…también los hombres corrientes

No sólo los Apóstoles, aquellos gigantes de la primera evangelización del mundo. Nosotros hoy, en medio de la alegría de la gloriosa Ascensión del Señor, recogemos esta doctrina eterna: la vocación cristiana -también la vocación cristiana de los hombres corrientes- es esencialmente misión: fidelidad a las exigencias amorosas de Dios: “Id…” “Seréis mis testigos…”.

Hemos de meternos bien en la cabeza y en el corazón y en todas las potencias del alma que el Cristianismo no es un conjunto de preceptos negativos: no matar, no robar, no, no… Esa vida nueva que Cristo nos ha traído al mundo supera todas las negaciones en la más pletórica afirmación: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37). Es el hombre entero -alma, cabeza, corazón y energías- el que debe vivir los mandatos de Cristo; y así la vida corriente se transforma en misión, es decir, en una aventura: “Id…”. “Seréis mis testigos…”.

Decíamos que vivir en cristiano significa ser fiel a las exigencias amorosas del Señor. He aquí las exigencias de Cristo: dirigirse cada día al trabajo profesional y a las actividades ordinarias con la misma vibración -con la misma alegría- con que los Apóstoles se dirigieron a Jerusalén. Cada profesión, cada esfera del trabajo humano es un “confín de la tierra” que pide testigos de Cristo… El día que los cristianos penetremos de una vez este sentido de vocación que tienen las tareas seculares en que estamos empeñados, aunque haya que nadar contra corriente, ese día los ángeles del Cielo sonarán campanillas de plata….

“Id…. “Seréis mis testigos”. Una madre de familia, un trabajador del campo y un científico; un albañil, un maestro y un hombre de empresa: todos han de ver en su tarea ordinaria el mandato apostólico de Cristo. Y de esta forma, hasta el trabajo más corriente y monótono adquiere un relieve insospechado: es cosa querida por Dios, es un medio para unirse a Dios, es un servicio a los demás, es ocasión de apostolado.

La inmensa alegría de saberse testigo de Cristo en medio de esa riada que es el mundo no lleva al cristiano a la ingenuidad o a la tontería de acaramelar la vida espiritual, vistiéndola de color de rosa. El compromiso cristiano muchas veces es a contrapelo, río arriba: hay con frecuencia incomprensión por parte del ambiente y, tal vez, persecuciones. Estemos sobre aviso: Cristo nos lo dice en el evangelio de hoy con unas palabras que, en verdad, impresionan: puede llegar un momento en que los que atacan a los seguidores de Cristo crean incluso hacer un servicio a Dios.

Camino de rosas…con espinas: esa es la andadura del cristiano. Alegría y cruz. Lo que sería penoso es que a los hijos de Dios asustara la incomprensión y el contrapelo. Que no nos extrañen ni nos desanimen las sonrisas escépticas, ya nos lo anunció el Señor. Lo extraño sería lo contrario: hoy, como hace veinte siglos, los mundanos y los que tienen el corazón seco no soportan el escándalo de la Cruz. Para los cristianos, por el contrario, la Cruz es la esperanza misma, el marchamo de nuestra alegría.

En este mes de mayo, que comenzó en la carpintería de José el Artesano y terminará con la realeza esplendorosa de Santa María, parece cobraran especial rigor aquellas palabras de Cristo: “Ego elegi vos… Soy yo el que os he elegido a vosotros para que vayáis por todo el mundo y hagáis fruto y vuestro fruto permanezca…”

Pedro Rodríguez

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Vosotros seréis mis testigos…

El pasado jueves la Iglesia ha vivido un gran acontecimiento: la Ascensión del Señor a los Cielos. No pudimos ocuparnos de él ese día, pues nuestros comentarios evangélicos son siempre “dominicales”. Pero a él se encaminaban los domingos anteriores, y de él se hace eco la liturgia del domingo de hoy, que es un enlace entre la gran fiesta del jueves y la gran fiesta del próximo domingo: Pentecostés, el día de la plenitud cristiana.

En efecto, la Iglesia termina hoy de poner a nuestra consideración el capítulo 16 del Evangelio de San Juan, precedido ahora de los últimos versículos del capítulo 15, que hacen referencia a la próxima venida del Espíritu Santo. Pero las palabras de Cristo, en el pasaje evangélico sobre el que nos disponemos a orar, deben entenderse también en su relación con la liturgia de la Ascensión del Señor.

