Lectio Divina – Viernes V de Pascua

Lo que os mando es que os améis unos a otros

1.- Oración introductoria.

Señor, sabemos que todos los días no son iguales. Los hay nublos, los hay claros, los hay fríos, los hay calurosos. Lo mismo ocurre con tu palabra. La palabra de hoy es de día de fiesta, es de día de sol sin ocaso. Y el tema no puede ser otro que el tema del amor. Ya sabíamos que nos querías, pero no sabíamos que nos quisieras tanto. Nos llamas amigos, y nos dices que tu amor a nosotros llegó a tal extremo que fuiste capaz de dar la vida para expresar así mejor el amor que nos tenías. Gracias, Señor, por querernos tanto.

2.- Lectura reposada de tu evangelio Juan 15, 12-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.

 3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Qué distinta la piedad de Jesús de la de los judíos de su tiempo. Éstos tenían muchas leyes, muchos preceptos, muchas normas. Jesús sólo tiene una. La Ley del amor. Lo que nos dejó como testamento y norma suprema “que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado”. Lo que nos distingue como cristianos ni siquiera es el amor sino el amor tal y como lo entendió Jesús. Y Jesús entendió el amor hasta estar dispuesto a dar la vida por las personas que amaba. Lo ideal del cristiano es vivir para amar, vivir desviviéndose por los demás, gastar la vida amando, de modo que la mejor manera de perder el tiempo sea emplearlo en algo que no se pueda reciclar en amor.  En el cristianismo el amor no es un consejo sino un precepto, un mandato. Uno se pregunta: ¿Se puede obligar a amar? Jesús no obliga a nadie a ser cristianos, pero en el momento que uno opta por serlo, ya no es libre para el amor, porque en el momentoque dejo de amar dejo de ser cristiano. Es imposible encontrar a un auténtico cristiano sin amor. Lo dice muy bien San Juan; “El que no ama está muerto” (1Jn. 3,14). Y la religión de Jesús no es religión de muertos sino de vivos. Me pregunto: ¿Qué hemos hecho los cristianos del mandamiento de Jesús? ¿Qué hemos hecho de los maravillosos sueños de Dios? ¿Qué hemos hecho de la luz? ¿Qué hemos hecho de la sal? Nuestro gran pecado es el de “omisión”.

Palabra del Papa

“En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra. Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido… El Cenáculo nos recuerda la amistad. “Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce–… a vosotros os llamo amigos”. El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su amigo.» (Homilía de S.S. Francisco, 26 de mayo de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.- Propósito. No perder ni un minuto el tiempoEstar pendiente en este día de constatar si cada momento lo he vivido desde el amor.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración

Gracias, Dios mío, por tu exigencia en el amor. Tú has ido por delante para que no tengamos excusas. Con tu gracia, se puede vivir en plenitud, se puede vivir con gozo, se puede ser feliz por el hecho de existir si toda la existencia está fundamentada en el amor. Gracias porque me has enseñado a vivir estrujando la vida hasta el final. Qué bien se debe morir diciendo ¡Todo este maravilloso programa de amor lo he intentado cumplir!

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

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Comentario – Viernes V de Pascua

Jn 15, 12-17

He aquí mi mandamiento…

Jesús acaba de decir que es preciso guardar «sus» mandamientos, para permanecer en su amor.
Podríamos preguntarnos lo que esto significa, lo que hay que hacer concretamente. Jesús nos lo explicará. He aquí… Pero la cosa debe de ser mucho más sencilla de como nos la imaginamos: pues no está en plural —mis mandamientos—, sino en singular —un solo mandamiento—.

«Amaos los unos a los otros como Yo os he amado»

Este es «el» mandamiento, «su» mandamiento.

Es el mandamiento en el cual tienes más empeño. Cuando amo a los demás, hago lo que Tú llevas irás adentro en el corazón. ¡Amar! ¡Amar! ¡Amar!

Una vez más es preciso que me entretenga en mirar mi vida concreta de hoy bajo esta luz. ¿Cumplo yo este mandamiento? ¿Cómo se traduce para mí el amor que he de dar?

¿Qué formas toma? ¿Qué es lo que se espera a mi alrededor? «Los unos a los otros» ¿Quién es para mí el otro? ¿A quién encontraré? ¿De quién soy responsable? ¿Quién espera algo de mí? ¿Cuál es mi actitud hacia los que me rodean, mi familia, mis colegas de trabajo?

