivió en su momento: la ruptura entre el judaísmo (ya tradicional) y el cristianismo naciente, que no es aceptado en el seno de la comunidad judía, puesto que ésta les expulsa como cismáticos. Son miembros de la comunidad judía que ya no tienen cabida en ella porque pretenden hacer de ella otra cosa: una comunidad cristiana, introduciendo en su seno los criterios «reformistas» del así proclamado Cristo, que se presenta como luz del mundo y por ello también de la tradición judaica.

Pero el hecho, siendo dramático, no afecta demasiado a los apóstoles. Pablo y Bernabé ven en este rechazo por parte de los judíos la transparencia de un designio divino. Dios les está señalando a la humanidad entera como destinataria de la misión; porque la misión cristiana es universalId al mundo entero, les había dicho el mismo Jesús. Las fronteras de la misión no son otras que las de la tierra habitada por el hombre, las fronteras de la humanidad, puesto que el que ha venido como luz del mundo hace de su apóstol luz de los gentiles, de modo que pueda ser salvación hasta el extremo de la tierra, es decir, para todos los que quieran acogerla entre los habitantes de la tierra.

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho, y los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron. Así comenzó a difundirse la palabra del Señor por toda la región, y con ella la fe en Jesús, el Cristo, y el cristianismo; porque la fe vinculaba a una comunidad creyente donde se vivía y se celebraba el acontecer de la Palabra. Y todo esto en medio de persecuciones y destierros.

Ya Pablo y Bernabé tuvieron sobrada experiencia de estas tribulaciones. Nada más iniciar su «cruzada» fueron expulsados del territorio por las señoras distinguidas y principales de la ciudad. Es como si la persecución formara parte de la misión. Ellos se limitaron a sacudirse el polvo de los pies en señal de protesta para marcharse de inmediato a otra ciudad. Pero Antioquía ya había sido sembrada de cristianismo: allí quedó una comunidad ferviente de discípulos que rebosaban de alegría y de Espíritu Santo.

Las persecuciones sufridas por los apóstoles se convertían así en un factor de movilidad que contribuía al incremento de la fe cristiana. Muchas de ellas producirán mártires como presagia el libro del Apocalipsis. Son esa inmensa muchedumbre que acompaña al Cordero, ya entronizado, vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos; son los llegados de la gran tribulación en la que lavaron y blanquearon sus mantos con la sangre del Cordero, es decir, mezclando su sangre con la misma sangre derramada por Cristo.

Nosotros, si creemos y porque creemos, podemos decir que pertenecemos al número de los destinados a la vida eterna, que es la vida que da el Buen Pastor a los que son sus ovejas. Y «sus ovejas» son aquellos que escuchan su voz y le siguen. «Oír su voz» hoy es escuchar su palabra antes que cualquier otra palabra, otorgándole mayor crédito que a cualquier otra palabra; es habituarse –algo que implica hábito de escucha y de lectura- a ella, familiarizarse con ella, meditarla, interiorizarla, dejar que resuene en nuestra oración como la voz que nos llega de Dios. El buen Pastor sólo puede cumplir su tarea si su voz es reconocible por sus ovejas, de modo que sea luz y guía para ellas; y ellas sólo podrán aprovecharse de esta luz y esta guía si le escuchan y se dejan guiar por los intrincados y tantas veces entenebrecidos caminos de la vida.

Pero la voz del Pastor no nos llega hoy directamente, sino a través de otros conductos humanos, a través de la Iglesia apostólica que la guardó para nosotros en las Escrituras y la transmitió por otras vías y a través de la Iglesia de nuestro tiempo que la sigue proclamando, y estudiando, y meditando, y explicando, que la sigue predicando por boca de obispos, sacerdotes, catequistas, profetas. Mantenernos en el ‘redil’ de su Iglesia es siempre una garantía de verdad y de vida, que nos permite confiar en las palabras de Jesús: nadie las arrebatará de mi mano; pues es el Padre el que me las ha dado y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre, si el Padre no quiere que se las arrebaten.

Son palabras que inspiran confianza. Pero suponen una condición: que nos mantengamos ovejas de su rebaño, a la escucha de su voz de buen Pastor. Y ¿dónde encontrar su rebaño y su voz si no es en su Iglesia? Hoy, jornada mundial de oración por las vocaciones, pidamos para que siga habiendo vocacionados a hacer resonar la voz de Cristo en medio de nuestro mundo, un mundo situado en la encrucijada, sin saber qué camino tomar. Cristo, el que se autoproclamó Camino, Verdad y Vida, sigue siendo la gran oferta de la Iglesia misionera para los hombres de hoy. Si queremos alcanzar la vida (en plenitud) hemos de hacer este camino que trazó él mismo con sus propias pisadas.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo IV de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO IV DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo, el Señor, las conozco a ellas. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo, el Señor, las conozco a ellas. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

Tú que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
— conviértenos a nosotros en piedras vivas de tu Iglesia.

Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
— haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.

Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
— haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.

Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
— concede a todos los bautizados, perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
— alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado III de Pascua

¿También vosotros queréis marcharos?

1. Oración introductoria.

Señor, esa pregunta tuya tan directa, tan provocadora, lanzada de corazón a corazón, no puede pasar desapercibida en mi vida de fe. Haz que te conteste hoy no con respuestas teóricas ni evasivas, sino con la verdad de mi vida. Quiero contestar con toda verdad, con toda sinceridad. Y ya, de entrada, te digo que me falta mucho para un auténtico seguimiento, pero soy sincero cuando afirmo que, en mi intención quiero seguirte de corazón y decirte: ¿Adónde voy a ir yo sin Ti?

2.- Lectura reposada del evangelio Juan 6, 60-69

En aquel tiempo muchos discípulos de Jesús al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?… El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

3.- Qué dice el texto

Meditación-Reflexión

Siento la pregunta de Jesús hoy sobre mí: ¿También tú te quieres marchar? Y siento que me sale de mi corazón la misma respuesta de Pedro: Señor, ¿adónde voy a ir yo sin Ti? Tengo ya muchos años viviendo contigo, muchos años juntos en un mismo camino. Yo sí que te he defraudado, no he respondido a lo que Tú, desde siempre, has esperado de mí. Y lo siento de todo corazón. Pero Tú, Señor, siempre has sido fiel conmigo, nunca me has dejado, nunca te has cansado de mí. Por eso creo que soy sincero cuando te digo: ¿Adónde voy a ir yo sin Ti? De verdad que me siento perdido. Si Tú desapareces de mi vida es como si me faltara el aire, como si me faltara el pan y el agua, como si mis pies no encontraran firmeza en el suelo. Sin Ti, vendría el derrumbamiento total de mi vida. Creo que hay un modo de decirte que sí: es el no poder ya decirte que no.

Palabra del Papa

«¿También vosotros queréis marcharos?» Esta pregunta provocadora no se dirige sólo a los que entonces escuchaban, sino que alcanza a los creyentes y a los hombres de todas las épocas. También hoy muchos se escandalizan ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece «dura», demasiado difícil de acoger y de practicar. Entonces hay quien rechaza y abandona a Cristo; hay quien trata de adaptar su palabra a las modas desvirtuando su sentido y valor. «¿También vosotros queréis marcharos?» Esta inquietante provocación resuena en el corazón y espera de cada uno una respuesta personal. Jesús, de hecho, no se contenta con una pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en su pensar y querer. Seguirle llena el corazón de alegría y da sentido pleno a nuestra existencia, pero comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra corriente”. (Benedicto XVI, 23 de agosto de 2009).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.-Propósito: Ofrecerle hoy a Dios, de todo corazón, alguna alegría, aunque sea pequeña.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración

Señor, gracias porque tu palabra hoy ha revuelto algo profundo de mi vida, me ha cuestionado, me ha inquietado, me ha hecho pensar. Y he llegado a esta bonita conclusión: Sin Ti yo no puedo vivir. Eres lo mejor de mí mismo. Haz conmigo lo que quieras, pero no te separes nunca de mí. Yo quiero seguir viviendo y mi vida sin ti no merece llamarse vida sino muerte.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

Sinfonía pastoral

1.- “Dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y nadie las arrebatará de mi mano”. San Juan, Cáp. 10. Cuando la Biblia compara a Dios con un pastor, parece que escucháramos la sexta sinfonía de Bethoven, entre un fragor de batallas y las diatribas de los profetas. Despierta entonces allá lejos el salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar”. E Isaías añade: “Yahvé como un pastor apacienta su rebaño, su mano lo reúne. Lleva en sus brazos los corderos y cuida de las madres”. Después san Juan podrá escribir: “Yo soy el buen pastor, el que da la vida por sus ovejas. Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”. Para terminar con aquel texto de san Mateo que dulcifica la escena del juicio final: “Vendrá el Hijo del hombre, como un pastor que separa las ovejas de los cabritos”.

2.- Sobre los rasgos de una cultura agraria que tales textos nos revelan, descubrimos que son tres las tareas de un buen pastor: Congregar el rebaño. Conducirlo a verdes prados y frescas aguas. Defenderlo de fieras y ladrones. Además, en otra página, san Juan asegura que el pastor conoce a las ovejas por su nombre y cuando las llama, pueden ellas distinguir su voz. Formas éstas simbólicas para expresar el amor del Señor a nosotros: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.

