Lectio Divina – Lunes VII de Pascua

“Y me dejaréis solo”

1.-Oración introductoria.

Señor, qué hermosas palabras las que nos dices en tu evangelio: Has rogado para que tengamos paz en Ti. Yo no vengo a rezar. ¡Pobre de mí! Yo vengo a que seas Tú mismo el que reces dentro de mí. Yo tampoco quiero mi paz, sino la tuya, la que Tú me das. Mi paz es movediza, como las aguas superficiales del mar. La tuya es estable, oceánica, como las aguas profundas. Señor, dame siempre de esa paz.

2.- Evangelio. Juan 16, 29-33

En aquel tiempo dijeron los discípulos a Jesús: Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! yo he venido al mundo.


3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Jesús, en este evangelio, nos habla de soledad. Y hay dos tipos de soledad. La soledad normal, la que nos acompaña en algún momento de nuestra vida y la “soledad amarga”,la que no esperamos, la que proviene de aquellos que no están con nosotros cuando deberían estar. De ésta ha participado el Señor cuando se queda sin la compañía de aquellos a quienes llamó “para que estuvieran con Él”  (Mc. 3,14) y en el momento en que más los necesitaba lo han dejado solo. Y Jesús se siente solidario de tantas personas abandonadas por sus hijos, por sus nietos, por sus mejores amigos. Pero, en estas circunstancias,  Jesús nos abre un camino de esperanza. ¡EL PADRE! A Jesús nunca le ha abandonado. Como hombre ha tenido “sensación” de abandono, pero en realidad siempre ha estado con Él. Incluso nos ha dicho que de ese Padre uno se puede fiar no sólo hasta la muerte sino hasta “más allá de la muerte”. La Resurrección es la gran respuesta del Padre a la pregunta de Jesús en la Cruz: ¿Por qué me has abandonado?

Palabra del Papa

“La vida es una milicia. La vida cristiana es una lucha, una lucha bellísima, porque cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da una alegría, una felicidad grande: esa alegría porque el Señor ha vencido en nosotros, con la gratuidad de su salvación. Pero sí, todos somos un poco vagos en la lucha y nos dejamos llevar adelante por las pasiones, por algunas tentaciones, es porque somos pecadores, ¡todos! Pero no se desanimen. Valentía y fuerza, porque el Señor está con nosotros”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 30 de octubre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito: Al final de la jornada me preguntaré: ¿Me he fiado plenamente de Dios, mi Padre?

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero acabar mi oración dándote inmensas gracias por haber conocido  lo importante que es en la vida “descubrir su sentido”, “no sentirse nunca solo”, fiarme de un Dios que estará conmigo hasta  la muerte y hasta más allá de la muerte. Pero, para todo eso, necesito pararme, detenerme y escuchar al Señor que nos dice: MIRAD. Tengo que mirar a Dios con una mirada nueva y profunda. Señor, haz que  me deje mirar por Ti y, con esa misma mirada, mirar también a mis hermanos.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR UCRANIA

Tú que nos enseñaste que a la diabólica insensatez de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno, ten piedad de nosotros, aleja la guerra y demás violencias malignas y permítenos llegar a soluciones aceptables y duraderas a esta crisis, basadas no en las armas, sino en un diálogo profundo.

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Recibid el Espíritu Santo

A puertas cerradas

El miedo es un mal consejero. Tiene la capacidad de encerrar el corazón humano, quitándole toda esperanza y toda ilusión. Cuando se lo deja avanzar y se lo adopta como forma de vida tiene un poder que quiebra toda convicción. Los Once se repliegan sobre su miedo “a puertas cerradas”, unas puertas que se cierran desde adentro.

Pero una cosa es el miedo provocado cuando las puertas se cierran desde afuera y otra cosa cuando se cierran desde adentro. El primero es el que experimenta un esclavo: a él le han cerrado la puerta de la libertad; el segundo es el que experimenta quien ha sufrido un gran dolor que ha herido existencialmente el corazón.