El día de la Ascensión la Iglesia nos ofreció, en el lugar de la epístola, uno de los más bellos pasajes de ese libro del Nuevo Testamento que se llama “Los hechos de los Apóstoles”: precisamente el comienzo del libro, con el relato de la ascensión de Jesús a los Cielos. El Señor había salido con los discípulos fuera de Jerusalén, un camino que han hecho muchas veces: por el torrente Cedrón, subiendo el monte los Olivos, hacia Betania. Se detiene Jesús en la colina. Todos en torno al Maestro, que les habla. “Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta el último confín de la tierra”. Resuenan aquí por asociación las últimas instrucciones en Galilea de Jesús resucitado: “Id…, enseñad…, bautizad…”. El Señor propone a aquel puñado de hombres la misión gigantesca del Cristianismo. Y mientas los bendecía, se fue elevando a los cielos. Y ellos miraban…. Dos ángeles del Señor les devuelven a la realidad: “Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?”

¡Qué bien comprendemos, no obstante, la actitud de los discípulos, que no retiran la mirada del cielo, aunque ahora ya sólo ven una nube! Pero el mensaje es claro: no es el cristianismo un vivir de recuerdos sino operatividad desde la presencia de Jesús, puesta en práctica de los mandatos de Cristo. El Señor ha subido a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre, pero está asentado -¡este será el fruto de Pentecostés!- en las almas de los discípulos: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Y hay una gran misión que cumplir. “Id…”. “Seréis mis testigos…”. No hay nostalgia en los Apóstoles, sino sentido de responsabilidad. Y San Lucas, al final de su evangelio, dice que los discípulos regresaron a Jerusalén -al campo de batalla- “cum gaudio magno”, extraordinariamente alegres.

Y ahora es cuando podemos penetrar bien el evangelio de hoy. “Os expulsarán de las sinagogas; llega la hora en que cualquiera que os diere muerte pensará hacer un servicio a Dios”. “Esto os lo digo para que cuando viniere la hora os acordéis de que ya os lo tenía anunciado”. Pedro y sus compañeros, mientras volvían alegres de Jerusalén, sabían que les esperaba la persecución. Pero les esperaba, sobre todo, “la fuerza de lo Alto”. Pentecostés, próximo domingo.

Pedro Rodríguez

Comentario – Ascensión del Señor

Dicho esto le vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Así describe san Lucas el hecho que hoy celebramos: la ascensión o subida del Señor a los cielos. Es el momento en que Jesús deja de ser visto, porque ha dejado de pertenecer a lo visible de este mundo; pero es también el momento de su vuelta al Padre, porque ha acabado su misión terrena.

Volver al Padre es volver a su «lugar», que es la derecha del Padre, por encima de todo principado… y de todo nombre. Porque en su condición terrena estaba debajo (o parecía estarlo) de muchas cosas, debajo de muchos poderes humanos (Pilato, las autoridades judías, etc.), sometido a otras voluntades. Pero éste no era su lugar propio; su sede está a la derecha del Padre. La condición humana, sufriente, mortal… era sólo su lugar apropiado (o asumido) por amor, no su lugar propio. Por eso, tenía que ascender, para volver a su lugar propio, una vez cumplida su misión.

La ascensión es, por tanto, momento culminante o final, pero sólo de una etapa. Si Cristo se va, viene el otro enviado; se va para que venga el otro Paráclitoel Espíritu de la verdad. Pero éste vendrá de otra manera, no con presencia corpórea y visible, con presencia humanada, sino con presencia espiritual, interior, como corresponde al que es Espíritu; pero no por ser espiritual, esta presencia es menos potente o menos influyente. Las presencias interiores (las que nos habitan por dentro) son más poderosas que las meramente externas.

Los galileos se quedaron mirando al cielo, como aferrados a la presencia visible de su Señor, como negándose a prescindir de su compañía sensible; pero tendrán que acostumbrarse a vivir sin esta presencia visible, con la sola presencia de su palabra recordada y actualizada y de sus signos sacramentales; con la presencia espiritual de su enviado, el Espíritu de la verdad. Así hemos de vivir nosotros, los cristianos del siglo XXI: en la fe de estos testimonios, con su presencia espiritual y sacramental (en la que confluyen el Cristo glorioso y ascendido y el Espíritu descendido) y en la esperanza del reencuentro: el que nos dejó para subir al cielo, volverá, o está ya volviendo para recogernos y llevarnos consigo, a la casa del Padre, donde hay tantas estancias.

