Suspendidos en amor

1. – En la asignatura pendiente del amor la mayoría de los cristianos estamos suspendidos. El amor no reina en la Tierra y solo unos pocos practican realmente el mandamiento principal de Cristo. En el Evangelio de esta semana Jesús dice que se sabrá que somos discípulos suyos al verse que nos amamos los unos a los otros. Pero ni es así ahora, ni lo ha sido antes. Y no solo no hay amor, sino que en la mayoría de los casos lo que circula es algo muy cercano al odio. Hay otro mandato que es el del amor a los enemigos, pero eso ya es demasiado… Y no lo es, realmente, porque Cristo y el Espíritu están vivos y ejercen su influencia en esos pocos.

2. – Ni siquiera amamos a los vecinos, ni a nuestros familiares. El mundo moderno se ha instalado en un egoísmo solitario y durísimo. Sabemos que hay gentes que se están muriendo de hambre a nuestro lado, en los mismos bloques de apartamentos. Una situación de paro severo les lleva a entrar en un aislamiento que no solo está producido por su vergüenza a exponer su penuria. Las pocas aproximaciones que tienen para contar su problema son recibidas con hostilidad. Está además el egoísmo atroz contra los lejanos o contra los que son diferentes. Los problemas de racismo en, por ejemplo, España se ceban con los gitanos –ciudadanos españoles desde hace siglos– y con los latinoamericanos –sociedades surgidas de nuestro mismo árbol– que intentan trabajar aquí. Y no digamos, claro está, lo que sufren los norteafricanos.

3. – El contraste estaría en la aparición de muchas organizaciones solidarias que trabajan para hacer el bien a los desposeídos. En cierta forma, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s) forman ese nuevo aspecto –sin duda venturoso– de atención a los hermanos. Muchos dicen, incluso, que éstas le han quitado sitio a las obras cristianas. Pero aunque no sea así, parece que el esfuerzo heroico de pequeños grupos de cristianos –la mayoría religiosos o consagrados– no está secundado en demasía por quienes se dicen seguidores de Cristo. Ocurre, entonces, que si posiciones ideológicas -o de cultura política- inducen a trabajar por el bienestar de nuestros semejantes, ¿qué debería producir el mandato de Jesús sobre que nos amemos los unos a los otros y que esto sea nuestra divisa para el conocimiento exterior? Pues, un mayor entusiasmo. Unos resultados muy superiores y muchos más caminos abiertos.

4. – Si fuéramos capaces de amar a nuestros semejantes –a todos– el mundo viviría en paz. Y en búsqueda del amor tal vez nos falte capacidad para hacerlo. No amamos porque no buscamos los caminos que nos llevan a ello. El mensaje de Cristo queda en la mayoría de los casos como un adorno grato. Y, sin embargo, debe ser nuestra vida. La fe sin obras no es fe, porque, en cierto modo, se está negando la principal característica de Cristo. Y Él nos habla de amor, de paz, de mansedumbre, de alegría. Pero también nos habla de pobreza, de limpieza de corazón, de ser servidores de los demás.

5. – Tampoco se puede entrar en caminos demagógicos sobre si es suficiente ayudar a los demás antes que la relación con Dios. Siempre en un cristiano tendrá que alimentar su peripecia personal, única, intransferible ante Dios. Porque hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Y ahí aparece Dios en primer lugar y, por ello, no es posible obviar nuestra vida de amor y oración constante a Dios. Pero como el amor a Dios y al prójimo está unido, tampoco nos podemos conformar con la devoción, alejada del amor a nuestros hermanos. Además, si verdaderamente tenemos un gran amor por Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, rebosará amor hacia nuestros hermanos.

6. – Hay que trabajar duro para que no haya violencia, egoísmo, insolidaridad y que todo ello salga de sectores de la sociedad que se dicen cristianos. Ciertamente que hay que trabajar para que esa falta de amor –que produce violencia, egoísmo e insolidaridad– no fructifique en parte alguna. Pero los cristianos debemos ser exigentes en cuanto a nuestra posible complicidad con los violentos y los opresores; con los que matan a inocentes y a culpables; con los, en definitiva, asesinos del amor. El mensaje no debe ser catastrofista. Hay muchas instancias de la Iglesia Católica –y de sus fieles– que luchan contra ese mundo atroz. Y, por supuesto, muchas vías para ejercitar, con obras, nuestro amor a los demás. Pero hemos de ser constantes y reflexivos. Y tener abierto el corazón a lo que nos manda Cristo respecto a nuestros hermanos. El problema emerge porque muchas veces ese corazón esta cerrado a las palabras de Jesús.

Ángel Gómez Escorial

Anuncio publicitario

Comentario – Domingo V de Pascua

Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. El ahora de la glorificación del Hijo es hecho coincidir por Jesús con el momento en que Judas sale del cenáculo. Es el momento en que empieza a ejecutarse la traición que dará lugar al prendimiento en el huerto de Getsemaní y, consiguientemente, a la Pasión. El ahora de la Pasión es visto, por tanto, como el ahora de la glorificación del Paciente. ¿Por qué esta paradójica coincidencia entre el momento de la humillación y el de la exaltación?