Ante el primer miedo se puede reaccionar de dos formas: se espera pacientemente la libertad o se vive resignado a no volver a recuperarla. Ante el segundo miedo también se puede reaccionar de dos formas: se buscan motivaciones para asumir la libertad como forma de vida o se termina encapsulado en una autorreferencialidad aislante de la realidad.

Curiosamente, la reacción ante el segundo miedo refleja el movimiento de un sector del corazón eclesial: se buscan las motivaciones para la libertad en la experiencia de la fe, en el Evangelio, en el Reino; o se vive replegado añorando las nostalgias del pasado (aquellas que daban “seguridad”, pero que hoy impiden el dialogo, la búsqueda de la verdad y el bien común).

Una alegría pascual

En la vida Apóstoles hubo dos experiencias fundantes de encuentro con Cristo: la del llamado al seguimiento y la de la mañana de la Resurrección. En ambas experiencias, la alegría y la renovación son un denominador común que se hace proyecto de vida.

Cuando el Resucitado se hace presente en nuestra vida (personal y eclesial), todo es llamado a la alegría y a la renovación. Alegría que no es sólo una experiencia anímica; renovación que no sólo un simple cambio. Alegría y renovación nos recuerdan el corazón de la experiencia del encuentro con Jesús de Nazaret.

La alegría es uno de los signos distintivos de la vida cristiana y marca “una nueva etapa evangelizadora” en la vida la Iglesia, ya que, como dice el Papa Francisco: “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1). En consecuencia, evangelización, santidad y fraternidad son una traducción de la alegría del encuentro con Cristo.

La renovación es una consecuencia de la alegría del encuentro con Jesús. No se trata de un simple cambio de actitudes, valores u opciones. Se trata de una verdadera transformación que invita a mirar la realidad, las personas y los acontecimientos como los mira Dios: con esperanza, con ternura y con paciencia.

Enviados a perdonar

La experiencia de encuentro con el Resucitado hace que se abran dos puertas: la del corazón de los Once y la “del lugar donde se encontraban por miedo” (cf. Jn 19). Si primero no se abren las puertas del corazón, es imposible que se abran las puertas de la Institución, porque un solo un corazón de puertas abiertas tiene la capacidad de contemplar y anunciar al Resucitado.

Las puertas que se abren desde el interior, es decir, desde el encuentro con Jesús Resucitado, son puertas abiertas para el encuentro con el mundo (en clave de diálogo y fraternidad), y para el anuncio del Evangelio (en clave de reconciliación). Y Jesús les concede el Espíritu para que el encuentro con el mundo y el anuncio del Evangelio sea en clave testimonial de alegría pascual y de reconciliación universal.

Jesús Resucitado concede el Espíritu para que los Once puedan vivir la misión evangelizadora con la misma radicalidad y el mismo horizonte que lo vivió Él, es decir, para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación. En consecuencia, la alegría y la renovación también son signos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia en su misión. Ambas son el fundamento para que el anuncio y la vivencia del perdón sea real y significativo.

Pentecostés le recuerda tres cosas a la Iglesia que quiere vivir la sinodalidad: primero, la necesidad de aprender a escuchar y a escucharse (cf. Hch 2,6); segundo, la necesidad de vivir y agradecer el don de la diversidad que hace fecunda y significativa la unidad (cf. 1 Cor), tercero, no tener miedo de abrir las puertas del corazón y de la inteligencia eclesial para salir al encuentro de la humanidad en clave de fraternidad e interlocución.

Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.

Comentario – Lunes VII de Pascua

Jn 16, 29-33

Ahora sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte. En esto creemos que has salido de Dios.

Es el final del último discurso de Jesús después de la Cena. Después de tantas incomprensiones, después de un largo caminar entrecortado de vacilaciones, he aquí que los apóstoles parecen por fin ¡haber llegado a la fe! Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe… pues el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos no está terminado todavía. Jesús, más lúcido que ellos, se lo recordará dulcemente, sin amargura:

Jesús les respondió: «¿Ahora creéis?»

He aquí que llega la hora, y ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y a mí me dejaréis solo.