La ascensión del Señor, por tanto, obliga a ciertas renuncias (ya no podemos poseerle con la vista), pero proporciona ciertas riquezas: ahora podemos comerle, incorporarle a nuestra vida más íntima, hacer de él nuestro amigo interior, aquel que permanece en nosotros y nosotros con él. No poder verle no impide poder conocerle mucho mejor o que él se nos dé a conocer mucho mejor, esto es, más amplia y profundamente. Para conocerle mejor basta que el Padre nos dé espíritu de sabiduría y revelación. Para ello disponemos de los hechos de su biografía, de su palabra reinterpretada desde el final, que es la mejor perspectiva para valorar una vida, y de la iluminación de quien mejor le conoce, el Espíritu Santo.

Pues bien, su vida, iluminada por el Espíritu, es luz para nuestra vida. Por esta relación que hay entre su vida y la nuestra, podemos ver en su ascensión una prefiguración de nuestro destino. Así lo presenta san Pablo cuando dice: Que (el Señor) ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros.

Dios nos llama a reproducir la imagen de su Hijo encarnado, glorioso y ascendido a la derecha del Padre. Esa es nuestra esperanza y nuestra riqueza, y nuestra grandeza. Nuestro destino no es un descenso a los subterráneos de nuestro planeta, al polvo inanimado; no es una aniquilación progresiva, hasta fundirnos con la tierra que pisamos; tampoco es una reencarnación, como si fuéramos ese alma desencarnada que se encarna y reencarna; nuestro destino es una ascensión (de cuerpo y alma) a una condición sobrehumana, a un plano divino. Sólo esta esperanza inquebrantable puede mantenernos en tensión hacia ese estado, trabajando, implorando, caminando.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Ascensión del Señor

I VÍSPERAS

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quién gustó tu dulzura.
¿Qué no tendrá por llanto y amargura?

Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

Ay, nube envidiosa
aún de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. Aleluya.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre. Aleluya.

SALMO 116

Ant. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Aleluya.

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Aleluya.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Aleluya.

LECTURA: Ef 2, 4-6

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

RESPONSORIO BREVE

R/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.
V/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.

R/ El Señor, al son de trompetas.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Dios asciende entre aclamaciones. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Aleluya.

PRECES

Aclamemos, alegres, a Jesucristo, que se ha sentado hoy a la derecha del Padre, y digámosle:

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo

Oh Rey de la gloria, que has querido glorificar por en tu cuerpo la pequeñez de nuestra carne, elevándola hasta las alturas del cielo,
— purifícanos de toda mancha y devuélvenos nuestra antigua dignidad.

Tú que por el camino del amor descendiste hasta nosotros,
— haz que nosotros, por el mismo camino, ascendemos hasta ti.

Tú que prometiste atraer a todos hacia ti,
— no permitas que ninguno de nosotros viva alejado de tu cuerpo.

Que con nuestro corazón y nuestro deseo vivamos ya en el cielo,
— donde ha sido glorificada tu humanidad, semejante a la nuestra.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ya que te esperamos como Dios, Juez de todos los hombres,
— haz que un día podamos contemplarte misericordioso en tu majestad, junto con nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado VI de Pascua

“El mismo Padre os quiere, porque me queréis a mí”

1.- Oración Introductoria.

Señor, hoy vengo a la oración a pedirte una cosa sencilla: que debo pedir con fe, y que esta fe   no la debo dar nunca por descontada. Porque puedo disminuirla, achicarla e incluso perderla. Y la mejor manera de aumentar esta fe es pedirla “en tu nombre”. Y esto significa identificar mis gustos, mis preocupaciones, mis deseos, mis inquietudes, y también mis sueños con los de Jesús. Así mi oración siempre será eficaz. Por eso, esta mañana te digo: Señor, aumenta mi fe.

2.- Lectura reposada del texto bíblico. Juan 16, 23-28

En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.