Pero, ¿a dónde nos arrastras, Señor? ¿Hasta dónde nos pedirás amar?

Como Yo os he amado.

¡Hasta aquí!

Nadie tiene amor mayor que el de dar la vida por sus amigos.

Hasta dar la vida.

Señor Jesús, Tú te das como modelo de amor: ¡Tú lo has dado todo! Tú has sacrificado tu vida. Tú no has reservado nada para ti. La medida del amor es la cruz. Sin prisas, contemplo largamente tu cruz; te miro «dando Tu vida por amor»…

Señor, ¿Cómo podría imitarte, si Tú mismo no vienes a amar en mí?

Sois mis amigos si…

Todavía este «si» inquietante. ¡Cómo quisiera ser tu amigo, Señor!

Si hacéis lo que Yo os mando.

«El» mandamiento, es amar.

Ya no os llamo «siervos», porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Ahora os digo «amigos» porque todo lo que oí de mi Padre, os lo he dado a conocer.

Los primeros lectores de Juan, que leían el texto en griego, encontraban aquí la palabra «doulos» que era la empleada para una categoría social que existía entonces, los «esclavos» Jesús opone la esclavitud a la amistad…

¡No somos «esclavos» de Jesús, sino, amigos de Jesús! Nos ha dicho todo lo que El sabía de Dios. Estas fórmulas increíbles nos dejan con una impresión, ¡que no se puede definir! ¡Tenemos todavía tanto a descubrir sobre Dios!

No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os elegí a vosotros.

¡Felizmente, en un cierto sentido!

Este es también un pensamiento que hay que matizar. A la vez que Jesús se presenta como nuestro ‘ amigo» no deja por ello de ser nuestro «amo»: El se reserva toda iniciativa… de El recibimos todo lo que hay de bueno en nosotros. ¡Gracias, Señor!

Noel Quesson
Evangelios 1

Misa del domingo

El Señor enseña a sus Apóstoles la noche de la Última Cena: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14, 23).

Promete el Señor: «haremos morada en él». Sabe perfectamente el Señor Jesús que en lo profundo del corazón humano existe una necesidad o “hambre” de amor y comunión. Sabe también que esta profunda necesidad no hallará su plena satisfacción sino en la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Quien ha creado al ser humano para la comunión en el amor, es en sí mismo Comunión de Amor. Sólo Él puede resolver esa profunda necesidad que experimenta su criatura humana. Sólo en la comunión de amor con Dios el ser humano puede alcanzar su completa realización y felicidad.

Mas esta comunión a la que está invitada la criatura humana no es una comunión que excluya la comunión con todos aquellos que han sido rescatados por la Sangre del Cordero. La comunión a la que está llamada la criatura humana no es “entre Dios y yo solamente”. En la segunda lectura el Apóstol Juan explicita la dimensión comunitaria de la vocación a la comunión en el amor cuando habla de la ciudad nueva: «En este “universo nuevo”, la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres… Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1044-1045). Por la comunión primera y fundamental con Dios se realizará también la plena comunión con los hermanos humanos.

¿Pero cómo llega el ser humano a hacerse merecedor de esta promesa? Amando a Cristo, con un amor que se verifica en la obediencia a sus enseñanzas. En efecto, advierte Él mismo que quien lo ama necesariamente guarda sus palabras. No hay un verdadero amor a Jesús donde no hay un serio y sostenido esfuerzo por conocer y seguir sus enseñanzas. Hacer lo que Él dice (ver Jn 2, 5) es la manifestación de un auténtico amor al Señor Jesús.

Continúa diciendo el Señor: «Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho» (vv. 25-26). El Señor promete a los Apóstoles, a la Iglesia, el don del Espíritu. Su misión será la de enseñar y recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos. El Espíritu Santo es quien ayudará a los discípulos a comprender a fondo el Evangelio, a encarnarlo en la propia existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio personal.

La primera lectura presenta a los Apóstoles afrontando el problema ocasionado por aquellos que sostenían que no podían salvarse quienes no se circuncidaban conforme a la ley de Moisés. Los Apóstoles y presbíteros reunidos en Jerusalén tratan la cuestión e iluminados por el Espíritu divino definen aquello que debe o no ser creído, en orden a alcanzar la salvación. Quien ama al Señor ama también a su Iglesia y escucha lo que ella enseña en nombre del Señor.