Sí, la ilusión acecha a los ‘ creyentes» en cada momento, pero sobre todo en la hora de la prueba. Dicen: «sabemos» ‘creemos»… Jesús les ha hecho ya notar varias veces, la presencia de Judas entre ellos. Este les ha dejado desde algunos cuartos de hora antes. Creen ahora tener seguridad en su Fe.

Pero ¡es a cada uno que Jesús anuncia su deserción!

Le abandonarán, le dejarán «solo»…

Y la negación de Pedro será el símbolo del comportamiento de todo el grupo.
Esta Palabra de Jesús está dirigida a mí, como lo está a todos los creyentes: quiere revelar la incapacidad de cada uno de nosotros para traducir efectivamente en nuestros actos, la Fe… que afirmamos sin embargo con nuestros labios al recitar el ‘credo». No, no basta cantar el Credo para enorgullecerse de ser de los que están en la Verdad. ¿Cuántas de nuestras conductas abandonan a Jesús? Señor, haz que seamos humildes. Señor, haced que nuestra vida cotidiana corresponda a lo que afirmamos el domingo.

Pero no estoy solo: el Padre está conmigo.

Cuan emocionante resulta este final de Ya frase de Jesús.

A sus apóstoles acaba de decirles que todos le abandonarán: vosotros me dejaréis solo… ¡pero no!
«No estoy nunca solo… El Padre está conmigo… El, no me abandona nunca… estoy seguro de que puedo contar con Él… El, me ama sin fallo…»

Entretenerse en decir, y en repetir, esta palabra de Jesús… en meditar y volver a meditar esta fórmula… en contemplar y volver a contemplar lo que esto nos revela del «interior de

Jesús».
Y a mí, ¿me llega también la tentación de pensar que estoy «solo»?

Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡confiad!; Yo he vencido al mundo.

Jesús nos repite aquí nuestra doble pertenencia: los creyentes están «en el mundo», y «en Jesús»… de aquí nuestros quebrantos y nuestros abandonos. Pero de las dos pertenencias una es más fuerte que la otra: confiad, Yo he vencido «al mundo». Así pues, ya no es el sufrimiento el que domina, sino la paz.

Esta es la última palabra que Jesús dirigió a sus amigos. A partir de este momento, Jesús entrará en el misterio de su última plegaria: en lo sucesivo se dirigirá a su Padre.

Noel Quesson
Evangelios 1

Espíritu de valentía

DE UNA FE TEÓRICA A UNA FE PRÁCTICA

¿Sabéis, amigos, que Pentecostés ocurrió hace poco más de cuarenta años? Me refiero al Concilio Vaticano II, el momento en que el Espíritu despierta a una Iglesia, en expresión de Juan XXIII, un tanto dormida.

Creo en el Espíritu Santo que actuó en el Concilio. Y creo en el Espíritu que actuó y actúa en un barrio de Vigo, un barrio eclesial y socialmente dormido, pero en el que, gracias a la acción de unos sacerdotes dinámicos y unos seglares inquietos, ha surgido una comunidad fraterna y un ambiente de solidaridad. Creo en el Espíritu que actúa lo mismo que actuó en Jerusalén, en Tesalónica y en Éfeso. Creo en el Espíritu interviniendo en personas que viven entre nosotros, que estaban apagadas, sin ilusión, y que han resucitado gracias al ambiente comunitario y al estímulo de los compañeros de grupo. Creo en la acción del Espíritu aquí y ahora, sin ir más lejos.

Muchos cristianos tienen una comprensión muy pobre de lo que es la fe. Para muchos es la aceptación pasiva de unos dogmas o verdades teóricas que para nada cambian su vida. Algo de esto pasa con frecuencia con respecto al Espíritu Santo. Recitan: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo…», pero en realidad esto no repercute en su vida. Tienen una fe que yo llamaría histórica. Es decir, creen que Jesús actuó en su tiempo, hizo milagros, cambió a las personas que estuvieron a su lado, estuvo presente junto a ellos después de su resurrección. Creen que el Espíritu transformó a aquel puñado de paletos que fueron discípulos de Jesús. Lo dicen los evangelistas y lo aceptan como Palabra de Dios que es. Sin embargo, creen también que éstas son historias pasadas, que eran tiempos especiales, tiempos del nacimiento de la Iglesia y que entonces Dios derrochó milagros, pero que ahora son las personas y los grupos los que tienen que arreglárselas y luchar por su cuenta.