Se me ocurre una respuesta: Quizá porque el momento en el que se hace más palpable el amor paciente de Dios en su Hijo y enviado es también el momento en el que ese amor empieza a surtir su efecto, es decir, el momento en el que el amor manifestado comienza a ejercer una fuerza de atracción que provoca sentimientos de gratitud y de alabanza en los atraídos. Es también la hora de la consumación y de la entronización a la derecha del Padre.

Aunque hay una secuencia temporal mediada por la muerte, que separa pasión y resurrección, humillación y glorificación, por ser la hora de la consumación es tiempo de confluencias, ese momento en que se dan cita el amor entregado y el recompensado o en el que el amor sacrificado se transforma en amor glorificado. Y nuestra doxología no es sino el refrendo de la glorificación del Hijo por parte del Padre. Podemos glorificar al Hijo porque el Padre lo ha glorificado antes, en su resurrección y ascensión al cielo. Pero este acto de glorificación supone, a su vez, otro acto, aquel por el que el Hijo da gloria al Padre en su ofrenda de amor. Ambos actos de glorificación nos permiten a nosotros reconocer la gloria del Padre y del Hijo, como hacemos repetidamente en nuestra doxología trinitaria.

Y es en ese ahora de la hora de Jesús, cuando ya le queda poco de estar con sus íntimos, cuando les deja a modo de testamento su mandamiento nuevo: Amaos unos a otros como yo os he amadoÉsta es la señal por la que conocerán que sois discípulos míos. Ésta es la señal que identificará a los cristianos y no otra. Pero conviene advertir que la señal no es aquí un documento identificativo como el D.N.I, sino un modo de actuar reconocible por cualquier espectador que se sitúe ante nosotros con ánimo de examinar o de observar.

«Mirad cómo se aman», decían los paganos de los primeros cristianos. Un historiador de la antigüedad como Festugiere reconoce en su obra La esencia de la tragedia griega que lo que provocó el asombro y la conversión de muchos paganos al cristianismo fue precisamente el notorio ejemplo que daban los cristianos de caridad mutua. Luego la caridad cristiana fue señal para muchos paganos de autenticidad en el seguimiento de Jesús: algo que permitía reconocer en aquellos a discípulos de Cristo.

Pero además de señal, y antes incluso que esto, es mandamiento: algo que Jesús nos manda cumplir en cuanto cristianos, algo que debemos cumplir si queremos ser en verdad discípulos suyos: una exigencia que brota de nuestra opción por Jesús, de nuestro seguimiento; una exigencia que nace de nuestro propio ser. Si somos cristianos, lo somos porque hemos sido ungidos por el Espíritu de Cristo; esta unción hace de nosotros otros cristos y, por tanto, personas que se dejan mover por el Espíritu de Cristo, es decir, por el amor de Cristo. Pero las exigencias intrínsecas no parecen requerir de mandamiento. ¿No resulta superfluo mandar algo que viene exigido por nuestra propia naturaleza o condición? Puede que sea así; con todo, y dado nuestro carácter olvidadizo e irreflexivo, nunca está de más que nos recuerden a modo de mandato ciertas exigencias propias de nuestra condición.

La novedad de un mandamiento tan antiguo como el del amor a Dios (sobre todas las cosas) y al prójimo (como a uno mismo) no está en lo que ya se había mandado desde tiempos inmemoriales, sino en lo que ahora se mandaba, no está en el amaos unos a otros, sino en el como yo os he amado; por tanto, en el modo del amor. La novedad está en el carácter cristiano de ese amor al prójimo ya recomendado desde antiguo, un carácter que ha puesto Cristo con su conducta.

Así hemos de amarnos nosotros unos a otros, como Cristo, como él nos ha amado, con sus notas identificativas, con su espíritu, con sus maneras (oblativa, sincera, obediente, desposeída, fiel, esperanzada, generosa), hasta el extremo de la donación, hasta dar la vida por los amigos, y por los enemigos, a los que quiere transformar en amigos. Este es el amor de Jesús, un amor llevado hasta el extremo de la cruz, un amor que consiste en dar de sí, en dar vida mientras se tiene, en dar la vida y, por tanto, a sí mismo, y en darla dando lo que forma parte de ella: palabras vivificantes, bienes materiales, dedicación desinteresada, tiempo, fatigas, energías, sufrimientos, etc.

Pero en este punto puede surgir una pregunta muy espontanea: ¿No es demasiado pretencioso por nuestra parte amar a los demás a la manera de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre? La respuesta ya se ha dado: Amar como él nos ha amado no es una pretensión nuestra, sino un mandamiento suyo; además –ya lo hemos aclarado-, es una exigencia de brota de nuestro ser cristiano: somos otros cristos, es decir, otros ungidos; disponemos, pues, de su unción o de su Espíritu; y si disponemos de su Espíritu, disponemos de su capacidad para obrar.