También Jesús se dibuja a sí mismo en aquella historia de un pastor que tenía cien ovejas. Y cuando una de ellas se extravió, dejó las noventa y nueve en el desierto, para ir en su busca hasta encontrarla. A sus hombros la regresó al redil. Fue entonces enorme su alegría, que emocionado compartió con amigos y vecinos.

3.- Pero este noble oficio de conducir a los hermanos, Cristo ha querido compartirlo con todos aquellos que en la sociedad o en la Iglesia, tienen capacidad de servicio. De allí la condición de pastores de cuantos están constituidos en autoridad, la cual si busca poder, se profana y envilece. Un secreto que han comprendido, muchos gerentes, obispos, profesionales, sacerdotes, educadores, políticos, madres y padres de familia. Al fin y al cabo todos somos pastores y pastoras, cada cual a su modo, dentro de este pueblo de Dios, sin tampoco perder nuestra condición de ovejas.

4.- Cierto copista contemporáneo se atrevió a alterar las cifras en aquel capítulo 15 de san Lucas: Escribió que “en cierto país, hubo un pastor que tenía cien ovejas, y un buen día se le extraviaron noventa y nueve. Entonces se dijo solamente: ¡Allá ellas! Y se dedicó con gran esmero a cuidar la ovejita fiel. La mimaba, la alimentaba con sus mejores manjares. La hacía dormir en su seno, como aquella del profeta Natán. Y cuando los amigos y parientes le celebraron una fiesta, ese hombre les dijo: ¡Mirad qué buen pastor soy yo, mirad qué hermosa oveja tengo!”. El tal copista tuvo serios problemas con la autoridad eclesiástica, que se molestó enormemente, sobre todo por una apostilla al margen que decía: «Todo parecido con la realidad de ciertas parroquias y grupos apostólicos, que se preocupan solamente de la gente buena, no es mera coincidencia”.

Gustavo Vélez mxy

Comentario – Sábado III de Pascua

Jn 6, 60-69

Vamos a ver hoy el efecto que el discurso de Jesús hizo al auditorio:

— el escándalo y el rechazo de la gran mayoría…

— la mayor fidelidad de los doce apóstoles…

Los otros tres evangelistas han notado también este momento crucial en la vida de Jesús: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes. Al final de este capítulo no quedarían más que los Doce para constituir el «pequeño resto», germen de la futura comunidad de los creyentes.

La fe no es ante todo una «enseñanza», casi podría decirse que es un «compromiso», un «requerimiento’: hay que elegir… y muchos se van.

Muchos de sus discípulos gritaron: » ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas?»

«¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?»

Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará.

«¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?…»
Se trata pues efectivamente de un misterio «divino» para las simples fuerzas humanas. Jesús alude a su «ser» divino: va a subir «allá donde antes estaba». Solamente por la razón o la inteligencia humana la eucaristía no podrá ser nunca explicada. El hombre no puede sino encontrar absurdas las palabras de Jesús… a no ser que se ponga, de entrada, en una perspectiva de humildad.

“El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que Yo os he hablado, son Espíritu y son Vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen”.

Las palabras de Jesús sobre la eucaristía más que todas las demás Palabras suyas, presuponen la acción del Espíritu Santo.

Nos encontramos, verdaderamente, en el núcleo del evangelio. Después de todo esto ¿cómo podría reducirse el evangelio a una predicación moral y aún generosa— «amaos los unos a los otros»—. Hay un aspecto abrupto del evangelio, que el mismo Jesús no atenúa en absoluto, al riesgo de ver, en fin de cuentas, disminuir considerablemente el número de sus discípulos.

A partir de este momento, muchos de sus discípulos se alejaron y dejaron de ir con El. Entonces, Jesús dijo a los Doce: «¿Queréis iros vosotros también?»

«Yo no os retengo…» parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio.

Simón Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios.»

Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos.
Así, Jesús parecer terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia.

Pero la Iglesia está ya aquí, en estos «doce» que confían en El. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa «confesión de Cesárea». San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas.