Para que nuestra fe sea viva es absolutamente necesario que entendamos que los evangelistas (el Señor, en definitiva), al narrarnos esos prodigios de Pentecostés, quieren decirnos que ése es el estilo de actuar del Señor resucitado y que, sin espectacularidades, está dispuesto a repetir maravillas a lo largo de todos los siglos si le dejamos actuar, si tenemos de verdad fe en la acción del Espíritu.

 

MANIFESTACIONES DEL ESPÍRITU HOY

Por suerte y gracias al mayor acercamiento de los cristianos a la Biblia se habla y se escribe con mayor abundancia sobre el Espíritu. ¡Ya era hora de que abriéramos el Nuevo Testamento en estos numerosos pasajes que estaban olvidados!

Leyendo la vida de la Iglesia, de nuestras comunidades, de las personas, encontraremos que se repiten las manifestaciones del Espíritu de hace veintiún siglos. ¿Cambio de personas en nuestros días por obra y gracia del Espíritu Santo? Los que queráis. ¿No conocéis convertidos de nuestros días, personas que han cambiado radicalmente? Se podrían relatar cambios espectaculares en numerosas personas que se revolcaban en todos los vicios y que, sin embargo, ahora viven como verdaderos resucitados; cambios también de numerosas personas que vivían en la mediocridad y que hoy viven en una generosidad heroica. No hace mucho se me acerca un hombre que me cuenta su vida novelesca: jugador, mujeriego, alcohólico, un auténtico desastre humano. Entra en contacto con unos cristianos por razones laborales, le introducen paulatinamente en el mundo de la fe, y ahora es un hombre de meditación diaria. Son los milagros del Espíritu hoy.

¿Milagros de fraternización por el Espíritu? Los que queramos. En 1998 se reunieron en Roma 200.000 representantes de movimientos cristianos, alguno de ellos compuesto hasta por 150.000 comunidades que viven intensamente la fraternidad cristiana al estilo de la comunidad de Jerusalén. ¿Milagros de comunión? Entre nosotros mismos, en esta misma parroquia. El de muchas personas que vivían alejadas, tristes y aburridas en su aislamiento y hoy viven una amistad seria y profunda con las personas de su grupo.

¿Testimonios de fortaleza al estilo de los apóstoles? ¿Mártires al estilo de Esteban, el protomártir de la Iglesia? Los que queráis. Casi está todavía caliente la sangre de monseñor Gerardi, portavoz de los derechos humanos a pesar de que sabía que estaba arriesgando la vida. A propósito de su muerte martirial, otros cristianos han proclamado que seguirán su tarea aunque tengan que pagar el mismo precio glorioso. Mons. Ximenes-Belo, obispo de Timor, Premio Nobel de la Paz, testificaba: «Sé el peligro que corro por mi apuesta en favor de los desheredados, pero que no me importa morir; se muere una sola vez».

 

COMO ERA EN UN PRINCIPIO, AHORA Y SIEMPRE…

Me he referido a todos estos prodigios realizados por el Espíritu para que entendamos que Jesús lo prometió no sólo a los cristianos de la primera hora de la Iglesia como si se tratara únicamente de un don fundacional. Como era en un principio, puede ser ahora y siempre y por los siglos de los siglos, si se tiene fe y se es dócil a sus impulsos.

El Espíritu está dispuesto a realizar maravillas en toda persona, comunidad o grupo de cristianos dóciles a su acción. Esta fe en la acción del Espíritu es fundamental, porque sólo ella nos impulsará a comprometernos en un cristianismo generoso, valiente y alegre. En mí no puedo confiar demasiado. A todos nos ha pasado lo que a Pedro el presuntuoso, cuando se fío sólo de sus fuerzas… Negó vilmente al Maestro ante una criada. Todos tenemos una experiencia parecida de nuestra fragilidad. Pero cuando Pedro se sintió robustecido por el Espíritu de Jesús, él, un hombre inculto e indefenso, desafió al mismísimo sanedrín con su fe en el Crucificado.