No tenemos sólo su mandamiento; tenemos también su capacidad. Además, hay que suponer que tras el mandamiento está la capacitación para cumplirlo: si nos manda amarnos unos a otros como él nos ha amado, es porque nos considera capaces; y nos considera capaces porque nos da el Espíritu que nos capacita en la medida en que nosotros se lo pedimos, manifestamos interés por tenerlo, tratamos de adquirirlo y acudimos a esas fuentes de gracia (=fuerza) que son sus sacramentos. Es el Espíritu Santo, el Espíritu del amor que recibimos germinalmente en nuestro bautismo y que alimentamos en nuestras eucaristías; el mismo Espíritu que animaba la vida de Cristo deiformemente: el que le llevó al desierto y a Getsemaní, y al Calvario, y a la vida resucitada y gloriosa.

Nadie ama –en realidad, nadie hace nada- sin un por qué, sin una motivación: uno ama a otro porque es su hijo, o su madre, o su amigo, o su bienhechor; por tanto, por lo que le une a esa persona: amistad, gratitud, parentesco, admiración, etc. Es el amor natural. Pero también podemos amar por lo que nos une a Dios (gratitud, filiación, amistad), y amar no solamente al Dios al que nos sentimos unidos, sino a todo aquello que Dios ama y que quiere que también nosotros amemos, porque en todo lo creado hay un reflejo de su bondad.

Puede que nos encontremos con cosas y personas poco amables, porque sobre su bondad y belleza naturales han colocado maldad, fealdad, ingratitud o dureza. Pues bien, también en este caso es posible encontrar la bondad y belleza originales que hacen de tales personas «amables». Con el amor ilimitado de Jesús es posible amar incluso lo que se presenta a nuestros ojos como poco amable, es posible amar al hermano enfermo, anciano, pobre, pecador, es posible amar al enemigo, al desconocido, al lejano, al difunto, y quizá con mayor motivo que a los que carecen de tales deficiencias o poseen cualidades que hacen de ellos personas dignas de amor, pues aquí no amamos por las cualidades que resplandecen en las personas de nuestra dilección, sino por amor de Dios. Y tal es la razón suprema del amor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Domingo V de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO V DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Me sacaste de la Prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me sacaste de la Prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer, y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer, y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, vida y resurrección de todos los hombres, y digámosle con fe:

Hijo del Dios vivo, protege a tu pueblo.

Te rogamos, Señor, por tu Iglesia extendida por todo el mundo:
— santifícala y haz que cumpla su misión de llevar tu reino a todos los hombres.

Te pedimos por los hambrientos y por los que están tristes, por los enfermos, los oprimidos y los desterrados:
— dales, Señor, ayuda y consuelo.

Te pedimos por los que se han apartado de ti por el error o por el pecado:
— que obtengan la gracia de tu perdón y el don de una vida nueva.

Salvador del mundo, tú que fuiste crucificado, resucitaste, y has de venir a juzgar al mundo,
— ten piedad de nosotros, pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te rogamos, Señor, por los que viven en el mundo
— y por los que han salido ya de él, con la esperanza de la resurrección.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – San Matías

Lo que os mando es que os améis unos a otros

San Matías

1.- Oración introductoria.

Señor, sabemos que todos los días no son iguales. Los hay nublos, los hay claros, los hay fríos, los hay calurosos. Lo mismo ocurre con tu palabra. La palabra de hoy es de día de fiesta, es de día de sol sin ocaso. Y el tema no puede ser otro que el tema del amor. Ya sabíamos que nos querías, pero no sabíamos que nos quisieras tanto. Nos llamas amigos, y nos dices que tu amor a nosotros llegó a tal extremo que fuiste capaz de dar la vida para expresar así mejor el amor que nos tenías. Gracias, Señor, por querernos tanto.

2.- Lectura reposada de tu evangelio Juan 15, 9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.

 3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Qué distinta la piedad de Jesús de la de los judíos de su tiempo. Éstos tenían muchas leyes, muchos preceptos, muchas normas. Jesús sólo tiene una: La Ley del amor. Lo que nos dejó Jesús como testamento y norma suprema es “que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado”. Lo que nos distingue como cristianos ni siquiera es el amor sino el amor tal y como lo entendió Jesús. Y Jesús entendió el amor hasta estar dispuesto a dar la vida por las personas que amaba. Lo ideal del cristiano es vivir para amar, vivir desviviéndose por los demás, gastar la vida amando, de modo que la mejor manera de perder el tiempo sea emplearlo en algo que no se pueda reciclar en amor.  En el cristianismo el amor no es un consejo sino un precepto, un mandato. Uno se pregunta: ¿Se puede obligar a amar? Jesús no obliga a nadie a ser cristiano, pero en el momento que uno opta por serlo, ya no es libre para el amor, porque en el momentoque dejo de amar dejo de ser cristiano. Es imposible encontrar a un cristiano sin amor como no es posible encontrar a un humano vivo sin pulso. Lo dice muy bien San Juan; “El que no ama está muerto” (1Jn. 3,14) Y la religión de Jesús no es religión de muertos sino de vivos.