3.- Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión

Jesús quiere que todo lo pidamos “en su nombre”. ¿Por qué? Porque quiere recordarnos que “sin Él no podemos hacer nada”. El mundo de la gracia no es otra cosa que el mundo del don, de la donación.       Es Dios el que quiere que nos veamos como puro regalo suyo. Esto debe provocar en nosotros una incesante oración de “acción de gracias” a Dios y un constante deseo de ser “un don para los demás”. Y el mayor don que Dios me puede dar es el que nos anuncia Jesús en este evangelio: “El mismo Padre os quiere”. Todo puede cambiar en mi vida si me siento querido por Dios, mi Padre, desde que me levanto hasta que me acuesto.  Son los brazos de mi Padre los que me mecen y me acunan; son sus manos, las que me acarician; son sus ojos los que me miran con ternura; es su propio corazón de Padre el que está cerca del mío. Y esto no es un sueño, una ingenuidad, un vano deseo. Todo esto es verdad. Me lo acaba de decir Jesús: EL MISMO PADRE OS AMA.

Palabra del Papa

“Después del gran descubrimiento de Jesucristo -nuestra vida, camino y verdad- entrando en el terreno de la fe, en «la tierra de la Fe», encontramos a menudo una vida oscura, dura difícil, una siembra con lágrimas, pero seguros de que la luz de Cristo, al final, nos da una gran cosecha. Debemos aprender esto también en las noches oscuras; no olvidar que la luz está, que Dios ya está en medio de nuestras vidas y que podemos sembrar con la gran confianza de que el «sí» de Dios es más fuerte que todos nosotros. Es importante no perder este recuerdo de la presencia de Dios en nuestra vida, esta alegría profunda de que Dios ha entrado en nuestra vida, liberándonos: es la gratitud por el descubrimiento de Jesucristo, que ha venido a nosotros. Y esta gratitud se transforma en esperanza, es estrella de la esperanza que nos da la confianza, es la luz porque los dolores de la siembra son el inicio de la nueva vida, de la grande y definitiva alegría de Dios”, Benedicto XVI, 13 de octubre de 2011.

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.-Propósito: Hoy voy a bajar de la cabeza al corazón esta gran verdad: Dios me ama. Me lo acaba de decir Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Dios mío, por haber enviado a tu Hijo Jesús a decirme al oído esta hermosa verdad: Dios te ama. En realidad, ya no necesito más. Nadie es nada si no es amado por alguien. Pero yo lo tengo todo al ser amado por el mismo Dios. ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

La Ascensión, motivo de enorme alegría

1.- Hace mucho tiempo que, Dios, se presentó en la tierra con ropaje de peregrino:

-Unos intuyeron su presencia y otros, lo esperaban tan endiosado, que escasamente se hicieron eco de sus palabras o se apercibieron de su huella.

Vino ese peregrino con la misión de hacernos comprender, vivir y creer que no estamos solos; que Dios camina, muy especialmente, de aquellos y con aquellos que saben hacer de su tiempo y de su vida una ofrenda a los que lloran o a los que claman voz ante tanta injusticia.

-Caminó ese peregrino como quien sabía que iba a encontrar corazones abiertos y dispuestos a lanzarse por el surco que, previamente, había abierto para llegar desde el cielo hasta la tierra con el ideal cristiano

-Unos, miraron tan adentro del misterio, que pronto encontraron los signos de Dios sin más pruebas que la adhesión por la fe.

-Otros se quedaron al margen de todo y pidiendo milagros, pruebas y hasta el carné de identidad o la credibilidad de aquel que curaba, resucitaba, animaba, reconfortaba o predicaba.

2.-La Ascensión del Señor.-

-Jesús se va por la misma senda por la que vino pero cargado con los dolores de la humanidad entera. Nació en el silencio de la noche en Belén y se marcha dejando los ojos empañados de aquellos que vivieron sus horas bajas y altas, pequeñas y grandes, de muerte y de gloria

-Sube pero, se lleva consigo, el drama de este mundo nuestro que parece más obcecado en vivir en las cloacas de la infelicidad que en el ascenso a los valores que son fermento de superación y santidad

-Asciende, el Señor, pero no nos deja solos. Nos quedan muchos rasgos de su personalidad y de su entrega. Deja palabras y gestos que, ni los tiempos más difíciles, lograrán eclipsar y mucho menos aún triturar

-Se eleva, el Señor, ante el asombro de aquellos que nunca lo hubieran dejado marchar. Es la hora de la madurez. De iniciar el apostolado sin el cómodo paraguas del Nazareno que evitaba angustias, chaparrones a tiempo y destiempo, saciaba estómagos agradecidos o se enfrentaba con diligencia, inteligencia y contundencia al poder establecido.

