DE UNA FE TEÓRICA A UNA FE PRÁCTICA
¿Sabéis, amigos, que Pentecostés ocurrió hace poco más de cuarenta años? Me refiero al Concilio Vaticano II, el momento en que el Espíritu despierta a una Iglesia, en expresión de Juan XXIII, un tanto dormida.
Creo en el Espíritu Santo que actuó en el Concilio. Y creo en el Espíritu que actuó y actúa en un barrio de Vigo, un barrio eclesial y socialmente dormido, pero en el que, gracias a la acción de unos sacerdotes dinámicos y unos seglares inquietos, ha surgido una comunidad fraterna y un ambiente de solidaridad. Creo en el Espíritu que actúa lo mismo que actuó en Jerusalén, en Tesalónica y en Éfeso. Creo en el Espíritu interviniendo en personas que viven entre nosotros, que estaban apagadas, sin ilusión, y que han resucitado gracias al ambiente comunitario y al estímulo de los compañeros de grupo. Creo en la acción del Espíritu aquí y ahora, sin ir más lejos.
Muchos cristianos tienen una comprensión muy pobre de lo que es la fe. Para muchos es la aceptación pasiva de unos dogmas o verdades teóricas que para nada cambian su vida. Algo de esto pasa con frecuencia con respecto al Espíritu Santo. Recitan: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo…», pero en realidad esto no repercute en su vida. Tienen una fe que yo llamaría histórica. Es decir, creen que Jesús actuó en su tiempo, hizo milagros, cambió a las personas que estuvieron a su lado, estuvo presente junto a ellos después de su resurrección. Creen que el Espíritu transformó a aquel puñado de paletos que fueron discípulos de Jesús. Lo dicen los evangelistas y lo aceptan como Palabra de Dios que es. Sin embargo, creen también que éstas son historias pasadas, que eran tiempos especiales, tiempos del nacimiento de la Iglesia y que entonces Dios derrochó milagros, pero que ahora son las personas y los grupos los que tienen que arreglárselas y luchar por su cuenta.
Para que nuestra fe sea viva es absolutamente necesario que entendamos que los evangelistas (el Señor, en definitiva), al narrarnos esos prodigios de Pentecostés, quieren decirnos que ése es el estilo de actuar del Señor resucitado y que, sin espectacularidades, está dispuesto a repetir maravillas a lo largo de todos los siglos si le dejamos actuar, si tenemos de verdad fe en la acción del Espíritu.
MANIFESTACIONES DEL ESPÍRITU HOY
Por suerte y gracias al mayor acercamiento de los cristianos a la Biblia se habla y se escribe con mayor abundancia sobre el Espíritu. ¡Ya era hora de que abriéramos el Nuevo Testamento en estos numerosos pasajes que estaban olvidados!
Leyendo la vida de la Iglesia, de nuestras comunidades, de las personas, encontraremos que se repiten las manifestaciones del Espíritu de hace veintiún siglos. ¿Cambio de personas en nuestros días por obra y gracia del Espíritu Santo? Los que queráis. ¿No conocéis convertidos de nuestros días, personas que han cambiado radicalmente? Se podrían relatar cambios espectaculares en numerosas personas que se revolcaban en todos los vicios y que, sin embargo, ahora viven como verdaderos resucitados; cambios también de numerosas personas que vivían en la mediocridad y que hoy viven en una generosidad heroica. No hace mucho se me acerca un hombre que me cuenta su vida novelesca: jugador, mujeriego, alcohólico, un auténtico desastre humano. Entra en contacto con unos cristianos por razones laborales, le introducen paulatinamente en el mundo de la fe, y ahora es un hombre de meditación diaria. Son los milagros del Espíritu hoy.
¿Milagros de fraternización por el Espíritu? Los que queramos. En 1998 se reunieron en Roma 200.000 representantes de movimientos cristianos, alguno de ellos compuesto hasta por 150.000 comunidades que viven intensamente la fraternidad cristiana al estilo de la comunidad de Jerusalén. ¿Milagros de comunión? Entre nosotros mismos, en esta misma parroquia. El de muchas personas que vivían alejadas, tristes y aburridas en su aislamiento y hoy viven una amistad seria y profunda con las personas de su grupo.