Lo que convirtió a los primeros discípulos de Jesús en personas y comunidades impetuosas, intrépidas y entusiastas fue la fe inquebrantable en la promesa del Espíritu: «Seréis revestidos con la fuerza de lo alto» (Hch 1,8).

Si me preguntan cuál es el mayor pecado de los cristianos, diría que la falta de fe en la acción del Espíritu aquí y ahora.

Creemos fácilmente que actuó en los orígenes de la Iglesia, pero nos cuesta creer que vaya a actuar en nuestro contexto, en mí, en mi familia, en mi grupo, en mi parroquia. No creemos en serio en la fuerza del Espíritu que habita en nosotros.

En la oración-colecta de hoy se dice: «…No dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica». El Espíritu puede y quiere realizarlas. Necesita nuestra disponibilidad.

TODO ES POSIBLE AL QUE TIENE FE

Cuando Jesús le dice a Nicodemo: «Es preciso nacer de nuevo», el piadoso fariseo le replica: «¿A mis años voy a volver al seno de mi madre?». Pero Jesús agrega: «No te extrañes; el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,4-6). Y Nicodemo nació de nuevo…

Todo era atiborrar de buenos consejos a un hombre joven, casado, con tres hijos de ocho a doce años. Su mal genio creaba situaciones dramáticas en la familia. Un día, en que su padre, el hermano mayor y un tío le estaban martilleando los oídos: «Miguel Ángel, tienes que cambiar…», se plantó y contestó airado: «Me tenéis harto con el Miguel Ángel, tienes que cambiar… Demasiado sé que debo cambiar. Estoy esperando que alguien me dé confianza y me diga: Miguel Ángel, tú puedes… Lo que necesito es que me ayudéis a superar el complejo, no que me lo aumentéis echándome las culpas…».

Jesús no ha venido a atormentarnos con el «tú tienes que…». Justamente ha venido a decirnos: «Tienes dentro de ti nada menos que mi propio Espíritu, que yo te he infundido; no te he dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de valentía» (2Tm 1,7).

«Todo es posible para el que tiene fe» (Me 9,23). Pero tener fe en el Espíritu Santo no es creer que hizo maravillas hace veintiún siglos, sino creer que las puede y las quiere realizar ahora en mí, en mi entorno, en mi familia, en mi grupo cristiano, si es que nos dejamos llevar por su impulso.

Atilano Alaiz

Jn 20, 19-23 (Evangelio Domingo de Pentecostés)

La paz y el gozo, frutos del Espíritu

El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.

Pentecostés es como la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que como Resucitado les había dado.

Fray Miguel de Burgos Núñez

1Cor 12, 3-7.12-13 – (2ª lectura Domingo de Pentecostés)

La comunión en el Espíritu

Pablo presenta a la comunidad de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual

La diversidad (diairesis, en griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que la comunidad cristiana tenga vida e identidad.

Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor. Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!

Fray Miguel de Burgos Núñez

Hch 2, 1-11 (1ª lectura Domingo de Pentecostés)

El Espíritu lo renueva todo

Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es pec tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar es ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu mana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im por tan cia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel, Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu. Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su propia religión, podíamos decir.

Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es cu chan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva iden tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes VII de Pascua

El texto evangélico de hoy corresponde a la parte final del discurso de despedida de Jesús. Esta larga y compleja pieza literaria, que hemos leído en estas semanas, termina con una firme confesión de fe de los discípulos: “Estamos seguros de que lo sabes todo y… creemos que has venido de Dios”. Sorprende que Jesús no responda a esta confesión de fe con una bienaventuranza, como lo hizo en otros momentos. Al contrario, esta vez responde con una pregunta que refleja suspicacia: “¿Ahora creéis?” Jesús no se deja llevar por el entusiasmo de sus discípulos y les invita a mirar su fe con más profundidad y a poner los pies en la tierra. Jesús predice a sus discípulos que lo abandonarán en el momento más duro y que encontrarán dificultades y dolores que los confundirán.