3.-La Ascensión del Señor.-

El peregrino vuelve tras sus pasos pero es consciente de la riqueza de la semilla que ha ido dejando a un lado y a otro. Es la hora de la militancia activa. De dejar que se haga cuerpo y realidad misteriosa esa iglesia sometida a tantos bandazos y falta de credibilidad; es el momento de sentirnos fuertes con el Espíritu; es la jornada obligatoria de pasos decididos para todo aquel que haya sentido el paso y el peso especifico de Jesús de Nazaret.

4.-La Ascensión del Señor.-

Hoy, esta festividad, sigue teniendo el brillo y el esplendor de la Pascua de la Resurrección. El Señor no se va ni se desentiende: ¡confía y espera!

-Confía en nuestro dinamismo y en nuestra inquietud misionera. Los brazos cruzados nunca han sido los mejores amigos en aquellos inicios evangelizadores de hace 2000 años ni en la misión que, ahora mismo, nos preocupa. Hay que saltar hacia el cielo para que la soledad no nos sacuda…y hay que sembrar en la tierra para que el mensaje de Jesús no sea una simple idea plasmada en un antiguo y noble recetario.

-Espera en nuestra esperanza. Todo se multiplicará por mil, si lejos de dejarnos atrapar por el virus del pesimismo o del desencanto, entendemos y comprendemos que la fe exige riesgos y vértigos, audacia y valentía, despego e intrepidez, ascensión al cielo para recoger fuerzas y descenso al lugar de los vivos para llevar el aliento del Dios vivo. Jesús, por qué no decirlo, espera y trabaja con aquellas personas que saben ir contracorriente; que no se casan con lo que el mundo vende y da por bueno; con aquellos hombres y mujeres que saben, en definitiva, que el Reino de Dios, no será precisamente comprendido ni entendido por los que quieren una vida a su antojo y a su medida.

5.-La Ascensión del Señor.- Y me gusta soñar que, este Misterio de su Ascensión, es un adelanto de lo que existe detrás de aquella puerta que separa la tierra y el cielo cuando se lucha trabajando y creyendo. Viviendo y soñando para resucitar. Resucitando y abriendo los ojos para contemplar la Gloria que Dios nos ha prometido.

La Ascensión del Señor, nos enseña que la plenitud es ni más ni menos vivir eternamente felices con Dios.

– Hoy damos gracias a Dios por los que comunican el valor de su Palabra.

– Por los que hacen visible el cielo obrando el bien en la tierra.

– Por los artistas que, a través de sus obras, nos hacen gustar la belleza de Dios.

– Por los músicos que nos invitan a preparar aquel cántico que un día, todos estamos llamados a interpretar como alabanza a Dios en el cielo.

-Por los que, siendo testigos de Jesús, preparan la futura casa del cielo haciendo más habitable la tierra.

-Por la Iglesia que es ese faro que nos guía (aunque algunos la emprendan a pedradas contra ella) invitándonos a no perder de vista la fuerza que viene desde la otra orilla.

Hoy, el día de la Ascensión, es un motivo de alegría: ¡ahí tenéis mi obra! ¡Yo os ayudaré desde el cielo!

6.- ¡MIRAD HACIA ARRIBA!

La Ascensión del Señor,
es el triunfo que nos espera
Es la seguridad que nos acompaña
Es el cielo que nos dinamiza
La Ascensión del Señor,
es llamada a superarnos
Tesón en nuestros ideales cristianos
Fortaleza frente a las adversidades
Ilusión ante el desencanto

La Ascensión del Señor,
es garantía de futuro
Es ciudad de puertas abiertas
Es un sitio que aguarda
Es misión cumplida en la tierra
La Ascensión del Señor,
es búsqueda de lo de arriba
Es compromiso activo aquí y ahora
Es motivación para trabajar con las manos en la tierra
pero poniendo el calor del corazón en el cielo

La Ascensión del Señor,
es saber que el Señor ha pasado
que el Señor ha triunfado
que el Señor reina y, además, eternamente.
La Ascensión del Señor,
es intuir que El aguarda sentado
siendo confidente y amigo
compañero y hermano
a la derecha de Dios Padre.
La Ascensión del Señor,
no es final trágico de una vida
no es final oscuro de una película
es puerta que se abre para, en el cielo,
tener una mano oportuna y amiga.

La Ascensión del Señor,
es la corona que Dios pone a Cristo
después que, los hombres,
pusiéramos en El aquella otra de espinas.
La Ascensión del Señor
es saber que Jesús vive en el cielo
pero se desvive, en el cielo, por nosotros.
Amén.

