«El Padre es más que yo»: la realidad y la apariencia

Con frecuencia, la afirmación que da título a este comentario y que el autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús ha dado pie a interminables debates teológicos, con el telón de fondo de la “divinidad” de Jesús. ¿Es Jesús de la “misma sustancia que el Padre” –“homoousios”, como proclamó el concilio de Nicea en el año 325– o, como afirma el Jesús del cuarto evangelio, el Padre es “más” que él?

Más allá de las sofisticadas elucubraciones teológicas, parece claro que esa afirmación no tiene encaje posible dentro de la dogmática elaborada en Nicea. Y, sin embargo, cabe una lectura que da razón ajustada a toda esta cuestión.

Desde la comprensión no-dual, advertimos que Fondo y Forma –o, si se prefiere, Realidad y Apariencia– constituyen las dos dimensiones de la (única) Realidad, que nosotros también compartimos. Así, hablamos de “personalidad” (como nuestra “forma” o “apariencia” concreta) y de nuestra “identidad” (como el “fondo” último de nuestra verdad).

Pues bien, cada uno, cada una de nosotros puede hacer suya la afirmación de Jesús, expresada ahora en este lenguaje: “Soy uno con el Fondo de lo real –el “Padre” – pero, al mismo tiempo, en cuanto “persona” particular, soy más «pequeño” que aquel Fondo que reconozco mi identidad. En palabras de Fidel Delgado: “Soy Todo y poco, a la vez”.

Una vez más, se pone de manifiesto cómo lo que parecen dilemas irresolubles para la mente analítica, quedan disueltos en la comprensión no-dual, que sabe ver y reconocer la paradoja que habita toda la realidad.

“Padre” e “Hijo”, Realidad y Apariencia, no son realidades contrapuestas y mutuamente excluyentes, así como tampoco aluden a entidades o seres separados que entrarían en comparación. Constituyen las dos dimensiones de lo real, que descubrimos en nosotros mismos reconociéndonos, a la vez, ambas cosas: identidad (realidad) y personalidad (apariencia). Según desde la perspectiva que adoptemos podemos vernos como plenitud o como una forma “pequeña” (personalidad particular), en comparación con lo que somos en profundidad. O dicho de otro modo: “Somos «más grandes» que lo que pensamos ser”.

¿Puedo percibir en mí esas dos dimensiones y el “juego” que se da entre ellas?

Enrique Martínez Lozano

Con frecuencia, la afirmación que da título a este comentario y que el autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús ha dado pie a interminables debates teológicos, con el telón de fondo de la “divinidad” de Jesús. ¿Es Jesús de la “misma sustancia que el Padre” –“homoousios”, como proclamó el concilio de Nicea en el año 325– o, como afirma el Jesús del cuarto evangelio, el Padre es “más” que él?

Más allá de las sofisticadas elucubraciones teológicas, parece claro que esa afirmación no tiene encaje posible dentro de la dogmática elaborada en Nicea. Y, sin embargo, cabe una lectura que da razón ajustada a toda esta cuestión.

Desde la comprensión no-dual, advertimos que Fondo y Forma –o, si se prefiere, Realidad y Apariencia– constituyen las dos dimensiones de la (única) Realidad, que nosotros también compartimos. Así, hablamos de “personalidad” (como nuestra “forma” o “apariencia” concreta) y de nuestra “identidad” (como el “fondo” último de nuestra verdad).

Pues bien, cada uno, cada una de nosotros puede hacer suya la afirmación de Jesús, expresada ahora en este lenguaje: “Soy uno con el Fondo de lo real –el “Padre” – pero, al mismo tiempo, en cuanto “persona” particular, soy más «pequeño” que aquel Fondo que reconozco mi identidad. En palabras de Fidel Delgado: “Soy Todo y poco, a la vez”.

Una vez más, se pone de manifiesto cómo lo que parecen dilemas irresolubles para la mente analítica, quedan disueltos en la comprensión no-dual, que sabe ver y reconocer la paradoja que habita toda la realidad.