Pero no todo queda allí, Jesús baja a sus discípulos de las nubes para remitirlos a lo fundamental de la fe: “os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo”.  La verdadera paz no brota de no tener dificultades, sino de estar unidos en todo momento al Señor. Cuando estamos unidos al Señor, se abren nuestros oídos para escuchar esas palabras que llenan de confianza nuestra vida: “tened ánimo, yo he vencido al mundo”.

Ya casi al finalizar del tiempo pascual la Palabra del Señor nos recuerda que la Pascua no es una arenga de entusiasmo ni vanas ilusiones de no tener dificultades. La Pascua es el tiempo en el que nos unimos al crucificado que ha resucitado, es decir, el tiempo para descubrir que, en medio de nuestras cruces y de los retos que nos cuestan, está presente el Resucitado. Es tiempo para escuchar en el silencio del corazón las palabras pascuales del Señor: “Tened ánimo, yo he vencido al mundo”.

El cristiano es la persona que ha puesto su confianza plena en el Señor. Aún en las circunstancias en las que experimenta su propia fragilidad o la fuerza indomable del mal, sabe en quien ha puesto su confianza: en Aquel que ha vencido el mundo pasando por la cruz. Cuanto más nos unimos a Jesucristo, más experimentamos la verdad de esta paradoja de muerte y vida, de lucha y gozo, y encontramos el ánimo para emprender los desafíos de cada día con la fuerza del amor.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes VII de Pascua

Hoy es lunes VII de Pascua.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 16, 29-33):

En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios». Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo». 

Ayer celebramos la Ascensión del Señor, es en este contexto de partida, que la liturgia nos invita a seguir meditando en torno a las palabras que Jesús pronunciara, como despedida, enla Última Cena: “Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Duras palabras las de Jesús ¿No? Para entenderlas mejor, escuchémoslas en su contexto, es decir, dentro de la Última Cena. Con ellas, el Señor no quiere hacernos un “reproche” sino que, por el contrario, quiere regalarnos una enseñanza fundamental: sepan que ante las pruebas de lavida, nunca estamos solos.

¡Sí! Aquí se halla la enorme verdad que encierran estas palabras de Jesús. Una verdad dondetú y yo podemos fundar nuestra vida, la de saber que nunca estamos solos. Jesús advierte que ha llegado su Hora, que viene el tiempo de la prueba y por eso nos avisa: “No estoy solo”. Esto, más que una declaración de compañía, “el Padre está conmigo”, es un aviso para nuestras vidas. Porque Jesús también sabe que en nuestra historia nos visitarán las pruebas,las cruces, los dolores… y por eso nos avisa: ¡No están solos! Qué bien nos hacen sus palabras en este tiempo de la Ascensión, en que podríamos llegar a pensar: “Ah, nos quedamos solos”… La respuesta de Jesús, entonces, es: ¡No! Como yo nunca estuve solo, porque el Padre estuvo conmigo, así tampoco ustedes estarán solos en sus cruces, porque el Padre estará también con ustedes en sus pruebas. Por eso, porque contamos con la compañía de Dios es que podemos atravesar las dificultades de cada día sin perder jamás la paz. El Señor lo repite más de una vez durante la Última Cena: “la paz esté con ustedes… les dejo mi paz… encuentren la paz en mí”. ¡Cuidado! La Paz que el Señor viene a traer, la Paz queencontramos en él, no es esa paz “ataráxica” de estoicos y epicúreos, no es esa paz mundanadel “nada me molesta”, “no siento nada”, “no escucho nada”, “nada me apasiona” y claro, por ello nada me quita la paz… No es, como dice Martín Descalzo, la paz tipo remolacha: “dulce, enterradita, y que sólo alimenta sus propias hojas”… ¡No! La Paz del Señor es Paz para las batallas cotidianas, es Paz en medio de las pruebas y las cruces de cada día, es Paz en mediodel fragor y la pasión de la vida… La Paz del Señor no nos evita la vida, al contrario, nos envía con pasión a ella. Nos envía a dar la batalla de cada día, pero a darla con la Paz de quien se sabe en buenas manos, de quien se sabe que no va solo, porque Dios va con él. Jesucristo sabe que a nosotros, que todavía no hemos resucitado, que todavía no hemos ascendido, nos esperan las luchas cotidianas, nos esperan los problemas y las cruces diarias… Reglándonos su Paz, entonces, Cristo no viene a decirnos: “tus problemas se acabaron”; sino que viene a decirnos: Ten Paz, tus problemas no tienen la última palabra, superarás estas crisis y estas luchas, porque yo superé lo insuperable –la muerte- y hoy, resucitado, continúo caminando a tu lado… Recuérdalo, nos dice el Señor, tú tampoco estás solo, porque yo estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo. Que así sea!.