Javier Leoz

Comentario – Sábado VI de Pascua

Jn 16, 23-28

Sí, en verdad os digo…

Fórmula solemne de Jesús cuando va a decir algo importante.

Cuánto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre.
Ver su plegaria acogida…

Rogar ‘ en nombre de Jesús»…

¿Qué quiere decir esto?

Imagino que esta acogida, no puede ser reconocida más que en la Fe; pues bien sabemos que a menudo, nada parece cambiar después de una plegaria. Pero, ¿es seguro que nada cambia? Si yo tuviera mas Fe, vería también esta acogida de la que Tú, Señor, nos hablas. Dentro de unos instantes Jesús anonadado al pie de un olivo, hará también una oración aparentemente no acogida: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz». Pero, ¿no ha sido acogido? ¿Cómo?

Pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo.

La oración fuente de gozo… fuente de expansión… fuente de equilibrio. El mundo occidental, ¿no debería retornar a esta fuente? Orar. Pasar tiempo en la contemplación, en el reposo en Dios: quién sabe si no veremos volver esto desde las planicies del Ganges, o las arenas del desierto… o quizá también del hastío de nuestras vidas occidentales materializadas y encerradas en el «cerco de hierro» de una humanidad, a la que se le ha hecho creer que no hay nada más, que no tiene salida, que el hombre esta encerrado en sí mismo…

Pero ¡no! Hay una abertura: hay un mundo divino, próximo, cercano a ti, que te envuelve por doquier… y en el que la oración puede introducirte.

Imposible experimentarlo en lugar de los demás. Hay que penetrar uno mismo en ello. Orad a fin de que vuestro gozo sea completo.

Llega la hora en que ya no os hablaré más en parábolas, sino que os hablaré claramente del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios.

¿Qué significan estas palabras?

La abolición de las distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa… que viene, por parte de Dios, de una actitud de amor —el Padre mismo os ama—… y por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor —porque me habéis amado y habéis creído en mí.

Entre el universo invisible y el universo visible, no hay muros.

De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe.

Del cielo, descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.

Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y Me voy al Padre.

Sí, en verdad Jesucristo es «la comunicación» entre estos dos mundos, que no están cerrados el uno al otro.

El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra… Dios ama… Dios es Padre… Dios es amor…

Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas, ¡y perfectas!

¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente?

Noel Quesson
Evangelios 1

Es la hora del relevo

1- En los días anteriores a la Ascensión Jesús había preparado a sus discípulos: os conviene que yo me vaya, si me amarais os alegraríais de que me vaya al Padre porque el Padre es mayor que yo, no os dejaré solos. Los discípulos no comprendían bien sus palabras, pues querían que estuviera corporalmente con ellos para siempre. El motivo era el mismo por el que Pedro temía que sufriese la pasión. Veían en El, nos dice San Agustín, un maestro, un animador y un consolador, un protector, pero humano; si esto no aparecía a sus ojos, lo consideraban ausente, aunque en realidad sigue presente entre nosotros. Lo cierto es que les convenía a los discípulos ser elevados un poquito y que comenzasen a pensar en El en categorías espirituales. El misterio de la Encarnación de Jesús tenía un sentido. Es como si Jesús nos hubiera dado un empujón desde la rampa de lanzamiento para que ahora nosotros siguiéramos la carrera con lo que El nos había enseñado. El Reino tenemos que construirlo nosotros mismos, Dios con su providencia amorosa velará para ayudarnos, pero no le pidamos que El sea el que nos saque las castañas del fuego, somos nosotros los que tenemos que hacerlo. Podemos recibir pequeñas ayudas, como el ciclista recibe también la comida y bebida reparadora durante la carrera: son los sacramentos que nos fortalecen, nos dan vigor y energía para continuar trabajando en la construcción del Reino.