Palabra del Papa

“En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra. Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido…. El Cenáculo nos recuerda la amistad. “Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce–… a ustedes les llamo amigos”. El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su amigo.» (Homilía de S.S. Francisco, 26 de mayo de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.- Propósito. No perder ni un minuto el tiempoEstar pendiente en este día de constatar si cada momento lo he vivido desde el amor.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración

Gracias, Dios mío, por tu exigencia en el amor. Tú has ido por delante para que no tengamos excusas. Con tu gracia, se puede vivir en plenitud, se puede vivir con gozo, se puede ser feliz por el hecho de existir si toda la existencia está fundamentada en el amor. Gracias porque me has enseñado a vivir estrujando la vida hasta el final. Qué bien se debe morir diciendo ¡Todo este maravilloso programa de amor lo he cumplido!

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

Prueba de laboratorio

1.- “Dijo Jesús: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois mis discípulos, será que os amáis unos a otros”. San Juan, Cáp. 13. En la cumbre más alta del monte Everest, a 8.800 metros sobre le nivel del mar, un grupo de científicos de varios continentes levantó un moderno laboratorio, para identificar los elementos que integran el amor. Sus pesquisas dieron por resultado que el amor verdadero se compone de generosidad, ternura, perseverancia, entusiasmo, ilusión, perdón, diálogo y paciencia. Pero siempre que repetían su ensayo, quedaba en las probetas un extraño residuo, que luego identificaron como partículas de sangre.

Desconcertados aquellos sabios reiteraban la prueba, ya al amanecer, ya en la noche. Al comienzo del verano y bajo las crudas nieves del invierno, con igual resultado. Al fin uno de ellos dijo a sus compañeros: Soy discípulo de Jesús de Nazaret y ahora recuerdo una palabra suya: “Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos”.

2.- Cuando el apóstol Judas abandona el cenáculo, San Juan contrapone a su traición, el mandato del amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. En otras palabras, hasta entregar la vida. Un amor que el Maestro llama nuevo, por la forma y estilo que al ejercerlo, mostrarán sus discípulos.

En el Antiguo Testamento el pueblo escogido también buscaba un ideal de amor, aunque entre sombras. Ciertos salmos invitan directamente a la venganza: “Que quienes me persiguen se ahoguen en la malicia de sus labios. Carbones encendidos lluevan sobre su cabeza”. De otro lado el amor permanecía contagiado de egoísmo. Pretendía un bienestar personal, una imagen social mejorada, o las bendiciones de Yahvé.

3.- Jesús propone un amor totalmente distinto. Aún más, de las palabras griegas que significan amor los evangelistas prefieren “ágape”. Un término desconocido en la literatura rabínica. Que va más allá de la bondad del prójimo, la simpatía que yo sienta por él, o las ventajas que su amor me produzca. El Maestro derrumba los anteriores esquemas de convivencia y nos ordena: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por lo que os difamen”. Y en san Mateo añade a este mandato una peligrosa condición: Sólo así seréis hijos del Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos”. Todavía más: Jesús pone este amor como el santo y seña de su programa: “Por esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.

4.- Cabría sin embargo que una nutrida comisión integrada por laicos, religiosos y clérigos pidiera al cielo explicaciones: ¿Cómo puede un cristiano amar de veras a quienes le hacen mal? ¿O se habrá comprometido el Señor a cambiar nuestra pobre naturaleza? La respuesta podría ser la siguiente: Cuando no es posible amar expresamente, amemos en silencio, lo cual equivale a no odiar, no alimentar venganzas y sobre todo, a rezar por esos prójimos. Tal esfuerzo nos pacificará el corazón y la bondad de Dios pondrá en nuestro camino la feliz oportunidad de hacerles bien. De manera no menos eficaz, aunque anónima.

Gustavo Vélez, mxy

Comentario – Sábado IV de Pascua

Jn 14, 7-14

Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre…

«¿Si me conocieseis?» Creían sin duda conocerle.

Pero, nunca se conoce del todo a Jesús. Nunca se le descubre por entero. El conocimiento total de Jesús, es descubrir su identidad con el Padre.

Desde ahora le conocéis y le veis.

¡Esto lleva muy lejos!

Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta», «¡Tanto tiempo hace que estoy con vosotros! respondió Jesús, y ¿aún no me habéis conocido? Felipe, quien me ve a mí, ve también al Padre.

Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios.

Viéndote, ¡se ve a Dios! por así decir.

Escuchándole, ¡es a Dios a quien se oye!

Siguiéndole, ¡se sigue a Dios!