Dice finalmente el Señor: «Me voy y volveré a ustedes» (Jn 14, 28). Sus palabras encierran, de manera sintética, el acontecimiento pascual: su partida mediante la muerte en Cruz y su vuelta por la Resurrección. Pero también anuncian que cuarenta días después de la Resurrección se separará visiblemente de sus Apóstoles para volver al Padre. Esta partida será al mismo tiempo la condición para una nueva presencia en su Iglesia: por el Espíritu Santo Él permanecerá en y con su Iglesia «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Conocedor de las más profundas aspiraciones y necesidades del corazón humano, el Señor Jesús nos invita a amar, no de cualquier manera, sino como Él nos ha amado (Evangelio del Domingo pasado). Mas ese amor no puede sostenerse si es que no amamos a Aquel que nos ha amado primero: el mandamiento del mutuo amor sólo es posible ser vivido en la medida en que amemos al Señor Jesús y nos dejemos amar por Él, en la medida en que ese amor, Don de su Espíritu (ver Rom 5, 5), inunde nuestros corazones y transforme nuestras vidas. Sólo esa abundancia de amor en el propio corazón nos hará capaces de salir de nosotros mismos para amar también a los hermanos humanos como Cristo mismo nos ha amado.

Ahora bien, muchas veces podemos “sentir” que amamos al Señor, ¿pero cómo sabemos si nuestro amor es auténtico? ¿Consiste el amor a Cristo solamente en un sentimiento interior, a veces muy intenso? Él mismo nos da la clave fundamental para saber si el amor que le tenemos no es un sentimentalismo vacío o vana palabrería: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (Jn 14, 23). Ama de verdad al Señor quien escucha su voz y pone en práctica sus enseñanzas (ver Lc 11, 28). Así de sencillo, así de claro, así de contundente. ¿Puede acaso quien ama al Señor vivir de una manera opuesta a lo que Él enseña? De ninguna manera. El auténtico amor al Señor se verifica necesariamente en el esfuerzo serio y sostenido por adherirse a su palabra, a sus enseñanzas y mandamientos. Quien ama a Cristo, hace lo que Él le dice (ver Jn 2, 5), no como si fuese una imposición externa, una obligación, sino con alegría, con prontitud, con convicción profunda. Quien vive esta obediencia lo hace con la total certeza de que lo que el Señor le pide es el camino para alcanzar su máximo bien y realización personal, que ése es asimismo el camino para contribuir eficazmente al bien de muchas otras personas que dependen de él o de ella. La adhesión libre a sus enseñanzas, a lo que Él pueda pedirme incluso cuando trae consigo una considerable carga de sufrimiento, de sacrificio, de “cruz”, de renuncia a mis propios planes o modos de ver las cosas es, pues, la “piedra de toque” para saber si mi amor al Señor Jesús es genuino o vana palabrería.

Es asimismo importante recordar que el amor al Señor se expresa de una manera muy concreta en la adhesión a las enseñanzas de la Iglesia, según lo dicho por el Señor: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10, 16). Hay muchos católicos que hoy dicen “creo en Cristo, pero no en la Iglesia”. Hay tantos otros que “seleccionan” y rechazan algunas de sus enseñanzas de la Iglesia sin siquiera informarse bien, pues les parecen demasiado incómodas o exigentes y opinan que “la Iglesia debería adecuarse a los tiempos modernos”. Quien así piensa, no ama al Señor, sino al mundo y lo que hay en él (ver 1 Jn 2, 15).

Al Señor y a su Iglesia no los podemos disociar. Cristo es la Cabeza del Cuerpo místico, que es la Iglesia que Él fundó sobre Pedro. Pretender separarlos sería como decapitar a una persona. Y la verdad enseñada por el Señor, guardada, rectamente interpretada y transmitida fielmente por la Iglesia gracias a la asistencia del Espíritu Santo qué Él mismo prometió (ver Jn 14, 26), no es la que debe “acomodarse” a los propios pareceres, caprichosas corrientes de moda u opinión de la mayoría. Somos los hijos de la Iglesia quienes amorosa y confiadamente hemos de adherirnos a sus maternales enseñanzas y enseñarlas de una manera comprensible a quienes no las comprenden bien.

Morir para vivir

¡Dios de la vida y de la resurrección, escucha mi plegaria!

Que el Espíritu que nos has prometido
aliente mi deseo de seguirte en fidelidad
me ilumine para comprender que hay
muertes que dan vida.