“Padre” e “Hijo”, Realidad y Apariencia, no son realidades contrapuestas y mutuamente excluyentes, así como tampoco aluden a entidades o seres separados que entrarían en comparación. Constituyen las dos dimensiones de lo real, que descubrimos en nosotros mismos reconociéndonos, a la vez, ambas cosas: identidad (realidad) y personalidad (apariencia). Según desde la perspectiva que adoptemos podemos vernos como plenitud o como una forma “pequeña” (personalidad particular), en comparación con lo que somos en profundidad. O dicho de otro modo: “Somos «más grandes» que lo que pensamos ser”.

¿Puedo percibir en mí esas dos dimensiones y el “juego” que se da entre ellas?

Enrique Martínez Lozano

El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho

El ser humano vive en tensión en medio de la estructura del mundo que le ha tocado vivir. Conflictos provocados por la injusticia, la codicia, el egoísmo, los sistemas económicos y sociales que rigen la convivencia. Hay quienes se conforman con estar en desacuerdo; otros realizan su propia transformación personal esperando que, con el paso del tiempo, todo cambie y evolucione.

Vano intento. No basta con pensar lo recto, lo justo, sino esforzarse en “cumplirlo con la ayuda de Dios”. La estructura del mundo está basada en la injusticia, la mentira, el odio. El ser humano honrado ha de trabajar para rechazar el espíritu del mal que nos amenaza y tener confianza: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Espíritu de Dios está presente en el mundo para liberarlo de la injusticia, la prepotencia, la sinrazón; debemos esforzarnos por recuperar la fe paciente que no escatima sacrificios, confiando en que lo que el ser humano no sea capaz de lograr le será dado por Dios.

En esta lucha para lograr la justicia, la paz, no hay espacios reservados. Las situaciones en las que nos movemos deben estar atravesadas por la crítica y la transformación del Resucitado. Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna inquietud, pero estamos obligados a obrar conforme a nuestra conciencia cristiana. Tenemos unos límites muy estrictos en el ejercicio del derecho a defendernos a nosotros mismos y a nuestro país por medio de la fuerza, y también en lo referente a someternos de forma pasiva al mal y a la violencia. El cristiano no sólo está obligado a evitar determinados males sino que también es responsable de unos bienes enormes. Esto supone defender y fomentar los valores humanos más altos: el derecho de la persona a vivir libremente y a poder desarrollar su vida, pero también protegerla contra los abusos del poder destructivo que él mismo ha adquirido[1]. Tarea que se reduce a luchar contra las dictaduras totalitarias y contra las guerras. Pero también contra nuestra propia violencia, fanatismo y ambición.

El Evangelio de Juan nos recuerda que la paz cristiana es distinta de la paz mundana. El mundo llama paz al silencio impuesto por la guerra que gana el más fuerte. Basten algunos ejemplos: la perversa invasión de Rusia en Ucrania, la guerra en Afganistán, en Etiopía, en Yemen, el permanente conflicto entre Israel y Palestina, Siria, Haití, Myanmar (Birmania); África sigue siendo escenario de enfrentamientos entre los países y los yihadistas: Camerún, Mali, Níger, Burkina Faso, Mozambique, el Congo, el enquistado problema del Sahara Occidental y Marruecos… El Cristianismo llama paz a la aceptación del “otro”, precisamente en cuanto “otro”. La responsabilidad cristiana está del lado de Dios y de la verdad y de la totalidad de la humanidad.

La guerra es un recurso que siempre acaba golpeando a los más débiles, población vulnerable, civiles en zonas de combates; todo en nombre de intereses que, casi siempre, son lejanos y ajenos a cada persona.

La paz es mensaje, es compromiso, es actitud y es misión. Así envía el Padre a Jesús Resucitado; y así envía Él a sus discípulos/as, y también a mí, hoy: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz; una paz que el mundo no os puede dar” (27-28).

¿Y qué ocurre cuando la guerra parece inevitable y se hace realidad? ¿Qué pasa cuando se instala la obstinación o los intereses son tan contradictorios que parecen ser el único camino? ¿No es legítimo entonces, luchar y defenderse? Jesús respondió a la violencia con paz, al insulto con silencio, al pecado con el perdón en la cruz y su muerte no fue un fracaso. ¡Qué difícil de comprender hoy!

Podemos sentirnos unidos, en palabras de Pablo, a todas las guerras y conflictos olvidados: “Si un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre con él”.