Señor Jesús, no te miro bastante. Ayúdame a contemplarte más, a meditar tu palabra con mayor regularidad.

¿No crees que Yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?

Jesús es un hombre lleno de Dios.

Hay que dejarse impregnar por estas palabras. Ha habido un nombre, Jesús de Nazaret, un hombre de carne y hueso, muy real, un hombre que pisaba el suelo con sus dos pies, un hombre que tenía amigos, relaciones humanas, un hombre que comía y bebía con sus amigos… y este hombre, en el mismo instante, estaba en «comunicación con Dios», «se identificaba a Dios», «no hacía sino uno con Dios». Y era todo lo contrario de un loco. Un hombre equilibrado por excelencia. Un hombre humilde. Un hombre sin ambición ni orgullo: un hombre que se arrodillaba delante de sus amigos para lavarles los pies.

Creed al menos a causa de mis obras.

Si sólo hubiese afirmado estas cosas, se podría dudar… esto resultaría «increíble» Pero los actos que ha hecho hacen pensar que era verdad. En particular, ¡ha resucitado!

En verdad os digo: Aquel que cree en mí, ese hará también las obras que Yo hago. Y las hará incluso mayores.

¿Es esto verdad, Señor?

Las «obras-que-Tú-has-hecho»? La encarnación. La predicación de la Palabra de Dios. La Redención. La Fundación de la Iglesia.

Tú dices que esto es lo que hoy nos toca hacer a nosotros. «Cuando seremos alimentados con tu Cuerpo y con tu Sangre, concédenos ser un solo Cuerpo y un solo Espíritu, en ti…»

Si el creyente puede hacer tu Obra, y aún mayores que Tú, es que es UNO contigo. La «misión’ es tu obra: y Tu nos la has confiado.

Porque Yo voy al Padre, y lo que pidiereis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Nada mejor para hacernos humildes en nuestros aciertos y nuestras realizaciones: estas «grandes obras» que se hacen por nuestras manos, no vienen de nosotros sino del Padre… han sido merecidas por el Hijo que ofreció su vida, y que intercede por nosotros… son el fruto de la oración y de la gracia.

Noel Quesson
Evangelios 1

El mandamiento del amor

1. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. ¿Nuevo? Todos los judíos observantes habían aprendido desde niños que el amar al prójimo como a uno mismo era un precepto y una norma establecida por Yahvé (Lev. 19), el Dios único y soberano. ¿Es que podemos amar al prójimo más que a nosotros mismos, debieron pensar ahora los discípulos que escuchaban, boquiabiertos, estas extrañas palabras del maestro? Sí, el Maestro les había dicho ya en más de una ocasión que aprendieran a amar a los demás como él les amaba a ellos. ¿Es que su Maestro, Jesús de Nazaret, les amaba a ellos más que a sí mismo? Como ya os he amado… Y se lo decía precisamente ahora, cuando tenía el alma turbada y hablaba entre sollozos, cuando les hablaba con el corazón en la mano, como si presintiera que pronto lo iban a sacrificar, como a cordero inocente. Dios pronto me glorificará, decía. ¿Es que si sus enemigos al fin lo matan, su muerte va a ser una glorificación? Glorificación, ¿cómo y por qué? ¿Será que de la misma tumba los brazos poderosos de Dios lo llevan y lo eleva hasta el mismísimo cielo? Sí, seguramente eso es lo que él cree y lo que ha querido decirles en estos momentos que, para él y para todos nosotros, se presienten como tan lúgubres y angustiosos. Amar a los demás como él nos ha amado a nosotros tiene que querer decir amar a los demás más que a uno mismo, es decir, estar dispuesto a dar la vida por los demás, aunque estos <los demás> sean tus propios asesinos. ¿Seríamos nosotros capaces de hacer esto? Sí, es verdad que Pedro le ha dicho que sí, que él le defenderá a muerte, que está dispuesto a morir por él. Seguramente la mayor parte de nosotros pensamos ahora lo mismo que Pedro. Pero, si de verdad llega el caso, ¡Yahvé no lo quiera!, ¿seremos nosotros capaces, de verdad, de morir por él, de dar la vida por otro, de amar a los demás más que a nosotros mismos?

2. Todo lo hago nuevo, oyó Juan que una voz le decía desde el trono. Seguramente que si cumpliéramos el mandamiento nuevo, todo en nuestra vida sería nuevo. La tierra sería una tierra nueva y hasta el aire que respiramos y la atmósfera física y social en la que nos movemos sería nueva, porque este nuestro aire contaminado y esta nuestra tierra expoliada y explotada, ya habrían pasado. Pero Dios, nuestro Dios, todavía no ha podido completar su promesa, porque nuestra desmedida ambición y nuestro desmedido egoísmo se lo han impedido. Cada persona, y cada nación, nos amamos a nosotros mismos mucho más que a los demás, y somos capaces de hacer de nuestra capa un sayo y de decirnos a nosotros mismos <sálveme yo, o mi nación, aunque para salvarme yo tengan que perecer miles o millones de personas más débiles o más desafortunadas que yo o que la nación en que nací>. Sí, desgraciadamente, no somos capaces de enjugar las lágrimas de los demás y la muerte, el llanto, el luto, el dolor, siguen existiendo, porque el primer mundo no ha pasado. No sólo no ha pasado, sino que, desgraciadamente, este primer mundo en el que nosotros vivimos no quiere ver ni el llanto, ni el luto, ni el dolor del segundo, del tercero y del cuarto mundo en el que malviven tantos miles y millones de personas. Personas, muchísimas de ellas de buena voluntad. ¡Paz en la tierra a las personas de buena voluntad…! ¿Cuándo llegará ese cielo nuevo y esa tierra nueva que Juan vio y con la que Juan soñó?