Noel Quesson
Evangelios 1

Enviados a transformar el corazón del mundo

1.- La imagen bucólica del pastor no es la que encarna Jesús en este evangelio. Él es el Buen Pastor «que da la vida por las ovejas». Sin haber cometido pecado sufre la pasión por nosotros, carga con nuestros pecados, sube al leño para curarnos. “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Salmo 99) y, por eso, nos defiende de todo peligro, no perecemos y nadie puede arrebatarnos de su mano. No hay otro guía que nos conduzca por verdes praderas y nos dé la vida eterna. Preguntémonos, ¿a quién seguimos?, ¿quién es nuestro pastor?, ¿qué voces seguimos? El Señor nos advierte sobre los falsos pastores, que se aprovechan del pueblo, se apacientan a sí mismos. Por sus frutos les conoceréis…..

2.- En este IV domingo de Pascua la Iglesia celebra la jornada Mundial de Oración por las vocaciones. El lema de este año es “Haz latir el corazón del mundo”. Jesús en el evangelio de hoy nos dice que las ovejas escuchan su voz y le siguen. La iniciativa de la llamada la toma el Señor, que nos conoce por dentro. El sale al encuentro del corazón, que lleno de ilusión, se contrae y responde “Sí” a la llamada divina. Es entonces cuando la persona, tocada por el amor de Dios, se convierte en motor dentro del interior de la humanidad, haciendo latir el corazón del mundo.

3.- No es fácil hacer latir el corazón del mundo. No lo fue tampoco al principio de la predicación evangélica. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo Pablo y Bernabé son perseguidos por los propios judíos tras su testimonio en la sinagoga de Antioquia de Pisidia. A pesar de todo, y después de sacudirse el polvo de los pies, todos “quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. Hay muchas actitudes y comportamientos en nuestro mundo que reflejan que alguno de los sentidos del corazón está dañado: el egoísmo, el apego a las cosas terrenales y pasajeras, el ansia de dominio, la búsqueda de la propia satisfacción por encima del bien común, el olvido del hermano necesitado….Es necesario, hoy más que nunca, la presencia del creyente comprometido en la transformación del mundo. El corazón no es simplemente una parte de nuestro organismo, sino que representa a toda nuestra persona. El corazón se relaciona con el exterior a través de los ojos y los oídos, que perciben la realidad exterior, y hace una llamada a la boca y a las manos para actuar con palabras de denuncia y aliento, y con acciones concretas para ayudar al que se siente pobre y desvalido

4.- De lo que hemos visto y oído damos testimonio, como los Apóstoles. Ahora nosotros somos los apóstoles “enviados” por Cristo. Necesitamos comunicar a los demás lo que hemos descubierto en nuestro interior. Es un tesoro que no podemos guardar para nosotros mismos, puesto que lo que no se da se acaba perdiendo. Compartirlo es lo que da sentido y gozo a nuestra vida. Aquél que escucha la llamada de Dios se siente enviado también por la comunidad, pues es al servicio de la Iglesia-comunión como puede ser ese grano de mostaza que haga crece el Reino de Dios, hasta convertirlo en la civilización del amor, latiendo en medio del mundo un nuevo corazón capaz de humanizarnos a todos. Así nos sentiremos de verdad hijos del mismo Padre, hermanos de todos. ¡»Buen Pastor» guíanos, llévanos de tu mano, no nos alejaremos de ti, pues sabemos que sólo contigo tenemos la vida, y vida abundante para todo el mundo!

José María Martín OSA

El discípulo amado

1.- «En aquellos días, Pablo y Bernabé, desde Perge, siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento» (Hch 13, 14) Una instantánea de los primeros tiempos. Una escena que se repetirá con frecuencia. Pablo y Bernabé son dos de los muchos que cruzaron tierras y mares para sembrar la semilla de Dios. Todo el mundo de entonces se iba iluminando con ese puñado de ideas sencillas que Cristo había sembrado a voleo en un rincón del Oriente Medio.

Aquellos primeros misioneros entran en la sinagoga y toman asiento entre la multitud. La sinagoga era el lugar donde se reunían los judíos y los paganos prosélitos del judaísmo para oír la palabra de Dios. Después de leer el texto sagrado, alguno de los asistentes se levantaba para comentar lo que acababa de leer. Pablo y Bernabé se levantarán muchas veces para hablar de Cristo. Partiendo de las Escrituras, ellos mostraron que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador del mundo. La gente buena y sencilla escucha y acepta el mensaje. La fe brotaba, la luz de Cristo llenaba de claridad y de esperanza la vida de los hombres.

Hoy también van y vienen los apóstoles de Cristo, hoy también suena la voz de Dios, sembrando palabras llenas de luz, semillas portadoras de alegría y de paz. Sólo los corazones limpios, sólo las almas sencillas percibirán la fuerza y el resplandor de las palabras de Dios; sólo la gente buena y humilde se despertará al esplendor de la fe.

«Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo…» (Hch 13, 45) Aquellos judíos, los hijos de Israel, que habían recibido las promesas, los herederos de la fe de Abrahán, el pueblo elegido, mimado hasta la saciedad por Dios; ellos, los judíos precisamente, van a poner las mayores trabas al crecimiento de la naciente Iglesia. Perseguían a los apóstoles de ciudad en ciudad, los calumniaban, soliviantaban a las autoridades y al pueblo contra ellos, contra los que predicaban a Cristo, los que hablaban de perdón y de paz.

La envidia les recomía. No podían soportar el triunfo de aquellos andariegos, no permitían que hablasen de una salvación universal, no sufrían aquel entusiasmo de los paganos por el mensaje cristiano. Y se revuelven como fieras, creyéndose en la obligación de apagar, sea como sea, el fuego de aquellas palabras encendidas. Líbranos, Señor, de la envidia, de la celotipia baja y absurda. Que no nos escueza el triunfo de los otros, que no pongamos la zancadilla a los que suben, que no frenemos con nuestras insidias el motor que tú has puesto en marcha.

Y gracias porque no hay vallas que puedan parar lo que tú impulsas; gracias porque, a pesar de tantas mentiras, de tantas intrigas, las aguas seguirán pasando a través de las montañas. Haz, Señor, que sigamos caminando por la senda que tú marcaste, y que tracemos rutas nuevas con el paso recio y alegre de nuestras pisadas.

2.- «Servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores…» (Sal 99, 2) La alegría es consecuencia lógica de la fe en nuestra condición de hijos de Dios. Es una de las manifestaciones más elementales de la virtud teologal de la esperanza. También hay que decir que la alegría ha de ser la tónica habitual de la caridad, ya que es imposible creer en la autenticidad de un amor profundo, que no transmita a quienes ama un poco de paz y de gozo.

Por todo ello, la alegría es una virtud elemental en la vida de un cristiano, ya que si es un hombre triste dará la impresión de que su fe en la bondad y omnipotencia de Dios es algo falso y vacío. ¿Cómo se puede tener a Dios por Padre y estar triste? ¿Cómo se puede creer en la vida eterna y vivir como si todo hubiera de acabar aquí abajo? Con razón dice san Pablo que Dios ama al que da con alegría, gustosamente. Vivir alegre es como decirle al Señor, no con palabras sino con obras, que creemos en él, que confiamos en su amor, en su bondad sin límites.

«Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo…» (Sal 99, 3) Sí, somos propiedad de Dios, le pertenecemos como algo muy querido, algo que él ha obtenido a muy alto precio, la sangre y el sufrimiento de su propio y único Hijo. Basado en este hecho es también el Apóstol Pablo quien afirma que si Dios no dudó entregarnos a su Unigénito, tampoco dudará en darnos cuanto necesitemos. Por eso asegura que ni el dolor, ni el hambre, ni la persecución, ni la muerte misma le separarán del amor de Cristo.

Alegría serena y recia que comporta la paz del alma. Alegría compatible con la contradicción y el pesar hondo, que la vida lleva a veces consigo. Alegría que brota espontánea de la firme convicción de ser hijo de Dios, de la certeza de ser amado por Dios… El salmo nos dice también que el Señor es bueno y que su misericordia es eterna, con una fidelidad que dura por todas las edades. Así hemos de creerlo, a pesar de nuestras posibles tristezas, y para eso acudiremos a Dios suplicándole que nos encienda la esperanza y podamos vivir siempre, pase lo que pase, con la alegría de los hijos de Dios en el corazón.

3.- «Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa…» (Ap 7, 9) San Juan nos sigue narrando lo que vio desde la isla de Patmos, lo que contempló en aquellas revelaciones grandiosas que le descubrieron los hondos arcanos del más allá. Y nos dice el texto que vio una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar. Hay en estas palabras una tautología, es decir, una repetición de lo mismo con distintas palabras. Con decir que aquella muchedumbre era inmensa, ya estaba dicho que no se podía contar. Y sin embargo, lo repite con otras palabras, intentando así que la idea quede bien clara, puesto que es muy importante, para que comprendamos que serán muchos los que entrarán en el Reino de los Cielos, para que no nos atrevamos a poner límite a la misericordia de Dios, para que no seamos como esos que se empeñan en afirmar que los que se salvarán serán tantos y cuántos.