2- Es la hora de recoger el «relevo» que Cristo nos da. Es la hora de la Iglesia y del Espíritu. Es la hora de la madurez. Por eso entendemos las palabras de Jesús «os conviene que yo me vaya». Recibimos el Espíritu Santo para dar testimonio de nuestra fe. La gran tentación que tenemos es quedarnos parados mirando al cielo: «¿qué hacéis ahí plantados?». Hoy día también somos tentados si vivimos una fe desencarnada de la vida. Es significativo que en la reflexión de los grupos sinodales de la diócesis de Madrid sea una constante la petición de que la Iglesia se implique más en los problemas de la sociedad. La Iglesia somos todos los cristianos, luego todos tenemos que implicarnos más en la defensa de la dignidad del ser humano, de la vida, de la paz, de la justicia. ¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de anunciar su Evangelio?, ¿qué estoy haciendo para que mi fe me lleve a la transformación de este mundo?, ¿cómo asumo el compromiso de la Eucaristía, la misión que cada domingo se me encomienda en la mesa del compartir? Recuerda que la Eucaristía es el sacramento del servicio…..a Dios y al hermano.

3- Para poder ascender hay que descender primero. Para llegar a Dios hay que acoger al hermano. Así lo hizo Jesucristo y lo concreta el evangelista Lucas: convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día de entre los muertos y que se predicase en su nombre la conversión de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Cristo se abajó para subir al Padre.

El camino del cristiano tiene que ser igual que el suyo. Primero estar al lado de hermano que sufre, del hermano que pasa dificultades, del hermano solo y abandonado. Sólo así podrá ascender. Mira a la cruz: ves en ella un brazo vertical que se eleva hacia el cielo, pero también tiene un brazo horizontal que mira a la tierra. Si quieres seguir el ejemplo de Jesús asume la cruz, pero con los dos brazos, mirando al hermano y acogiéndote a la gracia y al amor que Dios te brinda.

José María Martín OSA

Una fiesta llena de misterio

1.- Hoy es una de esas fiestas llenas de misterio, de esos que sólo los niños saben gozar. Esos niños del Reino a los que Dios les quiere revelar estas cosas por su sencillez. Y es que los que no queremos ser tan niños y jugamos a gigantes y cabezudos tratando de aparentar lo que no somos, no cabemos por esa puerta que nos abre los misterios

Don Miguel de Unamuno, nada menos tiene estos versos, que ya he repetido alguna vez:

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar,
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita,
en la que vivir es soñar.

Hoy es el día ya visto por el profeta David: “Levantaos portones que va a entrar el rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria, el que ven los apóstoles ascender y ocultarse tras la nube de la divinidad? Un niño, porque todo hombre ante Dios no pasa de ser niño. Ese niño Dios. Ese hombre Dios… que atravesando los portones de la casa del Padre va a sentarse junto al trono del Padre.

Todo niño del Reino sabe que ese Rey de la gloria es el caballero que bajó de su palacio, se escondió entre su pueblo, lucho valientemente contra los enemigos del pueblo –los dragones del mar y de la muerte—y herido y muerto, él mismo se levanta vencedor y regresa hoy al palacio de su Padre, después de haber dejado el camino libre a su pueblo querido hacia el Reino. Pero en ese camino hay una puerta estrecha por la que no entran más que los niños. Por eso le pedimos:

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar,
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad.

2.- Pero hoy no es día para soñar en el cielo, ya lo dicen a los apóstoles aquellos dos ángeles: “¿Qué andáis ahí plantados mirando al cielo?” Porque el Señor les había dicho id y predicar al mundo entero, no estarse ahí como pasmadotes mirando a las nubes.

El poeta indio Tagore parece parafrasear estas palabras con aquellas suyas: “Mirad, sí, la luz de las estrellas sin olvidaros de echar leña al hogar de vuestra casa, porque la luz de las estrellas no es va a calentar ni a vosotros, ni a vuestros hermanos”

Jesús se va, pero quedamos nosotros. Jesús, que nos dijo “mientras estoy en el mundo yo soy la luz del mundo”. También nos dijo: “vosotros sois la luz del mundo”. No podemos contentarnos con ser mística lamparilla del Sagrario. Tenemos que salir a la tiniebla de afuera a iluminar a los que nos rodean. Todos habréis visto las lucecitas que, en un concierto de música pop, encienden los asistentes como apoyo a los que actúan. ¿Os imagináis lo que serían los millones y millones de católicos alumbrando con su fe al mundo entero? Esa luz, esa Fe, es amor y precisamente en ese amor conocerán que somos discípulos de Cristo.

Como el Señor nos cubre con su amor en el silencio con que caen los copos de nieve sobre la tierra, así cada cristiano tiene que llevar a todos la caricia de la mano invisible de nuestro Padre Dios, que ama a todos y a cada uno de sus hijos. Id y predicar al mundo entero la gran noticia, que Dios es amor personal, individual, intransferible para sus niños.