3. Les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Dios, por medio de ellos, había convencido a los gentiles de que era posible una forma nueva de vivir, de que era posible un mundo y una sociedad en la que todos vivieran como hermanos e hijos de un mismo Dios, sin distinción de sexo, lengua o nación, en la que nadie pasara necesidad, porque era un mundo y una sociedad en la que todos tenían una sola alma y un solo corazón en Dios. Esa es la utopía, el sueño de Dios, un Dios que quiere que el mandamiento nuevo se haga realidad ya en este nuestro mundo, porque para eso vivió y murió su hijo, Jesús de Nazaret, el Cristo. ¿Queremos de verdad los cristianos que Dios haga, por medio de nosotros, un mundo nuevo y una tierra nueva? Yo quiero creer que sí. Jesús de Nazaret, el Cristo, también lo creyó así.

Gabriel González del Estal

¿Somos señales de Dios?

1.- “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13.31-33a.34-35) La secularización lo invade y lo penetra todo. Si resulta difícil para un creyente descubrir y ver los signos de Dios en el mundo, ni que decir tiene que, al tibio en la fe, le resulta inconcebible y por otra parte de poco interés o práctico detenerse en esas disquisiciones.

Mis interrogantes, en medio de esta Pascua, son las siguientes: ¿Sostenemos los cristianos la pancarta viva del amor de Jesús o, por el contrario, nos quedamos detrás de ella perdidos con un lenguaje y formas que muchos no comprenden, ni otros tantos entienden? ¿Somos señales por las cuales, aquellos que nos rodean y nos ven, (o que nos traicionan y lapidan) intuyen que Dios y Cristo condicionan y son decisivos en nuestros hechos y comportamientos?

2.- Hace algunos años un científico ateo ascendía a una gran montaña guiado por algunos cristianos. Observó que sus guías, cuando atardecía, se detenían en cualquier rincón y se ponían a rezar y celebrar la eucaristía.

Se acercó el científico y les preguntó qué era lo que hacían. «Hacemos oración», contestaron. «¿Y a quién se dirigen en la oración?», volvió a preguntar. «A Dios», le respondieron. El científico sonrió maliciosamente y les preguntó: «¿Han visto ustedes a Dios alguna vez?». Le respondieron que no. «Y, ¿lo han tocado con sus manos?». Nuevamente le dijeron que no. «¿Han escuchado la voz de Dios con sus oídos?». La respuesta nuevamente fue negativa. El científico concluyó: «¡Entonces no sean ustedes locos! Si nunca han visto a Dios, ni lo han tocado, ni oído, ustedes no deben creer en Dios».

Los cristianos no le dijeron nada por el momento.

A la mañana siguiente, mientras amanecía con una aurora espectacular, el científico salió de la carpa y, al ver las huellas de un león, les comentó a los guías: «Por aquí pasó un León». Uno de los cristianos le preguntó al ateo: «Pero señor, ¿acaso ha visto usted al león?». «No lo he visto», respondió. Volvió a preguntarle: «O, ¿acaso lo oyó cuando pasó por aquí?». «Nada de eso», dijo el científico. «¿Lo tocó con sus manos?», insistió el guía. «Tampoco». El cristiano concluyó: «Entonces usted está loco: ¿Cómo puede creer que pasó por aquí un León, si usted no lo vio, ni lo oyó, ni tocó con sus manos?». El científico, señalando el suelo, repuso enojado: «Es que aquí sobre la arena están las huellas del León». Entonces el cristiano, mirando el cielo y señalando la aurora que asombraba a todos, concluyó: «Señor, ahí tiene usted las huellas de Dios; por tanto, no cabe duda de que Dios existe y actúa. Un Dios que también lo ama y ha dejado su huella en toda la creación, incluso en usted mismo, aunque usted no lo reconozca».

3.- HUELLAS DE DIOS

–Si somos abiertos a lo nuevo sin olvidar ni dejar lo esencial: el mensaje de Jesús

–Si, en la forma de ser y actuar, se nota que Dios modela toda nuestra existencia

–Si no nos quedamos instalados en lo “de siempre” y nos abrimos con tesón y sin vergüenza a un mundo que mayormente le preocupa lo inmediato pero que, por otro lado, pregunta por lo que no conoce

–Si descubrimos, en nosotros primero, la presencia de un Dios que nos exige sólo una cosa: amarnos

–Si, con humildad, reconocemos que “esa sola cosa” que nos pide nos la puso difícil el Señor: amarnos como El nos amó (desde Dios).