No, para la misericordia de Dios no hay medida. Cuando alguien le pregunta a Cristo por el número de los que se salvan, Jesús responde sin dar cifras; se limita a decir que hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha, pues muchos serán los que busquen entrar y no podrán. Es decir, que hemos de luchar por ser buenos cristianos, esforzarnos por ser mejores cada día. Aunque no acabemos de conseguirlo. Lo importante es intentarlo cada jornada, cada momento. Y, así, después de cada fallo, pedir perdón y proponer seriamente enmendar la plana. Eso es entrar por la puerta estrecha, eso es caminar por la senda escarpada que conduce a la salvación.

«Estos son los que vienen de la gran tribulación…» (Ap 7, 14) Uno de los ancianos explica a san Juan que todos esos son los que pasaron por la gran tribulación, los que lavaron sus vestidos con la sangre del Cordero. Se refiere en primer lugar a los mártires, a los que vertieron su sangre por proclamar su fe en Cristo. Pero también podemos incluir a todos esos mártires que lo son sin derramamiento de sangre, esos que van quemando sus días, uno a uno, en el trabajo honrado y bien hecho, en la fidelidad exquisita al deber de cada momento, en la entrega generosa y desinteresada a un ideal noble.

Porque eso sí, para participar en la victoria hay que tener parte en el combate. No podemos pensar que salvaremos nuestras almas, si no procuramos antes perderlas en favor de los demás. Sólo así entraremos en el Reino, pero sólo entonces. Por tanto, el que no lucha, el que no se hace violencia a sí mismo, el que no se esfuerza con denuedo y tesón para cumplir sus compromisos de cristiano, el que no es militante con Cristo, tampoco será triunfador con él. Hemos de convencernos de una vez: el premio de una felicidad eterna, bien vale la pena de una lucha temporal. No lo olvidemos, los padecimientos de la vida presente no son nada en comparación con los gozos de la gloria futura.

4.- «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10, 27) En el rescoldo de la Pascua vuelven a resonar las palabras que el Maestro pronunció antes de morir. Después de su resurrección todo aquello que dijo adquiere una profundidad nueva, una luminosidad distinta. Se descubre entonces todo el valor que su mensaje tiene. Por algo dijo el Señor que, después de su partida, el Espíritu les recordaría sus palabras y los conduciría a la Verdad. En un primer momento ellos no comprendieron perfectamente lo que el Maestro les enseñaba, pero luego penetrarían extasiados en las palabras que conducen a la vida eterna, que nos transmiten, como en gozoso adelanto y primicia, esa felicidad sin fin.

De todos los apóstoles, el que más tardó en poner por escrito sus recuerdos fue san Juan. Antes de redactar su evangelio, él lo predicó una y mil veces, y sobre todo lo meditó. Cuántas horas de oración intensa del Discípulo amado, cuántos momentos de intimidad con el Maestro en el silencio rumoroso de la contemplación. El espíritu de Juan se elevaría con frecuencia hasta las cimas de la más alta mística. A él, como sabemos, se le simboliza con el águila, esa ave gigante que alza el vuelo majestuoso sobre las más altas nubes, que penetra con su mirada las distancias más remotas, que mira al sol de hito en hito.

Por todo ello, cuando él escribe, sus palabras adquieren una luminosidad nueva y maravillosa. El mismo Espíritu que inspiró a los otros evangelistas estaba detrás de su pluma. Pero Dios, el Autor principal, aceptó siempre el modo de ser de cada uno de los autores secundarios, apoyó su propia idiosincrasia, respetó al máximo su libertad. Juan fue siempre un apasionado, un hombre que sabía querer con ternura y fortaleza a un tiempo, que intuía más que discurría. Quizá por todo eso Jesús le prefirió a los demás. Además era el más joven y tenía el corazón limpio y cálido de la virginidad.

Juan recordaba con emoción cómo Jesús hablaba de su rebaño, su pequeña grey por la que daría su vida derramando hasta la última gota de su sangre: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano…” Juan había escuchado al Maestro como quien bebía sus palabras. Ahora nos invita a nosotros a escuchar de la misma forma, a que hagamos vida de nuestra vida la enseñanza divina de Jesucristo. Sólo así alcanzaremos la vida que nunca termina, seremos copartícipes de la victoria grandiosa de Jesucristo sobre la muerte, nos remontaremos hasta las cimas de la más alta gloria que ningún hombre puede alcanzar, la cumbre misma de Dios.

Antonio García Moreno

Jesús el prototipo del bueno Pastor

“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco” (Jn 10,27-30)

1.- LA FIGURA DEL BUEN PASTOR NOS INTERPELA A:

-Ser menos jefes y más pastores de la Iglesia

-Pedir a DIOS que necesitamos más pastores en su Iglesia y menos jefes en la iglesia

-A no poner excesivo peso en los hombros de los demás y a cargar, cuando haga falta, con aquel que –tal vez- está un poco cansado

-A no conformarnos con aquellos que están alrededor y sí a, salir de nuestro círculo con valentía, para recuperar a los que hace tiempo se perdieron, los perdimos o los dejamos escapar.