Quiero morir a mi egoísmo,
que no me deja ver más allá
de mi propio ombligo.

Quiero morir a mi desesperanza,
Que me mantiene en vida como
un enfermo terminal.

Quiero morir a mi indiferencia,
que me apaga el corazón
ante mis hermanos más necesitados.

Quiero morir a mi falta de amor,
Que me convierte en un guerrillero
Y a mi mundo en un campo de batalla.

Quiero nacer a una vida nueva
para encontrarte en mi hogar,
en mi trabajo, en mi soledad.

Quiero nacer a una vida nueva
para reconocerte en los hermanos
que Tú pones en mi camino.

Quiero nacer a una vida nueva
para descubrirte en las oportunidades
que Tú me brindas cada día.

Quiero nacer a una vida nueva
para sentirme vivo, amado, elegido, enviado.

Que el Espíritu que nos has prometido aliente mi deseo de seguirte en fidelidad,
me ilumine para comprender que hay muertes que dan vida
y me haga experto en la lucha por alcanzar la paz.

Señor, hoy vengo a tu presencia dispuesto a nacer de nuevo.
¡Dios de la vida y de la resurrección, escucha mi plegaria!

Comentario al evangelio – Viernes V de Pascua

Según hemos leído los dos últimos días en el libro de los Hechos los apóstoles van haciendo un proceso de discernimiento. En la lectura de hoy (Hch 15, 22-31), podemos decir que está el desenlace, la conclusión del discernimiento, que ya ayer se veía. Y el mensaje que se transmite a los paganos convertidos es el de “no imponer más cargas que las indispensables”.

Tuvieron que ser momentos difíciles, los de aquella comunidad, para ir desentrañando el condensado mensaje de Jesús, sobre todo entre quienes habían sido fieles a la ley de Moisés y tenían que entender y asumir la plenitud que Jesús quería dar a esa ley. Pablo fue afortunado con el impacto que recibió camino de Damasco, pero no todos tuvieron esa gracia. La mirada benévola sobre la responsabilidad y el discernimiento de esta primera comunidad, creo que nos puede ayudar a ser pacientes para construir Iglesia en nuestros días. Al mismo tiempo, nos puede animar a ser exigentes, recordando a quien no lo recuerde, que los apóstoles no “liaron pesados fardos” a quienes abrazaban la nueva fe y contribuían a la extensión del mensaje de Jesús, confiando en la salvación que llega por la gracia.

Quizá este discernimiento de los apóstoles estuvo alentado por el mandamiento del amor de Jesús. Jesús, que considera amigos a quienes conocen al Padre por Él. Jesús, que ha dado la vida por los amigos fuertes de Dios y por todos los hombres. No hay, ni habrá, amor más grande.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes V de Pascua

Hoy es viernes V de Pascua.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 15, 12-17):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

Entre otras cosas, Jesús dice: “ámense los unos a otros como yo los he amado, no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Jesús está presente en medio de la comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí se cumple la promesa: “donde estén reunido 2 o 3 en mi nombre, estoy Yo en medio de ellos”. Están todos los discípulos que procuramos hacer suya la existencia de todos los días y vivir la propia vida, escondida en la vida de Cristo, como dice Pablo, en la carta a los Colosenses en el capítulo 3, en el verso 3. Amadeo Cencini, plantea que el camino a la renovación en la vida comunitaria tiene unos puntos que no podemos dejarlos de observar: Por un lado, nos invita a pasar de la lógica de la observancia ala lógica de la comunión, no buscar sólo hacer el bien, sino, hacer con los hermanos el bien. Aprender y enseñar la comunicación de la fe y la oración, gracias a lo que nos apoyamos mutuamente en el camino. También en el proceso de la construcción comunitaria nos inspiramos cada vez más en el modelo de la familia, en la modalidad de la convivencia, en la organización interna de la familia, en la relación con el ambiente que nos circunda. Al mismo tiempo, se nos invita a testimoniar y confesar la esperanza y la Fe como un bien ofrecidos a todos y a cada uno. Estos es caminos que el Señor se nos invita a hacer. Aparece cada vez menos replegada la vida y está más centrada en el misterio de un Dios vivo en medio nuestro. Se recupera el sentido de la hospitalidad y de la acogida para la bienvenida a los quevan llegando, en la vida de la comunidad. Se arraiga en la profundidad, la pertenencia a la cultura, asumiendo las provocaciones que llegan del entorno en el que nos encontramos viviendo como comunidad y nos convertimos en cada uno de nosotros en sujeto de formacióny animación de la pastoral y servicio pastoral en Jesús de manera permanente. Vivir en comunidad, amándonos unos a otros supone todo esto y ¡mucho más.! Seguramente en el dia, de este hermoso Viernes de la quinta semana de Pascua el Señor va a inspirar en tu corazón. Vuelvo sobre el texto original “este es mi mandamiento, ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Jesús está invitando a un vínculo de relación con los demás en clavesfraterna. Que tengas un hermoso día.