¿Testimonios de fortaleza al estilo de los apóstoles? ¿Mártires al estilo de Esteban, el protomártir de la Iglesia? Los que queráis. Casi está todavía caliente la sangre de monseñor Gerardi, portavoz de los derechos humanos a pesar de que sabía que estaba arriesgando la vida. A propósito de su muerte martirial, otros cristianos han proclamado que seguirán su tarea aunque tengan que pagar el mismo precio glorioso. Mons. Ximenes-Belo, obispo de Timor, Premio Nobel de la Paz, testificaba: «Sé el peligro que corro por mi apuesta en favor de los desheredados, pero que no me importa morir; se muere una sola vez».
COMO ERA EN UN PRINCIPIO, AHORA Y SIEMPRE…
Me he referido a todos estos prodigios realizados por el Espíritu para que entendamos que Jesús lo prometió no sólo a los cristianos de la primera hora de la Iglesia como si se tratara únicamente de un don fundacional. Como era en un principio, puede ser ahora y siempre y por los siglos de los siglos, si se tiene fe y se es dócil a sus impulsos.
El Espíritu está dispuesto a realizar maravillas en toda persona, comunidad o grupo de cristianos dóciles a su acción. Esta fe en la acción del Espíritu es fundamental, porque sólo ella nos impulsará a comprometernos en un cristianismo generoso, valiente y alegre. En mí no puedo confiar demasiado. A todos nos ha pasado lo que a Pedro el presuntuoso, cuando se fío sólo de sus fuerzas… Negó vilmente al Maestro ante una criada. Todos tenemos una experiencia parecida de nuestra fragilidad. Pero cuando Pedro se sintió robustecido por el Espíritu de Jesús, él, un hombre inculto e indefenso, desafió al mismísimo sanedrín con su fe en el Crucificado.
Lo que convirtió a los primeros discípulos de Jesús en personas y comunidades impetuosas, intrépidas y entusiastas fue la fe inquebrantable en la promesa del Espíritu: «Seréis revestidos con la fuerza de lo alto» (Hch 1,8).
Si me preguntan cuál es el mayor pecado de los cristianos, diría que la falta de fe en la acción del Espíritu aquí y ahora.
Creemos fácilmente que actuó en los orígenes de la Iglesia, pero nos cuesta creer que vaya a actuar en nuestro contexto, en mí, en mi familia, en mi grupo, en mi parroquia. No creemos en serio en la fuerza del Espíritu que habita en nosotros.
En la oración-colecta de hoy se dice: «…No dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica». El Espíritu puede y quiere realizarlas. Necesita nuestra disponibilidad.
TODO ES POSIBLE AL QUE TIENE FE
Cuando Jesús le dice a Nicodemo: «Es preciso nacer de nuevo», el piadoso fariseo le replica: «¿A mis años voy a volver al seno de mi madre?». Pero Jesús agrega: «No te extrañes; el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,4-6). Y Nicodemo nació de nuevo…
Todo era atiborrar de buenos consejos a un hombre joven, casado, con tres hijos de ocho a doce años. Su mal genio creaba situaciones dramáticas en la familia. Un día, en que su padre, el hermano mayor y un tío le estaban martilleando los oídos: «Miguel Ángel, tienes que cambiar…», se plantó y contestó airado: «Me tenéis harto con el Miguel Ángel, tienes que cambiar… Demasiado sé que debo cambiar. Estoy esperando que alguien me dé confianza y me diga: Miguel Ángel, tú puedes… Lo que necesito es que me ayudéis a superar el complejo, no que me lo aumentéis echándome las culpas…».
Jesús no ha venido a atormentarnos con el «tú tienes que…». Justamente ha venido a decirnos: «Tienes dentro de ti nada menos que mi propio Espíritu, que yo te he infundido; no te he dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de valentía» (2Tm 1,7).
«Todo es posible para el que tiene fe» (Me 9,23). Pero tener fe en el Espíritu Santo no es creer que hizo maravillas hace veintiún siglos, sino creer que las puede y las quiere realizar ahora en mí, en mi entorno, en mi familia, en mi grupo cristiano, si es que nos dejamos llevar por su impulso.
Atilano Alaiz
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