Juan anima a sostener el mundo sin acobardarse ante la hostilidad. Para él, Jesús es el Verbo encarnado, el enviado de Dios. Se trata, por tanto, de su persona, de su misión, de la actitud de los hombres ante él; colocarse en la alternativa de vivir como esclavo o como hijo/a de Dios. Juan reivindica la libertad humana. La maldad no está en lo físico, sino en lo social: “el mundo” significa la humanidad, y en su sentido peyorativo, el orden social creado por los hombres, el sistema de relaciones humanas basado en la mentira, el odio y la injusticia.

El mensaje y la exigencia de Dios, la Palabra encarnada en Jesús, es el amor leal entre todos, como el que Dios ha mostrado a la humanidad: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (1,14).

Este mensaje condena la maldad del orden presente, “el mundo”, y ante él la humanidad se divide, aceptándolo o rechazándolo. El mandamiento del amor es el signo distintivo de los que siguen a Jesús, rechazando los criterios y la escala de valores del mundo injusto: ellos/as anulan al mundo en medio del mundo (17,16.18) Quien se desentiende del Jesús humano no es cristiano; vivir como él vivió es la norma y el único mandamiento a seguir.

Podríamos preguntarnos: ¿somos consecuentes con este mensaje?, ¿dejo que el Espíritu de Jesús sea el referente de mi vida?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones?

Decir que el Cristianismo es la revelación del amor significa que el amor es la clave de la vida misma y de la totalidad del sentido del cosmos y de la historia. Si las potencias relevantes tomaran en serio la cuestión del desarme podríamos acceder a acuerdos viables e ir reduciendo gradualmente el armamento. La paz necesita ser considerada como una posibilidad real. El equilibrio del terror es inaceptable, inmoral e inhumano. El desarme debe ser algo más que una tapadera para los embustes políticos. No podemos seguir celebrando conferencias en las que se toman propuestas de paz para olvidarlas a continuación. “La sabiduría que viene de arriba es intachable, pacífica, tolerante, compasiva, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran frutos de justicia. ¿Qué es lo que os lleva a las guerras y a los conflictos entre vosotros? Vuestras pasiones infectan vuestros cuerpos. Ambicionáis y no tenéis, y por ello, matáis” (Sant 3,17. 4,2)

Shalom!

Mª Luisa Paret


[1] T. Merton, Paz en tiempos de oscuridad, DDB, 2006, 91-93

II Vísperas – Domingo VI de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO VI DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su derecha en el cielo. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su derecha en el cielo. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Abandonasteis los ídolos y os volvisteis al Dios vivo. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nostoros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Abandonasteis los ídolos y os volvisteis al Dios vivo. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

R/ Y se ha aparecido a Simón.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que resucitó a su Hijo Jesucristo y lo exaltó a su derecha, y digámosle:

Guarda, Señor, a tu pueblo, por la gloria de Cristo.

Padre justo, que por la victoria de la cruz elevaste a Cristo sobre la tierra,
— atrae hacia él a todos los hombres.

Por tu Hijo glorificado, envía, Señor, sobre tu Iglesia el Espíritu Santo,
— a fin de que tu pueblo sea, en medio del mundo, signo de la unidad de los hombres.

A la nueva prole renacida del agua y del Espíritu Santo consérvala en la fe de su bautismo,
— para que alcance la vida eterna.

Por tu Hijo glorificado, ayuda, Señor, a los que sufren, da libertad a los presos, salud a los enfermos
— y la abundancia de tus bienes a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A nuestros hermanos difuntos, a quienes mientras vivían en este mundo diste el cuerpo y la sangre de Cristo glorioso,
— concédeles la gloria de la resurrección en el último día.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

El Ágape-Dios nos está condicionado por mi amor

Seguimos en el discurso de despedida después de la última cena. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque nuestros conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

Dos versículos antes acaba de decir: el que cumple mis palabras ese me ama. Aquí dice: el que me ama cumplirá mi palabra. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno. ¿Puede Dios, y Jesús, localizarse en un lugar determinado? En (16,7) os conviene que me vaya, si no el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré. Aquí: el Padre os lo enviará.

Les había advertido: no he venido a traer paz sino división y “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros” (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. ¿Pueden armonizarse estas dos expresiones? Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no  tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe «alguna parte» donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me aleja de Él más que  acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Será más fácil de comprender si superas la idea de Dios como una entidad separada e inaccesible.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica. “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo, entendido como lugar de enfrentamiento y opresión, nunca podremos comprender el amor.

«Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.» Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios. Mientras estaba con ellos vivían apegados a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

Shalom (paz) era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema del amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos”. Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada; Dios es siempre un Dios escondido. «Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera» (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma  / eterna y universal. /  ¿Dónde tu rostro reposa  / alma que a mi alma das vida? /  Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En toda la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de «Mesías», «Siervo», «Hijo de hombre», «Palabra», «Espíri­tu», «Sabiduría», incluso «Padre», son ejemplos de ese intento.

Fray Marcos

¿Somos un hotel de cinco estrellas?

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente. Comienzo por el evangelio, que da materia más que suficiente para la homilía.

Evangelio: La Iglesia presente (Juan 14, 23-29)

Este pasaje trata tres temas:

a) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

Este último tema, Dios habitando en nosotros, se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de una realidad que no debemos pasar por alto. Generalmente no pensamos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y todo eso lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone una novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

b) El don del Espíritu Santo

Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

c) La vuelta de Jesús junto al Padre

Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Cuando se comparan con la famosa Oda de Fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo…”) se advierte la gran diferencia. Las palabras de Jesús pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por su triunfo.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarles a circuncidarse. Esta conducta provocó la indignación de los judíos y también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta mandando a los paganos que observen cuatro normal fundamentales para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

 2ª lectura: la iglesia futura (Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!

Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,

12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,

y muralla de piedras preciosas.

El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

Podríamos citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles). Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo VI de Pascua

(Jn 14, 23-29)

Jesús ofrece su paz, y más adelante prometerá también la alegría (16, 22). La paz y la alegría son dos necesidades profundas del corazón humano: la seguridad y la intensidad, la serenidad y el entusiasmo.

Pero no hay que confundir esta paz con un estado de ánimo en que nada nos inquieta, porque en realidad no nos interesa nada de nadie, porque estamos cómodos en nuestro propio egoísmo. Esa es en realidad la paz de los cementerios, esa es la falsa paz de los que han dejado morir la capacidad de amor que Dios puso en sus corazones, los que mataron lo más valioso que llevaban dentro.

La paz de Jesús no es la serenidad psicológica del que vive cómodo en su mundo y no se preocupa por nadie. La paz de Jesús es otra cosa, es la seguridad que dan su presencia y su amor en medio de las angustias y preocupaciones.

De hecho, el mismo Jesús experimentó angustia y alteraciones interiores (11, 33; 13, 21). Por eso Jesús aclara cómo nos regala su paz divina: «No la doy como la da el mundo» (14, 27). La paz y la alegría que Jesús da son de otro nivel, más profundo y valioso; no brotan de las seguridades del mundo, sino del amor: «Si me amaran…» (14, 28).

El que se deja amar por Jesús y reacciona amándolo y sirviendo al prójimo, encuentra la verdadera paz de su corazón, la paz que los intereses del mundo no nos pueden dar.

Y esa paz que nosotros podemos vivir es superior a la que podían vivir los apóstoles antes de la muerte de Jesús; porque ahora nosotros podemos gozar de la presencia de Jesús resucitado en nuestra intimidad, derramando su gracia y la fuerza de su amor. Por eso Jesús decía a sus discípulos: «Si me amaran se alegrarían de que yo me fuera al Padre» (v. 28).

Oración:

«Busco tu paz Señor, necesito tu paz, porque este mundo no me permite alcanzar armonía y fortaleza, sino temores, angustias, insatisfacción. Dame tu paz, Señor, la paz que brota de tu amor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Obras son amores…

Sexto domingo con Cristo resucitado. Ya el próximo jueves -“uno de esos tres que hay en el año que relucen más que el sol”- contemplaremos con los Apóstoles al Señor, que sube a la diestra de Dios Padre. Pero, hasta el último momento, el signo de este tiempo pascual será la alegría, porque Jesús, resucitado, estará siempre con nosotros. “Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva; llevadla hasta el último confín de la tierra: el Señor ha liberado a su pueblo. Que toda la tierra cante alegre a nuestro Dios…” (introito).

