Jn 6, 60-69
Vamos a ver hoy el efecto que el discurso de Jesús hizo al auditorio:
— el escándalo y el rechazo de la gran mayoría…
— la mayor fidelidad de los doce apóstoles…
Los otros tres evangelistas han notado también este momento crucial en la vida de Jesús: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes. Al final de este capítulo no quedarían más que los Doce para constituir el «pequeño resto», germen de la futura comunidad de los creyentes.
La fe no es ante todo una «enseñanza», casi podría decirse que es un «compromiso», un «requerimiento’: hay que elegir… y muchos se van.
Muchos de sus discípulos gritaron: » ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas?»
«¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?»
Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará.
«¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?…»
Se trata pues efectivamente de un misterio «divino» para las simples fuerzas humanas. Jesús alude a su «ser» divino: va a subir «allá donde antes estaba». Solamente por la razón o la inteligencia humana la eucaristía no podrá ser nunca explicada. El hombre no puede sino encontrar absurdas las palabras de Jesús… a no ser que se ponga, de entrada, en una perspectiva de humildad.
“El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que Yo os he hablado, son Espíritu y son Vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen”.
Las palabras de Jesús sobre la eucaristía más que todas las demás Palabras suyas, presuponen la acción del Espíritu Santo.
Nos encontramos, verdaderamente, en el núcleo del evangelio. Después de todo esto ¿cómo podría reducirse el evangelio a una predicación moral y aún generosa— «amaos los unos a los otros»—. Hay un aspecto abrupto del evangelio, que el mismo Jesús no atenúa en absoluto, al riesgo de ver, en fin de cuentas, disminuir considerablemente el número de sus discípulos.
A partir de este momento, muchos de sus discípulos se alejaron y dejaron de ir con El. Entonces, Jesús dijo a los Doce: «¿Queréis iros vosotros también?»
«Yo no os retengo…» parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio.
Simón Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios.»
Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos.
Así, Jesús parecer terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia.
Pero la Iglesia está ya aquí, en estos «doce» que confían en El. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa «confesión de Cesárea». San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas.
Noel Quesson
Evangelios 1