No es complicado amar (como nosotros lo hacemos) la cuesta arriba se nos presenta cuando tenemos que amar como Jesús amó. Es la mejor señalización para que los demás descubran que la FE no es un dictado que se dice o se acoge de memoria.

4.- UN MANDAMIENTO NUEVO PARA UN MUNDO NUEVO

La libertad nos deja libres…
si la empleamos para hacer felices a los demás y no para que sean nuestros esclavos
El diálogo nos hace hermanos…
si lo utilizamos para acercarnos y no para imponer nuestros criterios
El compartir es sinónimo de amor…
cuando no se mira a quién se da ni se espera nada a cambio

El amor es cristiano…
cuando tiene su origen en Cristo y se ofrece al otro
La alegría es contagiosa…
si nace espontáneamente de un corazón ocupado por Dios y no preocupado por las cosas
La esperanza tiene futuro y nos empuja hacia delante…
si no se conforma con lo que ve y lucha por lo que está por venir

El amor es siempre nuevo…
si no se mide por horas
El amor es siempre nuevo…
si no se utiliza con segundas intenciones
El amor es siempre nuevo…
si bebe de la misma fuente que Jesús: DIOS
El amor es siempre nuevo…
si no apunta favores con nombres y apellidos

El amor es siempre nuevo…
si no hace de su entrega una farsa
El amor es siempre nuevo…
si no busca otro interés que el agradar
El amor es siempre nuevo…
si no habla y actúa

El amor es siempre nuevo…
si no se repliega en uno mismo
El amor es siempre nuevo…
si rompe moldes y vergüenzas
El amor es siempre nuevo…
si no juzga por lo que ve y se brinda a costa de todo
El amor es siempre nuevo…
si no se confunde “hacer el bien” con “una simple ONG”
El amor es siempre nuevo…
si busca su ser en la transparencia y no en la apariencia

El amor es siempre nuevo…
si es como la nieve: cae suavemente y sin meter ruido
El amor es siempre nuevo…
si es como el agua: por donde pasa genera vida
El amor es siempre nuevo…
si es como la luna: ofrece luz en la oscuridad
El amor es siempre nuevo…
si es como el sol: calienta a todos por igual
El amor es siempre nuevo…
si es como las estrellas: guían en las dificultades
El amor es siempre nuevo…
si es como la tierra: germina cuando se siembra
El amor es siempre nuevo…
si es como Jesús: gratuito, inmenso y universal

El amor es siempre nuevo…
si es como el Espíritu: sopla suavemente y en todas direcciones
El amor es siempre nuevo…
si es como Dios: ama sin distinción
El amor es siempre nuevo…
si es como María: está al pie de la cruz y a la puerta de la Resurrección
El amor es siempre nuevo…
si es como la Pascua: anuncio de VIDA

El amor es siempre nuevo…
si es como Pentecostés: quema odios y divisiones
El amor es siempre nuevo…
si es como el Evangelio: no se proclama…se vive y se ofrece

Javier Leoz

Como yo os he amado, amaos también entre vosotros

1.- Cuando a la gente se le habla de que «hay que amarse los unos a los otros» son muchos los que se te quedan mirando y te preguntan: «¿y qué es amar?, ¿es un calorcillo en el corazón? ¿Es tal vez un impresionante gesto heroico?, ¿es soportar al que te cae mal o te hace daño? Hace unos años leí un libro que llevaba como título «Lo importante es amar». Estoy totalmente de acuerdo, la felicidad personal depende totalmente del amor que haya en tu vida. Además, al final de nuestra vida será la única asignatura de la que tendremos que dar cuenta.

2. – El amor es un arte y, como arte, implica «ejercicio», «entrenamiento». El amor está dentro de nosotros y sólo tenemos que ponerlo en funcionamiento. Son los pequeños gestos de amor los que cambian el mundo, porque introducen en él una savia de vida y esperanza, hacen el mundo más vividero y ensanchan el corazón. Es el único mandamiento de Jesús: «Que os améis unos a otros». El amor, recordará San Agustín, es la plenitud de la ley, por eso nos recomienda «perseguid el amor, el dulce y saludable vínculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos» (Sermón 350).

El amor se demuestra en los pequeños detalles: sonreír, multiplicar el saludo, hacer favores incluso antes de que te lo pidan, aguantar a los pesados, emplear un tono cordial en la conversación, aprenderse los nombres de los que te rodean….