El evangelio de la Misa es la continuación del domingo precedente: otro pasaje del capítulo 16 de San Juan. Su presencia en la liturgia de hoy fácilmente se explica teniendo en cuenta la proximidad de la Ascensión del Señor a los cielos: “Salí del Padre y vine al mundo, otra vez dejo el mundo y voy al Padre”. Pero, junto con ese toque de atención ante la próxima fiesta, estos versículos de San Juan contienen también una enseñanza muy práctica. Sobre todo, puestos en relación con la oración colecta de la Misa y con la epístola.

“Poned por obra la palabra de Dios y no os contentéis con escucharla, engañándoos a vosotros mismos” (Sant 1, 22.). Estas palabras de la Carta del Apóstol Santiago con las que comienza la epístola de hoy –el célebre “estote factores verbi et non auditores tantum”-, centran el sentido de compromiso personal de la liturgia de este domingo. Y conectan muy bien con nuestras reflexiones del domingo anterior. Porque entonces se nos hizo evidente la necesidad que tiene el cristiano de una seria formación, de ideas claras acerca de su fe, de sacudir el demonio de la ignorancia, el peor enemigo que Dios tiene en este mundo. Escuchar y meditar la palabra de Dios, cursos de formación religiosa, un plan de lectura espiritual y teológica: he aquí –decíamos el pasado domingo- los medios claros para una maduración personal en la formación cristiana.

Pero hoy debemos subrayar que tener formación e ideas claras no basta. Es una condición necesaria para vivir en cristiano, pero no es suficiente. Esas ideas claras en la cabeza han de mover a la voluntad, y han de asentarse en el corazón para que se transformen en actos concretos, virtuosos, realidades que se ven y que se tocan; en definitiva, las ideas han de encarnarse, tienen que hacerse vida cotidiana. Esto es lo que nos recuerda hoy la Iglesia. Y a esto tiende también la sabiduría popular cuando dice: “obras son amores y no buenas razones”.

Pero, atención, el paso del pensamiento a la acción no es algo automático, es un paso voluntario y, por tanto, un acto libre. Por eso un hombre puede tener ideas limpias y una vida práctica -unas acciones- en desacuerdo con sus ideas. El poeta Ovidio lo observaba así con asombro: “video meliora proboque, deteriora sequor”. “Veo lo que es bueno, y ¡lo apruebo! Y, sin embargo, hago lo que es malo…”. Es la realidad del pecado personal en la vida del hombre.

Los cristianos sentimos, como todos los hombres, en nuestra carne y en nuestra inteligencia esas mismas tendencias, consecuencia del pecado original. El Apóstol San Pablo nos habla de ellas cuando dice: “Siento una ley en mis miembros contraria a la ley de mi espíritu” (Rom 7, 23). Pero, al esforzarnos en poner en práctica la palabra de Dios, tenemos una ayuda extraordinaria que no nombra el poeta latino: el don del Espíritu Santo, la gracia divina, que nos lleva a esa continua oración que Jesús recomienda en el evangelio de hoy: “Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”. Hay, pues, que recurrir insistentemente a la oración de petición a Dios Padre. Es posible que a muchos cristianos afecte el reproche de Cristo: “Todavía no le habéis pedido nada en mi nombre”.

Entre el pensamiento y la acción, entre las ideas y la vida práctica, los cristianos hemos de poner la oración continua, convencidos de nuestra indigencia y de la necesidad que tenemos de la ayuda de Dios. Y eso es lo que la Iglesia implora hoy en la Santa Misa: “Dígnate, Señor, inspirarnos santos pensamientos y, con tu gracia, ponerlos por obra”.

Pedro Rodríguez

Lectio Divina – Domingo VI de Pascua

Vendremos a él y haremos morada en él

INTRODUCCIÓN

         «Haremos morada en él». La Morada era la Tienda de Dios en medio de las tiendas de su pueblo. Jesús es presentado por Juan en el prólogo de su evangelio como «La morada de Dios entre los hombres». Ahora la Palabra se hace más íntima. Nosotros somos la Morada de Dios si está en nosotros el amor, porque ésa es la señal de los cristianos, en eso se nota si Dios está aquí. Y en nada más (José Enrique Galarreta).

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Hech. 15,1-2. 22-29;     2ª lectura: Apoc. 21,10-14. 22-23.

EVANGELIO

Jn. 14,23-29.