P. Germán Lechini SJ

Liturgia – Lunes VII de Tiempo Ordinario

LUNES DE LA VII SEMANA DE PASCUA, feria

Misa de la feria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias, Prefacio Pascual de la Ascensión o después de la Ascensión.

Leccionario: Vol. II

  • Hch 19, 1-8. ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?
  • Sal 67.Reyes de la tierra, cantad a Dios.
  • Jn 16, 29-33.Tened valor: yo he vencido al mundo.

Antífona de entrada          Hch 1, 8
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros, y seréis mis testigos hasta el confín de la tierra. Aleluya.

Monición de entrada y acto penitencial
Como cristianos bautizados en el nombre de Cristo, hemos recibido el Espíritu Santo de fortaleza. Con su ayuda tendríamos que ser capaces de dar un espacio al dolor y al sufrimiento en nuestras vidas. Eso es, de todos modos, parte de toda vida humana. Pero para los cristianos el sufrimiento tiene más sentido todavía: Cristo mismo siguió ese camino, y el discípulo puede aceptarlo en paz y hacer uso de él con el fin de llevar la paz a otros. Cristo nos ayudará a llevar esa cruz, ya que él ha conquistado el mundo.

• Tú que has triunfado de la muerte. Señor, ten piedad.
• Tú que has vencido el mal. Cristo, ten piedad.
• Tú que eres el dueño absoluto de la creación. Señor, ten piedad.

Oración colecta
LLEGUE a nosotros, Señor,
la fuerza del Espíritu Santo,
para que podamos cumplir fielmente tu voluntad
y demos testimonio con una conducta santa.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Jesucristo, el Señor, para que nos envíe el Espíritu Santo.

1.- Para que la presencia y la acción del Espíritu fortalezca a la Iglesia en la lucha contra el mal. Roguemos al Señor.

2.- Para que, por la fuerza del Espíritu Santo, el mundo se libere de los poderes malignos que lo aprisionan. Roguemos al Señor.

3.- Para que el Espíritu Santo guíe la voluntad de los que rigen los destinos de los pueblos. Roguemos al Señor.

4.- Para que todos nosotros, llenos del Espíritu Santo, encontremos la paz en Cristo. Roguemos al Señor.

Escucha, Señor Jesús, las súplicas que te presentamos y danos el don de tu Espíritu. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
ESTE sacrificio santo nos purifique, Señor,
y derrame en nuestras almas
la fuerza divina de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual o de la Ascensión

Antífona de comunión          Cf. Jn 14, 18; 16, 22
No os dejaré huérfanos, dice el Señor; volveré a vosotros y se alegrará vuestro corazón. Aleluya.

Oración después de la comunión
ASISTE, Señor, a tu pueblo
y haz que pasemos del antiguo pecado
a la vida nueva
los que hemos sido alimentados
con los sacramentos del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
TE pedimos, Señor,

que guardes a tu familia concédele en tu bondad
la abundancia de tu misericordia,
para que se multiplique con las enseñanzas
y los dones del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.