2.- LA FIGURA DEL BUEN PASTOR NOS URGE A:

-No ser funcionarios eclesiales y sí personas que quieren ser felices llevando el mensaje de Jesús.

-Mirar a los ojos a los que, tal vez, hemos olvidado o marginado porque nos resultaban incómodos o proféticos para nuestra vida.

-Realizar un esfuerzo mayor en el conocimiento, y menos en los juicios, sobre aquellos a los que desde nuestra posición privilegiada castigamos con el látigo de la indiferencia.

4.- LA FIGURA DEL BUEN PASTOR NOS EMPUJA A:

-Preguntar por aquellos que, tal vez, se encuentran inmersos en mil soledades, al borde del “crac” personal o de una “ruptura existencial”.

-Interesarnos por aquel al que le pusimos veto en nuestro redil.

-Curar las heridas producidas por la excesiva dureza del cayado con unos o…por la blandura y el consentimiento del mismo cayado con otros.

5.- LA FIGURA DEL BUEN PASTOR NOS ENSEÑA A:

-Salvar a personas, con nombres y apellidos concretos, que viven circunstancias de orfandad y de decepción, de pasotismo o indiferencia.

-A comprender y liberar (no indagar) en las historias personales de aquellos que viven bajo el peso de ellas. Si Dios perdona… ¿nosotros por qué no?

-A dar la vida (en gestos y palabras, en decisiones y cercanía) no a los pocos que tal vez eclipsan la realidad donde vivo sino, también, por aquellos otros que han visto para siempre algunas puertas.

6.- LA FIGURA DEL BUEN PASTOR NOS INVITA A:

-Poner menos empeño en actividades, reuniones y delegaciones….y a interesarnos más por aquellos pastores que dando el todo de su vida se encuentran al borde de muchos precipicios.

-Cerrar el paraguas de tantas ideas que gastan a las personas y que se quedan sobre la mesa y…a recorrer muchos caminos que nos llevan a esas personas, a sus circunstancias y a su realidad concreta.

-Construir una Iglesia donde, de verdad, sintamos la presencia del Pastor (Jesús) por el testimonio, la palabra, el interés, la cercanía, la comprensión, etc., a través de aquellos pastores que hablan y actúan en su nombre.

7.- ¡SI… BUEN PASTOR!

Que a tus hombros recoges
Lo bueno y lo mezquino de mi vida

Que cargas sobre ti
La grandeza que te prometí
Y la pobreza en la que me hundí.
Pastor…Pastor bueno y prudente
Que en los mil caminos de mi vida
Me hiciste esquivar
Aquellos que me conducían al abismo
Y me enseñaste los otros
Que ponían delante de mis ojos
La alegría y la vida,
El encanto y el ensueño
La fe y la esperanza

¡Sí..Buen Pastor!
Y nosotros ovejas de tu rebaño
Siguiéndote a horas y por momentos
Y perdiéndonos cuando Tú más empeñado estaba.
En seguir sosteniéndonos con tu mano

¡Pastor Bueno!
¡Si Buen Pastor!
En las cañadas donde hoy nos canta y reverdece la primavera
Seguimos teniéndote como el compañero que nunca falla
Como el Dios que siempre espera
Como el Señor que nos tiene preparado al final de nuestra existencia
Prados donde nunca se hace invierno
Fuentes que sacian para siempre al sediento
Pan vivo para nunca bajar del cielo…
Si. Pastor Bueno…
Que conoces una a una, con nombre y apellidos,
Las almas de los que en ti creemos.
Amén.

Javier Leoz

La ternura de Jesús

1.- Nadie las arrebatará de mi mano. No olvidemos que este cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor. Jesús nos dice que estamos en las manos de Dios y que nadie puede cuidarnos con más ternura y solicitud que Él. Esta es una verdad consoladora para todos los que creemos en la bondad de un Padre misericordioso y atento a nuestros desvelos y necesidades. En algunos momentos, la vida puede llegar a ser muy dura para cualquiera de nosotros: las enfermedades, los problemas familiares y sociales, el paro, la violencia y el terrorismo, la inmigración masiva y descontrolada, etc., pueden envolvernos y zarandearnos con violencia y desconcierto en más de una ocasión. Parece que se nos hunde el suelo y que vamos a caer al vacío. La certeza de que a nuestro lado, llevándonos de la mano, está un Padre –Buen Pastor que nos protegerá y nos librará de todos los peligros, es una certeza evidentemente consoladora. No nos va a librar de las dificultades, pero nos va a dar fuerza para vencerlas. La vida va a seguir siendo dura, pero nosotros vamos a estar sostenidos y animados por un Espíritu que nos da fortaleza y sostiene nuestro esfuerzo. Es el Espíritu de Jesús de Nazaret que nos sostiene con las manos del Padre y no va a permitir que nada ni nadie nos arrebate de su mano. Estamos en buenas manos y podemos descansar vigilantes y tranquilos.