Dijo Jesús: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

REFLEXIÓN

Durante el tiempo de Pascua, hemos visto distintas apariciones, distintas maneras de presentarse para decirnos que Él vive, que Él estará siempre con nosotros, que jamás nos va a abandonar. Ahora que se va al cielo, nos deja una nueva y sorprendente presencia.

1.– VENDREMOS A ÉL Y   HAREMOS MORADA EN ÉL. Antes de subir al cielo Jesús ha estado “con” los discípulos. Ahora que se va, va a estar “en” los discípulos. Nuestra pobre y vieja casa en ruinas, heredada de nuestros padres, se va a levantar y se va a erigir en MORADA DE DIOS.  Un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios amor, diálogo, apertura, donación, danza, fiesta. Este Dios-Trinidad no es un Dios estático sino dinámico. Está motivando, sugiriendo, incentivando, “esos modos de ser de Dios”. La única condición que nos pone el Dios-AMOR es que le amemos a Él y a los hermanos. Por eso al cristiano, si quiere mantenerse en esa situación de privilegio, se le exige el amor concreto a los hermanos. Lo esencial del cristianismo no será la “ortodoxia·” aquello que sabemos de Dios sino la “ortopraxis” aquello que nos ha cambiado, nos ha transformado y convertido en experiencia existencial. Dice muy bien Simone Weil: “No es por la forma en que una persona habla de Dios, sino por la forma que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios. Ahí no es posible ningún engaño. Hay falsas imitaciones del amor de Dios, pero no de la transformación que él realiza en el alma”.

2.– EL ESPÍRITU SANTO OS ENSEÑARÁ TODO Y OS RECORDARÁ TODO LO QUE OS HE DICHO. ¿Cómo enseña el Espíritu Santo? No diciendo cosas nuevas de las que ya ha dicho Jesús. En Jesús Dios ya nos ha dicho todo. Siempre debemos recordar la frase tan bella de San Juan de la Cruz: “Una Palabra habló Dios y se quedó mudo”.  Ya no esperemos nuevas revelaciones de Dios. Pero el Espíritu Santo tiene la misión de interpretar, profundizar y actualizar las palabras de Jesús a través de la historia. Por eso el mismo Jesús decía a propósito del Espíritu Santo: “No hablará por su propia cuenta… todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de Mí” (Jn. 16, 13-15).  Muchas cosas que oyeron los discípulos a Jesús, no las entendieron hasta que no vino el Espíritu Santo. Y esta misión del Espíritu Santo es preciosa: No se trata de “saber más cosas de Jesús”, sino de “saborear” aquello que dijo Jesús, profundizar en la doctrina y hacer que esa doctrina se actualice, se convierta en sorpresa y novedad para cada generación.  El que vaya a la Biblia sin invocar al Espíritu Santo es como el que posee un hermoso piano de cola, tiene delante una preciosa partitura, pero no sabe música. Sólo el Espíritu Santo puede poner música a la letra de la Biblia. A las palabras de Jesús, profundizadas y actualizadas por el Espíritu Santo, el Evangelio de Juan llama “RECUERDO”.

3.– LA PAZ OS DEJO. MI PAZ OS DOY. El pueblo judío ya tenía una alta estima de la palabra “paz”. El famoso SHALÓM. Era como el compendio de todos los bienes mesiánicos.  Según los Sabios de Israel, el objetivo por el cual el mundo fue creado es para llegar a la paz, la plenitud, al Shalom. En la esencia de todo ser creado se encuentra la aspiración a la plenitud y la aspiración a la unidad. Pero Jesús no se limitó a darnos la paz, sino “su paz”. Nos preguntamos: ¿Qué pasaba en el alma de Jesús? Una persona tan coherente, tan trasparente, tan bondadosa, tan dulce. Él daba cohesión a todo lo creado y ponía harmonía en todas las cosas. Esa es la paz que Jesús nos quiere dar. La paz no es simple ausencia de guerra, es el fruto de la justicia y del amor. Sin esta paz en los corazones, el mundo estará siempre amenazado por las guerras; los matrimonios por la ruptura; las comunidades y grupos, por la discordia, los celos, las rivalidades. Necesitamos la “paz del corazón” que sólo Jesús nos puede dar.

PREGUNTAS

1.- ¿Soy consciente de que yo no soy una persona solitaria, sino que estoy habitada por Dios: Padre, Hijo, ¿y Espíritu Santo? ¿Sé agradecer a Dios tanto bien? ¿Cuándo? ¿Cómo?