P. Javier Soteras

Liturgia – Viernes V de Pascua

VIERNES V DE PASCUA, feria

Misa de feria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Pascual

Leccionario: Vol. II

  • Hch 15, 22-31. Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
  • Sal 56.Te daré gracias ante los pueblos, Señor.
  • Jn 15, 12-17.Esto os mando: que os améis unos a otros.

Antífona de entrada           Ap 5, 12
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. Aleluya.

Monición de entrada y acto penitencial
 “Ámense como yo les he amado”. Estas palabras del Señor nos resultan un poco incómodas. Es relativamente fácil amar a Dios, aunque con frecuencia nos parece que él está lejos; al menos pensamos que es fácil amarle. Pero se nos antoja muy difícil amar a todos y cada uno de nuestros hermanos, a todos sin excepción, incluso al vecino que desquicia nuestros nervios, al antipático cascarrabias de la puerta de al lado, a la peste aburrida que en el trabajo no nos deja pegar golpe, o al mendigo desaliñado y andrajoso que es demasiado haragán para trabajar… -¡son tan diferentes a nosotros!-; quizás pudiéramos amarles más y mejor, si no estuvieran tan cerca de nosotros. Y hasta nos parece que amarles como el Señor nos ama, con el mismo amor que se olvida de sí mismo y se sacrifica, es mucho exigir. Nosotros no los elegimos a ellos. Ellos y Dios nos escogieron para que nos hiciéramos sus prójimos. Pero el Señor nos eligió a todos, nos tomó y aceptó tal como somos, y nos llamó amigos. — La Iglesia de origen judío aceptó como hermanos a los que procedían del mundo pagano. No fue fácil para ellos.

• Tú, que nos mandas que nos amemos los unos a los otros. Señor, ten piedad.
• Tú, que nos llamas tus amigos. Cristo, ten piedad.
• Tú, que nos has elegido y destinado a dar fruto. Señor, ten piedad.

Oración colecta
DANOS, Señor, una plena vivencia de los misterios pascuales,
para que, celebrándolos con alegría,
nos protejan continuamente y nos salven.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Dirijamos, hermanos, nuestra oración a Dios Padre, que por la resurrección de Jesucristo nos ha dado vida nueva.

1.- Para que la pluralidad de caminos y opciones dentro de la Iglesia no rompa la unidad en la fe y en la caridad. Roguemos al Señor.

2.- Para que el amor al prójimo de tantos creyentes y no creyentes hasta la entrega de la vida, rompa el egoísmo reinante en la sociedad. Roguemos al Señor.

3.- Para que el Señor ilumine a los que rigen los destinos de las naciones y reinen la paz y la concordia entre los pueblos. Roguemos al Señor.
4.- Para que todos nosotros respondamos a nuestra vocación cristiana amándonos los unos a los otros. Roguemos al Señor.

Padre santo, que en Cristo nos has elegido para que demos fruto de vida, concédenos cuanto te pedimos en el nombre del mismo Cristo, tu Hijo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
TE pedimos, Señor,
que, en tu bondad, santifiques estos dones,
aceptes la ofrenda de este sacrificio espiritual
y nos transformes en oblación perenne.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual

Antífona de comunión
El Crucificado resucitó de entre los muertos y nos redimió. Aleluya.

Oración después de la comunión
S
EÑOR, después de recibir el don sagrado del sacramento,

te pedimos humildemente
que nos haga crecer en el amor
lo que tu Hijo nos mandó realizar
en memoria suya.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración sobre el pueblo
S
EÑOR,

los corazones sumisos de tus fieles imploran tu ayuda,
y ya que sin ti no pueden llevar a cabo nada de lo que es justo,
que por el don de tu misericordia conozcan lo que es recto
y valoren cuanto les será provechoso.
Por Jesucristo, nuestro Señor.