2.- Sabed que nos dedicamos a los gentiles. Ni Pablo, ni ningún predicador cristiano desprecia nunca a nadie. Si Pablo y Bernabé abandonan ahora la predicación a los judíos no es por su gusto, sino a su pesar. Es porque ellos, los judíos, rechazan libre y resueltamente, la palabra de Dios. Dios nos invita a creer en Él, pero no nos fuerza, ni obliga. Es verdad que la gracia de Dios es, como su nombre indica, gratuita, pero no es menos verdad que esta gracia de Dios sólo será eficaz en nosotros, si libre y responsablemente la aceptamos y nos dejamos empujar y guiar por ella. Ellos sacudieron el polvo de los pies, pero no porque ellos hubieran decidido huir, para evitar riesgos o dificultades, sino porque fueron expulsados del territorio. No olvidemos que este fue un momento no sólo importante, sino trascendental para la primitiva Iglesia cristiana. En este momento, la primitiva Iglesia de Jesús comienza a ser católica, es decir, universal. Juan y Santiago, el hermano del Señor, se quedan en Jerusalén, en el mundo judío, mientras que Pablo y Bernabé se dedicarán a predicar la palabra de Dios a los gentiles. Ya no habrá distinción de raza, ni de lengua, ni clase social entre los verdaderos seguidores del Maestro. Cristo quiere ser el único Pastor del único rebaño, que es el mundo entero.

3.- El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ellos son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Es la vida y la sangre de Cristo la que nos salva, la vida de Cristo ha sido una vida redentora, por eso ahora puede acampar entre nosotros, para librarnos del hambre y de la sed, del sol abrasador y del bochorno. También nosotros hemos sido atribulados por múltiples dificultades y sinsabores en nuestra vida, porque la vida humana es, muchas veces, una gran tribulación, pero la presencia entre nosotros del Cordero de Dios nos da fuerza y consuelo en medio de todas las adversidades. Precisamente porque Él acampa entre nosotros, como Buen Pastor, y enjuga las lágrimas de nuestros ojos, podemos sentirnos espiritualmente seguros y tranquilos. Las palabras que Pablo pronunció, en momentos en los que se vio acosado por la incomprensión y la persecución, pueden sentirnos ahora de aliento a nosotros: Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá vencernos? Ni la persecución, ni el hambre, ni la misma muerte podrán nunca separarnos del amor de Cristo. No porque nosotros seamos, por nosotros mismos, fuertes e invencibles, sino porque el que ha vencido a la muerte acampa entre nosotros.

4.- Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. No somos nosotros los que primero le hemos elegido a Dios, ha sido Dios el que primero nos ha elegido a nosotros, no somos nosotros los que primero le hemos amado a Él, sino que ha sido Él el que primero nos ha amado a nosotros. Por eso, somos su pueblo y ovejas de su rebaño. El saber que somos de la familia de Dios, sus hijos, es, evidentemente, un gran honor para nosotros, pero no olvidemos que es también una gran responsabilidad. Si queremos ser de verdad y parecer de hecho de la familia de Dios, deberemos portarnos y comportarnos como verdaderos hijos de Dios, hermanos de Jesús de Nazaret, siempre mansos y humildes de corazón con todos nuestros hermanos. Él no vivió, ni murió para sí, sino para darnos vida y librarnos de la muerte a nosotros. También nosotros deberemos vivir para los demás, sobre todo para los más débiles y necesitados, dándoles vida y rompiendo las cadenas injustas que les esclavizan y les atan a la muerte social o sicológica. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las naciones, nos dice el salmo. Vamos a intentar nosotros ser buenos hijos de tan buen Señor.

Gabriel González del Estal

Dios no está en crisis

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Este es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia: vivir estos momentos de manera «atea».

Ya no sabemos caminar en «el horizonte de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el futuro pensando solo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.

Vivimos como «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Nos resulta difícil perseverar con ánimo en una tarea sin ver el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos, y cada uno se defiende como puede.

Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del Templo, rodeado de judíos, que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y lo siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».

Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis no significa que Dios esté en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.

Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la Iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.

José Antonio Pagola