2.- ¿Caigo en la cuenta de la necesidad del Espíritu Santo para leer la Biblia con provecho? ¿Estoy dispuesto a poner música a la palabra de Dios?  ¿Dedico tiempo a leer la Biblia?

3.- ¿Cómo ando de paz? ¿Qué tipo de paz tengo? ¿La del mundo o la de Jesús?  ¿Me siento bien con Dios, conmigo mismo, y con los demás?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Dice el Derecho Romano,
apoyándose en la fuerza:
“Si quieres tener la paz,
has de preparar la guerra”.
Con la fe puesta en la magia
de tan injusta sentencia,
muchos hombres han seguido
la senda de la “violencia”.
Han sembrado de cadáveres
la inmensa faz de la tierra.
Ejércitos, bombas, muertes…
pero la “paz” nunca llega.
Jesús nos deja su paz,
que nos da de forma nueva.
Es el fruto de su Espíritu,
de su amor y de su entrega.
Si guardamos su Palabra,
amar es nuestra tarea,
el Padre, el Hijo, el Espíritu,
morará en nuestra “tienda”.
No temblará el corazón,
teniendo al Señor tan cerca.
Con Él estamos seguros,
compartiendo casa y mesa.
No mires nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia.
Llena, Señor, con tu paz,
nuestro corazón en fiesta

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

Despedida y anuncio

1.- El año litúrgico es un viaje espiritual. Un «tour» de lujo, no en crucero, ni en avión, ni en trineo o moto. Se va en volandas, levitado por la misma Gracia santificante que nos proporciona la Iglesia, sin pagos ni recargo alguno. Lo malo es que hay quien le gusta más quedarse en casa, holgar perezosamente, moviendo con suaves tactos cacharritos digitales, oír música sin escucharla o comer pipas sin saborearlas. O salir de casa a pasar el rato en bebidas, bailes y juergas, sin compartir, sin gozar en común. Un año litúrgico así, no es un tal viaje. No hay ni novedades ni progresos. Ni se goza del alimento espiritual que nos dan los sacramentos.

De cuando en cuando, durante este anual recorrido, se estaciona uno en un lugar que merece atención y debe aprovecharse el júbilo que proporciona. Descubre novedades que le eran desconocidas. Gusta de sensaciones que ignoraba. Se le abre el Cielo y cree sumergirse por un momento en él. Pero no, son etapas que hay que superar. Mis queridos jóvenes lectores, antiguamente, el ferroviario de turno, tocaba la campana en la estación y proclamaba: señores-viajeros al tren. Hoy, en los aeropuertos, la megafonía advierte que el avión a un determinado destino está presto a despegar, que es preciso embarcarse. Es el momento de las despedidas, de los abrazos, de las nostalgias y de las esperanzas. O del miedo a zozobrar en el futuro tramo del viaje. Quien se queda en casa desconoce todo esto. No arriesga nada, tampoco es muy feliz. De igual manera quien olvida moverse impulsado por la imaginación prodigiosa de Dios, dispuesto a las generosidades que el momento exija, no sabe lo que se pierde. O experimenta el hastío de una vida sin sentido y busca, a veces, el subterfugio de la felicidad imaginada mediante la droga, que no es real, sino puro dañino sucedáneo.

2.- En el evangelio del presente domingo se nota una sensación pareja a la descrita. Vivíamos el gozo de la resurrección de Cristo, en nuestras iglesias quedan todavía los signos de la Vela Pascual. Ahora el Señor nos dice que se va, que marcha al Padre. Eso del ir y venir son formas de adaptarse al lenguaje de los humanos. Dios no ocupa un lugar en el espacio. Pero algo profundo expresa, hablándonos así. Se nos anunció aquella luminosa noche de Pascua que Jesús había resucitado, que había partido el pan con unos, compartió tortas y pescado con otros, sin que la resurrección le hubiera alejado de ellos y olvidado su amistad. Les fue dando recomendaciones para el futuro, arreglando su atuendo espiritual, aconsejándoles, enriqueciéndoles. Como una madre al despedirse recuerda sus advertencias, abrocha el botón suelto, mientras mete discretamente dinero en el bolsillo. Conviene que nos separemos dice, debes progresar, ver nuevos paisajes, aprender cosas, prestar servicios. Estaremos en contacto, añade al final. ¡Y tanto como está unida la madre al hijo que se aleja! No necesita teléfonos móviles. El amor es telepático. Semejante, pero de mayor calidad, es la actitud del Maestro.