Algunos todavía recordarán que el primer astronauta ruso, Gagarin, regresó con una gran sonrisa en los labios por no haber encontrado al Señor Jesús volando por el espacio. No era un niño del Reino, aunque Dios si quería que lo fuese.

José María Maruri, SJ

El tiempo de la Iglesia

1.- Vosotros quedaos en la ciudad. Jesús, nuestro redentor y mediador ante el Padre, ha ascendido al cielo. Pero, antes de irse les ha dicho a sus discípulos que, a partir de ese momento, son ellos los que tienen que predicar la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. Y tienen que hacerlo con honradez y fidelidad al evangelio del Maestro, tienen que ser sus testigos, predicadores de la buena noticia del amor, de la justicia y de la paz universal. Tienen que hacerlo aquí, en la tierra, en las aldeas y en las ciudades, en las calles y en las plazas, en las sinagogas y en los lugares de trabajo, en las familias, a los pobres y a los ricos, a los esclavos y a los poderosos de la tierra. Los que nos llamamos discípulos de Jesús de Nazaret sabemos que somos los continuadores de su obra, los que tenemos que hacer ahora lo que él hizo durante el tiempo que estuvo aquí, entre nosotros. Nos ha entregado el relevo y debemos de hacer de nuestra vida una carrera hacia la realización del Reino de Dios, tal como él nos lo anunció. Un reino que no tiene Estado propio, ni límites, ni fronteras, ni ejércitos, ni parlamentos. Es un reino universal, que no se impone por la fuerza, pero que quiere realizarse con fuerza en el corazón de cada creyente.

2.- ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Es más fácil mirar al cielo que trabajar la tierra. Los labradores saben muy bien que si no tienen la tierra bien labrada, con la semilla dentro, cuando caiga la lluvia ésta se desparramará y se perderá y la tierra continuará infecunda. La tierra tiene que estar bien labrada y la semilla bien sembrada, antes de mirar al cielo con esperanza. Hasta el momento de la ascensión los discípulos estaban acostumbrados a ir detrás del Maestro, siempre dispuestos a asombrarse de las grandes obras que hacía: curaba a los enfermos, daba pan a los hambrientos, defendía a los débiles y marginados, les protegía a ellos como la gallina protege a sus polluelos. Ahora el Maestro se había ido, era inútil seguir mirando al cielo, había que ponerse las sandalias, coger las alforjas y empezar a caminar. Sabían el Camino por donde debían caminar, conocían la Verdad que tenían que proclamar, vivían de la Vida que tenían que infundir y difundir por el mundo entero. Había que ponerse a trabajar, ya no valía seguir mirando al cielo.

3.- La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Las palabras de San pablo, tal como hemos leído en su carta a los efesios, lo dice bien claro: todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo. En la epístola primera a los corintios, capítulo 12, Pablo desarrolla más ampliamente este tema: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros cada uno por su parte… Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Lo que no debemos olvidar es que cada uno de los miembros del cuerpo debe obedecer a la cabeza que, evidentemente, es Cristo, ya que todos hemos bebido de un solo Espíritu. En la Iglesia de Cristo todos tenemos, pues, un lugar; nadie debe sentirse excluido o inútil. Unos podremos hacer más, otros podremos hacer menos, pero todos podemos y debemos hacer en la Iglesia y ante el pueblo de Dios algo esencial: demostrar con nuestra vida y con nuestro ejemplo que es el Espíritu de Jesús, nuestra cabeza, el que nos guía y nos conforta.

4.- La fiesta que brilla más que el sol. Tradicionalmente, la fiesta de la Ascensión era celebrada, por el pueblo cristiano, con gran seguimiento y esplendor. Había una intuición básica acertada: la Ascensión significa y simboliza el triunfo de Cristo sobre el cuerpo y sobre la materia. Si nosotros seguimos a Cristo aquí, en la tierra, ascenderemos también, como él, después de nuestra muerte, hasta el mismísimo cielo. Nuestro destino, creemos los cristianos, no es pudrirnos en el sepulcro, no somos sólo un pedazo de carne que se deshidrata y muere para siempre. La fiesta de la Ascensión está así directamente relacionada con la Pascua, con la fiesta de la Resurrección. La Ascensión es como la escenificación plástica y luminosa de la Resurrección.

Gabriel González del Estal