3.- Todo está subordinado al amor:

La vida sin amor no vale nada.
La justicia sin amor te hace duro
La inteligencia sin amor te hace cruel
La amabilidad sin amor te hace hipócrita
la fe sin amor te hace fanático.
El deber sin amor te hace malhumorado.
La cultura sin amor te hace distante.
El orden sin amor te hace complicado.
La agudeza sin amor te hace agresivo.
El honor sin amor te hace arrogante.
El apostolado sin amor te hace extraño.
La amistad sin amor te hace interesado.
El poseer sin amor te hace avaricioso.
La responsabilidad sin amor te hace implacable.
El trabajo sin amor te hace esclavo.
La ambición sin amor te hace injusto.
El dolor sin amor es fracaso.
Las lágrimas sin amor son inútiles.
Los «ayes» sin amor son lamentos.
Las llamadas sin amor son impaciencias.

4.- Jesús nos aclara cómo entiende el amor: «Que os améis como yo os he amado, amaos también entre vosotros». Ahí está la clave: amar como Jesús. Y El fue capaz de dar la vida por nosotros, nos amó hasta el extremo. Amar es por tanto poner a Dios y al prójimo en el centro de nuestra vida, anteponer el bien del prójimo a nuestro propio egoísmo. Es tajante en lo que se refiere a lo que debe distinguirnos como seguidores suyos: «la señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». No daremos testimonio por nuestros ritos o cumplimientos, sólo seremos testigos si nos amamos. Amar como El nos ama es la única norma de conducta para el cristiano.

José María Martín OSA

La fraternidad está por estrenar

1. – La televisión, los periódicos y la radio se nos meten en casa. Se nos sientan a la mesa. Toman café con nosotros en la sala de estar. No nos dejan ni a sol ni a sombra y con su pegajosa cercanía van molestando nuestra manera de pensar y de actuar. Pueden ser muy buenos amigos o muy traicioneros, según quienes los manejen. También Jesús nos habla hoy de medios de comunicación social. De las imágenes que impresionarán al mundo, de lo que entrando por la retina de los ojos llegará a dominar el corazón y el poder de actuación de los hombres. No sabe uno si habla de televisión o de radio, porque era un rudo carpintero que no entendía de nada de eso o todo lo contrario, porque siendo infinitamente sabio como Dios, sabía que nada influye tanto en nosotros como la persona hecha ejemplo o imagen.

2. – Jesús mismo es imagen de Dios. Comunicación de todo el saber de Dios y ha venido al mundo a comunicarnos todo lo que Él sabe de Dios. Ha venido a ser noticia. Y lo ha hecho a través de su Ser de Hombre: imagen visible del Dios invisible. Y para comunicarnos lo que era Dios, el Hijo de Dios se hizo Hombre. Se metió en nuestra casa. Comió y bebió con nosotros. Convivió y compartió todo con nosotros. Y no nos dejó ni a sol no a sombra, ni nos dejará nunca: “Estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”.

Jesús sabe que no hay persona más influyente que la que vive y convive con nosotros. Y Jesús nos dice: “vosotros vais a ser noticia, vosotros vais a ser la imagen influyente de Dios, si os amáis unos a otros”. El mundo sabrá que Dios es amor al ver que vosotros sois amor. Vuestra imagen llena de bondad y de amor sacrificado será la mejor propaganda de mi doctrina. Seréis el televisor más claro, la onda de radio más convincente.

3. – Y el Señor llama a su Mandamiento Nuevo. Sí nuevo, porque lo que es viejo como el mundo es el odio, el egoísmo, las guerras. Viejo como el mundo es la lucha de clases, todo eso son retales viejos y apolillados que no sirven para nada.

Lo que está por estrenar es la fraternidad, no la de los políticos sino la verdadera. Esa fraternidad en la que cada uno se siente querido y atendido como hermano, no la fraternidad del que dice que quiere a todos como hermanos, no. La fraternidad de los que sienten de verdad que son queridos y tenidos como hermanos.

Porque tú puedes sentir y pensar que todos son tus hermanos, pero ese sentir tuyo todavía no le ha llegado al hermano. Es él el que aún no se siente tenido y querido por hermano. Hay que dárselo a sentir.

Lo nuevo es saber apostarlo todo por los demás. Es tener Fe en que:

—Amando se triunfa.

—Amando se llega a tener razón.

—Amando se enseña las lecciones más difíciles.

—Amando se saca a flote a una persona que naufraga.

Lo nuevo sería llegar a que en cada ideario de cualquier partido político lo primero que se afirmase es que tan hermanos son los “nuestros” que los de la oposición. Y que hay que buscar el bien de todos a costa de cualquier sacrificio.

Lo nuevo sería que en la ONU el principio fundamental fuese que el más insignificante de los hombres tiene derecho a vivir como hombre, querido y respetado por los demás. Y que a ese principio se sacrificasen intereses y fronteras. Entonces sí comenzaría un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva. Todo esto está por estrenar. Al menos nosotros, apostémoslo todo al amor a los demás y si nos equivocamos más vale equivocarse amando que odiando y matando.

José María Maruri, SJ