3.- Añade el Señor algo que con frecuencia olvidamos. Nos da su paz. Es un gran don, pero nos advierte que su paz, su saludo, es diferente al que da el mundo. Esta advertencia la olvidamos muchas veces. En la celebración de la Misa hay un momento que este gesto se hace presente. Mediante la voz del que preside nos llega la Paz de Cristo y se nos invita a trasmitirla. Se debe expresar, comunicarla, con un gesto sincero, pero imbuido de responsabilidad. No tiene la categoría de la Eucaristía, que se otorgará después, pero debe darse con la misma seriedad. Se observa en misas en las que uno participa o en trasmisiones televisivas, que, en ciertas ocasiones invade en este instante, un jolgorio irresponsable. Nadie envuelve en un papel usado de periódico, un regalo de gran valor. Se escoge un envoltorio de calidad, se cubre y etiqueta con cuidado, se entrega con ilusión, esperando aumentar el gozo del que lo recibe. Incluso, con frecuencia, se atreve uno a preguntar si le ha gustado el obsequio. La Paz de Cristo merece ser dada con gran ilusión, con encantador gesto, con gran Fe, con la esperanza de que el otro, aquel a quien se la trasmitimos, aumente en felicidad. Es una cosa seria y de gran valor.

4.- No os aflijáis ahora, mis queridos jóvenes lectores, si reconocéis que olvidáis darle este sentido. El Maestro nos advierte que nos encontraremos pronto con el Espíritu que reafirmará nuestros anhelos. Sin darnos la fecha, nos está anunciando la próxima parada de reposo y avituallamiento. El próximo encuentro sorprendente. La comunión íntima con su Espíritu, que nos va a proporcionar fuerza, valentía, ilusión. Implícitamente se nos anuncia el cercano Pentecostés.

Pedrojosé Ynaraja

«Mi Padre os amará»

1. – No es una leyenda, ni una exageración. Lo dice Jesús: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.» La Eucaristía cumple esa condición. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y Él está con nosotros. La Trinidad Beatísima también –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– está en la Eucaristía. Pero hay más. Aún más. El amor por Jesús trae el mejor conocimiento de la Palabra y ese mayor conocimiento produce una proximidad, consciente y objetiva, a Dios. Una de las bienaventuranzas dice: «Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Las bienaventuranzas marcan situaciones de la vida presente. Producida la purificación del corazón se puede ahondar aún más en el conocimiento presente de Dios. Los místicos están con Dios, ven a Dios.

2. – Hay que decir estas cosas con objetividad y humildad. En la actividad religiosa siempre existe la posibilidad de «no ver» o de «ver demasiado». Los mismos Apóstoles no fueron capaces de contemplar la divinidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Todo parecía confuso. A nosotros –gente de hoy– nos ocurre lo mismo. A veces tenemos dificultades para diferenciar profundamente a las personas de la Trinidad Santa. Tampoco somos capaces de aceptar la idea de Dios Padre que nos enseñó Cristo. Poco a poco, sin embargo, iremos creciendo en nuestra capacidad cognoscitiva. Siempre será con ayuda de Dios y con un permanente ejercicio de humildad. Están, también, los que «ven demasiado». Los que «iluminan» sus fantasías con prodigios inexistentes. La superstición puede cebarse en ellos y casi siempre estas irregularidades llegan porque los «protagonistas» suelen haber pasado la raya del pecado.

3. – El seguimiento de Cristo produce frutos de objetividad. Y ocurre porque, constantemente, tenemos que discernir sobre lo idóneo de nuestro comportamiento. Y a la hora de examinar nuestras conciencias –y hacerlo bien–, sabemos lo que es verdad y lo que es mentira, lo que no ocurrió y lo que es fruto de nuestra imaginación. No puede aceptarse la tendencia hacia el autoengaño porque eso lleva a la demencia. Pero será, por otra parte, esa objetividad probada día a día la que nos aproxime a las «primicias del Espíritu» y nos haga entender y sentir que Dios está con nosotros.

Ángel Gómez Escorial